DESDE NADIE ME VERÁ LLORAR
Raimundo Neto escribió en Vida e Estilo sobre Ninguém me verá chorar: A felicidade por R$4.90
--crg
Tuesday, September 27, 2011
DESDE VERDE SHANGHAI
Eduardo Sabugal escribió en Crítica. Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla: La caja verde de Cristina.
--crg
Eduardo Sabugal escribió en Crítica. Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla: La caja verde de Cristina.
--crg
TRAVESTISMOS EPISTOLARES
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La situación es, de entrada, bastante simple: Un hombre y una mujer intercambian textos. Es más: El hombre y la mujer intercambian largos textos de manera electrónica por un periodo de tiempo que hace necesario el uso del término “antaño”. La situación, de entrada simple, luego se vuelve un poco más compleja si se le mira un poco desde dentro: El hombre y la mujer intercambian textos en los cuales abundan las citas textuales. Tanto él como ella, en efecto, citan. Ciudadanos del siglo XXI, y dueños de computadoras permanentemente conectadas a internet, escriben textos con base en una técnica rudimentaria del copy/paste que, con bastante frecuencia, incluye el aderezo de links de muy diversa índole. Apartándose con cierta mesura de la confesión íntima y de la producción de un lenguaje conocido como lenguaje personal, la correspondencia se va configurando en su lugar como una especie de curaduría del discurso público. Hay subjetividad en juego, esto es ineludible, pero ésta no se encuentra en los sitios acostumbrados: la verdad, el testimonio, la referencialidad, el recuento. La subjetividad está imbuida en, y se vuelve de hecho visible a través de, la serie de selecciones culturales que los recicladores de discurso público se envían el uno al otro para su eventual escrutinio. ¿Pero qué sucede cuando la mujer y el hombre citan textos literarios y/o musicales en voces que no corresponden a su propio género? Aún más: ¿Qué pasa en realidad cuando, en un afán de preservar la conversación, el hombre y la mujer citan lo anteriormente citado, regresando el discurso a su lugar de origen pero habiendo pasado éste por sus cuerpos sexuados? En efecto, cuando el hombre cita a una mujer, que más tarde la mujer le regresa doblemente citada y, luego entonces, triplemente re-contextualizada, ¿qué tipo de mensaje regresa en realidad? La pregunta no es frívola, lo juro. La pregunta tiene que ver con los muy sutiles y muy dinámicos cambios en el siempre resbaladizo baile de los géneros cuando entran en juego la fragmentación y la re-escritura, la cita textual y la yuxtaposición —todas ellas herramientas propias de las escrituras digitales de nuestros días—. Valdría la pena incluso preguntarse, en esas circunstancias ¿quién se comunica en realidad con quién o con qué?
Decía Diane Fuss, en Identification Papers, ese pequeño librito de teoría queer, que uno nunca podía en verdad estar seguro de qué es lo que se relaciona cuando se relacionan un hombre y una mujer. Hablaba ella, preciso, de lo que le pasaba a la identidad de género cuando, en una relación heterosexual, un hombre se fijaba en una mujer y viceversa. Decía, si recuerdo bien, que si la relación era identitaria, resultaría del todo posible que el hombre, de hecho, buscara a la mujer en la mujer; y que la mujer buscara al hombre en el hombre. Pero si la relación estaba basada en un principio de identificación, es decir, y aquí más o menos cito sus propias palabras, en un principio de deseo por aquello que no se es, entonces igual podría pensarse que la mujer buscaba a la mujer en el hombre o, en ese caso, que el hombre buscaba al hombre en la mujer. Las posibilidades, como puede presentirse, se ven súbitamente acrecentadas una vez que el concepto de identificación empieza a funcionar. Porque, ¿qué nos dice, después de todo, que lo que la mujer busque en el hombre sea una mujer o un hombre y no un árbol o una piedra o una nube muy serena?
Así las cosas
Hace ya bastantes años, Walter Benjamin escribió, sin terminar jamás, un montón de papeles que dejó más o menos organizados en algo que los alemanes llaman konvoluts. El proyecto de las Arcadas, que ése y no otro es el título de este trabajo, consiste en una serie de pequeños ensayos que contienen sobre todo citas que el autor transcribió textualmente en una letra pequeñísima, con frecuencia en la lengua original en que fueron encontradas. Esas características —que sea un libro de citas textuales escrito en varias lenguas y que esté, apropiadamente, inacabado— le ha otorgado un status más bien legendario entre escritores conceptuales que están en general bien dispuestos ante los variados procesos de escritura no-creativa generados por el uso de la tecnología digital. No es casualidad que, tanto Marjorie Perloff (en su Uncreative Genius. Poetry by Other Means in the New Century), como K. Goldsmith (en su Uncreative Writing. Managing Language in the Digital Age), inicien sus argumentaciones señalando a las Arcadas como un libro fundamental además de visionario. En este libro, por ejemplo, el lector puede admirar la curaduría de Benjamin, su labor como un proto DJ del lenguaje de mediados de siglo, en lugar, claro está, de su “originalidad”. En este libro, tal como lo quería Benjamin, el lector puede experimentar (tener una experiencia táctil, que diría Mark Rothko), más que entender (tener la experiencia ilusoria, diría Mark Rothko), lo que era estar en un mall de finales del XIX e inicios del XX. La cita textual, tanta veces reducida a su labor meramente documental y vilipendiada como una muletilla acaso académica, regresa, pues, con una fuerza que casi parece venganza. Citar —y también citarse, y darse cita— ha sido materialmente relevante, tanto para los practicantes de la poesía concreta de mediados del XX, así como para otros interesados en la materialidad ineludible de la palabra de inicios del XXI.
Hasta aquí los supuestos
Si algo de validez hay en ellos —en los supuestos, quiero decir— entonces la pregunta inicial acerca de qué intercambian los hombres y mujeres que sostienen relaciones epistolares en los inicios del siglo XXI podría ser considerada en todo su misterio. Se trata del misterio que se desliza, evidente y encerrado a un mismo tiempo, en la mujer que envía el link de la canción, pongamos por evidente caso, “I’m your man”, en voz de Leonard Cohen; o el del hombre que manda, en un caso igual de extremo, el link de “I’ll be your man” en voz de Anna Calvi, por ejemplo. Trastocados, en efecto, travestidos de sí, los escritores epistolares se mueven con el tipo de velocidad no hace tanto adjudicada a los neutrinos, ocupando así todas las posiciones del tablero. No es casual que, al llegar a la otra orilla, la reina (como la carta) pueda convertirse en lo que desee. O en lo que desea. O en el desear.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La situación es, de entrada, bastante simple: Un hombre y una mujer intercambian textos. Es más: El hombre y la mujer intercambian largos textos de manera electrónica por un periodo de tiempo que hace necesario el uso del término “antaño”. La situación, de entrada simple, luego se vuelve un poco más compleja si se le mira un poco desde dentro: El hombre y la mujer intercambian textos en los cuales abundan las citas textuales. Tanto él como ella, en efecto, citan. Ciudadanos del siglo XXI, y dueños de computadoras permanentemente conectadas a internet, escriben textos con base en una técnica rudimentaria del copy/paste que, con bastante frecuencia, incluye el aderezo de links de muy diversa índole. Apartándose con cierta mesura de la confesión íntima y de la producción de un lenguaje conocido como lenguaje personal, la correspondencia se va configurando en su lugar como una especie de curaduría del discurso público. Hay subjetividad en juego, esto es ineludible, pero ésta no se encuentra en los sitios acostumbrados: la verdad, el testimonio, la referencialidad, el recuento. La subjetividad está imbuida en, y se vuelve de hecho visible a través de, la serie de selecciones culturales que los recicladores de discurso público se envían el uno al otro para su eventual escrutinio. ¿Pero qué sucede cuando la mujer y el hombre citan textos literarios y/o musicales en voces que no corresponden a su propio género? Aún más: ¿Qué pasa en realidad cuando, en un afán de preservar la conversación, el hombre y la mujer citan lo anteriormente citado, regresando el discurso a su lugar de origen pero habiendo pasado éste por sus cuerpos sexuados? En efecto, cuando el hombre cita a una mujer, que más tarde la mujer le regresa doblemente citada y, luego entonces, triplemente re-contextualizada, ¿qué tipo de mensaje regresa en realidad? La pregunta no es frívola, lo juro. La pregunta tiene que ver con los muy sutiles y muy dinámicos cambios en el siempre resbaladizo baile de los géneros cuando entran en juego la fragmentación y la re-escritura, la cita textual y la yuxtaposición —todas ellas herramientas propias de las escrituras digitales de nuestros días—. Valdría la pena incluso preguntarse, en esas circunstancias ¿quién se comunica en realidad con quién o con qué?
Decía Diane Fuss, en Identification Papers, ese pequeño librito de teoría queer, que uno nunca podía en verdad estar seguro de qué es lo que se relaciona cuando se relacionan un hombre y una mujer. Hablaba ella, preciso, de lo que le pasaba a la identidad de género cuando, en una relación heterosexual, un hombre se fijaba en una mujer y viceversa. Decía, si recuerdo bien, que si la relación era identitaria, resultaría del todo posible que el hombre, de hecho, buscara a la mujer en la mujer; y que la mujer buscara al hombre en el hombre. Pero si la relación estaba basada en un principio de identificación, es decir, y aquí más o menos cito sus propias palabras, en un principio de deseo por aquello que no se es, entonces igual podría pensarse que la mujer buscaba a la mujer en el hombre o, en ese caso, que el hombre buscaba al hombre en la mujer. Las posibilidades, como puede presentirse, se ven súbitamente acrecentadas una vez que el concepto de identificación empieza a funcionar. Porque, ¿qué nos dice, después de todo, que lo que la mujer busque en el hombre sea una mujer o un hombre y no un árbol o una piedra o una nube muy serena?
Así las cosas
Hace ya bastantes años, Walter Benjamin escribió, sin terminar jamás, un montón de papeles que dejó más o menos organizados en algo que los alemanes llaman konvoluts. El proyecto de las Arcadas, que ése y no otro es el título de este trabajo, consiste en una serie de pequeños ensayos que contienen sobre todo citas que el autor transcribió textualmente en una letra pequeñísima, con frecuencia en la lengua original en que fueron encontradas. Esas características —que sea un libro de citas textuales escrito en varias lenguas y que esté, apropiadamente, inacabado— le ha otorgado un status más bien legendario entre escritores conceptuales que están en general bien dispuestos ante los variados procesos de escritura no-creativa generados por el uso de la tecnología digital. No es casualidad que, tanto Marjorie Perloff (en su Uncreative Genius. Poetry by Other Means in the New Century), como K. Goldsmith (en su Uncreative Writing. Managing Language in the Digital Age), inicien sus argumentaciones señalando a las Arcadas como un libro fundamental además de visionario. En este libro, por ejemplo, el lector puede admirar la curaduría de Benjamin, su labor como un proto DJ del lenguaje de mediados de siglo, en lugar, claro está, de su “originalidad”. En este libro, tal como lo quería Benjamin, el lector puede experimentar (tener una experiencia táctil, que diría Mark Rothko), más que entender (tener la experiencia ilusoria, diría Mark Rothko), lo que era estar en un mall de finales del XIX e inicios del XX. La cita textual, tanta veces reducida a su labor meramente documental y vilipendiada como una muletilla acaso académica, regresa, pues, con una fuerza que casi parece venganza. Citar —y también citarse, y darse cita— ha sido materialmente relevante, tanto para los practicantes de la poesía concreta de mediados del XX, así como para otros interesados en la materialidad ineludible de la palabra de inicios del XXI.
Hasta aquí los supuestos
Si algo de validez hay en ellos —en los supuestos, quiero decir— entonces la pregunta inicial acerca de qué intercambian los hombres y mujeres que sostienen relaciones epistolares en los inicios del siglo XXI podría ser considerada en todo su misterio. Se trata del misterio que se desliza, evidente y encerrado a un mismo tiempo, en la mujer que envía el link de la canción, pongamos por evidente caso, “I’m your man”, en voz de Leonard Cohen; o el del hombre que manda, en un caso igual de extremo, el link de “I’ll be your man” en voz de Anna Calvi, por ejemplo. Trastocados, en efecto, travestidos de sí, los escritores epistolares se mueven con el tipo de velocidad no hace tanto adjudicada a los neutrinos, ocupando así todas las posiciones del tablero. No es casual que, al llegar a la otra orilla, la reina (como la carta) pueda convertirse en lo que desee. O en lo que desea. O en el desear.
--crg
Monday, September 26, 2011
UNA DETECTIVE, UN PLAGIO, DOS ESCRITORAS
Muy honrada y además divertida con el cuento que Rose Mary Salum publicó en Literal. Latin American Voices, 26: Una de ellas.
--crg
Muy honrada y además divertida con el cuento que Rose Mary Salum publicó en Literal. Latin American Voices, 26: Una de ellas.
--crg
Saturday, September 24, 2011
CUATRO APARICIONES RECIENTES DEL MONSTRUILLO DE LOS POSOS
Par la Nature, heureux comme avec une femme, que dijo Arthur, ya saben cuál, un día que fue feliz. El mismo día, por cierto, en que Yoko, ya saben cuál, dijo: Make a painting in which color/ comes out only under certain light/ at certain time of the day. Make it a very short time.
The rococo style in porcelain--an art of playful curves from an age when men adored women, que escribió Utz, a la edad de 19, en la revista Nunc.
When I grow up/ I will be stable/ When I grow up/ I´ll turn the tables, que cantó Garbage el día aquel de 1998 cuando ya era demasiado tarde pero todo quedaba claro.
To what is now/ And what is never then/ To what has been/ And what will never now/ To things all thinging/ And soon all soon´ing/ To what is now/ Instantly now, que dijo Edwin Torres en "New Instantism".
--crg
Par la Nature, heureux comme avec une femme, que dijo Arthur, ya saben cuál, un día que fue feliz. El mismo día, por cierto, en que Yoko, ya saben cuál, dijo: Make a painting in which color/ comes out only under certain light/ at certain time of the day. Make it a very short time.
The rococo style in porcelain--an art of playful curves from an age when men adored women, que escribió Utz, a la edad de 19, en la revista Nunc.
When I grow up/ I will be stable/ When I grow up/ I´ll turn the tables, que cantó Garbage el día aquel de 1998 cuando ya era demasiado tarde pero todo quedaba claro.
To what is now/ And what is never then/ To what has been/ And what will never now/ To things all thinging/ And soon all soon´ing/ To what is now/ Instantly now, que dijo Edwin Torres en "New Instantism".
--crg
PEQUEÑA TRADUCCIÓN MATUTINA
mira, te llamaré porque tengo
tu número y te juro que deberías conocer
a alguien, ¿no? esa persona de la que te hablé, ¿recuerdas?
¿como hace 2 años? debería ser la próxima
persona que conozcas y es que es una imposibilidad no-humana
lo sé, pero lo que te estoy diciendo es que
a alguien así le gustaría conocerte a ti
o a alguien como tú, o al menos tener el chance
de una conversación telefónica con todo eso de la esencia de
lo que eres, ¿no? bueno, mira
tengo tu número de teléfono, te lo juro
tienes que conocer a esta persona de la que te hablo, va
porque oye, tengo tu número de teléfono
y como hace 2 años te conté de esta
persona, ¿no? tengo tu número de teléfono
¿verdad? te hablaré, mira, hazme un favor,
anótame tu número de teléfono
sí tengo tu número pero anótalo
porque tienes que conocer esta persona, ¿no?
mira te llamaré porque esta persona
que tienes que conocer y este número funciona, ¿verdad?
bien, bueno mira, hace como, como 2 años...
Edwin Torres, "La invitación de Pedro", The Popedology of an Ambient Language, 51.
--crg
mira, te llamaré porque tengo
tu número y te juro que deberías conocer
a alguien, ¿no? esa persona de la que te hablé, ¿recuerdas?
¿como hace 2 años? debería ser la próxima
persona que conozcas y es que es una imposibilidad no-humana
lo sé, pero lo que te estoy diciendo es que
a alguien así le gustaría conocerte a ti
o a alguien como tú, o al menos tener el chance
de una conversación telefónica con todo eso de la esencia de
lo que eres, ¿no? bueno, mira
tengo tu número de teléfono, te lo juro
tienes que conocer a esta persona de la que te hablo, va
porque oye, tengo tu número de teléfono
y como hace 2 años te conté de esta
persona, ¿no? tengo tu número de teléfono
¿verdad? te hablaré, mira, hazme un favor,
anótame tu número de teléfono
sí tengo tu número pero anótalo
porque tienes que conocer esta persona, ¿no?
mira te llamaré porque esta persona
que tienes que conocer y este número funciona, ¿verdad?
bien, bueno mira, hace como, como 2 años...
Edwin Torres, "La invitación de Pedro", The Popedology of an Ambient Language, 51.
--crg
LOS DÍCERES
[notas para una lectura septembrina de Pedro Páramo]
Oí ladraban hubiera despertado Vi cruzar -llamé respondió estuvieran alcancé oír platicaban: -Mira viene es Es Pon vámonos va es quiere crees sigue? se me figura Deja correr ha quedado ves hubiera resultado hagas estuvo Dicen es se encarga conchavarle escapamos quiero tener ver vámonos Vámonos -Dices
perros hombre calle: voz. vuelta esquina, cara disimulo mujeres verdad esquina ilusiones. díceres muchachas viejo dos dos.
propia parado -Mejor. -Mejor. bien. tal tal? ninguna todo nada mejor
los, los la la la la las las los el la
un unas una
yo tú!. tú! -me mi -él. nosotras tú ti. mí ti. ti mí. te él nos Se, se
a de a a de. detrás de de a de a A a de a de ¿A por en -Pero a o a de por de hasta Con De de a
que que que que que que que que. que. que
quién quién qué ¿Qué
-Seguramente allí. ahí aquí. -Después -ya. como como ¿ya? -No ¿No no
aquella. ese
Y -Entonces si. si Si si
Filoteo Aréchiga? don Pedro.
-¡Ey, -¡Ey,
-¿Ah, sí?
--crg
[notas para una lectura septembrina de Pedro Páramo]
Oí ladraban hubiera despertado Vi cruzar -llamé respondió estuvieran alcancé oír platicaban: -Mira viene es Es Pon vámonos va es quiere crees sigue? se me figura Deja correr ha quedado ves hubiera resultado hagas estuvo Dicen es se encarga conchavarle escapamos quiero tener ver vámonos Vámonos -Dices
perros hombre calle: voz. vuelta esquina, cara disimulo mujeres verdad esquina ilusiones. díceres muchachas viejo dos dos.
propia parado -Mejor. -Mejor. bien. tal tal? ninguna todo nada mejor
los, los la la la la las las los el la
un unas una
yo tú!. tú! -me mi -él. nosotras tú ti. mí ti. ti mí. te él nos Se, se
a de a a de. detrás de de a de a A a de a de ¿A por en -Pero a o a de por de hasta Con De de a
que que que que que que que que. que. que
quién quién qué ¿Qué
-Seguramente allí. ahí aquí. -Después -ya. como como ¿ya? -No ¿No no
aquella. ese
Y -Entonces si. si Si si
Filoteo Aréchiga? don Pedro.
-¡Ey, -¡Ey,
-¿Ah, sí?
--crg
Thursday, September 22, 2011
TODO ESO OYES
[notas para una lectura septembrina de Pedro Páramo]
Ahorita estoy muy ocupado con mi «luna de miel».
Así que no te asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado.
Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.
Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.
Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos.
»-¡Damiana!
¡Damiana Cisneros!
-¡Damiana! -grité-.
¿De modo que murió?
Deja eso pendiente.
¡Dígame, Damiana!
Dijo mirando hacia el dintel de la puerta: «Se ven bonitos esos moños negros, lo que sea de cada quien».
En ese momento abrieron y él entró.
En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:
»Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.
-Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
Era la mayor.
-Eso es malo.
Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.
¿Está arreglado el asunto de Toribio Aldrete?
-Está liquidado, patrón.
-¿Está usted viva, Damiana?
-Este pueblo está lleno de ecos.
Este pueblo está lleno de ecos.
Hace muchos años que no sé nada.
-Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta.
Las calles tan solas como ahora.
Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba.
Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?
Luego dejé de oírla.
Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora.
Me contestó el eco: «¡... ana... neros...! ¡... ana... neros...!».
Me detuve a rezar un padrenuestro.
Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna.
»Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía 12 años.
-Murió -dije.
Nada.
Nadie.
Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio.
-No.
-No supe de qué.
-Nos queda la cuestión de los Fregosos.
Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen.
Oyes crujidos.
-Pasa, Fulgor.
Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
Por eso no me extrañó que aquello terminara.
»-¿Qué andas haciendo aquí? -le pregunté.
Quizá usted debió saberlo.
Risas.
¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
-Sí.
»Sí -volvió a decir Damiana Cisneros-.
Suspiraba mucho.
-¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? -le pregunté.
Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras.
Tal vez de tristeza.
Tocó nuevamente con el mango del chicote, nada más por insistir, ya que sabía que no abrirían hasta que se le antojara a Pedro Páramo.
Todo eso oyes.
Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír.
Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
¿Y de qué?
Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles.
Y en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que hazte el cálculo del tiempo que lleva muerta.
Y es que la alegría cansa.
»Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces.
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías.
Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo.
-¿Y por qué iba a saberlo?
Y voces ya desgastadas por el uso.
-¿Ya murió?
Yo ya no me espanto.
-...
--crg
[notas para una lectura septembrina de Pedro Páramo]
Ahorita estoy muy ocupado con mi «luna de miel».
Así que no te asustes si oyes ecos más recientes, Juan Preciado.
Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.
Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace.
Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos.
»-¡Damiana!
¡Damiana Cisneros!
-¡Damiana! -grité-.
¿De modo que murió?
Deja eso pendiente.
¡Dígame, Damiana!
Dijo mirando hacia el dintel de la puerta: «Se ven bonitos esos moños negros, lo que sea de cada quien».
En ese momento abrieron y él entró.
En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:
»Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.
-Entonces ¿cómo es que dio usted conmigo?
Era la mayor.
-Eso es malo.
Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.
¿Está arreglado el asunto de Toribio Aldrete?
-Está liquidado, patrón.
-¿Está usted viva, Damiana?
-Este pueblo está lleno de ecos.
Este pueblo está lleno de ecos.
Hace muchos años que no sé nada.
-Hubo un tiempo que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta.
Las calles tan solas como ahora.
Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba.
Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?
Luego dejé de oírla.
Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora.
Me contestó el eco: «¡... ana... neros...! ¡... ana... neros...!».
Me detuve a rezar un padrenuestro.
Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna.
»Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía 12 años.
-Murió -dije.
Nada.
Nadie.
Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio.
-No.
-No supe de qué.
-Nos queda la cuestión de los Fregosos.
Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen.
Oyes crujidos.
-Pasa, Fulgor.
Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
Por eso no me extrañó que aquello terminara.
»-¿Qué andas haciendo aquí? -le pregunté.
Quizá usted debió saberlo.
Risas.
¡Ruega a Dios por mí, Damiana!
-Sí.
»Sí -volvió a decir Damiana Cisneros-.
Suspiraba mucho.
-¿También a usted le avisó mi madre que yo vendría? -le pregunté.
Tal parece que estuvieran cerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras.
Tal vez de tristeza.
Tocó nuevamente con el mango del chicote, nada más por insistir, ya que sabía que no abrirían hasta que se le antojara a Pedro Páramo.
Todo eso oyes.
Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír.
Y a propósito, ¿qué es de tu madre?
¿Y de qué?
Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles.
Y en mi casa fuimos dieciséis de familia, así que hazte el cálculo del tiempo que lleva muerta.
Y es que la alegría cansa.
»Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces.
Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías.
Y mírala ahora, todavía vagando por este mundo.
-¿Y por qué iba a saberlo?
Y voces ya desgastadas por el uso.
-¿Ya murió?
Yo ya no me espanto.
-...
--crg
Wednesday, September 21, 2011
USUFRUTO
[notas para una lectura septembrina de Pedro Páramo]
El usufructo (del latín usus fructus, uso de los frutos) es un derecho real de goce o disfrute de una cosa ajena. El usufructuario posee la cosa pero no es de él (tiene la posesión, pero no la propiedad). Puede utilizarla y disfrutarla (obtener sus frutos, tanto en especie como monetarios), pero no es su dueño. Por ello no podrá enajenarla ni disminuirla sin el consentimiento del propietario.
«¡Vaya!
Yo un niño.
-No, patrón.
No me atreví.
-¿Y las leyes?
-Eres un niño.
Está conforme.
A mí me consta.
Ésa es la verdad.
-Está bien, patrón.
Había pocas nubes.
Con 55 años encima.
-Sí, hay uno que otro.
-¿Cuáles leyes, Fulgor?
El cielo era todavía azul.
Que estuvo mal calculado.
-Pues dile que se equivocó.
-Él hizo bien sus mediciones.
Le dije que no se preocupara.
Y le dices que recorra el lienzo.
-No quise quebrarle su contento.
-Ya está pedida y muy de acuerdo.
Derrumba los lienzos si es preciso.
Ha invadido tierras de la Media Luna.
-La semana venidera irás con el Aldrete.
Y recuérdale que Lucas Páramo ya murió.
Que conmigo hay que hacer nuevos tratos.
Le dije quese le darían a su debido tiempo.
-Pues mándalos en comisión con el Aldrete.
-¿No le pediste algo adelantado a la Dolores?
Le prometí que le mandaríamos una mesa nueva.
Dice que usted nunca va a misa. Le prometí que iría.
La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros.
¿Tienes trabajando en la Media Luna a algún atravesado?
Y desde que murió su abuela ya no le han dado los diezmos.
Estaba tan contenta que no quise estropearle su entusiasmo.
Él apenas comenzando a vivir y yo a pocos pasos de la muerte.»
El aire soplaba allá arriba, aunque aquí abajo se convertía en calor.
Le levantas un acta acusándolo de «usufruto» o de lo que a ti se te ocurra.
El padre cura quiere sesenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones.
Él dice que le hace falta componer el altar y que la mesa de su comedor está toda desconchinflada.
--crg
[notas para una lectura septembrina de Pedro Páramo]
El usufructo (del latín usus fructus, uso de los frutos) es un derecho real de goce o disfrute de una cosa ajena. El usufructuario posee la cosa pero no es de él (tiene la posesión, pero no la propiedad). Puede utilizarla y disfrutarla (obtener sus frutos, tanto en especie como monetarios), pero no es su dueño. Por ello no podrá enajenarla ni disminuirla sin el consentimiento del propietario.
«¡Vaya!
Yo un niño.
-No, patrón.
No me atreví.
-¿Y las leyes?
-Eres un niño.
Está conforme.
A mí me consta.
Ésa es la verdad.
-Está bien, patrón.
Había pocas nubes.
Con 55 años encima.
-Sí, hay uno que otro.
-¿Cuáles leyes, Fulgor?
El cielo era todavía azul.
Que estuvo mal calculado.
-Pues dile que se equivocó.
-Él hizo bien sus mediciones.
Le dije que no se preocupara.
Y le dices que recorra el lienzo.
-No quise quebrarle su contento.
-Ya está pedida y muy de acuerdo.
Derrumba los lienzos si es preciso.
Ha invadido tierras de la Media Luna.
-La semana venidera irás con el Aldrete.
Y recuérdale que Lucas Páramo ya murió.
Que conmigo hay que hacer nuevos tratos.
Le dije quese le darían a su debido tiempo.
-Pues mándalos en comisión con el Aldrete.
-¿No le pediste algo adelantado a la Dolores?
Le prometí que le mandaríamos una mesa nueva.
Dice que usted nunca va a misa. Le prometí que iría.
La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros.
¿Tienes trabajando en la Media Luna a algún atravesado?
Y desde que murió su abuela ya no le han dado los diezmos.
Estaba tan contenta que no quise estropearle su entusiasmo.
Él apenas comenzando a vivir y yo a pocos pasos de la muerte.»
El aire soplaba allá arriba, aunque aquí abajo se convertía en calor.
Le levantas un acta acusándolo de «usufruto» o de lo que a ti se te ocurra.
El padre cura quiere sesenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones.
Él dice que le hace falta componer el altar y que la mesa de su comedor está toda desconchinflada.
--crg
PEQUEÑA TRADUCCIÓN NOCTURNA
Digamos que Ariadna gira con las Nueva Canciones,
gira y canta, la primera
para el cuerpo, la segunda para la caza,
las que restan para los segundos, los minutos,
la horas del día, las semanas de los meses,
el vuelo de los años, el hilo de las vidas,
el llamado en esos pasillos tan negros como la noche.
Digamos que es el cuerpo en el tiempo lo que ella gira,
el cuerpo en un puente que canta
y que el giro es la oscuridad,
los amantes en la oscuridad
entrelazados por el tiempo y confundidos por la oscuridad
y el secreto en su corazón.
Y si lloviera aquí en Cnosos
como en otros lugares y tiempos,
y si la cola del cometa,
en noches claras, colgara
sobre el agua en el cielo de este,
y si en efecto los amantes no dijeran nada
mientras ellos hablan y ella gira,
no dijeran nada dos veces y dos veces otra vez
un momento y el que sigue, una nota
en Cnosos mientras llega la tarde,
mientras la noche insegura desciende
sin significado y sin arte,
entonces acaso esa canción
tendrá de repente más sentido
y, si no, lo podemos fingir.
"Digamos (4)", en Michael Palmer, Thread.
--crg
Digamos que Ariadna gira con las Nueva Canciones,
gira y canta, la primera
para el cuerpo, la segunda para la caza,
las que restan para los segundos, los minutos,
la horas del día, las semanas de los meses,
el vuelo de los años, el hilo de las vidas,
el llamado en esos pasillos tan negros como la noche.
Digamos que es el cuerpo en el tiempo lo que ella gira,
el cuerpo en un puente que canta
y que el giro es la oscuridad,
los amantes en la oscuridad
entrelazados por el tiempo y confundidos por la oscuridad
y el secreto en su corazón.
Y si lloviera aquí en Cnosos
como en otros lugares y tiempos,
y si la cola del cometa,
en noches claras, colgara
sobre el agua en el cielo de este,
y si en efecto los amantes no dijeran nada
mientras ellos hablan y ella gira,
no dijeran nada dos veces y dos veces otra vez
un momento y el que sigue, una nota
en Cnosos mientras llega la tarde,
mientras la noche insegura desciende
sin significado y sin arte,
entonces acaso esa canción
tendrá de repente más sentido
y, si no, lo podemos fingir.
"Digamos (4)", en Michael Palmer, Thread.
--crg
Tuesday, September 20, 2011
TOMORROWLAND ES OTOÑO ES TOMORROWLAND
&NOW is a festival of fiction, poetry, and staged play readings; literary rituals, performance pieces (digital, sound, and otherwise), electronic and multimedia projects; and intergenre literary work of all kinds, including criti-fictional presentations and creatively critical papers. We particularly encourage pieces that promote linguistic and genre transgressions, along with literary artworks that promote interdisciplinary explorations and conversations with past, present, or future literary concerns and movements.
&NOW 2011: Tomorrowland Forever! is especially interested in literary artistic and literary critical works that circle ideas of innovation, experimentation, newness, and not-yetness; in futurisms of all kinds; in queries about progress, technology, market practices, and identity in relation to them; and in the possibilities of interrelationship between arts and other disciplines and engaged practices. For more information, please see the Call for Proposals.
El programa aquí: &Now Festival of New Writing: Tomorrowland forever!
En UCSD/Creative Writing, Octubre 13-15. ¡No falten!
--crg
&NOW is a festival of fiction, poetry, and staged play readings; literary rituals, performance pieces (digital, sound, and otherwise), electronic and multimedia projects; and intergenre literary work of all kinds, including criti-fictional presentations and creatively critical papers. We particularly encourage pieces that promote linguistic and genre transgressions, along with literary artworks that promote interdisciplinary explorations and conversations with past, present, or future literary concerns and movements.
&NOW 2011: Tomorrowland Forever! is especially interested in literary artistic and literary critical works that circle ideas of innovation, experimentation, newness, and not-yetness; in futurisms of all kinds; in queries about progress, technology, market practices, and identity in relation to them; and in the possibilities of interrelationship between arts and other disciplines and engaged practices. For more information, please see the Call for Proposals.
El programa aquí: &Now Festival of New Writing: Tomorrowland forever!
En UCSD/Creative Writing, Octubre 13-15. ¡No falten!
--crg
EL INQUILINO DE MÁRAI
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Es difícil explicar por qué o para qué visita uno las casas de los escritores muertos. Tal vez sólo sea la necesidad de ver el mundo justo desde el ángulo en que fue visto, y escrito, por él o por ella. Quizá sea la carnal curiosidad del cuerpo que quiere experimentar lo que es ser cuerpo en el lugar donde fue y estuvo el otro cuerpo. Acaso todo se reduzca al deseo de toparse, casi como al azar, con su fantasma. Un último encuentro. Una plática. Lo cierto es que una tarde, ya cuando el sol se estaba metiendo, tomé el coche sólo para buscar la dirección de la casa donde Sándor Márai, el escritor húngaro que se vio forzado a abandonar su patria en 1943, y que se suicidó un 21 de febrero de 1989. Todo eso aquí, en San Diego.
Sabía ya desde tiempo atrás el dato de su muerte, pero no fue sino hasta hace un par de días que una rápida búsqueda en internet me proporcionó la dirección de su último domicilio. Un último encuentro, me dije, repitiendo el título de uno de sus primeros libros que leí. Siempre había pensado que Márai habría vivido en algún suburbio de casas siempre iguales —cosa que explicaría con relativa facilidad cualquier suicidio— o más bien cerca de la costa, en alguna morada con vista al Pacífico, pero no fue así. El escritor y Lola, su esposa, vivieron en el 2820 de la Avenida Sexta, justo enfrente del Balboa Park —lugar donde ahora se encuentran buenos restaurantes, los mejores museos de la ciudad, así como uno de los zoológicos más famosos del mundo—. Seguramente los alrededores no eran lo mismo hace 30 o 40 años, pero su cercanía del centro histórico y su posición frente al parque debió haber causado siempre algo de movimiento. En todo caso, la historia es la misma: exiliado de su lengua y de su país, Sándor Márai se dio un tiro en la cabeza aquí, cuando era ya viudo y estaba casi ciego y se encontraba solo.
Al hombre que estaba sentado sobre las escaleras de la entrada de la casa de los Márai le pregunté eso. Le pregunté si sabía que el escritor famoso, de cuya existencia lo puso al tanto la administradora del edificio pero cuyo nombre nunca supo, se había suicidado ahí. Movió la cabeza de izquierda a derecha y, luego, de derecha a izquierda sin abrir la boca. Su negativa, se entiende, iba acompañada de un súbito estado de meditación. Antes, cuando le pedí permiso para tomar un par de fotos, había dejado sobre el piso una computadora portátil, unas cuantas hojas desordenadas, y una copa de vino. No se esperó a que terminara mi labor documental para hacer sus preguntas. ¿Quién era el autor? ¿Con quién había vivido ahí? ¿Qué libros de él le recomendaba leer? Finalmente se atrevió a preguntar lo que de verdad le interesaba: ¿Cómo había muerto?
Le conté brevemente lo que sabía sin dejar de tomar las fotografías. Le hablé del cómo la instauración del régimen comunista en Hungría en 1948 lo había vuelto invisible como autor y un fantasma, a través del exilio, como persona. Le pedí que tomara en cuenta que Márai, quien alguna vez, durante sus primeros años, intentó escribir en alemán, había declarado en sus diarios que “para mí esa lengua y esa literatura significan una vida plena, porque sólo en esta lengua puedo decir lo que quiero decir (y sólo en esta lengua puedo callar lo que deseo callar). Porque sólo soy verdaderamente yo mientras pueda traducir mis pensamientos en palabras húngaras”. Le dije que, en Budapest, Márai había vivido en la calle de Mikó, en un barrio llamado Kisztinavarós —pero el inquilino no tenía forma de saber el guiño tremendo que significaba ese dato—. Puse énfasis en el hecho de que tres años antes de su muerte, Márai había perdido a su esposa y casi a toda su familia. Le conté que, en sus diarios, hizo anotaciones someras acerca del número de personas que llegaba a San Diego con la intención de suicidarse. También le dije que, luego de perderlo todo, Márai había conseguido una pistola que permaneció resguardada en su nochero.
—¿Así que fue de un disparo en la cabeza? —preguntó una vez más, como para cerciorarse. Le dije que sí. Luego, ya con la cámara dentro de la bolsa, no pude evitar preguntarle sobre su experiencia en uno de los departamentos que ahora conforman el 2820 de la Avenida Sexta.
—¿Sus sueños? —le pregunté—. ¿Cómo son sus sueños desde que vive aquí?
El inquilino de Márai guardó silencio. Luego, sin comentar todavía nada, se regresó al borde de las escaleras para alcanzar su copa de vino.
—Lo único raro —me dijo finalmente con la copa en la mano pero todavía sin llevársela a los labios— es la ventana del baño.
El sol se ocultó de repente. ¿Y era eso que atravesaba la calle una verdadera parvada de cuervos o una estampida de monjas pequeñísimas? Las palmeras se balanceaban apenas contra el aire. Un movimiento tan pequeño. El leve rechinido del mundo.
—No da hacia fuera —me explicó—. No da hacia nada. Da, de hecho —se corrigió—, a una serie de cables. Puros cables. Un montaplatos, ¿sabe lo qué es?
Le pedí que me explicara.
—Una especie de pequeño elevador que comunica a la cocina con el comedor —dijo—. Un montacargas —añadió.
—Pero dice que éste termina en el baño —dije, para saber si lo había entendido bien.
—Exactamente —concluyó, dándole el primer sorbo a su copa.
Me senté por un momento a su lado para ver el mundo desde su ángulo de visión. El silencio entre extraños no suele ser tan cómodo como lo fue ahí, frente al parque. Ya no quedaba nadie sobre el pasto, sino las sombras.
—Me fijaré en lo que sueño de ahora en adelante —me dijo cuando me despedí.
—Así es —le respondió el eco.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Es difícil explicar por qué o para qué visita uno las casas de los escritores muertos. Tal vez sólo sea la necesidad de ver el mundo justo desde el ángulo en que fue visto, y escrito, por él o por ella. Quizá sea la carnal curiosidad del cuerpo que quiere experimentar lo que es ser cuerpo en el lugar donde fue y estuvo el otro cuerpo. Acaso todo se reduzca al deseo de toparse, casi como al azar, con su fantasma. Un último encuentro. Una plática. Lo cierto es que una tarde, ya cuando el sol se estaba metiendo, tomé el coche sólo para buscar la dirección de la casa donde Sándor Márai, el escritor húngaro que se vio forzado a abandonar su patria en 1943, y que se suicidó un 21 de febrero de 1989. Todo eso aquí, en San Diego.
Sabía ya desde tiempo atrás el dato de su muerte, pero no fue sino hasta hace un par de días que una rápida búsqueda en internet me proporcionó la dirección de su último domicilio. Un último encuentro, me dije, repitiendo el título de uno de sus primeros libros que leí. Siempre había pensado que Márai habría vivido en algún suburbio de casas siempre iguales —cosa que explicaría con relativa facilidad cualquier suicidio— o más bien cerca de la costa, en alguna morada con vista al Pacífico, pero no fue así. El escritor y Lola, su esposa, vivieron en el 2820 de la Avenida Sexta, justo enfrente del Balboa Park —lugar donde ahora se encuentran buenos restaurantes, los mejores museos de la ciudad, así como uno de los zoológicos más famosos del mundo—. Seguramente los alrededores no eran lo mismo hace 30 o 40 años, pero su cercanía del centro histórico y su posición frente al parque debió haber causado siempre algo de movimiento. En todo caso, la historia es la misma: exiliado de su lengua y de su país, Sándor Márai se dio un tiro en la cabeza aquí, cuando era ya viudo y estaba casi ciego y se encontraba solo.
Al hombre que estaba sentado sobre las escaleras de la entrada de la casa de los Márai le pregunté eso. Le pregunté si sabía que el escritor famoso, de cuya existencia lo puso al tanto la administradora del edificio pero cuyo nombre nunca supo, se había suicidado ahí. Movió la cabeza de izquierda a derecha y, luego, de derecha a izquierda sin abrir la boca. Su negativa, se entiende, iba acompañada de un súbito estado de meditación. Antes, cuando le pedí permiso para tomar un par de fotos, había dejado sobre el piso una computadora portátil, unas cuantas hojas desordenadas, y una copa de vino. No se esperó a que terminara mi labor documental para hacer sus preguntas. ¿Quién era el autor? ¿Con quién había vivido ahí? ¿Qué libros de él le recomendaba leer? Finalmente se atrevió a preguntar lo que de verdad le interesaba: ¿Cómo había muerto?
Le conté brevemente lo que sabía sin dejar de tomar las fotografías. Le hablé del cómo la instauración del régimen comunista en Hungría en 1948 lo había vuelto invisible como autor y un fantasma, a través del exilio, como persona. Le pedí que tomara en cuenta que Márai, quien alguna vez, durante sus primeros años, intentó escribir en alemán, había declarado en sus diarios que “para mí esa lengua y esa literatura significan una vida plena, porque sólo en esta lengua puedo decir lo que quiero decir (y sólo en esta lengua puedo callar lo que deseo callar). Porque sólo soy verdaderamente yo mientras pueda traducir mis pensamientos en palabras húngaras”. Le dije que, en Budapest, Márai había vivido en la calle de Mikó, en un barrio llamado Kisztinavarós —pero el inquilino no tenía forma de saber el guiño tremendo que significaba ese dato—. Puse énfasis en el hecho de que tres años antes de su muerte, Márai había perdido a su esposa y casi a toda su familia. Le conté que, en sus diarios, hizo anotaciones someras acerca del número de personas que llegaba a San Diego con la intención de suicidarse. También le dije que, luego de perderlo todo, Márai había conseguido una pistola que permaneció resguardada en su nochero.
—¿Así que fue de un disparo en la cabeza? —preguntó una vez más, como para cerciorarse. Le dije que sí. Luego, ya con la cámara dentro de la bolsa, no pude evitar preguntarle sobre su experiencia en uno de los departamentos que ahora conforman el 2820 de la Avenida Sexta.
—¿Sus sueños? —le pregunté—. ¿Cómo son sus sueños desde que vive aquí?
El inquilino de Márai guardó silencio. Luego, sin comentar todavía nada, se regresó al borde de las escaleras para alcanzar su copa de vino.
—Lo único raro —me dijo finalmente con la copa en la mano pero todavía sin llevársela a los labios— es la ventana del baño.
El sol se ocultó de repente. ¿Y era eso que atravesaba la calle una verdadera parvada de cuervos o una estampida de monjas pequeñísimas? Las palmeras se balanceaban apenas contra el aire. Un movimiento tan pequeño. El leve rechinido del mundo.
—No da hacia fuera —me explicó—. No da hacia nada. Da, de hecho —se corrigió—, a una serie de cables. Puros cables. Un montaplatos, ¿sabe lo qué es?
Le pedí que me explicara.
—Una especie de pequeño elevador que comunica a la cocina con el comedor —dijo—. Un montacargas —añadió.
—Pero dice que éste termina en el baño —dije, para saber si lo había entendido bien.
—Exactamente —concluyó, dándole el primer sorbo a su copa.
Me senté por un momento a su lado para ver el mundo desde su ángulo de visión. El silencio entre extraños no suele ser tan cómodo como lo fue ahí, frente al parque. Ya no quedaba nadie sobre el pasto, sino las sombras.
—Me fijaré en lo que sueño de ahora en adelante —me dijo cuando me despedí.
—Así es —le respondió el eco.
--crg
Monday, September 19, 2011
QUITARSE EL SOMBRERO
El Maestro ha olvidado su sombrero.
Sin su sombrero no puede volar.
Sin su sombrero se le escapan los sueños.
Sin su sombrero no puede inclinar
el sombrero ante la mujer que pasa
a quien recuerda
de algún lado, como en un sueño,
un cuarto en un sueño o tal vez una playa,
una playa cerca del mar,
deslumbradoramente blancos,
sin sombreros, él y ella.
Michael Palmer, "The Classical Study (3), Thread, p. 5
--crg
El Maestro ha olvidado su sombrero.
Sin su sombrero no puede volar.
Sin su sombrero se le escapan los sueños.
Sin su sombrero no puede inclinar
el sombrero ante la mujer que pasa
a quien recuerda
de algún lado, como en un sueño,
un cuarto en un sueño o tal vez una playa,
una playa cerca del mar,
deslumbradoramente blancos,
sin sombreros, él y ella.
Michael Palmer, "The Classical Study (3), Thread, p. 5
--crg
Sunday, September 18, 2011
Friday, September 16, 2011
Tuesday, September 13, 2011
LA LECTORA SEVERA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Decían Deleuze y Guattari, en aquel multicitado ensayo sobre Kafka, que para llamarse “menor” una literatura tendría que reunir las siguientes tres condiciones: la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato-político, y el dispositivo colectivo de enunciación. Luego, y convirtiéndolo tácitamente en un objetivo de toda literatura revolucionaria, añadían que se trataba de “[e]scribir como un perro que escarba un hoyo, una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto”.
Hace no mucho me dio por hablar de un libro que acababa de leer con bastante gusto como “una novelita”. La mención no iba con sorna, sino con una admiración acaso un tanto cuanto íntima. Se trataba de una referencia con la que quería dejar por sentado lo entrañable que había sido del proceso de la lectura. Lo cercano. No la califiqué como un novelón, que es lo que queda muy por encima o muy lejos (y con frecuencia no importa), ni como la novela que se ve a la distancia exacta. Tampoco sentí preciso el uso implícitamente snob de “nouvelle”, ni el despreciativo “noveleta”, ni el meramente descriptivo “novela corta”. El libro en cuestión no era nada de eso, me convencía. O, para ser preciso, siendo todo eso, el libro era nada más “una novelita”. No era la primera ocasión que utilizaba el término de ese modo, y la frecuencia del acontecimiento me aguzó los sentidos. De ahí la cita de Kafka. Por una literatura menor. De ahí también, eso creo yo, el uso del diminutivo.
El libro en cuestión, Severina de Rodrigo Rey Rosa, es en efecto un libro de no muchas páginas que se lee, como se dice, de una sentada. También lo son, por cierto, Estrellas muertas, de Álvaro Bisama, o Bonsái, de Alejandro Zambra, o El jardín devastado, de Jorge Volpi. Pero esas características, digamos, físicas, no son las que necesariamente transforman a un texto corto de aliento narrativo en “una novelita”. Lo que lo hace parecer un texto escrito por ese mítico perro que escarba un hoyo, o por esa filosófica rata que hace su kafkiana madriguera, lo que lo vuelve ejemplo de una literatura menor en todo caso, son dos cosas: se trata de un texto que abreva de una tradición de la así llamada baja cultura, de la cultura popular, en este caso el de la novela rosa o la novela sentimental; y se trata de un texto que, a sabiendas de que lo sentimental es un lugar común, en el sentido en que es común el sentido común, por ejemplo, sutilmente subvierte sus características para entregar, de manera “aparentemente sencilla”, una liebre por un gato.
La historia de Severina no es difícil de imaginar. Es más: se trata de una historia contada miles de veces. Es el encuentro entre la mujer inaccesible, mejor conocida en tiempos pasados como la femme fatale, y el hombre altamente sentimental. Están ahí, sin duda, los elementos básicos que han dado pie a más de una gran novela romántica del XIX y a más de una novela rosa del XX (incluyendo el repertorio inabarcable de Corín Tellado). Pero, tal como lo investiga Aníbal González en su reciente Love and Politics in the Contemporary Spanish American Novel, la novela neo-sentimental latinoamericana tiene sus raíces bien firmes en la era del post-boom, cuando distintos autores y autoras (Gonzáles incluye en su lista a autores tan distintos como Elena Poniatowska y Alfredo Bryce Echenique, Isabel Allende y Gabriel García Márquez, Miguel Barnet y Luis Rafael Sánchez, entre otros) introdujeron, y no de manera aleatoria ni secundaria, el tema del amor en sus libros. Para distinguirla de otro tipo de novelas, González argumenta que el amor del que tratan las nuevas novelas sentimentales es del tipo que pretende sanar “las divisiones y el rencor generado por décadas de movilización social y política”, más cercano al ágape (el amor hacia el vecino) que a la pasión súbita y carnal que tantas veces dominó el espectro emocional de otras muchas novelas.
Así entonces, Severina, la del título de Rey Rosa, es legítimamente una femme post-fatale. Tal como lo exige el estereotipo, la joven mujer es, en efecto, misteriosa e inaccesible, bella (y para eso el autor recurre a minuciosas descripciones de vestuario que dan mucho en que pensar) y complicada, pero, a diferencia de las fatales de antaño, que solían ser mortíferas y dejar marcas indelebles a través del daño, esta Lolita light, esta mujer joven y sin documentos y perfectamente ataviada, es sobre todo una lectora. Lo que es más: Severina es una lectora severa. Con ella establecerá el narrador una relación sexual, pero en realidad lo que más hacen es leer libros y, sí, platicar. No es fácil, y lo sabrán los lectores que se fijan en estas cosas, convertir a una mujer severa, esa construcción con la que se ha asociado históricamente a las abuelas enérgicas, las amargadas sin motivo y las solteronas frígidas, en un objeto de deseo ni en una musa palpitante ni mucho menos en la heroína de una novela neo-sentimental. Tampoco fue fácil, en el mismo sentido y por ejemplo, hacer de un lector voraz el héroe de una novela escrita por un latino, Junot Díaz, que ganó el Pulitzer justo una década después de que el héroe de la novela latina ganadora del mismo premio fuera un latin lover. Y porque no es fácil es que engatusa la serie de arabescos culturales a los que hay que recurrir para poder dar, en toda su arriesgada extensión y en toda su subversiva carga, la mítica liebre por el gato de pacotilla. En efecto, la “aparente sencillez” de Severina no está en la manufactura de las oraciones o en el uso austero del lenguaje (esas oraciones y ese lenguaje son, en efecto, sencillos), sino en la serie de complicadas estrategias (tanto o más que las utilizadas por el autor en su trabajo anterior, El material humano), la serie de estratégicas apelaciones (el formato de la novela rosa, entre otras) que hacen posible que exista, a inicios del XXI y en la literatura latinoamericana, una Severina que es, a la vez, encantadora y humana, terrestre, viva.
Requeriría más espacio desarrollar algunas ideas acerca de la repetición significativa del término “vanidad” a lo largo de este libro. La vanidad, por ejemplo, del hombre solo, de la que el narrador se deshace gustosa y planeadamente al dejar que la historia sentimental tome precedencia sobre cualquiera de sus otras historias; y la vanidad de esos hombres y mujeres que ya sólo existen por y para y entre los libros que se consumen, en este caso a través del desvío de la circulación comercial que presupone el robo. Que ambas condiciones sean tildadas de vanidad hace que esta novelita no sea uno más de esos artefactos hechos para la autoglorificación de la alta cultura y consecuente santificación del status quo, sino un libro que hace pensar de manera crítica en el lazo que va de las relaciones de intercambio, ya sea mercantil o amoroso, con el estado de todas las cosas. Lo neo-sentimental, así, no deja de ser político.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Decían Deleuze y Guattari, en aquel multicitado ensayo sobre Kafka, que para llamarse “menor” una literatura tendría que reunir las siguientes tres condiciones: la desterritorialización de la lengua, la articulación de lo individual en lo inmediato-político, y el dispositivo colectivo de enunciación. Luego, y convirtiéndolo tácitamente en un objetivo de toda literatura revolucionaria, añadían que se trataba de “[e]scribir como un perro que escarba un hoyo, una rata que hace su madriguera. Para eso: encontrar su propio punto de subdesarrollo, su propia jerga, su propio tercer mundo, su propio desierto”.
Hace no mucho me dio por hablar de un libro que acababa de leer con bastante gusto como “una novelita”. La mención no iba con sorna, sino con una admiración acaso un tanto cuanto íntima. Se trataba de una referencia con la que quería dejar por sentado lo entrañable que había sido del proceso de la lectura. Lo cercano. No la califiqué como un novelón, que es lo que queda muy por encima o muy lejos (y con frecuencia no importa), ni como la novela que se ve a la distancia exacta. Tampoco sentí preciso el uso implícitamente snob de “nouvelle”, ni el despreciativo “noveleta”, ni el meramente descriptivo “novela corta”. El libro en cuestión no era nada de eso, me convencía. O, para ser preciso, siendo todo eso, el libro era nada más “una novelita”. No era la primera ocasión que utilizaba el término de ese modo, y la frecuencia del acontecimiento me aguzó los sentidos. De ahí la cita de Kafka. Por una literatura menor. De ahí también, eso creo yo, el uso del diminutivo.
El libro en cuestión, Severina de Rodrigo Rey Rosa, es en efecto un libro de no muchas páginas que se lee, como se dice, de una sentada. También lo son, por cierto, Estrellas muertas, de Álvaro Bisama, o Bonsái, de Alejandro Zambra, o El jardín devastado, de Jorge Volpi. Pero esas características, digamos, físicas, no son las que necesariamente transforman a un texto corto de aliento narrativo en “una novelita”. Lo que lo hace parecer un texto escrito por ese mítico perro que escarba un hoyo, o por esa filosófica rata que hace su kafkiana madriguera, lo que lo vuelve ejemplo de una literatura menor en todo caso, son dos cosas: se trata de un texto que abreva de una tradición de la así llamada baja cultura, de la cultura popular, en este caso el de la novela rosa o la novela sentimental; y se trata de un texto que, a sabiendas de que lo sentimental es un lugar común, en el sentido en que es común el sentido común, por ejemplo, sutilmente subvierte sus características para entregar, de manera “aparentemente sencilla”, una liebre por un gato.
La historia de Severina no es difícil de imaginar. Es más: se trata de una historia contada miles de veces. Es el encuentro entre la mujer inaccesible, mejor conocida en tiempos pasados como la femme fatale, y el hombre altamente sentimental. Están ahí, sin duda, los elementos básicos que han dado pie a más de una gran novela romántica del XIX y a más de una novela rosa del XX (incluyendo el repertorio inabarcable de Corín Tellado). Pero, tal como lo investiga Aníbal González en su reciente Love and Politics in the Contemporary Spanish American Novel, la novela neo-sentimental latinoamericana tiene sus raíces bien firmes en la era del post-boom, cuando distintos autores y autoras (Gonzáles incluye en su lista a autores tan distintos como Elena Poniatowska y Alfredo Bryce Echenique, Isabel Allende y Gabriel García Márquez, Miguel Barnet y Luis Rafael Sánchez, entre otros) introdujeron, y no de manera aleatoria ni secundaria, el tema del amor en sus libros. Para distinguirla de otro tipo de novelas, González argumenta que el amor del que tratan las nuevas novelas sentimentales es del tipo que pretende sanar “las divisiones y el rencor generado por décadas de movilización social y política”, más cercano al ágape (el amor hacia el vecino) que a la pasión súbita y carnal que tantas veces dominó el espectro emocional de otras muchas novelas.
Así entonces, Severina, la del título de Rey Rosa, es legítimamente una femme post-fatale. Tal como lo exige el estereotipo, la joven mujer es, en efecto, misteriosa e inaccesible, bella (y para eso el autor recurre a minuciosas descripciones de vestuario que dan mucho en que pensar) y complicada, pero, a diferencia de las fatales de antaño, que solían ser mortíferas y dejar marcas indelebles a través del daño, esta Lolita light, esta mujer joven y sin documentos y perfectamente ataviada, es sobre todo una lectora. Lo que es más: Severina es una lectora severa. Con ella establecerá el narrador una relación sexual, pero en realidad lo que más hacen es leer libros y, sí, platicar. No es fácil, y lo sabrán los lectores que se fijan en estas cosas, convertir a una mujer severa, esa construcción con la que se ha asociado históricamente a las abuelas enérgicas, las amargadas sin motivo y las solteronas frígidas, en un objeto de deseo ni en una musa palpitante ni mucho menos en la heroína de una novela neo-sentimental. Tampoco fue fácil, en el mismo sentido y por ejemplo, hacer de un lector voraz el héroe de una novela escrita por un latino, Junot Díaz, que ganó el Pulitzer justo una década después de que el héroe de la novela latina ganadora del mismo premio fuera un latin lover. Y porque no es fácil es que engatusa la serie de arabescos culturales a los que hay que recurrir para poder dar, en toda su arriesgada extensión y en toda su subversiva carga, la mítica liebre por el gato de pacotilla. En efecto, la “aparente sencillez” de Severina no está en la manufactura de las oraciones o en el uso austero del lenguaje (esas oraciones y ese lenguaje son, en efecto, sencillos), sino en la serie de complicadas estrategias (tanto o más que las utilizadas por el autor en su trabajo anterior, El material humano), la serie de estratégicas apelaciones (el formato de la novela rosa, entre otras) que hacen posible que exista, a inicios del XXI y en la literatura latinoamericana, una Severina que es, a la vez, encantadora y humana, terrestre, viva.
Requeriría más espacio desarrollar algunas ideas acerca de la repetición significativa del término “vanidad” a lo largo de este libro. La vanidad, por ejemplo, del hombre solo, de la que el narrador se deshace gustosa y planeadamente al dejar que la historia sentimental tome precedencia sobre cualquiera de sus otras historias; y la vanidad de esos hombres y mujeres que ya sólo existen por y para y entre los libros que se consumen, en este caso a través del desvío de la circulación comercial que presupone el robo. Que ambas condiciones sean tildadas de vanidad hace que esta novelita no sea uno más de esos artefactos hechos para la autoglorificación de la alta cultura y consecuente santificación del status quo, sino un libro que hace pensar de manera crítica en el lazo que va de las relaciones de intercambio, ya sea mercantil o amoroso, con el estado de todas las cosas. Lo neo-sentimental, así, no deja de ser político.
--crg
Sunday, September 11, 2011
EL BOTÍN DE SAN LUIS
Ignacio Betancourt, José María Facha. El modernista desconocido. Erotismo y revolución.
Juan de Alba, Poesía y prosa. Edición bilingüe.
Juan de Alba, Dios existe. Poematrices. Poesía.
Luis Alberto Arellano, Plexo
Alexandro Roque, Olimpotosí
Anubis, De cuando escuchas pasar el tren y Julian (video).
Santiago Matías, Espectro
Arturo Carrera, aA Momento de simetría
Metrópolis, No. 36, Poesía alemana reciente
Los perros del alba, No. 7
--crg
Ignacio Betancourt, José María Facha. El modernista desconocido. Erotismo y revolución.
Juan de Alba, Poesía y prosa. Edición bilingüe.
Juan de Alba, Dios existe. Poematrices. Poesía.
Luis Alberto Arellano, Plexo
Alexandro Roque, Olimpotosí
Anubis, De cuando escuchas pasar el tren y Julian (video).
Santiago Matías, Espectro
Arturo Carrera, aA Momento de simetría
Metrópolis, No. 36, Poesía alemana reciente
Los perros del alba, No. 7
--crg
Friday, September 09, 2011
ALGUNOS EJERCICIOS CURATORIALES DE LA POETA SARA URIBE
melancolía de la nube que se vuelve ahora mismo bruma: La Cristina Rivera Garza mía de mí: Bajo la influencia musical de The Koln Concert de Keith Jarret, estos cuatro/cinco ejercicios curatoriales sobre tres novelas ( Lo Anterior, La cresta de Ilión, La muerte me da) y tres libros de poesía (La más mía, Yo ya no vivo aquí, ¿Ha estado usted alguna vez en el mar del norte?), son el resultado de un ejercicio jazzístico de curaduría.
Un regalazo, aquí, en San Luis.
--crg
melancolía de la nube que se vuelve ahora mismo bruma: La Cristina Rivera Garza mía de mí: Bajo la influencia musical de The Koln Concert de Keith Jarret, estos cuatro/cinco ejercicios curatoriales sobre tres novelas ( Lo Anterior, La cresta de Ilión, La muerte me da) y tres libros de poesía (La más mía, Yo ya no vivo aquí, ¿Ha estado usted alguna vez en el mar del norte?), son el resultado de un ejercicio jazzístico de curaduría.
Un regalazo, aquí, en San Luis.
--crg
Thursday, September 08, 2011
LA CÁMARA VERDE
Una manera de hacer las cosas. La Cámara Verde en Periódico de Poesía, No. 42, Septiembre 2011
En mayo de 2011, una serie de artistas y escritores firmaron una vez más un manifiesto Fluxus. Que la palabra venga del latín y que quiera decir “flujo”, es sólo una de las razones por las cuales el manifiesto aparece ahora en La Cámara Verde de septiembre. Tal vez de mayor importancia para una sección que ha puesto atención a las formas de escritura generadas por y desde las plataformas 2.0 es que, desde sus orígenes, Fluxus privilegió una forma de arte-diversión que, desde fuera de los circuitos del mercado, lidiaba por igual con los “temas triviales” que configuran la vida cotidiana, transformándola idealmente en una forma de arte en sí misma. Más que un arte: una manera de hacer las cosas. En palabras de George Maciunas, uno de sus fundadores: “Fluxus-arte-diversión debe ser simple, entretenido y sin pretensiones; debe tratar temas triviales, sin necesidad de dominar técnicas especiales ni realizar innumerables ensayos y sin aspirar a tener ningún tipo de valor comercial o institucional”. No es, habrá que aclararlo, una definición de la escritura en twitter, pero bien podría serlo. Bibiana Padilla, una de las firmantes del manifiesto hacia el XXI, poeta y artista conceptual, así como cofundadora de los proyectos de literatura experimental AVTEXTFEST Y AVTEXTPRESS, nos ofrece la traducción de este documento al español. Además de mantenerse activa en la exploración de narrativas visuales paralelas a textos literarios y políticos, así como la indagación sobre el sentido del cuerpo en las sociedades contemporáneas, Bibiana Padilla ha publicado Equilibrios, 1992; Instrucciones para cocinar, 2001; Los demonios de la casa mayor, 2002; Los impersonales, 2002; 25ScoreS25, 2009; Mini Poemas, 2009; Scores para MCA-Chicago, 2011. También ha realizado exposiciones, performances, residencias, intervenciones y colaborado en distintas antologías, revistas y periódicos alrededor del mundo.
Podría decirse que un espíritu similar al de fluxus, ese aliento que oscila entre la diversión y el trabajo interdisciplinario, y el apego a lo mundano, forma parte del Cuaderno de imágenes que nos envía Javier Raya. Entre la crónica de un encuentro de poesía y la poesía misma, la sección del TimeLine de @Javier_Raya nos hace partícipes del viaje y el azoro del viaje. También estamos ahí en la reflexión y en el encuentro. Al final de todo, las imágenes nos traen así mismo de regreso. Javier Raya (Ciudad de México, 1985) hace spokenword, tuits y escritura de varia disponibilidad, lo que antes se llamaba poesía, narrativa, teatro, periodismo y ensayo. Ha publicado los libros de poesía El libro de Pixie con Torre de Babel en 2010, Por los rasgos una bayoneta en la colección La Ceibita (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011) y Ordalía en la colección Limón Partido (2011). Forma parte del consejo editorial de la gaceta Literal. Impartió el seminario de investigación poética en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante 2010.
Septiembre, en checo, se dice září, que quiere decir brillo. No conozco una mejor definición para el mes que cobija al equinoccio de otoño. Esa puerta.
[mientras escuchaba Siouxsie Soux, Heaven And Alchemy, Mantaray album]
Metepec/Ciudad de México
Agosto 23, 2011
--crg
Una manera de hacer las cosas. La Cámara Verde en Periódico de Poesía, No. 42, Septiembre 2011
En mayo de 2011, una serie de artistas y escritores firmaron una vez más un manifiesto Fluxus. Que la palabra venga del latín y que quiera decir “flujo”, es sólo una de las razones por las cuales el manifiesto aparece ahora en La Cámara Verde de septiembre. Tal vez de mayor importancia para una sección que ha puesto atención a las formas de escritura generadas por y desde las plataformas 2.0 es que, desde sus orígenes, Fluxus privilegió una forma de arte-diversión que, desde fuera de los circuitos del mercado, lidiaba por igual con los “temas triviales” que configuran la vida cotidiana, transformándola idealmente en una forma de arte en sí misma. Más que un arte: una manera de hacer las cosas. En palabras de George Maciunas, uno de sus fundadores: “Fluxus-arte-diversión debe ser simple, entretenido y sin pretensiones; debe tratar temas triviales, sin necesidad de dominar técnicas especiales ni realizar innumerables ensayos y sin aspirar a tener ningún tipo de valor comercial o institucional”. No es, habrá que aclararlo, una definición de la escritura en twitter, pero bien podría serlo. Bibiana Padilla, una de las firmantes del manifiesto hacia el XXI, poeta y artista conceptual, así como cofundadora de los proyectos de literatura experimental AVTEXTFEST Y AVTEXTPRESS, nos ofrece la traducción de este documento al español. Además de mantenerse activa en la exploración de narrativas visuales paralelas a textos literarios y políticos, así como la indagación sobre el sentido del cuerpo en las sociedades contemporáneas, Bibiana Padilla ha publicado Equilibrios, 1992; Instrucciones para cocinar, 2001; Los demonios de la casa mayor, 2002; Los impersonales, 2002; 25ScoreS25, 2009; Mini Poemas, 2009; Scores para MCA-Chicago, 2011. También ha realizado exposiciones, performances, residencias, intervenciones y colaborado en distintas antologías, revistas y periódicos alrededor del mundo.
Podría decirse que un espíritu similar al de fluxus, ese aliento que oscila entre la diversión y el trabajo interdisciplinario, y el apego a lo mundano, forma parte del Cuaderno de imágenes que nos envía Javier Raya. Entre la crónica de un encuentro de poesía y la poesía misma, la sección del TimeLine de @Javier_Raya nos hace partícipes del viaje y el azoro del viaje. También estamos ahí en la reflexión y en el encuentro. Al final de todo, las imágenes nos traen así mismo de regreso. Javier Raya (Ciudad de México, 1985) hace spokenword, tuits y escritura de varia disponibilidad, lo que antes se llamaba poesía, narrativa, teatro, periodismo y ensayo. Ha publicado los libros de poesía El libro de Pixie con Torre de Babel en 2010, Por los rasgos una bayoneta en la colección La Ceibita (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2011) y Ordalía en la colección Limón Partido (2011). Forma parte del consejo editorial de la gaceta Literal. Impartió el seminario de investigación poética en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante 2010.
Septiembre, en checo, se dice září, que quiere decir brillo. No conozco una mejor definición para el mes que cobija al equinoccio de otoño. Esa puerta.
[mientras escuchaba Siouxsie Soux, Heaven And Alchemy, Mantaray album]
Metepec/Ciudad de México
Agosto 23, 2011
--crg
Wednesday, September 07, 2011
DESDE VERDE SHANGHAI
recuerdos inútiles: Entrevista a Cristina Rivera Garza: Verde Shangai, memoria en fuga, en continuo proceso de desaparición y de recreación. Javier Moro Hernández.
Tania Campos, antropóloga y crítica, escribió sobre Verde Shanghai, aquí.
Graciela Romero escribió "El mejor de los verdes posibles", para Bonsái, p.24-26.
--crg
recuerdos inútiles: Entrevista a Cristina Rivera Garza: Verde Shangai, memoria en fuga, en continuo proceso de desaparición y de recreación. Javier Moro Hernández.
Tania Campos, antropóloga y crítica, escribió sobre Verde Shanghai, aquí.
Graciela Romero escribió "El mejor de los verdes posibles", para Bonsái, p.24-26.
--crg
Tuesday, September 06, 2011
YO TAMBIÉN SÉ DE LO QUE SE DESVANECE
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La mujer sale a toda prisa: la taza de café en una mano, las llaves del auto en la otra, el cabello mojado.
Es evidente, desde el futuro, que se le hace tarde.
Sé lo que piensa la mujer porque la mujer soy yo, naturalmente: dentro de la cabeza da vueltas “El guardián del hielo”, un poema del peruano José Watanabe, y, tal vez por asociación contraria, aparece entonces, casi de inmediato, la tonada de PJ Harvey: Love too soon. ¿Se ama demasiado rápido y, por consiguiente, todo se deshace bajo el sol o hay que amar rápido porque todo se deshace bajo el sol? El dilema me entretiene. El dilema, que me permite encender el auto, no me deja ver en realidad la carretera. El tiempo. Lo que pasa.
Mientras tanto (siempre hay un mientras tanto): la montaña.
Mientras tanto (siempre sigue el mientras tanto): los sonidos de Warpaint en espacio cerrado del auto.
¿Por qué si todos sabemos que las máquinas de los automóviles funcionan con gasolina, esa mujer, que soy yo, no lo sabe?
Las cosas ocurrirán así: la mujer hace una serie de cosas reales, terrestres, amables durante el día (una de ellas, por ejemplo, incluye la lectura súbita de poesía en voz alta cuando nadie lo espera o lo requiere pero, ya se sabe, la obsesión, pero este vivir en el mundo de al lado). Eventualmente, como resulta obvio siempre pero sólo desde el futuro, la mujer regresa. Hay que atravesar un bosque en sentido inverso para hacer eso, regresar. La carretera a veces parece infinita. Las nubes: iridiscentes. El bienestar a pesar del malestar. El parabrisas.
Y sucede, claro, de repente: la luz roja sobre el tablero. La curiosidad y, de inmediato, la respuesta: ah, no tengo gasolina.
Vean el contexto: se está haciendo de noche en una carretera concurrida. Se trata de un país donde, sólo hace unos días, 52 mujeres y hombres (cifra oficial) murieron asesinados en un atentado que las autoridades califican de terrorista pero que es en realidad uno de muchos más. Hace no tanto desenterraron los cuerpos de 25 o 27 no muy lejos de aquí. ¿Y cuántas mujeres terminan decapitadas o desaparecidas en el Estado de México?
Me detengo, pues, en una fonda que todavía tiene la luz encendida antes de tener que pararme a las orillas de la carretera que está a las orillas de un bosque. Un par de señoras con largas trenzas negras me ofrece comida: tacos de cecina, chorizo, chicharrón. Una pareja taciturna ocupa una mesa sobre cuyo mantel de plástico de pequeños cuadros rojos y blancos yacen dos platos vacíos. Un hombre come solo en otra mesa que apenas si se deja ver en la penumbra. Se los digo a las dos mujeres como si existiera el alivio: me quedé sin gasolina. El padre de las mujeres sale de un cuarto todavía más oscuro y sugiere: haga esto o aquello. Veo el auto de judiciales en el estacionamiento, esto en el reojo de las cosas. Alguien pasa diciendo que hay un accidente en la carretera, algo horrible. Un muerto. Tal vez dos. Le digo al hombre que no puedo hacer esto o aquello que me sugiere porque no tengo gasolina y supongo que, mientras se lo digo, lo veo con pesar o angustia o desolación. Él, amable, se ofrece a ir a la gasolinera más cercana a comprar unos litros. La noche se cierra en un pequeño nudo tenso. ¿Y si el hombre que ha terminado de comer y ahora se sube a una enorme pick up roja que, sin embargo, no enciende, es en realidad un asesino a sueldo? ¿Y si lo que emerge de esa otra camioneta grande, gris, con placas de otro estado, no es un hombre enorme que pide tacos para llevar sino un sicario hambriento? ¿Y si los policías judiciales se vuelven locos y empiezan a disparar? ¿Y si las mujeres de trenzas tan largas y negras dejan sus delantales y me atan las manos y cubren la boca con tape? ¿Y si el hombre de la gasolina nunca regresa? ¿Y si no puedo salir de aquí nunca, nunca, nunca, atada a una pequeña fonda de la carretera por razones inenarrables? ¿Y si llueve? ¿Y si graniza? ¿Y si el súbito dolor de cabeza se vuelve dolor de mano y de pie y de anginas? ¿Y si este temblor que se apodera de la punta de los dedos y luego de los dedos y más tarde de las manos codos brazos no cesa?
Todo esto que, sin duda, continúa, sólo se detiene cuando la mujer de las trenzas murmura: no se preocupe, señorita, ya llegó mi papá.
Y, en efecto, el hombre que fue por la gasolina está ahí ya, con el viejo sombrero de paja sobre la cabeza, y cinco litros del preciado líquido en la mano izquierda (debe ser zurdo).
–Si le hubiera hablado al seguro– dice el hombre enorme que ha salido a fumar–, se hubieran tardado horas. Y usted ahí, sola –añade. Luego, sin pensarlo mucho, me pide que le cuide su cigarro para ayudar al anciano que forcejea con la manguera y la gasolina. En el futuro diré: Y estaba yo, con el cigarrillo de un extraño consumiéndose entre los dedos que no dejaban de temblar, mientras un hombre amable le ponía cinco litros de gasolina al coche. El ruido de los autos al pasar. El rumor del bosque. El frío.
¿Por qué si todo mundo sabe que el universo se mueve a través de transacciones económicas que, en la era del tardocapitalismo, se rigen por el intercambio de dinero, la mujer ésa no lleva un quinto en la bolsa? El misterio, ah, el misterio, que sólo puede resolver un guardián del hielo. Las gracias son a veces tan poca cosa.
Cuando finalmente llego a la gasolinería más cercana ya es muy noche. Las manos todavía no han dejado de temblar. La frente sobre el volante: un día de estos, la distracción me va a matar. Qué triste es sentir tanto miedo en tu propio país y qué difícil es admitirlo. La vergüenza.
Debería escribirle todo esto a Watanabe, que está en el cielo. Debería decirle: mira, ya ves, todo por vivir en tu “ardiente y perverso reino”. Todo por seguir en estas “formas puras, como de montaña o planeta que se devasta”. Debería decirle, “tan desesperada como inútil”, yo también, José, yo también soy la guardiana de todo esto. Yo también sé de todo lo que se desvanece. El hielo.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La mujer sale a toda prisa: la taza de café en una mano, las llaves del auto en la otra, el cabello mojado.
Es evidente, desde el futuro, que se le hace tarde.
Sé lo que piensa la mujer porque la mujer soy yo, naturalmente: dentro de la cabeza da vueltas “El guardián del hielo”, un poema del peruano José Watanabe, y, tal vez por asociación contraria, aparece entonces, casi de inmediato, la tonada de PJ Harvey: Love too soon. ¿Se ama demasiado rápido y, por consiguiente, todo se deshace bajo el sol o hay que amar rápido porque todo se deshace bajo el sol? El dilema me entretiene. El dilema, que me permite encender el auto, no me deja ver en realidad la carretera. El tiempo. Lo que pasa.
Mientras tanto (siempre hay un mientras tanto): la montaña.
Mientras tanto (siempre sigue el mientras tanto): los sonidos de Warpaint en espacio cerrado del auto.
¿Por qué si todos sabemos que las máquinas de los automóviles funcionan con gasolina, esa mujer, que soy yo, no lo sabe?
Las cosas ocurrirán así: la mujer hace una serie de cosas reales, terrestres, amables durante el día (una de ellas, por ejemplo, incluye la lectura súbita de poesía en voz alta cuando nadie lo espera o lo requiere pero, ya se sabe, la obsesión, pero este vivir en el mundo de al lado). Eventualmente, como resulta obvio siempre pero sólo desde el futuro, la mujer regresa. Hay que atravesar un bosque en sentido inverso para hacer eso, regresar. La carretera a veces parece infinita. Las nubes: iridiscentes. El bienestar a pesar del malestar. El parabrisas.
Y sucede, claro, de repente: la luz roja sobre el tablero. La curiosidad y, de inmediato, la respuesta: ah, no tengo gasolina.
Vean el contexto: se está haciendo de noche en una carretera concurrida. Se trata de un país donde, sólo hace unos días, 52 mujeres y hombres (cifra oficial) murieron asesinados en un atentado que las autoridades califican de terrorista pero que es en realidad uno de muchos más. Hace no tanto desenterraron los cuerpos de 25 o 27 no muy lejos de aquí. ¿Y cuántas mujeres terminan decapitadas o desaparecidas en el Estado de México?
Me detengo, pues, en una fonda que todavía tiene la luz encendida antes de tener que pararme a las orillas de la carretera que está a las orillas de un bosque. Un par de señoras con largas trenzas negras me ofrece comida: tacos de cecina, chorizo, chicharrón. Una pareja taciturna ocupa una mesa sobre cuyo mantel de plástico de pequeños cuadros rojos y blancos yacen dos platos vacíos. Un hombre come solo en otra mesa que apenas si se deja ver en la penumbra. Se los digo a las dos mujeres como si existiera el alivio: me quedé sin gasolina. El padre de las mujeres sale de un cuarto todavía más oscuro y sugiere: haga esto o aquello. Veo el auto de judiciales en el estacionamiento, esto en el reojo de las cosas. Alguien pasa diciendo que hay un accidente en la carretera, algo horrible. Un muerto. Tal vez dos. Le digo al hombre que no puedo hacer esto o aquello que me sugiere porque no tengo gasolina y supongo que, mientras se lo digo, lo veo con pesar o angustia o desolación. Él, amable, se ofrece a ir a la gasolinera más cercana a comprar unos litros. La noche se cierra en un pequeño nudo tenso. ¿Y si el hombre que ha terminado de comer y ahora se sube a una enorme pick up roja que, sin embargo, no enciende, es en realidad un asesino a sueldo? ¿Y si lo que emerge de esa otra camioneta grande, gris, con placas de otro estado, no es un hombre enorme que pide tacos para llevar sino un sicario hambriento? ¿Y si los policías judiciales se vuelven locos y empiezan a disparar? ¿Y si las mujeres de trenzas tan largas y negras dejan sus delantales y me atan las manos y cubren la boca con tape? ¿Y si el hombre de la gasolina nunca regresa? ¿Y si no puedo salir de aquí nunca, nunca, nunca, atada a una pequeña fonda de la carretera por razones inenarrables? ¿Y si llueve? ¿Y si graniza? ¿Y si el súbito dolor de cabeza se vuelve dolor de mano y de pie y de anginas? ¿Y si este temblor que se apodera de la punta de los dedos y luego de los dedos y más tarde de las manos codos brazos no cesa?
Todo esto que, sin duda, continúa, sólo se detiene cuando la mujer de las trenzas murmura: no se preocupe, señorita, ya llegó mi papá.
Y, en efecto, el hombre que fue por la gasolina está ahí ya, con el viejo sombrero de paja sobre la cabeza, y cinco litros del preciado líquido en la mano izquierda (debe ser zurdo).
–Si le hubiera hablado al seguro– dice el hombre enorme que ha salido a fumar–, se hubieran tardado horas. Y usted ahí, sola –añade. Luego, sin pensarlo mucho, me pide que le cuide su cigarro para ayudar al anciano que forcejea con la manguera y la gasolina. En el futuro diré: Y estaba yo, con el cigarrillo de un extraño consumiéndose entre los dedos que no dejaban de temblar, mientras un hombre amable le ponía cinco litros de gasolina al coche. El ruido de los autos al pasar. El rumor del bosque. El frío.
¿Por qué si todo mundo sabe que el universo se mueve a través de transacciones económicas que, en la era del tardocapitalismo, se rigen por el intercambio de dinero, la mujer ésa no lleva un quinto en la bolsa? El misterio, ah, el misterio, que sólo puede resolver un guardián del hielo. Las gracias son a veces tan poca cosa.
Cuando finalmente llego a la gasolinería más cercana ya es muy noche. Las manos todavía no han dejado de temblar. La frente sobre el volante: un día de estos, la distracción me va a matar. Qué triste es sentir tanto miedo en tu propio país y qué difícil es admitirlo. La vergüenza.
Debería escribirle todo esto a Watanabe, que está en el cielo. Debería decirle: mira, ya ves, todo por vivir en tu “ardiente y perverso reino”. Todo por seguir en estas “formas puras, como de montaña o planeta que se devasta”. Debería decirle, “tan desesperada como inútil”, yo también, José, yo también soy la guardiana de todo esto. Yo también sé de todo lo que se desvanece. El hielo.
--crg
Monday, September 05, 2011
COME AVVENTURA ESTREMA
Una nota de Raul Schenardi, traductor de Nadie me verá llorar y La cresta de Ilión al italiano: Edizionisur.it
--crg
Una nota de Raul Schenardi, traductor de Nadie me verá llorar y La cresta de Ilión al italiano: Edizionisur.it
--crg
Friday, September 02, 2011
SEPTIEMBRE
Nos sentamos ya tarde, y vemos desplegarse lentamente a la oscuridad:
Ningún reloj cuenta esto.
Cuando los besos se repiten y los brazos aprietan
No importa dónde está el tiempo.
Es la mitad del verano: las hojas cuelgan enormes y quietas:
Detrás del ojo, una estrella,
Bajo la seda de la muñeca, un mar dice
El tiempo no está en ningún lado.
Permanecemos: las hojas no han medido el verano.
Ningún reloj necesita
Decir que sólo tenemos lo que recordamos:
Los minutos que hacen rodar nuestras cabezas
Como las de los desafortunados rey y reina
Cuando gobierna la muchedumbre insensata:
Y los árboles quietos reflejan sus coronas
En las albercas.
September, Ted Hughes
--crg
Nos sentamos ya tarde, y vemos desplegarse lentamente a la oscuridad:
Ningún reloj cuenta esto.
Cuando los besos se repiten y los brazos aprietan
No importa dónde está el tiempo.
Es la mitad del verano: las hojas cuelgan enormes y quietas:
Detrás del ojo, una estrella,
Bajo la seda de la muñeca, un mar dice
El tiempo no está en ningún lado.
Permanecemos: las hojas no han medido el verano.
Ningún reloj necesita
Decir que sólo tenemos lo que recordamos:
Los minutos que hacen rodar nuestras cabezas
Como las de los desafortunados rey y reina
Cuando gobierna la muchedumbre insensata:
Y los árboles quietos reflejan sus coronas
En las albercas.
September, Ted Hughes
--crg