LIBROS CON FRACTURA
Uno lo sabe nada más de tocarlos. Son los libros que pican, pinchan, horadan, quiebran. Se trata de esos libros de los que uno, por más que lo desee, no puede separarse. Los libros a los que, en flagrante peregrinación, se sigue regresando. Uno los avienta contra la pared, con toda la energía que brinda uno de los pecados capitales que es la ira, o los coloca sobre el nochero con la cautelosa mirada del que espera la detonación de una bomba o la lenta emanación de un veneno usado en la guerra del Pérsico. No curan estos libros. No hacen la vida ni feliz ni llevadera ni fácil. Hieden. Causan pánico o comezón. Con frecuencia causan pánico y comezón. Los padres y los maestros y los bienpensantes y todos los miembros de la clase media con aspiraciones sugieren, con la vocecita ésa de la corrección poítica, su desaparición, de preferencia inmediata. Son libros sin terapia semanal sin psicoanalista sin remedio. Se trata de los libros que murmuran, sólo cuando uno está a solas, en la esquina última de un cuarto que es uno mismo "cuida tu fractura: nútrela: expándela. Tu fractura es tu casa: tu tesoro: tu bien. Baja a tu fractura, ilumínala, sube hacia ella. Tu fractura es la letra".
--crg
Sunday, December 25, 2005
MISTERIO RESUELTO
Como soy humana y tengo cuerpo, en estas fechas de reuniones multitudinarias, festividades íntimas y eventos de diversa índole pantagruélica, me preocupa el aumento de peso. Y como, además de ser humana, tengo un poco de tiempo libre, hojeo aquí y ya libros que se ocupan del tema. Por eso y no por otra cosa me detuve a volver las páginas de un librito que prometía explicar por qué las mujeres de cierto país que no es éste, y que goza, además, de cierto prestigio mundial como capital del glamour y el savoir faire, no engordan. Después de leer párrafos del inicio, el medio y la conclusión mientras movía la cabeza de arriba a abajo, con firmeza pero también con discreción, en signo de franco asentimiento, salí del local con los hombros erguidos y una especie de puntual resolución en el lado más fictivo de mí misma. Decidí caminar porque, alas, soy humana y me preocupa el aumento de peso. La luz del día: luminosa. Las calles pueblerinas: llenas de encanto. El aire: puro aliento de volcán nevado. En esas iba, regodeándome en el paisaje y disfrutando mi sesudo conocimiento de por qué las mujeres de ese otro país que no es éste no engordan, cuando literalmente me envolvió el aroma de tortillas recién hechas. Tortillas azules.Tortillas redondísimas. Ay, tortillas. Pronto esa esencia se confundió con la del huitlacoche cocido con epazote; la del fresco requesón; la de la anaranjada y, oh, tan frágil ella, flor de calabaza; la de los múltiples hongos varios (aunque no de aquellos, claro), la del suculento chicharrón; la del inevitable queso. Me detuve. Y, mientras ordenaba dos cosas de esto y acaso una más de lo otro pensé que la verdadera razón por la cual no engordan las mujeres de ese otro país tan civilizado debe ser porque no hay impromptu "tienditas de la esquina"; ni espontáneos puestos de suculentas quesadillas (que, como reza el chiste, son verdaderos puestos de socorro); ni domésticos zaguanes que, de noche, abren sus puertas para que mujeres de buen talante cocinen para los transeúntes lo que de día cocinan para sus familias, en sus calles tan limpiecitas y ordenadas y, por supuesto, estrechísimas.
--crg
Como soy humana y tengo cuerpo, en estas fechas de reuniones multitudinarias, festividades íntimas y eventos de diversa índole pantagruélica, me preocupa el aumento de peso. Y como, además de ser humana, tengo un poco de tiempo libre, hojeo aquí y ya libros que se ocupan del tema. Por eso y no por otra cosa me detuve a volver las páginas de un librito que prometía explicar por qué las mujeres de cierto país que no es éste, y que goza, además, de cierto prestigio mundial como capital del glamour y el savoir faire, no engordan. Después de leer párrafos del inicio, el medio y la conclusión mientras movía la cabeza de arriba a abajo, con firmeza pero también con discreción, en signo de franco asentimiento, salí del local con los hombros erguidos y una especie de puntual resolución en el lado más fictivo de mí misma. Decidí caminar porque, alas, soy humana y me preocupa el aumento de peso. La luz del día: luminosa. Las calles pueblerinas: llenas de encanto. El aire: puro aliento de volcán nevado. En esas iba, regodeándome en el paisaje y disfrutando mi sesudo conocimiento de por qué las mujeres de ese otro país que no es éste no engordan, cuando literalmente me envolvió el aroma de tortillas recién hechas. Tortillas azules.Tortillas redondísimas. Ay, tortillas. Pronto esa esencia se confundió con la del huitlacoche cocido con epazote; la del fresco requesón; la de la anaranjada y, oh, tan frágil ella, flor de calabaza; la de los múltiples hongos varios (aunque no de aquellos, claro), la del suculento chicharrón; la del inevitable queso. Me detuve. Y, mientras ordenaba dos cosas de esto y acaso una más de lo otro pensé que la verdadera razón por la cual no engordan las mujeres de ese otro país tan civilizado debe ser porque no hay impromptu "tienditas de la esquina"; ni espontáneos puestos de suculentas quesadillas (que, como reza el chiste, son verdaderos puestos de socorro); ni domésticos zaguanes que, de noche, abren sus puertas para que mujeres de buen talante cocinen para los transeúntes lo que de día cocinan para sus familias, en sus calles tan limpiecitas y ordenadas y, por supuesto, estrechísimas.
--crg
Thursday, December 22, 2005
EN CONTRA DE SOÑAR
Los fines de año, las temporadas navideñas y las graduaciones escolares se prestan al uso y abuso del vocablo soñar. De repente, como si se tratara de una verdadera epidemia gramatical y psicológica, sucede que todo mundo sueña. Independientemente de lo que se haya hecho día a día durante el año, o clase a clase del arduo sistema escolar, de súbito ocurre que no sólo se sueña sino que, además, acaso sobre todo, se tiene un sueño. Se le posee. Y, si se es integrante de la insigne clase media mexicana, se le trabaja, se le planea y, claro, de ser posible, se le impone al resto de la pobre y, supuestamente, desoñada humanidad.
Si alguna vez el sueño fue lo contrario a la realidad y, luego entonces, constituyó el lado lúdico o libre de la así llamada experiencia humana, nada como estas fechas para dejar bien en claro que, en manos de la humanidad globalizada de inicios del siglo XXI, el sueño, otrora radical o ridículo o indescifrable o francamente inútil, se ha convertido en una ideología productiva de la clase media con aspiraciones.
Todo mundo tiene un sueño. Es más: todo mundo debe tener un sueño. Al individuo sin un sueño se le identifica con relativa facilidad a través de la palabra loser. La sentimentalidad contemporánea que, como toda forma de sentimentalidad es de hecho una dictadura, ha decretado que un sueño es, más que un tesoro o un ideal, una seña de identidad, un verdadero pasaporte para la espiritualidad de una clase media que se quiere universal y que, válgame dios, brinda con sidra o con fanta. El que sueña sirve para algo. El que sueña tiene un objetivo y, como sueña, encontrará la manera de llevarlo a cabo. El que sueña ha dejado atrás el estadío de la buenaparanadez y se ha imbricado, con papel de benigno y obediente ángel de la guarda del capitalismo real, en las rígidas jerarquías de producción y consumo de nuestros días.
Por eso, y no por otra cosa, me pronuncio en contra de tener un sueño. Ya lo dije: estoy en contra de soñar.
Prefiero las poquísimas y por ellos preciosas horas, o minutos, en que, luchando contra calendarios llenos y preocupaciones milenarias, abro los ojos y ya. Sin objetivos, sin punto de partida ni punto de llegada, sin trama ni emotividad alguna, sin conflicto y por ello sin resolución, sin utilidad, abro los ojos y no veo nada alrededor. O lo veo todo. O veo, incluso, más allá. El exterior: ocluido. El interior: inexistente. El cuerpo: inmóvil. La mente: ida. Podría decir que eso es, efectivamente, soñar-con-los-ojos-abiertos pero la mera utilización de la palabra soñar hace que, ante mis ojos pasmadamente abiertos, la frase adquiera un dejo de sospecha insoportabale. Me gusta, en su lugar, esa palabra compuesta que usan los que hablan inglés: day-dreaming: soñar de día, soñar a la hora equivocada, ensoñar. Ese estado beatífico, anticapitalista, levitativo. Ese regreso a la buenaparanadez. Ese regodeo. Ese verdadero lujo.
Debo admitirlo: Sueño-de-día con tanta frecuencia como puedo. Cuando leo, por ejemplo. Cuando camino o cuando corro. Cuando me quedo inmóvil en el asiento trasero de taxi. Siempre que estoy a un lado de cuaqluier ventanilla. Cuando escucho discursos interminables. Cuando ese pequeño monstruo clasemediero que todo clasemediero lleva dentro me exige mi cuota de producción, planificación, desarrollo. Cuando alguien menciona la palabra felicidad. Cuando hago cola en el banco o en la cafetería o a la entrada del cine. Sueño a la hora equivocada que es de día. Sueño-con-los-ojos abiertos y así me ausento (o me adentro) pero definitivamente me aislo.
Ahí donde los soñadores son muchedumbre y hasta pueden formar partidos políticos o sectas de las índoles más diversas, los ensoñadores abren los ojos y murmuran, con la mente en otro lado, "no, gracias". No hay banderas para el ensueño. ¿Qué orador que se respete a sí mismo podría enunciar, con refinado énfasis, las palabras "Este es mi ensueño"? ¿Qué amante más o menos decente podría ofrecer "su ensueño" a otro tan o más decente que el anterior?
A los poderes-que-son les digo: Quédense con los sueños ésos que han secuestrado, vovliéndolos tan productivos y sosos como sus vidas. A los poderes-que-no-son les digo: vayamos por el ensueño. Total, lo peor que nos puede pasar es perdernos unos cuantos minutos y, si tenemos suerte, hasta una hora, de ese fascinante mundo de la clase media que trabaja sin parar.
--crg
Los fines de año, las temporadas navideñas y las graduaciones escolares se prestan al uso y abuso del vocablo soñar. De repente, como si se tratara de una verdadera epidemia gramatical y psicológica, sucede que todo mundo sueña. Independientemente de lo que se haya hecho día a día durante el año, o clase a clase del arduo sistema escolar, de súbito ocurre que no sólo se sueña sino que, además, acaso sobre todo, se tiene un sueño. Se le posee. Y, si se es integrante de la insigne clase media mexicana, se le trabaja, se le planea y, claro, de ser posible, se le impone al resto de la pobre y, supuestamente, desoñada humanidad.
Si alguna vez el sueño fue lo contrario a la realidad y, luego entonces, constituyó el lado lúdico o libre de la así llamada experiencia humana, nada como estas fechas para dejar bien en claro que, en manos de la humanidad globalizada de inicios del siglo XXI, el sueño, otrora radical o ridículo o indescifrable o francamente inútil, se ha convertido en una ideología productiva de la clase media con aspiraciones.
Todo mundo tiene un sueño. Es más: todo mundo debe tener un sueño. Al individuo sin un sueño se le identifica con relativa facilidad a través de la palabra loser. La sentimentalidad contemporánea que, como toda forma de sentimentalidad es de hecho una dictadura, ha decretado que un sueño es, más que un tesoro o un ideal, una seña de identidad, un verdadero pasaporte para la espiritualidad de una clase media que se quiere universal y que, válgame dios, brinda con sidra o con fanta. El que sueña sirve para algo. El que sueña tiene un objetivo y, como sueña, encontrará la manera de llevarlo a cabo. El que sueña ha dejado atrás el estadío de la buenaparanadez y se ha imbricado, con papel de benigno y obediente ángel de la guarda del capitalismo real, en las rígidas jerarquías de producción y consumo de nuestros días.
Por eso, y no por otra cosa, me pronuncio en contra de tener un sueño. Ya lo dije: estoy en contra de soñar.
Prefiero las poquísimas y por ellos preciosas horas, o minutos, en que, luchando contra calendarios llenos y preocupaciones milenarias, abro los ojos y ya. Sin objetivos, sin punto de partida ni punto de llegada, sin trama ni emotividad alguna, sin conflicto y por ello sin resolución, sin utilidad, abro los ojos y no veo nada alrededor. O lo veo todo. O veo, incluso, más allá. El exterior: ocluido. El interior: inexistente. El cuerpo: inmóvil. La mente: ida. Podría decir que eso es, efectivamente, soñar-con-los-ojos-abiertos pero la mera utilización de la palabra soñar hace que, ante mis ojos pasmadamente abiertos, la frase adquiera un dejo de sospecha insoportabale. Me gusta, en su lugar, esa palabra compuesta que usan los que hablan inglés: day-dreaming: soñar de día, soñar a la hora equivocada, ensoñar. Ese estado beatífico, anticapitalista, levitativo. Ese regreso a la buenaparanadez. Ese regodeo. Ese verdadero lujo.
Debo admitirlo: Sueño-de-día con tanta frecuencia como puedo. Cuando leo, por ejemplo. Cuando camino o cuando corro. Cuando me quedo inmóvil en el asiento trasero de taxi. Siempre que estoy a un lado de cuaqluier ventanilla. Cuando escucho discursos interminables. Cuando ese pequeño monstruo clasemediero que todo clasemediero lleva dentro me exige mi cuota de producción, planificación, desarrollo. Cuando alguien menciona la palabra felicidad. Cuando hago cola en el banco o en la cafetería o a la entrada del cine. Sueño a la hora equivocada que es de día. Sueño-con-los-ojos abiertos y así me ausento (o me adentro) pero definitivamente me aislo.
Ahí donde los soñadores son muchedumbre y hasta pueden formar partidos políticos o sectas de las índoles más diversas, los ensoñadores abren los ojos y murmuran, con la mente en otro lado, "no, gracias". No hay banderas para el ensueño. ¿Qué orador que se respete a sí mismo podría enunciar, con refinado énfasis, las palabras "Este es mi ensueño"? ¿Qué amante más o menos decente podría ofrecer "su ensueño" a otro tan o más decente que el anterior?
A los poderes-que-son les digo: Quédense con los sueños ésos que han secuestrado, vovliéndolos tan productivos y sosos como sus vidas. A los poderes-que-no-son les digo: vayamos por el ensueño. Total, lo peor que nos puede pasar es perdernos unos cuantos minutos y, si tenemos suerte, hasta una hora, de ese fascinante mundo de la clase media que trabaja sin parar.
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Sunday, December 18, 2005
¿DE DÓNDE ES UNO?
¿Del lugar que aparece en la inscripción de un acta de nacimiento? ¿De la casa a donde uno siempre regresa? ¿De esa tarde en una carretera angostísima bajo el cielo azul (impecable) y la luz invernal (filosa) mientras escuchaba, con desasisda atención, una obra de Cardew? ¿De un abrazo? ¿Del norte? ¿De todas las fisuras por las que uno siempre se escapa? ¿Del lenguaje que es una casa que es un sitio que es un lenguaje? ¿Del deseo de otro que es mi otro y el otro de otro? ¿De la tierra sobre la que caen mis zapatos? ¿Del paisaje descrito por un autor (cuyo nombre no recuerdo) en un libro que he perdido? ¿De las cicatrices? ¿Del centro? ¿De estas tremendas ganas de irse? ¿Del ritmo de las palabras a través de las cuales escuché las primigenias narraciones increíbles? ¿Del teclado? ¿Del momento ése (alucinado) (inconcluso) en que uno sabe, con total certeza, que es mortal? ¿De tu aliento cuando envuelve las sílabas de mi nombre? ¿Del hueso roto? ¿De la esquina donde di la vuelta y me perdí? ¿De la sala de espera de un aeropuerto? ¿De la biblioteca? ¿Del libro ése intransferible, inombrable, esencial? ¿De la más brillante de todas mis pesadillas? ¿Del disparo y el eco del disparo y el recuerdo del disparo? ¿Del instante en que se doblan las rodillas y se escapa el aire y a uno no le queda otra cosa más que maledecir? ¿De la maldición? ¿De estas tremendas ganas de irse otra vez? ¿Del bosque de oyameles por donde pasea una narración fragmentaria y sin anécdota? ¿De la falta de anécdota? ¿Del oceáno que me calmaba tanto tanto? ¿De la conversación entre amigas? ¿De la palabra arena cayéndose de seca? ¿De Matamoros, Tamaulipas, México? ¿De Delicias, Chihuahua, México? ¿De Tijuana, Baja California, México? ¿De Toluca, estado de México, México? ¿De San Diego, California, México? ¿Se puede, en realidad, ser de México? ¿De la tumba donde yacen mis muertos? ¿Del signo de interrogación? ¿Del signo de admiración? ¿Del signo?
--crg
¿Del lugar que aparece en la inscripción de un acta de nacimiento? ¿De la casa a donde uno siempre regresa? ¿De esa tarde en una carretera angostísima bajo el cielo azul (impecable) y la luz invernal (filosa) mientras escuchaba, con desasisda atención, una obra de Cardew? ¿De un abrazo? ¿Del norte? ¿De todas las fisuras por las que uno siempre se escapa? ¿Del lenguaje que es una casa que es un sitio que es un lenguaje? ¿Del deseo de otro que es mi otro y el otro de otro? ¿De la tierra sobre la que caen mis zapatos? ¿Del paisaje descrito por un autor (cuyo nombre no recuerdo) en un libro que he perdido? ¿De las cicatrices? ¿Del centro? ¿De estas tremendas ganas de irse? ¿Del ritmo de las palabras a través de las cuales escuché las primigenias narraciones increíbles? ¿Del teclado? ¿Del momento ése (alucinado) (inconcluso) en que uno sabe, con total certeza, que es mortal? ¿De tu aliento cuando envuelve las sílabas de mi nombre? ¿Del hueso roto? ¿De la esquina donde di la vuelta y me perdí? ¿De la sala de espera de un aeropuerto? ¿De la biblioteca? ¿Del libro ése intransferible, inombrable, esencial? ¿De la más brillante de todas mis pesadillas? ¿Del disparo y el eco del disparo y el recuerdo del disparo? ¿Del instante en que se doblan las rodillas y se escapa el aire y a uno no le queda otra cosa más que maledecir? ¿De la maldición? ¿De estas tremendas ganas de irse otra vez? ¿Del bosque de oyameles por donde pasea una narración fragmentaria y sin anécdota? ¿De la falta de anécdota? ¿Del oceáno que me calmaba tanto tanto? ¿De la conversación entre amigas? ¿De la palabra arena cayéndose de seca? ¿De Matamoros, Tamaulipas, México? ¿De Delicias, Chihuahua, México? ¿De Tijuana, Baja California, México? ¿De Toluca, estado de México, México? ¿De San Diego, California, México? ¿Se puede, en realidad, ser de México? ¿De la tumba donde yacen mis muertos? ¿Del signo de interrogación? ¿Del signo de admiración? ¿Del signo?
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Sunday, December 11, 2005
Friday, December 09, 2005
EL HOMBRE ESCRITO
[publicado en Un hombre a la medida, Cal y Arena, 2005).
EL VENDAVAL DEL VELLO
[No] eras tú que venías
[No] era tu vello el vendaval
Laura Solórzano, “(secuencia muscular)”, Boca Perdida.
(los corchetes son, sin embargo, de la autora)
I. HACIA EL CUERPO DESCONOCIDO
Los ojos: grandes, habitados, oscuros, juntos, curiosos.
Las manos: largas, finas, huesudas, suaves, ambarinas, pianísticas.
El cabello: entrecano, brillante, corto.
La boca: carnosa, estriada, abierta, nerviosa.
La voz: de otro mundo, al ras del suelo, repentina.
El suspiro: estridente, obvio, sexual.
La piel: ingrávida.
La barba: hirsuta, recortada, masculina. Ah, la barba.
La mirada: de red, un abrazo, ¿qué quieres de mí?
La pregunta: ¿eres tú?
El cielo: abierto, seco, recortado, azul.
La respuesta: a veces.
La risa: jocosa, precavida, grave, divina. Un ave sobre una torre de marfil.
La mano: sobre el hombro, en la cadera, rozando.
El guiño: inesperado, angular, inclinado.
La respiración: lavanda, heno de pravia, viento de abril. Menta. Infancia.
La risa: interminable, discreta, se-aproxima.
La mirada desde lejos: un puente a punto de caer, una liana casi rota, un grito de auxilio, una mujer atada sobre los rieles del tren, un oráculo, un proceso de investigación, un telescopio.
La mirada desde cerca: una punzada, un cerillo, una quemadura, un ardor.
El caminar: zigzagueante, moroso, dubitativo.
La pregunta: ¿es mi voz?
La respuesta: es mía.
El ruido: protector.
El alcohol: frío, banal, un ancla, una puerta, un botón.
La voz: aún de otro mundo, distinta, multifacética, engañosa, honda, estomacal.
Las manos: largas, suaves, huesudas, ambarinas, pianísticas, sobre las crestas.
La orden: sígueme.
Las uñas: recortadas, limpísimas, cartas cerradas.
La boca: carnosa, abierta, ávida, nerviosa, imperial, ensalivada, más abierta, denotativa, sin más-allá.
Las manos: sobre las manos, contra la pared, llaves. Candados.
La respiración: música electrónica.
La mirada: en ebullición, de red, cielística, nochuna.
Las manos: en el sexo sobre el sexo bajo el sexo tras el sexo.
La barbilla: sobre el hombro izquierdo.
La boca: ah, la boca. La oreja. La nuca. El cabello.
El sexo: el sexo.
La pregunta: ¿es tu cuerpo?
La respuesta: y el mío.
La interrupción intelectual: sólo el acoso de la muerte nos avienta con tanta furia hacia el cuerpo desconocido.
II. LA MUJER BARBUDA
El Hombre-Que-Era-Él-A-Veces colocó sobre mis manos una barba hecha de sus propios cabellos. Ese primer intercambio ocurrió bajo los techos cóncavos, recubiertos de pintura color púrpura, de un cine que, con el paso del tiempo, se había convertido en iglesia.
—En nombre sea de Dios —murmuró mientras colocaba la mano sobre mi nuca y me atraía hacia él. Oh, tan cinematográficamente.
El beso: esperado, ávido, estruendoso, involutivo. Violento.
Cuando me coloqué la barba sobre el rostro sacó una pequeña cámara digital de su saco y me pidió que posara cerca de santos, cristos, ángeles. La lista de sus órdenes incluía:
1) Cierra el ojo izquierdo.
2) Abre la boca.
3) Levanta los brazos.
4) Sonríe. (No, así no). (Así).
5) Levántate la blusa.
6) Dame la espalda.
7) Bájate el pantalón.
8) Así.
9) No jadees.
Cuando volví a ver sus ojos (oscuros, necios, húmedos, nerviosos) pensé que se trataba del fin de una carrera de 800 metros en un lugar a más de dos kilómetros sobre el nivel del mar. Iba a sonreír. Iba a convertirme en una Amante de Sonrisa Iluminada cuando no vi su pene que, perdido dentro de mi sexo, continuaba provocando placer. Me detuve. Observé el techo cóncavo y púrpura. Regresé a sus ojos. Las manos. Los dientes. La barba. Los nudillos. Seguía sin estar ahí. El torso. Los huesos. Los vellos. Las rodillas. Su pene en esos momentos era mío. Entonces sonreí hermafroditamente. Y el Hombre-Que-A-Veces-Era-Él se vació en religioso silencio.
—Así quedó por desobedecer a sus padres —musitó luego con algo de fingida melancolía cuando, todavía recostados al pie de una de las largas bancas de madera, veíamos las silenciosas fotografías.
III. DONDE UNA VEZ UN MUCHACHO Y UNA CHICA HACÍAN EL AMOR…
…hay cenizas y manchas de sangre y pedacitos de uñas y rizos púbicos y una vela doblegada que usaron con fines oscuros y manchas de esperma sobre el lodo y cabezas de gallo y una casa derruida dibujada en la arena y trozos de papeles perfumados que fueron cartas de amor y la rota bola de vidrio de una vidente y lilas marchitas y cabezas cortadas sobre almohadas como almas impotentes entre los asfódelos y tablas resquebrajadas y zapatos viejos y vestidos en el fango y gatos enfermos y ojos incrustados en una mano que se desliza hacia el silencio y manos con sortijas y espuma negra que salpica a un espejo que nada refleja y una niña que durmiendo asfixia a su paloma favorita y pepitas de oro negro resonantes como gitanos en duelo tocando sus violines a la orilla del Mar muerto y un corazón que late para engañar y una rosa que se abre para traicionar y un niño llorando frente a un cuero que grazna, y la inspiradora se enmascara para ejecutar una melodía que nadie entiende bajo una lluvia que calma mi mal.
(en página de Alejandra Pizarnik, Poesía Completa, encontrada al azar)
(justo después de volver de la iglesia que alguna vez fue cine)
(nueve órdenes dentro de la cabeza)
(así)
(púrpura)
(los libros saben más que la realidad)
(así no)
(bola de vidrio vidente)
(la poesía no es un lugar)
(así)
--crg
[publicado en Un hombre a la medida, Cal y Arena, 2005).
EL VENDAVAL DEL VELLO
[No] eras tú que venías
[No] era tu vello el vendaval
Laura Solórzano, “(secuencia muscular)”, Boca Perdida.
(los corchetes son, sin embargo, de la autora)
I. HACIA EL CUERPO DESCONOCIDO
Los ojos: grandes, habitados, oscuros, juntos, curiosos.
Las manos: largas, finas, huesudas, suaves, ambarinas, pianísticas.
El cabello: entrecano, brillante, corto.
La boca: carnosa, estriada, abierta, nerviosa.
La voz: de otro mundo, al ras del suelo, repentina.
El suspiro: estridente, obvio, sexual.
La piel: ingrávida.
La barba: hirsuta, recortada, masculina. Ah, la barba.
La mirada: de red, un abrazo, ¿qué quieres de mí?
La pregunta: ¿eres tú?
El cielo: abierto, seco, recortado, azul.
La respuesta: a veces.
La risa: jocosa, precavida, grave, divina. Un ave sobre una torre de marfil.
La mano: sobre el hombro, en la cadera, rozando.
El guiño: inesperado, angular, inclinado.
La respiración: lavanda, heno de pravia, viento de abril. Menta. Infancia.
La risa: interminable, discreta, se-aproxima.
La mirada desde lejos: un puente a punto de caer, una liana casi rota, un grito de auxilio, una mujer atada sobre los rieles del tren, un oráculo, un proceso de investigación, un telescopio.
La mirada desde cerca: una punzada, un cerillo, una quemadura, un ardor.
El caminar: zigzagueante, moroso, dubitativo.
La pregunta: ¿es mi voz?
La respuesta: es mía.
El ruido: protector.
El alcohol: frío, banal, un ancla, una puerta, un botón.
La voz: aún de otro mundo, distinta, multifacética, engañosa, honda, estomacal.
Las manos: largas, suaves, huesudas, ambarinas, pianísticas, sobre las crestas.
La orden: sígueme.
Las uñas: recortadas, limpísimas, cartas cerradas.
La boca: carnosa, abierta, ávida, nerviosa, imperial, ensalivada, más abierta, denotativa, sin más-allá.
Las manos: sobre las manos, contra la pared, llaves. Candados.
La respiración: música electrónica.
La mirada: en ebullición, de red, cielística, nochuna.
Las manos: en el sexo sobre el sexo bajo el sexo tras el sexo.
La barbilla: sobre el hombro izquierdo.
La boca: ah, la boca. La oreja. La nuca. El cabello.
El sexo: el sexo.
La pregunta: ¿es tu cuerpo?
La respuesta: y el mío.
La interrupción intelectual: sólo el acoso de la muerte nos avienta con tanta furia hacia el cuerpo desconocido.
II. LA MUJER BARBUDA
El Hombre-Que-Era-Él-A-Veces colocó sobre mis manos una barba hecha de sus propios cabellos. Ese primer intercambio ocurrió bajo los techos cóncavos, recubiertos de pintura color púrpura, de un cine que, con el paso del tiempo, se había convertido en iglesia.
—En nombre sea de Dios —murmuró mientras colocaba la mano sobre mi nuca y me atraía hacia él. Oh, tan cinematográficamente.
El beso: esperado, ávido, estruendoso, involutivo. Violento.
Cuando me coloqué la barba sobre el rostro sacó una pequeña cámara digital de su saco y me pidió que posara cerca de santos, cristos, ángeles. La lista de sus órdenes incluía:
1) Cierra el ojo izquierdo.
2) Abre la boca.
3) Levanta los brazos.
4) Sonríe. (No, así no). (Así).
5) Levántate la blusa.
6) Dame la espalda.
7) Bájate el pantalón.
8) Así.
9) No jadees.
Cuando volví a ver sus ojos (oscuros, necios, húmedos, nerviosos) pensé que se trataba del fin de una carrera de 800 metros en un lugar a más de dos kilómetros sobre el nivel del mar. Iba a sonreír. Iba a convertirme en una Amante de Sonrisa Iluminada cuando no vi su pene que, perdido dentro de mi sexo, continuaba provocando placer. Me detuve. Observé el techo cóncavo y púrpura. Regresé a sus ojos. Las manos. Los dientes. La barba. Los nudillos. Seguía sin estar ahí. El torso. Los huesos. Los vellos. Las rodillas. Su pene en esos momentos era mío. Entonces sonreí hermafroditamente. Y el Hombre-Que-A-Veces-Era-Él se vació en religioso silencio.
—Así quedó por desobedecer a sus padres —musitó luego con algo de fingida melancolía cuando, todavía recostados al pie de una de las largas bancas de madera, veíamos las silenciosas fotografías.
III. DONDE UNA VEZ UN MUCHACHO Y UNA CHICA HACÍAN EL AMOR…
…hay cenizas y manchas de sangre y pedacitos de uñas y rizos púbicos y una vela doblegada que usaron con fines oscuros y manchas de esperma sobre el lodo y cabezas de gallo y una casa derruida dibujada en la arena y trozos de papeles perfumados que fueron cartas de amor y la rota bola de vidrio de una vidente y lilas marchitas y cabezas cortadas sobre almohadas como almas impotentes entre los asfódelos y tablas resquebrajadas y zapatos viejos y vestidos en el fango y gatos enfermos y ojos incrustados en una mano que se desliza hacia el silencio y manos con sortijas y espuma negra que salpica a un espejo que nada refleja y una niña que durmiendo asfixia a su paloma favorita y pepitas de oro negro resonantes como gitanos en duelo tocando sus violines a la orilla del Mar muerto y un corazón que late para engañar y una rosa que se abre para traicionar y un niño llorando frente a un cuero que grazna, y la inspiradora se enmascara para ejecutar una melodía que nadie entiende bajo una lluvia que calma mi mal.
(en página de Alejandra Pizarnik, Poesía Completa, encontrada al azar)
(justo después de volver de la iglesia que alguna vez fue cine)
(nueve órdenes dentro de la cabeza)
(así)
(púrpura)
(los libros saben más que la realidad)
(así no)
(bola de vidrio vidente)
(la poesía no es un lugar)
(así)
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Tuesday, December 06, 2005
TRAZOS SOBRE SUAVE PAPEL BLANCO
Hace muchos años (me preocupa en realidad que a últimas fechas varias de mis historias inician con esos, acaso demasiado conspicuos, "muchos años"), en un sitio sombreado de eucaliptos (esto es, por supuesto, inventado), y muy cercano a un gran kiosko morisco que viajó a París en 1901, un hombre un tanto ebrio me confundió con una coreana. No era la primera vez (y con eso de que han pasado "muchos años", puedo atestiguar que tampoco fue la última) así que me sonreí y bajé la vista y me volví a platicar con el amigo que me acompañaba. ¿Qué más se puede hacer en esos casos? El parroquiano, que no salía de un estupor algo exagerado, no cejó. Se regresó a su mesa y, segundos después, apareció una vez más frente a mí con una servilleta limpísima. Con la timidez del bien educado, con una cierta inolvidable delicadeza, me pidió entonces que escribiera, ahí, en su servilleta, algo en mi idioma.
--¿Pero de verdad quiere eso? --le pregunté. Cuando me respondió con un sí rotundo y firme no tuve alternativa. Le pedí una pluma y, haciendo un esfuerzo entre ridículo y esperanzado, concentrándome con suma seriedad en una tarea desconocida, obligándome en verdad a ser esa otra que él se imaginaba, dejé en la textura desigual de esa servilleta lo que fueron mis primeros, y únicos, trazos en coreano. El hombre, inmóvil y de pie a mi lado, guardó un silencio respetuoso durante todo el proceso. Todavía recuerdo su sonrisa abierta y roja cuando recibió la servilleta. Me dio las gracias entonces y, con la servilleta en mano, salió del lugar. Yo imaginé que caminaría, a toda prisa, bajo los eucaliptos que yo había inventado, y que se daría de vueltas bajo el pabellón central del kiosko hasta caer mareado.
No sé, por supuesto, qué le pasó a la servilleta. Seguramente terminó, como tantas otras, arrugada y llena de grasa y sobre la calle. Tal vez pasó de mano en mano, y entre risas, como prueba de una broma agradable. Existe la posibilidad de que alguien la haya encontrado en otro sitio, concluyendo en el acto "¡pero si esto es coreano!". Pudo no haber pasado nada. Pero hoy que Anita Jung-Euy Hong me manda estos textos en coreano no puedo dejar de pensar en aquel pedazo de papel blanquísimo donde anoté, a petición de un parroquiano algo ebrio, los trazos que acaso invocaron a estos otros a través del espacio, a lo largo de los "muchos años" de que a veces se compone el tiempo.
Cristina Rivera Garza, Nadie me vera llorar, Tusquets, 1999, pp. 13-16
크리스티나 리베라 가르사
누구도 내 눈물을 보지 못하리
Traducción: Anita Jung-Euy Hong
번역 : 홍정의
1
영상, 빛의 점증, 이미지
우리는 우리를 비추는 무언가를 통하여,
보지 못하는 무언가를 통하여
본다.
안토니오 포르치아
“어쩌다 미친 사람들의 사진사가 됐죠?”
호아킨 부이트라고의 머리 속으로 그를 편히 쉬지도 잠들지도 못하게 하는 그녀의 목소
리가 벌처럼 윙윙거린다. 마틸다. 한 단어, 한 번의 날갯짓. 눈이 떠지고 근육은 긴장으로
뻣뻣하게 굳어진 채 깨어난 그는 성냥불을 붙인다. 성냥의 주홍빛 불빛이 니코틴에 찌든 그
의 손가락과 회중시계의 문자판을 비추인다. 문자판의 금빛 두 시계바늘은 언제나 12시 정
각을 가리켜 왔다는 듯이 아래 위로 포개져있다. 성냥불을 가져가 석유램프, 가스레인지 왼
쪽 버너 그리고 모나르카 담배에 불을 붙인다. 그의 얼굴에는 곧 미소로 변할 것만 같은 보
랏빛의 그림자가 드리워져 있다. 그렇지만 그것은 입가에 찡그림으로 굳어져 버린다. 그녀
를 보고 있지 않지만 그녀의 말은 그를 괴롭히며 부끄럽게 한다. 그래도 그 말을 잊어버리
기 위해 아무것도 할 수 없다. 그는 기쁘다. 그러나 그는 이 기쁨을 어떻게 해야 할지 모른
다.
호아킨은 셔츠를 입지 않은 채 이따금씩 손수건으로 이마와 목의 땀을 닦아내면서 청색
빛이 도는 양은 냄비에 물을 끓인다. 그는 달착지근한 아몬드, 모르핀의 염화수소, 오렌지
꽃 시럽으로 용액을 만들고 있다. 이것은 이제 더 이상 그의 만성적 불면증을 누그러뜨리지
는 못하지만 그래도 어쨌든 그 냄새는 그를 꿈꾸게 한다.1) 온 몸의 근육이 긴장한 채, 뜬
눈으로 이기는 하지만 말이다. 그는 이것저것 다 시도해 보았다. 콜롬보, 쿠아시아, 헨시아
나, 키나의 안료들까지. 각각 30미리 미터 당 10미리 미터의 모르핀을 섞었다. 하루에 세
스푼씩. 20 스푼씩 그리고는 통째로. 알미돈 물에 아편도 해보았다. 칼륨수화물은 정
신적 근심거리와 짓눌린 도의적 감정 그리고 지나치게 지적인 피로에 그만이었다. 나트륨수
화물은 초조함이 좀처럼 진정되지 않을 때 좋았다. 파라알데히드는 체리 잎이나 보리
수의 물을 이용했다. 그러나 이 모든 치료방법이 그의 불면증에 소용이 없었다. 결국 아몬
드 용액만이 지평선으로 날이 밝아오는 것을 기다리는 동안 그를 진정시키는 데 효과가 있
다. 아침 6시에서 8시 사이, 그때가 되어서야 그는 허름한 침대에서 잠을 들었다. 다른 사
1) 호아킨이 잠이 드는 대신에 약물에 의지하여 환각 상태로 빠져든다는 의미를 ‘soñr’라는 동사 통하여 표현하
였다. 원문을 참조하자면 다음과 같다. ...
--crg
Hace muchos años (me preocupa en realidad que a últimas fechas varias de mis historias inician con esos, acaso demasiado conspicuos, "muchos años"), en un sitio sombreado de eucaliptos (esto es, por supuesto, inventado), y muy cercano a un gran kiosko morisco que viajó a París en 1901, un hombre un tanto ebrio me confundió con una coreana. No era la primera vez (y con eso de que han pasado "muchos años", puedo atestiguar que tampoco fue la última) así que me sonreí y bajé la vista y me volví a platicar con el amigo que me acompañaba. ¿Qué más se puede hacer en esos casos? El parroquiano, que no salía de un estupor algo exagerado, no cejó. Se regresó a su mesa y, segundos después, apareció una vez más frente a mí con una servilleta limpísima. Con la timidez del bien educado, con una cierta inolvidable delicadeza, me pidió entonces que escribiera, ahí, en su servilleta, algo en mi idioma.
--¿Pero de verdad quiere eso? --le pregunté. Cuando me respondió con un sí rotundo y firme no tuve alternativa. Le pedí una pluma y, haciendo un esfuerzo entre ridículo y esperanzado, concentrándome con suma seriedad en una tarea desconocida, obligándome en verdad a ser esa otra que él se imaginaba, dejé en la textura desigual de esa servilleta lo que fueron mis primeros, y únicos, trazos en coreano. El hombre, inmóvil y de pie a mi lado, guardó un silencio respetuoso durante todo el proceso. Todavía recuerdo su sonrisa abierta y roja cuando recibió la servilleta. Me dio las gracias entonces y, con la servilleta en mano, salió del lugar. Yo imaginé que caminaría, a toda prisa, bajo los eucaliptos que yo había inventado, y que se daría de vueltas bajo el pabellón central del kiosko hasta caer mareado.
No sé, por supuesto, qué le pasó a la servilleta. Seguramente terminó, como tantas otras, arrugada y llena de grasa y sobre la calle. Tal vez pasó de mano en mano, y entre risas, como prueba de una broma agradable. Existe la posibilidad de que alguien la haya encontrado en otro sitio, concluyendo en el acto "¡pero si esto es coreano!". Pudo no haber pasado nada. Pero hoy que Anita Jung-Euy Hong me manda estos textos en coreano no puedo dejar de pensar en aquel pedazo de papel blanquísimo donde anoté, a petición de un parroquiano algo ebrio, los trazos que acaso invocaron a estos otros a través del espacio, a lo largo de los "muchos años" de que a veces se compone el tiempo.
Cristina Rivera Garza, Nadie me vera llorar, Tusquets, 1999, pp. 13-16
크리스티나 리베라 가르사
누구도 내 눈물을 보지 못하리
Traducción: Anita Jung-Euy Hong
번역 : 홍정의
1
영상, 빛의 점증, 이미지
우리는 우리를 비추는 무언가를 통하여,
보지 못하는 무언가를 통하여
본다.
안토니오 포르치아
“어쩌다 미친 사람들의 사진사가 됐죠?”
호아킨 부이트라고의 머리 속으로 그를 편히 쉬지도 잠들지도 못하게 하는 그녀의 목소
리가 벌처럼 윙윙거린다. 마틸다. 한 단어, 한 번의 날갯짓. 눈이 떠지고 근육은 긴장으로
뻣뻣하게 굳어진 채 깨어난 그는 성냥불을 붙인다. 성냥의 주홍빛 불빛이 니코틴에 찌든 그
의 손가락과 회중시계의 문자판을 비추인다. 문자판의 금빛 두 시계바늘은 언제나 12시 정
각을 가리켜 왔다는 듯이 아래 위로 포개져있다. 성냥불을 가져가 석유램프, 가스레인지 왼
쪽 버너 그리고 모나르카 담배에 불을 붙인다. 그의 얼굴에는 곧 미소로 변할 것만 같은 보
랏빛의 그림자가 드리워져 있다. 그렇지만 그것은 입가에 찡그림으로 굳어져 버린다. 그녀
를 보고 있지 않지만 그녀의 말은 그를 괴롭히며 부끄럽게 한다. 그래도 그 말을 잊어버리
기 위해 아무것도 할 수 없다. 그는 기쁘다. 그러나 그는 이 기쁨을 어떻게 해야 할지 모른
다.
호아킨은 셔츠를 입지 않은 채 이따금씩 손수건으로 이마와 목의 땀을 닦아내면서 청색
빛이 도는 양은 냄비에 물을 끓인다. 그는 달착지근한 아몬드, 모르핀의 염화수소, 오렌지
꽃 시럽으로 용액을 만들고 있다. 이것은 이제 더 이상 그의 만성적 불면증을 누그러뜨리지
는 못하지만 그래도 어쨌든 그 냄새는 그를 꿈꾸게 한다.1) 온 몸의 근육이 긴장한 채, 뜬
눈으로 이기는 하지만 말이다. 그는 이것저것 다 시도해 보았다. 콜롬보, 쿠아시아, 헨시아
나, 키나의 안료들까지. 각각 30미리 미터 당 10미리 미터의 모르핀을 섞었다. 하루에 세
스푼씩. 20 스푼씩 그리고는 통째로. 알미돈 물에 아편도 해보았다. 칼륨수화물은 정
신적 근심거리와 짓눌린 도의적 감정 그리고 지나치게 지적인 피로에 그만이었다. 나트륨수
화물은 초조함이 좀처럼 진정되지 않을 때 좋았다. 파라알데히드는 체리 잎이나 보리
수의 물을 이용했다. 그러나 이 모든 치료방법이 그의 불면증에 소용이 없었다. 결국 아몬
드 용액만이 지평선으로 날이 밝아오는 것을 기다리는 동안 그를 진정시키는 데 효과가 있
다. 아침 6시에서 8시 사이, 그때가 되어서야 그는 허름한 침대에서 잠을 들었다. 다른 사
1) 호아킨이 잠이 드는 대신에 약물에 의지하여 환각 상태로 빠져든다는 의미를 ‘soñr’라는 동사 통하여 표현하
였다. 원문을 참조하자면 다음과 같다. ...
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