LO QUE, CONTRA TODO, SIGUE SIENDO HUMANO EN NOSOTROS
José Emilio Pacheco sobre Patria de sombra y fuego, ed., Jorge Esquinca: La Patria Espeluznante.
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Thursday, February 24, 2011
LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA No. 2 Febrero, 2011
[mientras escuchaba Róisín Murphy, The Time is Now]
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[mientras escuchaba Róisín Murphy, The Time is Now]
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Tuesday, February 22, 2011
C. D. Q. N. P. S. Q. D. N. O. S. E.
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Leí Ana Karenina hace mucho tiempo y debido a que un joven recién titulado de la carrera de Letras obtuvo su primer empleo como maestro de literatura universal en mi escuela preparatoria de dos años. Era un joven ambicioso y utópico, ligeramente desaliñado y de voz enérgica. Digo que se había graduado en Letras y que su posición como mi maestro de literatura fue su primer empleo porque de otra manera no me puedo explicar cómo se le ocurrió la peregrina idea de que alumnos de preparatoria con poca afición por la lectura y un desdén muy clasemediero por cualquier cosa que estuviera asociada de la más mínima manera a La Cultura, pudieran leer, completas, novelas rusas del siglo XIX. En todo caso, cuando nos advirtió de sus intenciones (no recuerdo haber tenido en mis manos un plan de estudios propiamente dicho y esto refuerza la idea de que su posición como maestro de literatura en mi escuela preparatoria fue su primer empleo) creo que fui la única que contuvo el salto de gusto que, en otro plano, en el plano de la literatura seguramente, estaba dando en ese momento. Yo ya me había declarado a mí misma (que es lo que cuenta) una lectora empedernida (y llevaba ya los anteojos que lo probaban) y hacía gala (con lujo adolescente) de esta elección a diestra y siniestra (más a siniestra que a diestra a decir verdad). Para entonces ya había leído los libros que me hicieron pensar que escribir (¡ay de mí!) no era tan difícil, que escribir era algo evidentemente muy placentero (¡ay de mí!), y que escribir era algo (¡ay de mí!) que yo quería “hacer de grande”. Pero Ana Karenina, el libro que me asignó un utopista cuando yo andaba por ahí de los 13 años, fue, en realidad, y en muchos sentidos, mi primer libro.
Aclaro que cada uno de los ¡ay de mí! anteriores tiene que ser pronunciado a velocidades distintas y con distintos tonos de voz.
Desde el inicio, desde aquella famosa primera línea, “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, Ana Karenina fue más un lugar que un libro, más una cita que una obligación, más una complicidad que el motivo de una calificación —volver sus hojas, quiero decir, era un acto que me introducía en el espacio, pensaba yo en aquella época, de una catedral. Algo masivo en cualquier caso. Algo vasto. Pronunciaba la palabra Tolstoi, se me acusaba, como si fuera el principio de una oración (y por oración, en aquella preparatoria de dos años, sólo se entendía la oración religiosa, por supuesto). Mis amigas, aburridas por mi conversación, procuraron hablar conmigo sólo de lo estrictamente necesario y creo que fue por esas fechas que el muchacho aquel que insistía en ser mi novio lo entendió todo y se dio por vencido. Yo sólo me di cuenta de todo esto, cual debe, años después, puesto que mientras esto ocurría yo atendía con emoción los intrincados vericuetos del alma de una adúltera, viajaba en trenes del siglo XIX por el mismísimo paisaje ruso, y ponderaba, con adolescente solemnidad, la justificación formal del suicidio.
Los años, como dicen los narradores del siglo XIX o los cineastas de la época de oro del cine mexicano, pasaron. Y Ana Karenina se fue transformando en un recuerdo. Éste: la escena aquella en que dos jóvenes se recargan sobre algo (no recuerdo el algo, pero sí la manera en que los brazos de la mujer, inclinada sobre ese algo, se flexionaban, haciendo que el antebrazo rozara apenas su propio pecho) para leer un mensaje cifrado. Todo esto acontecía, y debo estar tergiversando este recuerdo, estoy segura, en un radiante día de otoño. El mensaje, de cualquier modo, estaba formado por letras, el inicio de palabras completas que, borradas del texto, lo constituían en realidad. Era un mensaje, como todos los mensajes secretos, que requería de complicidad, intimidad, arrojo. Era un juego y un reto. Una provocación. Una sutilísima invitación erótica. Un vínculo textual y un vínculo sexual. Un hombre y una mujer, leyendo; encontrando el sentido específico de la lectura en la lectura misma, construyéndolo en el acto. Todo esto bajo la luminosa bóveda de un día otoñal. Con el paso del tiempo, quiero decir, Ana Karenina se concentró para mí en la escena aquella en que Konstantín Dimitrievitch Levine le hace la segunda propuesta matrimonial a Catalina Alejandrovna.
[continuará]
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Leí Ana Karenina hace mucho tiempo y debido a que un joven recién titulado de la carrera de Letras obtuvo su primer empleo como maestro de literatura universal en mi escuela preparatoria de dos años. Era un joven ambicioso y utópico, ligeramente desaliñado y de voz enérgica. Digo que se había graduado en Letras y que su posición como mi maestro de literatura fue su primer empleo porque de otra manera no me puedo explicar cómo se le ocurrió la peregrina idea de que alumnos de preparatoria con poca afición por la lectura y un desdén muy clasemediero por cualquier cosa que estuviera asociada de la más mínima manera a La Cultura, pudieran leer, completas, novelas rusas del siglo XIX. En todo caso, cuando nos advirtió de sus intenciones (no recuerdo haber tenido en mis manos un plan de estudios propiamente dicho y esto refuerza la idea de que su posición como maestro de literatura en mi escuela preparatoria fue su primer empleo) creo que fui la única que contuvo el salto de gusto que, en otro plano, en el plano de la literatura seguramente, estaba dando en ese momento. Yo ya me había declarado a mí misma (que es lo que cuenta) una lectora empedernida (y llevaba ya los anteojos que lo probaban) y hacía gala (con lujo adolescente) de esta elección a diestra y siniestra (más a siniestra que a diestra a decir verdad). Para entonces ya había leído los libros que me hicieron pensar que escribir (¡ay de mí!) no era tan difícil, que escribir era algo evidentemente muy placentero (¡ay de mí!), y que escribir era algo (¡ay de mí!) que yo quería “hacer de grande”. Pero Ana Karenina, el libro que me asignó un utopista cuando yo andaba por ahí de los 13 años, fue, en realidad, y en muchos sentidos, mi primer libro.
Aclaro que cada uno de los ¡ay de mí! anteriores tiene que ser pronunciado a velocidades distintas y con distintos tonos de voz.
Desde el inicio, desde aquella famosa primera línea, “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, Ana Karenina fue más un lugar que un libro, más una cita que una obligación, más una complicidad que el motivo de una calificación —volver sus hojas, quiero decir, era un acto que me introducía en el espacio, pensaba yo en aquella época, de una catedral. Algo masivo en cualquier caso. Algo vasto. Pronunciaba la palabra Tolstoi, se me acusaba, como si fuera el principio de una oración (y por oración, en aquella preparatoria de dos años, sólo se entendía la oración religiosa, por supuesto). Mis amigas, aburridas por mi conversación, procuraron hablar conmigo sólo de lo estrictamente necesario y creo que fue por esas fechas que el muchacho aquel que insistía en ser mi novio lo entendió todo y se dio por vencido. Yo sólo me di cuenta de todo esto, cual debe, años después, puesto que mientras esto ocurría yo atendía con emoción los intrincados vericuetos del alma de una adúltera, viajaba en trenes del siglo XIX por el mismísimo paisaje ruso, y ponderaba, con adolescente solemnidad, la justificación formal del suicidio.
Los años, como dicen los narradores del siglo XIX o los cineastas de la época de oro del cine mexicano, pasaron. Y Ana Karenina se fue transformando en un recuerdo. Éste: la escena aquella en que dos jóvenes se recargan sobre algo (no recuerdo el algo, pero sí la manera en que los brazos de la mujer, inclinada sobre ese algo, se flexionaban, haciendo que el antebrazo rozara apenas su propio pecho) para leer un mensaje cifrado. Todo esto acontecía, y debo estar tergiversando este recuerdo, estoy segura, en un radiante día de otoño. El mensaje, de cualquier modo, estaba formado por letras, el inicio de palabras completas que, borradas del texto, lo constituían en realidad. Era un mensaje, como todos los mensajes secretos, que requería de complicidad, intimidad, arrojo. Era un juego y un reto. Una provocación. Una sutilísima invitación erótica. Un vínculo textual y un vínculo sexual. Un hombre y una mujer, leyendo; encontrando el sentido específico de la lectura en la lectura misma, construyéndolo en el acto. Todo esto bajo la luminosa bóveda de un día otoñal. Con el paso del tiempo, quiero decir, Ana Karenina se concentró para mí en la escena aquella en que Konstantín Dimitrievitch Levine le hace la segunda propuesta matrimonial a Catalina Alejandrovna.
[continuará]
--crg
Thursday, February 17, 2011
TODAY´S POETRY IN MEXICO´S MANY BORDERS
An interesting article by Leslie Jamison "La Frontera. The Poetry of the Narco Wars and Other Mexican Peculiarities," in Vice Magazine. Illustrations by Benjamin Marra.
And yes, the Marco of the story is Marco Antonio Huerta, co-curator of La Cámara Verde, a section of the Periódico de Poesía under the winter protection of Februa.
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An interesting article by Leslie Jamison "La Frontera. The Poetry of the Narco Wars and Other Mexican Peculiarities," in Vice Magazine. Illustrations by Benjamin Marra.
And yes, the Marco of the story is Marco Antonio Huerta, co-curator of La Cámara Verde, a section of the Periódico de Poesía under the winter protection of Februa.
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Tuesday, February 15, 2011
LA CÁMARA VERDE
Bajo el amparo de Februa, la dama valiente de febrero, iniciamos una nueva aventura: se llama La Cámara Verde y viaja, en entregas mensuales, en el Periódico de Poesía que dirige Pedro Serrano desde los canales virtuales de la UNAM. Aquí abajo, la introducción. Y en el link de arriba todos los contenidos. El logo es, por cierto, de Claudia Sorais Castañeda. Y Marco Antonio Huerta, poeta tamaulipeco, anda también por aquí, en la co-curaduría de febrero.
Que dios nos agarre conectados, puesn. Y arrancamos.
@
Es una habitación, en efecto, y también un dispositivo para capturar imágenes. Es un artefacto, sobre todo, y un hueco donde cabe algo: la carga, en un arma de fuego; el aire, en un neumático. Es uno de los dos cuerpos legislativos conocidos, eso se sabe, como bicamerales. Alguna vez fue también una caja. Y aquí, esa es nuestra denodada intención, van las cosas verdes. Si son definidas como “4. intr. operaciones destinadas a descubrir”, entonces van, sin duda, aquí. Frescas, sí. Con clorofila, que tanto ayuda contra el mal aliento. Sin versiones finales, porque cada versión es su propio proceso.
En todo caso, mejor mostrar que decir: “Una yuxtaposición de citas de tal manera que la teoría emerja de ahí sin tener que ser insertada como interpretación”. Eso lo escribió Walter Benjamin hace mucho tiempo en relación al método de trabajo y al método de exposición de sus ahora famosos Konvoluts. Y lo citamos aquí, al escritor citacionista por excelencia, a Cito, el trancescrivener, para describir también el método de sampleo, yuxtaposición y montaje que caracterizará este espacio.
De ahí ésta, la primera selección. De ahí febrero.
Caleidoscópica, protéica, colectiva, esporádica, la twitescritura llegó para quedarse. Un rato o más, ya veremos. Aquí los textos que, sobre y alrededor y a través del TW se han generado en distintos puntos del orbe: Aurelio Asiain desde Kioto, @aasiain; Vicente Luis Mora desde Marruecos, @moravicenteluis, y mi aportación, @criveragarza, desde la frontera San Diego/Tijuana. Pronto vienen los textos desde otros TLs, una novel escritora tapatía que, desde una autoría denominada como @diamandina, escribe para inaugurar un género: Graciela Romero.
En un futuro cercano, y a un lado del TW, el archivo. Marco Antonio Huerta, co-curador de la Cámara de febrero, traduce e introduce el trabajo de la conceptualista califroniana Vanessa Place. Y desde las mismas regiones, pero articulado por la labor editorial de Bonobos, algunos poemas del próximo libro de Román Luján: Drastel. Lo propio del verde, eso se sabe, es adelantar.
Y, bajo amenaza de que, si no lo hacíamos, San Valentín no nos dispensaría con su fino trato este año, incluimos también los palíndromos post-porno de Daniela Camacho, poeta sinaloense y residente de Tokio.
Justo como en el semáforo, el verde también aquí indica que usted puede pasar. Tú, puesn. Y nos vemos en marzo.
San Diego/Tijuana
Enero 11, 2011
(escuchando el O de Oval)
--crg
ALCOHOL: 1 -- REALIDAD: 1
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
A continuación algunas escenas mínimas de cuatro partidos históricos entre los equipos más fuertes de la liguilla
I. REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 1
Tal vez pocos últimos párrafos han ocasionado tanta inquietud entre historiadores como la frase con la que Charles Gibson decidió dar fin a su monumental estudio The Aztecs Under Spanish Rule. Decía ahí que “si hemos de creer a nuestras fuentes, pocas personas en la historia de la humanidad han sido más propensas a la borrachera que los indios de las colonias españolas”. Explorando esta premisa, William Taylor escribió años después uno de los estudios fundamentales en la historia social del México colonial, Drinking, Homicide, and Rebellion, en el cual no sólo describe con característico rigor los cambios y las continuidades en las costumbres etílicas de la Nueva España, sino que también relaciona la ingestión de alcohol con actos de resistencia contra la imposición colonial o con actos de estratégica apropiación del discurso legalista de la colonia. De acuerdo a las leyes de la época, por ejemplo, el alcohol era considerado un atenuante en juicios penales, de ahí que muchos nativos adujeran que al cometer tal o cual delito se encontraban bajo el efecto del alcohol, recibiendo, por lo tanto, condenas menos estrictas y ganándose, de paso, una fama bastante incómoda o rutilante, según el punto de vista. Que esta visión benigna del alcohol se conservara más o menos viva a lo largo del tumultuoso siglo XIX no deja de llamar la atención, como tampoco deja de hacerlo el hecho de que, con la instauración del régimen porfiriano, el alcohol y la masculinidad quedaran unidos en una especie de espejo empañado.
II. REALIDAD: 1/ ALCOHOL: 0
Así como la sexualidad se convirtió en el terreno propicio para vigilar, controlar y, de ser posible, castigar las actividades de las mujeres porfirianas —de ahí la fenomenal preponderancia, por ejemplo, de la figura de la prostituta que Federico Gamboa volviera leyenda en su novela Santa— el alcohol fue el foro que los expertos de la época utilizaron con mayor frecuencia para identificar, categorizar y, eventualmente, sancionar ciertas conductas masculinas que, para aquellos en el poder, constituían cruentas amenazas contra el orden y, por lo tanto, contra el progreso y, por lo tanto (y vaya que nuestras autoridades son y han sido exageradas a lo largo de su historia), contra el bienestar de la nación. Si bien es cierto, luego entonces, que la ingestión de alcohol fue, tanto simbólica como materialmente, cosa de hombres, conforme los magos del progreso propugnaron por una modernidad disciplinada y productiva, esos hombres fueron descritos con mayor frecuencia con adjetivos menos y menos halagüeños: desclasados, antimodernos, carentes de voluntad, inútiles o, francamente, malos. Para muestra basta un botón: un gran porcentaje de los asilados del Manicomio la Castañeda —institución de salud mental que Porfirio Díaz inaugurara el mismo día en que se dieron inicio las festividades por el centenario de la independencia de México— llegaban ahí, en primera instancia, debido a su manera de beber. Y ahí permanecían, la mayoría de las veces en calidad de libres e indigentes, en el pabellón designado exclusivamente para alcohólicos. La Castañeda, que abrió sus puertas en 1910, continuó prestando sus servicios a lo largo del período post-revolucionario. Durante ese tiempo, los psiquiatras, enfermeros y comisarios que ahí trabajaron continuaron anotando escuetas notas descriptivas alrededor de una de las figuras más comunes y más vitupereadas de sus pabellones: los alcohólicos. Esta inquietante continuidad en la visión punitiva del alcohol resulta doblemente llamativa porque se da en el contexto de discontinuidad marcada, según la más rancia historiografía mexicana, por el parteaguas revolucionario. Tal vez la novela que mejor capturó tanto el sospechoso paralelismo entre la visión porfiriana y la revolucionaria de la embriaguez, así como también la ausencia de radical discontinuidad entre el porfiriato y los albores revolucionarios haya sido La vida inútil de Pito Pérez, la novela que José Rubén Romero publicó, he aquí el meollo del asunto, en 1938.
III. REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 0
Quizá no haya ebrias más conocidas en la historia de México que la pareja formada por La Guayaba y La Tostada, el legendario par de borrachitas sucias y de mediana edad que provocaba mucha hilaridad y cierta desconcertada ternura en Nosotros los Pobres (1947) y Ustedes los Ricos (1948). Piezas clave del vecindario, dueñas de una sabiduría poco halagüeña y representantes de quién sabe qué silenciada, y por demás sospechosa, versión de la amistad femenina, La Guayaba (Amelia Wilhelmy) y La Tostada (Delia Magaña) fueron tratadas con una suavidad que casi parecía tolerancia o aceptación tanto por sus vecinos barriobajeros como por Ismael Rodríguez, el director de ambas películas. Algo similar ocurre con aquella Borrachita del inolvidable Tata Nacho que se va “hasta la capital pa servirle al patrón que la mandó llamar anteayer” —una mujer que bebe, ciertamente, pero debido a la pena, razón por la que no recibe la desaprobación pública o no, al menos, abiertamente—. Y si algo ha recibido Chavela Vargas, otra de nuestras grandes ebrias, ha sido el aplauso y la admiración de un público para quien su voz rasposa y viril no es nada más asunto de cuerdas vocales. Estas imágenes benignas de las alcohólicas se complementan con un silencio más bien estratégico de la ebriedad femenina en el discurso médico de la primera modernidad mexicana. Si bien los médicos de la post-revolución, justo como los porfirianos, pusieron desmedida atención sobre el cuerpo de la mujer, especialmente sobre su sexualidad, poco o casi nada tuvieron que decir sobre su conducta etílica. En los expedientes de la Castañeda, los médicos a cargo de diagnosticar las diferentes conductas anormales de las mujeres no tenían por costumbre detenerse demasiado en información concerniente a la ingerencia de bebidas alcohólicas, incluyéndolas en los cuestionarios sólo si las pacientes mismas los traían al caso. Esta ceguera médica condujo a una ausencia de asociación entre la ebriedad y la enfermedad mental que, en el caso de las mujeres, también produjo su invisibilidad como alcohólicas —de ahí la tolerancia y, acaso, simpatía con que las borrachitas aparecen de cuando en cuando en películas populares o comedias de moda.
IV. REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 856, 795
Cada que el ídolo de ídolos (dícese de Pedro Infante, por supuesto) tomaba la botella de tequila y entonaba la canción favorita del respetable, el alcohol ganaba, y sigue ganando, el partido. Por goliza, claro está. Por goliza.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
A continuación algunas escenas mínimas de cuatro partidos históricos entre los equipos más fuertes de la liguilla
I. REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 1
Tal vez pocos últimos párrafos han ocasionado tanta inquietud entre historiadores como la frase con la que Charles Gibson decidió dar fin a su monumental estudio The Aztecs Under Spanish Rule. Decía ahí que “si hemos de creer a nuestras fuentes, pocas personas en la historia de la humanidad han sido más propensas a la borrachera que los indios de las colonias españolas”. Explorando esta premisa, William Taylor escribió años después uno de los estudios fundamentales en la historia social del México colonial, Drinking, Homicide, and Rebellion, en el cual no sólo describe con característico rigor los cambios y las continuidades en las costumbres etílicas de la Nueva España, sino que también relaciona la ingestión de alcohol con actos de resistencia contra la imposición colonial o con actos de estratégica apropiación del discurso legalista de la colonia. De acuerdo a las leyes de la época, por ejemplo, el alcohol era considerado un atenuante en juicios penales, de ahí que muchos nativos adujeran que al cometer tal o cual delito se encontraban bajo el efecto del alcohol, recibiendo, por lo tanto, condenas menos estrictas y ganándose, de paso, una fama bastante incómoda o rutilante, según el punto de vista. Que esta visión benigna del alcohol se conservara más o menos viva a lo largo del tumultuoso siglo XIX no deja de llamar la atención, como tampoco deja de hacerlo el hecho de que, con la instauración del régimen porfiriano, el alcohol y la masculinidad quedaran unidos en una especie de espejo empañado.
II. REALIDAD: 1/ ALCOHOL: 0
Así como la sexualidad se convirtió en el terreno propicio para vigilar, controlar y, de ser posible, castigar las actividades de las mujeres porfirianas —de ahí la fenomenal preponderancia, por ejemplo, de la figura de la prostituta que Federico Gamboa volviera leyenda en su novela Santa— el alcohol fue el foro que los expertos de la época utilizaron con mayor frecuencia para identificar, categorizar y, eventualmente, sancionar ciertas conductas masculinas que, para aquellos en el poder, constituían cruentas amenazas contra el orden y, por lo tanto, contra el progreso y, por lo tanto (y vaya que nuestras autoridades son y han sido exageradas a lo largo de su historia), contra el bienestar de la nación. Si bien es cierto, luego entonces, que la ingestión de alcohol fue, tanto simbólica como materialmente, cosa de hombres, conforme los magos del progreso propugnaron por una modernidad disciplinada y productiva, esos hombres fueron descritos con mayor frecuencia con adjetivos menos y menos halagüeños: desclasados, antimodernos, carentes de voluntad, inútiles o, francamente, malos. Para muestra basta un botón: un gran porcentaje de los asilados del Manicomio la Castañeda —institución de salud mental que Porfirio Díaz inaugurara el mismo día en que se dieron inicio las festividades por el centenario de la independencia de México— llegaban ahí, en primera instancia, debido a su manera de beber. Y ahí permanecían, la mayoría de las veces en calidad de libres e indigentes, en el pabellón designado exclusivamente para alcohólicos. La Castañeda, que abrió sus puertas en 1910, continuó prestando sus servicios a lo largo del período post-revolucionario. Durante ese tiempo, los psiquiatras, enfermeros y comisarios que ahí trabajaron continuaron anotando escuetas notas descriptivas alrededor de una de las figuras más comunes y más vitupereadas de sus pabellones: los alcohólicos. Esta inquietante continuidad en la visión punitiva del alcohol resulta doblemente llamativa porque se da en el contexto de discontinuidad marcada, según la más rancia historiografía mexicana, por el parteaguas revolucionario. Tal vez la novela que mejor capturó tanto el sospechoso paralelismo entre la visión porfiriana y la revolucionaria de la embriaguez, así como también la ausencia de radical discontinuidad entre el porfiriato y los albores revolucionarios haya sido La vida inútil de Pito Pérez, la novela que José Rubén Romero publicó, he aquí el meollo del asunto, en 1938.
III. REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 0
Quizá no haya ebrias más conocidas en la historia de México que la pareja formada por La Guayaba y La Tostada, el legendario par de borrachitas sucias y de mediana edad que provocaba mucha hilaridad y cierta desconcertada ternura en Nosotros los Pobres (1947) y Ustedes los Ricos (1948). Piezas clave del vecindario, dueñas de una sabiduría poco halagüeña y representantes de quién sabe qué silenciada, y por demás sospechosa, versión de la amistad femenina, La Guayaba (Amelia Wilhelmy) y La Tostada (Delia Magaña) fueron tratadas con una suavidad que casi parecía tolerancia o aceptación tanto por sus vecinos barriobajeros como por Ismael Rodríguez, el director de ambas películas. Algo similar ocurre con aquella Borrachita del inolvidable Tata Nacho que se va “hasta la capital pa servirle al patrón que la mandó llamar anteayer” —una mujer que bebe, ciertamente, pero debido a la pena, razón por la que no recibe la desaprobación pública o no, al menos, abiertamente—. Y si algo ha recibido Chavela Vargas, otra de nuestras grandes ebrias, ha sido el aplauso y la admiración de un público para quien su voz rasposa y viril no es nada más asunto de cuerdas vocales. Estas imágenes benignas de las alcohólicas se complementan con un silencio más bien estratégico de la ebriedad femenina en el discurso médico de la primera modernidad mexicana. Si bien los médicos de la post-revolución, justo como los porfirianos, pusieron desmedida atención sobre el cuerpo de la mujer, especialmente sobre su sexualidad, poco o casi nada tuvieron que decir sobre su conducta etílica. En los expedientes de la Castañeda, los médicos a cargo de diagnosticar las diferentes conductas anormales de las mujeres no tenían por costumbre detenerse demasiado en información concerniente a la ingerencia de bebidas alcohólicas, incluyéndolas en los cuestionarios sólo si las pacientes mismas los traían al caso. Esta ceguera médica condujo a una ausencia de asociación entre la ebriedad y la enfermedad mental que, en el caso de las mujeres, también produjo su invisibilidad como alcohólicas —de ahí la tolerancia y, acaso, simpatía con que las borrachitas aparecen de cuando en cuando en películas populares o comedias de moda.
IV. REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 856, 795
Cada que el ídolo de ídolos (dícese de Pedro Infante, por supuesto) tomaba la botella de tequila y entonaba la canción favorita del respetable, el alcohol ganaba, y sigue ganando, el partido. Por goliza, claro está. Por goliza.
--crg
Sunday, February 13, 2011
LA MUERTE ME DA
[en Tan lejos de dios. Poesía mexicana en la frontera norte, ed., Uberto Stabile]
93. ¿QUIÉN CARAJOS HABLA?/ VI. LA VÍCTIMA SIEMPRE ES FEMENINA
En el Ministerio (que es un lugar de los hechos) (un lugar de helechos) (de lechos).
En el cuerpo (que es público) (que está abierto) (que es un muerto).
En el tajo (dentro del tajo) (debajo del tajo, carajo) (en la raíz misma del tajo).
¿Quién habla ahí? ¿Quién es la primera persona de nuestro singular? ¿Dónde lloro?
En el helecho que calla: verde verderte, lugar. Verganza.
En lo que está abierto (que es el lugar de los hechos).
En la raíz misma del tajo (que es público) (que es un Ministerio).
En el cuerpo. Dentro del tajo. En la raíz misma del tajo.
¿Y por qué no decir escuetamente, estrictamente, sencillamente, que el cadáver yace bocarriba sobre la estrecha tabla del forense?
¿Por qué no decir que es febrero y hace frío?
En el lecho (que es un cuerpo) (estrictamente).
Ante el muerto (que es una víctima) (que es femenina) (que es gramaticalmente)
Frente al público (que es el lenguaje) (estas líneas) (aldabas).
En la raíz: ¿Por qué no preguntar quién carajos habla?
Escuetamente.
94. LA PERIODISTA DE LA NOTA ROJA Y LA MUERTE: OTRA RELACIÓN/ VII. ES VERDAD, LA MUERTE ME DA
En tu sexo
(armadura tajadura tachadura) (ranura)
en el aquí de todas las cosas del mundo, me da
la muerte (que es este paréntesis) (y este)
huelo como miro duelo: una colección de verbos
la pájara del deseo en el nido: un agüero
es verdad, la muerte es verdad
me da, dadivoso dardo en duelo, en el sexo plural.
Primera persona. Habla, carajo, primera persona.
Mi boca.
Mi lágrima.
Mi bragueta.
Mi necesidad.
Mis notas. Tú quieres
mis notas
do re mi do re mi fa sol sol.
La muerte es de verdad. Mi duelo. Mi escopeta. Mi sospecha. Mi culpa.
Primera plana: el cuerpo boca abajo. Los brazos atados y frente a la cabeza. El rostro cubierto de vendas. El pantalón: hasta la rodilla.
Veo ardo observo callo duelo: segunda colección de verbos.
Ya nada será igual.
96. LA SOSPECHA/ IX. DENTRO DE TI DENTRO DE MI
El ojo se aproxima a la puerta (la aldaba).
Prevaricar aullar nublar dejar atrás: mi tercera colección de verbos.
Alguien dentro de ti alzó el filo dentro de mí
(la música que se oye es de insectos)
alguien dentro de mí elevó el grito dentro de ti
(el espacio que se atisba es del hambre más larga)
alguien dentro de ti tocó el instrumento dentro de mí
(una guillotina y su eco) (un botón) (el entrecejo)
alguien dentro de mí cortó la mariposa dentro de ti
(la roca en el despeñadero)
El ojo se cierra (animal serrado) y el insecto en el espacio del hambre más larga cae con el peso vertical de la hoja. La guillotina encalla.
Alguien dentro de ti cortó esa hoja dentro de mí
(la enfermedad suspira)
alguien dentro de mí abrió la aldaba dentro de mí
(un grito largo)
(la música de la máquina)
(un sonámbulo).
Dentro de mí alguien dentro de ti cercena arranca extirpa mutila daña
(una cuarta colección de verbos)
Sólo hace falta un bosque. Una niebla.
El ojo se abre dentro de ti (una puerta dentro de mí).
La aldaba sueña.
97. NECROPSIA (UNA HISTORIA DE AMOR)/ X. LAS ESCENAS VISIBLES
In situ: un cuarto, una habitación, un rectángulo, una página.
El cuerpo en el centro.
Una plancha. Una manguera. Una cubeta.
Un personaje de ficción: el cadáver.
Un personaje de ficción: el muertero.
(una historia de amor).
Las herramientas: una sierra, un cuchillo, un martillo.
(cosas del oficio).
La acción: la piel de la cara, hacia arriba. Una máscara. Lo propio de la muerte es desnudar. La sierra sobre el cráneo: el ruido y el olor a humo y a sesos. El cuchillo en el vientre, hacia arriba. Sobre el esternón, el martillo. Cric. Crac.
(este no es un poema narrativo)
El escritor: un forense que anota lo que sale de adentro.
El lector: el ministerio público que testifica los hechos.
(una historia de amor).
El olor a sangre sobre todo eso.
--crg
[en Tan lejos de dios. Poesía mexicana en la frontera norte, ed., Uberto Stabile]
93. ¿QUIÉN CARAJOS HABLA?/ VI. LA VÍCTIMA SIEMPRE ES FEMENINA
En el Ministerio (que es un lugar de los hechos) (un lugar de helechos) (de lechos).
En el cuerpo (que es público) (que está abierto) (que es un muerto).
En el tajo (dentro del tajo) (debajo del tajo, carajo) (en la raíz misma del tajo).
¿Quién habla ahí? ¿Quién es la primera persona de nuestro singular? ¿Dónde lloro?
En el helecho que calla: verde verderte, lugar. Verganza.
En lo que está abierto (que es el lugar de los hechos).
En la raíz misma del tajo (que es público) (que es un Ministerio).
En el cuerpo. Dentro del tajo. En la raíz misma del tajo.
¿Y por qué no decir escuetamente, estrictamente, sencillamente, que el cadáver yace bocarriba sobre la estrecha tabla del forense?
¿Por qué no decir que es febrero y hace frío?
En el lecho (que es un cuerpo) (estrictamente).
Ante el muerto (que es una víctima) (que es femenina) (que es gramaticalmente)
Frente al público (que es el lenguaje) (estas líneas) (aldabas).
En la raíz: ¿Por qué no preguntar quién carajos habla?
Escuetamente.
94. LA PERIODISTA DE LA NOTA ROJA Y LA MUERTE: OTRA RELACIÓN/ VII. ES VERDAD, LA MUERTE ME DA
En tu sexo
(armadura tajadura tachadura) (ranura)
en el aquí de todas las cosas del mundo, me da
la muerte (que es este paréntesis) (y este)
huelo como miro duelo: una colección de verbos
la pájara del deseo en el nido: un agüero
es verdad, la muerte es verdad
me da, dadivoso dardo en duelo, en el sexo plural.
Primera persona. Habla, carajo, primera persona.
Mi boca.
Mi lágrima.
Mi bragueta.
Mi necesidad.
Mis notas. Tú quieres
mis notas
do re mi do re mi fa sol sol.
La muerte es de verdad. Mi duelo. Mi escopeta. Mi sospecha. Mi culpa.
Primera plana: el cuerpo boca abajo. Los brazos atados y frente a la cabeza. El rostro cubierto de vendas. El pantalón: hasta la rodilla.
Veo ardo observo callo duelo: segunda colección de verbos.
Ya nada será igual.
96. LA SOSPECHA/ IX. DENTRO DE TI DENTRO DE MI
El ojo se aproxima a la puerta (la aldaba).
Prevaricar aullar nublar dejar atrás: mi tercera colección de verbos.
Alguien dentro de ti alzó el filo dentro de mí
(la música que se oye es de insectos)
alguien dentro de mí elevó el grito dentro de ti
(el espacio que se atisba es del hambre más larga)
alguien dentro de ti tocó el instrumento dentro de mí
(una guillotina y su eco) (un botón) (el entrecejo)
alguien dentro de mí cortó la mariposa dentro de ti
(la roca en el despeñadero)
El ojo se cierra (animal serrado) y el insecto en el espacio del hambre más larga cae con el peso vertical de la hoja. La guillotina encalla.
Alguien dentro de ti cortó esa hoja dentro de mí
(la enfermedad suspira)
alguien dentro de mí abrió la aldaba dentro de mí
(un grito largo)
(la música de la máquina)
(un sonámbulo).
Dentro de mí alguien dentro de ti cercena arranca extirpa mutila daña
(una cuarta colección de verbos)
Sólo hace falta un bosque. Una niebla.
El ojo se abre dentro de ti (una puerta dentro de mí).
La aldaba sueña.
97. NECROPSIA (UNA HISTORIA DE AMOR)/ X. LAS ESCENAS VISIBLES
In situ: un cuarto, una habitación, un rectángulo, una página.
El cuerpo en el centro.
Una plancha. Una manguera. Una cubeta.
Un personaje de ficción: el cadáver.
Un personaje de ficción: el muertero.
(una historia de amor).
Las herramientas: una sierra, un cuchillo, un martillo.
(cosas del oficio).
La acción: la piel de la cara, hacia arriba. Una máscara. Lo propio de la muerte es desnudar. La sierra sobre el cráneo: el ruido y el olor a humo y a sesos. El cuchillo en el vientre, hacia arriba. Sobre el esternón, el martillo. Cric. Crac.
(este no es un poema narrativo)
El escritor: un forense que anota lo que sale de adentro.
El lector: el ministerio público que testifica los hechos.
(una historia de amor).
El olor a sangre sobre todo eso.
--crg
LOS QUE PLATICAN SABEN MORDER
[Valère Novarina, Devant la parole un luminoso día de invierno, y Emancipator]
Parler c´est faire l´expérience d´entrer et de sortir de la caverne du corps humain à chaque respiration.
Nous les parlants, nous creusons la langue qui est notre terre.
Parler n´est pas communiquer. Parler n´est pas s´échanger et troquer--des idées, des objets--, parler n´est pas s´exprimer, désigner, tendre un tête bavarde vers les choses, doubler le monde d´un écho, d´une ombre parlée; parler c´est d´abord ouvrir la bouche et attaquer le monde avec, savoir mordre.
Les mots que tu dis son plus à l´intérieure de toi que toi.
Rien de matériel au fond de l´homme, mais sa bouche ouverte, son passage troué. Pas de contenu.
On entend qui tout respire.
--crg
[Valère Novarina, Devant la parole un luminoso día de invierno, y Emancipator]
Parler c´est faire l´expérience d´entrer et de sortir de la caverne du corps humain à chaque respiration.
Nous les parlants, nous creusons la langue qui est notre terre.
Parler n´est pas communiquer. Parler n´est pas s´échanger et troquer--des idées, des objets--, parler n´est pas s´exprimer, désigner, tendre un tête bavarde vers les choses, doubler le monde d´un écho, d´une ombre parlée; parler c´est d´abord ouvrir la bouche et attaquer le monde avec, savoir mordre.
Les mots que tu dis son plus à l´intérieure de toi que toi.
Rien de matériel au fond de l´homme, mais sa bouche ouverte, son passage troué. Pas de contenu.
On entend qui tout respire.
--crg
Friday, February 11, 2011
EL DERECHO DE PATALEO QUE TIENEN LOS AHORCADOS
Notas de una lectura de febrero de Pedro Páramo
17.
--M´s t_ v_ l_ h_ j_ . M´s t_ v_l_ --m_ d_j_ _ d_v_g_s Dy_d_ .
Y_ _st_b_ _lt_ l_ n_ch_. L_ l´mp_r_ qu_ _rd´_ _n _n r_nc´n c_m_nz´ _ l_ng__d_c_r; l__g_ p_rp_d_´y t_rm_n´_p_g_nd_s_.
S_nt´ q__ l_ m_j_r s_ l_v_nt_b_ y p_ns´ qu_ _r_´_ p_r _n_ n__v_ l_z. _´s_s p_s_s c_d_ v_z m´s l_j_n_s. M_ q__d´_sp_r_nd_.
P_s_d_ _n r_t_ y _l v_r q__ n_ v_lv´_, m_ l_v_nt´y_ t_mb_´n. F__ c_m_n_nd_ _ p_s_s c_rt_s, t_nt_nd_ _n l_ _sc_r_d_d, h_st_ q__ ll_g_´_ m_ c__rt_. _ll´m_ s_nt´_n _l s__l_ _ _sp_r_r _l s__ñ_.
D_rm´_ p__s_s.
_n _n_ d_ _s_s p__s_s f__ c__nd_ _´_l gr_t_. _r_ _n gr_t_ _rr_str_d_ c_m_ _l _l_r_d_ d_ _lg´n b_rr_ach_: "¡_y v_d_ n_ m_ m_r_c_s!".
M_ _nd_r_c´ d_ pr_s_ p_rq__ c_s_ l_ _´j_nt_ _ m_s _r_j_s; p_d_ h_b_r s_d_ _n l_ c_ll_; p_r_ y_ l_ _´_q_í, _nt_d_ _ l_s p_r_d_s d_ m_ c__rt_. _l d_sp_rt_r, t_d_ _st_b_ _n s_l_nc__; s´l_ _l c__r d_ l_ p_l_ll_y _l r_m_r d_l s_l_nc_o.
N_, n_ _r_ p_s_bl_ c_lc_l_r l_ h_nd_r_ d_l s_l_nc__ q__ pr_d_j_ _q__l gr_t_. C_m_ s_ l_ t__rr_ s_ h_b__r_ v_c__d_ d_ s_ __r_. N_ng´n s_n_d_; n_ _l d_l r_s__ll_, n_ _l d_l l_t_r d_l c_r_z´n; c_m_ s_ s_ d_t_v__r_ _l m_sm_ r__d_ d_ l_ c_nc__nc__. Y c__nd_ t_rm_n´l_ p__s_ y v_lv´_ tr_nq_l_z_rm_, r_t_rn´_l gr_t_ y s_ s_g__´_y_nd_ p_r _n l_rg_ r_t_: "¡D´_nm_ __nq_ s__ _l d_r_ch_ d_ p_t_l__ q__ t__n_n l_s -h_rc_d_s!".
_nt_nc_s _br__r_n d_ p_r _n p_r l_ p__rt_.
--¿_s _st_d, d_ñ_ _d_v_g_s? --pr_g_nt´--. ¿Q_´_s l_ q__ _st´s_c_d__nd_? _T_v_ _st_d m__d_?
--N_ m_ ll_m_ _d_v_g_s. S_y D_m__n_. S_p_ q__ _st_b_s p_r _q_´y v_n_ _ v_rt_. Q___r_ _nv_t_rt_ _ d_rm_r _ m_ c_s_. :ll´t_ndr´s d´nd_ d_sc_ns_r.
--¿D_m__an_ __sn_r_s? ¿N_ _s _st_d d_ l_s q__ v_v__r_n _n l_ M_d__ L_n_?
--_ll´v_v_. P_r _s_ h_ t_rd_d_ _n v_n_r.
--M_ m_dr_ m_ h_bl´d_ _n_ t_l D_m__n_ q__ m_ h_b´_ c__d_d_ c__nd_ n_c´. ¿D_ m_d_ q__ _st_d...?
--S´, y_ s_y. T_ c_n_zc_ d_sd_ q__ _br_st_ l_s _j_s.
--_r´c_n _st_d. _q_´n_ m_ h_n d_j_d_ _n p_z l_s gr_t_s. ¿N_ _y´l_ q__ _st_b_ p_s_nd_? C_m_ q__ _st_b_n _s_s_n_nd_ _ _lg___n. ¿N_ _c_b_ _st_d d_ _´r?
--T_l v_z s__ _lg´n _c_ q__ _st´_q_´_nc_rr_d_. _n _st_ c__rt_ _h_rc_r_n _ T_r_b__ _ldr_t_ h_c_ m_ch_ t__mp_. L__g_ c_nd_n_r_n l_ p__rt_, h_st_ q__ ´l s_ s_c_r_; p_r_ q__ s_ c__rp_ n_ _nc_ntr_r_ r_p_s_. N_ s´c´m_ h_s p_d_d_ _ntr_r, c__nd_ n_ ex_st_ ll_v_ p_r_ _br_r _st_ p__rt_.
--F__ d_ñ_ _d_v_g_s q___n _br_´. M_ d_j_ q__ _r_ _l ´n_c_ c__rt_ q__ t_n´_ d_sp_n_bl_.
--¿_d_v_g_s Dy_d_?
--_ll_.
--P_br_ _d_v_g_s. D_b_ d_ _nd_r p_n_nd_ t_d_v´_.
--crg
Notas de una lectura de febrero de Pedro Páramo
17.
--M´s t_ v_ l_ h_ j_ . M´s t_ v_l_ --m_ d_j_ _ d_v_g_s Dy_d_ .
Y_ _st_b_ _lt_ l_ n_ch_. L_ l´mp_r_ qu_ _rd´_ _n _n r_nc´n c_m_nz´ _ l_ng__d_c_r; l__g_ p_rp_d_´y t_rm_n´_p_g_nd_s_.
S_nt´ q__ l_ m_j_r s_ l_v_nt_b_ y p_ns´ qu_ _r_´_ p_r _n_ n__v_ l_z. _´s_s p_s_s c_d_ v_z m´s l_j_n_s. M_ q__d´_sp_r_nd_.
P_s_d_ _n r_t_ y _l v_r q__ n_ v_lv´_, m_ l_v_nt´y_ t_mb_´n. F__ c_m_n_nd_ _ p_s_s c_rt_s, t_nt_nd_ _n l_ _sc_r_d_d, h_st_ q__ ll_g_´_ m_ c__rt_. _ll´m_ s_nt´_n _l s__l_ _ _sp_r_r _l s__ñ_.
D_rm´_ p__s_s.
_n _n_ d_ _s_s p__s_s f__ c__nd_ _´_l gr_t_. _r_ _n gr_t_ _rr_str_d_ c_m_ _l _l_r_d_ d_ _lg´n b_rr_ach_: "¡_y v_d_ n_ m_ m_r_c_s!".
M_ _nd_r_c´ d_ pr_s_ p_rq__ c_s_ l_ _´j_nt_ _ m_s _r_j_s; p_d_ h_b_r s_d_ _n l_ c_ll_; p_r_ y_ l_ _´_q_í, _nt_d_ _ l_s p_r_d_s d_ m_ c__rt_. _l d_sp_rt_r, t_d_ _st_b_ _n s_l_nc__; s´l_ _l c__r d_ l_ p_l_ll_y _l r_m_r d_l s_l_nc_o.
N_, n_ _r_ p_s_bl_ c_lc_l_r l_ h_nd_r_ d_l s_l_nc__ q__ pr_d_j_ _q__l gr_t_. C_m_ s_ l_ t__rr_ s_ h_b__r_ v_c__d_ d_ s_ __r_. N_ng´n s_n_d_; n_ _l d_l r_s__ll_, n_ _l d_l l_t_r d_l c_r_z´n; c_m_ s_ s_ d_t_v__r_ _l m_sm_ r__d_ d_ l_ c_nc__nc__. Y c__nd_ t_rm_n´l_ p__s_ y v_lv´_ tr_nq_l_z_rm_, r_t_rn´_l gr_t_ y s_ s_g__´_y_nd_ p_r _n l_rg_ r_t_: "¡D´_nm_ __nq_ s__ _l d_r_ch_ d_ p_t_l__ q__ t__n_n l_s -h_rc_d_s!".
_nt_nc_s _br__r_n d_ p_r _n p_r l_ p__rt_.
--¿_s _st_d, d_ñ_ _d_v_g_s? --pr_g_nt´--. ¿Q_´_s l_ q__ _st´s_c_d__nd_? _T_v_ _st_d m__d_?
--N_ m_ ll_m_ _d_v_g_s. S_y D_m__n_. S_p_ q__ _st_b_s p_r _q_´y v_n_ _ v_rt_. Q___r_ _nv_t_rt_ _ d_rm_r _ m_ c_s_. :ll´t_ndr´s d´nd_ d_sc_ns_r.
--¿D_m__an_ __sn_r_s? ¿N_ _s _st_d d_ l_s q__ v_v__r_n _n l_ M_d__ L_n_?
--_ll´v_v_. P_r _s_ h_ t_rd_d_ _n v_n_r.
--M_ m_dr_ m_ h_bl´d_ _n_ t_l D_m__n_ q__ m_ h_b´_ c__d_d_ c__nd_ n_c´. ¿D_ m_d_ q__ _st_d...?
--S´, y_ s_y. T_ c_n_zc_ d_sd_ q__ _br_st_ l_s _j_s.
--_r´c_n _st_d. _q_´n_ m_ h_n d_j_d_ _n p_z l_s gr_t_s. ¿N_ _y´l_ q__ _st_b_ p_s_nd_? C_m_ q__ _st_b_n _s_s_n_nd_ _ _lg___n. ¿N_ _c_b_ _st_d d_ _´r?
--T_l v_z s__ _lg´n _c_ q__ _st´_q_´_nc_rr_d_. _n _st_ c__rt_ _h_rc_r_n _ T_r_b__ _ldr_t_ h_c_ m_ch_ t__mp_. L__g_ c_nd_n_r_n l_ p__rt_, h_st_ q__ ´l s_ s_c_r_; p_r_ q__ s_ c__rp_ n_ _nc_ntr_r_ r_p_s_. N_ s´c´m_ h_s p_d_d_ _ntr_r, c__nd_ n_ ex_st_ ll_v_ p_r_ _br_r _st_ p__rt_.
--F__ d_ñ_ _d_v_g_s q___n _br_´. M_ d_j_ q__ _r_ _l ´n_c_ c__rt_ q__ t_n´_ d_sp_n_bl_.
--¿_d_v_g_s Dy_d_?
--_ll_.
--P_br_ _d_v_g_s. D_b_ d_ _nd_r p_n_nd_ t_d_v´_.
--crg
Thursday, February 10, 2011
Wednesday, February 09, 2011
VIENDO SALTAR CABRAS
Notas para una lectura de febrero de Pedro Páramo
16.
1. Había estrellas fugaces.
1.1. Las luces de Comala se apagaron.
1.2. Entonces el cielo se adueñó de la noche.
2. El padre Rentería se revolcaba en su cama sin poder dormir:
2.1. "Todo esto sucede por mi culpa--se dijo--.
2.2. El temor de ofender a quienes me sostienen.
2.2.1. Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento.
2.2.2. De los pobres no consigo nada; las oraciones no llenan el estómago.
2.3. Así ha sido hasta ahora.
2.4. Y éstas son las consecuencias.
2.5. Mi culpa.
2.5.1. He traicionado a aquellos que me quieren y que he han dado su fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios.
2.6. ¿Pero qué han logrado con su fe?
2.6.1. ¿La ganancia del cielo?
2.6.2. ¿O la purificación de sus almas?
2.6.2.1. Y para qué purifican su alma, si en el último momento...
2.7. Todavía tengo frente a mis ojos la mirada de María Dyada, que vino a pedirme que salvara a su hermana Eduviges:
2.7.1. ''--Ella sirvió siempre a sus semejantes.
2.7.2. Les dio lo que tuvo.
2.7.2.1. Hasta les dio un hijo, a todos.
2.7.2.1.1. Y se los puso enfrente para que alguien lo reconociera como suyo; pero nadie lo quiso hacer.
2.7.2.1.2. Entonces les dijo: "Es ese caso yo soy también su padre, aunque por casualidad haya sido su madre".
2.7.2.2. Abusaron de su hospitalidad por esa bondad suya de no querer ofenderlos ni de malquistarse con ninguno.
2.7.2. "--Pero ella se suicidó.
2.7.2.1. Obró contra la mano de Dios.
2.7.3. "--No le quedaba otro camino.
2.7.3.1. Se resolvió a eso también por bondad.
2.7.4 "--Falló a última hora--eso es lo que le dije--.
2.7.4.1. En el último momento.
2.7.4.2. ¡Tantos bienes acumulados para su salvación y perderlos así de pronto!
2.7.5. "--Pero no los perdió.
2.7.5.1. Murió con muchos dolores.
2.7.5.2. Y el dolor...
2.7.5.3. Usted nos ha dicho algo acerca del dolor que ya no recuerdo.
2.7.5.4. Ella se fue por ese dolor.
2.7.5.5. Murió retorcida por la sangre que la ahogaba.
2.7.5.6. Todavía veo sus muecas y sus muecas eran los más tristes gestos que ha hecho un ser humano.
2.7.6. "--Tal vez rezando mucho.
2.7.7. "--Vamos rezando mucho, padre.
2.7.8. "--Digo tal vez, si acaso, con las misas gregorianas; pero para eso necesitamos pedir ayuda, mandar traer sacerdotes.
2.7.8.1. Y eso cuesta dinero.
2.8. Ahí estaba frente a mis ojos la mirada de María Dyada, una pobre mujer, llena de hijos.
2.8.1. "--No tengo dinero.
2.8.2. Eso usted lo sabe, padre.
2.9. "--Dejemos las cosas como están.
2.9.1. Esperemos en Dios.
2.9.2. "--Sí, padre."
3. ¿Por qué aquella mirada se volvía valiente ante la resignación?
3.1. ¿Qué le costaba a él perdonar, cuando era tan fácil decir una palabra o dos, cien palabras si éstas fueran necesarias para salvar el alma.
3.2. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno?
3.3. Y sin embargo, él, perdido en un pueblo sin nombre, sabía los que habían merecido el cielo.
3.4. Había un catálogo.
3.5. Comenzó a recorrer los santos del panteón católico comenzando por los del día:
3.5.1. "Santa Ninulona, virgen y mártir; Anercio, obispo; Santas Salomé viuda, Alodia o Elodia y Nulina, vírgenes; Córdula y Donato".
3.6. Y siguió.
3.7. Ya iba siendo dominado por el sueño cuando se sentó en la cama.
3.8. "Estoy repasando una hilera de santos como si estuviera viendo saltar cabras".
4. Salió fuera y miró el cielo.
4.1. Llovía estrellas.
4.2. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un cielo quieto.
4.3. Oyó el canto de los gallos.
5. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra.
5.1 La tierra, "este valle de lágrimas".
--crg
Notas para una lectura de febrero de Pedro Páramo
16.
1. Había estrellas fugaces.
1.1. Las luces de Comala se apagaron.
1.2. Entonces el cielo se adueñó de la noche.
2. El padre Rentería se revolcaba en su cama sin poder dormir:
2.1. "Todo esto sucede por mi culpa--se dijo--.
2.2. El temor de ofender a quienes me sostienen.
2.2.1. Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento.
2.2.2. De los pobres no consigo nada; las oraciones no llenan el estómago.
2.3. Así ha sido hasta ahora.
2.4. Y éstas son las consecuencias.
2.5. Mi culpa.
2.5.1. He traicionado a aquellos que me quieren y que he han dado su fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios.
2.6. ¿Pero qué han logrado con su fe?
2.6.1. ¿La ganancia del cielo?
2.6.2. ¿O la purificación de sus almas?
2.6.2.1. Y para qué purifican su alma, si en el último momento...
2.7. Todavía tengo frente a mis ojos la mirada de María Dyada, que vino a pedirme que salvara a su hermana Eduviges:
2.7.1. ''--Ella sirvió siempre a sus semejantes.
2.7.2. Les dio lo que tuvo.
2.7.2.1. Hasta les dio un hijo, a todos.
2.7.2.1.1. Y se los puso enfrente para que alguien lo reconociera como suyo; pero nadie lo quiso hacer.
2.7.2.1.2. Entonces les dijo: "Es ese caso yo soy también su padre, aunque por casualidad haya sido su madre".
2.7.2.2. Abusaron de su hospitalidad por esa bondad suya de no querer ofenderlos ni de malquistarse con ninguno.
2.7.2. "--Pero ella se suicidó.
2.7.2.1. Obró contra la mano de Dios.
2.7.3. "--No le quedaba otro camino.
2.7.3.1. Se resolvió a eso también por bondad.
2.7.4 "--Falló a última hora--eso es lo que le dije--.
2.7.4.1. En el último momento.
2.7.4.2. ¡Tantos bienes acumulados para su salvación y perderlos así de pronto!
2.7.5. "--Pero no los perdió.
2.7.5.1. Murió con muchos dolores.
2.7.5.2. Y el dolor...
2.7.5.3. Usted nos ha dicho algo acerca del dolor que ya no recuerdo.
2.7.5.4. Ella se fue por ese dolor.
2.7.5.5. Murió retorcida por la sangre que la ahogaba.
2.7.5.6. Todavía veo sus muecas y sus muecas eran los más tristes gestos que ha hecho un ser humano.
2.7.6. "--Tal vez rezando mucho.
2.7.7. "--Vamos rezando mucho, padre.
2.7.8. "--Digo tal vez, si acaso, con las misas gregorianas; pero para eso necesitamos pedir ayuda, mandar traer sacerdotes.
2.7.8.1. Y eso cuesta dinero.
2.8. Ahí estaba frente a mis ojos la mirada de María Dyada, una pobre mujer, llena de hijos.
2.8.1. "--No tengo dinero.
2.8.2. Eso usted lo sabe, padre.
2.9. "--Dejemos las cosas como están.
2.9.1. Esperemos en Dios.
2.9.2. "--Sí, padre."
3. ¿Por qué aquella mirada se volvía valiente ante la resignación?
3.1. ¿Qué le costaba a él perdonar, cuando era tan fácil decir una palabra o dos, cien palabras si éstas fueran necesarias para salvar el alma.
3.2. ¿Qué sabía él del cielo y del infierno?
3.3. Y sin embargo, él, perdido en un pueblo sin nombre, sabía los que habían merecido el cielo.
3.4. Había un catálogo.
3.5. Comenzó a recorrer los santos del panteón católico comenzando por los del día:
3.5.1. "Santa Ninulona, virgen y mártir; Anercio, obispo; Santas Salomé viuda, Alodia o Elodia y Nulina, vírgenes; Córdula y Donato".
3.6. Y siguió.
3.7. Ya iba siendo dominado por el sueño cuando se sentó en la cama.
3.8. "Estoy repasando una hilera de santos como si estuviera viendo saltar cabras".
4. Salió fuera y miró el cielo.
4.1. Llovía estrellas.
4.2. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un cielo quieto.
4.3. Oyó el canto de los gallos.
5. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra.
5.1 La tierra, "este valle de lágrimas".
--crg
Tuesday, February 08, 2011
MI PASO POR TRÁNSCRITO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La escena se repite con una frecuencia escandalosa aunque, en honor a la verdad, cada vez incorpora ligeras variaciones que la vuelven interesante o, al menos, reconocible como repetición variada de algo más. El guión básico de la escena incluye a dos hablantes que participan de un diálogo cotidiano cuyo flujo se ve interrumpido por la aparición de El Acento. Para un espectador ajeno al contexto de los dos hablantes, debería ser claro que ambos tienen acento —es decir, ambos enuncian palabras con un tono de voz y un ritmo y una velocidad peculiares—. Para un espectador más cercano al contexto donde se produce el diálogo entre los dos hablantes, sin embargo, es claro que uno de ellos tiene un acento que, en su semejanza con el habla de los muchos alrededor, se ha vuelto transparente y, por lo tanto, pasa desapercibido, mientras que el acento del segundo hablante va marcado por señas de volumen, ritmo y dicción que lo resaltan como distinto. Este diálogo se nota más cuando se lleva a cabo entre hablantes de dos idiomas diferentes, aunque también suele desarrollarse entre hablantes de una lengua en común. Veamos.
Hablante 1: Enuncia algo.
Hablante 2: No entiende lo enunciado y, luego entonces, detiene el diálogo a través de una interjección.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Interjección]
Hablante 1: Reacciona ante la interjección y, luego entonces, repite de manera veloz, acaso sin pensar en el hecho, el algo enunciado con anterioridad. A esa anterioridad desde ahora la llamaremos el origen o lo original.
Hablante 2: No entiende lo enunciado y, luego entonces, pide expresa y literalmente su repetición.
Hablante 1: Repite el algo enunciado originalmente pero ahora a una velocidad muy lenta.
Hablante 2: No entiende y, luego entonces, pide que se deletree lo enunciado.
[1.intr. Pronunciar separadamente las letras de cada sílaba, las sílabas de cada palabra y luego la palabra entera; p. ej., b, o, bo, c, a, ca; boca. 2.tr. Pronunciar aislada y separadamente las letras de una o más palabras. 3.tr. Adivinar, interpretar lo oscuro y dificultoso de entender.]
Hablante 1: Deletrea el algo enunciado en el origen. Imagen: los gestos enaltecidos de los labios, la incorporación de las cejas o las manos en el proceso de intercambio.
Hablante 2: Guarda silencio, escucha cada una de las letras enunciadas, las ve literalmente pasar frente a sus ojos mientras se introducen con gran lentitud dentro de sus oídos. Lee, eso queda claro. Lee así y, entonces, sólo entonces, responde.
Hablante 1: Continúa la conversación original hasta que la escena, que es esta escena, se repita una vez más.
CONFESIÓN TRISTÍSIMA: Tengo acento, eso es cierto. Es más: tengo dos acentos, al menos. Nada de lo que cuento aquí tendría mucho sentido si el proceso de migración que me llevó de México a Estados Unidos hace ya algunos años no hubiera marcado mis hábitos de enunciación en las dos lenguas que utilizo de manera preponderante para platicar, trabajar, crear. Nunca intenté no tener un acento, pero tampoco imaginé que con el paso del tiempo adquiriría dos. Y los que me han oído hablar en español, especialmente si estoy nerviosa, saben a lo que me refiero. No sé, ahora, qué sería tener una vida no acentuada. No sé cómo me sentiría si mi manera de hablar no pusiera a todos en alerta: ella no es de aquí. Tengo ya pocos recuerdos de cuando mi acento se confundía con la así llamada normalidad. Como lo explica Yoko Tawada en un texto todavía sin traducción publicada pero cuyo título correspondería, según dicen, al vocablo Exofonía, “seguir los acentos propios y lo que éstos traen puede convertirse en una cuestión de creación literaria”.
[la referencia al texto sin traducción la tomé de “Language in Migration: Miltilingualism and Exophonic Writing in the New Poetics”, en Unoriginal Genius. Poetry by other means in the new Century, de Marjorie Perloff]
De su paso del japonés al alemán, lengua ésta última en la que también ha escrito poesía y novelas, Tawada dice, y aquí traduzco del inglés: “La gente dice que mis oraciones en alemán son muy claras y fáciles de oír, pero que todavía “no son comunes” y, en cierto modo, están desviadas. No me extraña, porque las oraciones son el resultado que yo como un cuerpo individual he absorbido y acumulado al vivir en un mundo multilingüe… El ser humano de hoy es el sitio donde co-existen diferentes lenguajes en mutua transformación y no tiene sentido cancelar esa co-habitación o suprimir la distorsión resultante”.
Volvamos a la escena original. Sabemos que algo ha sucedido entre Hablante 1 y Hablante 2 porque la conversación, cuya naturaleza es fluir, se ha detenido. Seguramente un elemento extraño o no reconocido como una repetición de algo más ha sido incorporado a la conversación y eso ha propiciado el reparo. El paso de una orilla a otra suele ser, en efecto, lento. Hablante 1 y Hablante 2 han atravesado acaso algo. Preguntémonos: ¿por qué el Hablante 1 al no entender algo tiene la necesidad de oírlo en el modo del deletreo? ¿Qué significa en realidad pronunciar las letras, como lo define la RAE, “aislada y separadamente”? Aún más, ¿cómo es que deletrear también es “adivinar, interpretar lo oscuro y dificultoso de entender”?
La última vez que participé de una escena como la que describo me di cuenta de algo que antes, con toda seguridad porque es obvio, me había pasado desapercibido. Mientras veía a mi interlocutor haciendo un esfuerzo casi palpable por ver las letras que deletreaba en su idioma “aislada y separadamente” supe que no me estaba oyendo sino que leía lo dicho. Deletrear es una manera de lectura en el aire. El interlocutor aquél estaba, en efecto, transcribiendo mi habla. Mientras yo deletreaba, el interlocutor transformaba el sonido de mi voz en silenciada letra asegurándose q ue en el paso de la oralidad a la grafía disminuyera el efecto de la distorsión. Cuando lo consiguió, cuando fue finalmente capaz de entender y, luego entonces, de participar activamente en la continuación del diálogo, la cara de felicidad no estaba en modo alguno relacionado al contenido del intercambio sino al exitoso proceso de transcripción.
Pensé en ese momento que ambos éramos practicantes de una lengua en franco proceso de anti-extinción: el tránscrito.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Sánscrito]
Así es, se trata de una lengua ceremonial utilizada sobre todo por lectores de pantallas multilingües afectos a los hábitos del copypaste y la yuxtaposición para quienes el oído y las funciones de la oralidad constituyen un riesgo o, con mayor frecuencia, un más allá del que es posible no regresar jamás. Es, en algunos casos, el último reducto de la página silenciosa, convirtiéndose, también con algo de frecuencia, en el estandarte del ojo contra el oído. Se practica en la Tundra Ciberiana, por supuesto.
SEGUNDA CONFESIÓN TRISTÍSIMA: yo sólo sé que quiero escribir un libro en tránscrito.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La escena se repite con una frecuencia escandalosa aunque, en honor a la verdad, cada vez incorpora ligeras variaciones que la vuelven interesante o, al menos, reconocible como repetición variada de algo más. El guión básico de la escena incluye a dos hablantes que participan de un diálogo cotidiano cuyo flujo se ve interrumpido por la aparición de El Acento. Para un espectador ajeno al contexto de los dos hablantes, debería ser claro que ambos tienen acento —es decir, ambos enuncian palabras con un tono de voz y un ritmo y una velocidad peculiares—. Para un espectador más cercano al contexto donde se produce el diálogo entre los dos hablantes, sin embargo, es claro que uno de ellos tiene un acento que, en su semejanza con el habla de los muchos alrededor, se ha vuelto transparente y, por lo tanto, pasa desapercibido, mientras que el acento del segundo hablante va marcado por señas de volumen, ritmo y dicción que lo resaltan como distinto. Este diálogo se nota más cuando se lleva a cabo entre hablantes de dos idiomas diferentes, aunque también suele desarrollarse entre hablantes de una lengua en común. Veamos.
Hablante 1: Enuncia algo.
Hablante 2: No entiende lo enunciado y, luego entonces, detiene el diálogo a través de una interjección.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Interjección]
Hablante 1: Reacciona ante la interjección y, luego entonces, repite de manera veloz, acaso sin pensar en el hecho, el algo enunciado con anterioridad. A esa anterioridad desde ahora la llamaremos el origen o lo original.
Hablante 2: No entiende lo enunciado y, luego entonces, pide expresa y literalmente su repetición.
Hablante 1: Repite el algo enunciado originalmente pero ahora a una velocidad muy lenta.
Hablante 2: No entiende y, luego entonces, pide que se deletree lo enunciado.
[1.intr. Pronunciar separadamente las letras de cada sílaba, las sílabas de cada palabra y luego la palabra entera; p. ej., b, o, bo, c, a, ca; boca. 2.tr. Pronunciar aislada y separadamente las letras de una o más palabras. 3.tr. Adivinar, interpretar lo oscuro y dificultoso de entender.]
Hablante 1: Deletrea el algo enunciado en el origen. Imagen: los gestos enaltecidos de los labios, la incorporación de las cejas o las manos en el proceso de intercambio.
Hablante 2: Guarda silencio, escucha cada una de las letras enunciadas, las ve literalmente pasar frente a sus ojos mientras se introducen con gran lentitud dentro de sus oídos. Lee, eso queda claro. Lee así y, entonces, sólo entonces, responde.
Hablante 1: Continúa la conversación original hasta que la escena, que es esta escena, se repita una vez más.
CONFESIÓN TRISTÍSIMA: Tengo acento, eso es cierto. Es más: tengo dos acentos, al menos. Nada de lo que cuento aquí tendría mucho sentido si el proceso de migración que me llevó de México a Estados Unidos hace ya algunos años no hubiera marcado mis hábitos de enunciación en las dos lenguas que utilizo de manera preponderante para platicar, trabajar, crear. Nunca intenté no tener un acento, pero tampoco imaginé que con el paso del tiempo adquiriría dos. Y los que me han oído hablar en español, especialmente si estoy nerviosa, saben a lo que me refiero. No sé, ahora, qué sería tener una vida no acentuada. No sé cómo me sentiría si mi manera de hablar no pusiera a todos en alerta: ella no es de aquí. Tengo ya pocos recuerdos de cuando mi acento se confundía con la así llamada normalidad. Como lo explica Yoko Tawada en un texto todavía sin traducción publicada pero cuyo título correspondería, según dicen, al vocablo Exofonía, “seguir los acentos propios y lo que éstos traen puede convertirse en una cuestión de creación literaria”.
[la referencia al texto sin traducción la tomé de “Language in Migration: Miltilingualism and Exophonic Writing in the New Poetics”, en Unoriginal Genius. Poetry by other means in the new Century, de Marjorie Perloff]
De su paso del japonés al alemán, lengua ésta última en la que también ha escrito poesía y novelas, Tawada dice, y aquí traduzco del inglés: “La gente dice que mis oraciones en alemán son muy claras y fáciles de oír, pero que todavía “no son comunes” y, en cierto modo, están desviadas. No me extraña, porque las oraciones son el resultado que yo como un cuerpo individual he absorbido y acumulado al vivir en un mundo multilingüe… El ser humano de hoy es el sitio donde co-existen diferentes lenguajes en mutua transformación y no tiene sentido cancelar esa co-habitación o suprimir la distorsión resultante”.
Volvamos a la escena original. Sabemos que algo ha sucedido entre Hablante 1 y Hablante 2 porque la conversación, cuya naturaleza es fluir, se ha detenido. Seguramente un elemento extraño o no reconocido como una repetición de algo más ha sido incorporado a la conversación y eso ha propiciado el reparo. El paso de una orilla a otra suele ser, en efecto, lento. Hablante 1 y Hablante 2 han atravesado acaso algo. Preguntémonos: ¿por qué el Hablante 1 al no entender algo tiene la necesidad de oírlo en el modo del deletreo? ¿Qué significa en realidad pronunciar las letras, como lo define la RAE, “aislada y separadamente”? Aún más, ¿cómo es que deletrear también es “adivinar, interpretar lo oscuro y dificultoso de entender”?
La última vez que participé de una escena como la que describo me di cuenta de algo que antes, con toda seguridad porque es obvio, me había pasado desapercibido. Mientras veía a mi interlocutor haciendo un esfuerzo casi palpable por ver las letras que deletreaba en su idioma “aislada y separadamente” supe que no me estaba oyendo sino que leía lo dicho. Deletrear es una manera de lectura en el aire. El interlocutor aquél estaba, en efecto, transcribiendo mi habla. Mientras yo deletreaba, el interlocutor transformaba el sonido de mi voz en silenciada letra asegurándose q ue en el paso de la oralidad a la grafía disminuyera el efecto de la distorsión. Cuando lo consiguió, cuando fue finalmente capaz de entender y, luego entonces, de participar activamente en la continuación del diálogo, la cara de felicidad no estaba en modo alguno relacionado al contenido del intercambio sino al exitoso proceso de transcripción.
Pensé en ese momento que ambos éramos practicantes de una lengua en franco proceso de anti-extinción: el tránscrito.
[http://es.wikipedia.org/wiki/Sánscrito]
Así es, se trata de una lengua ceremonial utilizada sobre todo por lectores de pantallas multilingües afectos a los hábitos del copypaste y la yuxtaposición para quienes el oído y las funciones de la oralidad constituyen un riesgo o, con mayor frecuencia, un más allá del que es posible no regresar jamás. Es, en algunos casos, el último reducto de la página silenciosa, convirtiéndose, también con algo de frecuencia, en el estandarte del ojo contra el oído. Se practica en la Tundra Ciberiana, por supuesto.
SEGUNDA CONFESIÓN TRISTÍSIMA: yo sólo sé que quiero escribir un libro en tránscrito.
--crg
Saturday, February 05, 2011
NO ME PREGUNTES POR QUÉ HE SIDO BUENO CONTIGO
[en Óyeme con los ojos. De Sor Juana al siglo XXI. 21 Escritoras revolucionarias, ed., Patricia Rosas Lopátegui]
—Hay algo de malsano en todo esto —le dije sin recapacitar en el hecho de que había aceptado reunirme ahí, un así llamado Comedor Familiar, con una persona a la que apenas conocía. La vi directamente a los ojos cuando hice el comentario, pero no dejé de tocar la hoja de papel en que la mujer había trascrito, no sin ciertas faltas de ortografía, algunas notas que, según ella, yo le había leído en voz alta hacía no mucho.
—En persona —había insistido en el tema varias veces ya—. En el sueño, claro, pero en persona.
Iniciaba entonces la época en que había dejado atrás la ilusión de dirigir mi escritura para, en su lugar, dejarme dirigir por ella—acaso una ilusión más poderosa. Escribía, quiero decir, lo que me dio por llamar La Novela de Todos Los Días: una serie de textos dictados por otros que, luego, iba acomodando en una estructura aparentemente aleatoria, sugerentemente inconexa, aunque en realidad cada vez más apegada a las reglas de la vida cotidiana que suelen ser, por cierto, implacables. Pensaba entonces, como todavía lo pienso ahora, que la novela, de ser algo, era el filtro a través del cual la vida de todos los días, inescrutable en su propio presente, se volvía, y eso a veces, inteligible, que no es lo mismo que soportable. Acaso fue por esa razón que, cuando llegó a mi buzón el mensaje de una mujer desconocida que argumentaba, con singular vehemencia y con más lujo de detalles, que yo tenía que conocer su historia, le contesté que me la contara sin pensar demasiado en las consecuencias.
Yo ya sabía muy bien, como lo supe con toda certeza desde que escribí un cuento al que titulé El desconocimiento, que cuando una mujer o un hombre hablan de “su historia” siempre se refieren en realidad a su “historia de amor”. Así que no me extrañó en lo más mínimo que, pronto, la Mujer Desconocida, la Mujer de la Vehemencia Singular, empezara a contarme la historia con la que se hacía a sí misma que era, ciertamente, la historia de su historia con otro: la historia siempre repetida del amor, ¿no le parece?
Las voces viajan distancias muy largas.
“Nunca lo conocí”, había escrito desde el inicio, y eso debió alertarme, pero seguí leyendo. “Lo conocía ya, por supuesto, en mis sueños, pero en el terreno de lo que usted o yo podríamos denominar como La Vida Real, ahí sólo lo vi de lejos”.
Me reí, por supuesto, acordándome de los muchos relatos que yo había escrito en que los personajes viven con mayor exactitud o destreza en sus sueños que en sus casas, y constatando, por su uso de las mayúsculas, que La Vehemente buscaba, no sin éxito, un punto en común, si no conmigo, por lo menos sí con mi escritura. Me reí, repito y, luego, casi al instante, dejé de hacerlo. La mueca en la cara. La sensación de estar reconociendo algo: un perfume muy viejo y ya fuera del mercado, un rostro inolvidable y sin embargo perdedizo, el eco de un nombre a través del tiempo. Sacudí la cabeza de derecha a izquierda, como si tratara de quitarme una sombra de encima, y seguí leyendo.
A la primera reunión llegué con cierta aprehensión, como suele ser el caso. Me había puesto zapatos bajos, por si era necesario salir corriendo, y lentes oscuros, porque el sol de la primavera caía a esas horas de la media tarde con una vehemencia similar a los mensajes de la Mujer Desconocida. Las jacarandas en flor. El ruido del pasto que crece. Llevaba, además, el celular en la mano derecha, lista para marcar los números de emergencia en caso de que la ocasión lo ameritara. Los sobresaltos de la vida me han enseñado a ser atenta con esas cosas. Ella me había citado en un Comedor Familiar, que era como le denominaban en esa ciudad a los restaurantes de poca monta en los que servían comida como pretexto para servir alcohol. Cuando crucé las puertas abatibles, una mujer delgada, de estilizado pelo corto, alzó la mano de inmediato. Tenía ya una cerveza frente a sí y, en el rostro, explotando de hecho, una de esas sonrisas amplias y confiadas que suelo asociar con la locura o la adolescencia. Minutos después, al contestar la primera llamada de los amigos que me cuidaban desde un establecimiento cercano, les aseguré que todo estaba bien.
—Es de fiar —les describí a la mujer justo de esa manera.
—Antes de que piense que estoy loca —djjo ella apenas si me senté a la mesa—, quiero que sepa que estudio y trabajo —a la mesera que se nos acercó le pedí en voz baja, como si no osara interrumpirla, lo mismo que tomaba la mujer de enfrente. —Tengo, lo que se dice, una vida normal, ¿va? —insistió.
—Va —repetí. Y me dispuse a escuchar.
Muchos años atrás, esa misma mujer me había nombrado, en otro cuento, Xian. Bautismo truculento. Todo había acontecido en una ciudad desquiciada, en el efímero azar de una esquina, una parada de autobús o un parque. Era la misma, de eso no me cupo la menor duda. El tiempo no había pasado por ella, eso es cierto, pero sí por mí. La diferencia entre la realidad y la ficción es, con frecuencia, brutal. Sentí, de repente, ganas de fumar. Sentí una terrible nostalgia por todo aquello. La juventud. El alarido. Me pregunté por su suerte y, luego, con azoro, me di cuenta de que podía preguntárselo ahí, en ese momento. Podía decir: ¿Y cómo te fue en la vida, Xian? Había esperado a su hombre 24 horas, eso recordaba. Había hablado acerca de él durante esas 24 horas sin parar, como si la presencia o la ausencia física del hombre poco o nada tuviera que ver con su estar-ahí, conjurándolo de hecho. Habíamos bebido whisky u otra cosa y, ya casi en la madrugada, dentro de un cuarto de hotel, había hablado de las mentiras, equiparándolas a la experiencia del amor. Había asegurado que era importante creerse esas mentiras a fondo. La voz grave y lenta. El aire, angelical y rancio a la vez. El estupor. A mí todo eso me había tocado lo suficiente como para que, días después, me pusiera a escribir algo al respecto. Dijo que esperaba a su hombre. No a su amante o a su amigo, dijo que estaba esperando a su hombre.
⎯Así que sobreviviste a todo eso, Xian ⎯murmuré más para mí que para ella cuando finalmente guardó unos segundos de silencio.
Ella, que ya me veía, se volvió a verme. Abrió los ojos y, luego, los cerró. Se rió como antes lo había hecho yo: una mueca apenas, la leve inclinación del labio superior.
⎯Pero si Xian eres tú, ¿no te acuerdas?
Días después, en mi primer intento de transcribir lo que me había dicho La Vehemente, lo que más recordé fue la urgencia de su voz. Un cierto tono de contención forzada, las pausas de la buena educación. Era obvio que había preparado su discurso con antelación, al menos el inicio.
—El hombre apareció de la nada —me había asegurado—. Pero en los sueños no hay por qué buscar una explicación, ¿no es cierto?
Estuve, irremediablemente, de acuerdo.
El ruido del lugar me había distraído varias veces. Los rostros perplejos de algunos comensales me obligaron a hacerme preguntas acerca el paso del tiempo. Cuando vi que, en la mesa contigua, un hombre colocaba porciones de comida en el plato de la mujer que lo acompañaba, me pregunté si no estaría presenciando justo en ese momento el inicio de otra historia que, más tarde, en otro tipo de circunstancias, me sería contada con el mismo tono de voz que ahora me provocaba escozor, sueño. Luego llegó una segunda ronda de cervezas. Y luego una tercera. Al rato, una jovencita de cabello descomunalmente largo se detuvo frente a la rocola y eligió una canción. Se dio la vuelta, entonces, y extendió el brazo mientras contoneaba la cadera al compás de una tonada pegajosa. La sonrisa de la locura o la adolescencia en plena cara. El sonido del acordeón. El alarido. Cuando una mano de mujer salió al encuentro de la mano que, suspendida en el aire, parecía tener vida propia, la Vehemente guardó silencio.
⎯Algo así ⎯susurró⎯. Siempre es algo así.
Sin pedir permiso, una de ellas movió mesas y sillas para despejar el espacio y, ahí, en el centro, sus dos cuerpos. Las carcajadas. El paso del tiempo. Las miradas.
⎯Siempre es algo así ⎯estuve de acuerdo.
[el resto del cuento en Óyeme con los ojos. 21 escritoras revolucionarias]
--crg
[en Óyeme con los ojos. De Sor Juana al siglo XXI. 21 Escritoras revolucionarias, ed., Patricia Rosas Lopátegui]
—Hay algo de malsano en todo esto —le dije sin recapacitar en el hecho de que había aceptado reunirme ahí, un así llamado Comedor Familiar, con una persona a la que apenas conocía. La vi directamente a los ojos cuando hice el comentario, pero no dejé de tocar la hoja de papel en que la mujer había trascrito, no sin ciertas faltas de ortografía, algunas notas que, según ella, yo le había leído en voz alta hacía no mucho.
—En persona —había insistido en el tema varias veces ya—. En el sueño, claro, pero en persona.
Iniciaba entonces la época en que había dejado atrás la ilusión de dirigir mi escritura para, en su lugar, dejarme dirigir por ella—acaso una ilusión más poderosa. Escribía, quiero decir, lo que me dio por llamar La Novela de Todos Los Días: una serie de textos dictados por otros que, luego, iba acomodando en una estructura aparentemente aleatoria, sugerentemente inconexa, aunque en realidad cada vez más apegada a las reglas de la vida cotidiana que suelen ser, por cierto, implacables. Pensaba entonces, como todavía lo pienso ahora, que la novela, de ser algo, era el filtro a través del cual la vida de todos los días, inescrutable en su propio presente, se volvía, y eso a veces, inteligible, que no es lo mismo que soportable. Acaso fue por esa razón que, cuando llegó a mi buzón el mensaje de una mujer desconocida que argumentaba, con singular vehemencia y con más lujo de detalles, que yo tenía que conocer su historia, le contesté que me la contara sin pensar demasiado en las consecuencias.
Yo ya sabía muy bien, como lo supe con toda certeza desde que escribí un cuento al que titulé El desconocimiento, que cuando una mujer o un hombre hablan de “su historia” siempre se refieren en realidad a su “historia de amor”. Así que no me extrañó en lo más mínimo que, pronto, la Mujer Desconocida, la Mujer de la Vehemencia Singular, empezara a contarme la historia con la que se hacía a sí misma que era, ciertamente, la historia de su historia con otro: la historia siempre repetida del amor, ¿no le parece?
Las voces viajan distancias muy largas.
“Nunca lo conocí”, había escrito desde el inicio, y eso debió alertarme, pero seguí leyendo. “Lo conocía ya, por supuesto, en mis sueños, pero en el terreno de lo que usted o yo podríamos denominar como La Vida Real, ahí sólo lo vi de lejos”.
Me reí, por supuesto, acordándome de los muchos relatos que yo había escrito en que los personajes viven con mayor exactitud o destreza en sus sueños que en sus casas, y constatando, por su uso de las mayúsculas, que La Vehemente buscaba, no sin éxito, un punto en común, si no conmigo, por lo menos sí con mi escritura. Me reí, repito y, luego, casi al instante, dejé de hacerlo. La mueca en la cara. La sensación de estar reconociendo algo: un perfume muy viejo y ya fuera del mercado, un rostro inolvidable y sin embargo perdedizo, el eco de un nombre a través del tiempo. Sacudí la cabeza de derecha a izquierda, como si tratara de quitarme una sombra de encima, y seguí leyendo.
A la primera reunión llegué con cierta aprehensión, como suele ser el caso. Me había puesto zapatos bajos, por si era necesario salir corriendo, y lentes oscuros, porque el sol de la primavera caía a esas horas de la media tarde con una vehemencia similar a los mensajes de la Mujer Desconocida. Las jacarandas en flor. El ruido del pasto que crece. Llevaba, además, el celular en la mano derecha, lista para marcar los números de emergencia en caso de que la ocasión lo ameritara. Los sobresaltos de la vida me han enseñado a ser atenta con esas cosas. Ella me había citado en un Comedor Familiar, que era como le denominaban en esa ciudad a los restaurantes de poca monta en los que servían comida como pretexto para servir alcohol. Cuando crucé las puertas abatibles, una mujer delgada, de estilizado pelo corto, alzó la mano de inmediato. Tenía ya una cerveza frente a sí y, en el rostro, explotando de hecho, una de esas sonrisas amplias y confiadas que suelo asociar con la locura o la adolescencia. Minutos después, al contestar la primera llamada de los amigos que me cuidaban desde un establecimiento cercano, les aseguré que todo estaba bien.
—Es de fiar —les describí a la mujer justo de esa manera.
—Antes de que piense que estoy loca —djjo ella apenas si me senté a la mesa—, quiero que sepa que estudio y trabajo —a la mesera que se nos acercó le pedí en voz baja, como si no osara interrumpirla, lo mismo que tomaba la mujer de enfrente. —Tengo, lo que se dice, una vida normal, ¿va? —insistió.
—Va —repetí. Y me dispuse a escuchar.
Muchos años atrás, esa misma mujer me había nombrado, en otro cuento, Xian. Bautismo truculento. Todo había acontecido en una ciudad desquiciada, en el efímero azar de una esquina, una parada de autobús o un parque. Era la misma, de eso no me cupo la menor duda. El tiempo no había pasado por ella, eso es cierto, pero sí por mí. La diferencia entre la realidad y la ficción es, con frecuencia, brutal. Sentí, de repente, ganas de fumar. Sentí una terrible nostalgia por todo aquello. La juventud. El alarido. Me pregunté por su suerte y, luego, con azoro, me di cuenta de que podía preguntárselo ahí, en ese momento. Podía decir: ¿Y cómo te fue en la vida, Xian? Había esperado a su hombre 24 horas, eso recordaba. Había hablado acerca de él durante esas 24 horas sin parar, como si la presencia o la ausencia física del hombre poco o nada tuviera que ver con su estar-ahí, conjurándolo de hecho. Habíamos bebido whisky u otra cosa y, ya casi en la madrugada, dentro de un cuarto de hotel, había hablado de las mentiras, equiparándolas a la experiencia del amor. Había asegurado que era importante creerse esas mentiras a fondo. La voz grave y lenta. El aire, angelical y rancio a la vez. El estupor. A mí todo eso me había tocado lo suficiente como para que, días después, me pusiera a escribir algo al respecto. Dijo que esperaba a su hombre. No a su amante o a su amigo, dijo que estaba esperando a su hombre.
⎯Así que sobreviviste a todo eso, Xian ⎯murmuré más para mí que para ella cuando finalmente guardó unos segundos de silencio.
Ella, que ya me veía, se volvió a verme. Abrió los ojos y, luego, los cerró. Se rió como antes lo había hecho yo: una mueca apenas, la leve inclinación del labio superior.
⎯Pero si Xian eres tú, ¿no te acuerdas?
Días después, en mi primer intento de transcribir lo que me había dicho La Vehemente, lo que más recordé fue la urgencia de su voz. Un cierto tono de contención forzada, las pausas de la buena educación. Era obvio que había preparado su discurso con antelación, al menos el inicio.
—El hombre apareció de la nada —me había asegurado—. Pero en los sueños no hay por qué buscar una explicación, ¿no es cierto?
Estuve, irremediablemente, de acuerdo.
El ruido del lugar me había distraído varias veces. Los rostros perplejos de algunos comensales me obligaron a hacerme preguntas acerca el paso del tiempo. Cuando vi que, en la mesa contigua, un hombre colocaba porciones de comida en el plato de la mujer que lo acompañaba, me pregunté si no estaría presenciando justo en ese momento el inicio de otra historia que, más tarde, en otro tipo de circunstancias, me sería contada con el mismo tono de voz que ahora me provocaba escozor, sueño. Luego llegó una segunda ronda de cervezas. Y luego una tercera. Al rato, una jovencita de cabello descomunalmente largo se detuvo frente a la rocola y eligió una canción. Se dio la vuelta, entonces, y extendió el brazo mientras contoneaba la cadera al compás de una tonada pegajosa. La sonrisa de la locura o la adolescencia en plena cara. El sonido del acordeón. El alarido. Cuando una mano de mujer salió al encuentro de la mano que, suspendida en el aire, parecía tener vida propia, la Vehemente guardó silencio.
⎯Algo así ⎯susurró⎯. Siempre es algo así.
Sin pedir permiso, una de ellas movió mesas y sillas para despejar el espacio y, ahí, en el centro, sus dos cuerpos. Las carcajadas. El paso del tiempo. Las miradas.
⎯Siempre es algo así ⎯estuve de acuerdo.
[el resto del cuento en Óyeme con los ojos. 21 escritoras revolucionarias]
--crg
Friday, February 04, 2011
Thursday, February 03, 2011
LA DESMUERTE DEL AUTOR: DAVID MARKSON 1937-2010
[en Revista de la Universidad de México, No. 84, Febrero 2011]
Todavía recuerdo mi primer día en la tierra con David Markson. No recuerdo por qué andaba en Nueva York pero sí, y esto a la perfección, la manera en que me introduje a The Strand, una librería en la que suelo encontrar cosas que no busco pero que terminan siendo esenciales para mi vida. Ya no sé si recuerdo o invento la luz dorada que, oblicua, atravesaba los ventanales. Pero salta a la memoria el instante en que me fijé en la frase que decoraba la portada de un libro: “In the beginning sometimes I left messages in the street”. Compré Wittgensteins´Mistress por eso, por esa frase. Lo compré junto con otros tantos, pero ése fue el que abrí de inmediato, sentada sobre la banca de un parque cercano. Creo que todo esto ocurría en el otoño, pero no podría jurarlo en ningún momento.
Voraz. Veloz. Atroz. La primera lectura fue así. No recuerdo cuántas horas me tomó leer el libro ni dónde exactamente terminé de leerlo, pero sí recuerdo el súbito acceso de llanto. La incredulidad. Nadie me había hablado de David Markson antes, y muy pocos lo hicieron después. Entre esos pocos estuvo David Foster Wallace, quien en más de una ocasión se refirió elogiosamente a los libros de David Markson: "Nada más ni nada menos el punto más alto de la ficción experimental en este país”. Lo cierto es que, justo como el narrador femenino de esa novela, volví la cabeza de izquierda a derecha creyendo o tratando de convencerme de que no era la última sobre la tierra. La sensación, del todo apabullante, al leer Wittgenstein´s Mistress 15 años después de su publicación, fue la de haber desperdiciado mucho tiempo.
Lo cierto también es que esa lectura vino a confirmarme algunas intuiciones que entretenía alrededor de lo que es, o debería ser, un libro, al mismo tiempo que me abrió maneras alternativas de hacer esas mismas añejas preguntas. Tres tipos de novela que no es la novela de David Markson: la Novela-Experiencia, la Novela-Viajera, y la Novela-Ligue. Empecemos. Hay novelas que pretenden hacernos olvidar que son novelas. En lo que pareciera ser un triste caso de odio-contra-sí-mismas, existen ciertamente las novelas que hasta pretenden hacerse pasar por “la realidad” (la novela como experiencia o como expresión no mediata del yo). Hay novelas que tienen la intención de convertirse en intergalácticos transportes públicos que no tienen el menor empacho en prometer al lector inolvidables travesías por “universos” “reales” (la novela como agencia de viajes). Hay novelas que, en su modernista afán de seducción incluso mantienen que el lector puede “entrar en ellas” (lo novela como una especie de ligue). En la páginas 12 y 13 de Vanishing Point, el libro que David Markson publicó en el 2004, el autor aclara: "Non-linear. Discontinuous. Collage-like. An assamblage. As is already more than self-evident". Luego: "A novel of intellectual reference and allusion, so to speak minus much of the novel. This presumably by now self-evident also".
[el resto del bastante largo artículo en el número de febrero de la Revista de la Universidad Nacional de México].
--crg
[en Revista de la Universidad de México, No. 84, Febrero 2011]
Todavía recuerdo mi primer día en la tierra con David Markson. No recuerdo por qué andaba en Nueva York pero sí, y esto a la perfección, la manera en que me introduje a The Strand, una librería en la que suelo encontrar cosas que no busco pero que terminan siendo esenciales para mi vida. Ya no sé si recuerdo o invento la luz dorada que, oblicua, atravesaba los ventanales. Pero salta a la memoria el instante en que me fijé en la frase que decoraba la portada de un libro: “In the beginning sometimes I left messages in the street”. Compré Wittgensteins´Mistress por eso, por esa frase. Lo compré junto con otros tantos, pero ése fue el que abrí de inmediato, sentada sobre la banca de un parque cercano. Creo que todo esto ocurría en el otoño, pero no podría jurarlo en ningún momento.
Voraz. Veloz. Atroz. La primera lectura fue así. No recuerdo cuántas horas me tomó leer el libro ni dónde exactamente terminé de leerlo, pero sí recuerdo el súbito acceso de llanto. La incredulidad. Nadie me había hablado de David Markson antes, y muy pocos lo hicieron después. Entre esos pocos estuvo David Foster Wallace, quien en más de una ocasión se refirió elogiosamente a los libros de David Markson: "Nada más ni nada menos el punto más alto de la ficción experimental en este país”. Lo cierto es que, justo como el narrador femenino de esa novela, volví la cabeza de izquierda a derecha creyendo o tratando de convencerme de que no era la última sobre la tierra. La sensación, del todo apabullante, al leer Wittgenstein´s Mistress 15 años después de su publicación, fue la de haber desperdiciado mucho tiempo.
Lo cierto también es que esa lectura vino a confirmarme algunas intuiciones que entretenía alrededor de lo que es, o debería ser, un libro, al mismo tiempo que me abrió maneras alternativas de hacer esas mismas añejas preguntas. Tres tipos de novela que no es la novela de David Markson: la Novela-Experiencia, la Novela-Viajera, y la Novela-Ligue. Empecemos. Hay novelas que pretenden hacernos olvidar que son novelas. En lo que pareciera ser un triste caso de odio-contra-sí-mismas, existen ciertamente las novelas que hasta pretenden hacerse pasar por “la realidad” (la novela como experiencia o como expresión no mediata del yo). Hay novelas que tienen la intención de convertirse en intergalácticos transportes públicos que no tienen el menor empacho en prometer al lector inolvidables travesías por “universos” “reales” (la novela como agencia de viajes). Hay novelas que, en su modernista afán de seducción incluso mantienen que el lector puede “entrar en ellas” (lo novela como una especie de ligue). En la páginas 12 y 13 de Vanishing Point, el libro que David Markson publicó en el 2004, el autor aclara: "Non-linear. Discontinuous. Collage-like. An assamblage. As is already more than self-evident". Luego: "A novel of intellectual reference and allusion, so to speak minus much of the novel. This presumably by now self-evident also".
[el resto del bastante largo artículo en el número de febrero de la Revista de la Universidad Nacional de México].
--crg
Wednesday, February 02, 2011
EL DESCONOCIMIENTO
[en Para leer de boleto en el metro. Antología 11]
Lo primero que aquella mujer me dijo fue que esperaba a su hombre. No a su marido, no a su compañero o amigo, sino a su hombre. Se habían dado cita a las seis de la tarde y, después de dos horas de retraso, todavía albergaba esperanzas de que él llegara. En realidad no le pregunté nada; cometí la torpeza de pedirle un cerillo para encender mi cigarro y así, mientras hurgaba en un bolso blanco repleto de cosas, empezó a contarme su maravillosa historia, como la denominaba.
⎯La única de mis historias que está llena de milagros ⎯dijo⎯, que es como la de todos. La historia siempre repetida del amor, ¿no te parece?
Tenían poco menos de un año de conocerse y, desde entonces, se habían dedicado a perfeccionar el viejo rito de tocar a otro, verlo, sentirlo, temblarlo. La banca del parque donde estábamos platicando era su punto de encuentro y, de aquí, usualmente se iban caminando al hotel más cercano sin hablar demasiado.
⎯De qué sirven las palabras en estos casos, ¿dime? ⎯su lógica me hizo guardar silencio. Mientras tanto, me dediqué a fumar y a mirar las nubes y a oírla como quien oye pasar el tiempo. No tenía absolutamente nada qué hacer y la historia de la mujer del parque me hacía las horas dúctiles y blandas, como la lluvia que se presentía de lejos. Pensé que la mujer era o una idiota o una loca y en realidad no le di importancia. Cuando las primeras gotas empezaron a caer, tímidas y plegostiosas, ella decidió que la espera había sido suficiente. En el acto, de la misma forma distraída y fácil con la que empezó a hablarme, me invitó a tomar unas copas. Salimos corriendo.
⎯¿Sabes? Es una lástima que no me haya visto hoy ⎯mencionó con palabras entrecortadas por los resuellos⎯. Nunca había estado tan hermosa. Mira.
Se detuvo de improviso bajo la lluvia para señalarme el carmín de labios, los rizos sedosos de su cabello y, levantándose la falda de grandes flores color púrpura, me mostró las medias que cubrían sus piernas.
⎯Son nuevas. No tienen ningún rasguño, ¿te das cuenta? ⎯detenidas como mármol a punto de volverse piel o viceversa, las piernas parecían huérfanas⎯. Me habría gustado tanto que él se diera cuenta de eso al acariciarme los muslos ⎯mencionó con los ojos clavados en sus propias rodillas.
⎯Sí, es una verdadera lástima ⎯le dije por toda respuesta y la jalé del brazo derecho para seguir corriendo.
El bar era en realidad un hueco en un resquicio de la ciudad, un lugar de techos bajos y susurros entrecortados. No me fijé en el nombre y casi ni pude observarlo porque la mujer del parque pidió dos whiskys tan pronto como nos sentamos.
⎯No te preocupes ⎯me avisó⎯, traigo suficiente dinero. Además, ¿ves a mesero? Fue mi amante hace algún tiempo. Un hombre bueno ⎯el silencio espantó las palabras por un momento y, después de unos minutos largos y delgados como orillas, continuó⎯. En realidad era muy seco, lleno de juicios perfectos sobre todos los acontecimientos del mundo; cualquiera se hubiera aburrido de él como lo hice yo. Nadie lo soportaría por más de dos meses, ni tú que te ves tan paciente y juiciosa ⎯aseveró. Su comentario me hizo reír con gusto y con sorpresa confundidos y así, aún con la boca abierta, brindamos. La cereza danzando en el fondo del vaso se convirtió de repente en un enigma, la parte perdida de una caligrafía complicadísima.
A través del humo de mi cigarro observé su rostro mientras se empinaba el primer Manhattan como si fuera agua. Me impresionó su nariz fina, larga, puntiaguda, como si estuviera acostumbrada a decir mentiras; una nariz aristocrática o extranjera, de ningún modo parecida a los promontorios chatos o rectos que inundan la ciudad. Me impresionaron las mejillas tersas salpicadas de pecas, los labios gruesos cubiertos de un carmín pálido, rosa como coral. Me impresionaron sus ojos risueños, habitados de tranquilidad, llenos de esa calma de los que tienen dinero y puden beber hasta que el cuerpo aguante.
--Mauricio, por favor --le estaba pidiendo al mesero juicioso otra ronda de lo mismo como quien se dirige a un viejo amigo, un criado en permanente servicio. El no necesitó otra seña, se dio la vuelta y al cabo de un rato regresó con dos vasos de lo mismo. Cuando se llevó a los labios el primer sorbo, la mujer empezó a hablar con el tono de los que contestan cuestionarios, el orden ficticio, el sinuoso sarcasmo.
--Me llamo Ángeles y soy uno de ellos --dijo entre risas, burlándose de las dos en realidad--. A veces paso por aquí, verás. Este es el sitio favorito de él y el mío también. Por lo regular nos sentamos al final de la barra, tú sabes, le gusta tocarme las piernas por debajo de la mesa y no se puede hacer eso aquí, enfrente de todos, ¿no es así? --Ángeles acompañaba sus palabras de gestos chiquitos, tímidos. Toda ella se resumía en sonrisas ruborizadas como si fuera una niña contándole sus primeras travesuras al cura de la familia. A él lo llegué a conocer casi completamente en el cuarto Manhattan: su manera de caminar como sobre nubes, su distracción, las días festivos en los que se afeitaba una barba terca, sus rabietas, la curvatura exacta de sus manos al resbalar por la espalda de Ángeles, la marea de vellosidades que se mecía en su cuerpo como barcas pequeñitas en el más calmo de los mares. Su hombre.
Nada de eso me importaba. Siempre fui reacia a esos amores enfermizos que atacan a las mujeres, a esas epidemias de cercanías y violencias que se desatan en sus cuerpos como si hubieran sido inoculadas por un virus mortal, uno de esos gérmenes loquísimos que minan la cordura y la paz, ese pedazo de ácido ribonucleico que destruye una figura hermosa para convertirla en un montón de carne macilenta, expectante, sólo deseosa del deseo. Eso que es peor que la heroína aunque nadie se preocupa ya por ello. Pero, a pesar de todo, la estaba escuchando sin señales de fastidio. Además, el licor era realmente delicioso como para irme. Además afuera seguía lloviendo. Además ella era muy hermosa.
Ángeles me pidió que le encendiera un cigarrillo, pero fue Mauricio, el mesero que había sido su amante, quien se acercó solícito al percibir el gesto. De cualquier manera me lo agradeció.
--Eso es lo que yo llamo un hombre bueno --murmuró lentamente, las palabras arrastrándose una tras otra como caracoles sobre la tierra húmeda. Luego, de repente, empezó a llorar, no con aspavientos, no desesperada; simplemente dejó escapar una o dos lágrimas mientras repetía “ese es un hombre bueno”, “ese es un hombre bueno”, como si fuera su mantra. Cuando sus ojos enrojecieron, yo, lejos de sentirme interesada, empecé a molestarme por estar ahí, escuchando tontería tras tontería de una historia un tanto larga, otro tanto amarga. Ángeles usaba el whisky para chantajearme; Ángeles manipulaba ese aire de tristeza antigua, muy guardada, para mantenerme a su lado; Ángeles ponía ese rictus extraño, esa mueca de ironía y de cinismo que acompaña a las criaturas que están muy lejos y son por lo tanto inalcanzables, para desestabilizarme y aumentar mi interés. Mi coraje aumentaba cada vez que me daba cuenta que no sabía en qué me estaba metiendo. La falta total de certeza me erizaba la piel. Ella, en cambio, parecía manejarse con facilidad en la incertidumbre; la provocaba, la recibía con las manos abiertas como una bendición sagrada.
--Vamos, Ángeles, no es para tanto, mujer --lo dije sin pensar mientras le tomaba las manos y su piel suave, casi invisible, me dejaba un escozor extraño bajo las yemas de los dedos. Ella volvió a sonreír, volvió a llamar a Mauricio para pedirle otro vaso de lo mismo.
--Tienes razón, Xian --dijo, sin preocuparse si ése era o no mi nombre, bautizándome con todo su poderío--. No es para tanto pero a veces, tú sabes, uno se pone tan tonta. Ya llegará él otro día. Mira, voy a brindar por haberte conocido, nada ha pasado aquí.
Entonces sonrió con una burla muy oscura, con una burla tremenda. Brindamos muchas veces por nuestro encuentro en el parque y por la lluvia que nos había empujado hacia su bar favorito y por sus medias impecables y por el amor que todo lo crea y todo lo destruye, por el velo mágico con que nos cubre el rostro para soportar el mundo. Vacíos ya, los vasos entrechocaban como accidentes, cristal partido.
[el resto del cuento en Para leer de boleto en el metro. Antología 11, junto con cuentos de Fernando del Paso, Ethel Krauze, Rafael Barajas "El Fisgón", Agustín Ramos, Rolo Diez, Malva Flores, Efraín Bartolomé y Tomás Urtusástegui. EL 16 de febrero se hace la presentación en el libropuerto de la estación División del Norte, por cierto].
--crg
[en Para leer de boleto en el metro. Antología 11]
Lo primero que aquella mujer me dijo fue que esperaba a su hombre. No a su marido, no a su compañero o amigo, sino a su hombre. Se habían dado cita a las seis de la tarde y, después de dos horas de retraso, todavía albergaba esperanzas de que él llegara. En realidad no le pregunté nada; cometí la torpeza de pedirle un cerillo para encender mi cigarro y así, mientras hurgaba en un bolso blanco repleto de cosas, empezó a contarme su maravillosa historia, como la denominaba.
⎯La única de mis historias que está llena de milagros ⎯dijo⎯, que es como la de todos. La historia siempre repetida del amor, ¿no te parece?
Tenían poco menos de un año de conocerse y, desde entonces, se habían dedicado a perfeccionar el viejo rito de tocar a otro, verlo, sentirlo, temblarlo. La banca del parque donde estábamos platicando era su punto de encuentro y, de aquí, usualmente se iban caminando al hotel más cercano sin hablar demasiado.
⎯De qué sirven las palabras en estos casos, ¿dime? ⎯su lógica me hizo guardar silencio. Mientras tanto, me dediqué a fumar y a mirar las nubes y a oírla como quien oye pasar el tiempo. No tenía absolutamente nada qué hacer y la historia de la mujer del parque me hacía las horas dúctiles y blandas, como la lluvia que se presentía de lejos. Pensé que la mujer era o una idiota o una loca y en realidad no le di importancia. Cuando las primeras gotas empezaron a caer, tímidas y plegostiosas, ella decidió que la espera había sido suficiente. En el acto, de la misma forma distraída y fácil con la que empezó a hablarme, me invitó a tomar unas copas. Salimos corriendo.
⎯¿Sabes? Es una lástima que no me haya visto hoy ⎯mencionó con palabras entrecortadas por los resuellos⎯. Nunca había estado tan hermosa. Mira.
Se detuvo de improviso bajo la lluvia para señalarme el carmín de labios, los rizos sedosos de su cabello y, levantándose la falda de grandes flores color púrpura, me mostró las medias que cubrían sus piernas.
⎯Son nuevas. No tienen ningún rasguño, ¿te das cuenta? ⎯detenidas como mármol a punto de volverse piel o viceversa, las piernas parecían huérfanas⎯. Me habría gustado tanto que él se diera cuenta de eso al acariciarme los muslos ⎯mencionó con los ojos clavados en sus propias rodillas.
⎯Sí, es una verdadera lástima ⎯le dije por toda respuesta y la jalé del brazo derecho para seguir corriendo.
El bar era en realidad un hueco en un resquicio de la ciudad, un lugar de techos bajos y susurros entrecortados. No me fijé en el nombre y casi ni pude observarlo porque la mujer del parque pidió dos whiskys tan pronto como nos sentamos.
⎯No te preocupes ⎯me avisó⎯, traigo suficiente dinero. Además, ¿ves a mesero? Fue mi amante hace algún tiempo. Un hombre bueno ⎯el silencio espantó las palabras por un momento y, después de unos minutos largos y delgados como orillas, continuó⎯. En realidad era muy seco, lleno de juicios perfectos sobre todos los acontecimientos del mundo; cualquiera se hubiera aburrido de él como lo hice yo. Nadie lo soportaría por más de dos meses, ni tú que te ves tan paciente y juiciosa ⎯aseveró. Su comentario me hizo reír con gusto y con sorpresa confundidos y así, aún con la boca abierta, brindamos. La cereza danzando en el fondo del vaso se convirtió de repente en un enigma, la parte perdida de una caligrafía complicadísima.
A través del humo de mi cigarro observé su rostro mientras se empinaba el primer Manhattan como si fuera agua. Me impresionó su nariz fina, larga, puntiaguda, como si estuviera acostumbrada a decir mentiras; una nariz aristocrática o extranjera, de ningún modo parecida a los promontorios chatos o rectos que inundan la ciudad. Me impresionaron las mejillas tersas salpicadas de pecas, los labios gruesos cubiertos de un carmín pálido, rosa como coral. Me impresionaron sus ojos risueños, habitados de tranquilidad, llenos de esa calma de los que tienen dinero y puden beber hasta que el cuerpo aguante.
--Mauricio, por favor --le estaba pidiendo al mesero juicioso otra ronda de lo mismo como quien se dirige a un viejo amigo, un criado en permanente servicio. El no necesitó otra seña, se dio la vuelta y al cabo de un rato regresó con dos vasos de lo mismo. Cuando se llevó a los labios el primer sorbo, la mujer empezó a hablar con el tono de los que contestan cuestionarios, el orden ficticio, el sinuoso sarcasmo.
--Me llamo Ángeles y soy uno de ellos --dijo entre risas, burlándose de las dos en realidad--. A veces paso por aquí, verás. Este es el sitio favorito de él y el mío también. Por lo regular nos sentamos al final de la barra, tú sabes, le gusta tocarme las piernas por debajo de la mesa y no se puede hacer eso aquí, enfrente de todos, ¿no es así? --Ángeles acompañaba sus palabras de gestos chiquitos, tímidos. Toda ella se resumía en sonrisas ruborizadas como si fuera una niña contándole sus primeras travesuras al cura de la familia. A él lo llegué a conocer casi completamente en el cuarto Manhattan: su manera de caminar como sobre nubes, su distracción, las días festivos en los que se afeitaba una barba terca, sus rabietas, la curvatura exacta de sus manos al resbalar por la espalda de Ángeles, la marea de vellosidades que se mecía en su cuerpo como barcas pequeñitas en el más calmo de los mares. Su hombre.
Nada de eso me importaba. Siempre fui reacia a esos amores enfermizos que atacan a las mujeres, a esas epidemias de cercanías y violencias que se desatan en sus cuerpos como si hubieran sido inoculadas por un virus mortal, uno de esos gérmenes loquísimos que minan la cordura y la paz, ese pedazo de ácido ribonucleico que destruye una figura hermosa para convertirla en un montón de carne macilenta, expectante, sólo deseosa del deseo. Eso que es peor que la heroína aunque nadie se preocupa ya por ello. Pero, a pesar de todo, la estaba escuchando sin señales de fastidio. Además, el licor era realmente delicioso como para irme. Además afuera seguía lloviendo. Además ella era muy hermosa.
Ángeles me pidió que le encendiera un cigarrillo, pero fue Mauricio, el mesero que había sido su amante, quien se acercó solícito al percibir el gesto. De cualquier manera me lo agradeció.
--Eso es lo que yo llamo un hombre bueno --murmuró lentamente, las palabras arrastrándose una tras otra como caracoles sobre la tierra húmeda. Luego, de repente, empezó a llorar, no con aspavientos, no desesperada; simplemente dejó escapar una o dos lágrimas mientras repetía “ese es un hombre bueno”, “ese es un hombre bueno”, como si fuera su mantra. Cuando sus ojos enrojecieron, yo, lejos de sentirme interesada, empecé a molestarme por estar ahí, escuchando tontería tras tontería de una historia un tanto larga, otro tanto amarga. Ángeles usaba el whisky para chantajearme; Ángeles manipulaba ese aire de tristeza antigua, muy guardada, para mantenerme a su lado; Ángeles ponía ese rictus extraño, esa mueca de ironía y de cinismo que acompaña a las criaturas que están muy lejos y son por lo tanto inalcanzables, para desestabilizarme y aumentar mi interés. Mi coraje aumentaba cada vez que me daba cuenta que no sabía en qué me estaba metiendo. La falta total de certeza me erizaba la piel. Ella, en cambio, parecía manejarse con facilidad en la incertidumbre; la provocaba, la recibía con las manos abiertas como una bendición sagrada.
--Vamos, Ángeles, no es para tanto, mujer --lo dije sin pensar mientras le tomaba las manos y su piel suave, casi invisible, me dejaba un escozor extraño bajo las yemas de los dedos. Ella volvió a sonreír, volvió a llamar a Mauricio para pedirle otro vaso de lo mismo.
--Tienes razón, Xian --dijo, sin preocuparse si ése era o no mi nombre, bautizándome con todo su poderío--. No es para tanto pero a veces, tú sabes, uno se pone tan tonta. Ya llegará él otro día. Mira, voy a brindar por haberte conocido, nada ha pasado aquí.
Entonces sonrió con una burla muy oscura, con una burla tremenda. Brindamos muchas veces por nuestro encuentro en el parque y por la lluvia que nos había empujado hacia su bar favorito y por sus medias impecables y por el amor que todo lo crea y todo lo destruye, por el velo mágico con que nos cubre el rostro para soportar el mundo. Vacíos ya, los vasos entrechocaban como accidentes, cristal partido.
[el resto del cuento en Para leer de boleto en el metro. Antología 11, junto con cuentos de Fernando del Paso, Ethel Krauze, Rafael Barajas "El Fisgón", Agustín Ramos, Rolo Diez, Malva Flores, Efraín Bartolomé y Tomás Urtusástegui. EL 16 de febrero se hace la presentación en el libropuerto de la estación División del Norte, por cierto].
--crg
Tuesday, February 01, 2011
PEQUEÑAS TRADUCCIONES VESPERTINAS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de culutra]
I.CAPITALIZATION *
Mark Nowak, Shut Up Shut Down (CoffeeHouse Press, 2004).
Escribe con mayúscula la primera palabra
de cada oración, así sea o no
una oración completa.
Escribe con mayúscula la primera palabra de cada línea
de poesía. Empecé a trabajar
en la maquiladora
en una gran planta de Westinghouse
al este de Pittsburgh cuando tenía dieciséis.
El trabajo era aburrido y repetitivo.
De 1954 a 1962
Ronald Reagan fue anfitrión
del programa de televisión “G.E. Theater”.
En algunas formas poéticas del inglés moderno
sólo la primera palabra de la primera línea
se escribe en mayúscula, y algunas veces
incluso ésta se escribe con minúsculas.
Seis veces al año actuaba en dramas
(alguna vez estelarizando un programa en dos partes
como un agente de la FBI que infiltraba
organizaciones comunistas).
Tratábamos de hacer que el tiempo pasara más rápido
poniéndonos a hablar entre nosotros.
Escribe padre y madre con mayúsculas
cuando te dirijas a ellos, pero no
escribas esos sustantivos con mayúsculas
cuando se utilizan con un pronombre posesivo.
El resto del año
Reagan visitó plantas de la G. E.
hablándole a los empleados y grupos cívicos sobre,
como lo puso en su autobiografía, “los intenciones de los comunistas de tomar la industria [eléctrica]
y la ola creciente de colectivismo
que amenaza con inundar
lo que queda de nuestra economía de mercado”.
Algunas veces fantaseaba
convenciéndome de que estaba en otro lugar
que no fuera esta larga banca
con el sonido que no se acaba nunca
y las máquinas quejumbrosas.
*La frase "escribir con mayúscula", traducción literal del sentido gramatical de la palabra "capitalization", carece, lamentablemente, del significado económico (la valorización del capital) que el término también tiene en inglés.
II. INSTANCIAS DE ECOS
Keith Waldrop, Transcendental Studies. A Triology (University of California, 2009)
Durante el día, diecisiete sílabas. Veinte por
la noche. Una idea de la nada. El incidente
entero da mucho en que pensar: la pérdida
de interés, la ausencia de deseo. Ella no puede mover
la boca o los brazos mientras reza. Algo
se posesiona de mi cabeza.
En la galería de susurros, el más mínimo
sonido se transmite de un lado a otro
del domo, pero no se oye en ningún punto
intermedio. Las simples ganas de moverse pueden
surgir solas. Es como si ella
estuviera muriendo. Y las ganas de hacer algo.
Saltar de la cama, destruir, morder, correr
contra la pared. El Sr. Wheatstone
descubre que, una vez pronunciada, una palabra
será repetida muchas veces. Una sola exclamación
parecerá un montón de carcajadas, mientras
la rasgadura del papel es como el golpeteo del granizo.
Con frecuencia no podemos decidir. Viene subiendo por su
cuerpo, hasta el cuello, como
una mano. Olas sonoras alcanzan
el aire en sucesión. Una. Dos.
Tres. Y luego mueren en la más dulce
de las cadencias. Ella está
completamente devastada.
Aunque están conscientes, ellos
no se pueden mover. El tictac de un reloj de
un extremo de la iglesia al otro. In-
explicable, esporádico, ajeno. Los ojos
repuntan, fijos. La oscuridad no nos deja saber
dónde reside el verdadero punto del impacto.
III. UN INVIERNO INVOLUNTARIO
Keith Waldrop, Transcendental Studies. A Triology (University of California, 2009)
Todas las acostumbradas fases del amor. El miedo
a la oscuridad se parece al miedo
a los animales. Virando un poco a la izquierda,
lejos de calles suburbanas. Profunda emoción.
Puedo predecir desagradables
eventos, aunque el miedo al dolor
raramente se menciona. Damas con velos en
palacios protegidos, intercambiando cartas.
Si fuera posible entender
el peligro de caer, sin la experiencia de
caer, su efecto manifiesto
en el alma. Oculta bajo la manga, la ansiedad.
El sacrificio previsto es eventualmente
sostenido en otro sitio. La fotografía puramente imaginaria
de la persona cuyo velo se mantiene
sobre la mente. Los mensajeros van y vienen.
La voz de una muchacha canta
del otro lado de la pared. El sobresalto, el llanto
y los movimientos difusos. Padezco un nerviosismo
constitucional en cuestión de fuegos.
Sin una visión real del objeto
amado. Esparcido
sobre sofás, vistiendo ropas indecentes. Marca
en tu memoria este insomnio.
IV. TÚ-Y-EL BOSQUE
Gennady Aygi, Field-Russia, trad. del chuvash por Peter Franc.
Te estaba escondiendo enterrándote entonces
en la iluminación del bosque
como si construyera un nido de ti
(no sabía que los dedos y los pájaros estaban tocando
y llegando a ser
una música que yo
desconocía:
tímidamente—ágil al palpar en trémulos coágulos de aire
así que—tocar: como si fuera no tocar)
V. PHLOX (Y: ACERCA DE UN CAMBIO)
Gennady Aygi, Field Russia, trad. del chuvash por Peter Franc
a veces—pensamos: amor
(y sin embargo sólo hay silencio):
parece un círculo único—de luz—y quietud
para nadie—desde hace tanto:
ya—con nosotros—distante!
así que ahora con todo el verano ya
(y todavía más hasta el otoño)
tú—como algo no visto—en la abierta blancura
en el brillo despreocupado!
y viviendo tal vida (si la recuerdo como acción)
mirando acaso ciegamente
sé (como siento las heridas de los niños)
que sí: un poco
al pasar:jugar—a través de la vida
tú—como cierto círculo
(de las distancias como distancia)
como un débil “dios” en la mente (y luego entonces y por consiguiente
ya en la “eternidad”)—eres adorable.
VI. HOMBRES
Lisa Robertson, Men (Book Thug, 2006)
Me dirijo a los hombres
Y a sus caras
Y sin vergüenza
Desde la dulce misericordia cada hombre hace diestras heridas hace
mujeres y el desasosiego y algo de lo que
soy. Lo que significa abrir hacia arriba hacia los hombres
hospitalariamente para hacer algo sin hechos del espurio
deseo por lo hombres desde los hombres más delicados e improbables
desde los amorosos hombres espirituales desde la educación de las
emociones de los hombres devotamente ante quienes no puedo permanecer
indiferente en tanto hombres.
Hombres, me entristece que debo morir.
Estas son orillas hermosas.
-crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de culutra]
I.CAPITALIZATION *
Mark Nowak, Shut Up Shut Down (CoffeeHouse Press, 2004).
Escribe con mayúscula la primera palabra
de cada oración, así sea o no
una oración completa.
Escribe con mayúscula la primera palabra de cada línea
de poesía. Empecé a trabajar
en la maquiladora
en una gran planta de Westinghouse
al este de Pittsburgh cuando tenía dieciséis.
El trabajo era aburrido y repetitivo.
De 1954 a 1962
Ronald Reagan fue anfitrión
del programa de televisión “G.E. Theater”.
En algunas formas poéticas del inglés moderno
sólo la primera palabra de la primera línea
se escribe en mayúscula, y algunas veces
incluso ésta se escribe con minúsculas.
Seis veces al año actuaba en dramas
(alguna vez estelarizando un programa en dos partes
como un agente de la FBI que infiltraba
organizaciones comunistas).
Tratábamos de hacer que el tiempo pasara más rápido
poniéndonos a hablar entre nosotros.
Escribe padre y madre con mayúsculas
cuando te dirijas a ellos, pero no
escribas esos sustantivos con mayúsculas
cuando se utilizan con un pronombre posesivo.
El resto del año
Reagan visitó plantas de la G. E.
hablándole a los empleados y grupos cívicos sobre,
como lo puso en su autobiografía, “los intenciones de los comunistas de tomar la industria [eléctrica]
y la ola creciente de colectivismo
que amenaza con inundar
lo que queda de nuestra economía de mercado”.
Algunas veces fantaseaba
convenciéndome de que estaba en otro lugar
que no fuera esta larga banca
con el sonido que no se acaba nunca
y las máquinas quejumbrosas.
*La frase "escribir con mayúscula", traducción literal del sentido gramatical de la palabra "capitalization", carece, lamentablemente, del significado económico (la valorización del capital) que el término también tiene en inglés.
II. INSTANCIAS DE ECOS
Keith Waldrop, Transcendental Studies. A Triology (University of California, 2009)
Durante el día, diecisiete sílabas. Veinte por
la noche. Una idea de la nada. El incidente
entero da mucho en que pensar: la pérdida
de interés, la ausencia de deseo. Ella no puede mover
la boca o los brazos mientras reza. Algo
se posesiona de mi cabeza.
En la galería de susurros, el más mínimo
sonido se transmite de un lado a otro
del domo, pero no se oye en ningún punto
intermedio. Las simples ganas de moverse pueden
surgir solas. Es como si ella
estuviera muriendo. Y las ganas de hacer algo.
Saltar de la cama, destruir, morder, correr
contra la pared. El Sr. Wheatstone
descubre que, una vez pronunciada, una palabra
será repetida muchas veces. Una sola exclamación
parecerá un montón de carcajadas, mientras
la rasgadura del papel es como el golpeteo del granizo.
Con frecuencia no podemos decidir. Viene subiendo por su
cuerpo, hasta el cuello, como
una mano. Olas sonoras alcanzan
el aire en sucesión. Una. Dos.
Tres. Y luego mueren en la más dulce
de las cadencias. Ella está
completamente devastada.
Aunque están conscientes, ellos
no se pueden mover. El tictac de un reloj de
un extremo de la iglesia al otro. In-
explicable, esporádico, ajeno. Los ojos
repuntan, fijos. La oscuridad no nos deja saber
dónde reside el verdadero punto del impacto.
III. UN INVIERNO INVOLUNTARIO
Keith Waldrop, Transcendental Studies. A Triology (University of California, 2009)
Todas las acostumbradas fases del amor. El miedo
a la oscuridad se parece al miedo
a los animales. Virando un poco a la izquierda,
lejos de calles suburbanas. Profunda emoción.
Puedo predecir desagradables
eventos, aunque el miedo al dolor
raramente se menciona. Damas con velos en
palacios protegidos, intercambiando cartas.
Si fuera posible entender
el peligro de caer, sin la experiencia de
caer, su efecto manifiesto
en el alma. Oculta bajo la manga, la ansiedad.
El sacrificio previsto es eventualmente
sostenido en otro sitio. La fotografía puramente imaginaria
de la persona cuyo velo se mantiene
sobre la mente. Los mensajeros van y vienen.
La voz de una muchacha canta
del otro lado de la pared. El sobresalto, el llanto
y los movimientos difusos. Padezco un nerviosismo
constitucional en cuestión de fuegos.
Sin una visión real del objeto
amado. Esparcido
sobre sofás, vistiendo ropas indecentes. Marca
en tu memoria este insomnio.
IV. TÚ-Y-EL BOSQUE
Gennady Aygi, Field-Russia, trad. del chuvash por Peter Franc.
Te estaba escondiendo enterrándote entonces
en la iluminación del bosque
como si construyera un nido de ti
(no sabía que los dedos y los pájaros estaban tocando
y llegando a ser
una música que yo
desconocía:
tímidamente—ágil al palpar en trémulos coágulos de aire
así que—tocar: como si fuera no tocar)
V. PHLOX (Y: ACERCA DE UN CAMBIO)
Gennady Aygi, Field Russia, trad. del chuvash por Peter Franc
a veces—pensamos: amor
(y sin embargo sólo hay silencio):
parece un círculo único—de luz—y quietud
para nadie—desde hace tanto:
ya—con nosotros—distante!
así que ahora con todo el verano ya
(y todavía más hasta el otoño)
tú—como algo no visto—en la abierta blancura
en el brillo despreocupado!
y viviendo tal vida (si la recuerdo como acción)
mirando acaso ciegamente
sé (como siento las heridas de los niños)
que sí: un poco
al pasar:jugar—a través de la vida
tú—como cierto círculo
(de las distancias como distancia)
como un débil “dios” en la mente (y luego entonces y por consiguiente
ya en la “eternidad”)—eres adorable.
VI. HOMBRES
Lisa Robertson, Men (Book Thug, 2006)
Me dirijo a los hombres
Y a sus caras
Y sin vergüenza
Desde la dulce misericordia cada hombre hace diestras heridas hace
mujeres y el desasosiego y algo de lo que
soy. Lo que significa abrir hacia arriba hacia los hombres
hospitalariamente para hacer algo sin hechos del espurio
deseo por lo hombres desde los hombres más delicados e improbables
desde los amorosos hombres espirituales desde la educación de las
emociones de los hombres devotamente ante quienes no puedo permanecer
indiferente en tanto hombres.
Hombres, me entristece que debo morir.
Estas son orillas hermosas.
-crg