EN 1945, RULFO VIO EL MUNDO DESDE AQUÍ
[El sonido humanamente audible] [ondas sonoras] [oscilaciones de la presión del aire] [ondas mecánicas en el oído humano] [percibidas por el cerebro].
El mensaje fue un sonido. Una especie de murmullo o de canto.
"Pasaron por aquí. Las dos pasaron por aquí. Me preguntaron por mi pipa y, sin esperar respuesta, se zambulleron en el agua. Algo vieron allá abajo porque regresaron maravilladas. El silencio es a veces así. Luego se fueron tal como llegaron, escondiéndose apenas tras los oyameles, cuchicheando con su sombra. Los pasos: pequeñísimos. Su manera de levitar y de reír. Ya no supe más."
Es el viento, me dije. Es la falta de oxígeno y el mareo que provoca la altitud, me dije. Pero todo mundo sabe que la propagación del sonido involucra el transporte de la energía sin el transporte de la materia--esas ondas mecánicas que se propagan a través de la estados sólidos, líquidos o gaseosos. Estas.
--crg
Saturday, October 30, 2010
SE BUSCAN
¡DESAPARECIERON DOS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS!
Estatura: 6 centímetros. Color: Rosa o Morado. Ninguna cicatriz.
Fueron vistas la última vez en La Orilla del Fin del Mundo y/o en Las Afueras y/o en Las Faldas del Último Volcán durante la tercera semana de octubre, 2010.
Su tamaño las expone a peligros continuos en el espacio público y privado. Su poco conocimiento del mundo las vuelve víctimas potenciales de tratantes y secuestradores. Su singularidad las hace presa fácil de coleccionistas o empresarios circenses.
¡AYUDEN A RESCATAR A DOS INCREÍBLMENTE PEQUEÑAS!
Se agradecerá cualquier informe a @criveragarza (twitter).
--crg
¡DESAPARECIERON DOS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS!
Estatura: 6 centímetros. Color: Rosa o Morado. Ninguna cicatriz.
Fueron vistas la última vez en La Orilla del Fin del Mundo y/o en Las Afueras y/o en Las Faldas del Último Volcán durante la tercera semana de octubre, 2010.
Su tamaño las expone a peligros continuos en el espacio público y privado. Su poco conocimiento del mundo las vuelve víctimas potenciales de tratantes y secuestradores. Su singularidad las hace presa fácil de coleccionistas o empresarios circenses.
¡AYUDEN A RESCATAR A DOS INCREÍBLMENTE PEQUEÑAS!
Se agradecerá cualquier informe a @criveragarza (twitter).
--crg
Wednesday, October 27, 2010
TELEGRAMA 1.0 PARA DOS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS FORAJIDAS.
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
SOLÍCITOLES INFORMES PARADERO. ¿VOLVIÉRONSE FORAJIDAS? VIVEN EN MUNDO SIN TRENES, AVÍSOLES. LAS FOTOGRAFÍAS ERAN MENTIRAS. LA DISTANCIA NO HACE MÁS QUE CRECER. GUARECERSE EN LA NOCHE: BIEN. EL CAMINO AMARILLO, SÍGANLO. PLATIQUEN CON EXTRAÑOS: ÚNICA FORMA DE LLEGAR. QUIÉROLAS. CUÍDENSE MUCHO. EL PAÍS POR DESAPARECER.
--crg
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
SOLÍCITOLES INFORMES PARADERO. ¿VOLVIÉRONSE FORAJIDAS? VIVEN EN MUNDO SIN TRENES, AVÍSOLES. LAS FOTOGRAFÍAS ERAN MENTIRAS. LA DISTANCIA NO HACE MÁS QUE CRECER. GUARECERSE EN LA NOCHE: BIEN. EL CAMINO AMARILLO, SÍGANLO. PLATIQUEN CON EXTRAÑOS: ÚNICA FORMA DE LLEGAR. QUIÉROLAS. CUÍDENSE MUCHO. EL PAÍS POR DESAPARECER.
--crg
Tuesday, October 26, 2010
SUMERGIRSE TAMBIÉN
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Si no hubieran encallado, yo no habría salido de su interior. Nunca es una palabra muy larga pero, en este caso, adecuada. Yo no habría salido nunca de ahí. Otra manera de decir lo mismo diciendo otra cosa sería anotar que “yo me habría quedado ahí siempre”. Sin sentido del tiempo o de su paso, la importancia del nunca o del siempre disminuye drásticamente. Pero las ballenas encallaron y yo, aprovechando los huecos que el destrozo había producido entre las formaciones queratinosas que responden al nombre de barbas, salí. Tuve que hacerlo. De no haber tenido que hacerlo, todavía estaría allá, en el interior. Viviendo.
Solía mirarlas de lejos. Me apostaba en el piso más alto de la torre y avistaba. A veces caminaba hasta los arrecifes y me detenía sobre la piedra más alta. El musgo bajo mis pies: Un verde así. Era mi particular fascinación: observar atentamente hasta que aparecía, un poco antes de la línea del horizonte, el chorro de agua o el lomo que apenas se distinguía de la superficie marina. Emergían de las entrañas del océano pero a mí me daba la impresión de que descendían también de un cielo magnífico o irreal. Todo azul. O todo gris. O todo verde. Una única unidad. En realidad, se trataba casi siempre del gris. Algo mercurial y nervioso. Algo a punto de partir. Una franca exageración. Vivía para esos inviernos en que pasaban lo suficientemente cerca de la costa como para hacerme soñar. Imaginaba que me iba con ellas, mi cuerpo de humano perdido entre sus excesivas osamentas de mamífero. Imaginaba que me iba sobre ellas, como si galopar fuera del todo posible. Como si el mar fuera un llano.
Flotar es un movimiento en diversas direcciones indecisas. Sumergirse también.
Siempre me gustaron los días nublados y húmedos, supongo que eso explica algo. La lluvia solía ponerme feliz. El mundo cuando el mundo entero se protege en una especie de sutil contraluz, eso me gustaba a rabiar o a morir. La manera indirecta. El plano oblicuo. Mientras los otros se quejaban de la nubosidad o de la falta de calor solar, yo solía caminar con entusiasmo cuando lo hacía, literalmente, entre nubes. La melancolía de la nube que, en ciertos días, se transformaba en bruma. Creo que busqué toda la vida un sitio así: oscuro, húmedo, dúctil. Una cueva o un susurro o algo que fuera lo mismo. Siempre preferí, en todo caso, pensar a solas y, a solas, seguir la evolución de mis reflexiones o de mis delirios. Ahora que lo escribo así, con tinta y sobre la hoja seca de un papel traído, con toda seguridad, del oriente, estoy convencido de que toda la vida quise estar dentro del cuerpo de una ballena.
Había leído, como todos, Storia de un burattino. Sería más preciso decir, sin embargo, que, como todos, la había escuchado más bien de labios maternos o paternos justo en el inicio de noches muy inquietas. No fue sino hasta muchos años después que supe, con algo de desazón, que se trataba de un libro real: una compilación de textos publicados entre 1882 y 1883 en un periódico italiano. Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, mejor conocido como Carlo Collodi, inventó a Gepetto y a ese otro títere que siempre fui yo. Algo de madera o de acero. Algo sin expresión en el rostro. Esta persona que buscaba, como en el cuento infantil, una especie de reconciliación o de fuga dentro de los cálidos órganos de un cuerpo majestuoso.
Con el paso de los días fui estudiando su estructura interna. Tenía tiempo de sobra. También interés. Tenía ojos aunque, sobre todo, tenía manos y nariz y voz. Para la flotación, la capa de grasa en la piel. Para respirar, los pulmones y los espiráculos. La aleta dorsal. La aleta caudal. Las reminiscencias de los ancestros terrestres en los elementos óseos con apariencia de dedos. Un período de gestación de entre nueve y dieciséis meses, eso lo aprendí ahí. La curvatura de las muchas costillas. El corazón. El hígado. La vejiga. Y, en las inmersiones profundas, el aguantar de la respiración. Veinte o cuarenta o hasta cincuenta minutos. El oxígeno, renovado en un 80 o 90 por ciento en cada inspiración. Llegué a ubicar casi con exactitud mi posición dentro de su cuerpo: muy cerca del espiráculo, justo en la depresión donde el vapor y el agua se confunden antes de brotar a chorros —violentos, verticales, veloces— hacia la atmósfera. Esto.
Más que variar, mis costumbres en realidad se acendraron. Adapté mi sistema respiratorio al suyo, inhalando y exhalando de acuerdo a los ritmos atroces de su espiráculo. Me alimentaba, como ella, del plancton que se atoraba entre sus barbas. Llevaba mis pocas pertenencias conmigo, junto a mi cuerpo. Las pastillas contra las reumas, por ejemplo. O la pequeña lámpara con la cual podía leer durante las largas inmersiones profundas. Había prescindido de todos los libros para quedarme con uno solo. El libro. Eso leía una y otra vez. Y eso me bastaba. Un pequeño libro empastado con plástico. A veces, por puro gusto, alzaba la voz. Gritar. Aullar. Berrear. Gruñir. El eco me respondía con una puntualidad a la que pronto me acostumbré a llamar gracia. Cantaba con ellas. Ponía atención a sus innumerables latidos. No miento al escribir aquí que fui, durante ese tiempo, un hombre feliz.
Muchos han tratado de explicar la causa de sus encallamientos. Algunos culpan a la estructura social de las manadas: basta con que una ballena dominante se desoriente para que otras la sigan, ingenuas y despavoridas. Otros responsabilizan a los cazadores, de los que las ballenas huyen sólo para quedar atrapadas en las mareas bajas y, eventualmente, en las playas. Los ecologistas creen que los verdaderos enemigos son los ejercicios navales y los sonares. Lo cierto es que hay pocas cosas más tristes a la vista que los cuerpos encallados de las ballenas. Su lento morir. Esa manera de deshidratarse bajo los rayos del sol. Su desistir.
Flotar es un movimiento en diversas direcciones indecisas. Caminar también.
Además de los rayos solares, lo más molesto ahora es el ruido. El silencio marino en realidad no existe, pero los sonidos bajo el agua y, aún más, en el interior de su cuerpo, tenían una consistencia distinta. El sonido se propaga a mucho mayor velocidad en el agua que en el aire. Los líquidos, que son más densos y, además, incompresibles (no varían apenas en densidad con la presión), hacen que el sonido se atenúe menos intensamente. Todo parece continuar allá abajo, quiero decir. Pocas cosas parecen tener fin.
Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto. Existe, si esto es algo que en realidad pueda existir, el sosiego.
En las ilustraciones originales de Enrico Mazzanti, el títere es más monstruoso que infantil. Su sonrisa provoca miedo o suspicacia. Los ojos parecen abrirse hacia un mundo ominoso, lleno de peligros o de musgo o de objetos partidos a la mitad. Supongo que ésas son características que bien pueden describirme cuando estoy sobre la superficie terrestre. Supongo que así me veo segundos antes de sumergirme otra vez.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Si no hubieran encallado, yo no habría salido de su interior. Nunca es una palabra muy larga pero, en este caso, adecuada. Yo no habría salido nunca de ahí. Otra manera de decir lo mismo diciendo otra cosa sería anotar que “yo me habría quedado ahí siempre”. Sin sentido del tiempo o de su paso, la importancia del nunca o del siempre disminuye drásticamente. Pero las ballenas encallaron y yo, aprovechando los huecos que el destrozo había producido entre las formaciones queratinosas que responden al nombre de barbas, salí. Tuve que hacerlo. De no haber tenido que hacerlo, todavía estaría allá, en el interior. Viviendo.
Solía mirarlas de lejos. Me apostaba en el piso más alto de la torre y avistaba. A veces caminaba hasta los arrecifes y me detenía sobre la piedra más alta. El musgo bajo mis pies: Un verde así. Era mi particular fascinación: observar atentamente hasta que aparecía, un poco antes de la línea del horizonte, el chorro de agua o el lomo que apenas se distinguía de la superficie marina. Emergían de las entrañas del océano pero a mí me daba la impresión de que descendían también de un cielo magnífico o irreal. Todo azul. O todo gris. O todo verde. Una única unidad. En realidad, se trataba casi siempre del gris. Algo mercurial y nervioso. Algo a punto de partir. Una franca exageración. Vivía para esos inviernos en que pasaban lo suficientemente cerca de la costa como para hacerme soñar. Imaginaba que me iba con ellas, mi cuerpo de humano perdido entre sus excesivas osamentas de mamífero. Imaginaba que me iba sobre ellas, como si galopar fuera del todo posible. Como si el mar fuera un llano.
Flotar es un movimiento en diversas direcciones indecisas. Sumergirse también.
Siempre me gustaron los días nublados y húmedos, supongo que eso explica algo. La lluvia solía ponerme feliz. El mundo cuando el mundo entero se protege en una especie de sutil contraluz, eso me gustaba a rabiar o a morir. La manera indirecta. El plano oblicuo. Mientras los otros se quejaban de la nubosidad o de la falta de calor solar, yo solía caminar con entusiasmo cuando lo hacía, literalmente, entre nubes. La melancolía de la nube que, en ciertos días, se transformaba en bruma. Creo que busqué toda la vida un sitio así: oscuro, húmedo, dúctil. Una cueva o un susurro o algo que fuera lo mismo. Siempre preferí, en todo caso, pensar a solas y, a solas, seguir la evolución de mis reflexiones o de mis delirios. Ahora que lo escribo así, con tinta y sobre la hoja seca de un papel traído, con toda seguridad, del oriente, estoy convencido de que toda la vida quise estar dentro del cuerpo de una ballena.
Había leído, como todos, Storia de un burattino. Sería más preciso decir, sin embargo, que, como todos, la había escuchado más bien de labios maternos o paternos justo en el inicio de noches muy inquietas. No fue sino hasta muchos años después que supe, con algo de desazón, que se trataba de un libro real: una compilación de textos publicados entre 1882 y 1883 en un periódico italiano. Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, mejor conocido como Carlo Collodi, inventó a Gepetto y a ese otro títere que siempre fui yo. Algo de madera o de acero. Algo sin expresión en el rostro. Esta persona que buscaba, como en el cuento infantil, una especie de reconciliación o de fuga dentro de los cálidos órganos de un cuerpo majestuoso.
Con el paso de los días fui estudiando su estructura interna. Tenía tiempo de sobra. También interés. Tenía ojos aunque, sobre todo, tenía manos y nariz y voz. Para la flotación, la capa de grasa en la piel. Para respirar, los pulmones y los espiráculos. La aleta dorsal. La aleta caudal. Las reminiscencias de los ancestros terrestres en los elementos óseos con apariencia de dedos. Un período de gestación de entre nueve y dieciséis meses, eso lo aprendí ahí. La curvatura de las muchas costillas. El corazón. El hígado. La vejiga. Y, en las inmersiones profundas, el aguantar de la respiración. Veinte o cuarenta o hasta cincuenta minutos. El oxígeno, renovado en un 80 o 90 por ciento en cada inspiración. Llegué a ubicar casi con exactitud mi posición dentro de su cuerpo: muy cerca del espiráculo, justo en la depresión donde el vapor y el agua se confunden antes de brotar a chorros —violentos, verticales, veloces— hacia la atmósfera. Esto.
Más que variar, mis costumbres en realidad se acendraron. Adapté mi sistema respiratorio al suyo, inhalando y exhalando de acuerdo a los ritmos atroces de su espiráculo. Me alimentaba, como ella, del plancton que se atoraba entre sus barbas. Llevaba mis pocas pertenencias conmigo, junto a mi cuerpo. Las pastillas contra las reumas, por ejemplo. O la pequeña lámpara con la cual podía leer durante las largas inmersiones profundas. Había prescindido de todos los libros para quedarme con uno solo. El libro. Eso leía una y otra vez. Y eso me bastaba. Un pequeño libro empastado con plástico. A veces, por puro gusto, alzaba la voz. Gritar. Aullar. Berrear. Gruñir. El eco me respondía con una puntualidad a la que pronto me acostumbré a llamar gracia. Cantaba con ellas. Ponía atención a sus innumerables latidos. No miento al escribir aquí que fui, durante ese tiempo, un hombre feliz.
Muchos han tratado de explicar la causa de sus encallamientos. Algunos culpan a la estructura social de las manadas: basta con que una ballena dominante se desoriente para que otras la sigan, ingenuas y despavoridas. Otros responsabilizan a los cazadores, de los que las ballenas huyen sólo para quedar atrapadas en las mareas bajas y, eventualmente, en las playas. Los ecologistas creen que los verdaderos enemigos son los ejercicios navales y los sonares. Lo cierto es que hay pocas cosas más tristes a la vista que los cuerpos encallados de las ballenas. Su lento morir. Esa manera de deshidratarse bajo los rayos del sol. Su desistir.
Flotar es un movimiento en diversas direcciones indecisas. Caminar también.
Además de los rayos solares, lo más molesto ahora es el ruido. El silencio marino en realidad no existe, pero los sonidos bajo el agua y, aún más, en el interior de su cuerpo, tenían una consistencia distinta. El sonido se propaga a mucho mayor velocidad en el agua que en el aire. Los líquidos, que son más densos y, además, incompresibles (no varían apenas en densidad con la presión), hacen que el sonido se atenúe menos intensamente. Todo parece continuar allá abajo, quiero decir. Pocas cosas parecen tener fin.
Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto. Existe, si esto es algo que en realidad pueda existir, el sosiego.
En las ilustraciones originales de Enrico Mazzanti, el títere es más monstruoso que infantil. Su sonrisa provoca miedo o suspicacia. Los ojos parecen abrirse hacia un mundo ominoso, lleno de peligros o de musgo o de objetos partidos a la mitad. Supongo que ésas son características que bien pueden describirme cuando estoy sobre la superficie terrestre. Supongo que así me veo segundos antes de sumergirme otra vez.
--crg
Saturday, October 23, 2010
LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA Y EL EXTRAÑO CASO DEL CAMPOSANTO AL PIE DEL ÚLTIMO VOLCÁN: Una fotonovela diurna
para lrg, en octubre
a.
Entra. Ve. Esculca. Se ha hecho antes. Un cuerpo es un cuerpo porque se abre. El cielo es a veces así. Del lat. aperíere. 7. tr. Separar las partes del cuerpo del animal o las piezas de cosas o instrumentos unidas por goznes o tornillos de modo que entre ellas quede un espacio mayor o menor, o formen ángulo o línea recta. La palabras suelen unir. Pero. No obstante. Sin embargo. El objetivo no es la emoción o el consenso. El objetivo no es. Una personalidad destructiva ve encrucijadas en todos lados, alguien decía eso.
b.
Pero beber. Pero salir corriendo. La sensación de vómito sucede luego. Los órganos inversos: de arriba abajo y de abajo arriba. El camposanto, por ejemplo. Todo lo que está.
c.
Alguien habló del otoño. Decías que el tiempo ocurre y luego pasa y luego. Lo nuestro es puro mirar un insecto dorado. La mano sobre el ventanal, esa postura que es en realidad una distancia. ¿Pero es esto, de verdad, la rama de un sauce? Algo podría quedarse o reñir con el aquí. La paciencia es cosa de niños o de ancianos. La demencia, por otra parte. Tu renuencia. Mi renuncia. Lo propio del sol es caer en la tarde. Ve. Apura. Inquiere. Se ha hecho antes.
d.
El fantasma es lo que cuenta.
e.
Dentro de un sobre, en una carta escrita a mano, hay palabras que. El viento mueve molinos, ¿sabías eso? La tinta verde es como una misma raíz. Lo que desorienta es la belleza de ciertos desastres naturales. La zozobra. La frase que se parte en dos sobre un papel muy fino. He ahí el espejo. ¡Mira este súbito latir! Mira la glándula. La muñeca.
f.
Érase que se hubiera. Habría sido. Será. Todo empieza alguna vez así.
g.
Diríase que hay mucho tiempo aquí. La oración es una oración porque se abre. La puerta. La ventana. La lata de conservas. Carcomer es algo que, en un principio, ocurre en las orillas. Manténte al acecho. Avizora. Predica o pródiga la sangre sobre el suelo. Esto me lo sé de memoria.
h.
Des- [confluencia de los prefs. lats. de-, ex-, dis- y a veces e-]: me desdigo y desempaco y descamino con desahogo despavorido.
i.
j.
k.
l.
m.
n.
ñ.
Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto.
o.
p.
Mi colección de sonidos: El trueno que parte el cielo en dos; el graznido de los cuervos al irse; los goterones de lluvia contra suelo. La risa de los niños. El batir de ciertas alas. La electricidad.
--crg
para lrg, en octubre
a.
Entra. Ve. Esculca. Se ha hecho antes. Un cuerpo es un cuerpo porque se abre. El cielo es a veces así. Del lat. aperíere. 7. tr. Separar las partes del cuerpo del animal o las piezas de cosas o instrumentos unidas por goznes o tornillos de modo que entre ellas quede un espacio mayor o menor, o formen ángulo o línea recta. La palabras suelen unir. Pero. No obstante. Sin embargo. El objetivo no es la emoción o el consenso. El objetivo no es. Una personalidad destructiva ve encrucijadas en todos lados, alguien decía eso.
b.
Pero beber. Pero salir corriendo. La sensación de vómito sucede luego. Los órganos inversos: de arriba abajo y de abajo arriba. El camposanto, por ejemplo. Todo lo que está.
c.
Alguien habló del otoño. Decías que el tiempo ocurre y luego pasa y luego. Lo nuestro es puro mirar un insecto dorado. La mano sobre el ventanal, esa postura que es en realidad una distancia. ¿Pero es esto, de verdad, la rama de un sauce? Algo podría quedarse o reñir con el aquí. La paciencia es cosa de niños o de ancianos. La demencia, por otra parte. Tu renuencia. Mi renuncia. Lo propio del sol es caer en la tarde. Ve. Apura. Inquiere. Se ha hecho antes.
d.
El fantasma es lo que cuenta.
e.
Dentro de un sobre, en una carta escrita a mano, hay palabras que. El viento mueve molinos, ¿sabías eso? La tinta verde es como una misma raíz. Lo que desorienta es la belleza de ciertos desastres naturales. La zozobra. La frase que se parte en dos sobre un papel muy fino. He ahí el espejo. ¡Mira este súbito latir! Mira la glándula. La muñeca.
f.
Érase que se hubiera. Habría sido. Será. Todo empieza alguna vez así.
g.
Diríase que hay mucho tiempo aquí. La oración es una oración porque se abre. La puerta. La ventana. La lata de conservas. Carcomer es algo que, en un principio, ocurre en las orillas. Manténte al acecho. Avizora. Predica o pródiga la sangre sobre el suelo. Esto me lo sé de memoria.
h.
Des- [confluencia de los prefs. lats. de-, ex-, dis- y a veces e-]: me desdigo y desempaco y descamino con desahogo despavorido.
i.
j.
k.
l.
m.
n.
ñ.
Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto.
o.
p.
Mi colección de sonidos: El trueno que parte el cielo en dos; el graznido de los cuervos al irse; los goterones de lluvia contra suelo. La risa de los niños. El batir de ciertas alas. La electricidad.
--crg
Tuesday, October 19, 2010
LENGUAJES ENCONTRADOS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Al inicio parecía sencillo, casi natural. Iba manejando con una amiga sobre la 805 sur —hacia ese lugar a donde se dirigen eventualmente todas las cosas del mundo— cuando, entre risas desenfadadas y los comentarios que produce el velocímetro al alcanzar las 45 millas en una vía de otra manera rápida, aparecieron. La primera reacción fue de risa —o de una hermana gemela de la risa porque tenía ese eco nervioso y un tanto incrédulo de lo que no es un hecho sino el reflejo de un hecho. 7UYR033. Nos vimos a los ojos con la complicidad del iniciado. 4DNN165. La carcajada era de pura aceptación.
Teníamos que admitirlo: el lenguaje de las placas era real. El mensaje, por otra parte, clarísimo: Huir de nene.
No se trataba, por supuesto, de un lenguaje secreto o escondido, sino de una construcción lingüística que, obedeciendo a los criterios del famoso inspector Dupin que creara Poe y luego inmortalizara Lacan en uno de sus seminarios, estaba a la vista de todos y, por eso, resultaba invisible.
La lentitud del tráfico o ese sopor que se cuela a veces en ciertas tardes de verano o una predisposición genética hasta ese momento desconocida, nos animó a descubrir más.
3LTM069: Le temo (¿al 69?) 5NBB336 (No bebe) 5YKE435 (Y qué).
Cuando llegamos al lugar a donde eventualmente llegan todas las cosas de este y otros mundos, comunicamos nuestro hallazgo con algo de altanera algarabía.
—Andaban bien weinas —dijo uno.
—¿Qué fumaron? —inquirió otro sin privarse del placer de guiñar el ojo izquierdo.
—Está curada —mencionó alguien más con ese tonecito condescendiente de quien tiene prisa por cambiar de tema.
Lo cierto es que, desde entonces, manejar ya no es lo mismo. No hay día en que el lenguaje de las placas no me haga frenar a destiempo o cambiar de carril en el segundo menos pensado. He llegado incluso a pasarme altos o a tomar la salida equivocada con tal de aclarar una duda o confirmar una mera sospecha. Me he vuelto, en otras palabras, un peligro vial, un chofer de alto riesgo.
Gracias a ese lenguaje público que se desliza a placer por las calles de todas las ciudades del mundo he obtenido respuestas, por ejemplo, a preguntas que ni siquiera me atrevo a formular. Cuando aquel furibundo piloto se atrevió a hacer su primera aproximación, algo que para más detalles tenía que ver con la rodilla, apareció la placa que lo aclaró todo: 6NOP98 (ditto). Trataba de saber qué quería en realidad una mujer que me mantenía ya por demasiado tiempo en el celular (herejía urbana, horrenda acción senil) cuando apareció el mensaje: 7LLA009 (o estaba lela o era de ya cortar, eso me quedó clarísimo). Y así.
Las cosas, sin embargo, ya no son tan sencillas. Ciertamente han dejado de parecer “naturales”. Si al inicio llegué a creer —con la ardiente fe del recién converso— que con el paso de los días y la acumulación de los kilómetros descubriría patrones de significado, unidades de sintaxis, o gramáticas incipientes, el mismo paso de los días y la acumulación de los kilómetros me han enseñado que el lenguaje de las placas se resiste a todo intento de sistematización. Si, por casualidad, dos o tres placas logran crear un efecto de orden, cierta aspiración a la forma, no hay cuarta o quinta que no lo rehúya por completo. Si en algunas rutas todo parece indicar que se ha logrado estabilizar el significado de una letra, no faltan las calles en que la misma letra adquiera otro distinto. Desquiciante y a veces bochornosa, esa radical falta de certeza no deja de tener su encanto.
Mi amiga y yo todavía nos reunimos a cotejar datos de vez en cuando. En esos pequeños congresos privados discutimos con una solemnidad que frecuentemente termina por causarnos risa —o una hermana gemela de la risa— cada vocablo. Traducimos y revisamos la traducción y retro-traducimos. Las preguntas abundan. Frente a 4BPL342 ¿debemos entender Birth Place o Ve PeLo o Ve PeLé? ¿Será correcto interpretar a 3KSC589 como un imperativo que atenta contra la sagrada soltería de hombres y mujeres? Y, en cuanto al original 3LTM069, ¿era él teme o lo tomo? Todavía no tenemos hipótesis acerca del significado de los números. No hemos llegado a ningún acuerdo sobre los efectos semánticos del color. Hay, en otras palabras —en este otro lenguaje— muchas cosas por hacer.
Esto puede ser o una llamada de auxilio o una invitación al relajo o una franca violación a reglas que desconozco. A estas alturas ya no estoy segura de nada (lo cual tampoco deja de tener su encanto). Pero sospecho que mi amiga y yo no somos las únicas. Sospecho que formamos parte de una conspiración lingüística de mayores proporciones, cuyos iniciados vagan con los sentidos en alerta por campo o ciudad, calle o camino de tierra. Sospecho que en algún lugar del mundo, justo en este momento, se lleva a cabo un congreso donde otros choferes de alto riesgo extienden largos pergaminos sobre mesas de madera y, de pie, con un recogimiento acaso místico, observan la larga lista de vocablos con un silencio espectral y ojos tremendamente alucinados. Lo sospecho.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Al inicio parecía sencillo, casi natural. Iba manejando con una amiga sobre la 805 sur —hacia ese lugar a donde se dirigen eventualmente todas las cosas del mundo— cuando, entre risas desenfadadas y los comentarios que produce el velocímetro al alcanzar las 45 millas en una vía de otra manera rápida, aparecieron. La primera reacción fue de risa —o de una hermana gemela de la risa porque tenía ese eco nervioso y un tanto incrédulo de lo que no es un hecho sino el reflejo de un hecho. 7UYR033. Nos vimos a los ojos con la complicidad del iniciado. 4DNN165. La carcajada era de pura aceptación.
Teníamos que admitirlo: el lenguaje de las placas era real. El mensaje, por otra parte, clarísimo: Huir de nene.
No se trataba, por supuesto, de un lenguaje secreto o escondido, sino de una construcción lingüística que, obedeciendo a los criterios del famoso inspector Dupin que creara Poe y luego inmortalizara Lacan en uno de sus seminarios, estaba a la vista de todos y, por eso, resultaba invisible.
La lentitud del tráfico o ese sopor que se cuela a veces en ciertas tardes de verano o una predisposición genética hasta ese momento desconocida, nos animó a descubrir más.
3LTM069: Le temo (¿al 69?) 5NBB336 (No bebe) 5YKE435 (Y qué).
Cuando llegamos al lugar a donde eventualmente llegan todas las cosas de este y otros mundos, comunicamos nuestro hallazgo con algo de altanera algarabía.
—Andaban bien weinas —dijo uno.
—¿Qué fumaron? —inquirió otro sin privarse del placer de guiñar el ojo izquierdo.
—Está curada —mencionó alguien más con ese tonecito condescendiente de quien tiene prisa por cambiar de tema.
Lo cierto es que, desde entonces, manejar ya no es lo mismo. No hay día en que el lenguaje de las placas no me haga frenar a destiempo o cambiar de carril en el segundo menos pensado. He llegado incluso a pasarme altos o a tomar la salida equivocada con tal de aclarar una duda o confirmar una mera sospecha. Me he vuelto, en otras palabras, un peligro vial, un chofer de alto riesgo.
Gracias a ese lenguaje público que se desliza a placer por las calles de todas las ciudades del mundo he obtenido respuestas, por ejemplo, a preguntas que ni siquiera me atrevo a formular. Cuando aquel furibundo piloto se atrevió a hacer su primera aproximación, algo que para más detalles tenía que ver con la rodilla, apareció la placa que lo aclaró todo: 6NOP98 (ditto). Trataba de saber qué quería en realidad una mujer que me mantenía ya por demasiado tiempo en el celular (herejía urbana, horrenda acción senil) cuando apareció el mensaje: 7LLA009 (o estaba lela o era de ya cortar, eso me quedó clarísimo). Y así.
Las cosas, sin embargo, ya no son tan sencillas. Ciertamente han dejado de parecer “naturales”. Si al inicio llegué a creer —con la ardiente fe del recién converso— que con el paso de los días y la acumulación de los kilómetros descubriría patrones de significado, unidades de sintaxis, o gramáticas incipientes, el mismo paso de los días y la acumulación de los kilómetros me han enseñado que el lenguaje de las placas se resiste a todo intento de sistematización. Si, por casualidad, dos o tres placas logran crear un efecto de orden, cierta aspiración a la forma, no hay cuarta o quinta que no lo rehúya por completo. Si en algunas rutas todo parece indicar que se ha logrado estabilizar el significado de una letra, no faltan las calles en que la misma letra adquiera otro distinto. Desquiciante y a veces bochornosa, esa radical falta de certeza no deja de tener su encanto.
Mi amiga y yo todavía nos reunimos a cotejar datos de vez en cuando. En esos pequeños congresos privados discutimos con una solemnidad que frecuentemente termina por causarnos risa —o una hermana gemela de la risa— cada vocablo. Traducimos y revisamos la traducción y retro-traducimos. Las preguntas abundan. Frente a 4BPL342 ¿debemos entender Birth Place o Ve PeLo o Ve PeLé? ¿Será correcto interpretar a 3KSC589 como un imperativo que atenta contra la sagrada soltería de hombres y mujeres? Y, en cuanto al original 3LTM069, ¿era él teme o lo tomo? Todavía no tenemos hipótesis acerca del significado de los números. No hemos llegado a ningún acuerdo sobre los efectos semánticos del color. Hay, en otras palabras —en este otro lenguaje— muchas cosas por hacer.
Esto puede ser o una llamada de auxilio o una invitación al relajo o una franca violación a reglas que desconozco. A estas alturas ya no estoy segura de nada (lo cual tampoco deja de tener su encanto). Pero sospecho que mi amiga y yo no somos las únicas. Sospecho que formamos parte de una conspiración lingüística de mayores proporciones, cuyos iniciados vagan con los sentidos en alerta por campo o ciudad, calle o camino de tierra. Sospecho que en algún lugar del mundo, justo en este momento, se lleva a cabo un congreso donde otros choferes de alto riesgo extienden largos pergaminos sobre mesas de madera y, de pie, con un recogimiento acaso místico, observan la larga lista de vocablos con un silencio espectral y ojos tremendamente alucinados. Lo sospecho.
--crg
Saturday, October 16, 2010
COULD WE DARE THINK OF COLOR THE SAME WAY? AS THAT WHICH IS AT ODDS WITH THE NORMAL, AS THAT WHICH STRIKES A BIZARRE NOTE AND MAKES THE NORMAL COME ALIVE AND HAVE TRANSFORMATIVE POWER? JUST A THOUGHT.
Eso fue de Michael Taussig, en What is the color of the sacred?
Y a lo que iba:
Un Verde Así: Big Sur, Argentina, Octubre, N. 18.
Y así.
--crg
Eso fue de Michael Taussig, en What is the color of the sacred?
Y a lo que iba:
Un Verde Así: Big Sur, Argentina, Octubre, N. 18.
Y así.
--crg
Wednesday, October 13, 2010
LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA Y EL EXTRAÑO CASO DEL CORAZÓN DE LAS HORMIGAS: Una fotonovela diurna
a.
Han colonizado casi todas las zonas terrestres del planeta; los únicos lugares que carecen de hormigas indígenas son la Antártida y algunas islas remotas o inhóspitas.
b.
Las hormigas evolucionaron de antepasados similares a una avispa a mediados del Cretáceo, hace entre 110 y 130 millones de años, diversificándose tras la expansión de las plantas con flor.
c.
d.
Himenópteros. Miméticas. Sínfitos. Laurasia. Convergencia adaptativa. Peciolo. Metasoma. Tierra.
e.
En 1966, E. O. Wilson y sus colegas identificaron los restos fósiles de una hormiga (Sphecomyrma freyi) que vivió en el Cretáceo. El espécimen, atrapado en ámbar, datado como de hace más de 80 millones de años, tiene características tanto de hormigas como de avispas.14 Sphecomyrma era probablemente una especie recolectora en la superficie, pero algunos estudios sugieren, en base a grupos como Leptanillinae y Martialinae, que las hormigas primitivas probablemente serían depredadoras bajo el suelo.
f.
Como el resto de los insectos, las hormigas cuentan con exoesqueleto, una cobertura exterior que sirve de carcasa protectora alrededor del cuerpo y de punto de anclaje para los músculos, en contraste con el endoesqueleto de los humanos y otros vertebrados.
--crg
a.
Han colonizado casi todas las zonas terrestres del planeta; los únicos lugares que carecen de hormigas indígenas son la Antártida y algunas islas remotas o inhóspitas.
b.
Las hormigas evolucionaron de antepasados similares a una avispa a mediados del Cretáceo, hace entre 110 y 130 millones de años, diversificándose tras la expansión de las plantas con flor.
c.
d.
Himenópteros. Miméticas. Sínfitos. Laurasia. Convergencia adaptativa. Peciolo. Metasoma. Tierra.
e.
En 1966, E. O. Wilson y sus colegas identificaron los restos fósiles de una hormiga (Sphecomyrma freyi) que vivió en el Cretáceo. El espécimen, atrapado en ámbar, datado como de hace más de 80 millones de años, tiene características tanto de hormigas como de avispas.14 Sphecomyrma era probablemente una especie recolectora en la superficie, pero algunos estudios sugieren, en base a grupos como Leptanillinae y Martialinae, que las hormigas primitivas probablemente serían depredadoras bajo el suelo.
f.
Como el resto de los insectos, las hormigas cuentan con exoesqueleto, una cobertura exterior que sirve de carcasa protectora alrededor del cuerpo y de punto de anclaje para los músculos, en contraste con el endoesqueleto de los humanos y otros vertebrados.
--crg
Tuesday, October 12, 2010
SEGUIR ESCRIBIENDO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Porque nos volvemos sociales en el lenguaje. Mi yo de ti. Tu tú mío de mí. Nuestro ustedes de ellos.
Porque la escritura, por ser escritura, invita a considerar la posibilidad de que el mundo puede ser, de hecho, distinto.
Porque el mecanismo secreto del texto es la imaginación.
Porque aquí se extiende una manta donde claramente se lee “el lugar de la escritura es también allá afuera, justo frente a tus ojos, en el espacio público de tus pasos y de la imaginación”.
Porque la imaginación es otro nombre de la crítica y, éste, el otro nombre de la subversión.
Porque el que escribe no se adaptará jamás.
Porque acaso el ser de la escritura no consista más que en dar la cara y, de ser necesario, en ofrecer la otra mejilla. La poesía no se impone, decía Paul Celan, se expone. Pero ésas son cosas menores. Porque encarar, es, sobre todo, encarar a la muerte. Colocarse en pos de lo desconocido o, lo que es lo mismo, lo oscuro. En esa actitud ética y estética de la exposición que abre y, al abrir, vulnera, ahí donde surge con singular apremio la certeza de que la muerte, independientemente de su circunstancia, es una violencia, ahí, en ese camino, tanto el rostro como la poesía van solos. Están solos. Por eso también.
Porque la memoria.
Porque la escritura nos enseña que no hay nada “natural”. Las cosas están más cerca de lo que parecen, eso dice también la escritura.
Porque a través de ese artefacto rectangular que es el libro nos comunicamos con nuestros muertos. Y todos los muertos son nuestros muertos.
Porque la oración produce la memoria donde habitarán para siempre los nombres de Marco y José Luis Piña Dávila, Ciudad Juárez, Chihuahua, Enero 30, 2010.
Porque el contorno de la página es también el límite de lo real.
Porque aquí hay una manta donde se lee “diles que no me maten”.
Porque pertenecer es algo que hago a través de ti, oración.
Porque hay un abismo al final de cada línea por la que vale la pena despeñarse. O lanzarse. O desaparecer.
Porque mira cómo se arranca de sí el verbo arrancar.
Porque también es lo que escribiríamos en caso de que escribiéramos.
Porque, en su quehacer de palabra, cada palabra cuestiona las costumbres de nuestra percepción.
Porque una línea es una imprecación o un rezo.
Porque el terror se detiene ahí donde se detiene, inscrita, la palabra terror.
Porque hay voces que vienen de lejos, de abajo, de más allá.
Porque utilizar el lenguaje o dejarse utilizar por él, eso es una práctica cotidiana de la política. Trastocar los límites de lo inteligible o de lo real, que eso y no otra cosa es lo que se hace al escribir, es hacer política. Independientemente del tema que trate o de la anécdota que cuente o del reto estilístico que se proponga, el texto es un ejercicio concreto de la política. Mi mano, sobre todo la izquierda aunque también la derecha, es pura política. Pues eso.
Porque dentro del libro siempre saludo al extraño que conozco tan bien.
Porque la oración produce la memoria donde habitará para siempre el nombre de Lucila Quintanilla, Monterrey, Nuevo León, Octubre 6, 2010.
Porque todo empieza, en efecto, con un signo.
Porque un párrafo es un deporte extremo.
Porque se necesitan palabras para decir Yo no le doy la mano, señor Presidente. Yo no le doy la bienvenida.
Porque el lenguaje es una forma del No que siempre nos lleva a otra parte; sobre todo a esa otra parte impensada de nosotros mismos.
Porque es sólo a través de la escritura que se funda el aquí. Porque el ahora.
Porque “mientras la violencia invade y adquiere formas inauditas, la lengua contemporánea tiene una dificultad para darle nombres plausibles: Martín y Bryan Almanza: Nuevo Laredo-Reynosa-Matamoros, Abril 2010”.
Porque en el rectángulo de la página me alimento y sueño y me zambullo y muero. Porque ahí, también, renazco. Renacemos.
Porque la palabra esquirla, la palabra soldado, la palabra impunidad.
Porque esto es una forma, la más definitiva, del plural.
Porque aquí hay una manta donde está la historia de la mujer que elabora flores de papel para llevarlas al cementerio cada fin de mes, esperando a la justicia, conminando a la justicia.
Porque ante las preguntas: ¿vale la pena levantarme en la mañana temprano sólo para seguir escribiendo? ¿Puede la escritura, de hecho, algo contra el miedo o el terror? ¿Desde cuándo una página ha detenido una bala? ¿Ha utilizado alguien un libro como escudo sobre el pecho, justo sobre el corazón? ¿Hay una zona protegida, de alguna manera invencible, alrededor de un texto? ¿Es posible, por no decir si deseable, empuñar o blandir o alzar una palabra?, mi respuesta sigue siendo Sí.
Porque “sí” es una palabra diminuta y sagrada y salvaje al mismo tiempo.
Porque, francamente, no sé hacer otra cosa.
Porque aquí hay una manta donde se lee “somos un país en duelo”.
Porque dentro de estas palabras siguen palpitando los nombres de los 41 niños que murieron en la Guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, 2009.
Porque qué. Y porque sí. Y pues estos.
Porque yo no olvido. Porque no olvidaré. Porque no olvidaremos.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Porque nos volvemos sociales en el lenguaje. Mi yo de ti. Tu tú mío de mí. Nuestro ustedes de ellos.
Porque la escritura, por ser escritura, invita a considerar la posibilidad de que el mundo puede ser, de hecho, distinto.
Porque el mecanismo secreto del texto es la imaginación.
Porque aquí se extiende una manta donde claramente se lee “el lugar de la escritura es también allá afuera, justo frente a tus ojos, en el espacio público de tus pasos y de la imaginación”.
Porque la imaginación es otro nombre de la crítica y, éste, el otro nombre de la subversión.
Porque el que escribe no se adaptará jamás.
Porque acaso el ser de la escritura no consista más que en dar la cara y, de ser necesario, en ofrecer la otra mejilla. La poesía no se impone, decía Paul Celan, se expone. Pero ésas son cosas menores. Porque encarar, es, sobre todo, encarar a la muerte. Colocarse en pos de lo desconocido o, lo que es lo mismo, lo oscuro. En esa actitud ética y estética de la exposición que abre y, al abrir, vulnera, ahí donde surge con singular apremio la certeza de que la muerte, independientemente de su circunstancia, es una violencia, ahí, en ese camino, tanto el rostro como la poesía van solos. Están solos. Por eso también.
Porque la memoria.
Porque la escritura nos enseña que no hay nada “natural”. Las cosas están más cerca de lo que parecen, eso dice también la escritura.
Porque a través de ese artefacto rectangular que es el libro nos comunicamos con nuestros muertos. Y todos los muertos son nuestros muertos.
Porque la oración produce la memoria donde habitarán para siempre los nombres de Marco y José Luis Piña Dávila, Ciudad Juárez, Chihuahua, Enero 30, 2010.
Porque el contorno de la página es también el límite de lo real.
Porque aquí hay una manta donde se lee “diles que no me maten”.
Porque pertenecer es algo que hago a través de ti, oración.
Porque hay un abismo al final de cada línea por la que vale la pena despeñarse. O lanzarse. O desaparecer.
Porque mira cómo se arranca de sí el verbo arrancar.
Porque también es lo que escribiríamos en caso de que escribiéramos.
Porque, en su quehacer de palabra, cada palabra cuestiona las costumbres de nuestra percepción.
Porque una línea es una imprecación o un rezo.
Porque el terror se detiene ahí donde se detiene, inscrita, la palabra terror.
Porque hay voces que vienen de lejos, de abajo, de más allá.
Porque utilizar el lenguaje o dejarse utilizar por él, eso es una práctica cotidiana de la política. Trastocar los límites de lo inteligible o de lo real, que eso y no otra cosa es lo que se hace al escribir, es hacer política. Independientemente del tema que trate o de la anécdota que cuente o del reto estilístico que se proponga, el texto es un ejercicio concreto de la política. Mi mano, sobre todo la izquierda aunque también la derecha, es pura política. Pues eso.
Porque dentro del libro siempre saludo al extraño que conozco tan bien.
Porque la oración produce la memoria donde habitará para siempre el nombre de Lucila Quintanilla, Monterrey, Nuevo León, Octubre 6, 2010.
Porque todo empieza, en efecto, con un signo.
Porque un párrafo es un deporte extremo.
Porque se necesitan palabras para decir Yo no le doy la mano, señor Presidente. Yo no le doy la bienvenida.
Porque el lenguaje es una forma del No que siempre nos lleva a otra parte; sobre todo a esa otra parte impensada de nosotros mismos.
Porque es sólo a través de la escritura que se funda el aquí. Porque el ahora.
Porque “mientras la violencia invade y adquiere formas inauditas, la lengua contemporánea tiene una dificultad para darle nombres plausibles: Martín y Bryan Almanza: Nuevo Laredo-Reynosa-Matamoros, Abril 2010”.
Porque en el rectángulo de la página me alimento y sueño y me zambullo y muero. Porque ahí, también, renazco. Renacemos.
Porque la palabra esquirla, la palabra soldado, la palabra impunidad.
Porque esto es una forma, la más definitiva, del plural.
Porque aquí hay una manta donde está la historia de la mujer que elabora flores de papel para llevarlas al cementerio cada fin de mes, esperando a la justicia, conminando a la justicia.
Porque ante las preguntas: ¿vale la pena levantarme en la mañana temprano sólo para seguir escribiendo? ¿Puede la escritura, de hecho, algo contra el miedo o el terror? ¿Desde cuándo una página ha detenido una bala? ¿Ha utilizado alguien un libro como escudo sobre el pecho, justo sobre el corazón? ¿Hay una zona protegida, de alguna manera invencible, alrededor de un texto? ¿Es posible, por no decir si deseable, empuñar o blandir o alzar una palabra?, mi respuesta sigue siendo Sí.
Porque “sí” es una palabra diminuta y sagrada y salvaje al mismo tiempo.
Porque, francamente, no sé hacer otra cosa.
Porque aquí hay una manta donde se lee “somos un país en duelo”.
Porque dentro de estas palabras siguen palpitando los nombres de los 41 niños que murieron en la Guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, 2009.
Porque qué. Y porque sí. Y pues estos.
Porque yo no olvido. Porque no olvidaré. Porque no olvidaremos.
--crg
Sunday, October 10, 2010
LUZ SILENCIOSA: Muchos años después, desde otro punto de vista
a.
--Tuve ganas de escribir en ese mismo momento --murmura, bajando la vista, como si tal deseo le ocasionara vergüenza, desazón, arrepentimiento--. Las veía y dejaba de verlas, ¿me explico? Por el deseo de escribir.
Cuenta que quiso salir corriendo hacia su cuaderno pero que tenía el deseo, igualmente avasallador, de permanecer ahí, observándolas, viendo la manera en que guardaban silencio y, dentro de ese silencio, la manera diminuta en que, sin previo aviso, sin cambio perceptible en las facciones del rostro, empezaron a llorar. Las tres. Cuenta que el recorrido vertical de las lágrimas fue lentísimo. Toda una eternidad ahí, dice. Y yo quise escribir eso, reitera. Escribir que ése era uno de esos pocos, poquísimos días en que la pregunta “¿existió, alguna vez, el horizonte?” emerge completa, toda en sí misma. Natural.
Guarda silencio y luego dice:
--Fue ese día. Lo sé.
Y luego guarda silencio una vez más. Exhausto.
b.
--Entonces las vi --murmura--. Tres figuras que caminaban a paso lento sobre la arena. Tres fantasmas observando la luz en el silencio más absoluto. Tres mujeres.
Refiere que se quedó detenido con el objeto rojo entre las manos, imposibilitado a dar un paso más o a virar el rostro. Refiere que aún así como estaba, inmóvil y pasmado, las siguió con la mirada. Dos figuras tomaron asiento sobre una piedra, mientras la tercera se recostaba directamente sobre la arena. No hablaron. Veían las aguas del océano con una concentración definitiva.
--No estaban ahí en realidad --murmura--. No estaban en ningún lado. ¿Me explico? O estaban en todos lados. En todos los Mares del Norte.
El hombre asiente con la cabeza sin ninguna expresión en el rostro.
--Tuve ganas de escribir en ese mismo momento --murmura, bajando la vista, como si tal deseo le ocasionara vergüenza, desazón, arrepentimiento--. Las veía y dejaba de verlas, ¿me explico? Por el deseo de escribir.
Cuenta que quiso salir corriendo hacia su cuaderno pero que tenía el deseo, igualmente avasallador, de permanecer ahí, observándolas, viendo la manera en que guardaban silencio y, dentro de ese silencio, la manera diminuta en que, sin previo aviso, sin cambio perceptible en las facciones del rostro, empezaron a llorar. Las tres. Cuanta que el recorrido vertical de las lágrimas fue lentísimo. Toda una eternidad ahí, dice. Y yo quise escribir eso, reitera. Escribir que ése era uno de esos pocos, poquísimos días en que la pregunta “¿existió, alguna vez, el horizonte?” emerge completa, toda en sí misma. Natural.
Guarda silencio y luego dice:
--Fue ese día. Lo sé.
Y luego guarda silencio una vez más. Exhausto.
c.
Dice que era un día cubierto de nubes pero, paradójicamente, saturado de luz. Como si la claridad no fuera generada desde un solo astro rector, sino producida por cada una de las partículas del medio ambiente. Una luz delgadísima, de tintes amarillos. Una red. Tan orgánica que podía respirarse.
--Dentro de esa luz --dice--, sucedió todo.
Ve hacia el techo y no hacia el rostro del hombre que, vestido de negro, lo observa desde detrás de su escritorio. Ve el techo como si viera la luz de la que habla en tonos quedos, casi imposibles.
Cuenta que estaba en la playa, que habían ido ahí, a las costas del Mar del Norte, para pasar unas cortas vacaciones en familia: su padre, su madre, su hermana, él mismo. Ese día el padre los había ayudado a construir los muros de un castillo de arena lo suficientemente grande como para contener a los dos hijos. Su energía. Su gozo. La madre los veía desde lejos, sentada en la tumbona de plástico, desde detrás de los lentes oscuros. Cuenta que estaba feliz de esa manera unívoca y total en que lo son algunas veces los niños.
--Hacía frío --dice--. El viento, fino también, tan delgado como la luz, no alcanzaba a calentarse a su contacto.
Guarda silencio.
--Sí --repite--. Era un día frío y lleno de luz.
Describe que ya habían empezado a jugar con la pelota roja, de plástico. Una baratija que, a última hora, la madre había subido al coche. La hermana la había pateado con fuerza y la pelota, vacía y sin gravedad alguna, estaba flotando sobre las olas que lamían la arena. Describe su manera de ir por la pelota: no pensaba en otra cosa. Una línea recta.
--Entonces las vi --murmura--. Tres figuras que caminaban a paso lento sobre la arena. Tres fantasmas observando la luz en el silencio más absoluto. Tres mujeres.
Refiere que se quedó detenido con el objeto rojo entre las manos, imposibilitado a dar un paso más o a virar el rostro. Refiere que aún así como estaba, inmóvil y pasmado, las siguió con la mirada. Dos figuras tomaron asiento sobre una piedra, mientras la tercera se recostaba directamente sobre la arena. No hablaron. Veían las aguas del océano con una concentración definitiva.
--No estaban ahí en realidad --murmura--. No estaban en ningún lado. ¿Me explico? O estaban en todos lados. En todos los Mares del Norte.
El hombre asiente con la cabeza sin ninguna expresión en el rostro.
--Tuve ganas de escribir en ese mismo momento --murmura, bajando la vista, como si tal deseo le ocasionara vergüenza, desazón, arrepentimiento--. Las veía y dejaba de verlas, ¿me explico? Por el deseo de escribir.
Cuenta que quiso salir corriendo hacia su cuaderno pero que tenía el deseo, igualmente avasallador, de permanecer ahí, observándolas, viendo la manera en que guardaban silencio y, dentro de ese silencio, la manera diminuta en que, sin previo aviso, sin cambio perceptible en las facciones del rostro, empezaron a llorar. Las tres. Cuanta que el recorrido vertical de las lágrimas fue lentísimo. Toda una eternidad ahí, dice. Y yo quise escribir eso, reitera. Escribir que ése era uno de esos pocos, poquísimos días en que la pregunta “¿existió, alguna vez, el horizonte?” emerge completa, toda en sí misma. Natural.
Guarda silencio y luego dice:
--Fue ese día. Lo sé.
Y luego guarda silencio una vez más. Exhausto.
--crg
a.
--Tuve ganas de escribir en ese mismo momento --murmura, bajando la vista, como si tal deseo le ocasionara vergüenza, desazón, arrepentimiento--. Las veía y dejaba de verlas, ¿me explico? Por el deseo de escribir.
Cuenta que quiso salir corriendo hacia su cuaderno pero que tenía el deseo, igualmente avasallador, de permanecer ahí, observándolas, viendo la manera en que guardaban silencio y, dentro de ese silencio, la manera diminuta en que, sin previo aviso, sin cambio perceptible en las facciones del rostro, empezaron a llorar. Las tres. Cuenta que el recorrido vertical de las lágrimas fue lentísimo. Toda una eternidad ahí, dice. Y yo quise escribir eso, reitera. Escribir que ése era uno de esos pocos, poquísimos días en que la pregunta “¿existió, alguna vez, el horizonte?” emerge completa, toda en sí misma. Natural.
Guarda silencio y luego dice:
--Fue ese día. Lo sé.
Y luego guarda silencio una vez más. Exhausto.
b.
--Entonces las vi --murmura--. Tres figuras que caminaban a paso lento sobre la arena. Tres fantasmas observando la luz en el silencio más absoluto. Tres mujeres.
Refiere que se quedó detenido con el objeto rojo entre las manos, imposibilitado a dar un paso más o a virar el rostro. Refiere que aún así como estaba, inmóvil y pasmado, las siguió con la mirada. Dos figuras tomaron asiento sobre una piedra, mientras la tercera se recostaba directamente sobre la arena. No hablaron. Veían las aguas del océano con una concentración definitiva.
--No estaban ahí en realidad --murmura--. No estaban en ningún lado. ¿Me explico? O estaban en todos lados. En todos los Mares del Norte.
El hombre asiente con la cabeza sin ninguna expresión en el rostro.
--Tuve ganas de escribir en ese mismo momento --murmura, bajando la vista, como si tal deseo le ocasionara vergüenza, desazón, arrepentimiento--. Las veía y dejaba de verlas, ¿me explico? Por el deseo de escribir.
Cuenta que quiso salir corriendo hacia su cuaderno pero que tenía el deseo, igualmente avasallador, de permanecer ahí, observándolas, viendo la manera en que guardaban silencio y, dentro de ese silencio, la manera diminuta en que, sin previo aviso, sin cambio perceptible en las facciones del rostro, empezaron a llorar. Las tres. Cuanta que el recorrido vertical de las lágrimas fue lentísimo. Toda una eternidad ahí, dice. Y yo quise escribir eso, reitera. Escribir que ése era uno de esos pocos, poquísimos días en que la pregunta “¿existió, alguna vez, el horizonte?” emerge completa, toda en sí misma. Natural.
Guarda silencio y luego dice:
--Fue ese día. Lo sé.
Y luego guarda silencio una vez más. Exhausto.
c.
Dice que era un día cubierto de nubes pero, paradójicamente, saturado de luz. Como si la claridad no fuera generada desde un solo astro rector, sino producida por cada una de las partículas del medio ambiente. Una luz delgadísima, de tintes amarillos. Una red. Tan orgánica que podía respirarse.
--Dentro de esa luz --dice--, sucedió todo.
Ve hacia el techo y no hacia el rostro del hombre que, vestido de negro, lo observa desde detrás de su escritorio. Ve el techo como si viera la luz de la que habla en tonos quedos, casi imposibles.
Cuenta que estaba en la playa, que habían ido ahí, a las costas del Mar del Norte, para pasar unas cortas vacaciones en familia: su padre, su madre, su hermana, él mismo. Ese día el padre los había ayudado a construir los muros de un castillo de arena lo suficientemente grande como para contener a los dos hijos. Su energía. Su gozo. La madre los veía desde lejos, sentada en la tumbona de plástico, desde detrás de los lentes oscuros. Cuenta que estaba feliz de esa manera unívoca y total en que lo son algunas veces los niños.
--Hacía frío --dice--. El viento, fino también, tan delgado como la luz, no alcanzaba a calentarse a su contacto.
Guarda silencio.
--Sí --repite--. Era un día frío y lleno de luz.
Describe que ya habían empezado a jugar con la pelota roja, de plástico. Una baratija que, a última hora, la madre había subido al coche. La hermana la había pateado con fuerza y la pelota, vacía y sin gravedad alguna, estaba flotando sobre las olas que lamían la arena. Describe su manera de ir por la pelota: no pensaba en otra cosa. Una línea recta.
--Entonces las vi --murmura--. Tres figuras que caminaban a paso lento sobre la arena. Tres fantasmas observando la luz en el silencio más absoluto. Tres mujeres.
Refiere que se quedó detenido con el objeto rojo entre las manos, imposibilitado a dar un paso más o a virar el rostro. Refiere que aún así como estaba, inmóvil y pasmado, las siguió con la mirada. Dos figuras tomaron asiento sobre una piedra, mientras la tercera se recostaba directamente sobre la arena. No hablaron. Veían las aguas del océano con una concentración definitiva.
--No estaban ahí en realidad --murmura--. No estaban en ningún lado. ¿Me explico? O estaban en todos lados. En todos los Mares del Norte.
El hombre asiente con la cabeza sin ninguna expresión en el rostro.
--Tuve ganas de escribir en ese mismo momento --murmura, bajando la vista, como si tal deseo le ocasionara vergüenza, desazón, arrepentimiento--. Las veía y dejaba de verlas, ¿me explico? Por el deseo de escribir.
Cuenta que quiso salir corriendo hacia su cuaderno pero que tenía el deseo, igualmente avasallador, de permanecer ahí, observándolas, viendo la manera en que guardaban silencio y, dentro de ese silencio, la manera diminuta en que, sin previo aviso, sin cambio perceptible en las facciones del rostro, empezaron a llorar. Las tres. Cuanta que el recorrido vertical de las lágrimas fue lentísimo. Toda una eternidad ahí, dice. Y yo quise escribir eso, reitera. Escribir que ése era uno de esos pocos, poquísimos días en que la pregunta “¿existió, alguna vez, el horizonte?” emerge completa, toda en sí misma. Natural.
Guarda silencio y luego dice:
--Fue ese día. Lo sé.
Y luego guarda silencio una vez más. Exhausto.
--crg