SESUDA CONCLUSIÓN DESPUÉS DE VER BATMAN BEGINS
Toda mujer precisa de un Alfred personal.
Alfred, por si no lo recuerdan, es el que, ante las fallas o equivocaciones del pobre Bruno, nunca pero nunca pierde la fe en él (y se lo dice, claro está). Y Alfred es aquel que aparece, a eso de las tres de la tarde (de un domingo, por ejemplo), con el mítico vaso de agua lleno de las bubujitas que produce el alka-seltzer.
I rest my case.
--crg
Saturday, November 26, 2005
EL AZAR SIEMPRE TAN ORIGINAL
I:
Estoy por entrar a la sala de conciertos y, mientras espero, hojeo el libro que me acompana. Cuando leo el párrafo en el que el autor entrevistado (un artista contemporáneo) describe con lujo de detalle y más lujo de afecto la sala en la que entraré en una media hora, pienso que he caminado mucho, que la premonición de Lygeti me hace mal, que estoy muy cansada y, además, que si lo cuento así como está pasando (que es como lo cuento ahora) nadie en este mundo con (como se dice) tres dedos de frente me creerá. Acaso haga bien.
II:
Estoy en otra sala, leyendo en voy alta. Cuando conclyo un párrafo, otra mujer lee lo que yo he leído antes, también en voy alta, pero esta vez en su idioma. Esto se repite dos, siete, ocho veces, hasta que terminamos. Es entonces que ese hombre anciano, aunque lleno de vida o de ansiedad (fácil confundir esas cosas a últimas fechas), se incorpora. Luego: se aproxima.
Dice: Yo estuve ahí. En 1942 yo estuve ahí.
Que hable mi idioma me sorprende. Que no entienda dónde es el ahí en el que dice haber estado me intriga.
Finalmente lo dice: En La Castaneda. Yo estuve ahí. En 1942. Ayudante de ingeniero. Pusimos el sistema de encefalografía en el manicomio. Fui conejillo.
Se ríe y yo pienso que me juega una broma. Conejillo de indias, le digo, conminándolo a continuar.
Hablamos sobre eso todo el camino hacia el restaurante y, dentro del restaurante, todo el tiempo de la cena. Puede ser un personaje. Pudo haber escapado de las páginas del libro. Lo observo con interés y con temor (fácil confundir las dos cosas últimamente) y lo escucho como quien exprime el último gajo de limón. En esos momentos se me olvida el frío. El tiempo. Estoy entrando, de manos de un personaje que pudo haber existido, en las páginas del libro.
Él continúa: Se acercaban a preguntarnos cosas. A hablar con nostoros. A hablar con alguien. A ella la vi. Sí. Llevaba toda la luz del manicomio sobre la cabeza. Sí.
Cuando forma un círculo con sus dedos y los eleva sobre su frente para simular una corona, la veo yo también. La veo una vez más. La veo, de hecho, por primera vez en otra voz. Y pienso, irremediablemente, que si lo cuento justo como está pasando (que es como lo cuento ahora) nadie que tenga cinco sentidos me creerá. Acaso haga bien.
III:
Estoy en una sala. Afuera se ha interrumpido el suave caer de la nieve (que es lo único que me recuerda que estoy lejos). Mientras eso pasa, hablo. Contesto preguntas. Muevo las manos. Un hombre desconocido levanta el brazo derecho. Dice muchas cosas y, al final, o casi al final de las oraciones que hace en un país muy lejano donde sí cae la nieve, dice: !pensé que estabas en Tijuana! Afuera no hay nieve y, por un momento, pienso que estamos dentro de una pantalla. Acaso haga bien.
--crg
I:
Estoy por entrar a la sala de conciertos y, mientras espero, hojeo el libro que me acompana. Cuando leo el párrafo en el que el autor entrevistado (un artista contemporáneo) describe con lujo de detalle y más lujo de afecto la sala en la que entraré en una media hora, pienso que he caminado mucho, que la premonición de Lygeti me hace mal, que estoy muy cansada y, además, que si lo cuento así como está pasando (que es como lo cuento ahora) nadie en este mundo con (como se dice) tres dedos de frente me creerá. Acaso haga bien.
II:
Estoy en otra sala, leyendo en voy alta. Cuando conclyo un párrafo, otra mujer lee lo que yo he leído antes, también en voy alta, pero esta vez en su idioma. Esto se repite dos, siete, ocho veces, hasta que terminamos. Es entonces que ese hombre anciano, aunque lleno de vida o de ansiedad (fácil confundir esas cosas a últimas fechas), se incorpora. Luego: se aproxima.
Dice: Yo estuve ahí. En 1942 yo estuve ahí.
Que hable mi idioma me sorprende. Que no entienda dónde es el ahí en el que dice haber estado me intriga.
Finalmente lo dice: En La Castaneda. Yo estuve ahí. En 1942. Ayudante de ingeniero. Pusimos el sistema de encefalografía en el manicomio. Fui conejillo.
Se ríe y yo pienso que me juega una broma. Conejillo de indias, le digo, conminándolo a continuar.
Hablamos sobre eso todo el camino hacia el restaurante y, dentro del restaurante, todo el tiempo de la cena. Puede ser un personaje. Pudo haber escapado de las páginas del libro. Lo observo con interés y con temor (fácil confundir las dos cosas últimamente) y lo escucho como quien exprime el último gajo de limón. En esos momentos se me olvida el frío. El tiempo. Estoy entrando, de manos de un personaje que pudo haber existido, en las páginas del libro.
Él continúa: Se acercaban a preguntarnos cosas. A hablar con nostoros. A hablar con alguien. A ella la vi. Sí. Llevaba toda la luz del manicomio sobre la cabeza. Sí.
Cuando forma un círculo con sus dedos y los eleva sobre su frente para simular una corona, la veo yo también. La veo una vez más. La veo, de hecho, por primera vez en otra voz. Y pienso, irremediablemente, que si lo cuento justo como está pasando (que es como lo cuento ahora) nadie que tenga cinco sentidos me creerá. Acaso haga bien.
III:
Estoy en una sala. Afuera se ha interrumpido el suave caer de la nieve (que es lo único que me recuerda que estoy lejos). Mientras eso pasa, hablo. Contesto preguntas. Muevo las manos. Un hombre desconocido levanta el brazo derecho. Dice muchas cosas y, al final, o casi al final de las oraciones que hace en un país muy lejano donde sí cae la nieve, dice: !pensé que estabas en Tijuana! Afuera no hay nieve y, por un momento, pienso que estamos dentro de una pantalla. Acaso haga bien.
--crg
Thursday, November 10, 2005
Wednesday, November 09, 2005
PERHAPS THE NEXT TIME
Do not imitate me and get weak-kneed
over every lad or lassie with badass vocabulary
Amy Gerstler, Prescription for Living
So, I visited the west shores of Affrensi
(a continent far away where only some have ever seen a tooth brush, size 3 A, extra soft)
walked barefooted under ill-tempered clouds
listened to foreign languages in a battered radio while whistling
caught by a witterysiie
(which means sacred tree of huge white flowers)
taking a pee
a grave offense
an intolerable deed
I was sent off to a remote village (so small it did not have a name)
in the northern most angle of an almost imaginary island
there I married an ostrich reared on mint tea and good manners by chain-smoking godparents from the Near East.
We had a good life—I have no complaints and harbor no regrets.
Sooner than later I gave birth to twins and, even later, to the first baby ostrich girl with blue hair and pierced ears.
We called her eheava, which in the language of the nameless village means "born to be a pop star."
During winter I mastered the difficult art of weaving yellow ribbons and sage
(which we used to make carpets, described by some as magical, later transported by native slaves to the nearest port)
and I improved, though little, my sprint skills during the long Summer days.
I also learnt to smile when called "my two-legged being from Mars."
We could have continued at it for years, but my ostrich husband was too fast
(he never let me reach, for example, the hilltop before him)
and, as sensitive to cold as a widow in Florida,
he liked to rest for hours in our artificially heated nest.
When in trouble he used to hide his head.
The truth is a childless lioness passed by
(it was 7 a.m. in an extremely dusty day)
we ran away at 7:15, reaching an even more remote village
(so remote that the aborigines had neither language nor concept of it)
where no one had ever seen a tooth brush (much less a size 3 A, extra soft)
a fact that, together with kissing, gave us a bad case of gum disease.
We nonetheless roared under moons as round as perfectly structured German sentences
ate honeysuckles, by her side
I knew what humans in far away lands attempted to describe with the word happiness.
By April, I became nostalgic
(thought of you often during those days surrounded by the smell of Madagascar jasmines and Irish beer)
and her husband, an open-minded bear from the Arctic who located her through an intricate network of spies and bi-focal seals
reminded her of her seven children (for it turned out she had lied)
fetching her back to the icebergs she had begun to miss.
I made shoes out of wine leaves and took off
enjoyed the views from the Chinese Wall
sent postcards
spent Christmas consorting with a white fox who could tell the truth in 13 different languages
(all of them with an accent)
sipping vodka over the Mongolian border.
In just a few days I mastered the art of remaining still while in fury
(it is not as difficult as it sounds)
when in motion again, I rode the westward train, which is red, where three extremely well-behaved hippies high on acid and from California told me you now live on the Mexican border
writing, they said, long autographs in minuscule trace on the back covers of books written by others
(I thought they lied but, fearing disdain, they produced the torn back cover of what once had been a book as evidence)
so I crossed the ocean, hiring myself as an aide in a sixteenth-century ship
where caught glance of a shark of magnificent teeth
(he must have used an extra-harsh, size 10 D, neon brush)
who sculpted waves out of waves almost baffling observers (they seemed that real).
We had coffee and conversation in a language unknown to others in the basement
among the grunts of slaves who, I realized just then, carried the carpets I once fabricated
which reminded me of an ostrich in a nameless island who, though easily distracted and prone to hide, used to called me "my two-legged being from Mars"
I smiled, full of melancholy, pondering whether my dearest eheava had honored her destiny
the little blue one
in those days I learnt how to leave silent messages in answering machines
(it is more difficult than it sounds)
how to negotiate with rubi kidnappers while singing
how to wait for the flowering of garlic
how to pick almonds for a thief
how to conjugate three verbs at the same time in three different mother tongues
(all these things are more difficult than they sound)
with the help of an otter, as friendly as blindfolded, traced back the map where we located the house everybody called yours
it's right here on the border
so I wore the old boots, grabbed the water, the blank pages
preparing myself for the longest of journeys
(and it turned out to be as long as expected)
and so I came by
after all these years
knocked on your door (three times as prescribed)
but, oh, well
perhaps the next time
--crg
Do not imitate me and get weak-kneed
over every lad or lassie with badass vocabulary
Amy Gerstler, Prescription for Living
So, I visited the west shores of Affrensi
(a continent far away where only some have ever seen a tooth brush, size 3 A, extra soft)
walked barefooted under ill-tempered clouds
listened to foreign languages in a battered radio while whistling
caught by a witterysiie
(which means sacred tree of huge white flowers)
taking a pee
a grave offense
an intolerable deed
I was sent off to a remote village (so small it did not have a name)
in the northern most angle of an almost imaginary island
there I married an ostrich reared on mint tea and good manners by chain-smoking godparents from the Near East.
We had a good life—I have no complaints and harbor no regrets.
Sooner than later I gave birth to twins and, even later, to the first baby ostrich girl with blue hair and pierced ears.
We called her eheava, which in the language of the nameless village means "born to be a pop star."
During winter I mastered the difficult art of weaving yellow ribbons and sage
(which we used to make carpets, described by some as magical, later transported by native slaves to the nearest port)
and I improved, though little, my sprint skills during the long Summer days.
I also learnt to smile when called "my two-legged being from Mars."
We could have continued at it for years, but my ostrich husband was too fast
(he never let me reach, for example, the hilltop before him)
and, as sensitive to cold as a widow in Florida,
he liked to rest for hours in our artificially heated nest.
When in trouble he used to hide his head.
The truth is a childless lioness passed by
(it was 7 a.m. in an extremely dusty day)
we ran away at 7:15, reaching an even more remote village
(so remote that the aborigines had neither language nor concept of it)
where no one had ever seen a tooth brush (much less a size 3 A, extra soft)
a fact that, together with kissing, gave us a bad case of gum disease.
We nonetheless roared under moons as round as perfectly structured German sentences
ate honeysuckles, by her side
I knew what humans in far away lands attempted to describe with the word happiness.
By April, I became nostalgic
(thought of you often during those days surrounded by the smell of Madagascar jasmines and Irish beer)
and her husband, an open-minded bear from the Arctic who located her through an intricate network of spies and bi-focal seals
reminded her of her seven children (for it turned out she had lied)
fetching her back to the icebergs she had begun to miss.
I made shoes out of wine leaves and took off
enjoyed the views from the Chinese Wall
sent postcards
spent Christmas consorting with a white fox who could tell the truth in 13 different languages
(all of them with an accent)
sipping vodka over the Mongolian border.
In just a few days I mastered the art of remaining still while in fury
(it is not as difficult as it sounds)
when in motion again, I rode the westward train, which is red, where three extremely well-behaved hippies high on acid and from California told me you now live on the Mexican border
writing, they said, long autographs in minuscule trace on the back covers of books written by others
(I thought they lied but, fearing disdain, they produced the torn back cover of what once had been a book as evidence)
so I crossed the ocean, hiring myself as an aide in a sixteenth-century ship
where caught glance of a shark of magnificent teeth
(he must have used an extra-harsh, size 10 D, neon brush)
who sculpted waves out of waves almost baffling observers (they seemed that real).
We had coffee and conversation in a language unknown to others in the basement
among the grunts of slaves who, I realized just then, carried the carpets I once fabricated
which reminded me of an ostrich in a nameless island who, though easily distracted and prone to hide, used to called me "my two-legged being from Mars"
I smiled, full of melancholy, pondering whether my dearest eheava had honored her destiny
the little blue one
in those days I learnt how to leave silent messages in answering machines
(it is more difficult than it sounds)
how to negotiate with rubi kidnappers while singing
how to wait for the flowering of garlic
how to pick almonds for a thief
how to conjugate three verbs at the same time in three different mother tongues
(all these things are more difficult than they sound)
with the help of an otter, as friendly as blindfolded, traced back the map where we located the house everybody called yours
it's right here on the border
so I wore the old boots, grabbed the water, the blank pages
preparing myself for the longest of journeys
(and it turned out to be as long as expected)
and so I came by
after all these years
knocked on your door (three times as prescribed)
but, oh, well
perhaps the next time
--crg
Tuesday, November 08, 2005
MANTRA EN INFINITIVO
Recordar el teclado. Recordar los dedos sobre el teclado. Recordar ahora, hace un momento, las yemas de los dedos sobre el teclado. No olvidar el teclado. Recordar el teclado miento escribo las palabras escribir en el teclado.
Detenerse en el medio. Resaltar la materialidad del medio. Gozar la imposición del medio. Los límites del medio. Los límites que son la realidad del medio. Recordar que el lenguaje es el medio.
Detenerse otro segundo más en el medio. Y recordar, mientras tanto, el teclado. Nunca jamás olvidar el teclado.
Ver la aparición de la palabra sobre la pantalla. Ver, ahora, hace un momento, la aparición de la segunda palabra. Ver la aparición. Es una frase. Es una línea. Es una oración.
Recordar el teclado. Recordar que el teclado es una forma de la oración. Un halo sobre todo eso.
Sentir las yemas de los dedos sobre el teclado. Recordar la materialidad del lenguaje. Sentir el contacto de la huella dactilar con la superficie lisa de la tecla. Constatar la materialidad inaudita del medio. Gozar. Padecer. Volver a gozar. Sentir el choque. Una huella dactilar. Una letra. La frase. La línea.
Detenerse en el medio. Resaltar el medio. Decir: este es el medio. Esta sólida existencia súbita. El lenguaje. Una forma de corporeidad. Detenerse. Gozar. Una huella dactilar.
Escribir: este es el medio. Que es escribir. Escribir el medio. Abolir la transparencia. Salir de la trampa. El lenguaje no es el fin, no es el receptáculo, es el medio. Resaltar el medio. Escribir.
Tocar, sinuosamente, sensualmente, viscosamente, los límites del medio. Tocar, que es una huella dactilar sobre la superficie lisa de la tecla. Tocar, que es escribir.
Recordar el teclado. Ahora, hace un momento, no olvidar el teclado. Nunca, ni por un momento, olvidar el teclado.
La materialidad de esto. Esta práctica. Escribir.
Olvidar el teclado. Olvidarlo todo. Escribir.
--crg
Recordar el teclado. Recordar los dedos sobre el teclado. Recordar ahora, hace un momento, las yemas de los dedos sobre el teclado. No olvidar el teclado. Recordar el teclado miento escribo las palabras escribir en el teclado.
Detenerse en el medio. Resaltar la materialidad del medio. Gozar la imposición del medio. Los límites del medio. Los límites que son la realidad del medio. Recordar que el lenguaje es el medio.
Detenerse otro segundo más en el medio. Y recordar, mientras tanto, el teclado. Nunca jamás olvidar el teclado.
Ver la aparición de la palabra sobre la pantalla. Ver, ahora, hace un momento, la aparición de la segunda palabra. Ver la aparición. Es una frase. Es una línea. Es una oración.
Recordar el teclado. Recordar que el teclado es una forma de la oración. Un halo sobre todo eso.
Sentir las yemas de los dedos sobre el teclado. Recordar la materialidad del lenguaje. Sentir el contacto de la huella dactilar con la superficie lisa de la tecla. Constatar la materialidad inaudita del medio. Gozar. Padecer. Volver a gozar. Sentir el choque. Una huella dactilar. Una letra. La frase. La línea.
Detenerse en el medio. Resaltar el medio. Decir: este es el medio. Esta sólida existencia súbita. El lenguaje. Una forma de corporeidad. Detenerse. Gozar. Una huella dactilar.
Escribir: este es el medio. Que es escribir. Escribir el medio. Abolir la transparencia. Salir de la trampa. El lenguaje no es el fin, no es el receptáculo, es el medio. Resaltar el medio. Escribir.
Tocar, sinuosamente, sensualmente, viscosamente, los límites del medio. Tocar, que es una huella dactilar sobre la superficie lisa de la tecla. Tocar, que es escribir.
Recordar el teclado. Ahora, hace un momento, no olvidar el teclado. Nunca, ni por un momento, olvidar el teclado.
La materialidad de esto. Esta práctica. Escribir.
Olvidar el teclado. Olvidarlo todo. Escribir.
--crg
Monday, November 07, 2005
Thursday, November 03, 2005
Wednesday, November 02, 2005
SÚBITO PENSAMIENTO FÁLICO (Y, ADEMÁS, AJENO)
"La reelectura, en mí, más que derivada del placer que me pudiera proporcionar el libro que releo, es una suerte de primera lectura. La verdad es que los libros desconocidos me atemorizan. Necesito penetrarlos sigilosamente. Y en la primera lectura, mi inhibición es tal que me impide cualquier comunicación profunda con el texto. Estas dificultados son mayores con los poemas."
Alejandra Pizarnik, Diarios, 121.
--crg
"La reelectura, en mí, más que derivada del placer que me pudiera proporcionar el libro que releo, es una suerte de primera lectura. La verdad es que los libros desconocidos me atemorizan. Necesito penetrarlos sigilosamente. Y en la primera lectura, mi inhibición es tal que me impide cualquier comunicación profunda con el texto. Estas dificultados son mayores con los poemas."
Alejandra Pizarnik, Diarios, 121.
--crg