LORENTANANZA
Hasta las Barbonas saben mirar lánguidamente.
--crg
ULISES
La había olvidado. La había olvidado casi por completo. A no ser por los cuerpos destrozados de los perros callejeros que, de cuando en cuando, me la traían a la memoria de esa manera oblicua y efímera en que se recuerda cuando uno tiene prisa y no quiere, en realidad, recordar, había olvidado a la Mujer Vampiro. La Verídica. Tal vez por eso me sorprendió tanto encontrarla. Tal vez fue sólo el cansancio.
Quisiera decir que le puse una atención desmedida o que la reconocí de inmediato, pero la verdad es otra. Caminaba por el estacionamiento umbroso en el estado de semi-inconsciencia al que, con frecuencia, me lleva el agotamiento y, por eso cuando avizoré la figura de Algo cerca de la puerta de mi camioneta, primero pensé que se trataba de una alucinación y, segundos después, unos segundos que, por cierto, tardaron cientos de años en llegar, pensé que se trataba del anuncio de un crímen. El cansancio era tanto que, a pesar del desconcierto o la alarma, seguí aproximándome.
--Tú me conoces --me dijo cuando trataba de abrir la puerta del vehículo.
Supongo que la miré como si ella y yo estuviéramos muy lejos la una de la otra. Supongo que lo estábamos.
--Me llamo Ulises --murmuró y, acto seguido, me extendió la mano. Supongo que fue un acto reflejo el que me motivó a dejar los libros sobre el asiento y a estrechar, en una estupefacción absoluta, una mano huesuda, de dedos largos y piel muy suave.
--Ulises Aldravandi --dije--, nació en Bologna. Y en 1602 publicó De Animabulus Insectus, un libro revelador.
Ulises, que ya había soltado mi mano, me miraba como debe verse a alguien que habla de cosas absolutamente intentendibles o que ha perdido la razón. Lo único que pude aducir a mi favor en ese momento más bien bochornoso fue que unos 10 o 12 veranos atrás me había dedicado a leer, con acostumbrada obsesión y en un lugar de cuyo nombre no quise acordarme, a los precursores de la entomología--por razones tan inentendibles como las que provocaron el comentario que acababa de hacer--y que el nombre de Ulysse me había gustado. Ulysse Aldravandi que distinguió por primera vez la morfología de las alas y las extremidades de los insectos y que los clasificó en insectos de tierra e insectos de agua dulce. Ulysse, el padre de la investigación natural.
--Ah --exclamó ella cuando terminé mi atropellado relato. Y entonces me dí cuenta de que yo ya iba manejando y que Ulises, que no era Ulises Aldrvandi, iba sentada a mi lado. La ciudad deslizándose, silenciosa, a través de las ventanillas. No me atreví, por supuesto, a preguntarle a dónde iba.
--Me gusta escribir --dijo en tono más bien solemne--, pero me gusta más estar aquí.
Yo guardé un cuidadoso silencio. Un silencio amedrentado. Por el espejo retrovisor se asomaba una hilera de luces mortecinas que me hizo pensar en una despedida.
--Quiero decir que no iba yo a estar escribiendo recaditos toda la vida, ¿me entiendes?
Le dije que, efectivamente, la entendía, lo cual era cierto. Pero entender y estar de acuerdo son dos cosas distintas. Y entonces empecé a pensar que era, como se sabe, una manera de no estar ahí.
--Pero vas a seguir escribiendo ¿no es así? --iba a tratar de no decir eso, pero cuando intenté frenar a la profesora-que-llevo-dentro fue demasiado tarde--. Hay similitudes, como bien sabes, entre escribir y comer --añadí de la misma forma atropellada y sin sentido en que le había contado la historia de Ulysse Aldravandi.
Por toda respuesta la mujer se sonrió.
--Aquí me quedo --dijo. Era un esquina oscura y extrañamente vacía. Era una esquina que era una esquina. Abrió la puerta. Antes de colocar el primer pie en el pavimento se volvió a verme.
--Pero puedo visitarte ¿no? --pensé que para ser Mujer Vampira era bastante delicada y eso me gustó. Me sonreí. Parpadée. Y, entre una cosa y otra, Ulises, que no era Ulysse Aldravandi, desapareció.
Me quedé un rato ahí, en la esquina que era verdaderamente una esquina, esperando la luz verde en el semáforo. Me quedé repitiendo su nombre. Ulises. Ulysse Aldravandi que distinguió por primera vez la morfología de las alas y las extremidades de los insectos. Me quedé.
--crg
La había olvidado. La había olvidado casi por completo. A no ser por los cuerpos destrozados de los perros callejeros que, de cuando en cuando, me la traían a la memoria de esa manera oblicua y efímera en que se recuerda cuando uno tiene prisa y no quiere, en realidad, recordar, había olvidado a la Mujer Vampiro. La Verídica. Tal vez por eso me sorprendió tanto encontrarla. Tal vez fue sólo el cansancio.
Quisiera decir que le puse una atención desmedida o que la reconocí de inmediato, pero la verdad es otra. Caminaba por el estacionamiento umbroso en el estado de semi-inconsciencia al que, con frecuencia, me lleva el agotamiento y, por eso cuando avizoré la figura de Algo cerca de la puerta de mi camioneta, primero pensé que se trataba de una alucinación y, segundos después, unos segundos que, por cierto, tardaron cientos de años en llegar, pensé que se trataba del anuncio de un crímen. El cansancio era tanto que, a pesar del desconcierto o la alarma, seguí aproximándome.
--Tú me conoces --me dijo cuando trataba de abrir la puerta del vehículo.
Supongo que la miré como si ella y yo estuviéramos muy lejos la una de la otra. Supongo que lo estábamos.
--Me llamo Ulises --murmuró y, acto seguido, me extendió la mano. Supongo que fue un acto reflejo el que me motivó a dejar los libros sobre el asiento y a estrechar, en una estupefacción absoluta, una mano huesuda, de dedos largos y piel muy suave.
--Ulises Aldravandi --dije--, nació en Bologna. Y en 1602 publicó De Animabulus Insectus, un libro revelador.
Ulises, que ya había soltado mi mano, me miraba como debe verse a alguien que habla de cosas absolutamente intentendibles o que ha perdido la razón. Lo único que pude aducir a mi favor en ese momento más bien bochornoso fue que unos 10 o 12 veranos atrás me había dedicado a leer, con acostumbrada obsesión y en un lugar de cuyo nombre no quise acordarme, a los precursores de la entomología--por razones tan inentendibles como las que provocaron el comentario que acababa de hacer--y que el nombre de Ulysse me había gustado. Ulysse Aldravandi que distinguió por primera vez la morfología de las alas y las extremidades de los insectos y que los clasificó en insectos de tierra e insectos de agua dulce. Ulysse, el padre de la investigación natural.
--Ah --exclamó ella cuando terminé mi atropellado relato. Y entonces me dí cuenta de que yo ya iba manejando y que Ulises, que no era Ulises Aldrvandi, iba sentada a mi lado. La ciudad deslizándose, silenciosa, a través de las ventanillas. No me atreví, por supuesto, a preguntarle a dónde iba.
--Me gusta escribir --dijo en tono más bien solemne--, pero me gusta más estar aquí.
Yo guardé un cuidadoso silencio. Un silencio amedrentado. Por el espejo retrovisor se asomaba una hilera de luces mortecinas que me hizo pensar en una despedida.
--Quiero decir que no iba yo a estar escribiendo recaditos toda la vida, ¿me entiendes?
Le dije que, efectivamente, la entendía, lo cual era cierto. Pero entender y estar de acuerdo son dos cosas distintas. Y entonces empecé a pensar que era, como se sabe, una manera de no estar ahí.
--Pero vas a seguir escribiendo ¿no es así? --iba a tratar de no decir eso, pero cuando intenté frenar a la profesora-que-llevo-dentro fue demasiado tarde--. Hay similitudes, como bien sabes, entre escribir y comer --añadí de la misma forma atropellada y sin sentido en que le había contado la historia de Ulysse Aldravandi.
Por toda respuesta la mujer se sonrió.
--Aquí me quedo --dijo. Era un esquina oscura y extrañamente vacía. Era una esquina que era una esquina. Abrió la puerta. Antes de colocar el primer pie en el pavimento se volvió a verme.
--Pero puedo visitarte ¿no? --pensé que para ser Mujer Vampira era bastante delicada y eso me gustó. Me sonreí. Parpadée. Y, entre una cosa y otra, Ulises, que no era Ulysse Aldravandi, desapareció.
Me quedé un rato ahí, en la esquina que era verdaderamente una esquina, esperando la luz verde en el semáforo. Me quedé repitiendo su nombre. Ulises. Ulysse Aldravandi que distinguió por primera vez la morfología de las alas y las extremidades de los insectos. Me quedé.
--crg
Tuesday, April 26, 2005
Monday, April 25, 2005
Friday, April 22, 2005
Thursday, April 21, 2005
EL TEC POLÉMICO
Después de diseminar libros por toda la comunidad de las Tierras Altas, hoy jueves 21 de abril concluye la Jornada del Libro Libre con tres mesas de debate alrededor del presente y del futuro del libro a las que quedan cordialmente invitados.
10:30
EDITORIALES
Fondo de Cultura Económica, Planeta, Aldus, Era, Bonobos.
12:00
REVISTAS
Nexos, Replicante, La Tempestad, Letras Libres, Razón y Palabra.
18:00
REVISTAS
Debate Feminista, Complot, Día Siete, La Colmena, Castálida.
Todos los debates en el Auditorio II
Entrada Libre!
--crg
Después de diseminar libros por toda la comunidad de las Tierras Altas, hoy jueves 21 de abril concluye la Jornada del Libro Libre con tres mesas de debate alrededor del presente y del futuro del libro a las que quedan cordialmente invitados.
10:30
EDITORIALES
Fondo de Cultura Económica, Planeta, Aldus, Era, Bonobos.
12:00
REVISTAS
Nexos, Replicante, La Tempestad, Letras Libres, Razón y Palabra.
18:00
REVISTAS
Debate Feminista, Complot, Día Siete, La Colmena, Castálida.
Todos los debates en el Auditorio II
Entrada Libre!
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Thursday, April 14, 2005
Wednesday, April 13, 2005
Tuesday, April 12, 2005
BOCA PERDIDA
Ya está aquí. Ya. El más reciente libro de la poeta tapatía Laura Solórzano, Boca Perdida (Toluca: Bonobos, 2005).
"(cultura)
Hablar en tu lengua. Cubrir con tu lengua una laguna de mentes. Desdecir, cavilar, ir a externar una queja en la planicie pasiva y como un péndulo hablar en tu limbo. Seguir en el alga de tu lirio por la luna. Seguir por la labia, entrar en la boca, ser una boca activa en la cultura del predio. La boca de un bulbo en la niña. Hablar con el vigor y seguirte al templo, seguirte al mapa de la modificación. Seguir al lirio por la loma de tu lengua. Ser una lengua adversa. Un lugar excesivo, tener un grueso de emoción, una papila."
--crg
Ya está aquí. Ya. El más reciente libro de la poeta tapatía Laura Solórzano, Boca Perdida (Toluca: Bonobos, 2005).
"(cultura)
Hablar en tu lengua. Cubrir con tu lengua una laguna de mentes. Desdecir, cavilar, ir a externar una queja en la planicie pasiva y como un péndulo hablar en tu limbo. Seguir en el alga de tu lirio por la luna. Seguir por la labia, entrar en la boca, ser una boca activa en la cultura del predio. La boca de un bulbo en la niña. Hablar con el vigor y seguirte al templo, seguirte al mapa de la modificación. Seguir al lirio por la loma de tu lengua. Ser una lengua adversa. Un lugar excesivo, tener un grueso de emoción, una papila."
--crg
Monday, April 11, 2005
EL ROSTRO COMO BOSQUE: BARBONAS QUIJOTESCAS
Adriana González Mateos me alerta sobre la antigua prosopia de las barbonas y dirige nuestra atención al capítulo 39 de la segunda parte del Quijote. Hélo aquí:
"Capítulo XXXIX
Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia
De cualquiera palabra que Sancho decía la Duquesa gustaba tanto como se desesperaba don Quijote; y mandándole que callase, la Dolorida prosiguió diciendo:
--En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el Vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.
--Debió de morir, sin duda --dijo Sancho.
--¡Claro está! --respondió Trifaldín--; que en Candaya no se entierran las personas vivas, sino las muertas.
--Ya se ha visto, señor escudero --replicó Sancho--, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta que obligase a sentirle tanto. Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de su casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre y tan entendido como aquí nos le han pintado, en verdad en verdad que, aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa; porque según las reglas de mi señor, que está presente, y no me dejará mentir, así como se hacen de los hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
--Razón tienes, Sancho --dijo don Quijote--; porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua de ser el mayor señor del mundo. Pero pase adelante la señora Dolorida; que a mí se me trasluce que le falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia.
--Y ¡cómo si queda lo amargo! -respondió la Condesa--. Y tan amargo, que en su comparación son dulces las tueras y sabrosas las adelfas. Muerta, pues, la reina, y no desmayada, la enterramos; y apenas la cubrimos con la tierra y apenas le dimos el último vale, cuando (quis talia fando temperet a lacrymis?), puesto sobre un caballo de madera, pareció encima de la sepultura de la Reina el gigante Malambruno, primo cormano de Maguncia, que junto con ser cruel era encantador, el cual con sus artes, en venganza de la muerte de su cormana, y por castigo del atrevimiento de don Clavijo, y por despecho de la demasía de Antonomasia, los dejó encantados sobre la mesma sepultura, a ella, convertida en una ximia de bronce, y a él, en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido, y entre los dos está un padrón, asimismo de metal, y en él escritas en lengua siríaca unas letras, que habiéndose declarado en la candayesca, y ahora en la castellana, encierran esta sentencia: «No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso Manchego venga conmigo a las manos en singular batalla; que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura.» Hecho esto, sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfanje, y asiéndome a mí por los cabellos, hizo finta de querer segarme la gola y cortarme a cercen la cabeza. Turbéme; pegóseme la voz a la garganta; quedé mohina en todo extremo; pero, con todo, me esforcé lo más que pude, y, con voz tembladora y doliente, le dije tantas y tales cosas, que le hicieron suspender la ejecución de tan riguroso castigo. Finalmente, hizo traer ante sí todas las dueñas de palacio, que fueron éstas que están presentes, y después de haber exagerado nuestra culpa y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando a todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte civil y continua; y en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos a los rostros, y hallámonos de la manera que ahora veréis.
Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros, todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el Duque y la Duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes. Y la Trifaldi prosiguió:
--Desta manera nos castigó aquel follón y mal intencionado de Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros rostros con la aspereza de estas cerdas; que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado alfanje nos hubiera derribado las testas, que no que nos asombrara la luz de nuestras caras con esta borra que nos cubre; porque si entramos en cuenta, señores míos (y esto que voy a decir agora lo quisiera decir hechos mis ojos fuentes; pero la consideración de nuestra desgracia, y los mares que hasta aquí han llovido, los tienen sin humor y secos como aristas, y así, lo diré sin lágrimas), digo, pues, que ¿adónde podrá ir una dueña con barbas? ¿Qué padre o qué madre se dolerá de ella? ¿Quién la dará ayuda? Pues aun cuando tiene la tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurges y mudas apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos; en hora menguada nuestros padres nos engendraron!
Y diciendo esto dio muestras de desmayarse."
--crg
Adriana González Mateos me alerta sobre la antigua prosopia de las barbonas y dirige nuestra atención al capítulo 39 de la segunda parte del Quijote. Hélo aquí:
"Capítulo XXXIX
Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia
De cualquiera palabra que Sancho decía la Duquesa gustaba tanto como se desesperaba don Quijote; y mandándole que callase, la Dolorida prosiguió diciendo:
--En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el Vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.
--Debió de morir, sin duda --dijo Sancho.
--¡Claro está! --respondió Trifaldín--; que en Candaya no se entierran las personas vivas, sino las muertas.
--Ya se ha visto, señor escudero --replicó Sancho--, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta que obligase a sentirle tanto. Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de su casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre y tan entendido como aquí nos le han pintado, en verdad en verdad que, aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa; porque según las reglas de mi señor, que está presente, y no me dejará mentir, así como se hacen de los hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
--Razón tienes, Sancho --dijo don Quijote--; porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua de ser el mayor señor del mundo. Pero pase adelante la señora Dolorida; que a mí se me trasluce que le falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia.
--Y ¡cómo si queda lo amargo! -respondió la Condesa--. Y tan amargo, que en su comparación son dulces las tueras y sabrosas las adelfas. Muerta, pues, la reina, y no desmayada, la enterramos; y apenas la cubrimos con la tierra y apenas le dimos el último vale, cuando (quis talia fando temperet a lacrymis?), puesto sobre un caballo de madera, pareció encima de la sepultura de la Reina el gigante Malambruno, primo cormano de Maguncia, que junto con ser cruel era encantador, el cual con sus artes, en venganza de la muerte de su cormana, y por castigo del atrevimiento de don Clavijo, y por despecho de la demasía de Antonomasia, los dejó encantados sobre la mesma sepultura, a ella, convertida en una ximia de bronce, y a él, en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido, y entre los dos está un padrón, asimismo de metal, y en él escritas en lengua siríaca unas letras, que habiéndose declarado en la candayesca, y ahora en la castellana, encierran esta sentencia: «No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso Manchego venga conmigo a las manos en singular batalla; que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura.» Hecho esto, sacó de la vaina un ancho y desmesurado alfanje, y asiéndome a mí por los cabellos, hizo finta de querer segarme la gola y cortarme a cercen la cabeza. Turbéme; pegóseme la voz a la garganta; quedé mohina en todo extremo; pero, con todo, me esforcé lo más que pude, y, con voz tembladora y doliente, le dije tantas y tales cosas, que le hicieron suspender la ejecución de tan riguroso castigo. Finalmente, hizo traer ante sí todas las dueñas de palacio, que fueron éstas que están presentes, y después de haber exagerado nuestra culpa y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando a todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte civil y continua; y en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos a los rostros, y hallámonos de la manera que ahora veréis.
Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros, todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el Duque y la Duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes. Y la Trifaldi prosiguió:
--Desta manera nos castigó aquel follón y mal intencionado de Malambruno, cubriendo la blandura y morbidez de nuestros rostros con la aspereza de estas cerdas; que pluguiera al cielo que antes con su desmesurado alfanje nos hubiera derribado las testas, que no que nos asombrara la luz de nuestras caras con esta borra que nos cubre; porque si entramos en cuenta, señores míos (y esto que voy a decir agora lo quisiera decir hechos mis ojos fuentes; pero la consideración de nuestra desgracia, y los mares que hasta aquí han llovido, los tienen sin humor y secos como aristas, y así, lo diré sin lágrimas), digo, pues, que ¿adónde podrá ir una dueña con barbas? ¿Qué padre o qué madre se dolerá de ella? ¿Quién la dará ayuda? Pues aun cuando tiene la tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurges y mudas apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos; en hora menguada nuestros padres nos engendraron!
Y diciendo esto dio muestras de desmayarse."
--crg
APRIL, THE CRUELEST
Enzia Verduchi, poeta y editora, envía la siguiente misiva:
Queridos amigos y amigas:
Ponemos a su consideración la siguiente carta, dirigida a la Cámara de diputados en protesta contra el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Creemos que no es necesario ser partidario del ahora ex-Jefe de Gobierno para oponerse a la sucia maniobra con la que se pretende inhabilitarlo como posible candidato a la Presidencia de la República.
Cremos que el momento demanda acciones decididas. Los convocamos a firmar el documento y a que nos acompañen el próximo jueves 14 de abril, díaen que nos reuniremos en el asta bandera del Zócalo capitalino a partir de las 10 de la mañana. De ahí caminaremos todos hasta San Lázaro, donde haremos entrega de la carta.
Les pedimos, asimismo, hacer circular este correo. Un saludo, Eduardo Hurtado edhurt@att.net.mx María Rivera mariarri@yahoo.com Enzia Verduchi dassina@prodigy.net.mx Antonio Deltoro David Huerta
México, D.F., abril 8 de 2005.
LIX Legislatura de la Cámara de Diputados
Grupo Parlamentario del Partido Acción Nacional
Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional
Grupo Parlamentario del Partido Verde Ecologista de México
Presente
El pasado 2 de julio del año 2000 los habitantes del Distrito Federal emitieron de manera libre y soberana su voto. Ese día se eligió al ciudadano Andrés Manuel López Obrador como Jefe de Gobierno de la ciudad de México. El pasado 7 de abril ustedes votaron, por razones políticas, a favor de su desafuero y de la consecuente separación del encargo que como ciudadanos le conferimos. Lo hicieron a partir de razones legaloides, fabricadas desde el gobierno federal, através del uso faccioso de la Procuraduría General de la República.
Al proceder de esta forma han secuestrado la voluntad popular, al tiempo que han vulnerado nuestra de por sí incipiente y frágil democracia. Este no es, como ustedes han simulado creer, un actode legalidad. No lo sería en ningún orden democrático, mucho menos en un país en el que ni la Presidencia dela República, ni los órganos responsables de impartir justicia, ni la institución de la que ustedes forman parte han sido capaces de instaurar un orden legal y justo. Un país en el que, después de cinco años de un régimen de “alternancia”, los responsables del Pemexgate, los amigos de Fox y Cabal Peniche permanecen impunes, cobijados por la complicidad ycondescendencia de ustedes, representantes de la voluntad ciudadana.
Estas omisiones, entre otras,desacreditan la idea de que el desafuero e inhabilitación que ustedes han sancionado es un acto de apego a la ley. No puede serlo si proviene de quienes, al aplicarla de manera selectiva, han dejado la legalidad en entredicho. Es, eso sí, una maniobrapara sacar de la contienda por la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza la intención de voto para las elecciones presidenciales del 2006.
Por estas razones, los abajo firmantes, ciudadanos mexicanos miembros de la comunidad artística y cultural, nos pronunciamos enérgicamente contra el desafuero al que ha sido sometido López Obrador. Asimismo, demandamos que el Estado mexicano en su conjunto sea leal a las instituciones democráticas, respete el voto y permita que la contienda por el poder se dirima en las urnas. No firmamos esta carta como partidarios de López Obrador sino como defensores de su derecho a presentarse comocandidato en el 2006.
David Huerta (poeta) Eduardo Hurtado (poeta) MaríaRivera (poeta) Enzia Verduchi (poeta y editora) Antonio Deltoro (poeta) Gerardo de la Cruz (escritor) Cristina Rivera-Garza (escritora) Maricruz Castro (investigadora, Cátedra de Humanidades, ITESM-Campus Toluca) Héctor Sánchez-Benítez Tamayo (profesor, ITESM-Toluca) Gabriela Bernal Calderón (profesora, ITESM-Campus Toluca)
--crg
Enzia Verduchi, poeta y editora, envía la siguiente misiva:
Queridos amigos y amigas:
Ponemos a su consideración la siguiente carta, dirigida a la Cámara de diputados en protesta contra el desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Creemos que no es necesario ser partidario del ahora ex-Jefe de Gobierno para oponerse a la sucia maniobra con la que se pretende inhabilitarlo como posible candidato a la Presidencia de la República.
Cremos que el momento demanda acciones decididas. Los convocamos a firmar el documento y a que nos acompañen el próximo jueves 14 de abril, díaen que nos reuniremos en el asta bandera del Zócalo capitalino a partir de las 10 de la mañana. De ahí caminaremos todos hasta San Lázaro, donde haremos entrega de la carta.
Les pedimos, asimismo, hacer circular este correo. Un saludo, Eduardo Hurtado edhurt@att.net.mx María Rivera mariarri@yahoo.com Enzia Verduchi dassina@prodigy.net.mx Antonio Deltoro David Huerta
México, D.F., abril 8 de 2005.
LIX Legislatura de la Cámara de Diputados
Grupo Parlamentario del Partido Acción Nacional
Grupo Parlamentario del Partido Revolucionario Institucional
Grupo Parlamentario del Partido Verde Ecologista de México
Presente
El pasado 2 de julio del año 2000 los habitantes del Distrito Federal emitieron de manera libre y soberana su voto. Ese día se eligió al ciudadano Andrés Manuel López Obrador como Jefe de Gobierno de la ciudad de México. El pasado 7 de abril ustedes votaron, por razones políticas, a favor de su desafuero y de la consecuente separación del encargo que como ciudadanos le conferimos. Lo hicieron a partir de razones legaloides, fabricadas desde el gobierno federal, através del uso faccioso de la Procuraduría General de la República.
Al proceder de esta forma han secuestrado la voluntad popular, al tiempo que han vulnerado nuestra de por sí incipiente y frágil democracia. Este no es, como ustedes han simulado creer, un actode legalidad. No lo sería en ningún orden democrático, mucho menos en un país en el que ni la Presidencia dela República, ni los órganos responsables de impartir justicia, ni la institución de la que ustedes forman parte han sido capaces de instaurar un orden legal y justo. Un país en el que, después de cinco años de un régimen de “alternancia”, los responsables del Pemexgate, los amigos de Fox y Cabal Peniche permanecen impunes, cobijados por la complicidad ycondescendencia de ustedes, representantes de la voluntad ciudadana.
Estas omisiones, entre otras,desacreditan la idea de que el desafuero e inhabilitación que ustedes han sancionado es un acto de apego a la ley. No puede serlo si proviene de quienes, al aplicarla de manera selectiva, han dejado la legalidad en entredicho. Es, eso sí, una maniobrapara sacar de la contienda por la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador, quien encabeza la intención de voto para las elecciones presidenciales del 2006.
Por estas razones, los abajo firmantes, ciudadanos mexicanos miembros de la comunidad artística y cultural, nos pronunciamos enérgicamente contra el desafuero al que ha sido sometido López Obrador. Asimismo, demandamos que el Estado mexicano en su conjunto sea leal a las instituciones democráticas, respete el voto y permita que la contienda por el poder se dirima en las urnas. No firmamos esta carta como partidarios de López Obrador sino como defensores de su derecho a presentarse comocandidato en el 2006.
David Huerta (poeta) Eduardo Hurtado (poeta) MaríaRivera (poeta) Enzia Verduchi (poeta y editora) Antonio Deltoro (poeta) Gerardo de la Cruz (escritor) Cristina Rivera-Garza (escritora) Maricruz Castro (investigadora, Cátedra de Humanidades, ITESM-Campus Toluca) Héctor Sánchez-Benítez Tamayo (profesor, ITESM-Toluca) Gabriela Bernal Calderón (profesora, ITESM-Campus Toluca)
--crg
Saturday, April 09, 2005
EL CAPRICHO, EL HORROR, EL ESPANTO
"Para el diccionario (italiano) algunos actores del rostro se especializan luego en pasiones singulares: las cejas se especializan en la severidad y la altanería; los dientes en la venganza, el rencor y en la amenaza; los cabellos se especializan en el capricho y en el horror y espanto; la nariz en una sagacidad que llega hasta la indiscreción aunque puede refugiarse en el disgusto."
Paolo Fabbri, "Las pasiones del rostro", en Tácticas de los signos (Barcelona: Gedisa, 1995), 145.
--crg
"Para el diccionario (italiano) algunos actores del rostro se especializan luego en pasiones singulares: las cejas se especializan en la severidad y la altanería; los dientes en la venganza, el rencor y en la amenaza; los cabellos se especializan en el capricho y en el horror y espanto; la nariz en una sagacidad que llega hasta la indiscreción aunque puede refugiarse en el disgusto."
Paolo Fabbri, "Las pasiones del rostro", en Tácticas de los signos (Barcelona: Gedisa, 1995), 145.
--crg
Thursday, April 07, 2005
LOS HOTELES VACÍOS
[Publicado en Sol de Agua. Revista del Instituto Coahuilense de Cultura, año 3, número 8, 2005]
Entrábamos en ellos cuando ya no había nada más. Después de pernoctar ilegalmente en las casas de todos los amigos o después de dormir sobre bancas de parques poco vigilados. Cuando lográbamos intercambiar algo de mercancía robada por dinero o cuando, sin más, aparecían a nuestro paso como recordatorios o como milagros.
Cada ciudad tiene dos o tres, siempre en el Centro. Se trata de una anti-cadena; una anti-trasnacional.
Vetustos, es el adjetivo que mejor los describe; ruinas, el mejor sustantivo. Vetustas ruinas. Algo pesado, ciertamente, y real. Y a punto de no existir. Y ya muerto.
Los recepcionistas nos daban las llaves sin despegar los ojos del televisor que siempre pasaba una pelea de box en blanco y negro.
Había que avanzar por el lobby en silencio y subir las escaleras de caracol sintiendo, muy conscientemente, cómo se deslizaba la mano derecha sobre el gélido barandal de hierro. Si volvíamos la cabeza hacia arriba, era posible ver el vitral que, de día, refractaba la luz y, de noche, le hacía muecas al infinito.
Nunca vimos a nadie más ahí. Nunca hubo ruidos.
Ya dentro de la habitación, desenredábamos las cintas de los zapatos y suspirábamos ruidosamente. Tomábamos agua. Encendíamos cigarrillos rubios. Veíamos sin disimulo el techo. Todo esto en el más absoluto de los silencios. Todo esto como si nos hubiéramos aprendido de memoria un guión sagrado o autoritario, o ambas cosas.
Luego salíamos a la terraza y nos sentábamos sobre bancos diminutos y recargábamos los antebrazos y los mentones sobre el barandal de hierro. Así veíamos pasar a la vida. Había imágenes de la niñez y, luego, de la adolescencia. Entre una cosa y otra, tomábamos tragos de lo que, habrá que admitirlo, no era agua sino tequila. Si esperábamos un poco más, podíamos ver hasta el presente.
―Esa eres tú ―decía, incrédulamente. Sin poder evitar la sonrisa o la resignación.
―Esa soy yo ―respondía.
Cuando nos quedábamos en la terraza hasta la madrugada, sintiendo el vientecillo cálido de la ciudad sobre la frente y observando el fluir de la vida que se iba por todos lados, avizorábamos incluso el momento en que, años después, ya sin cigarrillos aunque sí con tequila, yo escribiría las palabras "vetustas ruinas", las palabras “fluir de la vida”, la palabra “vientecillo”, debajo del letrero de neón—siempre azul, siempre intermitente—de Los Hoteles Vacíos.
--crg
[Publicado en Sol de Agua. Revista del Instituto Coahuilense de Cultura, año 3, número 8, 2005]
Entrábamos en ellos cuando ya no había nada más. Después de pernoctar ilegalmente en las casas de todos los amigos o después de dormir sobre bancas de parques poco vigilados. Cuando lográbamos intercambiar algo de mercancía robada por dinero o cuando, sin más, aparecían a nuestro paso como recordatorios o como milagros.
Cada ciudad tiene dos o tres, siempre en el Centro. Se trata de una anti-cadena; una anti-trasnacional.
Vetustos, es el adjetivo que mejor los describe; ruinas, el mejor sustantivo. Vetustas ruinas. Algo pesado, ciertamente, y real. Y a punto de no existir. Y ya muerto.
Los recepcionistas nos daban las llaves sin despegar los ojos del televisor que siempre pasaba una pelea de box en blanco y negro.
Había que avanzar por el lobby en silencio y subir las escaleras de caracol sintiendo, muy conscientemente, cómo se deslizaba la mano derecha sobre el gélido barandal de hierro. Si volvíamos la cabeza hacia arriba, era posible ver el vitral que, de día, refractaba la luz y, de noche, le hacía muecas al infinito.
Nunca vimos a nadie más ahí. Nunca hubo ruidos.
Ya dentro de la habitación, desenredábamos las cintas de los zapatos y suspirábamos ruidosamente. Tomábamos agua. Encendíamos cigarrillos rubios. Veíamos sin disimulo el techo. Todo esto en el más absoluto de los silencios. Todo esto como si nos hubiéramos aprendido de memoria un guión sagrado o autoritario, o ambas cosas.
Luego salíamos a la terraza y nos sentábamos sobre bancos diminutos y recargábamos los antebrazos y los mentones sobre el barandal de hierro. Así veíamos pasar a la vida. Había imágenes de la niñez y, luego, de la adolescencia. Entre una cosa y otra, tomábamos tragos de lo que, habrá que admitirlo, no era agua sino tequila. Si esperábamos un poco más, podíamos ver hasta el presente.
―Esa eres tú ―decía, incrédulamente. Sin poder evitar la sonrisa o la resignación.
―Esa soy yo ―respondía.
Cuando nos quedábamos en la terraza hasta la madrugada, sintiendo el vientecillo cálido de la ciudad sobre la frente y observando el fluir de la vida que se iba por todos lados, avizorábamos incluso el momento en que, años después, ya sin cigarrillos aunque sí con tequila, yo escribiría las palabras "vetustas ruinas", las palabras “fluir de la vida”, la palabra “vientecillo”, debajo del letrero de neón—siempre azul, siempre intermitente—de Los Hoteles Vacíos.
--crg
Wednesday, April 06, 2005
Tuesday, April 05, 2005
UNO, SI TIENE SUERTE O CONVICCIÓN, NO TERMINA DE GOLPEARSE NUNCA
Ya empezó a suceder. Camino por la ciudad, cruzo una calle y, en el momento, mientras cruzo, reconozco a alguien. En ese instante, en la brevedad inconclusa de ese instante, el reconocido me pregunta por ella. Dice, en silencio: ¿Cómo le va a la Vampira?
Ya está. Ya empezó a suceder. La Verídica está tomando pedazos cada vez más grandes de mi propia vida.
Abril 3, 2005
Ciberespacio
A veces, cuando todo termina, me tiendo sobre el piso de la azotea y observo el cielo. A veces ese cielo me gusta. La mayoría del tiempo, sin embargo, prefiero el cielo electrónico. Estar no bajo, sino frente a. Un cielo vertical. Un igual.
(Y así, como bien lo sabe ya, no iba a empezar estar carta).
El cielo electrónico congrega a seres que han olvidado hablar. El Pornógrafo se toca el sexo mientras observa, en una inmovilidad de artificio o de ruina, los cuerpos desnudos de mujeres, hombres, niños. La Enamorada manda mensajes deseperados, llorosos, llenos de mocos y suspiros, a una pantalla que se encuentra en Amsterdan, frente a la cual El Enamorado se inyecta, eso dice, heroína. Un Oficinista Recatado de camisa blanca y pantalón de camisir revisa memorándums como si en eso se le fuera la vida. En eso, estoy segura, se le va la vida. Una Pareja de Ebrios Felices, a ellos no los había visto nunca aquí, se sientan frente a una pantalla y pasan horas componiendo un mensaje--dicen: el sustantivo, la coma, el espacio, ésa cacofonía, el ritmo, el silencio, el tiempo verbal, la idea, ésa idea, la idea que se acaba de ir--que, a final de cuentas, no mandan a ningún lado. Yo. Yo que, como usted sabe, camino bajo jacarandas mientras deslizo la lengua de una comisura a otra de la boca con una discreción que me ha tomado años aprender y, luego, después de todos esos años, que me ha tomado aún más años domesticar.
¿Cómo se cuenta una vida, Cristina, cuando uno está frente al cielo eléctronico? Lo pregunto y luego me recrimino el no haberlo preguntado antes. Al inicio. Era tan fácil después de todo, preguntarlo. Preguntar eso.
Los primeros 75 años: voracidad, prisa, ráfaga de viento, anti-identidad, el lugar móvil, el lugar que no sabe estarse quieto, hambre, mucha, hambre satisfecha, una cosa y la otra y luego la que sigue, next, un correr, un correrse, un no acabar de llegar.
Los siguientes 16 años: la dieta de palomas y gatos callejeros y perros atropellados, el silencio, los libros, el dejar de hablar, los anteojos, la torre de marfil, la suspensión, la duda atroz, la incredulidad, un laberinto.
Los siguientes 32 años: una recapitulación, el saber estar, el balbuceo, cierto humor, la discreción y la domesticación de la discreción, el vestido de seda, el cuaderno abierto, la tinta marrón, el teclado, el cielo.
TODO VUELVE AL CIELO ELECTRÓNICO ¿SE DA CUENTA?
Y eso no es una vida, estará de acuerdo conmigo, espero, querida Cristina. La vida, si está, si es, de existir, tendría que moverse en el espacio que se abre entre el número 75 y el el número 76, entre el número 91 y el 92, entre el día anterior a mi primera carta y el día posterior a mi primer carta. En el salto. En la manera de caer, ese vértigo. En la cabeza estrellada sobre el piso--azul, de ensueño, cuarteado--de la alberca. La tentación. La tentación cedida. Uno se golpea, ¿verdad, Cristina? Uno, si tiene suerte o convicción, no termina de golpearse nunca. Uno se saca el aire y se queda tendido, a veces, junto al cielo electrónico, dándose por muerto. Dándose. Un Muerto.
Quiero contar la historia de mi vida, le dije en mi primera carta. Mi versión (y utilicé el término nada más para agradarla, se lo dije, para no incomodarla con la palabra Verdad, con su contenido, con su amenaza, con su reto). Pero sólo quiero eso, Cristina, lo repito: quiero lo que está enmedio. Lo que queda bajo mis pies cuando salto, justo antes de que la cabeza se abra en pedazos al volver a caer. El momento absurdo y veraz del cuerpo suspendido, justo antes de la creencia o del miedo. Antes, usted lo denominaría así, estoy segura, antes de la normalización. Quiero el tajo, cuando el tajo se abre, cuando el tajo se vuelve tajo. Quiero la fuerza del golpe cuando abre y la la fuerza de la apertura cuando tiembla. Nada más, Cristina, nada menos.
Ahí está. Eso es lo que quiero. Nunca había estado tan segura de algo en toda mi vida--y mi vida, como lo puede ver, es algo largo, algo innecesariamente largo, Cristina.
Estoy segura de que usted me ayudará.
--crg
Ya empezó a suceder. Camino por la ciudad, cruzo una calle y, en el momento, mientras cruzo, reconozco a alguien. En ese instante, en la brevedad inconclusa de ese instante, el reconocido me pregunta por ella. Dice, en silencio: ¿Cómo le va a la Vampira?
Ya está. Ya empezó a suceder. La Verídica está tomando pedazos cada vez más grandes de mi propia vida.
Abril 3, 2005
Ciberespacio
A veces, cuando todo termina, me tiendo sobre el piso de la azotea y observo el cielo. A veces ese cielo me gusta. La mayoría del tiempo, sin embargo, prefiero el cielo electrónico. Estar no bajo, sino frente a. Un cielo vertical. Un igual.
(Y así, como bien lo sabe ya, no iba a empezar estar carta).
El cielo electrónico congrega a seres que han olvidado hablar. El Pornógrafo se toca el sexo mientras observa, en una inmovilidad de artificio o de ruina, los cuerpos desnudos de mujeres, hombres, niños. La Enamorada manda mensajes deseperados, llorosos, llenos de mocos y suspiros, a una pantalla que se encuentra en Amsterdan, frente a la cual El Enamorado se inyecta, eso dice, heroína. Un Oficinista Recatado de camisa blanca y pantalón de camisir revisa memorándums como si en eso se le fuera la vida. En eso, estoy segura, se le va la vida. Una Pareja de Ebrios Felices, a ellos no los había visto nunca aquí, se sientan frente a una pantalla y pasan horas componiendo un mensaje--dicen: el sustantivo, la coma, el espacio, ésa cacofonía, el ritmo, el silencio, el tiempo verbal, la idea, ésa idea, la idea que se acaba de ir--que, a final de cuentas, no mandan a ningún lado. Yo. Yo que, como usted sabe, camino bajo jacarandas mientras deslizo la lengua de una comisura a otra de la boca con una discreción que me ha tomado años aprender y, luego, después de todos esos años, que me ha tomado aún más años domesticar.
¿Cómo se cuenta una vida, Cristina, cuando uno está frente al cielo eléctronico? Lo pregunto y luego me recrimino el no haberlo preguntado antes. Al inicio. Era tan fácil después de todo, preguntarlo. Preguntar eso.
Los primeros 75 años: voracidad, prisa, ráfaga de viento, anti-identidad, el lugar móvil, el lugar que no sabe estarse quieto, hambre, mucha, hambre satisfecha, una cosa y la otra y luego la que sigue, next, un correr, un correrse, un no acabar de llegar.
Los siguientes 16 años: la dieta de palomas y gatos callejeros y perros atropellados, el silencio, los libros, el dejar de hablar, los anteojos, la torre de marfil, la suspensión, la duda atroz, la incredulidad, un laberinto.
Los siguientes 32 años: una recapitulación, el saber estar, el balbuceo, cierto humor, la discreción y la domesticación de la discreción, el vestido de seda, el cuaderno abierto, la tinta marrón, el teclado, el cielo.
TODO VUELVE AL CIELO ELECTRÓNICO ¿SE DA CUENTA?
Y eso no es una vida, estará de acuerdo conmigo, espero, querida Cristina. La vida, si está, si es, de existir, tendría que moverse en el espacio que se abre entre el número 75 y el el número 76, entre el número 91 y el 92, entre el día anterior a mi primera carta y el día posterior a mi primer carta. En el salto. En la manera de caer, ese vértigo. En la cabeza estrellada sobre el piso--azul, de ensueño, cuarteado--de la alberca. La tentación. La tentación cedida. Uno se golpea, ¿verdad, Cristina? Uno, si tiene suerte o convicción, no termina de golpearse nunca. Uno se saca el aire y se queda tendido, a veces, junto al cielo electrónico, dándose por muerto. Dándose. Un Muerto.
Quiero contar la historia de mi vida, le dije en mi primera carta. Mi versión (y utilicé el término nada más para agradarla, se lo dije, para no incomodarla con la palabra Verdad, con su contenido, con su amenaza, con su reto). Pero sólo quiero eso, Cristina, lo repito: quiero lo que está enmedio. Lo que queda bajo mis pies cuando salto, justo antes de que la cabeza se abra en pedazos al volver a caer. El momento absurdo y veraz del cuerpo suspendido, justo antes de la creencia o del miedo. Antes, usted lo denominaría así, estoy segura, antes de la normalización. Quiero el tajo, cuando el tajo se abre, cuando el tajo se vuelve tajo. Quiero la fuerza del golpe cuando abre y la la fuerza de la apertura cuando tiembla. Nada más, Cristina, nada menos.
Ahí está. Eso es lo que quiero. Nunca había estado tan segura de algo en toda mi vida--y mi vida, como lo puede ver, es algo largo, algo innecesariamente largo, Cristina.
Estoy segura de que usted me ayudará.
--crg
Sunday, April 03, 2005
UN IR SOBRE DAGAS
Confesión tristísima: caí en la tentación.
Confesión tristísima (revisada y ampliada): no caí, me eché un clavado en la tentación.
La tentación es una alberca (vacía).
Le escribí, quiero decir. En lugar de ignorar sus misivas y en un momento de absurda debilidad (¿y que momento absurdo no es de debilidad y viceversa?), le escribí. Le hice preguntas. No sólo reconocí su existencia a través de este acto sino que, además, lo que es mucho peor, le pedí un reconocimiento como respuesta. Un reconocimiento de mi propia existencia.
Ahora sé que publico estas cartas para protegerme. De ella. De mí misma. No persigo otro afán al hacerlas públicas. La persona que se hace llamar La Mujer Vampiro, la Verídica, o sufre de algún tipo de enfermedad mental, lo cual la hace peligrosa, o es verdaderamente la Verídica Mujer Vampiro, lo cual la hace peligrosa. No sé que le haya pasado, no sé si me interese, en realidad, saberlo, pero de ahora en adelante, obedeciendo a la peculiar manera de organizar sus misivas, empezaré a leer sus textos del final hacia el principio.
La tentación es un trampolín que tiembla.
Abril 2, 2005
Ciberespacio
No se equivoca, Cristina.
Si usted es verdaderamente la narradora que cree ser o que dice ser, entonces estoy segura de que lo ha notado.
Le escribo para confirmarle que no se equivoca.
:El eco de los tacones que se aproximan. Más que caminar: un ir sobre dagas. Más que correr.
:Cierto aroma—un aroma indescriptible que se cuela por los poros, no por la nariz. Ese ardor sobre la piel. El rasgar de las uñas. Las yemas de los dedos: una suerte de tamborileo. La clave Morse. La lectura en Braile.
:El pequeño pájaro muerto que aparece, con ese sentido de composición que da a veces la sentimentalidad más artrera, justo a los pies de la jacaranda. Un pequeño pájaro decapitado. Ay.
:Las fotografías de los cadáveres que el narcotráfico deja sobre las calles, abiertos de par en par, desangrados.
:Esa súbita humedad en el ambiente, totalmente fuera de época, que sabe a materia podrida, a materia en proceso de descomposición, aquí, sobre la lengua, entre los dientes.
:Su nerviosismo. Su prisa. Su voltear una y otra vez hacia atrás como si hubiera olvidado algo o como si esperara que alguien le siguiera los pasos.
:Su escribir sin cesar. Su incesante escribir.
Todo eso soy, efectivamente, yo, querida Cristina. No se ha equivocado.
Me gustaría poder decirle que puede seguir abriendo mi correspondencia, y luego entonces satisfacer su curiosidad o su morbo, con la garantía de que no le pasará nada. Me gustaría poder decirle, con toda honestidad, que no la dañaré. Pero, con toda honestidad le digo, en cambio, que no puedo asegurarle nada. Le escribía al inicio con cierta precaución. Le escribía como escriben aquellos que quieren ser leídos pero que temen no ser leídos—asumiendo sus formas, respetando su estilo, ciñéndome a sus tradiciones, guiñándole una vocal, un paréntesis, un espacio en blanco, una coma de más.
Acaba de empezar la primavera, ¿lo notó ya?
Escribía como si no se hubiera acabado el invierno. Escribía como si tuviera que volverme legible para usted. Escribía detrás de una roca, detrás de la tinta, detrás, incluso, de las letras. Detrás del abecedario.
Me detengo bajo el balcón de su recámara por las noches, tampoco en eso ha errado. La veo dormir. Con frecuencia me pregunto a qué hora exactamente empieza el amanecer, en qué segundo la oscuridad pierde su consistencia, su color, su límite. Me sigo haciendo ese tipo de preguntas. ¡Después de todos esos años, me sigo haciendo preguntas de ese tipo! La cabeza de un pequeño pájaro: una suculencia. El leve crujir de los huesos de leche. Un festín. Habla sola. Habla de noche. ¿Lo sabía? Y será una sonámbula y caminará, pronto, por las orillas del techo de su casa y, al despertar, se dará cuenta que estuvo a punto de saltar.
Un día saltará, Cristina. Estoy segura.
Escribía como si caminar de noche no fuera un fruto lleno de filos. Como si yo no supiera a que sabe el corazón de una paloma o la sangre del cuerpo al que se ama. Como si mis manos estuvieran limpias. Así escribía. Antes de saber que escribir es un ir sobre dagas, escribía para usted.
PRIMERA VERSIÓN:
Un vestido de seda. Los guantes. Las medias. La capa. Los zapatos. Me preparo meticulosamente y salgo. El ruido, Cristina, el choque de diente sobre hueso. La cercanía de los brazos, los pechos, las piernas, los labios. Ese raspar. Ese rasgar. La respiración, agitada. La respiración cuando se va poco a poco. Muy poco a poco. Lo que la gente dice cuando dice la palabra estertor. El último. Alguien va sobre la banqueta. El ruido de los tacones afiladísimos. Y esta prisa por registrar, no lo acontecido, sino lo pasado. Lo que ha, literalmente, pasado. Entonces veo mis uñas sobre el teclado—sucias de mugre, de carne, de sangre. Aprenda a no fiarse de nadie con las uñas sucias, Cristina. Yo sé lo que le digo. Aprenda a no fiarse. La confianza no le dará un mejor entendimiento de la gente. La confianza sólo la dejará sin cabeza ahí abajo, sobre la banqueta, en la fotografía del periódico de mañana.
SEGUNDA VERSIÓN:
Tacón. Escalera. Puerta. Banqueta. Árbol. Eco. Cielo. Ojo. Olor. Cielo. Deseo. Uña. Diente. Objeto. Sangre. Grito. Murmullo. Horizonte. Estertor. Cicatriz. Siempre, al final, la cicatriz.
Las palabras, esto lo dijo usted alguna vez, son cicatrices.
LO QUE LE QUERÍA DECIR DESDE EL PRINCIPIO:
No se ha equivocado: las dos hacemos cosas parecidas. Tiene razón. Usted lo notó primero. Y le agradezco el comentario. Y de ahora en adelante, querida Cristina, ¿su espada o la mía?
--crg
Confesión tristísima: caí en la tentación.
Confesión tristísima (revisada y ampliada): no caí, me eché un clavado en la tentación.
La tentación es una alberca (vacía).
Le escribí, quiero decir. En lugar de ignorar sus misivas y en un momento de absurda debilidad (¿y que momento absurdo no es de debilidad y viceversa?), le escribí. Le hice preguntas. No sólo reconocí su existencia a través de este acto sino que, además, lo que es mucho peor, le pedí un reconocimiento como respuesta. Un reconocimiento de mi propia existencia.
Ahora sé que publico estas cartas para protegerme. De ella. De mí misma. No persigo otro afán al hacerlas públicas. La persona que se hace llamar La Mujer Vampiro, la Verídica, o sufre de algún tipo de enfermedad mental, lo cual la hace peligrosa, o es verdaderamente la Verídica Mujer Vampiro, lo cual la hace peligrosa. No sé que le haya pasado, no sé si me interese, en realidad, saberlo, pero de ahora en adelante, obedeciendo a la peculiar manera de organizar sus misivas, empezaré a leer sus textos del final hacia el principio.
La tentación es un trampolín que tiembla.
Abril 2, 2005
Ciberespacio
No se equivoca, Cristina.
Si usted es verdaderamente la narradora que cree ser o que dice ser, entonces estoy segura de que lo ha notado.
Le escribo para confirmarle que no se equivoca.
:El eco de los tacones que se aproximan. Más que caminar: un ir sobre dagas. Más que correr.
:Cierto aroma—un aroma indescriptible que se cuela por los poros, no por la nariz. Ese ardor sobre la piel. El rasgar de las uñas. Las yemas de los dedos: una suerte de tamborileo. La clave Morse. La lectura en Braile.
:El pequeño pájaro muerto que aparece, con ese sentido de composición que da a veces la sentimentalidad más artrera, justo a los pies de la jacaranda. Un pequeño pájaro decapitado. Ay.
:Las fotografías de los cadáveres que el narcotráfico deja sobre las calles, abiertos de par en par, desangrados.
:Esa súbita humedad en el ambiente, totalmente fuera de época, que sabe a materia podrida, a materia en proceso de descomposición, aquí, sobre la lengua, entre los dientes.
:Su nerviosismo. Su prisa. Su voltear una y otra vez hacia atrás como si hubiera olvidado algo o como si esperara que alguien le siguiera los pasos.
:Su escribir sin cesar. Su incesante escribir.
Todo eso soy, efectivamente, yo, querida Cristina. No se ha equivocado.
Me gustaría poder decirle que puede seguir abriendo mi correspondencia, y luego entonces satisfacer su curiosidad o su morbo, con la garantía de que no le pasará nada. Me gustaría poder decirle, con toda honestidad, que no la dañaré. Pero, con toda honestidad le digo, en cambio, que no puedo asegurarle nada. Le escribía al inicio con cierta precaución. Le escribía como escriben aquellos que quieren ser leídos pero que temen no ser leídos—asumiendo sus formas, respetando su estilo, ciñéndome a sus tradiciones, guiñándole una vocal, un paréntesis, un espacio en blanco, una coma de más.
Acaba de empezar la primavera, ¿lo notó ya?
Escribía como si no se hubiera acabado el invierno. Escribía como si tuviera que volverme legible para usted. Escribía detrás de una roca, detrás de la tinta, detrás, incluso, de las letras. Detrás del abecedario.
Me detengo bajo el balcón de su recámara por las noches, tampoco en eso ha errado. La veo dormir. Con frecuencia me pregunto a qué hora exactamente empieza el amanecer, en qué segundo la oscuridad pierde su consistencia, su color, su límite. Me sigo haciendo ese tipo de preguntas. ¡Después de todos esos años, me sigo haciendo preguntas de ese tipo! La cabeza de un pequeño pájaro: una suculencia. El leve crujir de los huesos de leche. Un festín. Habla sola. Habla de noche. ¿Lo sabía? Y será una sonámbula y caminará, pronto, por las orillas del techo de su casa y, al despertar, se dará cuenta que estuvo a punto de saltar.
Un día saltará, Cristina. Estoy segura.
Escribía como si caminar de noche no fuera un fruto lleno de filos. Como si yo no supiera a que sabe el corazón de una paloma o la sangre del cuerpo al que se ama. Como si mis manos estuvieran limpias. Así escribía. Antes de saber que escribir es un ir sobre dagas, escribía para usted.
PRIMERA VERSIÓN:
Un vestido de seda. Los guantes. Las medias. La capa. Los zapatos. Me preparo meticulosamente y salgo. El ruido, Cristina, el choque de diente sobre hueso. La cercanía de los brazos, los pechos, las piernas, los labios. Ese raspar. Ese rasgar. La respiración, agitada. La respiración cuando se va poco a poco. Muy poco a poco. Lo que la gente dice cuando dice la palabra estertor. El último. Alguien va sobre la banqueta. El ruido de los tacones afiladísimos. Y esta prisa por registrar, no lo acontecido, sino lo pasado. Lo que ha, literalmente, pasado. Entonces veo mis uñas sobre el teclado—sucias de mugre, de carne, de sangre. Aprenda a no fiarse de nadie con las uñas sucias, Cristina. Yo sé lo que le digo. Aprenda a no fiarse. La confianza no le dará un mejor entendimiento de la gente. La confianza sólo la dejará sin cabeza ahí abajo, sobre la banqueta, en la fotografía del periódico de mañana.
SEGUNDA VERSIÓN:
Tacón. Escalera. Puerta. Banqueta. Árbol. Eco. Cielo. Ojo. Olor. Cielo. Deseo. Uña. Diente. Objeto. Sangre. Grito. Murmullo. Horizonte. Estertor. Cicatriz. Siempre, al final, la cicatriz.
Las palabras, esto lo dijo usted alguna vez, son cicatrices.
LO QUE LE QUERÍA DECIR DESDE EL PRINCIPIO:
No se ha equivocado: las dos hacemos cosas parecidas. Tiene razón. Usted lo notó primero. Y le agradezco el comentario. Y de ahora en adelante, querida Cristina, ¿su espada o la mía?
--crg
Saturday, April 02, 2005
Friday, April 01, 2005
LECTURAS LIBERTINAS
No existe, por supuesto, una manera correcta de leer un libro.
El que lee produce el libro, se sabe. Lo hace al subrayar, al anotar comentarios, al arrojar el libro contra la pared de enfrente e, incluso, acaso sobre todo, al recordar selectivamente lo leído. Es evidente que todo lector lee desde los libros que han pasado por sus manos, desde las experiencias que han ido conformando el rango visual de sus ojos, desde lo que es o cree ser y, por supuesto, desde todo lo que no es, que usualmente es mucho más, y que son todas esas cosas--los libros y los ojos y las manos y las experiencias y las incertidumbres y los deseos y los desconocimientos--los que irán conformando, poco a poco, página a página, su propia tradición de lectura--con las rendijas o los candados del caso.
Pero una tradición de lectura es solamente eso una, una entre muchas otras. Como las de la escritura, las tradiciones lecturales lo son sólo en plural y con minúsculas. De ahí que un libro pueda ser leído y apropiado y despojado de mútiples maneras.
Y aquí es donde surge, usualmente, la pausa trepidante, la mirada hacia adentro, el sonrojo. Lo ineludible. Pero, entonces, ¿quiere eso decir que se vale de todo? Que, a mi entender, sólo es otra manera de preguntarse, junto con todos los señores Limón del mundo de la lectura, la siguiente intrigante y profundísima cuestión: en este asunto de leer libros, ¿dónde empieza la libertad y dónde el libertinaje?
Un libro, cuando es un libro, es decir, cuando es al menos dos, trae consigo sus propios códigos de lectura. Leer el libro es, en parte, descubrir y regodearse en esos códigos--a veces guiños, a veces silbidos, a veces puñaladas. Un libro que es un libro, luego entonces, siempre nos obligará a cuestionar nuestros hábitos de lectura, a evidenciar las posiciones desde las cuales leemos, a identificar las tradiciones que nos abren o nos cierran los ojos. El libro, cuando lo es, nos enseñará a leer. Por primera vez.
Y eso, lectores del mundo, es lo que yo llamo una lectura libertina porque aquí, como en muchas otras cosas, y contrario a lo que digan los respetuosísimos señores Limón del mundo de la lectura, yo estoy por la libertad y por el libertinaje. Acaso leer sea un acto moral, pero me niego a aceptarlo como uno moralista.
--crg
No existe, por supuesto, una manera correcta de leer un libro.
El que lee produce el libro, se sabe. Lo hace al subrayar, al anotar comentarios, al arrojar el libro contra la pared de enfrente e, incluso, acaso sobre todo, al recordar selectivamente lo leído. Es evidente que todo lector lee desde los libros que han pasado por sus manos, desde las experiencias que han ido conformando el rango visual de sus ojos, desde lo que es o cree ser y, por supuesto, desde todo lo que no es, que usualmente es mucho más, y que son todas esas cosas--los libros y los ojos y las manos y las experiencias y las incertidumbres y los deseos y los desconocimientos--los que irán conformando, poco a poco, página a página, su propia tradición de lectura--con las rendijas o los candados del caso.
Pero una tradición de lectura es solamente eso una, una entre muchas otras. Como las de la escritura, las tradiciones lecturales lo son sólo en plural y con minúsculas. De ahí que un libro pueda ser leído y apropiado y despojado de mútiples maneras.
Y aquí es donde surge, usualmente, la pausa trepidante, la mirada hacia adentro, el sonrojo. Lo ineludible. Pero, entonces, ¿quiere eso decir que se vale de todo? Que, a mi entender, sólo es otra manera de preguntarse, junto con todos los señores Limón del mundo de la lectura, la siguiente intrigante y profundísima cuestión: en este asunto de leer libros, ¿dónde empieza la libertad y dónde el libertinaje?
Un libro, cuando es un libro, es decir, cuando es al menos dos, trae consigo sus propios códigos de lectura. Leer el libro es, en parte, descubrir y regodearse en esos códigos--a veces guiños, a veces silbidos, a veces puñaladas. Un libro que es un libro, luego entonces, siempre nos obligará a cuestionar nuestros hábitos de lectura, a evidenciar las posiciones desde las cuales leemos, a identificar las tradiciones que nos abren o nos cierran los ojos. El libro, cuando lo es, nos enseñará a leer. Por primera vez.
Y eso, lectores del mundo, es lo que yo llamo una lectura libertina porque aquí, como en muchas otras cosas, y contrario a lo que digan los respetuosísimos señores Limón del mundo de la lectura, yo estoy por la libertad y por el libertinaje. Acaso leer sea un acto moral, pero me niego a aceptarlo como uno moralista.
--crg