ABORTO LEGAL POR LA SALUD Y LA VIDA
[Un grupo de académicas de varias instituciones convencidas de que gran parte de la academia apoya la despenalización o legalización del aborto, consideramos necesario impulsar un desplegado para hacer pública nuestra opinión y participar en el debate que se està dando sobre todo en el DF. El mensaje se circuló a través de la red del viernes pasado al martes, pero sobre todo entre el lunes26 y el martes 27.
Las y los académicos firmantes pertenecen a distintas instituciones de educación superior, en particular la UNAM, UAM, CIESAS, COLMEX, ITAM, U. Claustro de Sor Juana, entre otras en el DF, y varias universidades de provincia, U Veracruzana, Tlaxcala, Sinaloa, COLEF, ECOSUR, ITESM. Se trata de académicos especialistas en distintas disciplinas como salud pública, medicina, psicología, estudios de género, sociología y ciencias sociales y humanidades en general.Incluimos aquí los nombres de las personas cuyo apoyo se recibió después de enviar el desplegado a la prensa. Lamentamos no haberlos podido incluir por cuestión de tiempo. Gracias, Lucía Melgar]
A la opinión pública:
Ante el debate actual acerca de las iniciativas que se discuten en la ALDF, las académicas y académicos abajo firmantes consideramos necesario expresar lo siguiente:
1. El respeto al Estado laico es indispensable para el ejercicio real de la libertad de conciencia. Un Estado que respeta la libertad de creencia y de conciencia, como base de la pluralidad, ha de respetar también la libertad reproductiva.
2. A raíz de lo que se discute en la ALDF, estamos a favor de garantizar el acceso a una educación sexual completa y objetiva, sustentada en información científica, que permita tanto a las mujeres como a los hombres tomar decisiones libres. Esa educación debe ir acompañada de campañas de información masivas para evitar embarazos no deseados e infecciones de transmisión sexual. También debe garantizarse el acceso efectivo a los anticonceptivos, incluyendo condón y anticoncepción de emergencia, y a servicios de salud integrales.
3. Los abortos clandestinos que provocan muertes totalmente evitables de mujeres pobres representan un problema de salud pública y de justicia social que debe enfrentarse desde la ética y la conciencia de cada mujer. La iniciativa de despenalizar el aborto durante las 12 primeras semanas del embarazo garantizaría el derecho de la mujer a ejercer una maternidad libre y reducir el riesgo a su vida y a su salud.
5. La penalización del aborto no resuelve el problema de salud pública y de justicia social. Sólo impone un doble trauma a las mujeres que no desean ejercer la maternidad y que carecen de recursos suficientes para acceder a un aborto clandestino en condiciones higiénicas y seguras.
6. Despenalizar el aborto y garantizar que sea accesible a mujeres de todas las clases sociales y grupos de edad NO obliga a nadie a practicárselo. Implica, en cambio, reconocer que los anticonceptivos no son efectivos en el 100% de los casos y que, en una sociedad que se quiere equitativa y justa, las mujeres tienen derecho a decidir libremente sobre su maternidad, conforme al artículo 4° Constitucional.
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Wednesday, March 28, 2007
Tuesday, March 27, 2007
¿PUEDE UN EMBARAZO SER LA TRADUCCIÓN DE UNA MUJER?
La respuesta a esta pregunta en la segunda serie de DESPUÉS-ANTES/BEFORE-AFTER en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas. Fotos y textos de Amy Bernier, desde Providence, MA.
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La respuesta a esta pregunta en la segunda serie de DESPUÉS-ANTES/BEFORE-AFTER en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas. Fotos y textos de Amy Bernier, desde Providence, MA.
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LA MANO OBLICUA
Esta y otras muchas múltiples manos plurales en Una de dos. Crónicas Mínimas de Cecilia Barragán, desde el meritito Monterrey, puesn, y Amira Plascencia de por ahí por Houston.
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Esta y otras muchas múltiples manos plurales en Una de dos. Crónicas Mínimas de Cecilia Barragán, desde el meritito Monterrey, puesn, y Amira Plascencia de por ahí por Houston.
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LOS PASILLOS DE LA HOSPITALIDAD
[en La mano oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
¿Sabe uno en realidad en que se mete cuando acepta una invitación a cenar en una casa ajena? Según Jesse Browner, el autor de The Duchess Who Wouldn´t Sit Down. An Informal History of Hospitality, la respuesta más sucinta y más sincera ante esta pregunta debería ser “no”. Lo que se fragua entre el anfitrión que prepara su morada y el invitado que, botella de vino en mano, está a punto de tocar la puerta no sólo es, junto con el lenguaje y la guerra, una de las más elementales expresiones humanas, sino que también resulta, acaso por lo mismo, un proceso complejísimo y lleno de dilemas, algunos de los cuales no dejan de ser éticos. No por nada Jesse Browner inicia este delicioso recorrido por los pasillos de la hospitalidad confesando que los sandwiches gourmet que prepara para sus amigos en las noches de poker además de tener la gracia de agradar a las visitas también le proporcionan ganancias que bien a bien no sabe si considerar como indebidas. Porque, según Browner, la hospitalidad “rara vez ha consistido en ofrecerle al invitado lo que quiere, sino que más bien se trata, y siempre se ha tratado, de darle al anfitrión lo que necesita”. ¿Generosidad, entonces, o afán de control? ¿Posibilidad de crear la fantasía de un mundo perfecto para otro o recóndita maquinación para obtener beneficios varios? Cualquiera que haya limpiado su casa y preparado un festín, bebida y música incluidos, sabe que la ambivalencia no es cuestión de broma.
Así, poniendo de cabeza nociones más bien convencionales acerca de la hospitalidad, Jesse Browner invita al lector a convertirse junto con él en el huésped de varias casas o mansiones o palacios a lo largo de la historia. Por fortuna para el lector, Jesse se define como escritor y traductor y no como un historiador profesional. Así, en lugar de confrontar tesis y evidencias organizadas de acuerdo a secos formatos establecidos en las academias, el lector puede adentrarse en los espacios que se abren frente a sus ojos, aspirando los aromas que fluyen desde la cocina y, luego, saboreando las diversas viandas y vinos ante la mirada ya amenazante o ya divina de los anfitriones en turno. El lector puede, por ejemplo, compartir una de las tradicionales comidas vegetarianas de Adolfo Hitler, quien acostumbraba sermonear a sus invitados acerca del horror de los rastros, o asistir al salón parisino de Gertrude Stein, cuyas memorables reuniones han dado lugar ya al menos a una entrañable novela basada en las experiencias de su cocinero. Pero Browner no se detiene en la época moderna y, como si también condujera un sueño, guía al lector a través de las dificultades que enfrentaban los invitados a la corte de Luis XIV, considerando por supuesto lo caro e incómodo que era sobrevivir en Versalles, para llegar luego a esa extraña forma de acogida cervecera que los germanos confundieron con la hospitalidad propiamente dicha. De ahí, y siempre retrocediendo, el lector tiene que enfrentar el terror de encontrarse en una cena junto a Petronio, esperando únicamente que esa noche, esa noche precisa, el veneno del emperador no funcione, para terminar el largo recorrido detrás de las puertas de los griegos quienes, sabiendo que el que pedía morada bien podría ser un dios disfrazado de mendigo, solían optar por abrirla de par en par y con mayor franqueza.
Pero el recorrido contiene más que anécdotas sobre anfitriones y huéspedes a lo largo de la historia: el libro también incluye, de manera más o menos velada, ciertos consejos nada despreciables para anfitriones potenciales. ¿Cómo evitar el destino de Lady Ottoline Morrell, quien solía abrir las puertas de su casa sólo para recibir luego el escarnio de los que, sin empacho alguno, habían comido y bebido de lo lindo a costa suya? Jesse Browner compara su caso con el de Gertrude Stein quien, con mayores dosis de confianza en sí misma, y sobre todo después de haber alcanzado el prestigio literario con la Autobiografía de Alice B. Toklas, enfrentó el mismo problema con dosis de control y franqueza que le ganaron a ella y a su salón parisino el respeto de sus contemporáneos. “Sólo cuando el anfitrión comunica de alguna manera esos deseos –cuando ha impuesto su voluntad sobre los ositos de peluche– es que la experiencia de la hospitalidad resulta positiva y provechosa para los involucrados. Cuando los mensajes del anfitrión son tibios y confusos, cuando habla de su fuerza pero muestra su debilidad, cuando busca más de lo que puede o quiere dar, el invitado tiene todo el derecho de sentirse traicionado y de volverse en contra del anfitrión. Gertrude Stein entendió esto. Ella intercambió liderazgo por solidaridad, y ese fue un trato justo para todos”, asegura Browner. ¿Cómo lidiar con el invitado rebelde que, como la duquesa Mantua en las inmediaciones de Versalles, se niega a sentarse en el lugar asignado e inicia una pequeña pero dolorosa revuelta en contra del anfitrión? ¿Qué hacer cuando sabemos que el anfitrión, cual Nerón posmo, espera terminar el festín con un envenenamiento público, de preferencia el nuestro? Acaso la historia hospitalaria más edificante que nos invita a presenciar Browner sea la que salvó a Baucis y Philemon de la inundación que devoró a su pueblo cuando Zeus y Hermes decidieron castigar a la comunidad debido a la falta de generosidad que enfrentaron cuando, por ir disfrazados de mendigos, les cerraron las puertas de sus casas. Dice Browner, en otra benévola vuelta de tuerca, que justo como los griegos que hospedaban y alimentaban al paseante, tal vez los contemporáneos no abrimos las puertas de nuestras casas para “calmar a los dioses, sino para crearlos”.
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[en La mano oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
¿Sabe uno en realidad en que se mete cuando acepta una invitación a cenar en una casa ajena? Según Jesse Browner, el autor de The Duchess Who Wouldn´t Sit Down. An Informal History of Hospitality, la respuesta más sucinta y más sincera ante esta pregunta debería ser “no”. Lo que se fragua entre el anfitrión que prepara su morada y el invitado que, botella de vino en mano, está a punto de tocar la puerta no sólo es, junto con el lenguaje y la guerra, una de las más elementales expresiones humanas, sino que también resulta, acaso por lo mismo, un proceso complejísimo y lleno de dilemas, algunos de los cuales no dejan de ser éticos. No por nada Jesse Browner inicia este delicioso recorrido por los pasillos de la hospitalidad confesando que los sandwiches gourmet que prepara para sus amigos en las noches de poker además de tener la gracia de agradar a las visitas también le proporcionan ganancias que bien a bien no sabe si considerar como indebidas. Porque, según Browner, la hospitalidad “rara vez ha consistido en ofrecerle al invitado lo que quiere, sino que más bien se trata, y siempre se ha tratado, de darle al anfitrión lo que necesita”. ¿Generosidad, entonces, o afán de control? ¿Posibilidad de crear la fantasía de un mundo perfecto para otro o recóndita maquinación para obtener beneficios varios? Cualquiera que haya limpiado su casa y preparado un festín, bebida y música incluidos, sabe que la ambivalencia no es cuestión de broma.
Así, poniendo de cabeza nociones más bien convencionales acerca de la hospitalidad, Jesse Browner invita al lector a convertirse junto con él en el huésped de varias casas o mansiones o palacios a lo largo de la historia. Por fortuna para el lector, Jesse se define como escritor y traductor y no como un historiador profesional. Así, en lugar de confrontar tesis y evidencias organizadas de acuerdo a secos formatos establecidos en las academias, el lector puede adentrarse en los espacios que se abren frente a sus ojos, aspirando los aromas que fluyen desde la cocina y, luego, saboreando las diversas viandas y vinos ante la mirada ya amenazante o ya divina de los anfitriones en turno. El lector puede, por ejemplo, compartir una de las tradicionales comidas vegetarianas de Adolfo Hitler, quien acostumbraba sermonear a sus invitados acerca del horror de los rastros, o asistir al salón parisino de Gertrude Stein, cuyas memorables reuniones han dado lugar ya al menos a una entrañable novela basada en las experiencias de su cocinero. Pero Browner no se detiene en la época moderna y, como si también condujera un sueño, guía al lector a través de las dificultades que enfrentaban los invitados a la corte de Luis XIV, considerando por supuesto lo caro e incómodo que era sobrevivir en Versalles, para llegar luego a esa extraña forma de acogida cervecera que los germanos confundieron con la hospitalidad propiamente dicha. De ahí, y siempre retrocediendo, el lector tiene que enfrentar el terror de encontrarse en una cena junto a Petronio, esperando únicamente que esa noche, esa noche precisa, el veneno del emperador no funcione, para terminar el largo recorrido detrás de las puertas de los griegos quienes, sabiendo que el que pedía morada bien podría ser un dios disfrazado de mendigo, solían optar por abrirla de par en par y con mayor franqueza.
Pero el recorrido contiene más que anécdotas sobre anfitriones y huéspedes a lo largo de la historia: el libro también incluye, de manera más o menos velada, ciertos consejos nada despreciables para anfitriones potenciales. ¿Cómo evitar el destino de Lady Ottoline Morrell, quien solía abrir las puertas de su casa sólo para recibir luego el escarnio de los que, sin empacho alguno, habían comido y bebido de lo lindo a costa suya? Jesse Browner compara su caso con el de Gertrude Stein quien, con mayores dosis de confianza en sí misma, y sobre todo después de haber alcanzado el prestigio literario con la Autobiografía de Alice B. Toklas, enfrentó el mismo problema con dosis de control y franqueza que le ganaron a ella y a su salón parisino el respeto de sus contemporáneos. “Sólo cuando el anfitrión comunica de alguna manera esos deseos –cuando ha impuesto su voluntad sobre los ositos de peluche– es que la experiencia de la hospitalidad resulta positiva y provechosa para los involucrados. Cuando los mensajes del anfitrión son tibios y confusos, cuando habla de su fuerza pero muestra su debilidad, cuando busca más de lo que puede o quiere dar, el invitado tiene todo el derecho de sentirse traicionado y de volverse en contra del anfitrión. Gertrude Stein entendió esto. Ella intercambió liderazgo por solidaridad, y ese fue un trato justo para todos”, asegura Browner. ¿Cómo lidiar con el invitado rebelde que, como la duquesa Mantua en las inmediaciones de Versalles, se niega a sentarse en el lugar asignado e inicia una pequeña pero dolorosa revuelta en contra del anfitrión? ¿Qué hacer cuando sabemos que el anfitrión, cual Nerón posmo, espera terminar el festín con un envenenamiento público, de preferencia el nuestro? Acaso la historia hospitalaria más edificante que nos invita a presenciar Browner sea la que salvó a Baucis y Philemon de la inundación que devoró a su pueblo cuando Zeus y Hermes decidieron castigar a la comunidad debido a la falta de generosidad que enfrentaron cuando, por ir disfrazados de mendigos, les cerraron las puertas de sus casas. Dice Browner, en otra benévola vuelta de tuerca, que justo como los griegos que hospedaban y alimentaban al paseante, tal vez los contemporáneos no abrimos las puertas de nuestras casas para “calmar a los dioses, sino para crearlos”.
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Monday, March 26, 2007
DESPUÉS-ANTES/BEFORE-AFTER
Con dos fotografías de su serie Autorretratos Vulnerables y un poema de su libro Not Even Dogs (Meritage Press, San Franciso, 2006), escrito originalmente en inglés y traducido al español por él mismo, Ernesto Priego se convierte en el primer participante de La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas. Todo esto desde Londres!
Que andamos de buenas (y se pondrá mejor), puesn.
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Con dos fotografías de su serie Autorretratos Vulnerables y un poema de su libro Not Even Dogs (Meritage Press, San Franciso, 2006), escrito originalmente en inglés y traducido al español por él mismo, Ernesto Priego se convierte en el primer participante de La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas. Todo esto desde Londres!
Que andamos de buenas (y se pondrá mejor), puesn.
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GENNADY AYGI--"SUEÑO-TRADUCCIÓN-INCESANTE"
[en Armas y Letras, revista de la Universidad Autónoma de Nuevo León, número 57]
Después de haber sido por décadas una poderosa voz marginal, un autor de rumoradísimo culto, el poeta Gennady Aygi es considerado ahora una presencia indispensable para entender la poesía rusa contemporánea. Nacido en la República Autónoma de Chuvashia, a unos 500 kilómetros al este de Moscú, Aygi creció hablando Chuvash y no empezó a escribir en ruso sino hasta los 1950s, bajo la influencia y a invitación expresa de Boris Pasternak. Tal vez este hecho, el ser poeta en su segunda lengua, explique la apreciación de Edwin Morgan: “Aygi obliga al ruso a hacer cosas que nunca había hecho antes”. O el comentario del poeta Jaques Roubaud: “Aygi es una de las voces más originales de la poesía rusa contemporánea, y una de las voces más inusuales en el mundo”. Amante del guión y los puntos suspensivos, artífice de versos libres rotos por disyunciones y silencios, todo dentro de un ritmo francamente avasallador, Gennady Aygi logra amalgamar la insidiosa influencia de las vanguardias europeas y las tradiciones culturales de su lugar de origen, en donde es considerado un poeta nacional. Además de estar viva en una veintena de lenguas, la poesía de Agyi ha sido traducida magistralmente al inglés por Peter France y al español por el historiador y novelista José Manuel Prieto. Lo que aquí presento son algunos fragmentos de su ensayo-poema “El-sueño-y-la-poesía”, tomado de su volumen Child-and-Rose. Creadas en algún sitio entre el chuvash y el ruso, traducidas luego del ruso al inglés, estas palabras del sueño y sobre el sueño llegan al español por el camino más largo—-uno, además, lleno de espejos. Después de recorrer ese camino y no otro, tal vez no sería del todo inadecuado añadir un “sueño-traducción-incesante” a los conceptos listados bajo el número 4 o, aún, bajo el número 14 de este texto. Supongo que para alguien que, como Aygi, ha vivido muchos años, tal vez los más difíciles, gracias a sus múltiples traducciones al chuvash, el concepto y la práctica de la traducción-incesante debe resultar un sinónimo más de la palabra “lectura”.
Fragmentos de “El-sueño-y-la-poesía (notas)”, de Gennady Agyi.
Traducción del inglés por Cristina Rivera-Garza.
Tomado de Gennady Aygi, Child-and-Rose, traducción de Peter Franc (New York: New Directions Books, 2003), 83-87.
1.
Diciembre—y en cualquier momento en que estemos despiertos—de día o de noche—siempre está ahí la oscuridad de diciembre del otro lado de la ventana.
La vida es la supervivencia de esa oscuridad.
Esa oscuridad expande el espacio, como si lo incluyera dentro de sí misma—y es en sí misma infinita. Es más que la ciudad y la noche—te rodea una sola e interminable Tierra-del-Clima-Terrible.
Tú debes resistir un par de horas más de trabajo solitario. Tú eres uno de los centinelas de la noche—“alguien debe permanecer despierto, alguien debe ser un centinela”, dice Kafka.
Pero recuerdas la posibilidad del Refugio, de la Salvación de esa angustia provocada por la Tierra-del-Clima-Terrible.
Y, al final, te cubres la cara con un extremo de la colcha y envuelves tus pies con el otro. Y, entonces, esperas que el momento del sueño te envuelva también por todos lados. Que te lleve a su regazo. Tú no piensas a qué se parece eso… algún tipo de retorno? ¿A qué? ¿A dónde?
2.
Un enorme encabezado en Literaturnaya Gazeta: “¿Se ha resuelto el acertijo de Morfeo?”.
Tal vez pronto leamos: “¿Se ha resuelto el acertijo del despertar?”
¿Por qué una persona sólo se hace de despertares, por qué sólo es un continuo despertar, y por qué el sueño no es la persona sino algo más, algo “otro”?
¿Por qué nos convertimos en extraños a nosotros mismos cuando tenemos “negocios” con el sueño?
Resulta claro que no le podemos perdonar al sueño ese olvido, esa “pérdida” de nuestro “yo”—que es, después de todo, lo que tanto anhelamos.
Es como si jugáramos a “hacernos el muerto” sin saber nada esencial acerca de la muerte, o como los niños que juegan a la guerra sin saber nada del asesinato.
3.
Hay que recordar que antes de que el sueño interno se funda con el externo—con el Sueño-del-Clima-Terrible, —antes de que te conviertas—recordándote y no recordándote a ti mismo—existiendo y, al mismo tiempo, como si todavía-no-hubieras-nacido—hay que recordar “aquellos en marcha”.
Y recordar, temblando, a Nerval: en el frío congelante, la calle vacía…, — Nerval tocando la puerta. No llamando, no recordando—su madre…
4.
Sueño-Cielo. Sueño-Escape-del-Despertar.
5.
Hablando de las relaciones entre el Poeta y el Público, el Poeta y el Lector, debemos considerar únicamente los tiempos recientes y los lugares específicos.
Y utilizando el tema que tratamos ahora, habrá que preguntarnos dónde y en qué literatura hay más sueño.
Hay bastante de eso en la poesía “no-comprometida”.
6.
El despertar es tanto de “todo” que no se le ha dado un dios aparte como al sueño.
Aunque, en cualquier caso, ¿no estamos hablando de varias maneras de mirar a un único e infinito Mar—el Existir percibidamente-e-ilimitadamente?
7.
Hay periodos—extremadamente breves—en los que la verdad del poeta y la verdad del público coinciden. Esos son los mismos periodos en que la poesía se convierte en acción pública. La audiencia experimenta la misma cosa que el poeta proclama en el escenario. Y es entonces que oímos a un Mayakovski.
La verdad pública es la verdad de la acción. La audiencia quiere acciones, el poeta incita a la acción. ¿Hay aquí espacio para el sueño? No hay sueño en la poesía de los futuristas (sólo sueños y, la mayoría, ominosos).
8.
Sueño-Amor-a-Sí-Mismo.
El sueño “sin-pecado” sólo es posible, parece, en una isla desierta. Sin embargo, todos sabemos que Robinson Crusoe pronto contrajo obligaciones hacia otras criaturas vivas en su isla. Y no nos olvidemos de sus oraciones al Creador.
9.
La poesía no es una marea entrante o una marea menguante. La poesía es, la poesía se atiene a. Aún cuando se le quite su “función social”, no se le puede quitar su ser-vivo, su saturación humana, su profundidad, su autonomía. Después de todo, la poesía también puede penetrar visiblemente en esas esferas en las que el sueño es tan activo. “Atreverse” a vivir en el sueño, nutrirse de él, comunicarse con eso es, si se quiere, la calma seguridad de la poesía—no es necesario “mostrarle el camino”, “autorizarla”, o controlarla (y lo mismo le corresponde al lector).
¿Pierde o gana algo la poesía en estas circunstancias? Permítanme dejar esta pregunta sin respuesta. El punto principal es que la poesía sobrevive. Si la echan por la puerta, regresa por la ventana.
10.
Despertar es, por enésima vez, un “nuevo nacimiento”.
Y, sin embargo, ¿de dónde viene este arrepentirse-de-algo que surge en el momento del despertar?
¿Estamos, quizá, doliéndonos inconscientemente del “material” de la vida que consumimos, sin saber, durante la noche—y por enésima vez—en la oscura fogata sin palabras del Sueño?
11.
Y así la verdad de la poesía desaparece gradualmente de la esfera pública—se retrae hacia la vida separada de los individuos separados.
El lector cambia—ahora no se ocupa de los anónimos “asuntos públicos” sino que experimenta la vida bajo la luz del problemático fenómeno de la Existencia. Esto no se debe interpretar como un “asunto” egoísta—su existencia puede ser, de hecho, ejemplar, puede mostrar el camino—un modelo de la vida humana. Pero el lector precisa un poeta que hable solamente con él, solamente para él. En esos casos, el poeta es el único compañero en el que puede confiar.
La “forma” de esta conexión entre el poeta y el lector está cambiando. Ahora no se lleva a cabo desde el escenario o el auditorio, ni es para el oído. Ahora toma lugar desde el papel (y con frecuencia sin letra impresa) hasta la persona, hasta el ojo. El lector no es guiado o convocado, sino que, como un igual, conversa con el poeta.
12.
El estado general del sueño, su atmósfera “no-visual”, es a menudo más importante y deja más impresiones que los sueños mismos. (De la misma manera en que la atmósfera del cine nos afecta más que la película).
Nunca olvidaré un sueño simple que tuve hace algunos veinte años: el sol se está poniendo; en el jardín de la cocina, justo sobre el nivel de la tierra, las hojas del girasol resplandecen. Pocas veces he sentido una emoción tal, una felicidad como la de ese momento, al “ver” este sueño.
No necesito “interpretaciones freudianas” aquí. Simplemente no quiero ninguna (“déjenme en paz”).
“¿Símbolos?” –se les puede descubrir fácilmente.
Lo que no se puede incluir en el círculo luminoso de este sueño-sueño son los factores más importantes (se les puede tomar en consideración, pero no es posible experimentarlos en carne propia porque le pertenecen a alguien más): yo dormía en mi pueblo natal (y en el más allá yacía, como un Mar de la Felicidad, el Campo sin Límites), y mi madre estaba en algún lugar cercano (quizá en el mismo jardín, tal vez sus mangas ya húmedas de tanto tocar el dobladillo del Guardián-del-Bosque), y había tal triunfante “presencia del todo y del cada”* --y lo ausente se encontraba todavía escondido—como la luz del día—como un ladrón en el bosque…
Sueño-Mundo. Sueño-Quizá-Universo… no sólo con su vía Láctea, sino también con su pequeña estrella en las orillas de tu pueblo, una estrella que es tal vez visible para el alma-visión.
* Una expresión de los poemas del autor.
13.
Espero que no se crea que considero a una mayor incidencia del sueño como la principal característica del tipo de poesía del que hablo. Esa poesía tiene muchos otros objetivos y “materiales” —por eso es una poesía no-comprometida (y por eso no se debe esperar que se comprometa con el sueño!).
Pero puesto que estamos hablando del sueño, digamos que las conexiones de este tipo de poesía con el Lector son tan íntimas que entre ellos mismos pueden compartir-el-sueño el uno con el otro.
14.
Sueño-Poesía. Sueño-Conversación-con-Uno-Mismo. Sueño-Confiar-en-el-Vecino.
--crg
[en Armas y Letras, revista de la Universidad Autónoma de Nuevo León, número 57]
Después de haber sido por décadas una poderosa voz marginal, un autor de rumoradísimo culto, el poeta Gennady Aygi es considerado ahora una presencia indispensable para entender la poesía rusa contemporánea. Nacido en la República Autónoma de Chuvashia, a unos 500 kilómetros al este de Moscú, Aygi creció hablando Chuvash y no empezó a escribir en ruso sino hasta los 1950s, bajo la influencia y a invitación expresa de Boris Pasternak. Tal vez este hecho, el ser poeta en su segunda lengua, explique la apreciación de Edwin Morgan: “Aygi obliga al ruso a hacer cosas que nunca había hecho antes”. O el comentario del poeta Jaques Roubaud: “Aygi es una de las voces más originales de la poesía rusa contemporánea, y una de las voces más inusuales en el mundo”. Amante del guión y los puntos suspensivos, artífice de versos libres rotos por disyunciones y silencios, todo dentro de un ritmo francamente avasallador, Gennady Aygi logra amalgamar la insidiosa influencia de las vanguardias europeas y las tradiciones culturales de su lugar de origen, en donde es considerado un poeta nacional. Además de estar viva en una veintena de lenguas, la poesía de Agyi ha sido traducida magistralmente al inglés por Peter France y al español por el historiador y novelista José Manuel Prieto. Lo que aquí presento son algunos fragmentos de su ensayo-poema “El-sueño-y-la-poesía”, tomado de su volumen Child-and-Rose. Creadas en algún sitio entre el chuvash y el ruso, traducidas luego del ruso al inglés, estas palabras del sueño y sobre el sueño llegan al español por el camino más largo—-uno, además, lleno de espejos. Después de recorrer ese camino y no otro, tal vez no sería del todo inadecuado añadir un “sueño-traducción-incesante” a los conceptos listados bajo el número 4 o, aún, bajo el número 14 de este texto. Supongo que para alguien que, como Aygi, ha vivido muchos años, tal vez los más difíciles, gracias a sus múltiples traducciones al chuvash, el concepto y la práctica de la traducción-incesante debe resultar un sinónimo más de la palabra “lectura”.
Fragmentos de “El-sueño-y-la-poesía (notas)”, de Gennady Agyi.
Traducción del inglés por Cristina Rivera-Garza.
Tomado de Gennady Aygi, Child-and-Rose, traducción de Peter Franc (New York: New Directions Books, 2003), 83-87.
1.
Diciembre—y en cualquier momento en que estemos despiertos—de día o de noche—siempre está ahí la oscuridad de diciembre del otro lado de la ventana.
La vida es la supervivencia de esa oscuridad.
Esa oscuridad expande el espacio, como si lo incluyera dentro de sí misma—y es en sí misma infinita. Es más que la ciudad y la noche—te rodea una sola e interminable Tierra-del-Clima-Terrible.
Tú debes resistir un par de horas más de trabajo solitario. Tú eres uno de los centinelas de la noche—“alguien debe permanecer despierto, alguien debe ser un centinela”, dice Kafka.
Pero recuerdas la posibilidad del Refugio, de la Salvación de esa angustia provocada por la Tierra-del-Clima-Terrible.
Y, al final, te cubres la cara con un extremo de la colcha y envuelves tus pies con el otro. Y, entonces, esperas que el momento del sueño te envuelva también por todos lados. Que te lleve a su regazo. Tú no piensas a qué se parece eso… algún tipo de retorno? ¿A qué? ¿A dónde?
2.
Un enorme encabezado en Literaturnaya Gazeta: “¿Se ha resuelto el acertijo de Morfeo?”.
Tal vez pronto leamos: “¿Se ha resuelto el acertijo del despertar?”
¿Por qué una persona sólo se hace de despertares, por qué sólo es un continuo despertar, y por qué el sueño no es la persona sino algo más, algo “otro”?
¿Por qué nos convertimos en extraños a nosotros mismos cuando tenemos “negocios” con el sueño?
Resulta claro que no le podemos perdonar al sueño ese olvido, esa “pérdida” de nuestro “yo”—que es, después de todo, lo que tanto anhelamos.
Es como si jugáramos a “hacernos el muerto” sin saber nada esencial acerca de la muerte, o como los niños que juegan a la guerra sin saber nada del asesinato.
3.
Hay que recordar que antes de que el sueño interno se funda con el externo—con el Sueño-del-Clima-Terrible, —antes de que te conviertas—recordándote y no recordándote a ti mismo—existiendo y, al mismo tiempo, como si todavía-no-hubieras-nacido—hay que recordar “aquellos en marcha”.
Y recordar, temblando, a Nerval: en el frío congelante, la calle vacía…, — Nerval tocando la puerta. No llamando, no recordando—su madre…
4.
Sueño-Cielo. Sueño-Escape-del-Despertar.
5.
Hablando de las relaciones entre el Poeta y el Público, el Poeta y el Lector, debemos considerar únicamente los tiempos recientes y los lugares específicos.
Y utilizando el tema que tratamos ahora, habrá que preguntarnos dónde y en qué literatura hay más sueño.
Hay bastante de eso en la poesía “no-comprometida”.
6.
El despertar es tanto de “todo” que no se le ha dado un dios aparte como al sueño.
Aunque, en cualquier caso, ¿no estamos hablando de varias maneras de mirar a un único e infinito Mar—el Existir percibidamente-e-ilimitadamente?
7.
Hay periodos—extremadamente breves—en los que la verdad del poeta y la verdad del público coinciden. Esos son los mismos periodos en que la poesía se convierte en acción pública. La audiencia experimenta la misma cosa que el poeta proclama en el escenario. Y es entonces que oímos a un Mayakovski.
La verdad pública es la verdad de la acción. La audiencia quiere acciones, el poeta incita a la acción. ¿Hay aquí espacio para el sueño? No hay sueño en la poesía de los futuristas (sólo sueños y, la mayoría, ominosos).
8.
Sueño-Amor-a-Sí-Mismo.
El sueño “sin-pecado” sólo es posible, parece, en una isla desierta. Sin embargo, todos sabemos que Robinson Crusoe pronto contrajo obligaciones hacia otras criaturas vivas en su isla. Y no nos olvidemos de sus oraciones al Creador.
9.
La poesía no es una marea entrante o una marea menguante. La poesía es, la poesía se atiene a. Aún cuando se le quite su “función social”, no se le puede quitar su ser-vivo, su saturación humana, su profundidad, su autonomía. Después de todo, la poesía también puede penetrar visiblemente en esas esferas en las que el sueño es tan activo. “Atreverse” a vivir en el sueño, nutrirse de él, comunicarse con eso es, si se quiere, la calma seguridad de la poesía—no es necesario “mostrarle el camino”, “autorizarla”, o controlarla (y lo mismo le corresponde al lector).
¿Pierde o gana algo la poesía en estas circunstancias? Permítanme dejar esta pregunta sin respuesta. El punto principal es que la poesía sobrevive. Si la echan por la puerta, regresa por la ventana.
10.
Despertar es, por enésima vez, un “nuevo nacimiento”.
Y, sin embargo, ¿de dónde viene este arrepentirse-de-algo que surge en el momento del despertar?
¿Estamos, quizá, doliéndonos inconscientemente del “material” de la vida que consumimos, sin saber, durante la noche—y por enésima vez—en la oscura fogata sin palabras del Sueño?
11.
Y así la verdad de la poesía desaparece gradualmente de la esfera pública—se retrae hacia la vida separada de los individuos separados.
El lector cambia—ahora no se ocupa de los anónimos “asuntos públicos” sino que experimenta la vida bajo la luz del problemático fenómeno de la Existencia. Esto no se debe interpretar como un “asunto” egoísta—su existencia puede ser, de hecho, ejemplar, puede mostrar el camino—un modelo de la vida humana. Pero el lector precisa un poeta que hable solamente con él, solamente para él. En esos casos, el poeta es el único compañero en el que puede confiar.
La “forma” de esta conexión entre el poeta y el lector está cambiando. Ahora no se lleva a cabo desde el escenario o el auditorio, ni es para el oído. Ahora toma lugar desde el papel (y con frecuencia sin letra impresa) hasta la persona, hasta el ojo. El lector no es guiado o convocado, sino que, como un igual, conversa con el poeta.
12.
El estado general del sueño, su atmósfera “no-visual”, es a menudo más importante y deja más impresiones que los sueños mismos. (De la misma manera en que la atmósfera del cine nos afecta más que la película).
Nunca olvidaré un sueño simple que tuve hace algunos veinte años: el sol se está poniendo; en el jardín de la cocina, justo sobre el nivel de la tierra, las hojas del girasol resplandecen. Pocas veces he sentido una emoción tal, una felicidad como la de ese momento, al “ver” este sueño.
No necesito “interpretaciones freudianas” aquí. Simplemente no quiero ninguna (“déjenme en paz”).
“¿Símbolos?” –se les puede descubrir fácilmente.
Lo que no se puede incluir en el círculo luminoso de este sueño-sueño son los factores más importantes (se les puede tomar en consideración, pero no es posible experimentarlos en carne propia porque le pertenecen a alguien más): yo dormía en mi pueblo natal (y en el más allá yacía, como un Mar de la Felicidad, el Campo sin Límites), y mi madre estaba en algún lugar cercano (quizá en el mismo jardín, tal vez sus mangas ya húmedas de tanto tocar el dobladillo del Guardián-del-Bosque), y había tal triunfante “presencia del todo y del cada”* --y lo ausente se encontraba todavía escondido—como la luz del día—como un ladrón en el bosque…
Sueño-Mundo. Sueño-Quizá-Universo… no sólo con su vía Láctea, sino también con su pequeña estrella en las orillas de tu pueblo, una estrella que es tal vez visible para el alma-visión.
* Una expresión de los poemas del autor.
13.
Espero que no se crea que considero a una mayor incidencia del sueño como la principal característica del tipo de poesía del que hablo. Esa poesía tiene muchos otros objetivos y “materiales” —por eso es una poesía no-comprometida (y por eso no se debe esperar que se comprometa con el sueño!).
Pero puesto que estamos hablando del sueño, digamos que las conexiones de este tipo de poesía con el Lector son tan íntimas que entre ellos mismos pueden compartir-el-sueño el uno con el otro.
14.
Sueño-Poesía. Sueño-Conversación-con-Uno-Mismo. Sueño-Confiar-en-el-Vecino.
--crg
Tuesday, March 20, 2007
DERIVAS DISIDENTES
Este es el título del poemario de Carlos Zermeño, integrante del taller Escrituras Colindantes del ITESM-Campus Toluca, con el cual se ha hecho acreedor al primer lugar en la rama de poesía del XXI Concurso Nacional de Creación Literaria del Sistema Tec.
Las felicitaciones del caso van volando, claro.
--crg
Este es el título del poemario de Carlos Zermeño, integrante del taller Escrituras Colindantes del ITESM-Campus Toluca, con el cual se ha hecho acreedor al primer lugar en la rama de poesía del XXI Concurso Nacional de Creación Literaria del Sistema Tec.
Las felicitaciones del caso van volando, claro.
--crg
LA INQUIETANTE (E INTERNACIONAL) SEMANA DE LAS MUJERES TRADUCIDAS
[en La mano oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La función de la anécdota
Por dos años consecutivos ya, un puñado (que bien puede ser una multitud) de diversos y diversas se ha reunido en la Casa Refugio Citlaltépetl de la Ciudad de México para participar en una semana de inquietudes varias. Todo empezó en el 2005, cuando respondiendo a una amplia convocatoria diseminada por internet, mujeres y hombres de las más variadas índoles y profesiones ofrecieron sus rostros para que la escritora tijuanoguanjuatense Amaranta Caballero, vuelta grafitera súbita del ciberespacio, les añadiera las barbas del caso. Luego de unos meses de publicar estas imágenes en internet (los archivos pueden consultarse en www.amarantacaballero.blogspot.com y www.cristinariveragarza.blogspt.com), en junio del mismo año, dio inicio la primera semana inquietante e internacional. Como puede consultarse en el pase de mano de aquella ocasión, hubo fotografía, tanto retocada en estudio como elaborada in situ; hubo exposición de textos cortos y, unos cuantos días después, lectura de textos un poco más largos; hubo performance, ya la ensayada con anticipación y la espontánea que surgió nada más de vernos las caras; hubo convivencia y conversación y ese incrédulo asombro ante los rostros transformados; hubo, también, hay que decirlo, un poco de vodka. Un poco de todo hubo.
Un año después, hombres y mujeres de México y el extranjero enviaron una vez más textos e imágenes, pero en esta ocasión para revelar la invisibilidad que con frecuencia oculta la discriminación y la desigualdad pero que también ha protegido a veces ciertos espacios de libertad que de otra manera podrían caer bajo la mirada vigilante de los policías expectantes.
Plurales y lúdicas, irreverentes y divertidas, las inquietantes semanas se han ido convirtiendo en espacios de reflexión desenfadada acerca de las distintas maneras en que construimos y trascendemos nuestras nociones de género. Son semanas de vinculación y desacato, de amistades súbitas y desencuentros espectrales, de risa loca y cansancio puntual. Ahí se discute y se abraza. Ahí uno se devela y se revela y se rebela. Ahí hemos ido para saludarnos, para ponernos los zapatos ajenos, para planear el siguiente evento o la siguiente travesura o la próxima manifestación. Esto, quiero decir, sí es una invitación.
El que traduce gana
Todo lo que es, es traducido. Lejos de la pureza del así llamado original, distanciada de la hermenéutica que busca un significado, de preferencia el único, detrás de los discursos o los objetos, la traducción es un recordatorio constante de nuestra condición alterada, es decir, de nuestra implicación incesante con el otro y la otra y los otros de esos otros. El que traduce lee de la manera más atenta. El que traduce vive de la manera más atenta. Traducir, dice Marcelo Pellegrini, es respirar. Es aproximarse, traducir. Volverse próximo y, por lo tanto, prójimo. Un cuerpo. Una presencia. Una palpitación. Cuando me traduces, gano yo. El que traduce inventa y roba y traiciona, eso es cierto. El que traduce añade. Traductores y traducidos nos deslizamos por los bordes de la diferenciación, liberados del yugo de ser Nosotros Mismos, y atendemos también, a veces con algarabía, la convocatoria de lo símil. Te digo: soy tu espejo. Añado: empañado. Traducida por la lectura del poder, soy una biografía compuesta de fechas límite y lugares inmóviles. Cuando me traduzco para ti, soy estas palabras que me vuelven, acaso, inteligible. Tú. El que traduce atraviesa el puente y, justo en el centro, se avienta a las aguas que no cesan de pasar. El traducido emerge del agua, respiro atroz, para volver a sumergirse. Más que una actividad, un estado del ser: traducir y ser traducido. Las dos cosas a la vez.
La tercera semana
Se acerca el fin del invierno. La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas está por empezar. La convocatoria podrá ser consultada desde mañana, 21 de marzo, día oficial del inicio de una primavera que esperemos sea sólo más o menos maldita, en el blog oficial: www.semanamujerestraducidas.blogspot.com.
Los poetas y traductores Jen Hofer (Los Ángeles) y Marcelo Pellegrini (Valparaíso/Madison) fungen ahora, con característica generosidad, como paramadrinos del caso. Ellos estarán a cargo de organizar peculiares ejercicios de traducción por lo que resta de 2007 y de seleccionar, luego, la muestra que aparecerá, hacia finales de año, en la revista de poesía en traducción Circumference. Un equipo de InfraTraductoras Bárbaras (del norte), compuesto por las escritoras Amaranta Caballero, Minerva Reynosa y Gabriela Torres, estará a cargo de leer entre líneas los grandes encabezados de la realidad para traducirlos a sus lenguajes más íntimos que son, con frecuencia, los más políticos. También publicaremos en el blog las imágenes que respondan a Después-Antes/Before-After, un ejercicio de traducción en dos tiempos que incluye el envío de dos fotografías que constaten el paso de la traducción por un cuerpo, un rostro, una silueta. El tema: La Mejor Traducción de Uno Mismo. Recibiremos y publicaremos también traducciones de un idioma a otro, de una disciplina a otra, de un género a otro, de un cuerpo a otro. Ensayos sobre traducción, publicaremos. Muestras de traducción. Traducciones in situ. Todo eso, claro, más lo que se acumule en el acontecer diario.
Traduzco, ahora, para finalizar este texto-invitación, un párrafo de Thinking past terror. Islamism and Critical Theory on the Left, de la crítica estadunidense Susan Buck-Morss: “Una traducción exitosa, escribió Benjamín en los 1920s cuando traducía la poesía de Baudelaire al alemán, no deja inalterado ni al original ni a la lengua de recepción. [Talal] Asad comenta el texto de Benjamín teniendo en mente esos asuntos de traducción cultural: ´La pregunta relevante no es, por lo tanto, qué tan tolerante debe ser la actitud del traductor hacia el autor original (un dilema ético abstracto), sino cómo puede ella poner a prueba la tolerancia de su propio lenguaje ante formas ajenas´. Si entendemos a la traducción como una tarea política, entonces tratar a los lenguajes políticos como entidades mutuamente dispuestas a la transformación tendría que cuestionar los arreglos desiguales del poder global. Esto, por definición, es una tarea de la izquierda.”
--crg
[en La mano oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La función de la anécdota
Por dos años consecutivos ya, un puñado (que bien puede ser una multitud) de diversos y diversas se ha reunido en la Casa Refugio Citlaltépetl de la Ciudad de México para participar en una semana de inquietudes varias. Todo empezó en el 2005, cuando respondiendo a una amplia convocatoria diseminada por internet, mujeres y hombres de las más variadas índoles y profesiones ofrecieron sus rostros para que la escritora tijuanoguanjuatense Amaranta Caballero, vuelta grafitera súbita del ciberespacio, les añadiera las barbas del caso. Luego de unos meses de publicar estas imágenes en internet (los archivos pueden consultarse en www.amarantacaballero.blogspot.com y www.cristinariveragarza.blogspt.com), en junio del mismo año, dio inicio la primera semana inquietante e internacional. Como puede consultarse en el pase de mano de aquella ocasión, hubo fotografía, tanto retocada en estudio como elaborada in situ; hubo exposición de textos cortos y, unos cuantos días después, lectura de textos un poco más largos; hubo performance, ya la ensayada con anticipación y la espontánea que surgió nada más de vernos las caras; hubo convivencia y conversación y ese incrédulo asombro ante los rostros transformados; hubo, también, hay que decirlo, un poco de vodka. Un poco de todo hubo.
Un año después, hombres y mujeres de México y el extranjero enviaron una vez más textos e imágenes, pero en esta ocasión para revelar la invisibilidad que con frecuencia oculta la discriminación y la desigualdad pero que también ha protegido a veces ciertos espacios de libertad que de otra manera podrían caer bajo la mirada vigilante de los policías expectantes.
Plurales y lúdicas, irreverentes y divertidas, las inquietantes semanas se han ido convirtiendo en espacios de reflexión desenfadada acerca de las distintas maneras en que construimos y trascendemos nuestras nociones de género. Son semanas de vinculación y desacato, de amistades súbitas y desencuentros espectrales, de risa loca y cansancio puntual. Ahí se discute y se abraza. Ahí uno se devela y se revela y se rebela. Ahí hemos ido para saludarnos, para ponernos los zapatos ajenos, para planear el siguiente evento o la siguiente travesura o la próxima manifestación. Esto, quiero decir, sí es una invitación.
El que traduce gana
Todo lo que es, es traducido. Lejos de la pureza del así llamado original, distanciada de la hermenéutica que busca un significado, de preferencia el único, detrás de los discursos o los objetos, la traducción es un recordatorio constante de nuestra condición alterada, es decir, de nuestra implicación incesante con el otro y la otra y los otros de esos otros. El que traduce lee de la manera más atenta. El que traduce vive de la manera más atenta. Traducir, dice Marcelo Pellegrini, es respirar. Es aproximarse, traducir. Volverse próximo y, por lo tanto, prójimo. Un cuerpo. Una presencia. Una palpitación. Cuando me traduces, gano yo. El que traduce inventa y roba y traiciona, eso es cierto. El que traduce añade. Traductores y traducidos nos deslizamos por los bordes de la diferenciación, liberados del yugo de ser Nosotros Mismos, y atendemos también, a veces con algarabía, la convocatoria de lo símil. Te digo: soy tu espejo. Añado: empañado. Traducida por la lectura del poder, soy una biografía compuesta de fechas límite y lugares inmóviles. Cuando me traduzco para ti, soy estas palabras que me vuelven, acaso, inteligible. Tú. El que traduce atraviesa el puente y, justo en el centro, se avienta a las aguas que no cesan de pasar. El traducido emerge del agua, respiro atroz, para volver a sumergirse. Más que una actividad, un estado del ser: traducir y ser traducido. Las dos cosas a la vez.
La tercera semana
Se acerca el fin del invierno. La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas está por empezar. La convocatoria podrá ser consultada desde mañana, 21 de marzo, día oficial del inicio de una primavera que esperemos sea sólo más o menos maldita, en el blog oficial: www.semanamujerestraducidas.blogspot.com.
Los poetas y traductores Jen Hofer (Los Ángeles) y Marcelo Pellegrini (Valparaíso/Madison) fungen ahora, con característica generosidad, como paramadrinos del caso. Ellos estarán a cargo de organizar peculiares ejercicios de traducción por lo que resta de 2007 y de seleccionar, luego, la muestra que aparecerá, hacia finales de año, en la revista de poesía en traducción Circumference. Un equipo de InfraTraductoras Bárbaras (del norte), compuesto por las escritoras Amaranta Caballero, Minerva Reynosa y Gabriela Torres, estará a cargo de leer entre líneas los grandes encabezados de la realidad para traducirlos a sus lenguajes más íntimos que son, con frecuencia, los más políticos. También publicaremos en el blog las imágenes que respondan a Después-Antes/Before-After, un ejercicio de traducción en dos tiempos que incluye el envío de dos fotografías que constaten el paso de la traducción por un cuerpo, un rostro, una silueta. El tema: La Mejor Traducción de Uno Mismo. Recibiremos y publicaremos también traducciones de un idioma a otro, de una disciplina a otra, de un género a otro, de un cuerpo a otro. Ensayos sobre traducción, publicaremos. Muestras de traducción. Traducciones in situ. Todo eso, claro, más lo que se acumule en el acontecer diario.
Traduzco, ahora, para finalizar este texto-invitación, un párrafo de Thinking past terror. Islamism and Critical Theory on the Left, de la crítica estadunidense Susan Buck-Morss: “Una traducción exitosa, escribió Benjamín en los 1920s cuando traducía la poesía de Baudelaire al alemán, no deja inalterado ni al original ni a la lengua de recepción. [Talal] Asad comenta el texto de Benjamín teniendo en mente esos asuntos de traducción cultural: ´La pregunta relevante no es, por lo tanto, qué tan tolerante debe ser la actitud del traductor hacia el autor original (un dilema ético abstracto), sino cómo puede ella poner a prueba la tolerancia de su propio lenguaje ante formas ajenas´. Si entendemos a la traducción como una tarea política, entonces tratar a los lenguajes políticos como entidades mutuamente dispuestas a la transformación tendría que cuestionar los arreglos desiguales del poder global. Esto, por definición, es una tarea de la izquierda.”
--crg
Sunday, March 18, 2007
Tuesday, March 13, 2007
LA ANTROPÓLOGA Y LA NENA DEL NATIONAL GEOGRAPHIC AL MISMO TIEMPO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Cualquier discusión acerca de la naturaleza del Autor Latinoamericano, especialmente si tal discusión se lleva a cabo dentro del territorio de los Estados Unidos, ha de pasar, forzosamente, por entre las brillantes páginas del National Geographic. Hay, quiero decir, un resabio de exoticización, un dejo de programado estereotipo, algo de lo que Said alguna vez bautizó con el nombre de orientalismo, en la serie de caracterizaciones que suelen dar vida (o muerte) a las representaciones del latinoamericano que escribe. Si tal autor es, además, una autora y si es negra y tiene un doctorado en letras por la Universidad de Cornell y habita, en estos días, en esa isla que se llama Puerto Rico, las oportunidades de que el estereotipo se multiplique son bastante altas. Mayra Santos-Febres, poeta y narradora caribeña, sabe bastante de todo esto. Acaso por eso eligió contar, en un encuentro celebrado a orilla de un lago congelado, la historia del Dr. Livingston, legendario colonialista alrededor de cuyo relato de vida Joseph Conrad construyó la historia de Heart of Darkness y que, a través de Francis Ford Coppola, llegó hasta la época actual, cambiando África por Vietnam, en la todavía famosa Apocalipsis ahora, conectándola con las múltiples maneras en que el colonialismo del presente nos convoca y nos estereotipa tanto en la vida cotidiana como en la vida de los libros.
La visión de Santos-Febres, sin embargo, no es vertical y, aunque crítica, dista mucho del pesimismo. El estereotipo existe, la etiqueta existe. ¿Para qué desgastarse negando eso? ¿Por qué mejor no tomar esa etiqueta y colocársela uno mismo en la frente sólo para salir corriendo con ella a cuestas? Similar a las estrategias que explora James Scott en Las armas de los débiles –el estudio antropológico realizado en el sudeste asiático en el que Scott describe los pequeños aunque efectivos actos de resistencia pasiva e informal a través de los cuales los débiles ejercen también su fuerza– Santos-Febres elude la oposición frontal con los dueños de los nombres y, en su lugar, adueñándose de una tradición que, asegura, “ha pagado en sangre”, decide invertirla y revertirla para salirse también del círculo vicioso de la mercancía. Desgañitarse no es una opción. Paralizarse tampoco. Santos-Febres puede reconocer, pues, su propia silueta en las imágenes de ese Nacional Geographic que todos llevamos dentro pero también puede hojear la publicación con los ojos irónicos y descreídos del que, estando adentro, permanece afuera. La autora es, en palabras de la propia Santos-Febres, la antropóloga y la nena de la imagen al mismo tiempo. En esa dialéctica, en ese denso estar y no estar y en ese estar más allá, se desarrolla una de las obras más dinámicas y puntuales del caribe contemporáneo.
Porque de eso se trata después o antes de todo. Se trata, primeramente, de que exista una posibilidad real y concreta de convertirse en una escritora profesional en lugar de ser una “negra profesional” o, peor, una “mujer profesional”. Se trata de encarnar en el lenguaje los vericuetos de una experiencia pancaribeña y decididamente transnacional que, aunque imbuida por el dolor que la signa no olvide, no ose nunca olvidar, la carcajada y la comunión que la mantiene. Se trata de correr. De correr, dice Mayra, tan aprisa como sea posible, para evitar la domesticación o, peor aún, la resignada venta. Una pisa y corre vital. Que Santos-Febres haya visitado con intensidad tanto la narración larga como la poesía, así también como el ensayo, debe ser comprendido dentro de ese acto cotidiano de resistencia que ella denomina con el verbo correr. Una pierna tras otra, una mano, la respiración, la inteligencia, el humor.
Y, en este sentido, Santos-Febres es de carrera larga. Además de haber sido acreedora al Premio Juan Rulfo que otorga la radio internacional de París en 1996, también fue finalista del premio Rómulo Gallegos en 2001 con Sirena Selena vestida de pena, su primera novela. Alejándose a propósito de las temáticas y los guiños que permitieron la publicación de ciertas mujeres escritoras en la década de los 80 (esto en el siglo pasado, por supuesto), Santos-Febres explora aquí la vida de un travesti que, gracias a su voz y a la protección de otro, no sólo logra sobrevivir sino también hacerlo con punzante intensidad. Santos-Febres, quien en no pocas ocasiones ha declarado ser un trasvesti de sí misma, prefiere aquí, como en muchas otras cosas, buscarse un especio propio dentro del cual pueda ver de frente el lenguaje que la forma. Correr lo sigue haciendo, más recientemente con la publicación de Nuestra señora de la noche, una novela histórica con la que fue finalista del Premio Primavera 2006 y que explora la primera mitad del siglo XX puertorriqueño a través de diversos encuentros en los que convergen, o chocan, las pieles en el sentido más íntimo y más político del término. Dice Mayra que nadie, ya sea antes o ahora, “sale indemne de una cama”. Y, a veces, esa cama es histórica. ¿O dijo que la historia es una cama?
Post-identatarios y lúdicos, los libros de Santos-Febres merecen lectores atentos que, estando de pie, no tengan empacho alguno en emprender, dependiendo de la condición física del caso, una carrera crítica por sus páginas.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Cualquier discusión acerca de la naturaleza del Autor Latinoamericano, especialmente si tal discusión se lleva a cabo dentro del territorio de los Estados Unidos, ha de pasar, forzosamente, por entre las brillantes páginas del National Geographic. Hay, quiero decir, un resabio de exoticización, un dejo de programado estereotipo, algo de lo que Said alguna vez bautizó con el nombre de orientalismo, en la serie de caracterizaciones que suelen dar vida (o muerte) a las representaciones del latinoamericano que escribe. Si tal autor es, además, una autora y si es negra y tiene un doctorado en letras por la Universidad de Cornell y habita, en estos días, en esa isla que se llama Puerto Rico, las oportunidades de que el estereotipo se multiplique son bastante altas. Mayra Santos-Febres, poeta y narradora caribeña, sabe bastante de todo esto. Acaso por eso eligió contar, en un encuentro celebrado a orilla de un lago congelado, la historia del Dr. Livingston, legendario colonialista alrededor de cuyo relato de vida Joseph Conrad construyó la historia de Heart of Darkness y que, a través de Francis Ford Coppola, llegó hasta la época actual, cambiando África por Vietnam, en la todavía famosa Apocalipsis ahora, conectándola con las múltiples maneras en que el colonialismo del presente nos convoca y nos estereotipa tanto en la vida cotidiana como en la vida de los libros.
La visión de Santos-Febres, sin embargo, no es vertical y, aunque crítica, dista mucho del pesimismo. El estereotipo existe, la etiqueta existe. ¿Para qué desgastarse negando eso? ¿Por qué mejor no tomar esa etiqueta y colocársela uno mismo en la frente sólo para salir corriendo con ella a cuestas? Similar a las estrategias que explora James Scott en Las armas de los débiles –el estudio antropológico realizado en el sudeste asiático en el que Scott describe los pequeños aunque efectivos actos de resistencia pasiva e informal a través de los cuales los débiles ejercen también su fuerza– Santos-Febres elude la oposición frontal con los dueños de los nombres y, en su lugar, adueñándose de una tradición que, asegura, “ha pagado en sangre”, decide invertirla y revertirla para salirse también del círculo vicioso de la mercancía. Desgañitarse no es una opción. Paralizarse tampoco. Santos-Febres puede reconocer, pues, su propia silueta en las imágenes de ese Nacional Geographic que todos llevamos dentro pero también puede hojear la publicación con los ojos irónicos y descreídos del que, estando adentro, permanece afuera. La autora es, en palabras de la propia Santos-Febres, la antropóloga y la nena de la imagen al mismo tiempo. En esa dialéctica, en ese denso estar y no estar y en ese estar más allá, se desarrolla una de las obras más dinámicas y puntuales del caribe contemporáneo.
Porque de eso se trata después o antes de todo. Se trata, primeramente, de que exista una posibilidad real y concreta de convertirse en una escritora profesional en lugar de ser una “negra profesional” o, peor, una “mujer profesional”. Se trata de encarnar en el lenguaje los vericuetos de una experiencia pancaribeña y decididamente transnacional que, aunque imbuida por el dolor que la signa no olvide, no ose nunca olvidar, la carcajada y la comunión que la mantiene. Se trata de correr. De correr, dice Mayra, tan aprisa como sea posible, para evitar la domesticación o, peor aún, la resignada venta. Una pisa y corre vital. Que Santos-Febres haya visitado con intensidad tanto la narración larga como la poesía, así también como el ensayo, debe ser comprendido dentro de ese acto cotidiano de resistencia que ella denomina con el verbo correr. Una pierna tras otra, una mano, la respiración, la inteligencia, el humor.
Y, en este sentido, Santos-Febres es de carrera larga. Además de haber sido acreedora al Premio Juan Rulfo que otorga la radio internacional de París en 1996, también fue finalista del premio Rómulo Gallegos en 2001 con Sirena Selena vestida de pena, su primera novela. Alejándose a propósito de las temáticas y los guiños que permitieron la publicación de ciertas mujeres escritoras en la década de los 80 (esto en el siglo pasado, por supuesto), Santos-Febres explora aquí la vida de un travesti que, gracias a su voz y a la protección de otro, no sólo logra sobrevivir sino también hacerlo con punzante intensidad. Santos-Febres, quien en no pocas ocasiones ha declarado ser un trasvesti de sí misma, prefiere aquí, como en muchas otras cosas, buscarse un especio propio dentro del cual pueda ver de frente el lenguaje que la forma. Correr lo sigue haciendo, más recientemente con la publicación de Nuestra señora de la noche, una novela histórica con la que fue finalista del Premio Primavera 2006 y que explora la primera mitad del siglo XX puertorriqueño a través de diversos encuentros en los que convergen, o chocan, las pieles en el sentido más íntimo y más político del término. Dice Mayra que nadie, ya sea antes o ahora, “sale indemne de una cama”. Y, a veces, esa cama es histórica. ¿O dijo que la historia es una cama?
Post-identatarios y lúdicos, los libros de Santos-Febres merecen lectores atentos que, estando de pie, no tengan empacho alguno en emprender, dependiendo de la condición física del caso, una carrera crítica por sus páginas.
--crg
Tuesday, March 06, 2007
LAURIE AMA A JO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[para Daniela Silva Solórzano, naturalmente]
Me habían dejado con Daniela bajo la jacaranda, alrededor de una mesa donde ahora sólo quedaban platos con huesos de pollo y vasos vacíos. Una jarra. Algunas cáscaras de mandarina. Dos moscas de campo. Se había hecho entre nosotras ese silencio incómodo, con frecuencia infranqueable, que separa a generaciones distintas. No tenía la menor idea de lo que podía decirle a una mujer de 14 años que, a todas luces, se preguntaba también, con esa preocupación que a veces dan los buenos modales, de qué carajos platicar con una de 42. Supongo que empecé a hablar de libros porque hablar de libros es un reflejo automático. Cuando uno se pone nervioso, se sabe, no hay como recurrir a los temas habituales y a las rutinas conocidas, es decir, al lugar en común. En todo caso, mencioné Mujercitas porque vagamente recordaba que me había gustado la novela de Louise M. Alcott a una edad parecida a la de Daniela. Mencioné el título y me reí, pensando, por supuesto, que traer a colación ese libro sólo terminaría por alejarnos más al dejar en claro, si todavía hubiese sido necesario, la diferencia abismal de edades y, luego entonces, de intereses, aficiones, gustos. Pensé que Daniela me miraría con desconcierto o compasión y que, amablemente, se limpiaría la comisura de los labios con la servilleta y se iría a hacer algo más provechoso con sus amigas. Me sorprendí, a decir verdad, cuando no sólo contestó que lo acababa de leer sino también, y esto con la mirada encendida, que todavía no terminaba de congraciarse con el hecho de que Laurie aceptara tan fácilmente la negativa de Jo y se casara, contra todo buen juicio, con Amy. Si hubiéramos estado en una cantina, cosa que su edad volvía difícil, esa habría sido la señal para ordenar la siguiente ronda.
Josephine March, como es universalmente sabido, es la escritora de la familia. Una mujer voluntariosa y algo engreída que, a diferencia de las tres hermanas, puede asistir a una fiesta con guantes impares y cortarse la abundante cabellera para apoyar una causa. Es ella quien organiza el club Pickwick, mediante el cual se intercambian textos o se planea la puesta en escena de alguna obra de teatro, y ella quien critica a las mujeres mayores que buscan buenos partidos para sus hijas y quien, con su desparpajo y excentricidades, logra sacar de su mutismo a Laurie, el adinerado vecino que, dúctil y sagaz, pronto se convierte en su compinche. Meg, la hermana mayor, se enamora y se casa demasiado pronto como para adquirir personalidad alguna. Amy es, desde un inicio, la rubia vanidosa cuya diplomacia, sin embargo, le granjea los favores de la tía March, eligiéndola a ella y no a Jo para su tradicional viaje a Europa. Beth, la buena, la demasiado buena, muere joven.
–Pero es que Jo es la que debió haber ido a Europa y, sobre todo –se interrumpió Daniela para escudriñar mi rostro tratando de adivinar mi posición al respecto–, ella debió haber aceptado la propuesta de Laurie.
Yo, por cierto, siempre había pensado lo mismo. Entre correrías jactanciosas, bromas pesadas, pláticas nocturnas, resulta más que obvio que las muchas horas que Jo pasa con Laurie son horas amorosas. Lejos están los dos del ideal romántico, y asimétrico, del cortejo, y más cercanos del concepto de compañerismo que no sólo caracteriza a las parejas de la modernidad sino al peculiar arreglo familiar dentro del cual creció Louise M. Alcott en el noreste de los Estados Unidos. Integrante de un clan vanguardista, crítico de los valores tradicionales estadunidenses, la joven escritora no sólo compartió la pobreza y el aislamiento al que se confinaba la familia en busca de horizontes más verdaderamente humanos, sino que también convivió con pensadores radicales para quienes el desenfreno capitalista y urbano no era más que un simulacro. Alcott, como la misma Jo en Mujercitas, escribió una novela aparentemente para jovencitas, un género “menor”, que sin embargo le permitió abordar temas fundamentales de la condición humana. Desde la cocina, donde se prepara la rutina familiar, hasta la sala donde, mientras se teje o se lee en voz alta, intercambian puntos de vista más o menos sobre todo, las March van poniendo en escena las dubitaciones y las ansiedades del proceso, irreversible y cruel a decir de Jo, que las llevará de la infancia a la edad adulta.
–Supongo que Alcott -dije yo, fingiendo resignación en un tono más bien doctoral– estaba bajo la impresión de que una mujer creadora, como Jo, no podía tener sexualidad, de ahí que terminara casada con ese viejito con el que pone una escuela, ¿no? O tal vez creía que un hombre como Laurie, tan joven y femenino, no podía ser un par adecuado para la intempestiva escritora.
La reacción de Daniela me gustó. Los ojos parecían una sola llama. Las manos en alto. La sonrisa. El rubor.
–!Pero es que no es posible! –dijo, convencida–. Si Jo y Laurie son verdaderos amigos y se gustan, eso es claro –yo tenía algo de tiempo de no hablar de personajes de novela como si se tratara de mis vecinos y la discusión, por supuesto, me fascinó–. No es posible que Jo se vaya sola a Nueva York para que un hombre de barba le diga que está escribiendo cosas inservibles y que luego se regrese nada más para aceptarlo en su vida.
Yo pensé que Daniela tenía en mente más la película en que una muy frágil Wynona Ryder no pudo captar la fuerza y la testarudez y la temeridad de Josephine March, que al libro en sí, pero comprendí su punto.
–Te entiendo –murmuré, vagamente enternecida– pero, en fin, ¿qué le vamos a hacer?
La pregunta era retórica, pero Daniela la contestó:
–Habrá que rescribir Mujercitas y darle un final distinto a Jo.
Las dos moscas de campo se detuvieron sobre uno de los huesos de pollo. Una ráfaga de aire, que era de un noviembre muy cálido, nos despeinó los cabellos. Se oían ya los pasos de las que regresaban: el fulgor cada vez más cercano de la algarabía. La jacaranda en flor.
Escribo este texto en una tarde muy distinta, pero cobijada por la misma ráfaga. Escribo este texto para recordarle a Daniela que estoy esperando, como desde ese día, su primer manuscrito. Para decirle: esto será marzo. Esto es.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[para Daniela Silva Solórzano, naturalmente]
Me habían dejado con Daniela bajo la jacaranda, alrededor de una mesa donde ahora sólo quedaban platos con huesos de pollo y vasos vacíos. Una jarra. Algunas cáscaras de mandarina. Dos moscas de campo. Se había hecho entre nosotras ese silencio incómodo, con frecuencia infranqueable, que separa a generaciones distintas. No tenía la menor idea de lo que podía decirle a una mujer de 14 años que, a todas luces, se preguntaba también, con esa preocupación que a veces dan los buenos modales, de qué carajos platicar con una de 42. Supongo que empecé a hablar de libros porque hablar de libros es un reflejo automático. Cuando uno se pone nervioso, se sabe, no hay como recurrir a los temas habituales y a las rutinas conocidas, es decir, al lugar en común. En todo caso, mencioné Mujercitas porque vagamente recordaba que me había gustado la novela de Louise M. Alcott a una edad parecida a la de Daniela. Mencioné el título y me reí, pensando, por supuesto, que traer a colación ese libro sólo terminaría por alejarnos más al dejar en claro, si todavía hubiese sido necesario, la diferencia abismal de edades y, luego entonces, de intereses, aficiones, gustos. Pensé que Daniela me miraría con desconcierto o compasión y que, amablemente, se limpiaría la comisura de los labios con la servilleta y se iría a hacer algo más provechoso con sus amigas. Me sorprendí, a decir verdad, cuando no sólo contestó que lo acababa de leer sino también, y esto con la mirada encendida, que todavía no terminaba de congraciarse con el hecho de que Laurie aceptara tan fácilmente la negativa de Jo y se casara, contra todo buen juicio, con Amy. Si hubiéramos estado en una cantina, cosa que su edad volvía difícil, esa habría sido la señal para ordenar la siguiente ronda.
Josephine March, como es universalmente sabido, es la escritora de la familia. Una mujer voluntariosa y algo engreída que, a diferencia de las tres hermanas, puede asistir a una fiesta con guantes impares y cortarse la abundante cabellera para apoyar una causa. Es ella quien organiza el club Pickwick, mediante el cual se intercambian textos o se planea la puesta en escena de alguna obra de teatro, y ella quien critica a las mujeres mayores que buscan buenos partidos para sus hijas y quien, con su desparpajo y excentricidades, logra sacar de su mutismo a Laurie, el adinerado vecino que, dúctil y sagaz, pronto se convierte en su compinche. Meg, la hermana mayor, se enamora y se casa demasiado pronto como para adquirir personalidad alguna. Amy es, desde un inicio, la rubia vanidosa cuya diplomacia, sin embargo, le granjea los favores de la tía March, eligiéndola a ella y no a Jo para su tradicional viaje a Europa. Beth, la buena, la demasiado buena, muere joven.
–Pero es que Jo es la que debió haber ido a Europa y, sobre todo –se interrumpió Daniela para escudriñar mi rostro tratando de adivinar mi posición al respecto–, ella debió haber aceptado la propuesta de Laurie.
Yo, por cierto, siempre había pensado lo mismo. Entre correrías jactanciosas, bromas pesadas, pláticas nocturnas, resulta más que obvio que las muchas horas que Jo pasa con Laurie son horas amorosas. Lejos están los dos del ideal romántico, y asimétrico, del cortejo, y más cercanos del concepto de compañerismo que no sólo caracteriza a las parejas de la modernidad sino al peculiar arreglo familiar dentro del cual creció Louise M. Alcott en el noreste de los Estados Unidos. Integrante de un clan vanguardista, crítico de los valores tradicionales estadunidenses, la joven escritora no sólo compartió la pobreza y el aislamiento al que se confinaba la familia en busca de horizontes más verdaderamente humanos, sino que también convivió con pensadores radicales para quienes el desenfreno capitalista y urbano no era más que un simulacro. Alcott, como la misma Jo en Mujercitas, escribió una novela aparentemente para jovencitas, un género “menor”, que sin embargo le permitió abordar temas fundamentales de la condición humana. Desde la cocina, donde se prepara la rutina familiar, hasta la sala donde, mientras se teje o se lee en voz alta, intercambian puntos de vista más o menos sobre todo, las March van poniendo en escena las dubitaciones y las ansiedades del proceso, irreversible y cruel a decir de Jo, que las llevará de la infancia a la edad adulta.
–Supongo que Alcott -dije yo, fingiendo resignación en un tono más bien doctoral– estaba bajo la impresión de que una mujer creadora, como Jo, no podía tener sexualidad, de ahí que terminara casada con ese viejito con el que pone una escuela, ¿no? O tal vez creía que un hombre como Laurie, tan joven y femenino, no podía ser un par adecuado para la intempestiva escritora.
La reacción de Daniela me gustó. Los ojos parecían una sola llama. Las manos en alto. La sonrisa. El rubor.
–!Pero es que no es posible! –dijo, convencida–. Si Jo y Laurie son verdaderos amigos y se gustan, eso es claro –yo tenía algo de tiempo de no hablar de personajes de novela como si se tratara de mis vecinos y la discusión, por supuesto, me fascinó–. No es posible que Jo se vaya sola a Nueva York para que un hombre de barba le diga que está escribiendo cosas inservibles y que luego se regrese nada más para aceptarlo en su vida.
Yo pensé que Daniela tenía en mente más la película en que una muy frágil Wynona Ryder no pudo captar la fuerza y la testarudez y la temeridad de Josephine March, que al libro en sí, pero comprendí su punto.
–Te entiendo –murmuré, vagamente enternecida– pero, en fin, ¿qué le vamos a hacer?
La pregunta era retórica, pero Daniela la contestó:
–Habrá que rescribir Mujercitas y darle un final distinto a Jo.
Las dos moscas de campo se detuvieron sobre uno de los huesos de pollo. Una ráfaga de aire, que era de un noviembre muy cálido, nos despeinó los cabellos. Se oían ya los pasos de las que regresaban: el fulgor cada vez más cercano de la algarabía. La jacaranda en flor.
Escribo este texto en una tarde muy distinta, pero cobijada por la misma ráfaga. Escribo este texto para recordarle a Daniela que estoy esperando, como desde ese día, su primer manuscrito. Para decirle: esto será marzo. Esto es.
--crg
Saturday, March 03, 2007
LANZAN COLECCIÓN DE AUTORAS "DESBORDADORAS DEL CANON"
Milenio, sección de cultura, Ch. Vega
Desbordar el canon ofrece una visión más compleja de algunas autoras mexicanas. Material inédito, como libretos de Josefina Vicens o imágenes de Garro.
Como parte de la cátedra de humanidades, organizada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), campus Toluca, y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) se presentó ayer la colección Desbordar el canon, serie de cinco volúmenes que aportan un ángulo original de escritoras mexicanas canónicas. Una visión más compleja de creadoras que han sido encasilladas y estereotipadas.
Quizás para muchos Rosario Castellanos sea la escritora mexicana más importante del siglo XX. Para otros tal vez sea la embajadora que murió en Israel electrocutada y, para muchos defensora eterna de la mujer. Sin embargo, son pocos los que conocen sus otras facetas: ensayista, periodista, poeta y narradora. Es decir, a Castellanos se le reconoce, pero también es notablemente encasillada.
Lo plasmado en Desbordar el canon intenta romper con aquellos hechos circunstanciales que nublan la obra de Rosario Castellanos, Elena Garro, Josefina Vicens, María Luisa Puga y Nellie Campobello. La colección queda fuera de antologías o compendios de literatura y se muestra, en cambio, como lectura placentera pero no alejadas de la reflexión.
Los libros coeditados por el ITESM, el Fonca y otras instituciones académicas forman parte de los trabajos del Taller de Teoría y Crítica Literaria Diana Morán, cuya historia está ligada a la investigación del fenómeno de la escritura femenina en México. Durante más de 20 años este taller ha reunido semanalmente a diversas académicas para discutir temas de género y literatura, bajo una perspectiva teórica. Así, en 2005 este proyecto ganó la convocatoria de coinversión del Fonca y se comprometió a editar cinco volúmenes para 2006.
Maricruz Castro Ricalde, coordinadora del proyecto, explicó que uno de los objetivos es mostrar material inédito de las creadoras, ya que a pesar de ser autoras reconocidas, su material es difícil de conseguir. “De qué sirve que formen parte del canon si sus textos no están al alcance de los lectores, o si se les conoce solamente por una de sus facetas”, comentó. Las publicaciones denotan una investigación minuciosa que recuperó, entre otros elementos, libretos y guiones cinematográficos de Josefina Vicens o fotografías nunca antes vistas de Elena Garro. Al respecto, Castro Ricalde dijo que el único cuento de Vicens, “Petrita”, se publicó sólo en algunas revistas, pero ahora está en el libro junto con imágenes originales.
A la presentación asistieron las autoras de las obras así como especialistas invitados. Helena Beristáin, amiga cercana de Rosario Castellanos, destacó la importancia de las mujeres en la instauración de la cultura en el México del siglo XX y narró su participación como estudiante universitaria.
Otro de los valores reconocidos en Desbordar el canon se relaciona con la forma de hacer crítica literaria, se consideró el estudio de la vida personal de las escritoras, para determinar la configuración social y comprender la magnitud de su obra. “Comenzar a investigar sobre estos ángulos relegados a la vida privada habla de una madurez de la crítica literaria, de los medios universitarios y del público en general”, dijo Castro Ricalde.
Sobre la distribución de este material se reconoció las dificultades que enfrentan los textos de esta categoría para llegar a los lectores, en gran medida, por los altos descuentos que solicitan los libreros. Por ahora la única vía será en las universidades participantes en la coedición y se buscará la posibilidad de distribuirlos en librerías afamadas.
En la presentación se dejó en claro que se intenta dejar atrás viejos estereotipos de estas “valientes y desbordadoras de canones”, como aquel de valorar a Elena Garro sólo por ser la esposa de Octavio Paz o interesarse solamente en el secuestro y muerte de Nellie Campobello.
Las siguientes escritoras consideradas serán Amparo Dávila, Julieta Campos, Luisa Josefina Hernández y Concha Urquiza.
--crg
Milenio, sección de cultura, Ch. Vega
Desbordar el canon ofrece una visión más compleja de algunas autoras mexicanas. Material inédito, como libretos de Josefina Vicens o imágenes de Garro.
Como parte de la cátedra de humanidades, organizada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), campus Toluca, y el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) se presentó ayer la colección Desbordar el canon, serie de cinco volúmenes que aportan un ángulo original de escritoras mexicanas canónicas. Una visión más compleja de creadoras que han sido encasilladas y estereotipadas.
Quizás para muchos Rosario Castellanos sea la escritora mexicana más importante del siglo XX. Para otros tal vez sea la embajadora que murió en Israel electrocutada y, para muchos defensora eterna de la mujer. Sin embargo, son pocos los que conocen sus otras facetas: ensayista, periodista, poeta y narradora. Es decir, a Castellanos se le reconoce, pero también es notablemente encasillada.
Lo plasmado en Desbordar el canon intenta romper con aquellos hechos circunstanciales que nublan la obra de Rosario Castellanos, Elena Garro, Josefina Vicens, María Luisa Puga y Nellie Campobello. La colección queda fuera de antologías o compendios de literatura y se muestra, en cambio, como lectura placentera pero no alejadas de la reflexión.
Los libros coeditados por el ITESM, el Fonca y otras instituciones académicas forman parte de los trabajos del Taller de Teoría y Crítica Literaria Diana Morán, cuya historia está ligada a la investigación del fenómeno de la escritura femenina en México. Durante más de 20 años este taller ha reunido semanalmente a diversas académicas para discutir temas de género y literatura, bajo una perspectiva teórica. Así, en 2005 este proyecto ganó la convocatoria de coinversión del Fonca y se comprometió a editar cinco volúmenes para 2006.
Maricruz Castro Ricalde, coordinadora del proyecto, explicó que uno de los objetivos es mostrar material inédito de las creadoras, ya que a pesar de ser autoras reconocidas, su material es difícil de conseguir. “De qué sirve que formen parte del canon si sus textos no están al alcance de los lectores, o si se les conoce solamente por una de sus facetas”, comentó. Las publicaciones denotan una investigación minuciosa que recuperó, entre otros elementos, libretos y guiones cinematográficos de Josefina Vicens o fotografías nunca antes vistas de Elena Garro. Al respecto, Castro Ricalde dijo que el único cuento de Vicens, “Petrita”, se publicó sólo en algunas revistas, pero ahora está en el libro junto con imágenes originales.
A la presentación asistieron las autoras de las obras así como especialistas invitados. Helena Beristáin, amiga cercana de Rosario Castellanos, destacó la importancia de las mujeres en la instauración de la cultura en el México del siglo XX y narró su participación como estudiante universitaria.
Otro de los valores reconocidos en Desbordar el canon se relaciona con la forma de hacer crítica literaria, se consideró el estudio de la vida personal de las escritoras, para determinar la configuración social y comprender la magnitud de su obra. “Comenzar a investigar sobre estos ángulos relegados a la vida privada habla de una madurez de la crítica literaria, de los medios universitarios y del público en general”, dijo Castro Ricalde.
Sobre la distribución de este material se reconoció las dificultades que enfrentan los textos de esta categoría para llegar a los lectores, en gran medida, por los altos descuentos que solicitan los libreros. Por ahora la única vía será en las universidades participantes en la coedición y se buscará la posibilidad de distribuirlos en librerías afamadas.
En la presentación se dejó en claro que se intenta dejar atrás viejos estereotipos de estas “valientes y desbordadoras de canones”, como aquel de valorar a Elena Garro sólo por ser la esposa de Octavio Paz o interesarse solamente en el secuestro y muerte de Nellie Campobello.
Las siguientes escritoras consideradas serán Amparo Dávila, Julieta Campos, Luisa Josefina Hernández y Concha Urquiza.
--crg
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