Monday, February 22, 2016
Friday, February 19, 2016
LA HISTORIA DEL ANONIMATO--Jennifer Chang
La traducción al español de cuatro poemas incluidos en History of Anonymity (University of Georgia Press, 2008) de la poeta norteamericana Jennifer Chang apareció, gracias al permiso de la autora, en La Tempestad, Enero 2016.
Jennifer
Chang, The History of Anonymity
Traducción
de Cristina Rivera Garza
PASTORAL
Algo en
el campo no deja
de
trabajar. El ruido de las raíces.
El
ruido de las ramas más pequeñas. Planta
de
débil clorofila: sin nombre
para
ella. Algo
en el
campo ha terminado por dominar
la
distancia al vivir junto
a las
cercas. La fruta amarilla, ¿tiene
hueso o
semilla? Vara que se marchita. El ruido
del
pasto contra el ruido de la hierba. La tierra
y el
cántico. Algo en el
campo.
Coreopsis. No quise decir
eso. El
pétalo amarillo, ¿tiene el don
de
languidecer? ¿Tiene un espléndido
sarpullido?
La pérdida de las hojas y el brote
intranquilo:
su arte de estallar. Algo
en. El
campo baldío y
la
cigarra. No quise decir
eso.
¿Tiene rugido y floración?
¿Tiene
camino y lo sigue? El pinchar
de un
cardo, la tensión de los erizos: qué
apego
tan sencillo. ¿Puedo convertirme en flor
de
lima? ¿Puedo manzanillarme?
Algo en
el campo no puede.
EL
BOSQUE PENSÁNDOLO BIEN
Nunca
un yo, nunca una pregunta
que
contestamos sin pensar.
Sí, incluso ella, la niña
que
bebe su reflejo en el arroyo.
Perdonamos
al musgo sus tiernos rudimentos
y
perdonamos a la corteza
por
caer y fracasar. El invierno revela
su
vasta reserva. La rama desnuda
no da
la cara, el eco del viento
sin
voz, hay un rastro
para
cada llegada, y ella persigue
lo que
cree.
Éramos
una semilla
y el
estallido nos volvió muchos.
Nos
hizo altos. Desde arriba,
su
cabeza sugiere mapache, venado,
un
cuerpo hurga
su
propia sombra, un animal,
de
todas formas. Sí,
esta es
la raíz de los hallazgos, aquí
están
las extrañas huellas
del
otro que guían hasta un claro del bosque,
hacia
un rayo de luz y de reconocimiento.
Sabemos
los que es deambular.
Sabemos
seguir
y nos
quedamos.
APOLOGIA
PRO VITA SUA
Soñé el
océano
desmantelaba
nuestro techo y estos dos durmientes que somos se enfrentaban al frío
apocalipsis como maderas a la deriva.
No fue
un mal sueño,
aunque
las olas me sustraían, y tú, solamente durmiendo
te
elevabas: el océano
hace su
casa de respiración. Las olas salan una mejilla
hasta
convertirla en pergamino, tu otra mejilla arde con la luz. Te acurrucas
entre
la marea, te vuelves tú mismo
navío,
¿pero dónde estoy?
Veo
pero no siento. El sepia nunca te conocerá—qué tinta
qué
nadador tan demente
el
fondo del mar nunca te conocerá, Señor a la Deriva
Durmiente
de las Mareas, podría soñarme como el agua que te retiene
la
pequeña ola que te despierta
La oscuridad requiere de cuidados
tengo un jardín de pesares
flores que crecen a lo loco
cada noche
Así
empieza la carta que escribo y
nunca mandaré.
No le
daré voz ni le prestaré oídos a mis palabras.
No
tengo derecho. Las ciruelas negras
en un
cuenco de madera, la fruta de la última estación. Agosto nos ofrece
su
triste calor. Yo investigo el viento para encontrar
su
vestigio otoñal. Saboreo las ciruelas lentamente.
No entendí entonces
tu última carta soy tonta
aburrida creo
que moriré de esta
pena o
peor viviré
Cuando
era niña, no me comía la cáscara,
pero
ahora quiero esa primera mordida agria, la que corta
la
dulzura de la carne. Formo una línea con los huesos
en el
alfeizar de la ventana. Tres autos amarillos, unos chochines invisibles
hacen
ruidos muy claros a lo lejos, un poema
que no
puedo terminar. Creo que moriré de esta pena.
Un
recuerdo:
Manejaba
tus manos, les quité a tus palmas
el peso
del arte en bruto. Tu piel de arenisca, mi amor, alguna vez mío.
¿Por
qué me detuve? ¿Por qué
me
reduje?
En el
océano
me
quedo sin cuerpo, una respiración y un pensamiento
sueltos
entre las olas. Veo cormoranes tan húmedos
que no
vuelan. Se detienen
sobre
las rocas, aprenden las orillas. Soy el corazón frío del agua,
el ojo
helado. No soy nada
se me
olvidó contarte
de la
pobreza de la hierba, del terco florecer.
O que
no hay señales en el camino a esta playa
hay
muchas rocas y, si me tiendo sobre la arena tibia,
me
tiendo sobre ti.
No
perdí mi cuerpo en el océano.
Lo
perdí en ti.
Querido vivimos
la luz de la tarde Querido
compartimos una
sábana
blanca
Querido amabas
mejor
que yo tus
palabras
su lenta irrupción dentro de mí
amarán mejor Querido
que yo la
fruta de
la
errancia sabe amarga
Querido hace frío por favor abre
la ventana mi
querido escribe
POSTSCRIPT
Perdí
la manija azul
de las
cosas, un pincel, nuestros
talones
de recibo.
Junté
las vendas,
la nube
de ti, las cortinas
tan
ordinarias como la niebla.
Los
libros que robé para ti,
los
perdí. La línea sinuosa
de
estas montañas
como la
curva de la duda
que
crece. Pensé
equivocada—
el
corazón es
pequeño
y soso.
Escuché
los árboles,
sus
vistas sin pájaros.
Perdí
por accidente:
el
silencio del mediodía, el asombro
que forma
el olvido.
Te
habías ido
hacia
mis ojos, mi origen.
--crg
Monday, February 15, 2016
OJOS DESDE URANO: REVUELTAS Y LOS PLANETAS
Las condiciones de habitabilidad de las tierras celestes
Estaba en ciudad Miguel Alemán cuando escribió esa carta en 1952.1 Era agosto, mediados de agosto, en el trópico. Y Revueltas le escribía una carta a su hija Andrea después de trabajar por horas en el documental que le había prometido a la Comisión del Papaloapan —la misma institución en la que apenas unos años después trabajaría otro escritor: Juan Rulfo—. Revueltas había puesto una tabla sobre un buró que le llegaba a las rodillas y, sobre ella, había colocado su máquina de escribir. Muchachos jugando dominó alrededor. Muchachos cantando o platicando unos momentos antes de caer rendidos. Y el calor. Y los mosquitos. Debió haber muchas gotas de sudor. En esa carta, Revueltas le contaba a su hija sobre Copérnico y Darwin, sobre la posibilidad de vida en otros mundos y, finalmente, sobre su proyecto de elaborar una historia general del materialismo.2 Seguir estudiando, escribía. Ordenar algunas chas. Pero, como temía aburrirla, decidió cambiar un poco el rumbo y contarle mejor de ese libro que transformó su vida, su manera de concebir el universo y la naturaleza, a la temprana edad de 12 o 13 años. La pluralidad de mundos habitados, un libro del astrónomo y espiritista francés Camilo Flammarion, que, al parecer, gozó del favor de los lectores en Latinoamérica a inicios de siglo XX.3 «Ese honrado hombre de ciencia», le aseguraba Revueltas a su hija, «Flamarión parte de un punto de vista materialista, y sus lecturas contribuyeron en mí a despojarme de los prejuicios religiosos». Fue gracias a esas lecturas que Revueltas, siempre inquieto acerca de su lugar en la tierra y de la relación de otros hombres y mujeres con esa tierra, siempre con preguntas acerca de las leyes o el poder de la naturaleza, pudo concebir la idea de que «la Tierra no es el único planeta en donde existen seres humanos, sino que, dentro del ámbito infnito del universo, es posible (es segura) la existencia de otros mundos donde, cuando menos, debe existir vida orgánica». Es del todo posible que fue desde entonces, desde esos 12 o 13 años, que Revueltas empezó a preguntarse quién nos miraba desde Urano.
Ésa es la pregunta que se plantea el narrador de El luto huma- no cuando un puñado de campesinos, agazapados en una azotea para protegerse de una brutal inundación, comprenden que están a punto de morir. Es una pregunta acerca de la vida, acerca del sentido que puede o no tener la vida justo al enfrentarse ante el poder absoluto de la muerte: «¿tendría algún signi cado si no hubiese ojos para mirarla, ojos, simple- mente ojos de animal o de hombre, desde cualquier punto, desde aquí, o desde Urano?».4
Estaba en ciudad Miguel Alemán cuando escribió esa carta en 1952.1 Era agosto, mediados de agosto, en el trópico. Y Revueltas le escribía una carta a su hija Andrea después de trabajar por horas en el documental que le había prometido a la Comisión del Papaloapan —la misma institución en la que apenas unos años después trabajaría otro escritor: Juan Rulfo—. Revueltas había puesto una tabla sobre un buró que le llegaba a las rodillas y, sobre ella, había colocado su máquina de escribir. Muchachos jugando dominó alrededor. Muchachos cantando o platicando unos momentos antes de caer rendidos. Y el calor. Y los mosquitos. Debió haber muchas gotas de sudor. En esa carta, Revueltas le contaba a su hija sobre Copérnico y Darwin, sobre la posibilidad de vida en otros mundos y, finalmente, sobre su proyecto de elaborar una historia general del materialismo.2 Seguir estudiando, escribía. Ordenar algunas chas. Pero, como temía aburrirla, decidió cambiar un poco el rumbo y contarle mejor de ese libro que transformó su vida, su manera de concebir el universo y la naturaleza, a la temprana edad de 12 o 13 años. La pluralidad de mundos habitados, un libro del astrónomo y espiritista francés Camilo Flammarion, que, al parecer, gozó del favor de los lectores en Latinoamérica a inicios de siglo XX.3 «Ese honrado hombre de ciencia», le aseguraba Revueltas a su hija, «Flamarión parte de un punto de vista materialista, y sus lecturas contribuyeron en mí a despojarme de los prejuicios religiosos». Fue gracias a esas lecturas que Revueltas, siempre inquieto acerca de su lugar en la tierra y de la relación de otros hombres y mujeres con esa tierra, siempre con preguntas acerca de las leyes o el poder de la naturaleza, pudo concebir la idea de que «la Tierra no es el único planeta en donde existen seres humanos, sino que, dentro del ámbito infnito del universo, es posible (es segura) la existencia de otros mundos donde, cuando menos, debe existir vida orgánica». Es del todo posible que fue desde entonces, desde esos 12 o 13 años, que Revueltas empezó a preguntarse quién nos miraba desde Urano.
Ésa es la pregunta que se plantea el narrador de El luto huma- no cuando un puñado de campesinos, agazapados en una azotea para protegerse de una brutal inundación, comprenden que están a punto de morir. Es una pregunta acerca de la vida, acerca del sentido que puede o no tener la vida justo al enfrentarse ante el poder absoluto de la muerte: «¿tendría algún signi cado si no hubiese ojos para mirarla, ojos, simple- mente ojos de animal o de hombre, desde cualquier punto, desde aquí, o desde Urano?».4
- 1 José Revueltas, Las evocaciones requeridas, 312.
- 2 El interés sobre temas cientí cos permanece a lo largo de su obra. Las cartas que envíaen 1930 desde Mérida apuntan las lecturas de Worrall, El panorama de la ciencia; Belyaev, La ciencia de la evolución; Anatomía y fisiología del hombre.Ver el artículo completo en BuenSalvaje, aquí.--crg