HÁBITO, HABITAR, HABITACIÓN
Sólo los habitados narran. Narrar es una habitación.
--crg
Friday, May 28, 2004
SIN PUERTAS VISIBLES RULES! (Y JEN HOFER TAMBIÉN)
Me avisa la traductora y poeta norteamericana Jen Hofer que:
"El libro [Sin Puertas Visibles: An Anthology of Contemporary Poetry by Mexican Women] fue finalista del premio de traducción de la organización PEN (es el premio más prestigioso de traducción en todo Estados Unidos). Otro libro ganó, pero me dicen que es poco usual que una antología siquiera estuviera considerada para el premio. Y ganamos un premio de traducción que da la Universidad de Colorado en Boulder, que se llama the Kayden Prize".
Sin Puertas Visibles incluye poemas de: Cristina Rivera-Garza, Carla Faesler, Angélica Tornero, Ana Belén López, Silvia Eugenia Castillero, Mónica Nepote, Dana Gelinas, María Rivera, Ofelia Pérez Sepúlveda, Dolores Dorantes, and Laura Solórzano
FELICIDADES A TODAS, PUESN!
--crg
Me avisa la traductora y poeta norteamericana Jen Hofer que:
"El libro [Sin Puertas Visibles: An Anthology of Contemporary Poetry by Mexican Women] fue finalista del premio de traducción de la organización PEN (es el premio más prestigioso de traducción en todo Estados Unidos). Otro libro ganó, pero me dicen que es poco usual que una antología siquiera estuviera considerada para el premio. Y ganamos un premio de traducción que da la Universidad de Colorado en Boulder, que se llama the Kayden Prize".
Sin Puertas Visibles incluye poemas de: Cristina Rivera-Garza, Carla Faesler, Angélica Tornero, Ana Belén López, Silvia Eugenia Castillero, Mónica Nepote, Dana Gelinas, María Rivera, Ofelia Pérez Sepúlveda, Dolores Dorantes, and Laura Solórzano
FELICIDADES A TODAS, PUESN!
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Thursday, May 27, 2004
EL AMBIVALENTE Y ACASO LIBERADOR ASUNTO DE LA MANO
Pensaba yo, con sumo pesar y algo de corajuda desazón, en el silencio radical de las árbolas. ¿Cómo (algo así me preguntaba) se comunican entre ellas si no tienen como llamarse? En los amplios bosques de la conversación y en los parques encantados del universo de las palabras juntas, ¿bajo que pronombres se escabullen? ¿de qué manera se marcan y se significan? En esas andaba, ya lista, de hecho, para componer una sentida diatriba sobre las dinámicas secretas y no tan secretas de tal injusticia, cuando me asaltó la presencia muda del meso sobre el cual redactaba mis airadas líneas con el plumo que había estado, minutos atrás, justo a un lado del cucharo. En el infinito mundo de los enseres domésticos, ¿cómo le hacían para denominarse y auto-denominarse el estufo y el escobo? Iba ya a abordar, en honor a un elemental sentido de equilibrio, este otro escabroso tema cuando, de manera por demás irremediable y quizá también irreversible, me vi obligada a pensar en el ambivalente y paradójico y acaso liberador asunto de la mano.
--La mano --me repetí en voz baja, cada vez con mayor estupor, observándola de reojo--. La mano.
Tan obvia y tan desapercibida; tan contestataria y tan modosita; tan doble (como un monstruo) y tan natural (como una parte del cuerpo). Tan contraespía de lo unívoco y tan socavadora de lo monológico. Tan entrenzada. Tan espiralosa. Tan su otro-otra. La mano. ah. La mano.
--crg
Pensaba yo, con sumo pesar y algo de corajuda desazón, en el silencio radical de las árbolas. ¿Cómo (algo así me preguntaba) se comunican entre ellas si no tienen como llamarse? En los amplios bosques de la conversación y en los parques encantados del universo de las palabras juntas, ¿bajo que pronombres se escabullen? ¿de qué manera se marcan y se significan? En esas andaba, ya lista, de hecho, para componer una sentida diatriba sobre las dinámicas secretas y no tan secretas de tal injusticia, cuando me asaltó la presencia muda del meso sobre el cual redactaba mis airadas líneas con el plumo que había estado, minutos atrás, justo a un lado del cucharo. En el infinito mundo de los enseres domésticos, ¿cómo le hacían para denominarse y auto-denominarse el estufo y el escobo? Iba ya a abordar, en honor a un elemental sentido de equilibrio, este otro escabroso tema cuando, de manera por demás irremediable y quizá también irreversible, me vi obligada a pensar en el ambivalente y paradójico y acaso liberador asunto de la mano.
--La mano --me repetí en voz baja, cada vez con mayor estupor, observándola de reojo--. La mano.
Tan obvia y tan desapercibida; tan contestataria y tan modosita; tan doble (como un monstruo) y tan natural (como una parte del cuerpo). Tan contraespía de lo unívoco y tan socavadora de lo monológico. Tan entrenzada. Tan espiralosa. Tan su otro-otra. La mano. ah. La mano.
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Tuesday, May 25, 2004
Monday, May 24, 2004
MARIA NEGRONI EN EL MORA
A los amantes de la poesía (y a los amantes en general) (y también a los que no son amantes ni de la poesía ni de lo general) se les recuerda que la poeta argentina Maria Negroni ofrecerá una lectura y un taller en el Instituto Mora. Aquí va la información otra vez:
María Negroni
Lectura con la autora*Entrada Libre*
Viernes 28 de mayo*19:00 hrs
Taller de escritura
Sábado 29 de mayo*de 10:00 a 13:00 hrs*
Costo: $500*Cupo limitado
Procedimiento para la inscripción a los talleres:
1) Obtener un número de pre-inscripción, llenando el formato disponible en la página www.mora.edu.mx y enviarlo vía correo electrónico mszurmuk@mora.edu.mx o bien al fax 5554 8946, ext. 3115. Este formato también se puede obtener en el tel. 5554 8946, ext. 3109 con la Sra. Vega.
2) Efectuar el pago mediante depósito bancario a la cuenta 9587981189, sucursal 958 de Banamex a nombre del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, y entregar el original de la ficha de depósito a la Sra. Vega.
Nota: a las personas que se inscriban a los 3 talleres (el tercero es conmigo en junio) recibirán un descuento del 25%
Plaza Valentín Gómez Farías # 12,
atrás del Parque Hundido, sobre Augusto Rodin.
San Juan Mixcoac, México D.F.
Tel. 5598 3777 ext. 1133
www.mora.edu.mx
--crg
A los amantes de la poesía (y a los amantes en general) (y también a los que no son amantes ni de la poesía ni de lo general) se les recuerda que la poeta argentina Maria Negroni ofrecerá una lectura y un taller en el Instituto Mora. Aquí va la información otra vez:
María Negroni
Lectura con la autora*Entrada Libre*
Viernes 28 de mayo*19:00 hrs
Taller de escritura
Sábado 29 de mayo*de 10:00 a 13:00 hrs*
Costo: $500*Cupo limitado
Procedimiento para la inscripción a los talleres:
1) Obtener un número de pre-inscripción, llenando el formato disponible en la página www.mora.edu.mx y enviarlo vía correo electrónico mszurmuk@mora.edu.mx o bien al fax 5554 8946, ext. 3115. Este formato también se puede obtener en el tel. 5554 8946, ext. 3109 con la Sra. Vega.
2) Efectuar el pago mediante depósito bancario a la cuenta 9587981189, sucursal 958 de Banamex a nombre del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, y entregar el original de la ficha de depósito a la Sra. Vega.
Nota: a las personas que se inscriban a los 3 talleres (el tercero es conmigo en junio) recibirán un descuento del 25%
Plaza Valentín Gómez Farías # 12,
atrás del Parque Hundido, sobre Augusto Rodin.
San Juan Mixcoac, México D.F.
Tel. 5598 3777 ext. 1133
www.mora.edu.mx
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THE ADVANTAGES OF BEING A WOMAN ARTIST
Working without the pressure of success.
Having an escape from the art world in your 4 free-lance jobs.
Knowing your career might pick up after you´re eighty.
Being reassured that whatever kind of art you make it will be labeled feminine.
Not being stuck in a tenured teaching position.
Seeing your ideas live on in the work of others.
Having the opportunity to choose between career and motherhood.
Not having to choke on these big cigars or paint in Italian suits.
Not having to undergo the embarrassment of being called a genius.
Getting your picture in the art magazines wearing a gorilla suit.
A Public Service from GUERILLA GIRLS conscience of the art world
532 La Guardia Place #237. NY. NY 10012
www.guerillagirls.com
--crg
Working without the pressure of success.
Having an escape from the art world in your 4 free-lance jobs.
Knowing your career might pick up after you´re eighty.
Being reassured that whatever kind of art you make it will be labeled feminine.
Not being stuck in a tenured teaching position.
Seeing your ideas live on in the work of others.
Having the opportunity to choose between career and motherhood.
Not having to choke on these big cigars or paint in Italian suits.
Not having to undergo the embarrassment of being called a genius.
Getting your picture in the art magazines wearing a gorilla suit.
A Public Service from GUERILLA GIRLS conscience of the art world
532 La Guardia Place #237. NY. NY 10012
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Saturday, May 22, 2004
ELOGIO A LA ININTELIGIBILIDAD
En uno de los expedientes clínicos que revisé para elaborar la historia de las prácticas psiquiátricas en México a inicios del siglo XX, un médico del Manicomio General La Castañeda acusaba a una interna--todavía no se les denominaba pacientes--de utilizar palabras rebuscadas y poco naturales a las que, para colmo de males, intentaba llenar de nuevos significados. En su diagnosis de locura circular--las había también racionales, morales, a dos, violentas, entre muchas otras--el médico hizo notar una vez más que ese lenguaje oscuro y flexible constituía la evidencia más clara del padecimiento mental de la mujer. Tal vez he leído demasiados expedientes clínicos en mi vida o tal vez sea el sereno, pero esta veneración, acaso unánime, por las bondades de un lenguaje claro, unívoco, de intachable conducta y amaestrados medios, a mí no sólo me produce aburrimiento sino también algo de cotidiano terror.
Debo confesar por principio de cuentas que pocas cosas me parecen tan sospechosas como La Claridad. Cuando alguien se esfuerza por ser "claro" a ultranza o por comunicarse de la manera más "clara" posible, a mí usualmente me entran ganas de correr. Si fuera tan natural, me digo en esos casos, habría menos gente tratando de convencerme de los beneficios o de la corrección política y, ciertamente, de la naturalidad misma de tal Claridad. Esa transparencia tan cuidadosamente fraguada y más puntillosamente defendida me resulta tan artificial como el “sentido común”, o “la comunicación”, o “el entendimiento”, que dice sustentar y proteger. Siempre en el terreno de lo conocido, siempre dentro de su espejo más íntimo, La Claridad, ante todo, nos recuerda que la realidad tiene un límite y que tal límite está, naturalmente, impuesto por ella misma. Siempre tautológica, siempre con la sonrisa calma de quien sabe salirse con la suya, La Claridad nos advierte que en su más allá sólo se encuentra el sin-sentido, la locura, la irrealidad y, de manera por demás definitiva, la muerte. La Claridad vive de amenazas. La Claridad es el bully de la esquina. La Claridad es la piedra angular sobre la que descansa esa dictadura oscurísima que las convenciones claridosas han decidido bautizar, en un código no por irónico menos apabullante, con el nombre de transparencia. La Claridad, con su luz amenazante, no deja de producir ceguera.
Por todo eso, cada vez que La Claridad toca a mi puerta para exigirme su diezmo o su impostergable pago a plazos, suelo esconderme bajo la penumbra de los días o en los claroscuros donde se recoge, a veces, la vida—tan tímida, tan complicada, tan sin salida. Desde ahí, en un lenguaje rebuscado lleno de esquinas, le dejo dicho que no estoy. Luego, nada más para hacer las cosas más difíciles que es como me gustan, coloco este recado justo sobre la mirilla:
Criticando los presupuestos de la claridad y, develando, al mismo tiempo, las políticas de las que parte y a las que encubre esa sospechosa transparencia, Judith Butler dice (y dice bien): "[n]either grammar nor style are politically neutral. Learning the rules that govern intelligible speech is an inculcation into normalized language, where the price of not conforming is the loss of intelligibility itself... It would be a mistake to think that received grammar is the best vehicle for expressing radical views, given the constraints that grammar imposes upon thought, indeed, upon the thinkable itself. But formulations that twist grammar or that implicitly call into question the subject-verb rquirementes of propositional sense are clearly irritating to some."
Judith Butler, Gender Trouble, xviii-xix
--crg
En uno de los expedientes clínicos que revisé para elaborar la historia de las prácticas psiquiátricas en México a inicios del siglo XX, un médico del Manicomio General La Castañeda acusaba a una interna--todavía no se les denominaba pacientes--de utilizar palabras rebuscadas y poco naturales a las que, para colmo de males, intentaba llenar de nuevos significados. En su diagnosis de locura circular--las había también racionales, morales, a dos, violentas, entre muchas otras--el médico hizo notar una vez más que ese lenguaje oscuro y flexible constituía la evidencia más clara del padecimiento mental de la mujer. Tal vez he leído demasiados expedientes clínicos en mi vida o tal vez sea el sereno, pero esta veneración, acaso unánime, por las bondades de un lenguaje claro, unívoco, de intachable conducta y amaestrados medios, a mí no sólo me produce aburrimiento sino también algo de cotidiano terror.
Debo confesar por principio de cuentas que pocas cosas me parecen tan sospechosas como La Claridad. Cuando alguien se esfuerza por ser "claro" a ultranza o por comunicarse de la manera más "clara" posible, a mí usualmente me entran ganas de correr. Si fuera tan natural, me digo en esos casos, habría menos gente tratando de convencerme de los beneficios o de la corrección política y, ciertamente, de la naturalidad misma de tal Claridad. Esa transparencia tan cuidadosamente fraguada y más puntillosamente defendida me resulta tan artificial como el “sentido común”, o “la comunicación”, o “el entendimiento”, que dice sustentar y proteger. Siempre en el terreno de lo conocido, siempre dentro de su espejo más íntimo, La Claridad, ante todo, nos recuerda que la realidad tiene un límite y que tal límite está, naturalmente, impuesto por ella misma. Siempre tautológica, siempre con la sonrisa calma de quien sabe salirse con la suya, La Claridad nos advierte que en su más allá sólo se encuentra el sin-sentido, la locura, la irrealidad y, de manera por demás definitiva, la muerte. La Claridad vive de amenazas. La Claridad es el bully de la esquina. La Claridad es la piedra angular sobre la que descansa esa dictadura oscurísima que las convenciones claridosas han decidido bautizar, en un código no por irónico menos apabullante, con el nombre de transparencia. La Claridad, con su luz amenazante, no deja de producir ceguera.
Por todo eso, cada vez que La Claridad toca a mi puerta para exigirme su diezmo o su impostergable pago a plazos, suelo esconderme bajo la penumbra de los días o en los claroscuros donde se recoge, a veces, la vida—tan tímida, tan complicada, tan sin salida. Desde ahí, en un lenguaje rebuscado lleno de esquinas, le dejo dicho que no estoy. Luego, nada más para hacer las cosas más difíciles que es como me gustan, coloco este recado justo sobre la mirilla:
Criticando los presupuestos de la claridad y, develando, al mismo tiempo, las políticas de las que parte y a las que encubre esa sospechosa transparencia, Judith Butler dice (y dice bien): "[n]either grammar nor style are politically neutral. Learning the rules that govern intelligible speech is an inculcation into normalized language, where the price of not conforming is the loss of intelligibility itself... It would be a mistake to think that received grammar is the best vehicle for expressing radical views, given the constraints that grammar imposes upon thought, indeed, upon the thinkable itself. But formulations that twist grammar or that implicitly call into question the subject-verb rquirementes of propositional sense are clearly irritating to some."
Judith Butler, Gender Trouble, xviii-xix
--crg
Tuesday, May 18, 2004
LA VIDA SECRETA DE LOS ETCÉTERAS
Aparecen usualmente al final de las oraciones, pero en realidad están en todos lados-- ya como signo que reemplaza lo por todos conocido, ya como puerta por donde pasa lo infinito o lo inconmensurable. Por mucho tiempo sentí una especie de pesar no muy hondo por los Etcéteras--siempre al final, siempre en-lugar-de, siempre en la cola del mundo sustituyendo lo de menos importancia o alargando innecesariamente una lista de referencias con frecuencia bastante inútiles. Me los imaginaba grises, sin lugar propio, apenas un agregado de última hora, un añadido más. Supuse que más de uno albergaría el denotativo deseo de dejar de ser un Etcétera para convertirse en algo específico y concreto, algo cerrado y con nombre propio. Supuse, en fin, tantas cosas. Mi actitud hacia Los Etcétras y su Extraña (o Turbulenta) Vida Secreta, sin embargo, ha cambiado. Véase si no.
En la oración: "En X (donde X es un parque conocido) había de todo: niños y ancianos y perros y etc." Reducido a tres letras y a un singluar acaso vergonzoso, ese Etcétera, sin embargo, deja entrar a todo lo que no es ni niños ni ancianos ni perros al tal lugar X. Una tarea, si me lo preguntan ahora, no sólo portentosa sino también fundamental en el proceso de extender lo límites de lo real. Ese Etcétera, habrá que decirlo con todas sus consonantes y vocales, está en lugar del Infinito Mismo.
El Etcétera, además, a menudo está ahí, en la oración, en lugar de Lo Indecible o en lugar, aun más, del Olvido (y todos sabemos que el Olvido es el otro término con el que se conoce Lo Infinito). Cuando el emisor no puede recordar una larga lista de referencias, el Etcétera Salvador sirve como escudo contra la mala memoria o el Alzheimer temprano.
Por si esto fuera poco, todos estamos al tanto, supongo, que todos y cada uno de nostotros hemos sido Etcétera más de una vez en la vida, como en la oración: "Y en la fiesta X estaban juanita y lucrecio y ozuna y martha y etcétera". Y todos, también alguna vez, hemos estado en Etcétera: "Visité Paris y Roma y Viena y etc.", donde Etcétera es, por ejemplo, Münich.
El caso es que, entre ser código no-tan-secreto para designar El Infinito o Lo Inconmensurable y puerta que se abre para que lo Real se expanda, Los Etcéteras no deben pasársela nada mal. Cuentan, además, con la protección del anonimato más radical (nadie anda por las calles tratando de revelar la identidad de un Etcétera, por ejemplo). Así entonces, no sólo ya no siento pesar alguno--ni hondo ni superficial--por Los Etcéteras sino que su elusiva condición de trásfuga gramatical me causa un extraño anhelo. Allá van ellos, esos Etcéteras, libres, con visado para todas las oraciones del mundo y sin identidad fija a la que tengan que responder o a la que tengan que serle fiel. Qué más, eh?
--crg
Aparecen usualmente al final de las oraciones, pero en realidad están en todos lados-- ya como signo que reemplaza lo por todos conocido, ya como puerta por donde pasa lo infinito o lo inconmensurable. Por mucho tiempo sentí una especie de pesar no muy hondo por los Etcéteras--siempre al final, siempre en-lugar-de, siempre en la cola del mundo sustituyendo lo de menos importancia o alargando innecesariamente una lista de referencias con frecuencia bastante inútiles. Me los imaginaba grises, sin lugar propio, apenas un agregado de última hora, un añadido más. Supuse que más de uno albergaría el denotativo deseo de dejar de ser un Etcétera para convertirse en algo específico y concreto, algo cerrado y con nombre propio. Supuse, en fin, tantas cosas. Mi actitud hacia Los Etcétras y su Extraña (o Turbulenta) Vida Secreta, sin embargo, ha cambiado. Véase si no.
En la oración: "En X (donde X es un parque conocido) había de todo: niños y ancianos y perros y etc." Reducido a tres letras y a un singluar acaso vergonzoso, ese Etcétera, sin embargo, deja entrar a todo lo que no es ni niños ni ancianos ni perros al tal lugar X. Una tarea, si me lo preguntan ahora, no sólo portentosa sino también fundamental en el proceso de extender lo límites de lo real. Ese Etcétera, habrá que decirlo con todas sus consonantes y vocales, está en lugar del Infinito Mismo.
El Etcétera, además, a menudo está ahí, en la oración, en lugar de Lo Indecible o en lugar, aun más, del Olvido (y todos sabemos que el Olvido es el otro término con el que se conoce Lo Infinito). Cuando el emisor no puede recordar una larga lista de referencias, el Etcétera Salvador sirve como escudo contra la mala memoria o el Alzheimer temprano.
Por si esto fuera poco, todos estamos al tanto, supongo, que todos y cada uno de nostotros hemos sido Etcétera más de una vez en la vida, como en la oración: "Y en la fiesta X estaban juanita y lucrecio y ozuna y martha y etcétera". Y todos, también alguna vez, hemos estado en Etcétera: "Visité Paris y Roma y Viena y etc.", donde Etcétera es, por ejemplo, Münich.
El caso es que, entre ser código no-tan-secreto para designar El Infinito o Lo Inconmensurable y puerta que se abre para que lo Real se expanda, Los Etcéteras no deben pasársela nada mal. Cuentan, además, con la protección del anonimato más radical (nadie anda por las calles tratando de revelar la identidad de un Etcétera, por ejemplo). Así entonces, no sólo ya no siento pesar alguno--ni hondo ni superficial--por Los Etcéteras sino que su elusiva condición de trásfuga gramatical me causa un extraño anhelo. Allá van ellos, esos Etcéteras, libres, con visado para todas las oraciones del mundo y sin identidad fija a la que tengan que responder o a la que tengan que serle fiel. Qué más, eh?
--crg
Saturday, May 15, 2004
EL TAXISTA ILUSTRADO: Lecciones de fe
Debí haberlo sospechado el minuto mismo en que abrí la puerta y el sonido melancólico de un coro no muy bien entonado me invadió los oídos. Debí haber puesto atención al crucifijo que colgaba del espejo retrovisor y a la imagen de la virgen que no dejaba ver bien el taxímetro. Cuando el hombre dijo "a usted le pasa algo" yo debí haber dejado de pensar en lo que andaba pensando y jamás debí haber respondido "a todos nos pasa algo todo el tiempo", aunque sí tuve el buen juicio de callarme lo que también creía, es decir, que lo verdaderamente raro sería que a alguien no le pasara algo en un, como se dice, momento dado.
--¿Sabe? --dijo el hombre mientras le bajaba el volumen a la tristísima música coral que, de haberme pasado algo, como él sugería, me habría puesto bastante deprimida--, yo me figuro que Dios la puede ayudar.
Ya para entonces me había propuesto guardar un laico silencio y, por eso, miraba el paisaje nevado a través de las ventanillas con una determinación casi militar.
--Porque Dios, ya le habrán dicho, ayuda a todo el mundo --insitió el hombre sin importarle mi falta de respuesta--. Figúrese que el otro día se subió un muchacho que me dijo que él era ateo pero no me amedrenté, ¿sabe usted?, porque yo sé que Dios es tan grande que hasta eso permite.
El Taxista de la Fe Inquebrantable habló así por un rato y yo, que no podía dejar de escucharlo, me imaginaba que más pronto que tarde la paciencia de la que estaba haciendo gala me ganaría, si no un proceso completo de santificación, por lo menos un lugarcillo algo cómodo en el así llamado cielo.
--Pero usted no se preocupe --mencionó, interrumpiendo mi auto-inmolada ensoñación en papel de santa--, usted ponga su destino en las manos de Dios.
Ya para entonces mi paciencia, cuya súbita desaparición no me aseguraría más que un lugar en el mismísimo infierno, había dado paso a un horror algo cansino pero no por ello menos real. Entonces aproveché que, respetando las seculares luces de los semáforos, el taxista se había detenido para pasarle a toda prisa un par de billetes y abrir la puerta y salir corriendo.
--O en las del sereno --me dije--. O en el sereno mismo --me reptí. Que es lo que siempre me decía y, luego, me repetía cuando se trataba de poner el destino de uno en algún lado.
--crg
Debí haberlo sospechado el minuto mismo en que abrí la puerta y el sonido melancólico de un coro no muy bien entonado me invadió los oídos. Debí haber puesto atención al crucifijo que colgaba del espejo retrovisor y a la imagen de la virgen que no dejaba ver bien el taxímetro. Cuando el hombre dijo "a usted le pasa algo" yo debí haber dejado de pensar en lo que andaba pensando y jamás debí haber respondido "a todos nos pasa algo todo el tiempo", aunque sí tuve el buen juicio de callarme lo que también creía, es decir, que lo verdaderamente raro sería que a alguien no le pasara algo en un, como se dice, momento dado.
--¿Sabe? --dijo el hombre mientras le bajaba el volumen a la tristísima música coral que, de haberme pasado algo, como él sugería, me habría puesto bastante deprimida--, yo me figuro que Dios la puede ayudar.
Ya para entonces me había propuesto guardar un laico silencio y, por eso, miraba el paisaje nevado a través de las ventanillas con una determinación casi militar.
--Porque Dios, ya le habrán dicho, ayuda a todo el mundo --insitió el hombre sin importarle mi falta de respuesta--. Figúrese que el otro día se subió un muchacho que me dijo que él era ateo pero no me amedrenté, ¿sabe usted?, porque yo sé que Dios es tan grande que hasta eso permite.
El Taxista de la Fe Inquebrantable habló así por un rato y yo, que no podía dejar de escucharlo, me imaginaba que más pronto que tarde la paciencia de la que estaba haciendo gala me ganaría, si no un proceso completo de santificación, por lo menos un lugarcillo algo cómodo en el así llamado cielo.
--Pero usted no se preocupe --mencionó, interrumpiendo mi auto-inmolada ensoñación en papel de santa--, usted ponga su destino en las manos de Dios.
Ya para entonces mi paciencia, cuya súbita desaparición no me aseguraría más que un lugar en el mismísimo infierno, había dado paso a un horror algo cansino pero no por ello menos real. Entonces aproveché que, respetando las seculares luces de los semáforos, el taxista se había detenido para pasarle a toda prisa un par de billetes y abrir la puerta y salir corriendo.
--O en las del sereno --me dije--. O en el sereno mismo --me reptí. Que es lo que siempre me decía y, luego, me repetía cuando se trataba de poner el destino de uno en algún lado.
--crg
LA DISTANCIA ELECTRÓNICA: una interpelación y dos ejemplos
1.
Dice Slavoj Zizek en "Cyberspace or the Unbearable Closure of Being" que la realidad virtual cancela la distancia entre el vecino y el extranjero lejano. En tanto presencias espectrales en la pantalla, añade, tanto el vecino como el extranjero son iguales. Yo no lo sé de cierto pero sospecho que tal aserción se basa en una noción no-virtual de distancia, es decir, en una noción de distancia que todavía utiliza referentes geográficos y/o regionales.
2.
Dos personas se comunican por messenger. Después de intercambiar los saludos del caso, la conversación propiamente inicia con la pregunta "¿desde dónde me escribes?". Cuando el interlocutor se entristece con la respuesta "desde X (donde X es un país lejano)", estamos frente a un ejemplo de la existencia elusiva pero no oximorónica de la distancia electrónica.
3.
Dos personas caminan por un parque en aparente calma, entreteniendo una conversación civilizada. Luego, frente al letrero "Café Internet", los dos se miran de reojo, que es como dicen que se miran los cómplices. Cuando ya frente a la computadora los dos sonríen como maniacos ante la distorsión del rostro propio que ofrece la pantalla, estamos frente a otro ejemplo de la existencia paradójica pero no real de la distancia electrónica.
--crg
1.
Dice Slavoj Zizek en "Cyberspace or the Unbearable Closure of Being" que la realidad virtual cancela la distancia entre el vecino y el extranjero lejano. En tanto presencias espectrales en la pantalla, añade, tanto el vecino como el extranjero son iguales. Yo no lo sé de cierto pero sospecho que tal aserción se basa en una noción no-virtual de distancia, es decir, en una noción de distancia que todavía utiliza referentes geográficos y/o regionales.
2.
Dos personas se comunican por messenger. Después de intercambiar los saludos del caso, la conversación propiamente inicia con la pregunta "¿desde dónde me escribes?". Cuando el interlocutor se entristece con la respuesta "desde X (donde X es un país lejano)", estamos frente a un ejemplo de la existencia elusiva pero no oximorónica de la distancia electrónica.
3.
Dos personas caminan por un parque en aparente calma, entreteniendo una conversación civilizada. Luego, frente al letrero "Café Internet", los dos se miran de reojo, que es como dicen que se miran los cómplices. Cuando ya frente a la computadora los dos sonríen como maniacos ante la distorsión del rostro propio que ofrece la pantalla, estamos frente a otro ejemplo de la existencia paradójica pero no real de la distancia electrónica.
--crg
Friday, May 14, 2004
LAS LENGUAS POS-MATERNAS
1. Dícese de los constructos lingüísticos que no resuelven en nuevas y armónicas unidades las características dinámicas y, con frecuencia, intraducibles, de dos lenguas colindantes.
2. Dícese de la invitación que nos lanza el lenguaje para considerar, tanto abstracta como materialmente, ese sitio incómodo que es el fuera de lugar.
3. Sinónimo de exilio-más-otro.
4. Dícese de la lengua que recibe pero que no asimila a otra.
5. Dícese del impasse sintáctico donde nada se detiene.
6. Dícese de una de las estrategias anti-comunicantes del lenguaje.
7. Di: Cese.
--crg
1. Dícese de los constructos lingüísticos que no resuelven en nuevas y armónicas unidades las características dinámicas y, con frecuencia, intraducibles, de dos lenguas colindantes.
2. Dícese de la invitación que nos lanza el lenguaje para considerar, tanto abstracta como materialmente, ese sitio incómodo que es el fuera de lugar.
3. Sinónimo de exilio-más-otro.
4. Dícese de la lengua que recibe pero que no asimila a otra.
5. Dícese del impasse sintáctico donde nada se detiene.
6. Dícese de una de las estrategias anti-comunicantes del lenguaje.
7. Di: Cese.
--crg
VIOLENCE AND WRITING
When violence (as in torture of the body) becomes unspeakable, it enters the terrain in which writing (as in exploration of the limits of language) is generated. Dangerously intertwined, this loss and this production of meaning collide in the slippery silhouette of The Unspeakable.
--crg
When violence (as in torture of the body) becomes unspeakable, it enters the terrain in which writing (as in exploration of the limits of language) is generated. Dangerously intertwined, this loss and this production of meaning collide in the slippery silhouette of The Unspeakable.
--crg
Thursday, May 13, 2004
EL TAXISTA ILUSTRADO: Lecciones de la teoría de la distracción
Subí al auto a toda prisa y sin ver el rostro del taxista porque andaba entretenida con una idea que, en ese justo momento, parecía estar a punto de convertirse en dos. Animada con tal prospecto, sólo atiné a darle al taxista indicaciones escuetas y, a decir verdad, algo groseras, sobre cómo llegar a mi destino. El hombre manejó en silencio por unos minutos y, luego, mientras me veía por el espejo retrovisor, mencionó como a la distraída:
--Así que ya va a su junta.
Le dije que sí porque la idea aquella que parecía estar a punto de ser dos se acercaba, de manera por demás delirante, a ser tres y yo sentía que, de arrebatarle mi atención en ese preciso momento, el trayecto multiplicador de la idea se vería truncado. El hombre, todavía espiando a través del espejo retrovisor de cuando en cuando, no desistió.
--Las famosas juntas, ¿verdad? --exclamó y suspiró a la vez--. Cómo dan lata, ¿verdad?
No sé si fue el tono de la voz o la mirada inquisidora que se desprendía del espejillo rectangular o el temor de constatar el desdoblamiento final de mi idea potencialmente multitudinaria, pero no lo pude evitar: me distraje. Eran las doce del día y la lluvia amenazaba con convertirse en aguacero y, mientras veía la grisura de la atmósfera, su humedad ominosa, a través de la ventanilla, tuve que hacerme todas las preguntas que terminé haciéndome. ¿A qué famosas juntas se refería el chofer? ¿Qué tipo de personas, además, podrían reunirse a esa hora tan incómoda? ¿Qué clase de gesto llevaba yo en la cara para que el hombre me confundiera con una de esas personas que iban a esas juntas molestas y famosas del mediodía?
--Las juntas, sí --mencioné, tratando de saber más.
--Las juntas --repitió él sin añadir más información.
--Las juntas --volví a decir después de un rato, cada vez en un tono más inseguro y bajo.
--Las juntas --repitió él, envalentonado.
Los dos guardamos silencio. Los dos nos miramos. Mientras, el paisaje urbano transcurría sin cambio alguno del otro lado de los vidrios.
--¿Cuáles juntas? --le pregunté finalmente tratando de disimular la irritación que la palabra "junta" me estaba causando.
--Ah, no --dijo él con esa sonrisita cruel asomándose apenas en la comisura izquierda--. De eso sabe usted más que yo.
Fue entonces que frenó y, con unos modales a toda prueba, abrió la puerta del auto.
--Servida --dijo mientras hacía esfuerzos casi sobrehumanos para indicarme que habíamos llegado.
Cuando acepté lo inaceptable--nunca llegaría a saber nada sobre las famosas juntas famosísimas--tuve que aceptar también que la idea que había estado a punto de ser dos e, incluso, tres, se había esfumado.
--crg
Subí al auto a toda prisa y sin ver el rostro del taxista porque andaba entretenida con una idea que, en ese justo momento, parecía estar a punto de convertirse en dos. Animada con tal prospecto, sólo atiné a darle al taxista indicaciones escuetas y, a decir verdad, algo groseras, sobre cómo llegar a mi destino. El hombre manejó en silencio por unos minutos y, luego, mientras me veía por el espejo retrovisor, mencionó como a la distraída:
--Así que ya va a su junta.
Le dije que sí porque la idea aquella que parecía estar a punto de ser dos se acercaba, de manera por demás delirante, a ser tres y yo sentía que, de arrebatarle mi atención en ese preciso momento, el trayecto multiplicador de la idea se vería truncado. El hombre, todavía espiando a través del espejo retrovisor de cuando en cuando, no desistió.
--Las famosas juntas, ¿verdad? --exclamó y suspiró a la vez--. Cómo dan lata, ¿verdad?
No sé si fue el tono de la voz o la mirada inquisidora que se desprendía del espejillo rectangular o el temor de constatar el desdoblamiento final de mi idea potencialmente multitudinaria, pero no lo pude evitar: me distraje. Eran las doce del día y la lluvia amenazaba con convertirse en aguacero y, mientras veía la grisura de la atmósfera, su humedad ominosa, a través de la ventanilla, tuve que hacerme todas las preguntas que terminé haciéndome. ¿A qué famosas juntas se refería el chofer? ¿Qué tipo de personas, además, podrían reunirse a esa hora tan incómoda? ¿Qué clase de gesto llevaba yo en la cara para que el hombre me confundiera con una de esas personas que iban a esas juntas molestas y famosas del mediodía?
--Las juntas, sí --mencioné, tratando de saber más.
--Las juntas --repitió él sin añadir más información.
--Las juntas --volví a decir después de un rato, cada vez en un tono más inseguro y bajo.
--Las juntas --repitió él, envalentonado.
Los dos guardamos silencio. Los dos nos miramos. Mientras, el paisaje urbano transcurría sin cambio alguno del otro lado de los vidrios.
--¿Cuáles juntas? --le pregunté finalmente tratando de disimular la irritación que la palabra "junta" me estaba causando.
--Ah, no --dijo él con esa sonrisita cruel asomándose apenas en la comisura izquierda--. De eso sabe usted más que yo.
Fue entonces que frenó y, con unos modales a toda prueba, abrió la puerta del auto.
--Servida --dijo mientras hacía esfuerzos casi sobrehumanos para indicarme que habíamos llegado.
Cuando acepté lo inaceptable--nunca llegaría a saber nada sobre las famosas juntas famosísimas--tuve que aceptar también que la idea que había estado a punto de ser dos e, incluso, tres, se había esfumado.
--crg
VOCES CONTEMPORÁNEAS: Helen Epstein en el Mora
A los interesados en la producción cultural contemporánea generada en los Estados Unidos y a los interesados en los compléjísimos puentes que van de la memoria a la escritura, se les recuerda que, como parte del ciclo Memoria y Escritura, este viernes 14 de mayo se presentará la periodista cultural y escritora Helen Epstein en el Instituto Mora.
Algo sobre Helen Epstein: Epstein, a former journalist, writes literary non-fiction. Her book,Where She Came From: A Daughter's Search for Her Mother's History (1998), a New York Times Notable Book, was begun when she was a Visiting Scholar at CES. Her Children of the Holocaust (1979), and Music Talks (1987) have been widely translated. She is also the author of Joe Papp: An American Life (1994) and the English language translation from the Czech of Heda Margolius Kovaly's Under a Cruel Star (1985). Epstein was a member of the journalism faculty at New York University for twelve years.
Algo más sobre Helen Epstein: Born in Prague in 1947, Epstein became a journalist while an undergraduate caught in the Soviet invasion of Czechoslovakia in 1968. For the next 25 years, she worked as a freelance cultural reporter for the Sunday New York Times and other national publications, writing profiles of such figures as Leonard Bernstein, Meyer Schapiro and Joseph Papp. Her profiles of classical musicians have been collected in the book "Music Talks." The first tenured woman professor in New York University's Department of Journalism, she has taught writing since 1974
Algo sobre el ciclo: MEMORIA Y ESCRITURA
El Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora invita al ciclo Memoria y Escritura
Helen Epstein
Lectura con la autora*Entrada Libre*
Viernes 14 de mayo*19:00 hrs
Taller de escritura
Sábado 15 de mayo*de 10:00 a 13:00 hrs*
Costo: $500*Cupo limitado
Procedimiento para la inscripción a los talleres:
1) Obtener un número de pre-inscripción, llenando el formato disponible en la página www.mora.edu.mx y enviarlo vía correo electrónico mszurmuk@mora.edu.mx o bien al fax 5554 8946, ext. 3115. Este formato también se puede obtener en el tel. 5554 8946, ext. 3109 con la Sra. Vega.
2) Efectuar el pago mediante depósito bancario a la cuenta 9587981189, sucursal 958 de Banamex a nombre del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, y entregar el original de la ficha de depósito a la Sra. Vega.
Nota: a las personas que se inscriban a los 3 talleres (habrá otro con Maria Negroni y otro conmigo) recibirán un descuento del 25%
Plaza Valentín Gómez Farías # 12,
atrás del Parque Hundido, sobre Augusto Rodin.
San Juan Mixcoac, México D.F.
Tel. 5598 3777 ext. 1133
www.mora.edu.mx
Por allá nos vemos, puesn.
--crg
A los interesados en la producción cultural contemporánea generada en los Estados Unidos y a los interesados en los compléjísimos puentes que van de la memoria a la escritura, se les recuerda que, como parte del ciclo Memoria y Escritura, este viernes 14 de mayo se presentará la periodista cultural y escritora Helen Epstein en el Instituto Mora.
Algo sobre Helen Epstein: Epstein, a former journalist, writes literary non-fiction. Her book,Where She Came From: A Daughter's Search for Her Mother's History (1998), a New York Times Notable Book, was begun when she was a Visiting Scholar at CES. Her Children of the Holocaust (1979), and Music Talks (1987) have been widely translated. She is also the author of Joe Papp: An American Life (1994) and the English language translation from the Czech of Heda Margolius Kovaly's Under a Cruel Star (1985). Epstein was a member of the journalism faculty at New York University for twelve years.
Algo más sobre Helen Epstein: Born in Prague in 1947, Epstein became a journalist while an undergraduate caught in the Soviet invasion of Czechoslovakia in 1968. For the next 25 years, she worked as a freelance cultural reporter for the Sunday New York Times and other national publications, writing profiles of such figures as Leonard Bernstein, Meyer Schapiro and Joseph Papp. Her profiles of classical musicians have been collected in the book "Music Talks." The first tenured woman professor in New York University's Department of Journalism, she has taught writing since 1974
Algo sobre el ciclo: MEMORIA Y ESCRITURA
El Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora invita al ciclo Memoria y Escritura
Helen Epstein
Lectura con la autora*Entrada Libre*
Viernes 14 de mayo*19:00 hrs
Taller de escritura
Sábado 15 de mayo*de 10:00 a 13:00 hrs*
Costo: $500*Cupo limitado
Procedimiento para la inscripción a los talleres:
1) Obtener un número de pre-inscripción, llenando el formato disponible en la página www.mora.edu.mx y enviarlo vía correo electrónico mszurmuk@mora.edu.mx o bien al fax 5554 8946, ext. 3115. Este formato también se puede obtener en el tel. 5554 8946, ext. 3109 con la Sra. Vega.
2) Efectuar el pago mediante depósito bancario a la cuenta 9587981189, sucursal 958 de Banamex a nombre del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, y entregar el original de la ficha de depósito a la Sra. Vega.
Nota: a las personas que se inscriban a los 3 talleres (habrá otro con Maria Negroni y otro conmigo) recibirán un descuento del 25%
Plaza Valentín Gómez Farías # 12,
atrás del Parque Hundido, sobre Augusto Rodin.
San Juan Mixcoac, México D.F.
Tel. 5598 3777 ext. 1133
www.mora.edu.mx
Por allá nos vemos, puesn.
--crg
Monday, May 10, 2004
Sunday, May 09, 2004
Saturday, May 08, 2004
DEL TALLER
JUNTO A LA CAMA
por Amelia Suárez
Nunca usaba la alarma. Poseía un reloj biológico que lo despertaba a la hora exacta que había elegido la noche anterior. Pero esta vez no sucedió así. Cuando abrió los ojos ya eran las diez de la mañana. Molesto por el retraso, estiró el brazo para alcanzar sus lentes que estaban sobre el buró y su mano chocó con algo. Aún sobre la cama, se enderezó, volvió el rostro y vio que era una piedra (casi del tamaño de una ciruela). Supuso que nunca había estado ahí (ni en ningún otro lugar), porque al parecer él jamás la había visto.
Una vez repuesto de la primera sorpresa, se puso los anteojos y la miró detenidamente. Sin atreverse a tocarla, se le ocurrió que lo mejor era someterla a varias pruebas para verificar que, efectivamente, era una piedra lo que yacía en su buró y no la bola que se formaba con la pelusa que le quitaba a sus suéteres ni tampoco la visión materializada del hipo que padecía con cierta frecuencia.
Decidió tomarla entre sus manos. No pesaba mucho. Carecía de aristas. La veteaban manchas violetas sobre un fondo gris claro. Daban ganas de frotarla. Acariciarla una y otra vez traía consigo una sensación de alivio. La acercó a su nariz y por un momento quedó satisfecho: olía a piedra. La agitó cerca de su oído, lo hizo como quien espera adivinar el contenido de una pequeña caja, y escuchó lo que todos suelen oír cuando se agita una piedra:
a) El sonido constante de la gotera que cae sobre la bañera y que nos recuerda no haber recibido la carta de un amigo, durante los últimos seis meses ni tampoco durante los anteriores a ésos ni los precedentes a los doce que ya pasaron ni a los preliminares de éstos. (Tal insistencia nos obliga a ser pacientes; al parecer cuando existen goteras, el servicio postal se retrasa.)
b) Los truenos que anuncian una tormenta, por lo cual es necesario encerrarse en la cocina, prepararse un té de tila para calmar los nervios y reunir todas las cubetas posibles, por si la bañera se desborda a causa de la gotera con el fin de que ni el baño ni la casa se inunden.
c) El sonido estruendoso de vasos y cucharas que se resbalan de las manos cuando se están lavando los trastes, debido al temblor que produce el cansancio por haber pasado toda la tarde despegando las hojas de los libros que se mojaron al desbordarse la bañera, gracias a la tormenta que duró horas y durante la cual se piensa en la carta que nunca aparece en el buzón (acaso el sonido de una piedra y el correo sean augurios de nuevas calamidades).
La piedra permanecía junto al hombre. La había colocado cuidadosamente en la mesa sobre una servilleta, a un lado de la mantequilla y el pan tostado. Mientras sorbía lentamente su café, se dedicó a observarla con detenimiento. Tenía la impresión de que la piedra lo observaba con más insistencia de la que él había puesto en ella desde el día en que la encontró. En ningún momento pensó por qué y cómo había llegado este objeto hasta su casa. No pudo evitar, sin embargo, preguntarse si la piedra representaba la evidencia de un crimen o si era nada más el producto de una broma macabra. Lo consideró por un momento, y tampoco le importó. Lo que verdaderamente le intrigaba era saber cómo la llamaría de ahora en adelante. Barajeó algunos nombres, pero ninguno lo satisfizo: “Mar de fondo” (no, porque así se llama un libro de poesía que le gusta mucho), “Estrella del Apocalipsis” (muy ridículo), “Lecciones para comer moras sin mancharse los dedos” (didáctico), “Oro triste” (en algún lugar lo había oído), “La increíble y triste historia de la cándida piedra y de su abuela desalmada” (sin comentarios... ¿cómo se le ocurren a uno estas cosas?, y, además, de dónde carajos sale la abuela?). Cansado de darle tantas vueltas al asunto, decidió orientarse y acudió al diccionario:
Piedra f. Sustancia mineral más o menos dura y compacta: una estatua, un edificio de piedra. || Pedazo de esta sustancia: tirar una piedra. || Fig. Menos da una piedra, expresión irónica empleada cuando (...) destruirlo todo.
La consulta lo dejó asombrado. ¿Habría una definición más inexacta para algo que le sugería blandura y consuelo? Creyó que no. Cerró el libro cuyo color de pastas le recordó intensamente el cielo, lo que por alguna razón lo obligó a aprisionar la piedra con ambas manos.
Así transcurrieron algunas semanas desde que conoció a su piedra. Sin darse cuenta la empezó a llamar: mi piedra, ya que a falta de nombre “la posesión” era lo único que podía vincularlo con ella. Al convertirla en mineral (“objeto”, suena muy despectivo) de su propiedad adquiría otro rango, otra cualidad, nuevas virtudes, precisamente aquellas que él podría concederle, las suyas, las que le permitirían dejar de ser lo que era (un hombre taciturno), para volverlo un conversador animado. Poco a poco la piedra se había vuelto algo más que una acompañante: era su espectadora, su oyente, su yo.
Desechó los comentarios malintencionados de sus vecinos, quienes le advirtieron que tarde o temprano la presencia de ese mineral acabaría por ser una piedra en el zapato o convertir su vida en un infierno. Dejó de hablar con esa gente cuando se enteró (gracias a las diligencias del tendero de enfrente) que se armaba un complot en contra de él y de su nueva acompañante. Los vecinos decían que era demasiada la importancia que el hombre le daba a la piedra: ni siquiera se trataba de una piedra filosofal o de un cálculo biliar (lo cual sí justificaba tanto cuidado) sino de una vulgar y común piedra, que ya para entonces, más bien, se había vuelto la piedra de escándalo.
Pasó algún tiempo antes de que el hombre pudiera reponerse del desgaste emocional que las murmuraciones le habían ocasionado, pero, como toda novedad, las habladurías por fin cesaron, y el hombre puso más empeño en su tarea: convertirse en un gran conversador. Primero, se esforzó por hablar en voz alta poniendo mucho énfasis en cada una de sus palabras, apoyado en gesticulaciones por demás exageradas. Después optó por hablar en voz baja, casi como un susurro. Luego recorrió las variantes del lenguaje no verbal; por ejemplo: trataba de seducirla con arranques de indiferencia, fingía celos o situaciones comprometedoras en complicidad con otros objetos de la casa, y se ausentaba por días enteros sin darle ninguna explicación.
No le costó mucho convencerse de que hablar redituaba menos que escuchar. Pensó que ahora él era quien tenía que oír lo que la piedra le intentaba decir y que por culpa de su propia actitud no lo había permitido. Ensayó diversas maneras de escuchar. Dormía con la piedra sobre el pecho, pegada con una cinta adhesiva (en caso de pararse de madrugada para ir al baño); la acicalaba todas las mañanas con un poco de grasa para zapatos, pues no quería que perdiera su brillo (que, por cierto, nunca había tenido); la escondía en el bolsillo del saco cuando iba al cine y de vez en vez le acercaba una golosina; sin embargo, estos recursos no le dieron el resultado esperado. Se le ocurrió que el problema nada tenía que ver con el silencio de la piedra, sino con la incapacidad de él para escuchar. Sintió que lo que la piedra le quería decir ya lo había dicho o estaba a punto de decirlo, pero él no estaba preparado para tal revelación. Fue en ese momento cuando se abrió un abismo entre él y la piedra, ya no sería más su piedra. Algo había sucedido entre ellos, irreconciliable.
En vano fueron las recriminaciones (las que él se hacía en contra de esa piedra y en contra de sí mismo). También fue inútil todo intento por quedarse callado e inmóvil durante horas, sentado a la mesa, frente a la dichosa piedra, en espera de una señal, un atisbo, al menos una pequeña cantidad de polvo desprendida al descuido. Cualquiera diría que ese silencio era muy parecido al silencio que tortura a los amantes antes de una separación o, incluso, de un reencuentro.
Resignado, entonces, a convivir con la piedra como lo harían dos extraños, bajo un mismo techo, quiso creer (como también los amantes) que, a pesar de esto, la vida puede seguir su curso. Ahora la piedra ocupa un diminuto espacio en el buró junto a la cama, apenas una orilla, un resquicio, a donde no llega la mano del hombre que quiere tomar sus lentes una mañana cualquiera, cuando ha fallado su reloj biológico, y cae en la cuenta de que son las diez de la mañana y se le ha hecho tarde.
--crg
JUNTO A LA CAMA
por Amelia Suárez
Nunca usaba la alarma. Poseía un reloj biológico que lo despertaba a la hora exacta que había elegido la noche anterior. Pero esta vez no sucedió así. Cuando abrió los ojos ya eran las diez de la mañana. Molesto por el retraso, estiró el brazo para alcanzar sus lentes que estaban sobre el buró y su mano chocó con algo. Aún sobre la cama, se enderezó, volvió el rostro y vio que era una piedra (casi del tamaño de una ciruela). Supuso que nunca había estado ahí (ni en ningún otro lugar), porque al parecer él jamás la había visto.
Una vez repuesto de la primera sorpresa, se puso los anteojos y la miró detenidamente. Sin atreverse a tocarla, se le ocurrió que lo mejor era someterla a varias pruebas para verificar que, efectivamente, era una piedra lo que yacía en su buró y no la bola que se formaba con la pelusa que le quitaba a sus suéteres ni tampoco la visión materializada del hipo que padecía con cierta frecuencia.
Decidió tomarla entre sus manos. No pesaba mucho. Carecía de aristas. La veteaban manchas violetas sobre un fondo gris claro. Daban ganas de frotarla. Acariciarla una y otra vez traía consigo una sensación de alivio. La acercó a su nariz y por un momento quedó satisfecho: olía a piedra. La agitó cerca de su oído, lo hizo como quien espera adivinar el contenido de una pequeña caja, y escuchó lo que todos suelen oír cuando se agita una piedra:
a) El sonido constante de la gotera que cae sobre la bañera y que nos recuerda no haber recibido la carta de un amigo, durante los últimos seis meses ni tampoco durante los anteriores a ésos ni los precedentes a los doce que ya pasaron ni a los preliminares de éstos. (Tal insistencia nos obliga a ser pacientes; al parecer cuando existen goteras, el servicio postal se retrasa.)
b) Los truenos que anuncian una tormenta, por lo cual es necesario encerrarse en la cocina, prepararse un té de tila para calmar los nervios y reunir todas las cubetas posibles, por si la bañera se desborda a causa de la gotera con el fin de que ni el baño ni la casa se inunden.
c) El sonido estruendoso de vasos y cucharas que se resbalan de las manos cuando se están lavando los trastes, debido al temblor que produce el cansancio por haber pasado toda la tarde despegando las hojas de los libros que se mojaron al desbordarse la bañera, gracias a la tormenta que duró horas y durante la cual se piensa en la carta que nunca aparece en el buzón (acaso el sonido de una piedra y el correo sean augurios de nuevas calamidades).
La piedra permanecía junto al hombre. La había colocado cuidadosamente en la mesa sobre una servilleta, a un lado de la mantequilla y el pan tostado. Mientras sorbía lentamente su café, se dedicó a observarla con detenimiento. Tenía la impresión de que la piedra lo observaba con más insistencia de la que él había puesto en ella desde el día en que la encontró. En ningún momento pensó por qué y cómo había llegado este objeto hasta su casa. No pudo evitar, sin embargo, preguntarse si la piedra representaba la evidencia de un crimen o si era nada más el producto de una broma macabra. Lo consideró por un momento, y tampoco le importó. Lo que verdaderamente le intrigaba era saber cómo la llamaría de ahora en adelante. Barajeó algunos nombres, pero ninguno lo satisfizo: “Mar de fondo” (no, porque así se llama un libro de poesía que le gusta mucho), “Estrella del Apocalipsis” (muy ridículo), “Lecciones para comer moras sin mancharse los dedos” (didáctico), “Oro triste” (en algún lugar lo había oído), “La increíble y triste historia de la cándida piedra y de su abuela desalmada” (sin comentarios... ¿cómo se le ocurren a uno estas cosas?, y, además, de dónde carajos sale la abuela?). Cansado de darle tantas vueltas al asunto, decidió orientarse y acudió al diccionario:
Piedra f. Sustancia mineral más o menos dura y compacta: una estatua, un edificio de piedra. || Pedazo de esta sustancia: tirar una piedra. || Fig. Menos da una piedra, expresión irónica empleada cuando (...) destruirlo todo.
La consulta lo dejó asombrado. ¿Habría una definición más inexacta para algo que le sugería blandura y consuelo? Creyó que no. Cerró el libro cuyo color de pastas le recordó intensamente el cielo, lo que por alguna razón lo obligó a aprisionar la piedra con ambas manos.
Así transcurrieron algunas semanas desde que conoció a su piedra. Sin darse cuenta la empezó a llamar: mi piedra, ya que a falta de nombre “la posesión” era lo único que podía vincularlo con ella. Al convertirla en mineral (“objeto”, suena muy despectivo) de su propiedad adquiría otro rango, otra cualidad, nuevas virtudes, precisamente aquellas que él podría concederle, las suyas, las que le permitirían dejar de ser lo que era (un hombre taciturno), para volverlo un conversador animado. Poco a poco la piedra se había vuelto algo más que una acompañante: era su espectadora, su oyente, su yo.
Desechó los comentarios malintencionados de sus vecinos, quienes le advirtieron que tarde o temprano la presencia de ese mineral acabaría por ser una piedra en el zapato o convertir su vida en un infierno. Dejó de hablar con esa gente cuando se enteró (gracias a las diligencias del tendero de enfrente) que se armaba un complot en contra de él y de su nueva acompañante. Los vecinos decían que era demasiada la importancia que el hombre le daba a la piedra: ni siquiera se trataba de una piedra filosofal o de un cálculo biliar (lo cual sí justificaba tanto cuidado) sino de una vulgar y común piedra, que ya para entonces, más bien, se había vuelto la piedra de escándalo.
Pasó algún tiempo antes de que el hombre pudiera reponerse del desgaste emocional que las murmuraciones le habían ocasionado, pero, como toda novedad, las habladurías por fin cesaron, y el hombre puso más empeño en su tarea: convertirse en un gran conversador. Primero, se esforzó por hablar en voz alta poniendo mucho énfasis en cada una de sus palabras, apoyado en gesticulaciones por demás exageradas. Después optó por hablar en voz baja, casi como un susurro. Luego recorrió las variantes del lenguaje no verbal; por ejemplo: trataba de seducirla con arranques de indiferencia, fingía celos o situaciones comprometedoras en complicidad con otros objetos de la casa, y se ausentaba por días enteros sin darle ninguna explicación.
No le costó mucho convencerse de que hablar redituaba menos que escuchar. Pensó que ahora él era quien tenía que oír lo que la piedra le intentaba decir y que por culpa de su propia actitud no lo había permitido. Ensayó diversas maneras de escuchar. Dormía con la piedra sobre el pecho, pegada con una cinta adhesiva (en caso de pararse de madrugada para ir al baño); la acicalaba todas las mañanas con un poco de grasa para zapatos, pues no quería que perdiera su brillo (que, por cierto, nunca había tenido); la escondía en el bolsillo del saco cuando iba al cine y de vez en vez le acercaba una golosina; sin embargo, estos recursos no le dieron el resultado esperado. Se le ocurrió que el problema nada tenía que ver con el silencio de la piedra, sino con la incapacidad de él para escuchar. Sintió que lo que la piedra le quería decir ya lo había dicho o estaba a punto de decirlo, pero él no estaba preparado para tal revelación. Fue en ese momento cuando se abrió un abismo entre él y la piedra, ya no sería más su piedra. Algo había sucedido entre ellos, irreconciliable.
En vano fueron las recriminaciones (las que él se hacía en contra de esa piedra y en contra de sí mismo). También fue inútil todo intento por quedarse callado e inmóvil durante horas, sentado a la mesa, frente a la dichosa piedra, en espera de una señal, un atisbo, al menos una pequeña cantidad de polvo desprendida al descuido. Cualquiera diría que ese silencio era muy parecido al silencio que tortura a los amantes antes de una separación o, incluso, de un reencuentro.
Resignado, entonces, a convivir con la piedra como lo harían dos extraños, bajo un mismo techo, quiso creer (como también los amantes) que, a pesar de esto, la vida puede seguir su curso. Ahora la piedra ocupa un diminuto espacio en el buró junto a la cama, apenas una orilla, un resquicio, a donde no llega la mano del hombre que quiere tomar sus lentes una mañana cualquiera, cuando ha fallado su reloj biológico, y cae en la cuenta de que son las diez de la mañana y se le ha hecho tarde.
--crg
Friday, May 07, 2004
EL LUGAR FRONTERIZO
La frontera, como el capital, no es un objeto o un sitio, sino una relación. De poder. De placer. De cruce. De detenimiento.
Nadie puede, luego entonces, ser de la frontera. Sólo se puede, en sentido estricto, no ser de ese no-ahí.
Si la identidad es un reclamo por lo-mismo y la identificación un reclamo por lo-otro, entonces se da de cierto que no puede haber identidades fronterizas pero sí identificaciones fronterizas.
--crg
La frontera, como el capital, no es un objeto o un sitio, sino una relación. De poder. De placer. De cruce. De detenimiento.
Nadie puede, luego entonces, ser de la frontera. Sólo se puede, en sentido estricto, no ser de ese no-ahí.
Si la identidad es un reclamo por lo-mismo y la identificación un reclamo por lo-otro, entonces se da de cierto que no puede haber identidades fronterizas pero sí identificaciones fronterizas.
--crg
EL LUGAR DEL SECRETO
El libro no ayuda a descubrir el secreto que hay en el lector; el libro, cuando es libro, produce ese secreto en el lector.
El libro no es una revelación (de lo que ya estaba ahí) sino un encubrimiento (de lo que está en-proceso-de-estar-ahí).
El libro no expresa; el libro produce.
--crg
El libro no ayuda a descubrir el secreto que hay en el lector; el libro, cuando es libro, produce ese secreto en el lector.
El libro no es una revelación (de lo que ya estaba ahí) sino un encubrimiento (de lo que está en-proceso-de-estar-ahí).
El libro no expresa; el libro produce.
--crg
Wednesday, May 05, 2004
ANTES DE LO ANTERIOR (Y DESPUÉS)
(Texto preparado para La Compañía de los libros, de la librería Gandhi).
Al inicio sólo estuvo la sospecha, una sospecha bárbara. Hay un eso que se resiste al nombre; un esto que ocurre o existe fuera del lenguaje y que, por lo tanto, nos deja mudos, dentro de un silencio lleno de acontecimientos. Existe un esto--pasa ahora, no deja de pasar, pasa y se va ahora en el mismo instante en el que pasa--que provoca lo imposible: el cuerpo, de repente, tiene un acceso directo a lo real. A todo eso, a todo esto, cuando ya ha sucedido, cuando se le ha domesticado a través del lenguaje, le denominamos “historia de amor”. Ese después.
Lo que había estado siempre: El amor me intriga. Me irrita. Me fascina. Me molesta. Me atrapa. Me desata. Me provoca. Me abisma. Me hace pensar. Me escribe.
Lo que creo: Escribir y amar son procesos similares: uno va hacia ellos como hacia el abismo. Uno va a ellos por el abismo. Uno regresa. Abismado.
Mientras tanto: El desierto como paisaje externo (lo que el ojo ve) y como paisaje interno (lo que el yo dice saber): esos grandes espacios abiertos por donde fluye el aire. La página como el desierto: la austeridad, la economía, la concreción. El desierto, también, como principio de composición del libro: una estructura capaz de dejar fluir, entres sus aristas, por debajo de sus límites, en sus múltiples silencios, todo el aire del mundo. Un intento de respiración.
Mientras tanto: Un hombre hermoso. Una mujer que ve. La puesta en discurso del cuerpo masculino, su belleza. Una forma precaria del yo-deseo.
Mientras tanto: Dentro de una habitación--que es un desierto o una narración--una mujer y un hombre o una mujer y dos hombres, o nadie y su imaginación, conversan y, al conversar, producen lo real. Todo esto de la manera indirecta. Dice que. La única posibilidad.
Mientras tanto: Un Hombre del Desierto. Una Mujer de Otro Planeta. El Hombre del Restaurante de la Esquina. La Mujer Etcétera. Todo esto: El personaje sin identidad fija, esencial, inevitable. El personaje en fluctuación. El personaje relacional. El personaje reducido a su mínima expresión.
Mientras tanto: Y la ventriloquia--la voz que migra de personaje a personaje, cambiando de lugar y de significación. La ventriloquia y esas voces que proceden de distancias inmensas. La ventriloquia y esas voces que se aproximan a través del tiempo, chocando entre sí, contestándose. La ventriloquia y el pasar.
Mientras tanto: ¿Y existirá entre el lenguaje escrito y el lenguaje oral el mismo fenómeno amoroso que entre el tú y el yo? ¿Habrá entre ellos la misma colindancia y la misma imposibilidad?
Después: El libro de aire. El libro inmaterial. El libro que entra por el oído y no por los ojos.
Después: Vuelvo la vista atrás y me doy cuenta que hay muchos días así, días vividos dentro de lo anterior, días inolvidables. Días que hay que dejar ir. Días que hay que aceptar.
Después: Alguien me entrega un escrito intitulado “Reescritura arbitraria de Lo anterior”. Se trata de un texto--una concatenación arbitraria, efectivamente, pero con sentido, de frases extraídas de Lo anterior--precedido por el epígrafe: “pedazos de una historia ajena como si se tratara de algo que había hallado por casualidad”. Lo anterior, p. 31. Y leo, abismada, ese nuevo libro hecho de puros ecos. Lo oigo. Y levanto la vista--es un día luminoso, saturado de verde, lleno de orillas--y me convenzo de que eso no tiene porque convertirse en después. Eso reverbera y huye. Eso pasa.
Resumen: Todo esto en una terraza (que puede ser el mundo) donde dos esculturas (o dos muertos) se escuchan entre sí (o sus ecos) cuando todos se han ido ya y pareciera haber sólo silencio.
Me llamo cuerpo que no está: el título secreto de Lo anterior. El título borrado.
--crg
(Texto preparado para La Compañía de los libros, de la librería Gandhi).
Al inicio sólo estuvo la sospecha, una sospecha bárbara. Hay un eso que se resiste al nombre; un esto que ocurre o existe fuera del lenguaje y que, por lo tanto, nos deja mudos, dentro de un silencio lleno de acontecimientos. Existe un esto--pasa ahora, no deja de pasar, pasa y se va ahora en el mismo instante en el que pasa--que provoca lo imposible: el cuerpo, de repente, tiene un acceso directo a lo real. A todo eso, a todo esto, cuando ya ha sucedido, cuando se le ha domesticado a través del lenguaje, le denominamos “historia de amor”. Ese después.
Lo que había estado siempre: El amor me intriga. Me irrita. Me fascina. Me molesta. Me atrapa. Me desata. Me provoca. Me abisma. Me hace pensar. Me escribe.
Lo que creo: Escribir y amar son procesos similares: uno va hacia ellos como hacia el abismo. Uno va a ellos por el abismo. Uno regresa. Abismado.
Mientras tanto: El desierto como paisaje externo (lo que el ojo ve) y como paisaje interno (lo que el yo dice saber): esos grandes espacios abiertos por donde fluye el aire. La página como el desierto: la austeridad, la economía, la concreción. El desierto, también, como principio de composición del libro: una estructura capaz de dejar fluir, entres sus aristas, por debajo de sus límites, en sus múltiples silencios, todo el aire del mundo. Un intento de respiración.
Mientras tanto: Un hombre hermoso. Una mujer que ve. La puesta en discurso del cuerpo masculino, su belleza. Una forma precaria del yo-deseo.
Mientras tanto: Dentro de una habitación--que es un desierto o una narración--una mujer y un hombre o una mujer y dos hombres, o nadie y su imaginación, conversan y, al conversar, producen lo real. Todo esto de la manera indirecta. Dice que. La única posibilidad.
Mientras tanto: Un Hombre del Desierto. Una Mujer de Otro Planeta. El Hombre del Restaurante de la Esquina. La Mujer Etcétera. Todo esto: El personaje sin identidad fija, esencial, inevitable. El personaje en fluctuación. El personaje relacional. El personaje reducido a su mínima expresión.
Mientras tanto: Y la ventriloquia--la voz que migra de personaje a personaje, cambiando de lugar y de significación. La ventriloquia y esas voces que proceden de distancias inmensas. La ventriloquia y esas voces que se aproximan a través del tiempo, chocando entre sí, contestándose. La ventriloquia y el pasar.
Mientras tanto: ¿Y existirá entre el lenguaje escrito y el lenguaje oral el mismo fenómeno amoroso que entre el tú y el yo? ¿Habrá entre ellos la misma colindancia y la misma imposibilidad?
Después: El libro de aire. El libro inmaterial. El libro que entra por el oído y no por los ojos.
Después: Vuelvo la vista atrás y me doy cuenta que hay muchos días así, días vividos dentro de lo anterior, días inolvidables. Días que hay que dejar ir. Días que hay que aceptar.
Después: Alguien me entrega un escrito intitulado “Reescritura arbitraria de Lo anterior”. Se trata de un texto--una concatenación arbitraria, efectivamente, pero con sentido, de frases extraídas de Lo anterior--precedido por el epígrafe: “pedazos de una historia ajena como si se tratara de algo que había hallado por casualidad”. Lo anterior, p. 31. Y leo, abismada, ese nuevo libro hecho de puros ecos. Lo oigo. Y levanto la vista--es un día luminoso, saturado de verde, lleno de orillas--y me convenzo de que eso no tiene porque convertirse en después. Eso reverbera y huye. Eso pasa.
Resumen: Todo esto en una terraza (que puede ser el mundo) donde dos esculturas (o dos muertos) se escuchan entre sí (o sus ecos) cuando todos se han ido ya y pareciera haber sólo silencio.
Me llamo cuerpo que no está: el título secreto de Lo anterior. El título borrado.
--crg
¿HA ESTADO USTED ALGUNA VEZ EN EL MAR DEL NORTE?: algunos fragmentos
Texto publicado originalmente en Debate Feminista, 15:29, abril 2004, dentro de la sección "Desde lo queer" organizada por la doctora Gabriela Cano de la UAM-I.
I.
las individuas
Llegaron una a una como gotas; una a una como naipes. Llegaron como llegan a veces las individuas--indisolubles, solitarias, muertas de calor o de frío, sucias de días, exhaustas.
Supongo que todas llevaban las uñas rotas.
II.
la manera en que levita la prosa
La primera emergió del Mar Norte a mediados de febrero. Más que una aparición, un flash back. Un corte--violento, sagaz, preciso--en el oleaje mercurial. Tan pronto como se alisó el pantalón de mezclilla y la camiseta negra, pidió un cigarrillo. Preguntó por el nombre del lugar, la hora. Miró a su alrededor con la Mirada Horizontal.
--Esto se llama Aquí --dije--. Y son las 2: 37.
--¿De la tarde o de la mañana? --por la pregunta supe que venía de otro planeta y que su mente tenía cierta inclinación por lo que aquí llamamos lo exacto. Por la manera en que aspiró el humo del primer cigarrillo y, después, lo dejó ir, supe lo que tenía que saber. Esa grisura. Ese terco callarse. En ese momento, exactamente como la prosa, una mantarraya se despegó apenas de la arena y, bajo el peso del agua, levitó.
--Del Ahora --sugerí.
El nombre con que se inscribió en el registro civil de Este Mundo fue el de Amaranta Caballero.
III.
las esculturas súbitas
Los Desamparados y los Solos y los de Tres Corazones Bajo el Pecho siempre encontraban una esquina iridiscente, una ardiente oración, una almohada de acechos en el cuarto de los ventanales sucios.
Desde ahí se veía una cara de Tijuana--la seca, la inundada de luciérnagas, la ordenada, la mentirosa.
Desde ahí Tijuana nos veía.
Una mañana entraron las Verdaderas Palomas por la ventana abierta y se cagaron sobre la cama y la alfombra y los libros. Dejaron todo blanco de mierda.
Amaranta Caballero y Abril Castro lo vieron todo--la cama, la alfombra, los libros--e, inmóviles como esculturas súbitas, se preguntaron, insistentemente: “¿Así que esto era el amor?”.
Esa grisura.
Ese terco callarse.
Y Tijuana--la seca, la inundada de luciérnagas, la ordenada, la mentirosa--se sonrió con inusitada cautela, con un decoro francamente inimaginable, de su cagado susto.
VI.
una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte
Cuando yo aún vivía en el Otro País y guardaba mi silencio como si fuera un Silencio de Años, me imaginaba, con frecuencia, a alguien así.
Tenía dos nombres en lugar de uno. Y tres manos. Y cuatro piernas. Y cinco ojos. Y demasiado de todo lo demás.
Bífida, como se dice a veces de la lengua para indicar que está llena de peligros.
Irresuelta, como se califica a menudo a las novelas sin final feliz.
Fluida, como la condición Posmoderna o como la vida misma.
Fumaba cigarrillos de esa manera en que he mencionado antes y, por eso, la reconocí. Esa grisura. Ese terco callarse. Su ropa del famoso clóset de 1940 y la mirada más allá del ventanal. Siempre. Su aleteo demencial. Su arremolinarse. Su no quedarse quieta.
Le decíamos arándano aunque olía usualmente a Eau de Cartier.
La llamábamos Abril aunque solía convertirse en Noviembre o en Marzo con la misma realista docilidad.
Era una mujer o una mujer. Soberana como la miel que le prestó el color a sus ojos. Cielística. Inacabada. A-punto-de.
Bastaba con evocarla en la congregación del nosotras para que su cuerpo hiciera un nosotros.
Viajaba a toda velocidad y no sola. Una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte. Así se sentía a salvo. Protegida de las alas del mediodía y del pesar más blanco.
Cuando yo vivía del Otro Lado de la Línea, silenciosa y exhausta, dentro de un Silencio de Años y sucia de días, me preguntaba, con frecuencia, si existiría alguien así.
VII.
el gesto de la verdadera adicta
A veces el Mar del Norte se transformaba en manto y había que verlo como algo ajeno.
A veces se lo podía uno colocar sobre los hombros como cosa muy usada o querida, y sentir, dependiendo de incógnitos elementos, su calor o su extravío.
A veces era posible sentarse en su orilla, sosegadamente. Y volverse escultura súbita o nube desmemoriada. O arena con filos.
Todo podía pasar ahí en realidad. A veces había que sobrevolarlo como a un desastre. O alejarse como de la epidemia. O resignarse como ante la enfermedad.
En más de una ocasión vimos la manera inesperada y no por ello menos natural en que emergió del agua la cabeza de Concha Urquiza
--Pero si usted está muerta --le recordábamos de inmediato.
Y ella, sin ponernos atención, interrumpía cualquier comentario para pedirnos, con ese gesto desesperado del verdadero adicto, un cigarrillo. Por el amor de dios. Por lo que más quieran. Ya que había dado la primera chupada--honda, con placer, toda ella en otro lugar--y ya que había dejado desaparecer en el aire la bocanada gris, el humo de artificio, entonces nos pedía una toalla.
--No saben la clase de frío que hace ahí --nos aseguraba sin atreverse a volver la vista atrás. Cuando constataba la sorpresa en nuestros rostros no era capaz de aguantar la risa.
--¿Qué? ¿Ustedes son de las que creen que Los Sumergidos nunca tenemos frío?
Éramos de ésas, ciertamente. Y, por serlo, guardábamos un silencio inconfesable y vergonzoso mientras bajábamos la vista.
--Por lo menos --murmuraba luego en son de paz-- podrían ofrecerme algo de vino.
Entonces, sin que se lo pidiéramos, sin que lo esperáramos siquiera, La Sumergida alzaba su copa y brindaba y chupaba ávidamente de su cigarrillo, todo a la vez, todo como si ya no tuviera tiempo o como si se le estuviera acabando el tiempo, mientras se quedaba como nosotras, sentada sosegadamente sobre la orilla de arena del Mar del Norte, resignada ante la enfermedad del agua y sobrevolando el desastre con la Mirada Oblicua de la que ha muerto más de una vez, de la que todavía no acaba de morir o de la que, muriendo, reincide como una verdadera adicta, con ese gesto de pordiosero y de mártir cruel y de princesa degollada.
VIII.
la invención de Maggie Triana
(mayo es ahora)
Es que tomaron el boulevard rojo.
Es que no había luz.
Es que faltaba el agua.
Es que llegó Maggie Triana bajo el eclipse
(cabello rojo, pestañas extra-largas, uñas a medio pintar)
y contó su peor sueño y su mejor pesadilla.
Es que se abrió el abrigo--negro, de peluche, demencial--y se sonrió tres veces con el ojo izquierdo.
Es que recargó la cabeza sobre un hombro y, de regreso al mundo, exclamó: esto es arándano (aunque en realidad era Eau de Cartier).
Es que se señaló la boca.
Es que dijo: bésenme.
Y todas obedecieron--gustosas, sumisas, celestes.
Es que, como lo he anotado, no había luz.
Es que era jueves pero a todas les urgía ya que fuera sábado.
Y Maggie insistía en contar--las manos en espiral, la boca de vela en alta mar, la rodilla flexionada--su peor sueño (el hombre que atravesaba el cuerpo de la mujer para extraerle el músculo ése que, dijo, algunos llaman corazón) y su mejor pesadilla (la mujer que, en justo intercambio, atravesaba el cuerpo del hombre para extraerle el ése que, repitió, algunos llaman corazón).
Es que habían leído a Butler, Cixous, Wittig, Peri Rossi, Pizarnik, Acker, Stein.
Y las mareaba el humo de los cigarrillos de clavo. Djarum Black: to enhance your smoking pleasure.
Y nadie hablaba en el Café de Todos.
Es que la mantarraya descendía--deliciosa, omnipotente, cándida--con esa lentitud casi doméstica, esa lentitud de otro modo mitológica, hasta la piel misma del océano.
Es que Amaranta Caballero caminaba descalza y ecuménica sobre su propia lengua.
Y Abril Castro se volvía una pez-hadilla sobre la almohada.
Y Maggie Triana declaraba, con precisión profética: cubrir de árboles el bosque. Bosquejar una mujer. Circundar una mujer. Cubrir de bosques una ciudad, bosquejar una mujer, circundar los árboles.
Y Lucina Constanza guardaba silencio.
Y La Sumergida se acostumbraba poco a poco, aunque no sin torpeza y sin intolerancia, a su nueva condición de Emergida.
Todo esto dentro de la Ciudad Sin Nombre. Todo esto en un lugar sin luz, sin agua.
Es que comieron uvas y pronunciaron las palabras muslo, codo, traquea. Y también ésa que, Maggie volvía a decir, algunos conocen como corazón.
Es que no sabían de la piedad. Y no les interesaba hincarse.
Es que los fáunulos tomaban su siesta.
Es que faltaba el agua.
Y se quedaron meditabundas frente a la pregunta ¿por qué no?
Es que era mayo.
Es que mayo es ahora.
XI.
una pelea con dios
La Emergida llegaba a veces extasiada de dolor, sola como sobreviviente, olorosa a crystal y a semen.
Cuando le preguntábamos dónde había estado contestaba que venía de Allá y, en sus ojos de madrugada química, en su descalza voz de ex-muerta, en cada una de las lanzas que perforaban su costado alguna vez adolescente o divino, Allá sólo quería decir Tijuana sin Luciérnagas. La Más Verdadera. La Arpía.
Nuestro pudor, como lo llamaba, le causaba suspiros escandalosos y delicadas sornas punzantes. Nuestras costumbres burguesas.
--Su mar de mierda --balbucía. Y nos miraba desde ese lugar donde sólo se oye el punzar de las venas, el rasgar de la respiración. Y nos seguía viendo desde los largos pasillos vacíos, desde los pasillos laberínticos y rencorosos por donde sólo avanzaba el viento de los bárbaros. Y no dejaba de mirarnos desde la pecera. Y nos observaba.
Adentro.
Más adentro.
Debajo del agua y de la tierra.
Debajo del paladar.
--Su puto mar de mierda --reiteraba entre dientes, con ese cansino hacer de cosa que ronda, con algo de obscena gravedad en el tono de la voz, con cierto anhelo de crimen--. Su puta mierda --deletreaba hasta que, poco a poco, con toda seguridad de la manera más lenta, aburrida tal vez o aquejada ya de ese agotamiento radial que se asocia a menudo con los recién resucitados, nos daba la espalda y se ponía a ver el inicio de la luz a través de los ventanales del cuarto.
Microscópicamente.
Las yemas de sus dedos sobre la superficie traslúcida y vertical.
La frente. Las pestañas. La lengua.
Esa manera suya de postrarse. Y de orar.
--Están sucios --constataba después, mucho después, cuando con o a pesar de la fatalidad conseguía estar de vuelta--. Sucios de grasa y de tiempo.
XII.
música de fondo
A veces se quitaban la piel y la colgaban de los tendederos. Eso sucedía las mañanas en que estaban exhaustas, los mañanas en que estaban a punto de decir no-aguanto-más.
Y la piel ondeaba de cara a la luz más preciada.
Y la piel se mecía en los brazos del viento, que son los Brazos de Nadie, como si no existiera en realidad ninguna razón para morir.
Olorosa a tacto y a pólvora y a flores de plástico y también a limón, la piel mostraba sus cicatrices con esa indiferencia que frecuentemente se confunde con el orgullo.
Era un cuadro de aspiración bucólica y de belleza naif.
Si no hubiera sabido que eran sus pieles, sus pieles en esos mañanas en que estaban muy cerca de sumergirse, habría podido pensar que se trataba de un spot televisivo al que sólo le faltaba la música de violines y de hachas.
--crg
Texto publicado originalmente en Debate Feminista, 15:29, abril 2004, dentro de la sección "Desde lo queer" organizada por la doctora Gabriela Cano de la UAM-I.
I.
las individuas
Llegaron una a una como gotas; una a una como naipes. Llegaron como llegan a veces las individuas--indisolubles, solitarias, muertas de calor o de frío, sucias de días, exhaustas.
Supongo que todas llevaban las uñas rotas.
II.
la manera en que levita la prosa
La primera emergió del Mar Norte a mediados de febrero. Más que una aparición, un flash back. Un corte--violento, sagaz, preciso--en el oleaje mercurial. Tan pronto como se alisó el pantalón de mezclilla y la camiseta negra, pidió un cigarrillo. Preguntó por el nombre del lugar, la hora. Miró a su alrededor con la Mirada Horizontal.
--Esto se llama Aquí --dije--. Y son las 2: 37.
--¿De la tarde o de la mañana? --por la pregunta supe que venía de otro planeta y que su mente tenía cierta inclinación por lo que aquí llamamos lo exacto. Por la manera en que aspiró el humo del primer cigarrillo y, después, lo dejó ir, supe lo que tenía que saber. Esa grisura. Ese terco callarse. En ese momento, exactamente como la prosa, una mantarraya se despegó apenas de la arena y, bajo el peso del agua, levitó.
--Del Ahora --sugerí.
El nombre con que se inscribió en el registro civil de Este Mundo fue el de Amaranta Caballero.
III.
las esculturas súbitas
Los Desamparados y los Solos y los de Tres Corazones Bajo el Pecho siempre encontraban una esquina iridiscente, una ardiente oración, una almohada de acechos en el cuarto de los ventanales sucios.
Desde ahí se veía una cara de Tijuana--la seca, la inundada de luciérnagas, la ordenada, la mentirosa.
Desde ahí Tijuana nos veía.
Una mañana entraron las Verdaderas Palomas por la ventana abierta y se cagaron sobre la cama y la alfombra y los libros. Dejaron todo blanco de mierda.
Amaranta Caballero y Abril Castro lo vieron todo--la cama, la alfombra, los libros--e, inmóviles como esculturas súbitas, se preguntaron, insistentemente: “¿Así que esto era el amor?”.
Esa grisura.
Ese terco callarse.
Y Tijuana--la seca, la inundada de luciérnagas, la ordenada, la mentirosa--se sonrió con inusitada cautela, con un decoro francamente inimaginable, de su cagado susto.
VI.
una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte
Cuando yo aún vivía en el Otro País y guardaba mi silencio como si fuera un Silencio de Años, me imaginaba, con frecuencia, a alguien así.
Tenía dos nombres en lugar de uno. Y tres manos. Y cuatro piernas. Y cinco ojos. Y demasiado de todo lo demás.
Bífida, como se dice a veces de la lengua para indicar que está llena de peligros.
Irresuelta, como se califica a menudo a las novelas sin final feliz.
Fluida, como la condición Posmoderna o como la vida misma.
Fumaba cigarrillos de esa manera en que he mencionado antes y, por eso, la reconocí. Esa grisura. Ese terco callarse. Su ropa del famoso clóset de 1940 y la mirada más allá del ventanal. Siempre. Su aleteo demencial. Su arremolinarse. Su no quedarse quieta.
Le decíamos arándano aunque olía usualmente a Eau de Cartier.
La llamábamos Abril aunque solía convertirse en Noviembre o en Marzo con la misma realista docilidad.
Era una mujer o una mujer. Soberana como la miel que le prestó el color a sus ojos. Cielística. Inacabada. A-punto-de.
Bastaba con evocarla en la congregación del nosotras para que su cuerpo hiciera un nosotros.
Viajaba a toda velocidad y no sola. Una de sus manos iba siempre en una de las manos de la muerte. Así se sentía a salvo. Protegida de las alas del mediodía y del pesar más blanco.
Cuando yo vivía del Otro Lado de la Línea, silenciosa y exhausta, dentro de un Silencio de Años y sucia de días, me preguntaba, con frecuencia, si existiría alguien así.
VII.
el gesto de la verdadera adicta
A veces el Mar del Norte se transformaba en manto y había que verlo como algo ajeno.
A veces se lo podía uno colocar sobre los hombros como cosa muy usada o querida, y sentir, dependiendo de incógnitos elementos, su calor o su extravío.
A veces era posible sentarse en su orilla, sosegadamente. Y volverse escultura súbita o nube desmemoriada. O arena con filos.
Todo podía pasar ahí en realidad. A veces había que sobrevolarlo como a un desastre. O alejarse como de la epidemia. O resignarse como ante la enfermedad.
En más de una ocasión vimos la manera inesperada y no por ello menos natural en que emergió del agua la cabeza de Concha Urquiza
--Pero si usted está muerta --le recordábamos de inmediato.
Y ella, sin ponernos atención, interrumpía cualquier comentario para pedirnos, con ese gesto desesperado del verdadero adicto, un cigarrillo. Por el amor de dios. Por lo que más quieran. Ya que había dado la primera chupada--honda, con placer, toda ella en otro lugar--y ya que había dejado desaparecer en el aire la bocanada gris, el humo de artificio, entonces nos pedía una toalla.
--No saben la clase de frío que hace ahí --nos aseguraba sin atreverse a volver la vista atrás. Cuando constataba la sorpresa en nuestros rostros no era capaz de aguantar la risa.
--¿Qué? ¿Ustedes son de las que creen que Los Sumergidos nunca tenemos frío?
Éramos de ésas, ciertamente. Y, por serlo, guardábamos un silencio inconfesable y vergonzoso mientras bajábamos la vista.
--Por lo menos --murmuraba luego en son de paz-- podrían ofrecerme algo de vino.
Entonces, sin que se lo pidiéramos, sin que lo esperáramos siquiera, La Sumergida alzaba su copa y brindaba y chupaba ávidamente de su cigarrillo, todo a la vez, todo como si ya no tuviera tiempo o como si se le estuviera acabando el tiempo, mientras se quedaba como nosotras, sentada sosegadamente sobre la orilla de arena del Mar del Norte, resignada ante la enfermedad del agua y sobrevolando el desastre con la Mirada Oblicua de la que ha muerto más de una vez, de la que todavía no acaba de morir o de la que, muriendo, reincide como una verdadera adicta, con ese gesto de pordiosero y de mártir cruel y de princesa degollada.
VIII.
la invención de Maggie Triana
(mayo es ahora)
Es que tomaron el boulevard rojo.
Es que no había luz.
Es que faltaba el agua.
Es que llegó Maggie Triana bajo el eclipse
(cabello rojo, pestañas extra-largas, uñas a medio pintar)
y contó su peor sueño y su mejor pesadilla.
Es que se abrió el abrigo--negro, de peluche, demencial--y se sonrió tres veces con el ojo izquierdo.
Es que recargó la cabeza sobre un hombro y, de regreso al mundo, exclamó: esto es arándano (aunque en realidad era Eau de Cartier).
Es que se señaló la boca.
Es que dijo: bésenme.
Y todas obedecieron--gustosas, sumisas, celestes.
Es que, como lo he anotado, no había luz.
Es que era jueves pero a todas les urgía ya que fuera sábado.
Y Maggie insistía en contar--las manos en espiral, la boca de vela en alta mar, la rodilla flexionada--su peor sueño (el hombre que atravesaba el cuerpo de la mujer para extraerle el músculo ése que, dijo, algunos llaman corazón) y su mejor pesadilla (la mujer que, en justo intercambio, atravesaba el cuerpo del hombre para extraerle el ése que, repitió, algunos llaman corazón).
Es que habían leído a Butler, Cixous, Wittig, Peri Rossi, Pizarnik, Acker, Stein.
Y las mareaba el humo de los cigarrillos de clavo. Djarum Black: to enhance your smoking pleasure.
Y nadie hablaba en el Café de Todos.
Es que la mantarraya descendía--deliciosa, omnipotente, cándida--con esa lentitud casi doméstica, esa lentitud de otro modo mitológica, hasta la piel misma del océano.
Es que Amaranta Caballero caminaba descalza y ecuménica sobre su propia lengua.
Y Abril Castro se volvía una pez-hadilla sobre la almohada.
Y Maggie Triana declaraba, con precisión profética: cubrir de árboles el bosque. Bosquejar una mujer. Circundar una mujer. Cubrir de bosques una ciudad, bosquejar una mujer, circundar los árboles.
Y Lucina Constanza guardaba silencio.
Y La Sumergida se acostumbraba poco a poco, aunque no sin torpeza y sin intolerancia, a su nueva condición de Emergida.
Todo esto dentro de la Ciudad Sin Nombre. Todo esto en un lugar sin luz, sin agua.
Es que comieron uvas y pronunciaron las palabras muslo, codo, traquea. Y también ésa que, Maggie volvía a decir, algunos conocen como corazón.
Es que no sabían de la piedad. Y no les interesaba hincarse.
Es que los fáunulos tomaban su siesta.
Es que faltaba el agua.
Y se quedaron meditabundas frente a la pregunta ¿por qué no?
Es que era mayo.
Es que mayo es ahora.
XI.
una pelea con dios
La Emergida llegaba a veces extasiada de dolor, sola como sobreviviente, olorosa a crystal y a semen.
Cuando le preguntábamos dónde había estado contestaba que venía de Allá y, en sus ojos de madrugada química, en su descalza voz de ex-muerta, en cada una de las lanzas que perforaban su costado alguna vez adolescente o divino, Allá sólo quería decir Tijuana sin Luciérnagas. La Más Verdadera. La Arpía.
Nuestro pudor, como lo llamaba, le causaba suspiros escandalosos y delicadas sornas punzantes. Nuestras costumbres burguesas.
--Su mar de mierda --balbucía. Y nos miraba desde ese lugar donde sólo se oye el punzar de las venas, el rasgar de la respiración. Y nos seguía viendo desde los largos pasillos vacíos, desde los pasillos laberínticos y rencorosos por donde sólo avanzaba el viento de los bárbaros. Y no dejaba de mirarnos desde la pecera. Y nos observaba.
Adentro.
Más adentro.
Debajo del agua y de la tierra.
Debajo del paladar.
--Su puto mar de mierda --reiteraba entre dientes, con ese cansino hacer de cosa que ronda, con algo de obscena gravedad en el tono de la voz, con cierto anhelo de crimen--. Su puta mierda --deletreaba hasta que, poco a poco, con toda seguridad de la manera más lenta, aburrida tal vez o aquejada ya de ese agotamiento radial que se asocia a menudo con los recién resucitados, nos daba la espalda y se ponía a ver el inicio de la luz a través de los ventanales del cuarto.
Microscópicamente.
Las yemas de sus dedos sobre la superficie traslúcida y vertical.
La frente. Las pestañas. La lengua.
Esa manera suya de postrarse. Y de orar.
--Están sucios --constataba después, mucho después, cuando con o a pesar de la fatalidad conseguía estar de vuelta--. Sucios de grasa y de tiempo.
XII.
música de fondo
A veces se quitaban la piel y la colgaban de los tendederos. Eso sucedía las mañanas en que estaban exhaustas, los mañanas en que estaban a punto de decir no-aguanto-más.
Y la piel ondeaba de cara a la luz más preciada.
Y la piel se mecía en los brazos del viento, que son los Brazos de Nadie, como si no existiera en realidad ninguna razón para morir.
Olorosa a tacto y a pólvora y a flores de plástico y también a limón, la piel mostraba sus cicatrices con esa indiferencia que frecuentemente se confunde con el orgullo.
Era un cuadro de aspiración bucólica y de belleza naif.
Si no hubiera sabido que eran sus pieles, sus pieles en esos mañanas en que estaban muy cerca de sumergirse, habría podido pensar que se trataba de un spot televisivo al que sólo le faltaba la música de violines y de hachas.
--crg
LAS RARAS
Me avisan que ya salió y ya está a la venta el número 29 de Debate Feminista, Las raras (año 15, vol. 29), correspondiente a la mes de abril de 2004. La seccion "Desde lo queer*" incluye las colaboraciones de:
Gabriela Cano, Presentación
Cristina Rivera-Garza, ¿Ha estado usted alguna vez en el Mar del Norte?
Robert McKee Irwin, Las inseparables y la prehistoira del lesbianismo en México
Adriana Novoa y Monica Szurmuk, Desnaturalizando la nación autoritaria: una propuesta queer
Licia Fiol-Matta, Raras por mandado: la maestra, lo queer y el estado en Gabriela Mistral
Lawrecne La Fountain-Stokes, De sexilio(s) y diáspora(s) homosexuale(s) latina(s): cultura puertoriqueña y lo nuyorquian queer
Maria Mercedes Gómez, Crimenes de odio en Estados Unidos. La distinción analítica entre excluir y discriminar
Carlos Monsiváis, La emergencia de la diversidad: las comunidades marginales y sus batallas por la visibilidad
Memoria: Heribierto Frías, Las inseparables
El numero se completa con el foro cibernético "Ni madres", un conjunto de reflexiones de mujeres que eligieron no tener hijos (¿cómo se dice eso en positivo?) y otros ensayos y reseñas bibliográficas de gran interés.
*En vista de la aceptación y uso extenso de queer, DF decidió evitar las cursivas y dejar que la palabra se integre al léxico escrito de la revista.
--crg
Me avisan que ya salió y ya está a la venta el número 29 de Debate Feminista, Las raras (año 15, vol. 29), correspondiente a la mes de abril de 2004. La seccion "Desde lo queer*" incluye las colaboraciones de:
Gabriela Cano, Presentación
Cristina Rivera-Garza, ¿Ha estado usted alguna vez en el Mar del Norte?
Robert McKee Irwin, Las inseparables y la prehistoira del lesbianismo en México
Adriana Novoa y Monica Szurmuk, Desnaturalizando la nación autoritaria: una propuesta queer
Licia Fiol-Matta, Raras por mandado: la maestra, lo queer y el estado en Gabriela Mistral
Lawrecne La Fountain-Stokes, De sexilio(s) y diáspora(s) homosexuale(s) latina(s): cultura puertoriqueña y lo nuyorquian queer
Maria Mercedes Gómez, Crimenes de odio en Estados Unidos. La distinción analítica entre excluir y discriminar
Carlos Monsiváis, La emergencia de la diversidad: las comunidades marginales y sus batallas por la visibilidad
Memoria: Heribierto Frías, Las inseparables
El numero se completa con el foro cibernético "Ni madres", un conjunto de reflexiones de mujeres que eligieron no tener hijos (¿cómo se dice eso en positivo?) y otros ensayos y reseñas bibliográficas de gran interés.
*En vista de la aceptación y uso extenso de queer, DF decidió evitar las cursivas y dejar que la palabra se integre al léxico escrito de la revista.
--crg
Tuesday, May 04, 2004
RESULTADOS DEL PRIMER CONCURSO DE CUENTO CRISTINA RIVERA GARZA 2004
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey--Campus Toluca
I: "Gatos" por Witzy, de Sylvia Fabiola Aguilar Zeneli, ITESM-Campus Sonora Norte, estudiante
de la maestría de Estudios Humanísticos.
II: "Por si despiertas" por Isabel Triste, de Laura Zúñiga Orta, ITESM-Campus Toluca, estudiante de Licenciatura de Ciencias de la Comunicación.
III: "Se hizo la madrugada" por Chucha, de Marcelo Gómez Yunes, ITESM-Campus Monterrey, estudiante de Ingeniería en Sistemas Electrónicos.
"Una velada inolvidable" de Arab Zaraq, por Erasmo Jaime Valdés Hernández, ITESM-Campus Hidalgo, Licenciatura en Contaduría Pública y Finanzas.
!Felicidades a todos!
--crg
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey--Campus Toluca
I: "Gatos" por Witzy, de Sylvia Fabiola Aguilar Zeneli, ITESM-Campus Sonora Norte, estudiante
de la maestría de Estudios Humanísticos.
II: "Por si despiertas" por Isabel Triste, de Laura Zúñiga Orta, ITESM-Campus Toluca, estudiante de Licenciatura de Ciencias de la Comunicación.
III: "Se hizo la madrugada" por Chucha, de Marcelo Gómez Yunes, ITESM-Campus Monterrey, estudiante de Ingeniería en Sistemas Electrónicos.
"Una velada inolvidable" de Arab Zaraq, por Erasmo Jaime Valdés Hernández, ITESM-Campus Hidalgo, Licenciatura en Contaduría Pública y Finanzas.
!Felicidades a todos!
--crg
Sunday, May 02, 2004
TOSTILOCOS O RECETA PARA IRSE A OTRO MUNDO
Ingredientes:
1) Bolsa de doritos abierta horizontalmente.
2) Tres o cuatro cucharadas de cueritos de cerdo cortados en finas tiras.
3) Pepinos en cuadritos.
4) Cacahuates japoneses.
5) Mucha salsa La Valentina.
6) Limón y sal.
Contexto:
1) Adquiera los tostilocos justo cuando faltan 30 carros para cruzar la línea que, eventualmente, lo llevará al otro lado.
Resultado:
1) Tan pronto como esté del otro lado se encontrará, con ayuda de los tostilocos, efectivamente, en El Otro Lado.
--crg
Ingredientes:
1) Bolsa de doritos abierta horizontalmente.
2) Tres o cuatro cucharadas de cueritos de cerdo cortados en finas tiras.
3) Pepinos en cuadritos.
4) Cacahuates japoneses.
5) Mucha salsa La Valentina.
6) Limón y sal.
Contexto:
1) Adquiera los tostilocos justo cuando faltan 30 carros para cruzar la línea que, eventualmente, lo llevará al otro lado.
Resultado:
1) Tan pronto como esté del otro lado se encontrará, con ayuda de los tostilocos, efectivamente, en El Otro Lado.
--crg