Wednesday, March 26, 2008

LAS AFUERAS/Edición Matutina



LAS GRIETAS SE LLENAN DE AGUA Y SE CORTAN Y SE DESPLOMAN
Un enorme bloque de hielo se desplomó súbitamente en la Antártida y puso en peligro a una sección aun más extensa, advirtieron Los Científicos. Las imágenes de satélite revelan la desintegración de un trozo de 415 kilómetros cuadrados (160 millas cuadradas) en el oeste del continente antártico, proceso que empezó el 28 de febrero. Es el extremo de la plataforma de hielo de Wilkins, que ha estado allí quizás unos mil 500 años.

Como Los Científicos divisaron las imágenes de satélite horas después que comenzó el fenómeno, desviaron las cámaras para enfocarlo e incluso lo fotografiaron desde un avión.

"Es algo que no se ve con frecuencia", comentó Un Científico. "Las grietas se llenan de agua y se cortan y desploman".

Aunque los témpanos se desprenden naturalmente de la plataforma, desplomes como éste son inusuales pero se están dando con más frecuencia en las últimas décadas, dijo.

El resto de la plataforma de Wilkins se mantiene de manera precaria y Los Científicos temen que también pueda desprenderse. Otros fenómenos similares ocurrieron en 1995 y el 2002.

Los Científicos dicen no estar preocupados de que aumente el nivel del mar por el desprendimiento actual, pero agregan que es un indicio de que se agrava el calentamiento global.

[leído y registrado por La Detective después de tomar café]

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Tuesday, March 25, 2008

LÍNEAS HUÉRFANAS

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Recuerdo, luego entonces, trastoco.

En algún momento ocurrió: abandoné la estabilidad del papel por la virtualidad de la pantalla. Y no puedo decir “no hay vuelta de hoja” para indicar que se trata de un proceso irreversible.

Todo encuentro es ilegible. Todo encuentro ocurre por primera vez. Si lo identificamos, es decir, si lo percibimos, eso no es un encuentro sino una repetición.

Las interacciones que transcurren en la vigilia son el pie de página del texto que construimos en el sueño.

La vigilia es la forma más lenta de lo narrado.

Si de la fórmula el-desarrollo-de-signficado-a-través-del-tiempo se elimina el término desarrollo, entonces queda una aproximación contemporánea a lo que construye la narración de hoy.

Los amores, como los años, cuando se cumplen es que ya los viviste.

El lugar de origen es una relación entre el cuerpo y su paisaje.

Sólo creo en la oración (el Gramático Religioso dixit).

El libro no ayuda a descubrir el secreto que hay en el lector; el libro, cuando es libro, produce ese secreto en el lector.

Escribir es, desde luego, el acto a través del cual el lenguaje se vacía. Escribir es vaciar.

Toda interpretación es un shock (y la escritura es traumática).

Quien nos ama, nos convierte irremediablemente en otro ser imaginario.

Escribir y amar son procesos similares: uno va hacia ellos como hacia el abismo. Uno va a ellos por el abismo. Uno regresa. Abismado.

Todo lo verdaderamente significativo ocurre siempre en el penúltimo (capítulo) (párrafo) (línea) (piso).

Entre los cuerpos que se desean sólo cabe la nube.

Uno nunca regresa, se sabe. Uno, creyendo que va de regreso, en realidad se desvía o inventa otro lugar.

El que cierra las puertas olvida con frecuencia que, una vez que desaparece el último sonido del cerrojo, tendrá que enfrentar la oscuridad de su propio sótano. A solas. El sonido de su corazón aterrado alrededor.

La que abre ventanas sabe que la vida, como la escritura, es cuestión de afuera. Cosa de alteridad y alteración. Aire.

Los libros en efecto ofrecen sus páginas de manera generosa pero nunca de manera indiscriminada. Así, producidos dentro del espacio de las almas afines, los libros sólo se dan a aquellos que saben leerlos, sólo a aquellos con los que existe la base de la afinidad y la probabilidad de la complicidad.

Un libro que no es, al menos, dos libros, no es un libro.

Un país es, acaso sobre todo, sus nubes.

La nube, como la palabra en el texto, protege el contenido del cielo.

Nos dimos a la tarea de perseguir nubes como si se trataran de mariposas o asesinos. Íbamos a la expectativa, sonriendo, pensando. Y entonces lo descubrimos. No nos cupo la menor duda: el cielo huye. En la ciudad, el cielo se esconde detrás de los edificios y las cúpulas. En busca de anonimato o de silencio, el cielo se parapeta tras los espectaculares y la contaminación. Intentando distraer a sus perseguidores, el cielo ronda los semáforos y actúa como si nada estuviera pasando cuando pasan los aviones. Se necesita perseverancia y método para alcanzarlo. Se necesita, sobre todo, saber exactamente cómo perder el tiempo.

Escribo y hablo. Escribo y enuncio. Escribo y oigo la escritura. Escribir altera.

Cuando el párrafo es párrafo, en realidad es verso.

Postear: Escritura con (a)hora.

El efecto de velocidad y la apariencia de inmediatez de la blog-escritura resultan de saltarse esa lenta convención capitalista que es el dinero.

La espalda es un poema en clave.

Dic Robe Juarr qu, cua de na ha serv hab co pal enter, ha q habl co pedaz d palab--reconq e olvi balbu y dej q lo pedaz s pegu des pues sol os co sueld l s hue y la rui s. Dic q lo troz os d alg sn anter a alg. Y, co puen lee, toy d acuer.

Uno va al mar. Uno va al mar y se detiene. Distancia anecdótica. El cuerpo tiene dos pies. Tiene dedos. Uñas. Quién es uno? Alguien se aproxima. Alguno se moja los dedos de un pie. Alguien deja huella. Uno no es dos. Me gusta el adjetivo “trémulo”. Mientras todo esto pasa yo pienso en otra cosa. Eso es lo que escribe en mí. La otra cosa que pasa mientras. Pero me quedé en que iba al mar. Me quedé adentro. Algo se aleja.

El escritor es un loco de (rel)atar.

El adolescente, a fin y principio de cuentas, siempre encuentra su casa. Cuando no lo hace, entonces se sabe, con toda la amarga certeza del caso, que ha empezado la edad adulta. El verdadero extravío.

Perderse para decir la vida, extraviada.

El yo escrito es un réquiem.

Narrar hace que mi relación con el mundo sea siempre triangular (y estoy consciente de que ésa es una figura divina).

Un Destino Enunciado existe y Alguien Que No Soy Yo lo vive ahora mismo.

Alrededor de estas palabras está la pantalla. Alrededor de la pantalla, el afuera de la realidad. Afuera, por cierto, llueve. Alrededor de la lluvia están las palabras.

Escribir aquí la palabra aquí no deja de tener su allá.

El mundo, tal y como lo conocemos, no es más que esta cruel y cotidiana (y por ello “natural”) conspiración contra la escritura. Porque cuando la escritura es, cuando se alcanza a sí misma, cuando se da, es puro anti-mundo. Es radical vértigo.

El que escribe, registra. El que registra, archiva. El que archiva, olvida.

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Monday, March 24, 2008

CITA TEXTUAL EN ITESM-CAMPUS MONTERREY



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MERECIDÍSIMO

Por unanimidad del pleno del Congreso del Estado de Yucatán, le concederá a Sara Poot-Herrera la Medalla de Honor Héctor Victoria Aguilar 2008, el viernes 28 de marzo a las 11:00 am en sesión solemne del Congreso del Estado.

Sara Poot Herrera fue nominada por el Centro de Escritores de Yucatán. Un día después del voto unánime de la Comisión Especial Temporal de Postulación de la presea, fue aprobada unánimemente también por el pleno de la sesión del Congreso.

En 2003 la misma medalla fue concedida a Juan García Ponce.

¿Quien era Héctor Aguilar Victoria (1886-1926)? Miembro del Partido Socialista Obrero y del Partido Socialista del Sureste en la época de Felipe Carrillo Puerto; constituyente que sobresalió por sus propuestas de los derechos obreros para los trabajadores de todo México.

El Honorable Congreso del Estado de Yucatán creó la Medalla de honor con su nombre. Esta se otorga a hombres y mujeres yucatecos que se distinguen por su ciencia o su virtud, en grado eminente, como servidores del Estado de Yucatán, de México y de la Humanidad.

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Wednesday, March 19, 2008

LAS AFUERAS/Edición Vespertina



LEVE INCLINACIÓN DEL EJE DE ROTACIÓN TERRESTRE

El equinoccio se producirá este 19 de Marzo a las 23:48 horas.

En la antigüedad su llegada era motivo de grandes rituales y celebraciones para todas las ivilizaciones.

Aún hoy sobreviven vestigios de estas costumbres en los carnavales y celebraciones religiosas que se llevan a cabo alrededor de esta fecha.

[leído y subrayado por La Detective mientras mastica una manzana]

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Tuesday, March 18, 2008

NESSUNO MI VEDRA PIANGERE


Messico, 1920. Nel manicomio La Castañeda, Joaquín Buitrago, fotografo fallito e morfinomane, ritrae la pazzia sul volto degli internati. Tra loro riconosce Matilda Burgos, incontrata anni prima in un celebre bordello: ossessionato dalle ombre di lei, dai suoi silenzi, cercherà di ricostruirne la storia. La marea di ricordi che sorgono dalla turbolenta esistenza di Matilda provoca anche nel fotografo una riflessione sulla propria vita. Un viaggio nel passato che forse salverà entrambi dalla sconfitta morale a cui sono destinati. Nata in Messico nel 1964, laureata in Storia, Cristina Rivera Garza ha insegnato in numerose università. È autrice di racconti e romanzi. Nessuno mi vedrà piangere, il suo secondo, ha vinto numerosi premi nazionali e ha ricevuto elogi da scrittori del calibro di Carlos Fuentes.

Genere: Letteratura
Tipo: Narrativa straniera
Collana: Amazzoni
Editore: Voland
Lingua/Edizione: /Italiano
Ultima edizione: 2008
ISBN: 8888700978
CM: 86952B
Pagine: 256
Formato cm: 14,5 x 20,5
Disponibile
Prezzo di copertina: € 14,00
Sconto: 10%
Prezzo scontato: € 12,60

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TRADUCCIONES DEL FRÍO

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

El frío me da frío. El frío me hace exclamar cosas inauditas. Amenazante y acorazado, el frío siempre se aproxima. Blanco. Silencioso. Cuando llega aquí, que es mi alrededor, se introduce hasta la médula de los huesos sin pedir permiso y, luego, se niega a salir. El frío me llama, susurrante. Hay un hueco en un lugar recóndito del cerebro que, en su presencia, se paraliza, estupefacto. Rostro de alabastro. Guiño encantador. Acaso por eso suelo salir a su encuentro, al encuentro del frío, tanto como puedo. Acaso por eso regreso, exhausta. Precavida. El frío queda en las afueras del mundo: de eso estoy segura. El frío siempre está un poco más allá, justo en ese lugar a donde no llega la mano o el entendimiento. El frío me hace pensar en vocablos como Jrastilavc, Schilenrik, Jreghjubern. ¿Cómo traducir, entonces, esa experiencia que siendo tan íntima como imponente también escapa, con singular habilidad, a los recovecos lenguaje?

Algo parecido debió haber pensado, presuntamente mientras se bañaba, Gianinna Reyes Giardello, estudiante de posgrado en el departamento de Español de la Universidad de Wisconsin-Madison. Interesada en participar, como lo había hecho en años anteriores, en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas, Giannina se propuso traducir su experiencia con el frío para todos aquellos que ya por fortuna o ya por desgracia no vivimos junto a cuatro lagos congelados durante un invierno que dura no menos de siete meses cada año. Acaso como el hielo justo en los últimos meses del otoño, la idea se extendió con suma rapidez por el campus universitario y, pronto, estudiantes de Alemania, Lituania, Camerún, Chipre, China, Cuba y Canadá, entre otros tantos, mandaron los textos que no tardaron en aparecer, como las primeras nevadas, en www.semanamujerstraducidas.blogspot.com, el blog oficial de la Internacional Semana que, como en años anteriores, fue cuidadosamente organizado por la poeta Amaranta Caballero Prado.

Todo habría quedado así, que ya era suficientemente bueno, si Giannina Reyes Giardello no hubiera entrado en contacto con Paloma Celis-Carbajal, la bibliotecaria encargada de la colección Ibero-Americana de la Memorial Library. Pero Giannina se puso en contacto con Paloma y, entre las dos, con envidiable energía, se dieron a la tarea de ubicar recursos y encontrar ayuda (el diseño gráfico fue de Dan Joe; las relaciones públicas corrieron a cargo de Don Jonson; la página web quedó en manos de Tony Krier; las traducciones y la edición fue de John Burns) para organizar una exposición de estos y otros textos del frío en la entrada del recinto universitario, así como para convertir lo expuesto en una plaquette que pronto ya verá la luz. Así, entre el ir y venir en los cortísimos días del invierno, los estudiantes del lugar han podido detenerse aunque sea por un momento para reflexionar, junto con sus colegas de otros lares, sobre ese término entre bizarro y exacto que es el Wind Chill Factor, el nombre con el que oficialmente fue inaugurada la exposición el 11 de marzo pasado*.

Giannina Reyes lo explica todo en “Érase que se era…”, el texto con el que participa en esta exposición-libro: “La definición de frío cambiaba cada día, incluso cada hora. Me descubría en las calles pensando que lo que sentía era, ahora sí, el verdadero frío; pero al día siguiente, cuando el termómetro bajaba un poco más, volvía a decirme lo mismo. Arrebatando sustantivos dejé el clima de muchos días sin nombre. Comencé a utilizar términos en inglés para los cuales aún no encuentro un equivalente aceptable. Un buen ejemplo es carámbano que parece más un término de billar y no un pedazo de hielo que cuelga de las puertas y ventanas. Otro, mi favorito, es wind chill factor. La traducción, temperatura aparente o temperatura de sensación, no define ni de lejos algo que podría explicarse como: estúpido viento matador que congela hasta el blanco de los ojos”. De difícil traducción, en efecto, el wind chill factor nos recuerda, de manera ineludible, que el frío siempre es peor de lo que parece.

Hay un mundo allá afuera, dicen estos textos con alarma o convicción, donde ocurren cosas incomprensibles. Por eso Saylín Álvarez, originaria de Camagüey, Cuba, aprovecha la invitación para escribir una carta con consejos y lecciones dirigida a su hija recién nacida en las tierras del invierno. Por eso Kristina Puotkalyte-Gurgel describe con sumo cuidado en lituano y en inglés esos “lugares vulnerables” que son las primeras víctimas del frío: “algún sitio alrededor del cuello”, por ejemplo. Por eso Vanesa Fitzgibbon, de Sao Paulo, dirá que su deseo más grande era, el acento es sobre la conjugación en tiempo pasado, pasar una navidad blanca. Por eso el texto de Tianlin Wang, de China, se reduce (o se expande) a un “¿Por qué?”, repetido tres veces entre signos de exclamación y signos de interrogación. ¿Por qué?

Algo parecido me preguntaba yo mientras daba mis primeros pasos, entre mesiánica y atónita, sobre la superficie congelada de un lago. “Esa”, me decían mis anfitriones señalando un leve promontorio sobre la capa de hielo, “fue alguna vez una ola en movimiento”. “Aquellos”, continuaban con el dedo índice escapándose rumbo al horizonte que formaban las espaldas encorvadas de una docena de hombres que sostenían unas cañas de pescar entre las manos inmóviles, “son los pescadores del invierno”. “Esto”, el énfasis caía ahora justo sobre los pies que, poco a poco, se acercaban a una grieta, “es la señal de que se acerca la primavera”. Entonces el hueco ese en el lugar recóndito del cerebro que suele quedarse paralizado ante la llegada del frío, se llenó de una suerte de melancolía absurda, de algo así como un paradójico pre-duelo, ante la inevitable aproximación del mundo normal. El mundo de los de adentro.

* Wind Chill Factor. Translations of the Cold. University of Wisconsin-Madison International Students. Para más información ir a: http://memorial.library.wisc.edu/windchill/

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Tuesday, March 11, 2008

LOS CONVERSADORES PROFESIONALES

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periodico mexicano Milenio, seccion de cultura]

De la misma manera en que los que saben matar se contratan como mercenarios, los que saben historiar se contratan (cuando les va bien, claro) como investigadores en instituciones académicas, o los que saben manejar trabajan como taxistas o choferes, los escritores que, con frecuencia inusitada y acaso paradójica, gustan de discurrir, a veces hasta jocosamente, sobre temas varios, deberían contratarse como conversadores profesionales.

A veces, como a Jorge Ibargüengoitia, me da por imaginar oficios imposibles.

El conversador, se sabe, nace así. No hay otra escuela más que la práctica ni otro entrenamiento más que la interacción. Social por naturaleza y amable por afición, el verdadero conversador se sienta a la mesa y, sin imponer tema alguno, aunque sí sugiriéndolo, aborda la plática de la misma manera en que un nadador, por ejemplo, se inmiscuye en la corriente del río. Ese tipo de contacto. Ese tipo de complicidad. Sabe, también por instinto, cuando hay que agregar el chiste que evitará el aburrimiento o la decepción y cómo evadir asuntos que siempre terminarán en disputa o en un mal sabor de boca generalizado. Los hay, por supuesto, de distinta estirpe —más o menos virulentos, más o menos escandalosos, más o menos murmurantes— pero la misión del conversador es siempre la misma: que la conversación siga. Nada más. Un cuarto lleno de murmullos. El ritmo de esa cosa que se comparte y se va. Vuelo de la vocal en vilo.

Del conversador nato, que nos alegra las cenas y nos intriga con sus conocimientos varios, al conversador profesional, no hay tantos pasos.

Veamos la siguiente situación claramente hipotética.

1) El Posible Anfitrión Profesional se encuentra con el siguiente anuncio en una prestigiada revista de circulación más bien restringida: “Grupo de conversadores profesionales ofrecen sus servicios para realzar sus eventos sociales. Los temas incluyen pero no están limitados a: cine contemporáneo, identidades fronterizas, amenazas ecológicas varias, las dudosas virtudes del éxito, libros recientes, cinismo hoy (con cultas referencias a Sloterdijk), filosofía francesa (con énfasis en Derrida y Cixious), El Estado Actual de Todas las Cosas del Mundo. Vestuario Incluido. Costo por hora o por evento. Contacto en la siguiente dirección electrónica: xxx@xxxx.xxx.xx”.

[aquí se esconde el paso del tiempo]

2) Los que hasta ese momento han sido solamente Conversadores Natos reciben esa oferta electrónica por medio de la cual se convierten, al menos formalmente y con más titubeos que firmeza, en Conversadores Profesionales. Enfrentados de manera irremediable con asuntos éticos (¿es moralmente correcto “vender” una conversación?, ¿me transforma esto en un mercenario de la palabra hablada?), los conversadores deciden experimentar. Al menos una vez, dicen.

3) Una no-tan-módica cantidad llevará, entonces, al grupo conversador hacia el sitio del evento. Ataviados para la ocasión, ahora todo es cuestión de diseminar estratégicamente conversaciones sobre, digamos, la teoría del caos, las identidades contemporáneas o las vicisitudes del arte y el mercado. Y cuestión de apostarse en distintos puntos del lugar para que la conversación general fluya. Cuestión de tomar la copa de martini o la flauta champañera con naturalidad mientras se discurre, con sincera pasión, incluso con encono, sobre El Estado Actual de Todas las Cosas del Mundo.

4) ¡Ah, la satisfacción del anfitrión al escuchar, ya en el momento mismo del evento o algunos días después del mismo, que sus reuniones son amenas, sofisticadas y muy cool-tas!

5) Y todo esto por una no-tan-módica (insisto en el negativo) cantidad que sacaría de apuros a muchos, combatiría el desempleo cultural, y promovería, para colmo de bienes, aquello de que hay que gozar de verdad con el trabajo propio.

La idea es, por supuesto, dominguera y, por lo tanto, posible. Después de todo no fue hace mucho que oficios tan singulares como, por ejemplo, sacar a pasear una docena de perros o cuidar de gatos (y/o serpientes y/o pericos, etc.) mientras el dueño se va de viaje, parecían más producto de la imaginación de un diletante que posibilidades reales. Como lo atestiguan los parques de las metrópolis más diversas o las paredes donde se cuelgan anuncios de empleo, estos trabajos se han convertido en elementos más bien cotidianos de la vida contemporánea. Así las cosas, no debe haber mucho trecho entre imaginar células conversatorias varias interesadas en contribuir al diálogo social y ser testigo presencial de la formación de ese primer sindicato universal a cargo de proteger los derechos de los últimos conversadores humanos. Faltaba más.

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Tuesday, March 04, 2008

PROSA EN POEMA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

En una de las escenas de The Monkey’s Mask, la novela versal que la australiana Dorothy Porter publicó en 1994 con el sugerente subtítulo de “An Erotic Murder Mystery”, la detective Jill Fitzpatrick intenta concertar una cita con el poeta Bill McDonald, uno de los sospechosos del asesinato de Mickey Norris, la jovencita de 19 años que, a decir de su padre, gusta de vivir “dentro de su cabeza”. Reacio al encuentro, el poeta McDonald contesta la llamada y, aclarándose la garganta, pregunta: “¿Qué quieres?//Sólo platicar/acerca de algunos poemas.// ¿Mis poemas?//” Antes de seguir adelante, antes de contestar que esta vez no se trata de sus poemas, sino de los poemas poco discretos escritos por la chica asesinada, la detective Fitzpatrick no puede evitar intercalar el comentario: “¿Mis poemas?//¡dame a una novelista modesto!//No, hombre, no esta vez//. Los poemas de Mickey.”

Hay algo de esa energía irónica y descreída, de ese suspicaz comentario de último minuto y al margen, en las relaciones que guardan el párrafo y el verso, la narrativa y el poema a lo largo de las páginas de The Monkey’s Mask –una novela detectivesca, en efecto, en la que se entremezclan el sexo y el asesinato, y por supuesto, la escritura. Respetando los principios del género, la anécdota gira en torno al misterio que oculta y expone –las dos cosas a la vez— el cadáver, apenas descubierto a medio enterrar, de una joven mujer que ha leído demasiada poesía, tal vez no de la mejor calidad, y que ha intentado escribir la propia. El detective es, aquí, una detective de pelo corto, cigarro en boca, pose de gamberro, con una propensión acaso mórbida por la Mujer Equivocada. Los sospechosos: un par de poetas en un medio intelectual que produce abundantes lecturas de poesía en las que importan más la socialización y los contactos y la próxima publicación que las palabras mismas. Todo esto se desarrolla en breves capítulos que, funcionando a la perfección como poemas aislados, conservan, sin embargo, la tensión narrativa entre ellos. La pregunta aquí, naturalmente, es ¿por y para qué? ¿Por qué y para qué escribir una novela en verso si es posible, de hecho, si es esperable, hacerlos de otra forma? ¿Qué le agrega o le quita a la forma de la novela la escritura en verso?

Decía Dorothy Porter, una de las autoras australianas contemporáneas más innovadoras de su generación, que no otra cosa sino la vanidad –la vanidad de poder ver libros de poesía en los anaqueles de las librerías, la vanidad de ser leída– es lo que se encuentra en la raíz misma de su interés por escribir novelas en verso. Sarcástica y certera a la vez, Porter anuncia así que su experimentación con la combinatoria de géneros se debe menos a un afán hermético o puramente libresco, y más a la necesidad de expandir los alcances de los libros en poema. Creyente en una poesía lúcida (y lucida), es decir, aquella en la que la urgencia de la enunciación va de la mano con “la cuidados e incluso amorosa selección de un lenguaje a través del cual la luz brille”, Porter también cree que “la poesía arde por más tiempo que la prosa” y es por eso que escribir, y leer, novelas versales constituye, en su opinión, una experiencia singular que bien puede contribuir a que los libros poesía trasciendan el coto más bien estrecho, más bien selecto o elitista, del lector de especializado, para llegar a donde la poesía –a donde los libros en general-- deben de llegar: el mundo de los lectores que buscan trastocar sus vidas. ¿Y qué mejor que una novela escrita en verso, evidencia en sí misma de trastocamientos de género, para trastocar los sentidos y las prácticas de los lectores?

En esa exploración de los orígenes modernos del poema en prosa que es The American Prose Poem. Poetic Form and the Boundaries of Genre, Michel Delville señala la relevancia de, entre otros, Baudelaire (Paris Spleen), Wilde (Poems in Prose) y James Joyce (Ulises) en tanto antecedentes necesarios de una corriente que más bien define como “una plataforma para varias negociaciones intergenéricas que promueven un intercambio dialéctico no sólo entre varias tendencias y modos de la poesía contemporánea sino también con un número de discursos extraliterarios u otros modos de representación”. En todo caso, se trata, según Delville, de una “subversión consciente de la tradición prosística”. Es de esa manera que Delville introduce sus análisis específicos de autores como Gertrude Stein, Sherwood Anderson, Kennethe Patchen, Robert Bly, Charles Simic, para concluir con los representantes más reconocidos de la Language Poetry, especialmente con aquellos comprometidos con el así llamado nuevo poema en prosa.

Es en el contexto de este tipo de discusión y análisis que la novela versal de Porter –un ejemplo de prosa en poema, más que de poema en prosa— se vuelve un artefacto más escurridizo e interesante. Impredecible y lúdica, The Monkey’s Mask en efecto hace patente, y luego entonces cuestionable, las nociones de estructura y manejo de lenguaje que con frecuencia se asocian a las novelas escritas en prosa. Sin embargo, la obra de Porter es capaz de capturar al lector más por lo que apropia y congrega que por lo que niega u opone. La anécdota y el desarrollo narrativo están ahí, cumpliendo las funciones para las cuales fueron creados; tal y como lo están, también y esto con todas las de la ley, los poemas y los versos que componen a esos poemas. La obra se lee, y esto lo pueden atestiguar una gran diversidad de lectores tanto en su Australia natal como en el mundo de habla inglesa, de una sentada. Más interesante que difícil, más inteligente que complicada, The Monkey’s Mask es un libro lúcido en tanto se sirve de formas aceptadas para, en perpetua colisión, producir un cierto tipo de intercambio, al que Porter gusta de llamar “entendible”, entre la poesía y la prosa.

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Wednesday, February 27, 2008

LAS AFUERAS/ Edición matutina



LONGYEARBYEN (DPA).— En la isla Spitsbergen del archipiélago noruego de Svalbard, a unos 800 kilómetros del Polo Norte, se abrió ayer al público una instalación similar a un “arca de Noé” que protegerá de desastres naturales a semillas de millones de especies, uno de los recursos más valiosos de la humanidad.

A partir de ahora se reunirán allí semillas de más de 4 millones de cultivos como el arroz, el maíz, las judías y las papas. Con esta “reserva congelada” las personas podrán volver a sembrar en caso de posibles catástrofes causadas por alteraciones del clima, guerras, epidemias y otros problemas. El presidente de la Comisión Europea, José Durão Manuel Barroso, que viajó desde Bruselas al frío polar, dijo que esta instalación es “un jardín del Edén congelado”.

La premio Nobel de la Paz y defensora del medio ambiente, Wangari Maathai de Kenia, trasladó junto al presidente de Noruega, Jens Stoltenberg, el primer cajón con semillas a uno de los tres pabellones de almacenamiento en un macizo cerca de la ciudad polar Longyearbyen.

“Es fantástico que podamos contribuir a asegurar para el futuro el quizá más importante tesoro de la Humanidad, las plantas”, señaló Stoltenberg en la inauguración.

Por alrededor de 6.3 millones de euros, el gobierno de Oslo hizo perforar en una montaña permanentemente enfriada por heladas, tres pabellones y un acceso. Sistemas de enfriamiento adicionales mantienen la temperatura en -18 grados.

En caso de que fallen, a causa de la capa de hielo natural en la piedra, la temperatura sigue siendo tan baja que la colección de semillas no se descongela. Se enviarán muestras de semillas de todos los países, para que el “banco genético” siga funcionando todo el tiempo.

El depósito está ubicado a 130 metros de altura, para que incluso en caso de inundaciones de dimensiones apenas imaginables no se registren daños. La instalación es vigilada por detectores de movimientos y cámaras de video desde el vecino aeropuerto de Longyearbyen.

Sin embargo, la preocupación de los expertos no son los terroristas ni las catástrofes. Los cultivos desaparecen cada vez más por desidia o porque los cultivadores no cuentan con medios para mantenerlos. Así, en Asia se perdieron en los últimos años 70 mil tipos de arroz. Desde ayer, los científicos que se ocupan de la preservación de especies pueden enviar sus propias colecciones de semillas a Spitsbergen.

[leído y subrayado por La Detective antes de tomar café]

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Tuesday, February 26, 2008

ESCRITURA COMO ESCULTURA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Hacia el final de Wittgenstein’s Mistress, la novela que le ha ganado fama de experimental al autor norteamericano David Markson, la principal y única protagonista opta por escribir un relato completamente autobiográfico en lugar de una novela, argumentando que sólo los que tienen pocas cosas que decir se quedarían con la segunda opción. Se trata, claro está, del momento en que la novela se vuelve y se ve la cara a sí misma: es el momento, pues, en que la novela se expone y, también, el momento en que se burla de sí. Las dos cosas a la vez. Sin embargo, la novela da inicio con una referencia explícita al hecho de que Kate, en efecto, escribe. “En el comienzo, algunas veces dejaba mensajes en la calle”, asegura. Luego también asegura que dejó de escribirlos. Y, entre una cosa y otra, escribió sobre la arena e, incluso, intentó escribir en griego: “Bueno, en lo que parecía ser griego, aunque sólo lo estaba inventando.// Lo que escribía eran mensajes, a decir verdad, como los que a veces escribía en la calle.// Alguien vive en esta playa, diría el mensaje.// Obviamente para entonces no importaba que los mensajes sólo eran una escritura inventada que nadie podía leer”.

Su relación problemática con esa escritura que nadie entiende o que se desdibuja constantemente por entre la arena no se resuelve sino hasta que Kate empieza a pulsar las teclas de una máquina de escribir. En el mundo post-humano de Kate, escribir es, sobre todo, mecanografiar. Porque ese y no otro es el verbo que utiliza una y otra vez para describir lo que hace sin cesar, sin descanso, sin tregua alguna. Kate mecanografía. Esta diferencia entre escribir —la actividad creativa que una visión romántica puede asociar a actos de inspiración y genio— y mecanografiar —la actividad mecánica que involucra una relación específica entre el cuerpo y la tecnología, y la cual no es posible ni reducir ni agrandar con romanticismo alguno— no es de manera alguna gratuita. Kate, la mecanógrafa extrema, está registrando procesos mentales a través de los cuales intenta, como el Wittgenstein del Tractatus, sanar al lenguaje de su enfermedad propia: la imprecisión, que bien podría ser otra manera de llamar a sus significados. No por azar, luego entonces, Kate corrige su escritura en numerosas ocasiones (tiempos verbales, por ejemplo, o verbos correctos), anunciando en cada una de ellas que: “el lenguaje de uno es frecuentemente impreciso, eso he descubierto”. Pero la mecanógrafa extrema no sólo corrige: también está a cargo de producir una realidad que es una realidad textual, tanto para la narradora como para el lector, a través de la cual su vida en un mundo en que posiblemente no haya nadie más pareciera, al fin, soportable.

Para corregir o para volver más precisas sus propias oraciones, Kate se da a la tarea de cambiar sus elementos, ya sea quitándolos de ahí o ya sea añadiendo otros nuevos. De ahí que en una novela plagada de referencias culturales y artísticas, no sea del todo anodino que la narradora plantee de manera explícita la diferencia entre el proceso de creación de una escultura y el de una pintura. “La escultura”, escribe, “es el arte de quitar el material superfluo, alguna vez dijo Miguel Ángel.// También dijo, por el contrario, que la pintura es el arte de añadir cosas”. David Markson ha creado, a través de Kate, a una escritora que, siendo una mecanógrafa, trabaja con el método de una escultora. En Wittengstein’s Mistress ha desaparecido, en efecto, todo lo superfluo: nociones convencionales de lo que es, por ejemplo, una anécdota, la construcción de un personaje, el concepto de desarrollo e, incluso, la producción de un final. En la novela ha permanecido lo que permanece: la ruina y la pregunta acerca de lo que ésta significa. Pero la novela también es escultural por el cuidado casi físico con el que están hechas todas y cada una de sus líneas. Y hacer, aquí, es el verbo preciso. La sintaxis que encarna la soledad de Kate, ese eco de extrañeza que, sin embargo, permite todavía su legibilidad, es producto de un trabajo constante y, en ocasiones, violento, con y contra el lenguaje. Ahí, detrás de todo eso, hay un escritor que utiliza la tecla como un cincel. Ahí hay alguien que toca las palabras, sin duda. En este sentido, en el sentido en que el novelista utiliza los métodos de trabajo de un escultor, esta novela apropiadamente escultural es, por lo mismo, una escritura colindante.

Kate es una mujer, he escrito eso varias veces. Pero en un mundo post-humano tal aseveración debiera producir más ansiedad que alivio. ¿Tiene sentido, en un globo terráqueo sin nadie, la distinción entre mujeres y hombres? Las profusas referencias de Kate respecto a su propio cuerpo contribuyen a ampliar el alcance de estas preguntas más que a resolverlas. Muy pronto en el relato, Kate se enfrenta a la indeterminación de su edad. Podría tener 50, en efecto, sus manos así se lo indican con manchas y arrugas, pero todavía menstrua (y la aparición de la menstruación en ocasiones le sirve para llevar cierta cuenta del tiempo). Podría reaccionar de otras maneras ante, por ejemplo, un accidente en que se rompe el tobillo, o que al menos le produce un esguince, pero las hormonas (no es necesario decir que son femeninas, se entiende). En todos y cada uno de estas escenas se trasluce y se borra, se afirma y se cuestiona, la identidad de género. Pero el hecho, sin embargo, importa. Dice Kate en más de una ocasión: “No hay naturalmente nada en la Iliada, o en ninguna otra obra, acerca de alguien que menstrúe.// O en la Odisea. Así, sin duda alguna, una mujer no escribió eso después de todo.” Todo parece indicar que, aún en un mundo sin hombres y sin mujeres, ser mujer o no, importa. E importa por la simple o complicada razón de que aún ese mundo post-humano habitado sólo por Kate y la historia natural de su cultura, Kate tiene cuerpo y produce memoria.

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Tuesday, February 19, 2008

UNA HISTORIA NATURAL DE LA CULTURA

]en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

¿Y cómo es el mundo después del mundo? ¿Cuáles son, exactamente, nuestras ruinas? ¿Cómo se lidia con el lenguaje cuando no hay nadie, en sentido literal, a quien dirigirlo? El discurso interrumpido, sincopado de Kate, la única protagonista de Wittgenstein’s Mistress, parece proponerse atender, de una u otra manera, a estas preguntas. Las referencias a ciudades paradigmáticas del mundo moderno y posmoderno, así como a sus museos —instituciones culturales dedicadas a la identificación y preservación del patrimonio cultural— son del todo relevantes en este sentido. Kate empieza su relato completamente autobiográfico asegurando que: “En el comienzo, algunas veces dejaba mensajes en la calle.// Alguien está viviendo en el Louvre, ciertos mensajes dirían. O en la Galería Nacional.// Naturalmente sólo podían decir eso cuando estaba en París o en Londres. Alguien está viviendo en el Museo Metropolitano, eso decían cuando vivía todavía en Nueva York.// Nadie vino, por supuesto. Eventualmente desistí de dejar los mensajes”.

Aunque nunca está del todo segura acerca del tiempo que ha transcurrido entre esa época en que todavía buscaba a algún otro sobreviviente y la etapa en que cesó toda búsqueda (en algún momento aventura la cifra de 10 años), Kate sabe que ha viajado mucho entre un punto y otro del tiempo. Los recorridos de Kate, que van de Turquía (el lugar original de Troya) a París, de Pennsylvania a México, pasando por Madrid o Roma, configuran una suerte de mapa post-humano del globo. El mapa, como todo mapa, no es azaroso, no es una réplica a escala de lo que-está-ahí, sino una selección de deslizamientos que, en el caso de Kate, son sobre todo deslizamientos a lo largo de y en la cultura y sus artefactos. Así es como, con el mundo completamente vacío, con todo estrictamente a su disposición, Kate opta por vivir en museos y, de manera eventual, por vivir de ellos (quemando algunas obras, por ejemplo, para producir calor).

Como en muchos de sus libros, Markson incorpora en Wittgenstein’s Mistress una plétora de referencias literarias, artísticas y filosóficas que van de la época clásica a los albores de la modernidad. La manera en que trabaja la mente de Kate en la soledad más absoluta, el acertijo de la memoria que entrelaza y, con frecuencia, confunde, evita que tales menciones a las Grandes Obras de Cultura se conviertan en simples evidencias del status quo o en ramplona reafirmación del canon occidental. Kate no sólo confunde (y al confundir cuestiona) con gran facilidad autores y obras (Anna Akmatova, por ejemplo, es un personaje de Ana Karenina), o piezas originales con sus versiones fílmicas (es fácil pasar de Hécuba a Katherine Hepburn, por ejemplo) sino que además, con un gran sentido del humor, se da a la tarea de reapropiarse de narrativas fundacionales de occidente. Tal es el caso de la Iliada. No por casualidad, uno de sus primeros viajes en el mundo post-humano que habita la lleva a Hisarlik, el nombre contemporáneo de la antigua Troya. Y tampoco por casualidad aparecen aquí y allá, una y otra vez, en ocasiones como hilo del relato, aunque más frecuentemente como interrupción al hilo de otro relato, los nombres de Helena, de Aquiles, de Héctor. Así, cuando en las inmediaciones del libro, Kate conjunta a Eurípides, Orestes, Climenestra, Elena, Casandra, y Agamenón, para rehacer la historia de Troya, esta vez alrededor de tópicos como la violación y el secuestro y las relaciones familiares, es imposible no hacer comparaciones, acaso ingratas, con ejercicios similares: la Iliada de Alessandro Baricco salta ahora mismo a la memoria.

Reversibles y grotescos, necesarios pero abiertos, los artefactos de la gran cultura sin el cual el mundo post-humano de Kate resulta impensable, provocan así más ironía que asombro, más duda y tanteo que validación. Kate, eso queda claro desde el inicio, es una mujer atenta a los eventos de la alta cultura pero tal y como éstos aparecen en los diccionarios y en la cuarta de forros de algunos libros y en la carátula de ciertos discos (si Markson hubiera escrito esta novela una década después, Kate habría sido una gran navegadora de internet, sin duda alguna). En On Creaturely Life, Eric Santner interpreta el concepto de historia natural acuñado por Walter Benjamin de la siguiente manera: “La historia natural, como la entiende Benjamin, apunta así entonces a un elemento fundamental de la vida humana, a saber que las formas simbólicas en y a través de las cuales se estructura la vida pueden vaciarse, perder su vitalidad, romperse en una serie de significantes enigmáticos, “jeroglíficos” que de alguna manera continúan dirigiéndose a nosotros —colocándose bajo nuestra piel psíquica— aunque ya no poseamos la llave de su significado”. En este sentido, en el sentido en que Kate enfrenta a los artefactos de la cultura como formas vacías y enigmáticas que, sin embargo, continúan dándole sentido a lo que piensa y hace y ve, Kate es una especie de Virgilio que nos introduce, no sin grandes dosis de sentido del humor, al terreno de la historia natural de la cultura.

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Monday, February 18, 2008

ESO



El amor más genuino nunca es total, el terror es más poderoso que la ternura.

Marta Aponte Alsina, Sexto Sueño (Puerto Rico: Veintisiete Letras, 2007), 166.

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Tuesday, February 12, 2008

COMPLETAMENTE AUTOBIOGRÁFICA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

No muchos utilizarían el adjetivo “autobiográfica” para calificar a Wittgenstien’s Mistress, la novela que el estadounidense David Markson publicó, después de ser rechazada en 54 diferentes ocasiones por otras tantas editoriales, en 1988 con Dalkey Archives, una casa editora que cuenta entre sus autores a Gombrowics, Sarduy, Stein, Luisa Valenzuela, Anne Carson, entre otros poetas y narradores caracterizados por arriesgar en sus tratos con el lenguaje. Pero esa es la palabra, precedida por el adverbio “completamente”, que utiliza Kate, la protagonista de un relato que inicia tiempo después (ni la protagonista ni el lector pueden nunca estar seguros de cuánto tiempo después) de haberse convertido en la única persona sobre el planeta tierra. Así, después de haber desechado la idea de escribir una novela (porque “la gente que escribe novelas sólo las escribe cuando tiene muy poco que escribir” y porque “las novelas son acerca de gente, mucha gente”), Kate llega a la conclusión, esto casi al final del libro, por supuesto, de que ella necesita escribir una novela “completamente autobiográfica” –un relato minucioso que registre todo lo que pasa por la mente de una mujer que “se despertó un miércoles o jueves para descubrir que aparentemente ya no había ninguna otra persona en la tierra./ Vamos, ni siquiera una gaviota, tampoco”. Refiriéndose a sí misma por primera vez con el ella de la tercera persona del singular, Kate reflexiona sobre lo que podría saber o no saber la narradora de tal relato completamente autobiográfico: sabría, por ejemplo, que “una cosa curiosa que tarde o temprano cruzaría por su cabeza sería que paradójicamente ella había estado prácticamente tan sola antes de que todo esto pasara como lo estaba ahora, incidentalmente. Vamos, siendo ésta una novela autobiográfica puedo verificar categóricamente que una cosa como ésa cruzaría por su cabeza tarde o temprano, de hecho.”

El relato “completamente autobiográfico” al que el lector se enfrenta aquí dista mucho de los esquemas que empiezan el registro de una vida justo al inicio –con el nacimiento, por ejemplo– continuándola con estrategias lineales de acumulación, usualmente progresivas, que confluyen en el punto de la escritura del relato como momento de auto-validación del mismo. El texto de Kate, habrá que anotarlo, se aleja de ese tipo de realismo terso y explicativo que a menudo se asocia al género autobiográfico y que tanto atacaba Kathy Acker en alguno de sus memorables ensayos incluidos en Bodies of Work. Un verdadero realismo, un realismo radical, tendría que tomar un registro exhaustivo de lo que acontece frente y dentro del sujeto en cuestión, aseguraba Acker. Un realismo realista tendría, por fuerza, luego entonces, que estar muy cerca de la experiencia de la locura. Y ese sustantivo, por cierto, aparece muy pronto en la novela de Markson, ya como una sombra o como una premonición o como un inevitable. Porque, ¿estamos de verdad listos para creer que Kate es, en efecto, la última persona viva en el planeta?

David Markson no pierde el tiempo investigando las posibles causas de la desaparición de todos-menos-uno los seres humanos de la tierra. Comprobar o rechazar la materialidad de esa hipótesis no constituye ni una preocupación ni un eje de un texto que, de entrada, le da la espalda a las preguntas que animan a la gran mayoría de relatos de fin del mundo. Se trata, por decirlo así, de un texto en la post-ciencia ficción. El tema, si es que hay uno, lo enunciará claramente la protagonista en el momento mismo en que explica por qué ha decidido escribir una novela completamente autobiográfica: la soledad. Kate no sólo es una persona solitaria, sino que se constituye a lo largo de su novela completamente autobiográfica en La Gran Sola. Y de esto, de la experiencia de la soledad, no da cuenta una anécdota precisa (aunque hay nociones aquí y allá de que Kate ha perdido un hijo, acaso de 7 años, cuyo nombre está casi segura de que es, o ha sido, Simon y cuya tumba visita, o ha visitado, de vez en cuando en México, de todos los lugares posibles) tanto como el uso del lenguaje mismo. La soledad o la pérdida, o la soledad resultante de la pérdida, no sólo se nota en la manera en que Kate organiza una autobiografía que, a fin de cuentas, es un relato para sí misma, sino sobre todo en la manera en que las oraciones de tal texto están escritas. La sintaxis de Kate es, digámoslo así, rara.

Estructurado a través de “mensajes”, que no en pocas ocasiones constituyen “una forma inventada de escritura que nadie entiende”, su texto completamente autobiográfico se divide en pequeños párrafos que toman la apariencia de versículos. En todo caso, son líneas en las que se desliza un universo completo, cuyo corte, a menudo abrupto, interrumpe el sentido de la oración, así como la noción de que una debe seguirse lógicamente de la anterior. En este sentido, no sería descabellado asociar este tipo de construcción a lo que Ron Silliman ha definido como the new sentence. Introducidas a menudo con adverbios relativos (lo que, donde, el cual), las frases de Markson son en realidad oraciones subordinadas que aparecen en la página, y en el texto, sin su antecedente o separadas de tal antecedente, como surgidas del silencio o de la nada.

“La mayoría de las cosas en latas parecen comestibles, por cierto. Es sólo en las cosas empacadas en papel que ya no confío.// Aunque dos huevos estrellados son por lo que daría casi todo ahora.// Por lo que más seriamente lo daría casi todo, a decir verdad, sería por entender cómo es que mi cabeza se las arregla algunas veces para saltar de una cosa a otra como lo hace.// Por ejemplo ahora estoy pensando en el castillo de La Mancha otra vez. // Y ¿por qué mundana razón estoy también recordando que fue Odisea quien supo donde estaba Aquiles, cuando Aquiles se escondía entre las mujeres para que no lo obligaran a participar en la batalla?”.

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Thursday, February 07, 2008

ESO

El aroma abrupto de la sandía en las calles del pleno invierno.

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Thursday, January 31, 2008

THE SKIN OF THE SOCIAL

"Getting lost" still takes somewhere; and being lost is a way of inhabiting space by registering what is not familiar: being lost can in its turn become a familiar feeling.

Migration involves reinhabiting the skin: the different "impressions" of a new landscape, the air, the smells, the sounds...

The social also has its skin, as a border that feels and that is shaped by the "impressiones" left by others.

Homes are the effects of the histories of arrival:

Loving´s one home is not about being fixed into a place, but rather it is about becoming part of a space where one has expanded one´s body, saturating the space with bodily matter: home as overflowing and flowing over.


Sara Ahmed, Queer Phenomenology, 9-11.

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Tuesday, January 29, 2008

ONLY TRANSSCRIBED, THIS MEMORY

Matrixial memory of the event, paradoxically both with-in/of oblivion and unforgettable, burdened with a freight that a linear story cannot tell, is transmitted and cross-inscribed. The memory carried by transcryptum affects our com-passioning and languishing mental "eyes". Fragmented traces of the complexified event, arriving from inside and outside and out of Time, compose a fractured and diffracted memory of oblivion that cannot be entirely inscribed either in me or in others, but only transscribed and transmitted, when diffracted and transformed. The transcryptum produces an image, a sign, a symbol, or text where the forsaken Event and the Thing that enveloped the trauma and were enveloped by originary repression, will make sense for the first time.

Bracha Ettinger, "Transcryptum: Memory Tracing In/For/With the Other," in The Matrixial Borderspace, 166.8

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ESCRIBIR UN LIBRO QUE NO ES MÍO



La novela según los novelistas, Cristina Rivera Garza (coordinadora), ensayos de Adriana Díaz Enciso, Eduardo Antonio Parra, Álvaro Uribe, Ana García Bergua, Xavier Velasco, Guillermo Fadanelli, Francesca Gargallo, Pablo Soler Frost, Rosa Beltrán, Mario González Suárez, Patricia Laurent Kullick, Susana Pagano, Ana Clavel, Mario Bellatín, Jorge Volpi.

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LA DISTANCIA EXTRAÑA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura)

Hay de distancias a distancias, por supuesto. Desde la distancia que se presume nula cuando el referente es el yo lírico y el asunto en cuestión resulta ser la experiencia no mediada (sic), especialmente visibles (esto también se asume) en artefactos culturales que van de la autobiografía al talk show, hasta la distancia, calificada de elegante, cuando, a partir del desprendimiento de emociones descritas como básicas, se logra producir el reino del así llamado lenguaje puro, con frecuencia asociado a una cierta conciencia meta-lingüística. Lo anterior es, por supuesto, una exageración. Ni el debate, que es largo y lleno de detalles, se reparte de manera tan categórica en dos, ni dentro de cada una de las vertientes aludidas se toman en cuenta la totalidad de elementos que las componen. Otra manera de decir lo mismo es decir que existen, de hecho, libros personalísimos, libros de una intimidad acaso desbordada que, sin embargo, logran transmitir la experiencia aquella a la que se refería María Negroni cuando enunciaba, cejijunta, “la idea es una emoción del pensamiento”. Y hay libros tan distanciadamente elegantes, o tan distanciadamente, a secas, que terminan por provocar o bostezo o indiferencia o, como se dice en los exámenes de opción múltiple, todas las anteriores.

Yo debo confesar que si un libro no se me acerca tanto como para conmocionarme, no me interesa, pero también debo decir que para conmocionarme, en el sentido más pueril y sentimental del término y en el sentido también más sofisticado y político del mismo, ese libro debe saber guardar su distancia –una distancia no necesariamente elegante sino más bien extraña. Entre la cercanía atronadora y la remota impasibilidad, supongo, cada libro debe saber producir su distancia propia, la distancia exacta. No hablo, por supuesto, de encontrar el muy afamado punto medio (nunca nadie me agarrará haciendo un argumento a favor de la templanza o de la moderación) o, como se dice, de buscar una posición ni muy muy ni en lo tán tán. Hablo, lo sospecho así, de la utilización más o menos explícita de estrategias textuales que transforman al libro, y a la lectura del libro, en algo extraño aunque todavía legible. Hablo, pues, de la construcción de un borde ante el cual es necesario detenerse, aunque sea momentáneamente, aunque sea sólo por el tiempo suficiente para volver la cabeza hacia atrás y hacerle un guiño al lector, ahí, justo antes de saltar.

Para hablar sobre la distancia, sin embargo, habría que empezar por aclarar que tanto la distancia nula como la distancia elegante son estrategias textuales, es decir, artificios de escritura. Todo el que escribe la palabra yo sobre una página participa de una convención cultural y política, uno de cuyos objetivos es producir un cierto efecto de intimidad: el hacer-como-si el autor y, por lo tanto el lector, estuviera en contacto directo con la experiencia. Todo el que escribe la palabra yo sabe que también, y al mismo tiempo, escribe la palabra tú, su punto ciego. Su zona de nubosidad. Todo el que escribe la palabra él, la palabra ella, participa, a su vez, de una cierta convención que asegura, con frecuencia a través de una suerte de ocultamiento programado, la distancia que algunos encuentran cómoda o deseable. Escribir, en todo caso, involucra una serie de decisiones que son estéticas y que también son políticas. El que interrumpe y disgrega la escritura en repeticiones varias, persigue algo muy distinto al que congrega en una página ciertos párrafos alrededor de la fuerza centípeta de una anécdota. El que distrae y se pierde y, al perderse, nos pierde, lleva a cabo una relación con la escritura, y con la lectura, que difiere, insisto, tanto en términos estéticos como en términos políticos, de aquel que aglomera y concatena y resuelve.

Charles Bernstein, el teórico par excellence de la así llamada Language Poetry clasificó a estas series de estrategias como absorbentes y antiabsorbentes (o impermeables) en “El artificio de la absorción”, un texto paradigmático que publicó en 1992. Sin establecer abismos innecesarios entre ambas, puesto que no es poco común utilizar mecanismos de impermeabilidad para provocar efectos de absorción, Bernstein distingue así entre el tipo de texto que produce un efecto de familiaridad con el lector: el típico yo-he-estado-ahí, el afamado yo-reconozco-este-lugar-o-esta-emoción, el ¡eureka!; y el tipo de texto que ya por balbuceante o estrafalario u oscuro ocasiona el molesto no-reconozco-esto, la irritante ¿pero-qué-es-lo-que-estoy-leyendo? Consciente de sí y entrometido, huraño y poco presto a la complacencia fácil, el texto impermeable sabe guardar una distancia extraña (en resumen: una distancia poco elegante) que, a su vez, produce ese efecto de extrañeza al que también se le conoce como sentido crítico.

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Thursday, January 24, 2008

PROSTHETIC EXISTENCE

The cyborg is the traumatized storyteller, whose remembered and remembering body recalls the trauma and horror of dictatorship and state-sponsored terror in the face of national attempts to forget the past. At the same time, the machine half of the hybrid is constructed as the remnant of the mechanical father, a horrible grafted emblem of pain that hte living body suffers as continual reminder of the living tissue that was destroyed by the father. The posthuman body´s hybridity is not embraced as inherently positive; it merely exists as the inevitable painful result of state-induced trauma.

J. Andrew Brown, "Life Signs: Pigilia´s Cyborgs", in Science, Literature, and Film in the Hispanic World, 102.

Tuesday, January 22, 2008

LO INCONCEBIBLE

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Suelo sentir una zozobra incontenible, una especie de metafísica congoja frente a la gente que obtiene lo que quiere. ¿Cuántas horas o minutos les tomará, me pregunto mientras los observo todavía con el premio en las manos o el ascenso o el nuevo amor o justo antes de partir a la otra ciudad, para sentir todo dentro y todo junto eso que el filósofo francés Nicolás Grimaldi denomina como el desencanto? La situación es bastante común: un buen día un hombre o una mujer desea algo. Luego, de preferencia ese mismo día, de preferencia inmediatamente después de desear, ese hombre o esa mujer se dedica a tratar de conseguir ese algo con disciplina y con ahínco y, si se puede, con pasión. Otro día, tal vez un día bueno, eso que era el porvenir, eso que era pura imaginación, se transforma en el presente, se vuelve percepción. El deseo, como se dice, se convierte en realidad, y el hombre y la mujer, en lugar de brincar de alegría o, para ser justos, apenas unos instantes después de hacerlo, se quedan mirando hacia el horizonte a través de la ventana —la boca abierta, las manos en alto, la interrupción. ¿Así que de esto se trataba todo?

Dice Nicolás Grimaldi, en ese hermoso libro que responde al nombre de Breve tratado del desencanto, traducido del francés por Juan Montelongo, que “el camino de la imaginación a la percepción pasa siempre por la decepción”. Esto no se debe, claro, a que ese hombre o esa mujer que un buen día deseó algo no obtenga lo que deseó, sino precisamente al hecho contrario: “el presente es tanto más decepcionante cuanto más se parece a lo que nos habíamos imaginado”. Según Grimaldi, la explicación habrá que buscarla en al menos dos sitios: por un lado, la naturaleza misma de la conciencia humana a la que define como una pura espera, una densa mediación y, por otra, a la relación desigual que el presente o lo real establece con el porvenir o la imaginación. Sobre la conciencia se ha dicho demasiado, así que lo dejamos por ahora en que la consciencia es “su propia falta y su propia deficiencia” y, siguiendo a Sastre y Schopenhauer, digamos que “es porque la consciencia es deseo que no puede jamás poseer lo que desea. Es porque es voluntad que no encuentra jamás lo que quiere”. Pero sobre la relación entre la imaginación y la percepción, entre el porvenir y el presente, sobre eso Grimaldi tiene un par de cosas que decir. Primeramente, argumenta que a pesar de que las apariencias dicten que el presente es finito y cerrado en sí mismo, y el porvenir infinito y, luego entonces, amplio espacio de la libertad, en realidad sucede todo lo contrario. De hecho, según Grimaldi “es precisamente la infinita riqueza de lo real la que me hace sentir su precariedad y, correlativamente, la infinita pobreza de lo imaginario la que me hace sentir sus consistencia”. El presente, que no es una inmediatez sino un soporte de interminables mediaciones, está tan plagado de posibilidades que, para empezar, es difícil siquiera percibirlo—una consciencia, recuérdese, es su propia falta y su propia deficiencia. De ahí, por cierto, que todo conocimiento de lo real pueda existir sólo en retrospectiva, sólo volviendo hacia atrás. Es la capacidad de reducir a un número manejable las alternativas de la imaginación lo que hace aparecer al porvenir como más libre o más intenso que el presente. Por ello, insiste Grimaldi, “estamos ciertos de lo que imaginamos, pero inciertos de lo que vivimos”.

Este estatuto paradójico de la imagen está pues estrechamente relacionada al desencanto que el hombre o la mujer que un buen día deseó algo siente el otro, acaso no tan buen día, en que lo obtiene. Porque, ¿quién en su sano juicio podría cambiar la intensidad y el dominio de la imaginación —la intensidad que acaso resulta del dominio que se ejerce sobre la imaginación— por la desorientación y bombardeo de eventos que se suceden en el presente? ¿Quién en lugar de tenerlo todo elegiría optar por algo? Cuando el hombre o la mujer que obtuvo lo que deseaba avanza con los hombros caídos y la mirada gacha rumbo al baño —tiene una necesidad imperiosa de darse a sí mismo la cara o tiene vergüenza o le embargan unas ganas enormes de llorar— lleva ya sobre sí la marca del tedio, la saña del aburrimiento que significa tener entre las manos lo que sabía que algún día, un día acaso no tan bueno, tendría.

¿Significa eso, al decir de Grimaldi, que la vida es un círculo vicioso de desencanto y que más nos valdría no desear o, si el deseo se ha cometido ya, más nos valdría olvidarnos de él o postergarlo indefinidamente? Tal vez. Tal vez no. Se trata en todo caso, parece decir el filósofo Grimaldi, de un círculo vicioso al que sólo puede romper la presencia “más densa” que es la presencia de la sorpresa. “Un principio de sabiduría”, concluye Grimaldi, “consistiría entonces en no esperar como una fiesta el advenimiento de lo que habíamos imaginado, sino en regocijarnos como de una sorpresa de aquello que no esperábamos y no habríamos podido ni siquiera imaginar”. Más de uno habrá sentido el relámpago de la alegría básica, el hachazo de primario gusto, el apabullante susto del alma y/o de la deficiencia ésa que es la conciencia, que se experimenta al obtener, inmerecidamente siempre, lo que no se esperaba. Eso, cualesquiera cosa que eso sea, es Lo Inconcebible: lo que no se puede planear, invitar, obtener. Lo que aparece, en toda su magnificencia, en el presente. Lo que toma, literalmente, por sorpresa (de preferencia por la cintura). Esa forma de felicidad es, por supuesto, entre otras pocas cosas, otro nombre de la escritura.

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Sunday, January 20, 2008

WHAT ANATOMISTS KNOW

It is very interesting to me that after more than 30 years as an anatomist, I have never seen two hearts that look the same.

Dr.Gunther Von Hagens, inventor of plastination--a process that halts decomposition and preserves human tissue--in a session of Q&A with kids.

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Saturday, January 19, 2008

EL COLINDANTE TALLER




con la súbita adoración (además de la normal adoración) que provoca el vivir a doce grados bajo cero. --crg

Wednesday, January 16, 2008

EL DESEO DE ADÁN (CUYO VERDADERO NOMBRE ES NADA)

"Pues ¿qué podemos desear más allá del infinito? Por añadidura, tratándose del Árbol del Saber, el fruto deseado es el de lo absolutamente Desconocido. Lo que Adán desea, por lo cual es tentado, es lo que no conoce. Aquello totalmente otro, no puede imaginarlo como tampoco puede representárselo: no es pues un objeto. Si lo que deseamos no es nunca verdaderamente un objeto, lo objetos que creemos desear no son entonces sino otro tanto de fetiches por medio de los cuales imaginamos obtener lo que esperamos. Pero ¿qué puede ser esto irrepresentable que deseamos, del que todo lo que podemos saber es que sería completamente diferente de lo que hemos conocido? Sustraída de la precariedad de toda presencia, regenerada de la universal inconsistencia, la única verdadera novedad sería pura intensidad. La secreta espera de todo deseo, la búsqueda de toda aventura, es la intensidad del trance".

Nicolás Grimaldi, Breve tratado del desencanto, 30-31.

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Tuesday, January 15, 2008

DAR LA CARA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Pocas cosas tan extrañas como ver un rostro. Es fácil bajar la vista cuando, entre el maremoto de presencias que obnubilan el contacto interfacial en la vida cotidiana, emerge, desnuda y abierta, vulnerable y promiscua, la cara. En el rostro es que el ser humano está más desnudo, escribió tantas veces el filósofo Emmanuel Levinas. Ante su presencia es fácil experimentar el escalofrío, de clara raigambre platónica, y sus acompañantes: el espanto y el sudor. Nunca nadie está preparado para tal visión y, simultáneamente, pocas cosas son más esperadas que ese espacio de intimidad cuatro-ojos, como lo denomina Peter Sloterdijk, del rostro que ve otro rostro: del rostro que, viendo, se sabe también mirado. Ya con la lujuria efímera del que captura una faz al pasar por la calle o ya con el cuidado medroso del amante que se pierde una y otra vez en una cara que conoce y al mismo tiempo quiere conocer, la mirada que se topa con la superficie de un rostro no tiene otra alternativa más que entrar en él —en la rasgadura del rostro, en la vulnerabilidad del rostro— produciendo ese espacio de alterada intimidad que, según Sloterdijk, es definitivamente redondo.

En Esferas, esa triología monumental en la que Sloterdijk se dedica a explorar la redondez con espesor interno que es un dónde particular, un espacio vivido y animado y compartido dentro del cual, y entre las cuales, florece, cuando así pasa, la vida cotidiana, el filósofo alemán asegura que es “por la apertura del rostro —más que por la cerebralización o la formación de la mano— que el hombre se convirtió en animal abierto al mundo o, lo que importa más aquí, abierto al prójimo”. El rostro es una puerta. El rostro conecta, sin remedio. Un hacia-afuera: el rostro. Un hacia-ti. De ahí que “los rostros humanos se crean en cierto modo recíprocamente; florecen en un círculo oscilante de apertura lujuriosa recíproca”. No por nada en el párrafo con el que cierra la introducción de la triología se dice: “Si hubiera, pues, de colocar mi lema a la entrada de esta triología éste habría de rezar: Manténgase alejado quien no esté dispuesto de buen grado a elogiar la transferencia y a rebatir la soledad”.

Acaso por eso retraer la cara, esconder el rostro, se ha convertido en signo de cobardía o pusilanimidad. Ante la falta de agallas aparece, con razón, el reclamo furioso que azuza a dar la cara y no son pocas las ocasiones en que se conmina al canalla a encarar los hechos. Hablar con alguien cara a cara suele ser cosa seria. Porque la cara, esto también lo decía Levinas, la cara requiere. La cara clama. La cara, por el mero hecho de existir, precisa de una respuesta: ésta: la presencia: “el movimiento gratuito de la presencia”. ¿Y cómo no pensar en los rostros que tan bien supo capturar (¿inventar? ¿producir?) la lente de Ingmar Bergman en esa película inolvidable que es Persona? ¿Cómo no creerle a Liv Ullman cuando declaraba que su rechazo a la cirugía plástica se debía a la curiosidad que tenía de ver el rostro que dios tenía reservado para ella en su vejez? ¿Cómo no recurrir al recuerdo de las caras de los campesinos mexicanos que a bien tuvo reinventar Francisco Vargas en El violín, su ópera prima? En un movimiento paradójico que enuncia el retraimiento pero encarna la apertura, en esa aparente contradicción que consiste en volverse visible precisamente ante la oscuridad: ahí está la poesía. Ahí está el dar más ineludible y el más radical: la cara que se abre. Acaso el ser de la poesía no consista más que en dar la cara y, de ser necesario, en ofrecer la otra mejilla. La poesía no se impone, decía Paul Celan, se expone. Pero esas son cosas menores. Porque encarar, es, sobre todo, encarar a la muerte. Colocarse en pos de lo desconocido o, lo que es lo mismo, lo oscuro. En esa actitud ética y estética de la exposición que abre y, al abrir, vulnera, ahí donde surge con singular apremio la certeza de que la muerte, independientemente de su circunstancia, es una violencia, ahí, en ese camino, tanto el rostro como la poesía van solos. Están solos.

“La interfacialidad”, sin embargo, y esto también lo decía Sloterdijk, “no es sólo la zona de una historia natural-social de la afabilidad. Desde tiempos muy tempranos la historia de los encuentros con el extraño fue también una escuela visual del terror…la máscara es el escudo facial que se levanta en la guerra de las miradas”. Y la máscara bien puede ser un artefacto que, sobrepuesto al rostro, atrae o repele; pero igual puede ser un gesto que, nacido de las facciones mismas de la cara, espanta o lacera. A veces, en esas tristes ciertas veces, el rostro sólo se abre para mostrar el candado que lo conforma. A veces, en esas vergonzosas ciertas veces, alguien se burla y, por hacerlo, le ve la cara al otro, sin consecuencias, sin ambición. Sin marca. Y están también las otras veces, esas mal habidas ciertas veces, esas arteras y canijas ciertas veces, en que cartera mata carita, ciertamente. Ni modo, hay cosas, como decía un amigo, hay cosas que ni qué.

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Monday, January 14, 2008

CANARY LEGAL SIZE

Un país con frecuencia se reduce, o se expande, en un par de cosas nimias: algunos bocadillos, ciertas esquinas, aquélla marioneta, estos lápices. Los Estados Unidos de America están aquí, en mis manos: un yellow pad, legal size, double red margins on the left, green lines. Pocas cosas me dicen, whispering: you are here, dear. You are back.

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Tuesday, January 08, 2008

SEGUNDA PERSONA DEL SINGULAR

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección cultura]

Dar cuenta de uno mismo es contar una historia del yo, en efecto, pero es también, sobre todo, y por lo mismo, contar una historia del tú. El yo, argumenta la pensadora norteamericana Judith Butler en ese tratado de filosofía moral que es Giving an Account of Oneself, un libro formado por una serie de lecturas ofrecidas en la Universidad de Ámsterdam, es difícilmente esa estructura unitaria y hermética que forma parte de un contexto más o menos estático dentro del cual gravita, rozando apenas otras entidades parecidas. Siguiendo a Adriana Caverero y en contraste con una visión Nitzcheana de la vida, Butler establece que “yo existo en importante medida para ti, en virtud de tu existencia. Si pierdo de perspectiva el destinatario, si no tengo un tú a quien aludir, entonces me he perdido a mí misma. Es posible contar una autobiografía sólo para otro, y uno puede referenciar un ´yo´ sólo en relación a un ´tú´: sin el tú mi historia es imposible”. Pero estar antecedido, y luego entonces constituido, por el otro no solo establece un lazo de ineludible dependencia con el tú—contigo—sino también constituye un testimonio de la radical opacidad del yo para consigo mismo. De ahí que el yo, más que una entidad, sea en realidad una rasgadura.

Una autobiografía, un recuento de uno mismo, tendría por fuerza que enunciarse en una forma narrativa que diera testimonio de tal modo relacional de la vulnerabilidad humana. Una autobiografía, en este sentido, tendría que ser sobre todo el testimonio de un desconocimiento. Una autobiografía, en este sentido, tendría que ser siempre una biografía del otro tal como aparece, en modo enigmático, en mí. Tres títulos para consideración: La autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein; La autobiografía de mi madre, de Jamaica Kinckaid; Autobiografía de Rojo, de Anne Carson. Las autobiografías de supermercado—esos recuentos lineales que detectan de forma evolutiva la formación de un yo excepcional y aislado—definitivamente escapan a esta noción de escritura íntima y ajena del extraño que se aproxima.

Si todo esto es cierto, cosa que tiendo a creer, entonces el escritor de autobiografías, el autor de recuentos del yo que son en realidad recuentos refractados del tú, se enfrenta a retos que son estéticos, pero que son también, porque se originan en esa articulación fantasmática entre el yo y el tú que le da forma, fundamentalmente políticos. Veamos. Por un lado, la rasgadura que es el yo, argumenta Butler, no es narrable. No es posible dar cuenta de esa rasgadura a pesar de que, o precisamente porque, estructura cualquier relato posible del yo. Las normas que me vuelven legible ante los otros no son del todo mías y su temporalidad no coincide con la temporalidad de mi vida. De la misma forma, la temporalidad del discurso con el cual, o dentro del cual, se pretende enunciar una vida no embona con la temporalidad de la vida vivida en cuanto tal. Este desfase, que es en realidad una interrupción, es lo que hace de mi vida, y el recuento de mi vida, algo posible. Traer esa interrupción a la narración del yo, al recuento de sí mismo, constituye un reto sin duda estético. Butler lo dice así: “La vida es constituida por medio de una interrupción fundamental, incluso es interrumpida antes de cualquier posibilidad de continuidad. Luego entonces, si una reconstrucción narrativa tiene como objetivo aproximarse a la vida que intenta transmitir, la narrativa debe quedar sujeta a esa interrupción”.

Por otra parte, el recuento del yo no sería un recuento propiamente dicho si no estuviera dirigido a otro: esto quiere decir que el recuento se completa si y sólo si es efectivamente exportado y expropiado por el otro. “Es sólo en la desposesión que puedo y doy un recuento de mí”, asegura Butler. Y si esto es cierto, y tiendo a creer que lo es, entonces la autoridad narrativa de ese relato del yo se encuentra en relación opuesta al yo que la narrativa misma conjura. Imposible estructuralmente y ajena porque le pertenece estrictamente a otro, toda narrativa del yo carece, en sentido estricto, en sentido singular, de autor. Y este ceder al tú, ceder a mi opacidad y al desconocimiento de mí constituye, sin duda, un cuestionamiento a las jerarquías autoriales del relato, que no es sino otra manera de cuestionar las relaciones de poder que lo hacen posible. Cosa de política.

Entendido de esta manera, dar cuenta de uno mismo a través de un relato del yo deja de ser un ejercicio narcisista apegado a la autenticidad de la experiencia, y la emoción de la experiencia, que lo suscita, es decir, el canto del yo lírico, para convertirse en una ex–céntrica excursión por la opacidad—ese corazón de tinieblas—que eres tú en mí.

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Monday, January 07, 2008

JURO QUE HAY UN ÁGUILA EN TODO ESTO



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Sunday, January 06, 2008

JURO QUE HAY UN CARDENAL EN TODO ESTO



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Thursday, January 03, 2008

LA REPRODUCCION PIRÁTICA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura[

El original no existe, se sabe. En una época que ha puesto en duda de manera sistemática no sólo el valor sino la existencia misma de lo “auténtico” es sólo natural (y utilizo esta palabra aquí con sumo cuidado) que las copias y sus auras, como dijera Walter Benjamin en uno de los ensayos más citados del siglo XX, ocupen un lugar especial y controvertido (y también especialmente controvertido) en las vidas cotidianas de los consumidores contemporáneos. Ya en 1936, cuando el torturado filósofo alemán publicó “El arte en la era de la reproducción mecánica”, ambivalentemente denostaba y celebraba las capacidades tecnológicas de una época que, por una parte, aseguraban la reproducción de la obra de arte aunque, por otra, lo hacían a costa de la pérdida de su aura, su aquí y ahora que, según él, constituía su certificado de autenticidad (algo que definía como “la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica”). ¿Qué decir unos 70 años después ya en plena era de la reproducción pirática? Si bien una mercancía no es un objeto artístico y sí, por el contrario, un objeto de uso masivo resultado de la desarrollada capacidad tecnológica para producir en serie, todo parece indicar que las habilidades reproductivas, especialmente cuando éstas son tan masivas como las productivas, ocasionan efectos económicos y culturales que bien vale la pena revisar.

Basta pasearse por cualquier calle céntrica de cualquier ciudad del país o por cualquier mercado bautizado con el nombre genérico de la pulga o el piojo (por razones que todavía no puedo descifrar a ciencia cierta pero que sí puedo intuir) para encontrarse con esa serie de objetos que posan, y posan muy bien, posan, es más, de manera escandalosa, como el objeto original. Impostores pero exactos, fieles y falsos al mismo tiempo, estos objetos que ocupan un lugar cada vez más preponderante en formas de comercio informal en nuestra época me hacen pensar lo siguiente:

1)La mercancía pirata transforma el concepto de autenticidad en un asunto de fe. La calidad creciente de las réplicas hace realmente difícil distinguir entre el objeto original y el objeto no-original. Así, al ir comparando detalle por detalle y no encontrar diferencia alguna entre uno y otro, el consumidor no tiene otra alternativa más que recurrir a la creencia de que, como el objeto ha sido adquirido en un establecimiento autorizado, es decir, en un establecimiento que paga impuestos al estado, el objeto, luego entonces, es el objeto original. Esta relación entre el estado y el objeto, escandalosa de por sí, significaría poca cosa, sin embargo, sin la mediación de la creencia. Y es ésta, no el objeto ni el estado, la que nos hace exclamar, dependiendo del anhelo o la convicción del caso, que lo que tenemos entre manos es un objeto original.

2)La mercancía pirata democratiza y uniformiza el consumo. Transformando en realidad una promesa que todo régimen político hace pero ninguno cumple, la reproducción pirática participa en un extraño proceso de democratización de ciertos objetos (películas, ropa, bolsas, zapatos, discos, entre tantos otros) al extraerlos de los canales de comercialización elitistas y ponerlos al alcance de un público masivo. De esta manera, independientemente de sus ingresos económicos, las mayorías tienen acceso a los objetos de estatus social que alguna vez fueron el coto cerrado de los pocos. Tal vez por eso es que la reproducción pirática copia, sobre todo, aquellos artículos que, anunciando en su propia superficie su seña de identidad básica, es decir, su marca, facilitan su identificación a los ojos del ávido consumidor. Democratizadora, sí, pero uniformadora también, la reproducción pirática parece encadenada a las consonantes que la enuncian.

3)La mercancía pirata obliga a enunciar lo obvio y, luego entonces, a denunciarlo. En un retruécano de probada perversión, la mercancía pirata devela la descarada búsqueda de estatus de los consumidores. La clase media no nace, se hace a través de las etiquetas de la ropa que se pone. Cuando el consumidor se ve obligado a anunciar que la mercancía en uso es la “original”, lo que el consumidor confiesa es que poco le importa el disfrute del objeto (por eso los defensores de lo “auténtico” no pueden ser verdaderos hedonistas) y mucho, en cambio, el status que el objeto le confiere. Lo original es el poder (económico) de poder decir “lo original”.

4)La mercancía pirata se sale con la suya. Paródica lo es, no cabe duda. Y también es irónica. La mercancía pirata coloca esa sonrisa socarrona en la cara de quien pagó menos de la mitad y aún menos por una etiqueta muy bien copiadita.

5) ¿Y no es la idea misma del Clon una derivación más de las posibilidades físico-ontológicas de la reproducción pirática?

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