DICIEMBRE ME GUSTÓ PARA LEERTE
co-ediciones La Línea/Pressless. Ediciones de la Esquina.
Tres libros tres.
Bravísimas Bravérrimas
Amaranta Caballero (Guanajuato Guanajuato 1973, como a las 5:32 p.m.). Llegó a Tijuana buscando una mejor vida –como tanto migrante– y se encontró con un muro que se ahogaba. Ha probado diferentes trabajos para poder sobrevivir en la frontera: traficante y vendedora a menudeo de líneas, copilota del taxi del amor, vendedora ambulante de poemales, diseñadora editorial. Actualmente es poeta empírica y madre soltera de la gata-tigra más sádica del norte. amaranoia@hotmail.com www.amarantacaballero.blogspot.com
Primera Persona: Ella
Omar Pimienta (Tijuana, B.C. 1978). Herrero ilegal. Jugador de basketball. Fotógrafo. Booklegger irredento. Joyero. Siempre a punto de llorar. Instalador. Vegetariano. Estudiante. Zurdo. Omar Pimienta ve bailar las bolsitas del té de damiana mientras se inunda de letras. Vive en la Liber. Armadillo. omarpimienta@hotmail.com www.omarpimienta.blogspot.com
Jueves Fausto
Margarita Valencia Triana (Tijuana, B.C. 1980). Filósofa. Metralla. Bala y gancho al hígado. Miss Violence en fuga la mira atónita. Cuando Margarita Valencia se pone la mano en la sien como si fuera un revólver, Medusa vuelve. En rojo. sayakyetel@hotmail.com www.sayak.blogspot.com
Desde la mismísima Tiyei, puesn!
--crg
MENSAJES DE OTROS MUNDOS
SE VENDEN TAPAS PARA MUERTOS
Las primeras dos o tres veces pensé que se trataba de un restaurante español con cierta posmoderna proclividad por lo extremo. Luego ya me di cuenta que era un negocio de criptas y monumentos.
CLINICAMENTE COMPROBADO. SIN LÁGRIMAS. SIN ENREDOS
Debería haber aparecido alrededor del cuello de Alguien, pero sólo vino en una botella de shampoo para niños.
EL PULPO MANCO
Nombre de bar definitivamente preposmoderno.
--crg
SE VENDEN TAPAS PARA MUERTOS
Las primeras dos o tres veces pensé que se trataba de un restaurante español con cierta posmoderna proclividad por lo extremo. Luego ya me di cuenta que era un negocio de criptas y monumentos.
CLINICAMENTE COMPROBADO. SIN LÁGRIMAS. SIN ENREDOS
Debería haber aparecido alrededor del cuello de Alguien, pero sólo vino en una botella de shampoo para niños.
EL PULPO MANCO
Nombre de bar definitivamente preposmoderno.
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Tuesday, December 14, 2004
CHOCAR, DIFERIR, DIALOGAR
(Publicado en Día Siete, revista del periódico El Universal, el 12 de diciembre del 2004)
Se trata de una mesa rectangular. Se trata de 20 años. Se trata de 25 investigadoras alrededor. Todo esto sucede en Coyoacán, junto a la sombra de las buganvillas y las jacarandas. Cada viernes de los últimos 20 años, el grupo Diana Morán (llamado así en homenaje a una de sus fundadoras, quién falleció tempranamente) se reúne para analizar, de manera por demás detallada, la producción literaria hecha por mujeres y, más recientemente, por hombres y mujeres, de México y Latinoamérica. Con apoyo de becas grupales tanto del CNCA como del CONACYT, este grupo ha leído con singular esmero, con pasión crítica y con una gran diversidad de herramientas teóricas, desde textos de autoras poco estudiadas, como es el caso de la zacatecana Amparo Dávila, hasta las narraciones neo-fantásticas de escritoras como Ana García Bergua o Adriana González Mateos. Rescatando y proponiendo al mismo tiempo, estas investigadoras de la UNAM, del Colegio de México, la Universidad Autónoma Metroplitana, la Universidad Iberoamericana o el ITESM-Campus Toluca no sólo nos han ofrecido una manera distinta, más inclusiva, de visitar la historia literaria de esta región del mundo, sino también, y acaso de manera más fundamental, una manera distinta de experimentar su presente y de avizorar su futuro. Las actividades intelectuales del grupo Diana Morán nos recuerdan que la historia de la literatura no es necesariamente la historia de la literatura escrita por varones, es decir, que la historia de la literatura no tiene porque ser sexista, sino que esta historia incluye a participantes de variados géneros. Al hacer esto, las investigadoras del Diana Morán también ponen de manifiesto--y a las pruebas se remiten--que tanto nuestras historias como nuestros presentes literarios son territorios amplios, flexibles, lúdicos, inesperados. En suma, cada uno de los libros editados por el grupo Diana Morán--y ya llevan cinco--nos recuerda que la literatura es en realidad las literaturas y que así, en plural, esas literaturas resultan más complejas y, por lo tanto, más interesantes.
Todo esto a colación de Escrituras en contraste. Femenino/masculino en la literatura mexicana del siglo XX, el más reciente libro del colectivo editado, esta vez, por Maricruz Castro, Laura Cázares y Gloria Prado. Aquí, utilizando la categoría de género no sólo para resaltar a las producciones culturales de mujeres sino para explorar las estrategias narrativas que tanto hombres como mujeres ponen a funcionar en el momento de construir sus universos novelísticos, las investigadoras contraponen y comparan el trabajo de “parejas” literarias--algunas un tanto esperadas, como es el caso de Elena Garro y sus Recuerdos del Porvenir y el Pedro Páramo de Juan Rulfo, y otras verdaderamente intrigantes, como las formadas por Inés Arredondo y Sergio Pitol, Julieta Campos y Salvador Elizondo o Susana Pagano y Alvaro Enrigue, entre tantos otros. Provocando el choque, la diferencia o la amalgamación, las autoras crean un mapa literario que es en realidad un diálogo dinámico e incluyente--y todos sabemos que nada como el diálogo para incentivar la crítica. Por eso también habría que celebrar la decisión de la UAM y Aldus--la mancuerna editorial gracias a la cual el público lector puede adentrarse ahora en el territorio movedizo, enigmático, inquietante, que produce la conjunción entre género y la literatura.
--crg
(Publicado en Día Siete, revista del periódico El Universal, el 12 de diciembre del 2004)
Se trata de una mesa rectangular. Se trata de 20 años. Se trata de 25 investigadoras alrededor. Todo esto sucede en Coyoacán, junto a la sombra de las buganvillas y las jacarandas. Cada viernes de los últimos 20 años, el grupo Diana Morán (llamado así en homenaje a una de sus fundadoras, quién falleció tempranamente) se reúne para analizar, de manera por demás detallada, la producción literaria hecha por mujeres y, más recientemente, por hombres y mujeres, de México y Latinoamérica. Con apoyo de becas grupales tanto del CNCA como del CONACYT, este grupo ha leído con singular esmero, con pasión crítica y con una gran diversidad de herramientas teóricas, desde textos de autoras poco estudiadas, como es el caso de la zacatecana Amparo Dávila, hasta las narraciones neo-fantásticas de escritoras como Ana García Bergua o Adriana González Mateos. Rescatando y proponiendo al mismo tiempo, estas investigadoras de la UNAM, del Colegio de México, la Universidad Autónoma Metroplitana, la Universidad Iberoamericana o el ITESM-Campus Toluca no sólo nos han ofrecido una manera distinta, más inclusiva, de visitar la historia literaria de esta región del mundo, sino también, y acaso de manera más fundamental, una manera distinta de experimentar su presente y de avizorar su futuro. Las actividades intelectuales del grupo Diana Morán nos recuerdan que la historia de la literatura no es necesariamente la historia de la literatura escrita por varones, es decir, que la historia de la literatura no tiene porque ser sexista, sino que esta historia incluye a participantes de variados géneros. Al hacer esto, las investigadoras del Diana Morán también ponen de manifiesto--y a las pruebas se remiten--que tanto nuestras historias como nuestros presentes literarios son territorios amplios, flexibles, lúdicos, inesperados. En suma, cada uno de los libros editados por el grupo Diana Morán--y ya llevan cinco--nos recuerda que la literatura es en realidad las literaturas y que así, en plural, esas literaturas resultan más complejas y, por lo tanto, más interesantes.
Todo esto a colación de Escrituras en contraste. Femenino/masculino en la literatura mexicana del siglo XX, el más reciente libro del colectivo editado, esta vez, por Maricruz Castro, Laura Cázares y Gloria Prado. Aquí, utilizando la categoría de género no sólo para resaltar a las producciones culturales de mujeres sino para explorar las estrategias narrativas que tanto hombres como mujeres ponen a funcionar en el momento de construir sus universos novelísticos, las investigadoras contraponen y comparan el trabajo de “parejas” literarias--algunas un tanto esperadas, como es el caso de Elena Garro y sus Recuerdos del Porvenir y el Pedro Páramo de Juan Rulfo, y otras verdaderamente intrigantes, como las formadas por Inés Arredondo y Sergio Pitol, Julieta Campos y Salvador Elizondo o Susana Pagano y Alvaro Enrigue, entre tantos otros. Provocando el choque, la diferencia o la amalgamación, las autoras crean un mapa literario que es en realidad un diálogo dinámico e incluyente--y todos sabemos que nada como el diálogo para incentivar la crítica. Por eso también habría que celebrar la decisión de la UAM y Aldus--la mancuerna editorial gracias a la cual el público lector puede adentrarse ahora en el territorio movedizo, enigmático, inquietante, que produce la conjunción entre género y la literatura.
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Monday, December 13, 2004
PELÍCANO EXTRAVIADO (BIS)
Sucede así: hay que mirar a lo lejos.
Y a-lo-lejos, que es todo volcán, todo es azul. Un azul casi marino.
Cosa como espejismo. Mapa equivocado. Motivo de su extravío.
Así debe verlo el pelícano que, errante, distraído, criatura de otro libro, se lanza en picada. Perfecta vertical. Vuelo en forma de caída. Absoluta velocidad.
Y ahí va: blanquísima su figura contra el azul que, de no ser sólo volcán, sería también océano. Aquí va.
En el último segundo, cuando ya creo que se estrellará contra la superficie--del mar o de la montaña, da lo mismo--el pelícano retoma el vuelo. Imperfecta horizontal. Vuelo como ascenso. A lo lejos.
El suave batir de las alas.
Eso.
Cosa sin vuelta atrás.
Sucede así: hay que mirar a lo lejos.
Y a-lo-lejos, que es todo volcán, todo es azul. Un azul casi marino.
Cosa como espejismo. Mapa equivocado. Motivo de su extravío.
Así debe verlo el pelícano que, errante, distraído, criatura de otro libro, se lanza en picada. Perfecta vertical. Vuelo en forma de caída. Absoluta velocidad.
Y ahí va: blanquísima su figura contra el azul que, de no ser sólo volcán, sería también océano. Aquí va.
En el último segundo, cuando ya creo que se estrellará contra la superficie--del mar o de la montaña, da lo mismo--el pelícano retoma el vuelo. Imperfecta horizontal. Vuelo como ascenso. A lo lejos.
El suave batir de las alas.
Eso.
Cosa sin vuelta atrás.
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Sunday, December 12, 2004
LA INCONFORMISTA: Elfriede Jelinek en nueve pausas.
(Presentado en el Homenaje a Jelinek que se llevó a cabo en Bellas Artes)
I.
No conozco a Elfriede Jelinek personalmente. No sé si me gustaría hacerlo.
Digo esto porque nada de lo que sé o creo saber o sé a medias o de plano no sé y sé que no sé es lo mismo mientras la leo.
Y digo lo que acabo de decir porque la palabra de Jelinek, como la poesía sobre el otoño de Rainer, uno de los cuatro jóvenes y violentos personajes de Los Excluidos, "apesta excesivamente a luz".
Y digo esto de lo que acabo de decir porque, como los libros anti-absorbentes de los que hablara el teórico norteamericano Charles Berstein, los de Jelinek no buscan gustar ni confirmar a ni congraciarse con sus lectores. Su encanto no está en la identificación. Me corrijo: No hay encanto en ellos. El desencanto, si por desencanto se entiende esta cosa crítica de suyo incómoda que no pacta con nada, es la forma de des-identificación que encanta desde sus libros. Me descorrijo entonces.
En resumen: su iluminación alumbra, es decir, quema. Su anti-absorbencia hiere, es decir, establece, como muchos de sus personajes, una relación sadomasoquista, en este caso con el lector que, en honor a la verdad, es lectora.
Confesión tristísima: Uno se queda con Jelinek a pesar de uno. Yo me quedo con ella porque me duele. Porque me irrita. Porque me hace mover la cabeza de arriba abajo, insistentemente, en forma de asentimiento. No quiero asentir. Asiento. Estoy con Elfriede Jelinek. No quiero. Estoy. Leo.
Cosa sin remedio.
Emily Dickinson lo decía mejor. Decía: no dejamos el puñal porque amamos la herida.
II.
Leía hace no mucho un artículo de Eve Gil aparecido en Arena, el suplemento cultural del periódico Excelsior, en el que relataba ciertos interesantes hechos acontecidos en el VI Congreso Internacional de Escritoras que se llevó a cabo entre el 23 y el 26 de septiembre de este año en Guadalajara, Jal. Motivada por las presentaciones de una mesa peculiar y tratando de mover el debate del más bien ingenuo y poco productivo concepto de "literatura femenina" hacia las dinámicas muy reales y muy complejas que informan la producción y circulación de escrituras en el mundo en que vivimos, Gil lanzó (al decir del citado artículo) la siguiente pregunta al aire:
--¿Puede alguno de ustedes decirme cómo es que, si bien William Faulkner y Carson McCullers triunfaron al unísono y gozaron del beneplácito de la crítica de su tiempo, que los consideraba igualmente buenos, hoy todo el mundo conoce a Faulkner y ha olvidado a Carson?... ¿Por qué si se considera que los mejores autores que ha dado Austria son Thomas Bernhard y Elfriede Jelinek, todos saben quién es Bernhard e ignoran quién es Jelinek?... ¿Por qué en más de cien años de Premios Nobel, solamente nueve mujeres han ganado el de literatura?...
Repito aquí la pregunta de Gil--lectora de Jelinek desde que se podían conseguir dos de sus libros, Los excluidos y La pianista, por 10 pesos en las mesas de saldo del metro--no sólo porque me parece que no es una pregunta retórica ni ideológica ni innecesaria sino también porque creo que los libros de Jelinek se aproximan una y otra vez, peligrosamente en cada ocasión, a ella. Los libros de Jelinek la vuelven, quiero decir, contemporánea.
No sé Jelinek se describa a sí misma como feminista pero su acerada, inclemente, feroz crítica contra el sistema de jerarquías patriarcales de una Austria que bien podría ser el mundo entero es del tipo de feminismo que no deja en paz ni a hombres ni a mujeres. Sin complacencia alguna, sin guiños cómplices, sin ganas de hermanarse en un abrazo de falsa humanidad, Jelinek insiste en quitarle las ropas, las carnes, los músculos, cualquier cosa que no sea el hueso mismo, a términos tan pomposos como descarados tales como "amor", "relación sexual", "patria", "pertenencia", "realidad". En Las Amantes hay, por ejemplo, una mujer de nombre brigitte que sólo posee su presente y su cuerpo (poseído a su vez por la industria de la belleza poseída a su vez por el capitalismo rampante). Esa brigitte decide invertir tal presente y tal cuerpo en un hombre, heinz. Heinz tiene pene y, por lo tanto, futuro. Heinz podría conseguirse una mejor inversión pero brigitte, que tiene todos los pelos de tonta, es suficientemente segura. A brigitte no le molesta, por ejemplo, limpiar la mierda del excusado de la madre de Heinz y la madre se venga así de las humillaciones que le costó conseguir el pene del padre de Heinz. Una bella historia de amor: no. Una historia de amor: no. Amor: sí. Su médula. Por algo escribe Jelinek que: "la historia de b. y h. no es algo que se desarrolla, es algo que de pronto está (fulgor) y se llama amor". ¿Cuántas toneladas de crítico sarcasmo caben en los paréntesis que rodean a la palabra fulgor en esta frase?
Y las cosas no mejoran, de ninguna manera, cuando la mujer, como en el caso de Ana de Los excluidos, no tiene los pelos de tonta que tiene brigitte. Ana, la hermana de Rainer, la que no le tiene miedo a nada, la intelectual, se enamora de Hans, el trabajador manual, el de los bíceps, el gracioso. Y el amor--esa maquinación, ese cálculo, esa inversión--no hace sino convertirlos a los dos en cuerpos. El amor los reduce a cuerpos. Así, "a pesar de haberle visto el juego, [Ana] quiere comprobar lo que hay detrás de todo ello. Y si finalmente todo se reduce a unos tendones, a unos músculos y a una piel, también es suficiente. Basta ya de hablar. Ella tiene un cerebro que ahora quiere dejar de lado y sólo ser un cuerpo para Hans, que tampoco debería aspirar a ser más que un cuerpo". El amor: esa degradación. Ese golpe. Esa penetración. Ese doblegarse. Ese duro reír. Ese quebrarse. Ese ineludible poder. Esa socialidad. Esa daño. Ese fulgor. Efectivamente: ese fulgor. Entre paréntesis.
III.
Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.
(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento).
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose. Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que es el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos, de patrocinios.
Estaban heridas de todo (y todo aquí quiere decir la historia, el aire, el presente, el subjuntivo, el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes. Dichosas más que dichas.
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
IV.
Y no sé si Jelinek se diga comunista (aunque sí sé que perteneció al partido comunista) pero su comunismo es de la estirpe vitrólica ésa que ataca por igual a la estúpida brutalidad de la clase media como a la estúpida brutalidad del proletariado como a la estúpida brutalidad del intelectual como a la estúpida brutalidad del convertido como a la estúpida brutalidad del rebelde y la estúpida brutalidad del nihilista. Con inusuales frases pequeñísimas (y peculiarmente musicales, explican los que hablan leen entienden comprenden alemán) y con una polifónica voz narrativa que está siempre en un nervioso e inesperado plural, Jelinek obliga a cada uno de sus personajes a increparse y a mostrar sus más íntimas humillaciones y a caer de rodillas y a fallar. ¿Será por eso que casi todos sus hombres terminan llorando después de la violencia del robo o del amor? Nada en todo caso más lejano de cualquier asomo de trasnochado realismo o de convencional Tradición (así, en singular y con mayúsculas) en sus libros. La inconformista es, habrá que decirlo de todas las maneras posibles, una experimentalista.
Tú no me has de querer, declara Jelinek en cada una de sus líneas.
V.
Supongo que sólo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres o, a veces, sin ellos, besaban labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces. Pre-humanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más que conscientes. Subrepticias más que críticas. Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
VI.
En el eterno juego de las desidentificaciones, el lector de Jelinek tiene que desear No ser tal o cual personaje, No parecerse a ninguno de ellos. Y cada uno de estos NO van con mayúsculas, digo esto para los que escuchan. A diferencia de los puristas que la costumbre vuelve rígidos y más papistas que el papa, a diferencia de los fiscales que legislan para todos excepto el Sí-Mismo y Sus Amigos Más Fervientes, Jelinek tampoco pide identificación alguna con el autor.
Tú no me has de querer, demanda Jelinek por debajo de cada una de sus líneas.
VII.
¿Mencioné ya que eran brutales?
VIII.
Helene Cixious lo dijo de esta manera en Fotos de Raíces: Siempre tenemos miedo de vernos sufrir. Es como cuando tenemos una herida abierta: tenemos un miedo terrible de mirarla, pero al mismo tiempo somos quizá la única persona que es capaz de mirarla.
IX.
No sé si deseo conocerla personalmente.
Todavía no lo sé.
Tú no me has de querer.
--crg
(Presentado en el Homenaje a Jelinek que se llevó a cabo en Bellas Artes)
I.
No conozco a Elfriede Jelinek personalmente. No sé si me gustaría hacerlo.
Digo esto porque nada de lo que sé o creo saber o sé a medias o de plano no sé y sé que no sé es lo mismo mientras la leo.
Y digo lo que acabo de decir porque la palabra de Jelinek, como la poesía sobre el otoño de Rainer, uno de los cuatro jóvenes y violentos personajes de Los Excluidos, "apesta excesivamente a luz".
Y digo esto de lo que acabo de decir porque, como los libros anti-absorbentes de los que hablara el teórico norteamericano Charles Berstein, los de Jelinek no buscan gustar ni confirmar a ni congraciarse con sus lectores. Su encanto no está en la identificación. Me corrijo: No hay encanto en ellos. El desencanto, si por desencanto se entiende esta cosa crítica de suyo incómoda que no pacta con nada, es la forma de des-identificación que encanta desde sus libros. Me descorrijo entonces.
En resumen: su iluminación alumbra, es decir, quema. Su anti-absorbencia hiere, es decir, establece, como muchos de sus personajes, una relación sadomasoquista, en este caso con el lector que, en honor a la verdad, es lectora.
Confesión tristísima: Uno se queda con Jelinek a pesar de uno. Yo me quedo con ella porque me duele. Porque me irrita. Porque me hace mover la cabeza de arriba abajo, insistentemente, en forma de asentimiento. No quiero asentir. Asiento. Estoy con Elfriede Jelinek. No quiero. Estoy. Leo.
Cosa sin remedio.
Emily Dickinson lo decía mejor. Decía: no dejamos el puñal porque amamos la herida.
II.
Leía hace no mucho un artículo de Eve Gil aparecido en Arena, el suplemento cultural del periódico Excelsior, en el que relataba ciertos interesantes hechos acontecidos en el VI Congreso Internacional de Escritoras que se llevó a cabo entre el 23 y el 26 de septiembre de este año en Guadalajara, Jal. Motivada por las presentaciones de una mesa peculiar y tratando de mover el debate del más bien ingenuo y poco productivo concepto de "literatura femenina" hacia las dinámicas muy reales y muy complejas que informan la producción y circulación de escrituras en el mundo en que vivimos, Gil lanzó (al decir del citado artículo) la siguiente pregunta al aire:
--¿Puede alguno de ustedes decirme cómo es que, si bien William Faulkner y Carson McCullers triunfaron al unísono y gozaron del beneplácito de la crítica de su tiempo, que los consideraba igualmente buenos, hoy todo el mundo conoce a Faulkner y ha olvidado a Carson?... ¿Por qué si se considera que los mejores autores que ha dado Austria son Thomas Bernhard y Elfriede Jelinek, todos saben quién es Bernhard e ignoran quién es Jelinek?... ¿Por qué en más de cien años de Premios Nobel, solamente nueve mujeres han ganado el de literatura?...
Repito aquí la pregunta de Gil--lectora de Jelinek desde que se podían conseguir dos de sus libros, Los excluidos y La pianista, por 10 pesos en las mesas de saldo del metro--no sólo porque me parece que no es una pregunta retórica ni ideológica ni innecesaria sino también porque creo que los libros de Jelinek se aproximan una y otra vez, peligrosamente en cada ocasión, a ella. Los libros de Jelinek la vuelven, quiero decir, contemporánea.
No sé Jelinek se describa a sí misma como feminista pero su acerada, inclemente, feroz crítica contra el sistema de jerarquías patriarcales de una Austria que bien podría ser el mundo entero es del tipo de feminismo que no deja en paz ni a hombres ni a mujeres. Sin complacencia alguna, sin guiños cómplices, sin ganas de hermanarse en un abrazo de falsa humanidad, Jelinek insiste en quitarle las ropas, las carnes, los músculos, cualquier cosa que no sea el hueso mismo, a términos tan pomposos como descarados tales como "amor", "relación sexual", "patria", "pertenencia", "realidad". En Las Amantes hay, por ejemplo, una mujer de nombre brigitte que sólo posee su presente y su cuerpo (poseído a su vez por la industria de la belleza poseída a su vez por el capitalismo rampante). Esa brigitte decide invertir tal presente y tal cuerpo en un hombre, heinz. Heinz tiene pene y, por lo tanto, futuro. Heinz podría conseguirse una mejor inversión pero brigitte, que tiene todos los pelos de tonta, es suficientemente segura. A brigitte no le molesta, por ejemplo, limpiar la mierda del excusado de la madre de Heinz y la madre se venga así de las humillaciones que le costó conseguir el pene del padre de Heinz. Una bella historia de amor: no. Una historia de amor: no. Amor: sí. Su médula. Por algo escribe Jelinek que: "la historia de b. y h. no es algo que se desarrolla, es algo que de pronto está (fulgor) y se llama amor". ¿Cuántas toneladas de crítico sarcasmo caben en los paréntesis que rodean a la palabra fulgor en esta frase?
Y las cosas no mejoran, de ninguna manera, cuando la mujer, como en el caso de Ana de Los excluidos, no tiene los pelos de tonta que tiene brigitte. Ana, la hermana de Rainer, la que no le tiene miedo a nada, la intelectual, se enamora de Hans, el trabajador manual, el de los bíceps, el gracioso. Y el amor--esa maquinación, ese cálculo, esa inversión--no hace sino convertirlos a los dos en cuerpos. El amor los reduce a cuerpos. Así, "a pesar de haberle visto el juego, [Ana] quiere comprobar lo que hay detrás de todo ello. Y si finalmente todo se reduce a unos tendones, a unos músculos y a una piel, también es suficiente. Basta ya de hablar. Ella tiene un cerebro que ahora quiere dejar de lado y sólo ser un cuerpo para Hans, que tampoco debería aspirar a ser más que un cuerpo". El amor: esa degradación. Ese golpe. Esa penetración. Ese doblegarse. Ese duro reír. Ese quebrarse. Ese ineludible poder. Esa socialidad. Esa daño. Ese fulgor. Efectivamente: ese fulgor. Entre paréntesis.
III.
Pronunciaban la palabra. La escupían. La celebraban.
Corrían.
(Atrás de este vocablo debe oírse el pasar del viento).
Hablaban a contrapelo. Interrumpiéndose. Ah, tan descaradamente.
Vivían a la intemperie, que es el mismo lugar donde sentían.
Supongo que así nacieron.
No sabían de refugios, de techos, de amparos, de patrocinios.
Estaban heridas de todo (y todo aquí quiere decir la historia, el aire, el presente, el subjuntivo, el contexto, la fuga).
Agnósticas más que ateas. Impactantes más que hermosas. Vulnerables más que endebles. Vivas más que tú. Más que yo. Estoicas más que fuertes. Dichosas más que dichas.
Intolerantes. Sí. A veces.
¿Mencioné ya que eran brutales?
IV.
Y no sé si Jelinek se diga comunista (aunque sí sé que perteneció al partido comunista) pero su comunismo es de la estirpe vitrólica ésa que ataca por igual a la estúpida brutalidad de la clase media como a la estúpida brutalidad del proletariado como a la estúpida brutalidad del intelectual como a la estúpida brutalidad del convertido como a la estúpida brutalidad del rebelde y la estúpida brutalidad del nihilista. Con inusuales frases pequeñísimas (y peculiarmente musicales, explican los que hablan leen entienden comprenden alemán) y con una polifónica voz narrativa que está siempre en un nervioso e inesperado plural, Jelinek obliga a cada uno de sus personajes a increparse y a mostrar sus más íntimas humillaciones y a caer de rodillas y a fallar. ¿Será por eso que casi todos sus hombres terminan llorando después de la violencia del robo o del amor? Nada en todo caso más lejano de cualquier asomo de trasnochado realismo o de convencional Tradición (así, en singular y con mayúsculas) en sus libros. La inconformista es, habrá que decirlo de todas las maneras posibles, una experimentalista.
Tú no me has de querer, declara Jelinek en cada una de sus líneas.
V.
Supongo que sólo con el tiempo se volvieron así.
Con hombres o, a veces, sin ellos, besaban labiodentalmente.
Y se mudaban de casa y se cambiaban los calcetines y preparaban arroz.
Y bajaban las escaleras y tomaban taxis y no sentían compasión.
Decían: Este es el viento que todo lo limpia.
Y pronunciaban la palabra. Enfáticas. Tenaces. Pre-humanas.
Tajantes. Sí. Con frecuencia.
Conmovedoras más que alucinadas. Sibilinas más que conscientes. Subrepticias más que críticas. Hipertextuales. Claridosas.
Estoy segura de que ya mencioné que eran brutales.
VI.
En el eterno juego de las desidentificaciones, el lector de Jelinek tiene que desear No ser tal o cual personaje, No parecerse a ninguno de ellos. Y cada uno de estos NO van con mayúsculas, digo esto para los que escuchan. A diferencia de los puristas que la costumbre vuelve rígidos y más papistas que el papa, a diferencia de los fiscales que legislan para todos excepto el Sí-Mismo y Sus Amigos Más Fervientes, Jelinek tampoco pide identificación alguna con el autor.
Tú no me has de querer, demanda Jelinek por debajo de cada una de sus líneas.
VII.
¿Mencioné ya que eran brutales?
VIII.
Helene Cixious lo dijo de esta manera en Fotos de Raíces: Siempre tenemos miedo de vernos sufrir. Es como cuando tenemos una herida abierta: tenemos un miedo terrible de mirarla, pero al mismo tiempo somos quizá la única persona que es capaz de mirarla.
IX.
No sé si deseo conocerla personalmente.
Todavía no lo sé.
Tú no me has de querer.
--crg