PEQUEÑA GUÍA ALTERNATIVA DE SAN DIEGO/ I
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No es Nueva York o Chicago, por supuesto, pero tiene lo suyo. Además, para formar fronteras se necesitan dos. San Diego es un poco más que el hermano gemelo aburrido de Tijuana. Conservadora y bajo la presencia ominosa de las bases militares, San Diego es una ciudad fronteriza casi a pesar de sí misma: es del todo posible, de hecho, vivir ahí sin tener mucha conciencia de la vecina otredad que la conforma gracias, sobre todo, a las veintitantas millas que la separan de las garitas. San Diego suele atraer al turismo familiar que busca los grandes parques de diversiones, como Sea World o incluso el zoológico, o que va en pos de la temporada de ofertas de sus malls. Pero más allá de la arquitectura de réplica del Parque de Balboa o de los bares de Hillcrest (el barrio gay) o de las vistas espectaculares de la Jolla, se extiende una activa vida de migrantes que da al traste con la aparente insularidad de esa ciudad limpia y de amplias avenidas que alguna vez fuera una misión. Para descubrir al San Diego acentuado de todos los días, ahí donde uno habla en español con la cajera del supermercado y negocia con un mecánico afgano después de hacer un trato con un vendedor de autos paquistaní, basta con alejarse de las rutas establecidas por el turismo oficial y dejarse llevar por los aromas de los pequeños restaurantes o los ecos de las conversaciones de los migrantes.
Ninguna agencia de viajes le aconsejaría al trotamundos que se internara, por ejemplo, en City Heights—el barrio en cuya escuela preparatoria pública se hablan, según informan los reportes oficiales, 16 idiomas distintos aproximadamente. Además de la población hispana que está en todos lados, hasta ahí han llegado los expulsados de Eritrea o de Vietnam, conformando una comunidad cosmopolita signada por una fuerte vida urbana repleta de pequeños negocios familiares. Por eso, si se quiere comer comida auténtica hay que manejar por tres arterias fundamentales de la ciudad: Adams, El Cajón y Avenida Universidad, sobre todo entre el 805 y la 15. Es precisamente por ahí, en ese rectángulo de la alteridad, que se encuentra el que para mí es el mejor restaurante de San Diego: un lugar de comida vietnamita que responde al nombre de Saigón. Sin más decoración que una gran pecera rectangular que cubre lo que alguna vez fuera la puerta principal, los delgadísimos meseros del Saigón reciben al comensal con un menú bilingüe de casi diez páginas laminadas. I´ll be with you in a minute, hon, dirá alguno. Si uno no sabe qué pedir, y los meseros que hablan sólo con dificultad el inglés no serán de mucha ayuda en este aspecto, será suficiente con señalar lo que otros comen ya en la mesa vecina para dejarse sorprender por la delicadeza de las sopas o el sabor indescriptible de las ensaladas. No hay pierde en el Saigón. Desde los rollos vegetarianos hasta las ancas de rana, pasando por el vermicelli y la sopa de tripa, todo es rico (en el sentido más literal de la palabra) en sus platos. Además, entre bocado y bocado, mientras el comensal se pregunta con insana insistencia qué buena acción ha hecho en el mundo para merecerse tal manjar desconocido, podrá divertirse tratando de adivinar el tema de conversación, en apariencia de vida o muerte, que entretiene a la familia vietnamita de al lado o siguiendo las sesudas disquisiciones de los jóvenes neo-hippies que llegan en bicicleta al lugar.
Las compras en este San Diego alternativo no se llevan a cabo en las grandes plazas comerciales y ni siquiera en los outlets que, como el de Las Américas, se desbordan ya por la línea fronteriza. Cualquier Sandieguino experimentado sabe que cuando hay algo de dinero extra hay que dirigirse a esos neurálgicos centros de reciclado que son las así llamadas Thrift Stores o las famosas Segundas. Entre todas ellas reina, justo sobre el Pacific Highway, la de los AmVets. Es posible vivir años enteros en San Diego sin saber de su existencia, pero llegará el momento en que algún compasivo del lugar lo mirará a uno con suspicacia y, luego de pensárselo un rato, le brindará la información necesaria para identificar la bodega de dimensiones generosas que, de tan anónima, puede pasar desapercibida con facilidad. Ya más de cerca, y con los códigos en mano, uno se puede llegar a explicar, y esto con la irónica sonrisita del caso, qué hacen estacionados uno junto a otro la troca del año del caldo y el mercedes lujosísimo a la orilla de la vieja carretera de dos carriles. Porque, es cierto, todo el mundo va al AmVets. Los inmigrantes pobres y los dueños de negocios de antigüedades, las señoras de buena cuna y los punketos que se visten a la retro, los solteros y los casados y los que acaban de rentar un departamento. Enormes cargamentos de objetos peculiarísimos llegan durante todo el día, y esto a intervalos reducidos, al almacén. Y ahí, además de los tradicionales zapatos y muebles y aparatos electrodomésticos, el visitante alternativo de San Diego podrá adquirir también los libros más variados. Yo me he topado en sus anaqueles con libros de Kathy Acker y de Gogol, de Jack Spicer y de Gabriel García Marquez, en español. Mi hallazgo favorito ha sido, sin duda, la obra completa de García Lorca, editada por Aguilar y publicada en pasta de cuero, adquirido por la irrisoria cantidad de $4.99.
Las librerías de segunda más suculentas se encuentran, sin embargo, sobre Adams (igual, entre la 805 y la 15). Un paseo típico de los recorridos alternativos de San Diego tendría que incluir por fuerza una caminata por la sección denominada como histórica de esta larga calle. Habría que iniciarlo todo justo bajo el gran anuncio de Normal Heights, el nombre del barrio, tomando un buen café en el negocio local y no en el de la cadena transnacional que se encuentra justo en la contraesquina. Después de un par de horas entre librerías y negocios de antigüedades y cigarrerías egipcias y tiendas de viejos LP´s, sería del todo sencillo detenerse a comer en la fondita fenicia o en el restaurante vegetariano precedido por una gran fotografía del Dalai Lama. Después de una película en el Kensington, uno de los dos cines de arte de San Diego, no estaría del todo mal empezar la noche en uno de los bares irlandeses de la Adams tratando de descifrar, una vez más, el contenido de la conversación de los koreanos y los árabes y los kenyanos que se dan cita en el lugar mientras uno se pregunta, también de manera insistente, qué de normal hay en Normal Heights.
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Tuesday, August 26, 2008
Tuesday, August 19, 2008
TÚ TAMBIÉN DE TI ESTÁS MUY CERCA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Conocí a Amaranta Caballero Prado una madrugada de febrero. Al amigo que en aquellas épocas se hacía cargo de mostrarme la nocturnidad tijuanense se le había ocurrido, y esto a las tres de la mañana y después de ya bastantes cervezas, que tenía que conocerla. Te va a caer bien, me aseguró. Ahora sé que no tenía la menor idea de lo que hablaba. Nos habíamos reunido temprano, eso recuerdo, y entre uno y otro sitio habíamos convivido ya con varias personalidades de la localidad que habían dejado poca huella. Supongo que fue por eso que, al filo de la madrugada, y en un lugar que recuerdo vagamente en estridentes colores naranjas, el amigo aquel recurrió a su carta fuerte: Amaranta. Salvaje. Lista. Maravillosa. La describió más o menos así. Su nombre, he de decirlo con franqueza, me provocó curiosidad. Pensé que era o una broma o una exageración, pero cuando el amigo aquel insistió-–y he de decir que el amigo aquel era insistente–-en que el encuentro era posible, yo sólo atiné a repetir las palabras de mi madre: uno no puede llegar a la casa de alguien sin por lo menos una botella en la mano. Llegamos, sin embargo. En todo caso: tocamos a la puerta. Ella abrió.
Todas estas puertas.
Recuerdo las palmeras, tambaleantes. La música: McFerrin con Yoyo Ma. El asomarse del Pacífico (que no es una cerveza). Recuerdo la incesante conversación (fueron, al inicio, tres días). El tema: la poesía. El tema: todo lo demás. Tengo la impresión de que ya esa madrugada. De que incluso entonces. Este libro aquí, completo a un lado del ordenador, ese día. Todo ya.
No puedo escribir una reseña sobre su libro recién publicado en Tierra Adentro. Sinceramente. No puedo hablar sobre el recorrido interno que es su materia y su forma: esos párrafos que cortan y el verso que se alarga junto con la vida hasta cruzar el rectángulo de la hoja. El golpe. ¿Puedo hablar de “ella: tu semilla: tu fractura: tu grieta: tu herida”? ¿Son de verdad “los límites de una casa” lo que “da cuenta de las transformaciones? El espacio vuelto experiencia (Que tus manos. Que tu vida) y la experiencia transformada en lenguaje. Eso es un libro: esta puerta. ¿Es algo que abre? No puedo decir.
Empieza en la infancia, se diría, pero en realidad da inicio en la memoria. Con la memoria. La experiencia no se cuenta después de todo; la experiencia se produce. Es un aquí. Lo que puedo decir es que aquí hay un fantasma (que es una niña) (que es una palabra) violento y violentado como la historia infantil. O como el lenguaje cuando re-presenta. O como el cuerpo, cuando duele. Fuera del discurso de la victimización, pero escapando también a los impostados ecos de una siempre seductora Lolita, el golpe contra el cuerpo es también, y sobre todo, un golpe sobre el lenguaje. Con él.
No puedo escribir la reseña pero puedo decir: la dirección de la casa es un principio de composición. De Guanajuato a Tijuana: una trayectoria íntima. El referente es lo que toca: Los trastos y su implacable manera de coincidir con manos domésticas. El embrujo de las escaleras: Fúricos enormes los pasos sobre ellas. Lo de más allá: las idílicas azoteas tapizadas de cobijas. El gran signo de los clósets. Lo que nunca no. Y lo que sí. Entonces. Tengo la impresión. Tú también de ti estás muy cerca. Del ella que es un fantasma (que es una niña) al tú (que estás aquí, frente a la mesa), el libro abre las puertas. Todas estas.
Trastabillante y abrupta como el golpe. Entrecortada, la frase. Esporádica. La lengua. Algo como un síncope. Todo lo que sabe y, especialmente, lo que no sabe de su propio saber: la poesía. Ácida como el sabor de la sangre. “¿Eres tú, ésa, la que nunca habla?/ Me dijeron que nunca hablas./ ¿Es cierto que nunca hablas?” Característicamente. En el libro de la conmiseración no aparece la palabra llorar. En el libro aparece el destello y la aldaba y, sobre todo, la pregunta: “¿Dónde estás tú ahora?”. Y la respuesta, años después, no está en el libro sino aquí: Este sitio donde sólo tú prendes y apagas la luz. En Paseo de la Prensa y en Manuel Doblado, en la calle del Truco y en La Esperanza (calle sin número), a un lado de Playas, platicando todavía siete años después. Aquí. Riendo como entonces, aquella madrugada. Tengo la impresión, Amaranta.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Conocí a Amaranta Caballero Prado una madrugada de febrero. Al amigo que en aquellas épocas se hacía cargo de mostrarme la nocturnidad tijuanense se le había ocurrido, y esto a las tres de la mañana y después de ya bastantes cervezas, que tenía que conocerla. Te va a caer bien, me aseguró. Ahora sé que no tenía la menor idea de lo que hablaba. Nos habíamos reunido temprano, eso recuerdo, y entre uno y otro sitio habíamos convivido ya con varias personalidades de la localidad que habían dejado poca huella. Supongo que fue por eso que, al filo de la madrugada, y en un lugar que recuerdo vagamente en estridentes colores naranjas, el amigo aquel recurrió a su carta fuerte: Amaranta. Salvaje. Lista. Maravillosa. La describió más o menos así. Su nombre, he de decirlo con franqueza, me provocó curiosidad. Pensé que era o una broma o una exageración, pero cuando el amigo aquel insistió-–y he de decir que el amigo aquel era insistente–-en que el encuentro era posible, yo sólo atiné a repetir las palabras de mi madre: uno no puede llegar a la casa de alguien sin por lo menos una botella en la mano. Llegamos, sin embargo. En todo caso: tocamos a la puerta. Ella abrió.
Todas estas puertas.
Recuerdo las palmeras, tambaleantes. La música: McFerrin con Yoyo Ma. El asomarse del Pacífico (que no es una cerveza). Recuerdo la incesante conversación (fueron, al inicio, tres días). El tema: la poesía. El tema: todo lo demás. Tengo la impresión de que ya esa madrugada. De que incluso entonces. Este libro aquí, completo a un lado del ordenador, ese día. Todo ya.
No puedo escribir una reseña sobre su libro recién publicado en Tierra Adentro. Sinceramente. No puedo hablar sobre el recorrido interno que es su materia y su forma: esos párrafos que cortan y el verso que se alarga junto con la vida hasta cruzar el rectángulo de la hoja. El golpe. ¿Puedo hablar de “ella: tu semilla: tu fractura: tu grieta: tu herida”? ¿Son de verdad “los límites de una casa” lo que “da cuenta de las transformaciones? El espacio vuelto experiencia (Que tus manos. Que tu vida) y la experiencia transformada en lenguaje. Eso es un libro: esta puerta. ¿Es algo que abre? No puedo decir.
Empieza en la infancia, se diría, pero en realidad da inicio en la memoria. Con la memoria. La experiencia no se cuenta después de todo; la experiencia se produce. Es un aquí. Lo que puedo decir es que aquí hay un fantasma (que es una niña) (que es una palabra) violento y violentado como la historia infantil. O como el lenguaje cuando re-presenta. O como el cuerpo, cuando duele. Fuera del discurso de la victimización, pero escapando también a los impostados ecos de una siempre seductora Lolita, el golpe contra el cuerpo es también, y sobre todo, un golpe sobre el lenguaje. Con él.
No puedo escribir la reseña pero puedo decir: la dirección de la casa es un principio de composición. De Guanajuato a Tijuana: una trayectoria íntima. El referente es lo que toca: Los trastos y su implacable manera de coincidir con manos domésticas. El embrujo de las escaleras: Fúricos enormes los pasos sobre ellas. Lo de más allá: las idílicas azoteas tapizadas de cobijas. El gran signo de los clósets. Lo que nunca no. Y lo que sí. Entonces. Tengo la impresión. Tú también de ti estás muy cerca. Del ella que es un fantasma (que es una niña) al tú (que estás aquí, frente a la mesa), el libro abre las puertas. Todas estas.
Trastabillante y abrupta como el golpe. Entrecortada, la frase. Esporádica. La lengua. Algo como un síncope. Todo lo que sabe y, especialmente, lo que no sabe de su propio saber: la poesía. Ácida como el sabor de la sangre. “¿Eres tú, ésa, la que nunca habla?/ Me dijeron que nunca hablas./ ¿Es cierto que nunca hablas?” Característicamente. En el libro de la conmiseración no aparece la palabra llorar. En el libro aparece el destello y la aldaba y, sobre todo, la pregunta: “¿Dónde estás tú ahora?”. Y la respuesta, años después, no está en el libro sino aquí: Este sitio donde sólo tú prendes y apagas la luz. En Paseo de la Prensa y en Manuel Doblado, en la calle del Truco y en La Esperanza (calle sin número), a un lado de Playas, platicando todavía siete años después. Aquí. Riendo como entonces, aquella madrugada. Tengo la impresión, Amaranta.
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Monday, August 18, 2008
DÍA UNO: Joy Division
Aterrizar: flores anaranjadas, nociones de regreso, Todas estas puertas.
Comer: sashimi tradicional en Otto´s con un par de Postales del Fin del Mundo. ¿Alguien se atrevió a decir "quien no lee poesía es un pendejo"?
Beber: Camilo Sesto en el Dandy´s. ¿Te acuerdas?
Seguir: el encuentro premeditado por el azar, los nuevos rostros, los otros rostros, los viejos apodos, las margaritas. ¿Alguien dijo, de verdad, "ustedes fueron las que nos pendejearon hace rato en el otro lugar"? ¿Alguien aceptó la cerveza de la paz? ¿Alguien tomó 8 minutos en llegar directamente desde el pasado?
Regresar: literalmente una tonada: Joy Division.
--crg
Aterrizar: flores anaranjadas, nociones de regreso, Todas estas puertas.
Comer: sashimi tradicional en Otto´s con un par de Postales del Fin del Mundo. ¿Alguien se atrevió a decir "quien no lee poesía es un pendejo"?
Beber: Camilo Sesto en el Dandy´s. ¿Te acuerdas?
Seguir: el encuentro premeditado por el azar, los nuevos rostros, los otros rostros, los viejos apodos, las margaritas. ¿Alguien dijo, de verdad, "ustedes fueron las que nos pendejearon hace rato en el otro lugar"? ¿Alguien aceptó la cerveza de la paz? ¿Alguien tomó 8 minutos en llegar directamente desde el pasado?
Regresar: literalmente una tonada: Joy Division.
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MFA in Writing at UCSD
Welcome to the webpage for the new MFA Program in Writing at the University of California, San Diego. This two-year residency program offers a Masters of Fine Arts degree in the areas of fiction and poetry, and is designed for students who are interested in innovative and interdisciplinary approaches to narrative and poetics. The program is also distinguished by its commitment to community building, alternative forms of literary distribution, and transborder exchange.
The MFA Program is small, with typically eight new students admitted each year. The intimate nature of the program allows students to work very closely with the writing faculty, as well as to receive support in the form of Research Assistantships and Teaching Assistantships.
The MFA in Writing is part of the Department of Literature, which also offers a
doctoral program in literature that emphasizes cultural studies, gender studies, postcoloniality, and critical theory. The MFA Program co-exists with a thriving undergraduate writing major, and benefits from a long-established reading series and the university’s Archive for New Poetry, which holds the papers of George Oppen, Lyn Hejinian, Susan Howe, Alice Notley, James Schuyler, Ron Silliman, and many other important figures. With strong ties to the Visual Arts, Theatre and Dance, Communication, and Music Departments, and situated on one of the top-rated science campuses in the country, the program encourages its students to generate writing informed by other disciplines and media.
The MFA Program in Writing at UCSD offers students a unique opportunity to develop as writers in a community that integrates a multiplicity of collaborative, interdisciplinary, and theoretical approaches by which to complete a literary manuscript – or a literary intervention that is moving beyond text.
For information regarding faculty, resources, and admission, please click on the links above.
FACULTY:
Rae Armantrout
Sarah Shun-lien Bynum
Michael Davidson
Cristina Rivera-Garza
Anna Joy Springer
Roberto Tejada
Wai-lim Yip
Eileen Myles, emeritus
RECENT VISITING FACULTY:
Ben Doller
Fanny Howe
Stanya Kahn
Chris Kraus
Ali Liebegott
Sawako Nakayasu
Lisa Robertson
--crg
Welcome to the webpage for the new MFA Program in Writing at the University of California, San Diego. This two-year residency program offers a Masters of Fine Arts degree in the areas of fiction and poetry, and is designed for students who are interested in innovative and interdisciplinary approaches to narrative and poetics. The program is also distinguished by its commitment to community building, alternative forms of literary distribution, and transborder exchange.
The MFA Program is small, with typically eight new students admitted each year. The intimate nature of the program allows students to work very closely with the writing faculty, as well as to receive support in the form of Research Assistantships and Teaching Assistantships.
The MFA in Writing is part of the Department of Literature, which also offers a
doctoral program in literature that emphasizes cultural studies, gender studies, postcoloniality, and critical theory. The MFA Program co-exists with a thriving undergraduate writing major, and benefits from a long-established reading series and the university’s Archive for New Poetry, which holds the papers of George Oppen, Lyn Hejinian, Susan Howe, Alice Notley, James Schuyler, Ron Silliman, and many other important figures. With strong ties to the Visual Arts, Theatre and Dance, Communication, and Music Departments, and situated on one of the top-rated science campuses in the country, the program encourages its students to generate writing informed by other disciplines and media.
The MFA Program in Writing at UCSD offers students a unique opportunity to develop as writers in a community that integrates a multiplicity of collaborative, interdisciplinary, and theoretical approaches by which to complete a literary manuscript – or a literary intervention that is moving beyond text.
For information regarding faculty, resources, and admission, please click on the links above.
FACULTY:
Rae Armantrout
Sarah Shun-lien Bynum
Michael Davidson
Cristina Rivera-Garza
Anna Joy Springer
Roberto Tejada
Wai-lim Yip
Eileen Myles, emeritus
RECENT VISITING FACULTY:
Ben Doller
Fanny Howe
Stanya Kahn
Chris Kraus
Ali Liebegott
Sawako Nakayasu
Lisa Robertson
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Tuesday, August 12, 2008
MANIFIESTO CONTRA EL CELULAR
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Los objetos despiertan, sin duda, pasiones desmedidas. Eso pensé al encontrar una hoja mecanografiada en papel revolución sobre una pared citadina. Entre figuras agigantadas de graffiti y propaganda de una revista de, como se dice, actualidad, la hoja susodicha llamó mi atención por sus dimensiones, tan pequeñas, y por su obcecada hechura: tipografía mecánica y reproducción manual. Se trataba, a todas luces, de un manifiesto: un texto público redactado con la fiebre de la convicción y los recursos atávicos de un ludita de inicios del siglo XXI. El título: LOS CELULARES ACABARÁN CON TU VIDA. Pocas cosas me habían resultado más intrigantes en vísperas de la época del iPhone.
Lo había oído ya en muchas ocasiones (y en otras tantas lo había creído) (y en aún más lo había dicho yo misma) pero esta hoja tan nimia y tan procaz al mismo tiempo terminó por obligarme a hacer lo que estaba haciendo: leyéndola con atención, línea a línea. Existe, decía el punto primero del manifiesto, algo que se llama Exceso de Contacto (así, con mayúsculas). Al facilitar el contacto con tu mundo cercano (el manifiesto insistía en hablarme de tú y eso, no sé por qué, me parecía ejemplo del mentado exceso) estás permitiendo que entren en tu esfera más íntima una cantidad indescifrable y, eventualmente, incontrolable de vibras y karmas que terminarán afectándote de maneras definitivas. Por ejemplo: ese número sólo en apariencia equivocado es, en realidad, un caballo de Troya que ayudará a derribar las paredes de esa ciudad interna a la que es fácil denominar El Yo.
El punto número dos era menos poético: “En la era de la información y su incesante ruido, el ser humano precisa de silencio. Necesitas escucharte a ti mismo”. Revisé las muchas tardes que había pasado escuchándome a mí misma y pensé que, de haberlo hecho, el ludita anti-celularítico se lo habría pensado dos veces antes de llamar a eso silencio. Por un momento pensé que era un aliado no muy secreto de la paranoia urbana que, con sus mítines incesantes en los paneles de la cabeza, constituye la forma más ecuménica, y desesperanzada, del ruido.
En el tercer punto le di la razón: “El celular facilita la circulación de las malas noticias”. En efecto, si ya no se tardaban en llegar en un mundo sin tecnología, podía ver, y había comprobado ya en algunas ocasiones, que las malas noticias constituían uno de los grupos más beneficiados por el exceso de contacto al que nos sometían tantos caballos de Troya de la era celular. ¿Y necesita uno, de verdad, una mala noticia?
El punto número cuatro era fundamentalmente literario. Ahí el autor del enrabiado documento aducía, yo creo que con razón, que una obra como Drácula, de Bram Stocker –basada como se sabe en la incesante producción de telegramas y cartas y diarios, y la trascripción de todos los anteriores– perdería su condición de Gran Obra de la Literatura Universal si, en lugar de la pasión de la escritura, los personajes en peligro se hubieran dado a la tarea de comunicarse oralmente y, además, de manera inmediata, con los personajes que se encontraban a salvo. Y qué decir, continuaba el documento, de las novelas policiales y aquellas obras dominadas por el monólogo interior o el flujo de conciencia. ¿Cuántos traumas, secretos, dramas se convertirían en mera información gracias al uso del celular? ¿Cuántos párrafos se transformarían en esa pedacería especular que eran los mensajes de texto?
El quinto punto tenía que ver con la voz. ¿No era una voz sin labios lo mismo que un cuerpo decapitado sobre la calle?, se preguntaba con tintes francamente dramáticos el contrincante anónimo del celular.
El sexto y séptimo punto eran, a decir verdad, uno solo: el celular era un ataque contra el cuerpo, contra el cuerpo y su presencia, contra el cuerpo y su lentitud, contra el cuerpo y sus gestos. Ese pequeño aparato con lucecitas de colores y ruiditos psicodélicos no era más que el abracadabra con el que la sociedad actual había logrado por fin deshacerse de los cuerpos. Es cierto, admitía, que muchas veces se utilizan estos teléfonos para hacer citas y, luego entonces, juntar cuerpos, pero la mayoría de las veces, también decía esto, las citas sólo eran pretextos para que otros nos vieran hablando por teléfono con los que, debido a que tenían cuerpo, no estaban ahí.
En esos momentos pasaban por la calle dos muchachos aparentemente juntos, pero cada uno con su celular pegado a la oreja derecha y, vaya, no pude evitar un súbito ataque de melancolía. Recordé que ahí, dentro de mi bolsa, estaba ese pequeño objeto que me conectaba innecesariamente con otros –sobre todo con esos otros que me buscaban para darme cantidades irrisorias de trabajo–, que me llenaba de ruido y de paranoia y de malas noticias mientras me convertía en la mismísima Mujer Invisible frente a los hombres o mujeres que sostenían entretenidas conversaciones con sus fantasmas favoritos a través de bocinas secretas. Saqué, pues, en plena actitud de derrota, un plumón rojo de mi bolso (que es una verdadera cueva de las mil maravillas) y subrayé todos y cada uno de los puntos del Manifiesto Ludita. Luego, como es claro, no pude evitar tomar mi celular y contarle mi dramática experiencia al fantasma de Troya que se desvanecía del otro lado de la línea.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Los objetos despiertan, sin duda, pasiones desmedidas. Eso pensé al encontrar una hoja mecanografiada en papel revolución sobre una pared citadina. Entre figuras agigantadas de graffiti y propaganda de una revista de, como se dice, actualidad, la hoja susodicha llamó mi atención por sus dimensiones, tan pequeñas, y por su obcecada hechura: tipografía mecánica y reproducción manual. Se trataba, a todas luces, de un manifiesto: un texto público redactado con la fiebre de la convicción y los recursos atávicos de un ludita de inicios del siglo XXI. El título: LOS CELULARES ACABARÁN CON TU VIDA. Pocas cosas me habían resultado más intrigantes en vísperas de la época del iPhone.
Lo había oído ya en muchas ocasiones (y en otras tantas lo había creído) (y en aún más lo había dicho yo misma) pero esta hoja tan nimia y tan procaz al mismo tiempo terminó por obligarme a hacer lo que estaba haciendo: leyéndola con atención, línea a línea. Existe, decía el punto primero del manifiesto, algo que se llama Exceso de Contacto (así, con mayúsculas). Al facilitar el contacto con tu mundo cercano (el manifiesto insistía en hablarme de tú y eso, no sé por qué, me parecía ejemplo del mentado exceso) estás permitiendo que entren en tu esfera más íntima una cantidad indescifrable y, eventualmente, incontrolable de vibras y karmas que terminarán afectándote de maneras definitivas. Por ejemplo: ese número sólo en apariencia equivocado es, en realidad, un caballo de Troya que ayudará a derribar las paredes de esa ciudad interna a la que es fácil denominar El Yo.
El punto número dos era menos poético: “En la era de la información y su incesante ruido, el ser humano precisa de silencio. Necesitas escucharte a ti mismo”. Revisé las muchas tardes que había pasado escuchándome a mí misma y pensé que, de haberlo hecho, el ludita anti-celularítico se lo habría pensado dos veces antes de llamar a eso silencio. Por un momento pensé que era un aliado no muy secreto de la paranoia urbana que, con sus mítines incesantes en los paneles de la cabeza, constituye la forma más ecuménica, y desesperanzada, del ruido.
En el tercer punto le di la razón: “El celular facilita la circulación de las malas noticias”. En efecto, si ya no se tardaban en llegar en un mundo sin tecnología, podía ver, y había comprobado ya en algunas ocasiones, que las malas noticias constituían uno de los grupos más beneficiados por el exceso de contacto al que nos sometían tantos caballos de Troya de la era celular. ¿Y necesita uno, de verdad, una mala noticia?
El punto número cuatro era fundamentalmente literario. Ahí el autor del enrabiado documento aducía, yo creo que con razón, que una obra como Drácula, de Bram Stocker –basada como se sabe en la incesante producción de telegramas y cartas y diarios, y la trascripción de todos los anteriores– perdería su condición de Gran Obra de la Literatura Universal si, en lugar de la pasión de la escritura, los personajes en peligro se hubieran dado a la tarea de comunicarse oralmente y, además, de manera inmediata, con los personajes que se encontraban a salvo. Y qué decir, continuaba el documento, de las novelas policiales y aquellas obras dominadas por el monólogo interior o el flujo de conciencia. ¿Cuántos traumas, secretos, dramas se convertirían en mera información gracias al uso del celular? ¿Cuántos párrafos se transformarían en esa pedacería especular que eran los mensajes de texto?
El quinto punto tenía que ver con la voz. ¿No era una voz sin labios lo mismo que un cuerpo decapitado sobre la calle?, se preguntaba con tintes francamente dramáticos el contrincante anónimo del celular.
El sexto y séptimo punto eran, a decir verdad, uno solo: el celular era un ataque contra el cuerpo, contra el cuerpo y su presencia, contra el cuerpo y su lentitud, contra el cuerpo y sus gestos. Ese pequeño aparato con lucecitas de colores y ruiditos psicodélicos no era más que el abracadabra con el que la sociedad actual había logrado por fin deshacerse de los cuerpos. Es cierto, admitía, que muchas veces se utilizan estos teléfonos para hacer citas y, luego entonces, juntar cuerpos, pero la mayoría de las veces, también decía esto, las citas sólo eran pretextos para que otros nos vieran hablando por teléfono con los que, debido a que tenían cuerpo, no estaban ahí.
En esos momentos pasaban por la calle dos muchachos aparentemente juntos, pero cada uno con su celular pegado a la oreja derecha y, vaya, no pude evitar un súbito ataque de melancolía. Recordé que ahí, dentro de mi bolsa, estaba ese pequeño objeto que me conectaba innecesariamente con otros –sobre todo con esos otros que me buscaban para darme cantidades irrisorias de trabajo–, que me llenaba de ruido y de paranoia y de malas noticias mientras me convertía en la mismísima Mujer Invisible frente a los hombres o mujeres que sostenían entretenidas conversaciones con sus fantasmas favoritos a través de bocinas secretas. Saqué, pues, en plena actitud de derrota, un plumón rojo de mi bolso (que es una verdadera cueva de las mil maravillas) y subrayé todos y cada uno de los puntos del Manifiesto Ludita. Luego, como es claro, no pude evitar tomar mi celular y contarle mi dramática experiencia al fantasma de Troya que se desvanecía del otro lado de la línea.
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Tuesday, August 05, 2008
FRANZ, EL UR-BLOGUISTA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura}
Las apariencias engañan, dice el dicho. La proliferación de la escritura electrónica en los albores del siglo XXI pareciera ser el resultado más o menos lógico de la tecnología moderna. Pareciera que alguien tiene un blog porque posee una computadora que incluye la función necesaria para elaborar una bitácora electrónica. Sin embargo, basta leer a autores como Macedonio Fernández o Franz Kafka para darse cuenta de que, sin otro instrumento más que el lápiz y el papel, y una que otra estampilla postal, estos autores escribían ya electrónicamente.
El ejemplo del caso: Las cartas a Felice, esos tres volúmenes de misivas que de manera regular y obsesiva y detallada le escribiera Franz Kafka a una mujer con la que, también aparentemente, él planeaba casarse. La lectura de entrada tras entrada, misiva tras misiva, no deja lugar a dudas. Franz Kafka fue, en el más literal de los sentidos, un bloguista excelso. Un verdadero prócer del género. Escritas en la oficina, en la casa o en el tren, antes de dormir o justo al despertar, largas o cortas, maravillosamente profundas u obsesivamente detalladas, todas estas cartas dirigidas a un público específico (en este caso Felice Bauer) y producidas en cantidades descomunales (con frecuencia dos al día, por ejemplo) vienen claramente de la mente de un bloguista empedernido.
Se nota, antes que nada, su obsesión por la escritura-–esa actividad que, según su carta escrita entre el 14 y 15 de enero de 1913, “significa abrirse desmesuradamente” pero para la cual “nunca puede estar uno lo bastante solo..., nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe, la noche resulta poco nocturna, incluso”. Unos meses después, tampoco tuvo empacho alguno en declarar: “Pasarme las noches escribiendo como loco, eso es lo único que quiero. Y que ello me haga derrumbarme aniquilado, o volverme loco, eso lo quiero también, porque es la consecuencia necesaria y por largo tiempo presentida”. [13/VII/13] Escribir siempre, en todo momento, no por dos horas, como le aconsejaba su prometida, sino al menos diez horas al día. Eso quería y, en todo caso, eso es precisamente lo que hacía, frente a la hoja o aproximándose a la hoja, escribir-–la primera obsesión de todo bloguista.
Sus observaciones, como las de todo buen bloguista, fueron muy variadas. No hubo cosa de la vida cotidiana que le resultara demasiado pequeña o insulsa–-el rostro de una mujer en el andén, la descripción de la oficina a la que en no pocas ocasiones denominó como su propio infierno, paseos con amigos, paseos a solas, horas de duda, horas de desolación. Las obras de teatro a las que asistía, los libros que leía, sus opiniones sobre el cinematógrafo (y sobre este tema, por cierto, hace no mucho se publicó el libro Kafka Goes to the Movies de Hanns Zischler) le merecían comentarios especiales. Como muchas de estas misivas estaban destinadas a capturar la atención afectiva de Felice, éstas contienen también reflexiones sobre el amor-–o la imposibilidad del amor para ser más exactos–-y las relaciones humanas. Algunos pasajes típicamente kafkianos incluyen: “Pero qué pasa cuando le falta a uno la fuerza de conquistar a un ser por completo?”, del 12 y 13 de febrero de 1913. O la siguiente: “Y ahora, mi amor, tómame, pero no olvides, no olvides rechazarme a su debido tiempo”. Y por el mismo estilo: “La eterna preocupación de mis cartas es liberarte de mí, pero en cuanto me parece haberlo conseguido, me vuelvo loco”.
En su ur-blog, Franz Kafka también se refirió de manera irónica a los comentarios usualmente positivos que recibían sus escritos. No aceptó ninguno de ellos y a todos los caracterizó, casi invariablemente, como malas interpretaciones exageradas, aunque nunca hizo el esfuerzo de expresar este rechazo en público. Eso, sin duda, se debe a que en realidad Franz no tenía, como lo expresó otro día de febrero, “ningún plan, ninguna perspectiva, yo no puedo entrar en el futuro por mis propios pasos; precipitarme en el futuro, rodar en el futuro, tropezar y caer en el futuro, eso sí puedo hacerlo, y lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado”. Siempre y cuando, claro está, esa posición le permitiera seguir escribiendo.
Con todo y todo, Franz, famoso por su desgano, su tuberculosis, y antipatía contra el mundo, no pudo deshacerse de otra característica del buen bloguista: la coquetería. En su carta del 8 de abril de 1913, Franz retaba de manera socarrona a Felice: “Tienes que admitir que poseo el arte de hacerme seductor”.
Franz-–y lo llamo así porque así firmaba su ur-blog–-escribió esto otro día de febrero: “En otros tiempos, cuando mi visión de mí mismo era aún más precaria, y creía que no me era permisible dejar de prestar atención al mundo ni un solo instante, en la pueril suposición de que el peligro está ahí...”. La oración continúa, pero el “ni-un-solo-instante” y la palabra “peligro” que viven dentro de esta declaración me obligan a detenerme. Esos dos elementos me convencen una vez más. Resulta apabulladoramente obvio. No hay explicación alternativa. Franz fue y sigue siendo el verdadero ur-bloguista: aquel que sabe que “prestar atención al mundo” es sólo una descripción un tanto larga pero bastante exacta del acto de escribir.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura}
Las apariencias engañan, dice el dicho. La proliferación de la escritura electrónica en los albores del siglo XXI pareciera ser el resultado más o menos lógico de la tecnología moderna. Pareciera que alguien tiene un blog porque posee una computadora que incluye la función necesaria para elaborar una bitácora electrónica. Sin embargo, basta leer a autores como Macedonio Fernández o Franz Kafka para darse cuenta de que, sin otro instrumento más que el lápiz y el papel, y una que otra estampilla postal, estos autores escribían ya electrónicamente.
El ejemplo del caso: Las cartas a Felice, esos tres volúmenes de misivas que de manera regular y obsesiva y detallada le escribiera Franz Kafka a una mujer con la que, también aparentemente, él planeaba casarse. La lectura de entrada tras entrada, misiva tras misiva, no deja lugar a dudas. Franz Kafka fue, en el más literal de los sentidos, un bloguista excelso. Un verdadero prócer del género. Escritas en la oficina, en la casa o en el tren, antes de dormir o justo al despertar, largas o cortas, maravillosamente profundas u obsesivamente detalladas, todas estas cartas dirigidas a un público específico (en este caso Felice Bauer) y producidas en cantidades descomunales (con frecuencia dos al día, por ejemplo) vienen claramente de la mente de un bloguista empedernido.
Se nota, antes que nada, su obsesión por la escritura-–esa actividad que, según su carta escrita entre el 14 y 15 de enero de 1913, “significa abrirse desmesuradamente” pero para la cual “nunca puede estar uno lo bastante solo..., nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe, la noche resulta poco nocturna, incluso”. Unos meses después, tampoco tuvo empacho alguno en declarar: “Pasarme las noches escribiendo como loco, eso es lo único que quiero. Y que ello me haga derrumbarme aniquilado, o volverme loco, eso lo quiero también, porque es la consecuencia necesaria y por largo tiempo presentida”. [13/VII/13] Escribir siempre, en todo momento, no por dos horas, como le aconsejaba su prometida, sino al menos diez horas al día. Eso quería y, en todo caso, eso es precisamente lo que hacía, frente a la hoja o aproximándose a la hoja, escribir-–la primera obsesión de todo bloguista.
Sus observaciones, como las de todo buen bloguista, fueron muy variadas. No hubo cosa de la vida cotidiana que le resultara demasiado pequeña o insulsa–-el rostro de una mujer en el andén, la descripción de la oficina a la que en no pocas ocasiones denominó como su propio infierno, paseos con amigos, paseos a solas, horas de duda, horas de desolación. Las obras de teatro a las que asistía, los libros que leía, sus opiniones sobre el cinematógrafo (y sobre este tema, por cierto, hace no mucho se publicó el libro Kafka Goes to the Movies de Hanns Zischler) le merecían comentarios especiales. Como muchas de estas misivas estaban destinadas a capturar la atención afectiva de Felice, éstas contienen también reflexiones sobre el amor-–o la imposibilidad del amor para ser más exactos–-y las relaciones humanas. Algunos pasajes típicamente kafkianos incluyen: “Pero qué pasa cuando le falta a uno la fuerza de conquistar a un ser por completo?”, del 12 y 13 de febrero de 1913. O la siguiente: “Y ahora, mi amor, tómame, pero no olvides, no olvides rechazarme a su debido tiempo”. Y por el mismo estilo: “La eterna preocupación de mis cartas es liberarte de mí, pero en cuanto me parece haberlo conseguido, me vuelvo loco”.
En su ur-blog, Franz Kafka también se refirió de manera irónica a los comentarios usualmente positivos que recibían sus escritos. No aceptó ninguno de ellos y a todos los caracterizó, casi invariablemente, como malas interpretaciones exageradas, aunque nunca hizo el esfuerzo de expresar este rechazo en público. Eso, sin duda, se debe a que en realidad Franz no tenía, como lo expresó otro día de febrero, “ningún plan, ninguna perspectiva, yo no puedo entrar en el futuro por mis propios pasos; precipitarme en el futuro, rodar en el futuro, tropezar y caer en el futuro, eso sí puedo hacerlo, y lo que mejor soy capaz de hacer es quedarme tumbado”. Siempre y cuando, claro está, esa posición le permitiera seguir escribiendo.
Con todo y todo, Franz, famoso por su desgano, su tuberculosis, y antipatía contra el mundo, no pudo deshacerse de otra característica del buen bloguista: la coquetería. En su carta del 8 de abril de 1913, Franz retaba de manera socarrona a Felice: “Tienes que admitir que poseo el arte de hacerme seductor”.
Franz-–y lo llamo así porque así firmaba su ur-blog–-escribió esto otro día de febrero: “En otros tiempos, cuando mi visión de mí mismo era aún más precaria, y creía que no me era permisible dejar de prestar atención al mundo ni un solo instante, en la pueril suposición de que el peligro está ahí...”. La oración continúa, pero el “ni-un-solo-instante” y la palabra “peligro” que viven dentro de esta declaración me obligan a detenerme. Esos dos elementos me convencen una vez más. Resulta apabulladoramente obvio. No hay explicación alternativa. Franz fue y sigue siendo el verdadero ur-bloguista: aquel que sabe que “prestar atención al mundo” es sólo una descripción un tanto larga pero bastante exacta del acto de escribir.
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Sunday, August 03, 2008
A CASE FOR THE PLANET
If we imagine ourselves as planetary subjects rather than global agents, palentary creatures rather than global entities, alterity remains underived from us; it is not our dialectical negation, it contains us as much as it flings us away. And thus to think of it is already to transgress, for, in spite of our frays into what we metaphorize, differently, as outer and inner space, what is above and beyond our own reach is not continuous with us as it is not, indeed, specifically discontinuous. We must persistently educate ourselves into this peculiar mindset.
Gayatri Chakravorty Spivak, "Planetarity," in Death of a Discipline, 73.
--crg
If we imagine ourselves as planetary subjects rather than global agents, palentary creatures rather than global entities, alterity remains underived from us; it is not our dialectical negation, it contains us as much as it flings us away. And thus to think of it is already to transgress, for, in spite of our frays into what we metaphorize, differently, as outer and inner space, what is above and beyond our own reach is not continuous with us as it is not, indeed, specifically discontinuous. We must persistently educate ourselves into this peculiar mindset.
Gayatri Chakravorty Spivak, "Planetarity," in Death of a Discipline, 73.
--crg
Tuesday, July 29, 2008
BIENVENIDO EL CATACLISMO
[en La Mano Obllicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La palabra, en sí misma, provoca inquietud. Uno no espera un cataclismo como quien espera la lluvia. Uno, en sentido estricto y en honor a la verdad, no espera un cataclismo; el cataclismo ocurre, de preferencia sin anuncio alguno. Sin más: he aquí una transición cataclísmica. Repentino y visceral, el cataclismo aparece, inaugurando así el espacio “de la nada” (o, en inglés, del azul). El cataclismo, en todo caso, está aquí para cambiarlo todo. Revolución estructural. Limen definitivo. Inexplicable. ¿Doloroso? Uno por lo general no dice “fuiste un cataclismo en mi vida” con una sonrisa en la boca. El cataclismo, sin embargo, interrumpe el estado general de las cosas y, al hacerlo, causa angustia pero también gusto, ambos presuntamente desmedidos (de otra manera no serían cataclísmicos). Tanto la ciencia como la narrativa modernas nos han enseñado a ver al cataclismo con suspicacia. El darwinismo lo domesticó con lentas gradaciones en contextos de intensa competitividad; la novela decimonónica lo redujo a momentos de revelación que, construidos poco a poco a través de una anécdota, normalizaban, porque lo explicaban, el estado de las cosas. Táctica de conservación.
Según Mike Davis, el feroz crítico social que ha tocado con singular acidez tanto los límites posibles como los casi imposibles de las grandes metrópolis modernas (desde Ciudad de Cuarzo. Excavando el futuro en Los Ángeles, hasta Ciudades Muertas: Ecología, catástrofe y revuelta) así como también las consecuencias humanas de los cambios climáticos y la destrucción ecológica de nuestros tiempos (Ecología del miedo: Los Ángeles y la imaginación del desastre y Los últimos holocaustos victorianos: El Niño y la creación del Tercer Mundo), los recientes cambios en el campo de la geología se basan y, a su vez, resultan en una apreciación mucho más benigna de esos grandes cambios con consecuencias inéditas a los que solemos denominar como cataclismos. ¿Somos, pues, danzantes cósmicos en el escenario de la historia? Éste es el titulo del capítulo que Davis le dedica a la sección de “Ciencias Extremas” en el libro Ciudades Muertas.
Contrario a los universos aislados y predecibles que configuraron las imaginaciones de Newton, Darwin y Lyell, la tierra que imaginan unos cuantos científicos conocidos como neo-catastrofistas--entre los que se cuentan Kenneth Hsu en China y Mineo Kumazawa en la Universidad de Nagoya--no es inmune para nada al caos astronómico. Al contrario, parte singular de un sistema solar histórico que no parece preñado de vida, la tierra es la corteza donde convergen, y esto continuamente aunque a escalas de tiempo distintas, eventos terrestres y procesos extraterrestres cuya evidencia más dramática aparece, precisamente, en forma de impactos monumentales de los cuales se generan las catástrofes. El caso que le permite a Davis una lectura social de los hallazgos de la geología contemporánea es un debate--la relación de los asteroides y los impactos de cometa en eventos de extinción masiva–-que no hace mucho se reavivó a nivel popular con la identificación del cráter de Chicxulub en la península de Yucatán y su vinculación con la extinción de los dinosaurios, científicamente conocida como la Extinción masiva del límite K/T o la extinción del Cretáceo-Terciario (lo que uno aprende conviviendo con personas de entre 8 y 12 años).
Siguiendo principalmente los trabajos de Herbert Shaw (Cráteres, cosmos y crónicas: una nueva teoría de la tierra) y de Ross Taylor (La evolución del sistema solar: una nueva perspectiva), ambos libros publicados en la última década del siglo XX, Davis señala la importancia epistemológica de la puntual incorporación de la catástrofe como un evento no ocasional sino fundamental en sus nuevas visiones de la tierra. De la misma manera, Davis demuestra el papel estratégico de ese tipo de tierra dentro de un sistema solar concebido como un bricolage. Izquierdista convencido, Davis advierte en ese giro no linear de la geología, que escapa además a las estructuras causales de la explicación científica más convencional, una revaloración del cataclismo como una fuerza que condensa procesos temporales–-permitiéndonos así pensar el cambio en formas que no obedecen a una lógica gradual y linear–-y que garantiza el aumento exponencial de energía al que se le deben, parafraseando las palabras que Edmund Halley dirigió a la Real Sociedad en 1694, “la sucesión de mundos”.
Aunque los neo-catastrofistas son bastante escépticos acerca de la posibilidad de vida más allá de la tierra, aduciendo que las condiciones que facilitaron tal existencia son raras en el universo tal como lo conocemos, ellos generalmente creen en el poder creativo de la destrucción última. Aseguran, así, justo como lo hace Stephen Jay Gould, que las extinciones masivas son en realidad un proceso de “evolución por lotería” donde se asegura la supervivencia no del más fuerte sino del más suertudo. Contrario a la doxa micro-evolucionista de la selección natural, un neo-catastrofista como Michael Rampino asegura que los cataclismos son saltos no lineales de macro-evolución que rompen el estatismo de los ecosistemas. Revolucionarias, pero indiferentes, las catástrofes. Ni modo.
Mientras los científicos discuten y esgrimen evidencia de uno u otro campo--ya para establecer a la catástrofe como un hecho más o menos aislado de baja frecuencia en el universo o para presentarla como el motor mismo detrás de las tendencias hacia una creciente diversidad biológica-–los mortales que caminamos sobre esa peleada superficie terrestre haríamos bien en volver la cara al cielo con mayor frecuencia. Ya sea para agradecer o para pedir clemencia, ese simple movimiento de cabeza demostraría que creemos, también, “en una tierra existencial formada por la energía creativa de sus catástrofes”.
--crg
[en La Mano Obllicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La palabra, en sí misma, provoca inquietud. Uno no espera un cataclismo como quien espera la lluvia. Uno, en sentido estricto y en honor a la verdad, no espera un cataclismo; el cataclismo ocurre, de preferencia sin anuncio alguno. Sin más: he aquí una transición cataclísmica. Repentino y visceral, el cataclismo aparece, inaugurando así el espacio “de la nada” (o, en inglés, del azul). El cataclismo, en todo caso, está aquí para cambiarlo todo. Revolución estructural. Limen definitivo. Inexplicable. ¿Doloroso? Uno por lo general no dice “fuiste un cataclismo en mi vida” con una sonrisa en la boca. El cataclismo, sin embargo, interrumpe el estado general de las cosas y, al hacerlo, causa angustia pero también gusto, ambos presuntamente desmedidos (de otra manera no serían cataclísmicos). Tanto la ciencia como la narrativa modernas nos han enseñado a ver al cataclismo con suspicacia. El darwinismo lo domesticó con lentas gradaciones en contextos de intensa competitividad; la novela decimonónica lo redujo a momentos de revelación que, construidos poco a poco a través de una anécdota, normalizaban, porque lo explicaban, el estado de las cosas. Táctica de conservación.
Según Mike Davis, el feroz crítico social que ha tocado con singular acidez tanto los límites posibles como los casi imposibles de las grandes metrópolis modernas (desde Ciudad de Cuarzo. Excavando el futuro en Los Ángeles, hasta Ciudades Muertas: Ecología, catástrofe y revuelta) así como también las consecuencias humanas de los cambios climáticos y la destrucción ecológica de nuestros tiempos (Ecología del miedo: Los Ángeles y la imaginación del desastre y Los últimos holocaustos victorianos: El Niño y la creación del Tercer Mundo), los recientes cambios en el campo de la geología se basan y, a su vez, resultan en una apreciación mucho más benigna de esos grandes cambios con consecuencias inéditas a los que solemos denominar como cataclismos. ¿Somos, pues, danzantes cósmicos en el escenario de la historia? Éste es el titulo del capítulo que Davis le dedica a la sección de “Ciencias Extremas” en el libro Ciudades Muertas.
Contrario a los universos aislados y predecibles que configuraron las imaginaciones de Newton, Darwin y Lyell, la tierra que imaginan unos cuantos científicos conocidos como neo-catastrofistas--entre los que se cuentan Kenneth Hsu en China y Mineo Kumazawa en la Universidad de Nagoya--no es inmune para nada al caos astronómico. Al contrario, parte singular de un sistema solar histórico que no parece preñado de vida, la tierra es la corteza donde convergen, y esto continuamente aunque a escalas de tiempo distintas, eventos terrestres y procesos extraterrestres cuya evidencia más dramática aparece, precisamente, en forma de impactos monumentales de los cuales se generan las catástrofes. El caso que le permite a Davis una lectura social de los hallazgos de la geología contemporánea es un debate--la relación de los asteroides y los impactos de cometa en eventos de extinción masiva–-que no hace mucho se reavivó a nivel popular con la identificación del cráter de Chicxulub en la península de Yucatán y su vinculación con la extinción de los dinosaurios, científicamente conocida como la Extinción masiva del límite K/T o la extinción del Cretáceo-Terciario (lo que uno aprende conviviendo con personas de entre 8 y 12 años).
Siguiendo principalmente los trabajos de Herbert Shaw (Cráteres, cosmos y crónicas: una nueva teoría de la tierra) y de Ross Taylor (La evolución del sistema solar: una nueva perspectiva), ambos libros publicados en la última década del siglo XX, Davis señala la importancia epistemológica de la puntual incorporación de la catástrofe como un evento no ocasional sino fundamental en sus nuevas visiones de la tierra. De la misma manera, Davis demuestra el papel estratégico de ese tipo de tierra dentro de un sistema solar concebido como un bricolage. Izquierdista convencido, Davis advierte en ese giro no linear de la geología, que escapa además a las estructuras causales de la explicación científica más convencional, una revaloración del cataclismo como una fuerza que condensa procesos temporales–-permitiéndonos así pensar el cambio en formas que no obedecen a una lógica gradual y linear–-y que garantiza el aumento exponencial de energía al que se le deben, parafraseando las palabras que Edmund Halley dirigió a la Real Sociedad en 1694, “la sucesión de mundos”.
Aunque los neo-catastrofistas son bastante escépticos acerca de la posibilidad de vida más allá de la tierra, aduciendo que las condiciones que facilitaron tal existencia son raras en el universo tal como lo conocemos, ellos generalmente creen en el poder creativo de la destrucción última. Aseguran, así, justo como lo hace Stephen Jay Gould, que las extinciones masivas son en realidad un proceso de “evolución por lotería” donde se asegura la supervivencia no del más fuerte sino del más suertudo. Contrario a la doxa micro-evolucionista de la selección natural, un neo-catastrofista como Michael Rampino asegura que los cataclismos son saltos no lineales de macro-evolución que rompen el estatismo de los ecosistemas. Revolucionarias, pero indiferentes, las catástrofes. Ni modo.
Mientras los científicos discuten y esgrimen evidencia de uno u otro campo--ya para establecer a la catástrofe como un hecho más o menos aislado de baja frecuencia en el universo o para presentarla como el motor mismo detrás de las tendencias hacia una creciente diversidad biológica-–los mortales que caminamos sobre esa peleada superficie terrestre haríamos bien en volver la cara al cielo con mayor frecuencia. Ya sea para agradecer o para pedir clemencia, ese simple movimiento de cabeza demostraría que creemos, también, “en una tierra existencial formada por la energía creativa de sus catástrofes”.
--crg
Monday, July 28, 2008
UNSPEAKABLE
the word: unfönklmiövijéu
there is a large storage place sorrounded by snow
seeds inside
(this is called brain or wind or perhaps)
time crosses the border and becomes space
there are centuries between the end and your hand
history unfolds
red is a favorite color: a pelican sings
I walked over pebbles for years
the word: jegülijqsij
orchids smell asymmetrically when they die
there is a tower inside my eyes, a cloud
the words: huïnetji gliclohu
the mouth, unable
--crg
the word: unfönklmiövijéu
there is a large storage place sorrounded by snow
seeds inside
(this is called brain or wind or perhaps)
time crosses the border and becomes space
there are centuries between the end and your hand
history unfolds
red is a favorite color: a pelican sings
I walked over pebbles for years
the word: jegülijqsij
orchids smell asymmetrically when they die
there is a tower inside my eyes, a cloud
the words: huïnetji gliclohu
the mouth, unable
--crg
Sunday, July 27, 2008
THE IMPORTANCE OF OBLIQUITY
The earth´s unique and massive satellite, the Moon, plays a crucial role in stabilizing the obliquity of the earth´s rotational axis. Locked into spin-orbit resonance with the Earth--that is, the lunar day is equivalent to the lunar month--the Moon with its high angular momentum keeps the Earth tilted within one degree (plus or minus) of the 24.4 relative to its plane of revolution. Obliquity, of course, is what creates the terrestrial seasonality so important to the evolution and diversity of life. Mars, in contrast, has a wildly oscillating tilt and chaotic seasonality, while Venus, rotating slowly backward, has virtually no seasonality at all. It may be impossible for a "Gaian-type" biosphere, with its complex network of self-regulating biogeochenmical cycles, to evolve under such conditions, regardless of the presence of water or not.
Mike Davis, "Cosmic Dancers on History´s Stage," in Dead Cities, 333.
The earth´s unique and massive satellite, the Moon, plays a crucial role in stabilizing the obliquity of the earth´s rotational axis. Locked into spin-orbit resonance with the Earth--that is, the lunar day is equivalent to the lunar month--the Moon with its high angular momentum keeps the Earth tilted within one degree (plus or minus) of the 24.4 relative to its plane of revolution. Obliquity, of course, is what creates the terrestrial seasonality so important to the evolution and diversity of life. Mars, in contrast, has a wildly oscillating tilt and chaotic seasonality, while Venus, rotating slowly backward, has virtually no seasonality at all. It may be impossible for a "Gaian-type" biosphere, with its complex network of self-regulating biogeochenmical cycles, to evolve under such conditions, regardless of the presence of water or not.
Mike Davis, "Cosmic Dancers on History´s Stage," in Dead Cities, 333.
Friday, July 25, 2008
Thursday, July 24, 2008
Tuesday, July 22, 2008
EL SUPERHÉROE SE PREGUNTA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Sólo los piojos nos extrañarían, asegura el periodista Alan Weisman en El mundo sin nosotros, el libro en el que visualiza de manera devastadora el proceso entrópico en que entraría el mundo una vez que los humanos lograran extinguirse a sí mismos de la faz de la tierra. Sólo los piojos, pues, y algunas 200 especies de bacterias guardarían algo parecido a un luto por una especie que ha sido, en sí misma, la mayor amenaza para todo ser vivo en su entorno. De hecho, son tantas y tan profundas las catástrofes provocadas por la invención humana que éstas continuarían, en ocasiones incluso agravándose, tan pronto como la última persona emitiera el respiro final. En el recuento de daños de Weisman, esto resulta claro, la humanidad no sale bien parada. Si el lector de este libro se encontrara por pura casualidad en el muy probable escenario de esos días postreros seguramente entraría en un verdadero dilema. Salvar a la humanidad. Dejarla perecer. Salvar. Perecer. La margarita de los tiempos. Algo parecido les sucede, habiendo leído a Weisman o no, a los superhéroes de las películas de este verano.
Acaso sean los altos precios de la gasolina o la mera posibilidad de elegir a un presidente negro pero todo parece indicar que los Estados Unidos, y Hollywood en particular, se han sumido en un trance introspectivo no exento de humor, autocrítica e, incluso, algo de lucidez—tres adjetivos que no suelen aparecer juntos (y ni siquiera por separado) en las reseñas de las películas hechas para pasar el verano sin meditar ni poco ni demasiado. Este año, tres películas anunciadas como de entretenimiento familiar, es decir, dirigidas sobre todo a un público infantil, comparten superhéroes desencantados, en colores no convencionales, para quienes “luchar por la justicia” lejos de ser un lema de acción constituye, más bien, un principio de duda. ¿Por qué arriesgarse por una humanidad que no entiende o de plano desprecia el trabajo del superhéroe? ¿Para que salvar a una raza de perezosos irresponsables, pagados de sí mismos que, además, estigmatizan la diferencia que representa, en virtud de sus propios poderes, el superhéroe? ¿Atravesaría alguien los cielos para rescatar a la persona que, luego, le escupirá la cara o lo tachará de freak? La respuesta a esta interrogante en el verano del 2008 es, únicamente, tal vez.
El escenario lo establece Pixar, con habitual maestría, en Wall.e, La fecha: 700 años después de que el último ser humano abandonó la tierra. El personaje: un robot workhacólico que, durante esos muchos años, no sólo se ha dedicado a reciclar basura sino también a seleccionar, entre el cúmulo de objetos desechados, aquellos que por extraños o únicos merecen formar parte de su colección privada. Las condiciones: montones de basura que, literalmente, conforman edificios monumentales en un mundo dominado por el color del óxido y las tolvaneras súbitas. En medio de todo eso, Wall.e, el solitario historiador de la cultura material desarrolla, además, una debilidad: la película Hello, Dolly, y el sueño de la compañía que, pronto, se volverá una posibilidad en el personaje de Eva, el robot aparentemente diseñado por Apple con quien se embarcará en una aventura integaláctica hasta llegar a Axiom—esa portentosa nave donde sobreviven, sentados y casi sin estructura ósea, unos seres humanos que han volcado su sentido de voluntad en las máquinas que ahora los dirigen. Wall.e, por cierto, no se propone salvar a humanidad alguna. Lejos de hacerse una pregunta tan insensata, una pregunta de hecho inconcebible, el adicto al trabajo se concentra mejor en su romance sideral. Si en algo contribuye al retorno de Los Sin Esqueleto a la tierra es más producto de la coincidencia que de su deseo. Su deseo es tomar a otro robot de la mano.
Igual de solo que Wall.e sobre la faz de una tierra que todavía sostiene a la raza humana más o menos en pie, Hancock pone tanto empeño en su consumo de alcohol como Wall.e en su proceso de trabajo. Sin uniforme distintivo y sin empatía alguna por una especie que lo deplora, Hancock pasa sus días semidormido sobre bancas públicas o chocando contra las aves con las que comparte el populoso espacio aéreo de la época. Malagradecidos y aprovechados, los hombres y mujeres e incluso los niños con los que Hancock tiene contacto sólo comprueban una y otra vez sus sospechas: no valen la pena. Aunque Peter Berg se vale de una improbable vuelta de tuerca en el desarrollo de la anécdota para domesticar a Hancock y justificar, de paso, la soledad que lo singulariza, el neo-superhéroe puede volver a explotar.
Menos solo, pero presa también de la duda fundacional del superhéroe del verano 08, el Hellboy de Guillermo del Toro está cerca en más de una ocasión de darle la espalda a aquellos que, después de servirse de sus poderes, no hacen más que estigmatizarlo como freak o acusarlo de intenciones que suponen perversas. Antes de ser domesticado por la paternidad, el niño del infierno opta por la cerveza, las canciones cursis y la desobediencia.
Solos y tanáticos, más próximos a Frankestein que a Superman, el neo-superhéroe se pregunta y, al hacerlo, se atormenta. De ahí el trabajo o el alcohol. De ahí la caída, tan espectacular como interrumpida. Mucho me temo que, de no tener que recuperar los costos de producción que salen, esto se sabe, de los bolsillos de los humanos que van a verse al cine, los neo-superhéroes no dudarían tanto. De ahí esa manera compasiva y torva y crepuscular con la que saludan a los piojos y a todas y cada una de esas 200 especies de bacterias que, según Weisman, sí nos extrañarían.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Sólo los piojos nos extrañarían, asegura el periodista Alan Weisman en El mundo sin nosotros, el libro en el que visualiza de manera devastadora el proceso entrópico en que entraría el mundo una vez que los humanos lograran extinguirse a sí mismos de la faz de la tierra. Sólo los piojos, pues, y algunas 200 especies de bacterias guardarían algo parecido a un luto por una especie que ha sido, en sí misma, la mayor amenaza para todo ser vivo en su entorno. De hecho, son tantas y tan profundas las catástrofes provocadas por la invención humana que éstas continuarían, en ocasiones incluso agravándose, tan pronto como la última persona emitiera el respiro final. En el recuento de daños de Weisman, esto resulta claro, la humanidad no sale bien parada. Si el lector de este libro se encontrara por pura casualidad en el muy probable escenario de esos días postreros seguramente entraría en un verdadero dilema. Salvar a la humanidad. Dejarla perecer. Salvar. Perecer. La margarita de los tiempos. Algo parecido les sucede, habiendo leído a Weisman o no, a los superhéroes de las películas de este verano.
Acaso sean los altos precios de la gasolina o la mera posibilidad de elegir a un presidente negro pero todo parece indicar que los Estados Unidos, y Hollywood en particular, se han sumido en un trance introspectivo no exento de humor, autocrítica e, incluso, algo de lucidez—tres adjetivos que no suelen aparecer juntos (y ni siquiera por separado) en las reseñas de las películas hechas para pasar el verano sin meditar ni poco ni demasiado. Este año, tres películas anunciadas como de entretenimiento familiar, es decir, dirigidas sobre todo a un público infantil, comparten superhéroes desencantados, en colores no convencionales, para quienes “luchar por la justicia” lejos de ser un lema de acción constituye, más bien, un principio de duda. ¿Por qué arriesgarse por una humanidad que no entiende o de plano desprecia el trabajo del superhéroe? ¿Para que salvar a una raza de perezosos irresponsables, pagados de sí mismos que, además, estigmatizan la diferencia que representa, en virtud de sus propios poderes, el superhéroe? ¿Atravesaría alguien los cielos para rescatar a la persona que, luego, le escupirá la cara o lo tachará de freak? La respuesta a esta interrogante en el verano del 2008 es, únicamente, tal vez.
El escenario lo establece Pixar, con habitual maestría, en Wall.e, La fecha: 700 años después de que el último ser humano abandonó la tierra. El personaje: un robot workhacólico que, durante esos muchos años, no sólo se ha dedicado a reciclar basura sino también a seleccionar, entre el cúmulo de objetos desechados, aquellos que por extraños o únicos merecen formar parte de su colección privada. Las condiciones: montones de basura que, literalmente, conforman edificios monumentales en un mundo dominado por el color del óxido y las tolvaneras súbitas. En medio de todo eso, Wall.e, el solitario historiador de la cultura material desarrolla, además, una debilidad: la película Hello, Dolly, y el sueño de la compañía que, pronto, se volverá una posibilidad en el personaje de Eva, el robot aparentemente diseñado por Apple con quien se embarcará en una aventura integaláctica hasta llegar a Axiom—esa portentosa nave donde sobreviven, sentados y casi sin estructura ósea, unos seres humanos que han volcado su sentido de voluntad en las máquinas que ahora los dirigen. Wall.e, por cierto, no se propone salvar a humanidad alguna. Lejos de hacerse una pregunta tan insensata, una pregunta de hecho inconcebible, el adicto al trabajo se concentra mejor en su romance sideral. Si en algo contribuye al retorno de Los Sin Esqueleto a la tierra es más producto de la coincidencia que de su deseo. Su deseo es tomar a otro robot de la mano.
Igual de solo que Wall.e sobre la faz de una tierra que todavía sostiene a la raza humana más o menos en pie, Hancock pone tanto empeño en su consumo de alcohol como Wall.e en su proceso de trabajo. Sin uniforme distintivo y sin empatía alguna por una especie que lo deplora, Hancock pasa sus días semidormido sobre bancas públicas o chocando contra las aves con las que comparte el populoso espacio aéreo de la época. Malagradecidos y aprovechados, los hombres y mujeres e incluso los niños con los que Hancock tiene contacto sólo comprueban una y otra vez sus sospechas: no valen la pena. Aunque Peter Berg se vale de una improbable vuelta de tuerca en el desarrollo de la anécdota para domesticar a Hancock y justificar, de paso, la soledad que lo singulariza, el neo-superhéroe puede volver a explotar.
Menos solo, pero presa también de la duda fundacional del superhéroe del verano 08, el Hellboy de Guillermo del Toro está cerca en más de una ocasión de darle la espalda a aquellos que, después de servirse de sus poderes, no hacen más que estigmatizarlo como freak o acusarlo de intenciones que suponen perversas. Antes de ser domesticado por la paternidad, el niño del infierno opta por la cerveza, las canciones cursis y la desobediencia.
Solos y tanáticos, más próximos a Frankestein que a Superman, el neo-superhéroe se pregunta y, al hacerlo, se atormenta. De ahí el trabajo o el alcohol. De ahí la caída, tan espectacular como interrumpida. Mucho me temo que, de no tener que recuperar los costos de producción que salen, esto se sabe, de los bolsillos de los humanos que van a verse al cine, los neo-superhéroes no dudarían tanto. De ahí esa manera compasiva y torva y crepuscular con la que saludan a los piojos y a todas y cada una de esas 200 especies de bacterias que, según Weisman, sí nos extrañarían.
--crg
Tuesday, July 15, 2008
LECHOS LIMINALES
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La denominación transgenérica que pone en entredicho la estricta diferenciación sexual en la obra de Rulfo no se limita al personaje de Doroteo/Dorotea en la novela Pedro Páramo. En "Anacleto Morones", uno de los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas, una de las diez mujeres que buscan a Lucas Lucatero para que dé fe de los milagros cometidos por su suegro, el ahora denominado Niño Morones, es una “a la que le dicen Melquíades”, un nombre de uso tradicionalmente masculino en México. Asimismo, Rulfo les ha otorgado a esas integrantes de la congregación del Niño Morones características más bien viriles: Francisca, por ejemplo, porta un bigote “de cuatro pelos” que, sin embargo, no impide que Lucatero la invite a “dormir con él” hacia el final de la jornada, ya cuando las otras mujeres han ido abandonado, en grupo o a solas, la casa de Lucatero. Desafiando o de plano burlándose del estereotipo de la beata, estas congregantes de inquebrantable fe religiosa son mujeres que saben distinguir bastante bien entre ser señoritas y ser solteras. Ante el asombro Lucatero, quien dice no haber estado enterado de que la hija de Anastasio tuviera marido, la misma responde: “Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera”. Son mujeres, incluso, que han abortado: Nieves García, antigua amante de Lucatero confiesa: “Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre era un vaquetón?”. Viejas y sin los encantos físicos de la femeneidad convencional, redefiniendo los estados civiles en los que viven y describiendo a la maternidad como una opción, las congregantes del Niño Morones se parecen mucho a las chicas modernas —esas figura a la vez amenazante y seductora que tanto asoló las mentes y cuerpos de los habitantes del medio siglo en México. Solteras, que no solteronas, las congregantes rulfianas no tienen tampoco empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne— lecciones que han aprendido, de ahí su devoción, del evangelio del pícaro de Anacleto Morones. Tan bien lo han aprendido que, después de tener sexo con Lucatero, Francisca la de los bigotes no duda en expresar la comparación que ha hecho entre las habilidades sexuales del suegro y del yerno:
“—Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quien sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor”.
Rulfo tampoco denegó la sexualidad polimorfa de los niños o de los locos. En "Macario", el cuento que le dedicó a Clara, su esposa, y el único que incluye, de hecho, una dedicatoria, Rulfo crea la voz de un niño o un adolescente presuntamente afectado de sus capacidades mentales que, además de padecer de un hambre constante y un claro temor al infierno, describe con detallada pericia sus encuentros íntimos con Felipa, una mujer de la que se conoce su nombre, pero de la que se desconoce su relación de parentesco. Felipa, en todo caso, no es la madrina a quien Macario teme y respeta, sobre todo porque ella “es la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera”. Felipa es, sobre todo, sus pechos, de donde mana una leche con sabor a las flores de obelisco. Felipa, además, va en las noches al cuarto de Macario y ahí se le arrima, “acostándose encima de [él] o echándose a un ladito”. La imagen es, por supuesto, maternal y erótica a la vez. Perturbadora. Oscilante.
Atrapados en el umbral entre la vida y la muerte, entre lo posible y lo permitido, la sexualidad rulfiana se despliega en modos y prácticas variadas. Acaso por eso mismo el Adán y Eva edénicos devienen, en los terrenos de Pedro Páramo, un par de hermanos incestuosos que Juan Preciado, el hijo que busca a su padre, encuentra dentro de una casa con “el techo en el suelo” cuando, a causa de las muchas cosas que le han pasado y que no entiende, sólo alcanza a tener deseos de dormir. Los hermanos ya duermen completamente desnudos sobre sus raquíticos lechos y, por ello, lo conminan a recostarse. Así, luego de un sueño intranquilo por el cual han atravesado las voces disgustadas de los hermanos, Juan Preciado despierta:
“-¿A dónde se fue su marido?
—No es mi marido. Es mi hermano; aunque él no quiere que se sepa.”
Por boca de ella, uno de los poquísimos personajes sin nombre en la novela y la obra de Rulfo, el recién llegado se entera así de la relación pecaminosa que, según la mujer, le ha dejado el rostro lleno de “manchas moradas como de jiote”. Por ella también llega a sus oídos la confesión que el obispo no pudo perdonar:
“—Yo le quise decir que la vida nos había juntado, acorralándonos y puesto uno junto al otro. Estábamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo. Tal vez tenga ya a quien confirmar cuando regrese”.
Con culpa pero sin arrepentimiento, la innombrable justifica así el incesto. Si la causa ha sido la soledad que acorrala, el resultado será la supervivencia de una comunidad que, de otra manera, no podrá sino ser una caja de espectros. El futuro de Comala pende así de la sexualidad no normativa y liminal que domina ya sus lechos.
Si por queer se entiende el tipo de teoría que no sólo enfatiza la naturaleza social, y por lo tanto relacional, de las identidades de género sino que también, acaso sobre todo, explora las conductas sexuales que cuestionan tales definiciones, trastocándolas o, de plano, redefiniéndolas, el texto rulfiano es, de entrada, un texto queer. Ya en la Comala llena de espectros o ya en el llano, los personajes rulfianos responden apenas, y eso con trabajos, a los llamados de la masculinidad y la feminidad dominantes, comportándose, en cambio, con el desparpajo o la determinación de quien se sabe singular y complejo y problemático. Los momentos de intermitencia genérica que aparecen y desaparecen, sólo para volver a aparecer propician, sin duda, una lectura alternativa de los cuerpos de la modernidad mexicana desde uno de sus textos fundadores.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La denominación transgenérica que pone en entredicho la estricta diferenciación sexual en la obra de Rulfo no se limita al personaje de Doroteo/Dorotea en la novela Pedro Páramo. En "Anacleto Morones", uno de los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas, una de las diez mujeres que buscan a Lucas Lucatero para que dé fe de los milagros cometidos por su suegro, el ahora denominado Niño Morones, es una “a la que le dicen Melquíades”, un nombre de uso tradicionalmente masculino en México. Asimismo, Rulfo les ha otorgado a esas integrantes de la congregación del Niño Morones características más bien viriles: Francisca, por ejemplo, porta un bigote “de cuatro pelos” que, sin embargo, no impide que Lucatero la invite a “dormir con él” hacia el final de la jornada, ya cuando las otras mujeres han ido abandonado, en grupo o a solas, la casa de Lucatero. Desafiando o de plano burlándose del estereotipo de la beata, estas congregantes de inquebrantable fe religiosa son mujeres que saben distinguir bastante bien entre ser señoritas y ser solteras. Ante el asombro Lucatero, quien dice no haber estado enterado de que la hija de Anastasio tuviera marido, la misma responde: “Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera”. Son mujeres, incluso, que han abortado: Nieves García, antigua amante de Lucatero confiesa: “Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre era un vaquetón?”. Viejas y sin los encantos físicos de la femeneidad convencional, redefiniendo los estados civiles en los que viven y describiendo a la maternidad como una opción, las congregantes del Niño Morones se parecen mucho a las chicas modernas —esas figura a la vez amenazante y seductora que tanto asoló las mentes y cuerpos de los habitantes del medio siglo en México. Solteras, que no solteronas, las congregantes rulfianas no tienen tampoco empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne— lecciones que han aprendido, de ahí su devoción, del evangelio del pícaro de Anacleto Morones. Tan bien lo han aprendido que, después de tener sexo con Lucatero, Francisca la de los bigotes no duda en expresar la comparación que ha hecho entre las habilidades sexuales del suegro y del yerno:
“—Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quien sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor”.
Rulfo tampoco denegó la sexualidad polimorfa de los niños o de los locos. En "Macario", el cuento que le dedicó a Clara, su esposa, y el único que incluye, de hecho, una dedicatoria, Rulfo crea la voz de un niño o un adolescente presuntamente afectado de sus capacidades mentales que, además de padecer de un hambre constante y un claro temor al infierno, describe con detallada pericia sus encuentros íntimos con Felipa, una mujer de la que se conoce su nombre, pero de la que se desconoce su relación de parentesco. Felipa, en todo caso, no es la madrina a quien Macario teme y respeta, sobre todo porque ella “es la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera”. Felipa es, sobre todo, sus pechos, de donde mana una leche con sabor a las flores de obelisco. Felipa, además, va en las noches al cuarto de Macario y ahí se le arrima, “acostándose encima de [él] o echándose a un ladito”. La imagen es, por supuesto, maternal y erótica a la vez. Perturbadora. Oscilante.
Atrapados en el umbral entre la vida y la muerte, entre lo posible y lo permitido, la sexualidad rulfiana se despliega en modos y prácticas variadas. Acaso por eso mismo el Adán y Eva edénicos devienen, en los terrenos de Pedro Páramo, un par de hermanos incestuosos que Juan Preciado, el hijo que busca a su padre, encuentra dentro de una casa con “el techo en el suelo” cuando, a causa de las muchas cosas que le han pasado y que no entiende, sólo alcanza a tener deseos de dormir. Los hermanos ya duermen completamente desnudos sobre sus raquíticos lechos y, por ello, lo conminan a recostarse. Así, luego de un sueño intranquilo por el cual han atravesado las voces disgustadas de los hermanos, Juan Preciado despierta:
“-¿A dónde se fue su marido?
—No es mi marido. Es mi hermano; aunque él no quiere que se sepa.”
Por boca de ella, uno de los poquísimos personajes sin nombre en la novela y la obra de Rulfo, el recién llegado se entera así de la relación pecaminosa que, según la mujer, le ha dejado el rostro lleno de “manchas moradas como de jiote”. Por ella también llega a sus oídos la confesión que el obispo no pudo perdonar:
“—Yo le quise decir que la vida nos había juntado, acorralándonos y puesto uno junto al otro. Estábamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo. Tal vez tenga ya a quien confirmar cuando regrese”.
Con culpa pero sin arrepentimiento, la innombrable justifica así el incesto. Si la causa ha sido la soledad que acorrala, el resultado será la supervivencia de una comunidad que, de otra manera, no podrá sino ser una caja de espectros. El futuro de Comala pende así de la sexualidad no normativa y liminal que domina ya sus lechos.
Si por queer se entiende el tipo de teoría que no sólo enfatiza la naturaleza social, y por lo tanto relacional, de las identidades de género sino que también, acaso sobre todo, explora las conductas sexuales que cuestionan tales definiciones, trastocándolas o, de plano, redefiniéndolas, el texto rulfiano es, de entrada, un texto queer. Ya en la Comala llena de espectros o ya en el llano, los personajes rulfianos responden apenas, y eso con trabajos, a los llamados de la masculinidad y la feminidad dominantes, comportándose, en cambio, con el desparpajo o la determinación de quien se sabe singular y complejo y problemático. Los momentos de intermitencia genérica que aparecen y desaparecen, sólo para volver a aparecer propician, sin duda, una lectura alternativa de los cuerpos de la modernidad mexicana desde uno de sus textos fundadores.
--crg
Monday, July 14, 2008
DESNUDARSE ES DARSE
Esta semana en La Inquietante e Internacional Semana de las Mujeres Desnudas versos e imagen del poeta Saúl Ordóñez.
Y continuamos!
--crg
Esta semana en La Inquietante e Internacional Semana de las Mujeres Desnudas versos e imagen del poeta Saúl Ordóñez.
Y continuamos!
--crg
Wednesday, July 09, 2008
COMALA-CHERNOBYL
"If everyone on Earth dissapeared, 441 nuclear plants, several with multiple reactors, would briefly run on autopilot until, one by one, they overheated. As refueling schedules are usually staggered so that some reactors generate while others are down, possibly half would burn, and the rest would melt. Either way, the spilling of radioactivity into the air, and into nearby bodies of water, would be formidable, and it would last, in the case of enriched uranium, into geological time".
Alan Weisman, The World Without Us, 213.
And that was nothing compared to what happened in Comala once Pedro Páramo crossed his arms. His gaze lost in the horizon. The great unloved one.
--crg
"If everyone on Earth dissapeared, 441 nuclear plants, several with multiple reactors, would briefly run on autopilot until, one by one, they overheated. As refueling schedules are usually staggered so that some reactors generate while others are down, possibly half would burn, and the rest would melt. Either way, the spilling of radioactivity into the air, and into nearby bodies of water, would be formidable, and it would last, in the case of enriched uranium, into geological time".
Alan Weisman, The World Without Us, 213.
And that was nothing compared to what happened in Comala once Pedro Páramo crossed his arms. His gaze lost in the horizon. The great unloved one.
--crg
Tuesday, July 08, 2008
LO QUE YO QUIERO DE ÉL ES SU CUERPO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumadoras deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumadoras deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.
--crg
Monday, July 07, 2008
EL PODER DE LA LITERATURA
Leo el Llano en llamas y, por la ventana, es posible ver las lenguetas de fuego coronando las montañas.
Leo Pedro Páramo y, tan pronto como me interno en los caminos solitarios de un pueblo habitado por ánimas sexuadas, el cielo deja caer una lluvia de ceniza blanca. Blanca.
Creo que pospondreé la lectura de Dead Cities, de Mike Davis, y The World Without Us, de Alan Weisman, hasta tiempos un poco mas propicios.
--crg
Leo el Llano en llamas y, por la ventana, es posible ver las lenguetas de fuego coronando las montañas.
Leo Pedro Páramo y, tan pronto como me interno en los caminos solitarios de un pueblo habitado por ánimas sexuadas, el cielo deja caer una lluvia de ceniza blanca. Blanca.
Creo que pospondreé la lectura de Dead Cities, de Mike Davis, y The World Without Us, de Alan Weisman, hasta tiempos un poco mas propicios.
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Thursday, July 03, 2008
EN MÉXICO, AHORA
Introducción: desde 1966 los niños y adolescentes con problemas de salud mental tienen un espacio único para la atención, la enseñanza y la investigación, de los mismos en el HOSPITAL PSIQUIATRICO INFANTIL 'DR. JUAN N. NAVARRO'.
Hechos: el 15 de mayo de 2008, autoridades de la Secretaría de Salud anunciaron una próxima reubicación de este hospital en unas ex oficinas de la SEP, con la mitad de la superficie actual. Los trabajadores nos organizamos en asamblea permanente y mediante comisiones (Técnica, Padres y Difusión), votamos por la no reubicación.
Argumentos: 1. Por ordenpresidencial se destinó este predio para el tratamiento de niños con alteraciones de la salud mental, para la prevención de estas enfermedades yla realización de investigaciones científica sobre esta disciplina (Acta de inauguración, 24 de octubre de 1966). Este sigue siendo su fin, destinarlo a otropropósito no es justo en ésta época en la que las enfermedades mentales enniños y adolescentes van en aumento. 2. La propuesta para la reubicación es una construcción vertical con oficinas sin infraestructura para consulta y hospitalización, que reduce de 120 a 30 camas, se nos ofrece realizar las adecuaciones necesarias, a la par que se nos dice que no hay presupuesto para tener un hospital digno. Lo anterior impide separación por edades y/o diagnósticos, limita el número de pacientes atendidos, la formación de médicos residentes, la docencia y la investigación. Una estructura vertical no es apta para discapacitados en sillas de ruedas o adolescentes con intento suicida. El proyecto en términos presupuestales y de infraestructurano es adecuado. 3. El estigma, la discriminación y el desconocimiento de los problemas de salud mental se reflejan también en las políticas de salud y las decisiones deasignación de recursos y prioridades. Y hasta este momento, las autoridades no han reconocido su magnitud así como la importancia que tiene el tratamiento en la prevención de problemas como la farmacodependencia y la delincuencia. 4.- Una política de prevención siempre da mejor resultado en la medicina. Nuestro quehacer profesional se relaciona con la población más vulnerable en salud mental: sonniños, padecen adicciones, depresión y riesgo suicida o psicopatologíaprecursora de éstas y son de escasos recursos económicos. La política de salud debe también priorizar la atención en este grupo vulnerable. 5. Del presupuesto en salud del país, un 10% debería ser designado a la salud mental y contrasta con el 0.85% actual. Bajo este exiguo porcentaje tampoco los niños son prioridad. La discapacidad asociada a las enfermedades crónicas de la infancia y el derecho al goce máximo posible de salud, dependiente de la salud mental es la más abandonada. Adecuación y no obra nueva en nuestro predio, presupuesto incierto, reducciónde camas, etc. implican un despojo adicional. Por todo lo anterior la reubicación es inaceptable. ¿Debe México seguir esperando o resignándose? ¿Con estas estrategias nuestros pacientes y familias podrán Vivir Mejor? Lo único que perseguimos es fomentar la calidad de los servicios de atención en salud mentalinfantil, por medio del trabajo estable, cordial y ordenado.
Asamblea de losTrabajadores del HPI. ComitéTécnico. Comité de Padres. Comité de Difusión.
--crg
Introducción: desde 1966 los niños y adolescentes con problemas de salud mental tienen un espacio único para la atención, la enseñanza y la investigación, de los mismos en el HOSPITAL PSIQUIATRICO INFANTIL 'DR. JUAN N. NAVARRO'.
Hechos: el 15 de mayo de 2008, autoridades de la Secretaría de Salud anunciaron una próxima reubicación de este hospital en unas ex oficinas de la SEP, con la mitad de la superficie actual. Los trabajadores nos organizamos en asamblea permanente y mediante comisiones (Técnica, Padres y Difusión), votamos por la no reubicación.
Argumentos: 1. Por ordenpresidencial se destinó este predio para el tratamiento de niños con alteraciones de la salud mental, para la prevención de estas enfermedades yla realización de investigaciones científica sobre esta disciplina (Acta de inauguración, 24 de octubre de 1966). Este sigue siendo su fin, destinarlo a otropropósito no es justo en ésta época en la que las enfermedades mentales enniños y adolescentes van en aumento. 2. La propuesta para la reubicación es una construcción vertical con oficinas sin infraestructura para consulta y hospitalización, que reduce de 120 a 30 camas, se nos ofrece realizar las adecuaciones necesarias, a la par que se nos dice que no hay presupuesto para tener un hospital digno. Lo anterior impide separación por edades y/o diagnósticos, limita el número de pacientes atendidos, la formación de médicos residentes, la docencia y la investigación. Una estructura vertical no es apta para discapacitados en sillas de ruedas o adolescentes con intento suicida. El proyecto en términos presupuestales y de infraestructurano es adecuado. 3. El estigma, la discriminación y el desconocimiento de los problemas de salud mental se reflejan también en las políticas de salud y las decisiones deasignación de recursos y prioridades. Y hasta este momento, las autoridades no han reconocido su magnitud así como la importancia que tiene el tratamiento en la prevención de problemas como la farmacodependencia y la delincuencia. 4.- Una política de prevención siempre da mejor resultado en la medicina. Nuestro quehacer profesional se relaciona con la población más vulnerable en salud mental: sonniños, padecen adicciones, depresión y riesgo suicida o psicopatologíaprecursora de éstas y son de escasos recursos económicos. La política de salud debe también priorizar la atención en este grupo vulnerable. 5. Del presupuesto en salud del país, un 10% debería ser designado a la salud mental y contrasta con el 0.85% actual. Bajo este exiguo porcentaje tampoco los niños son prioridad. La discapacidad asociada a las enfermedades crónicas de la infancia y el derecho al goce máximo posible de salud, dependiente de la salud mental es la más abandonada. Adecuación y no obra nueva en nuestro predio, presupuesto incierto, reducciónde camas, etc. implican un despojo adicional. Por todo lo anterior la reubicación es inaceptable. ¿Debe México seguir esperando o resignándose? ¿Con estas estrategias nuestros pacientes y familias podrán Vivir Mejor? Lo único que perseguimos es fomentar la calidad de los servicios de atención en salud mentalinfantil, por medio del trabajo estable, cordial y ordenado.
Asamblea de losTrabajadores del HPI. ComitéTécnico. Comité de Padres. Comité de Difusión.
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Tuesday, July 01, 2008

LOS OBJETOS ABANDONADOS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Llegué a X, un pequeño pueblo universitario a las orillas del mar, una tarde de sábado. Había manejado unas cinco horas bajo la punzante luz del verano cuando me presenté, cansada y despeinada y medio ciega, en la oficina administrativa donde me darían, eso me habían informado con meses de anticipación en una carta, las llaves del departamento donde viviría mientras impartía mi clase. Poco sospechaba que al tomar las llaves del departamento 348, una unidad alejada del bullicio de la zona céntrica de complejo habitacional y reservada para los profesores, estaba dejando atrás todo lo que había sido mi vida para residir, ahora sí de tiempo completo, en Las Afueras.
En aquel entonces tenía ya bastante tiempo de no vivir en el país al que pertenecía X, pero de los años en los que me había establecido ahí y de mis subsecuentes y reiteradas visitas conservaba recuerdos más bien gratos: la puntualidad de las personas más diversas, la eficiencia de su sistema de cobranzas, la organización de sus burócratas, el funcionamiento de las señales de tráfico y, en general, una cierta superficialidad en los tratos de la vida cotidiana que, por una parte, me producía un supremo aburrimiento, pero que no dejaba de darle a esa vida cotidiana una ligereza que a menudo celebraba. Vivir sin intensidad tiene, sin duda alguna, consecuencias, y no todas ellas son negativas. Solía decirme cosas así. Seguramente fue por eso que, cuando finalmente logré dar con el 348 luego de avanzar a vuelta de rueda por el complejo habitacional, abrí la puerta sin temor alguno. Me esperaban, eso creía entonces, unas de esas semanas trilladas y serenas e idénticas a sí mismas que una vida llena de sobresaltos y aventuras me ha enseñado a apreciar en su justo valor. Así, en pocos días, y siguiendo a pie juntillas las indicaciones de una carta recibida con varios meses de anticipación, obtuve mis nuevas identificaciones, me hice de una bicicleta, y me dispuse a establecer y respetar una rutina diaria.
Me levantaría temprano, eso quedó claro desde el principio, y después del baño y del café matutino, iría a la universidad –ya para impartir mi seminario o para leer con toda tranquilidad en la biblioteca– para no regresar al 348 sino hasta la hora de la comida. Antes de emprender cualquier otra actividad vespertina, así fuera caminar o seguir leyendo, me había hecho a la idea de lavar los trastos. En Fugitive Pieces, una de mis novelas favoritas, la narradora y poeta Anne Michales asegura que, de manera por demás equivocada, solemos creer que estamos a merced de las cosas grandes y que podemos, en cambio, dominar a las pequeñas. Es todo lo contrario, recuerdo que decía uno de sus personajes. En algo parecido debí haber pensado la primera vez que observé lo que sucedía en el mundo de Las Afueras a través de la ventana de la cocina mientras lavaba platos y tazas, sartenes y cucharas.
A través de la ventana podían verse, en efecto, las montañas, casi azules en su lejanía. También era posible disfrutar de la vegetación silvestre que producía flores de extrañas formas y colores agresivos en la frontera ignota de los estacionamientos. Pero justo enfrente de la ventana de la cocina, ahí, a la vista de todos e ineludible a un tiempo, estaba también el contendor que servía de depósito para los objetos pesados y no tan pesados que dejaban tras de sí los residentes que partían. Anne Michales tenía razón: es difícil imaginar las consecuencias que pueden emanar de un hecho tan pequeño como ver un basurero a través de la ventana de una cocina.
Sin quererlo así aunque más bien pronto, me di cuenta de la agitada vida que se desarrollaba alrededor de los objetos abandonados. Los cargamentos de desperdicios no cesaban ni durante el día ni durante la noche. Aproximadamente cada media hora aparecían ahí los objetos más diversos: televisores, hornos, muletas, computadoras, ropa, ollas, libros, impresoras, zapatos, sillas, macetas, lámparas, colchones, flores artificiales, joyas. Y, detrás de ellos, aparecían puntuales los hombres y las mujeres que, fingiendo distracción, usualmente con las manos dentro de los bolsillos y silbando una tonadilla extraña con los labios apretados, se asomaban al contenedor con iguales dosis de tenacidad como de método para evaluar y, en su caso, extraer esas sobras del circuito del desperdicio.
Los objetos siempre me han hechizado, especialmente los objetos de consumo masivo. Me interesa su proceso de producción y la manera en que su contacto con los humanos los transforma de cosa en símbolo, por ejemplo. Me intrigan las historias que contienen o que encarnan. Siempre quiero descubrir la mirada que los ha marcado y, a su vez, las cicatrices que han producido en el espacio del que sin duda han sido arrancados. Me maravilla que siempre están en lugar de algo más. El proceso de su consumo, quiero decir, no ha dejado de ejercer su cuota de asombro en mí. Acaso por eso no fuera del todo extraño que, a medida que pasaba los días en X, esos días tranquilos e idénticos a sí mismos signados por una ligereza que no cesaba de celebrar, le dedicara más y más tiempo a observar la intensa vida de los objetos abandonados tan cerca de mi ventana. Fue así como empecé a retirarme del recinto universitario a la menor provocación y, luego, a pasar ahí sólo el tiempo más necesario. Dejé de visitar la biblioteca y, cada que abría un libro, no cesaba de preguntarme qué nuevo objeto habría llegado al contenedor justo en ese momento. Pronto, como es posible adivinarlo, crucé la línea divisoria: dejé de observar desde la ventana de la cocina para tomar parte en el ciclo.
Con las manos en los bolsillos y la mirada fingidamente perdida, me aproximé al contenedor. Luego, sin pensarlo mucho, más bien con la adrenalina que produce a veces un deseo reprimido, di el salto. Estiré la mano: los toqué. Fui evaluándolos con tenacidad y mesura. Ojo clínico. De ahí a llevar un registro de los hallazgos no pasó mucho tiempo. Si no hubiera sido por eso, por esas notas garabateadas con velocidad y torpeza en una libreta escolar, no tendría yo ahora memoria alguna del origen. Si no hubiera sido por eso, habría olvidado que antes y allá, allá adentro, hubo otra vida –esto que se le queda pegado a veces a las cosas que observo y toco en los contenedores de Las Afueras.
--crg
Monday, June 30, 2008
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