Friday, January 28, 2005

INTERNET AND BLOGS AS FORMS OF LIFE WRITING

Este es uno de los muchos tópicos que se pueden presentar en la 5a conferencia MESEA (The Society for Multi-Ehtnic Studies: Europe and the Americas) sobre Ethnic Life Writing and Histories que se va a llevar a cabo en la Universidad de Navarra, en Pamplona, entre el 18 y 20 de mayo del 2006. La fecha límite para enviar abstracts de 300 palabras es noviembre 15 del 2005. Más información en www.h-net.org/announce

Habrá que formar un contingente, digo yo.

--crg

Thursday, January 27, 2005

Y SIN EMBARGO SE ENTIENDE

Visto en la calle:
Se. Vende. Arvoles. de. nabidad. de. canadad. pásele. aqui.

--crg

Monday, January 24, 2005

TEC POÉTICO

La Cátedra de Humanidades del ITESM-Campus Toluca presenta al poeta Juan Carlos Bautista
Miércoles 26 de enero 2005
Auditorio II
18:00 hrs

Comentarios a cargo de Saúl Ordoñez.

Entrada libre!

--crg
LA CARICIA DEL DESCONOCIDO: ENTREVISTA A JUAN CARLOS BAUTISTA
Por Sául Ordoñez

Algo,
alguien me temblaba cuerpoadentro
y me quería nacer
como una palabra presentida.
Juan Carlos Bautista, Cantar del Marrakech.


Con motivo de su visita al Campus este 26 de enero, para presentar su poemario Cantar del Marrakech, conversamos con Juan Carlos Bautista, quien nos habló de su trabajo y de la poesía en general.

Juan Carlos Bautista nació en Tonalá, Chiapas, en 1964. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha colaborado en varias publicaciones periódicas, como Viceversa, La Jornada, El Financiero, y Punto de Partida, entre otras. Obtuvo las becas Salvador Novo y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para jóvenes creadores en dos ocasiones, así como el premio Punto de Partida en 1984. En 1992 fue triunfador del Concurso Internacional de Cuento convocado por el Grupo Editorial Siete y La Guadalupana. Ha publicado los poemarios Lenguas en erección (19990), Cantar del Marrakech (1993) y Bestial (2004) y participó en los volúmenes colectivos Fuera del calabozo (1983) y El nuevo arte de amar en México (1991). Poemas suyos también aparecen en varias antologías.

Cantar del Marrakech es una travesía poética por las entrañas de un antro homónimo, donde se nos presenta a los diversos seres que lo pueblan: las locas, los chichifos, los sardos, Jana de la noche, Hugo, Diabla la Grande, quienes viven de diferentes maneras sus pasiones, sus deseos, sus cuerpos.

Sobre el hecho de que la gente no suele leer poesía, sobre todo poesía contemporánea, Juan Carlos Bautista comentó:
La poesía y las artes visuales, también quizás la arquitectura, fueron las grandes iniciadoras de la modernidad. Las tres tuvieron programas coherentes y radicales, manifiestos, revueltas grupales y respuestas extraordinarias al cambio del siglo. Pero las artes visuales y la arquitectura ganaron un enorme prestigio, un público vasto, una presencia aplastante en la vida de las colectividades y en los ámbitos de la vida privada. ¿Por qué no la poesía? ¿Por qué ella se fue al margen? Podría conjeturar varias respuestas pero acaso serían demasiado aventuradas y quién sabe si aclararan la situación que plantea la pregunta. La poesía contemporánea –al menos una enorme franja de ella- es indiferente al público porque es aburrida, porque no responde no sólo a las necesidades existenciales de la gente, sino ,sobre todo, porque carece de esos mecanismos, de esos enganches, que la vuelvan socialmente deseable. Un poco de esnobismo es necesario, el esnobismo que -decía Gómez de la Serna- abre las puertas del gusto nuevo. Y lo sostengo, a pesar de que para mí tiene un valor enorme el hábito de molestar y de irritar. Lo que sea. El arte puede proponerse lo que sea, menos aburrir.

¿La poesía mexicana está en crisis?
La poesía mexicana siempre ha estado en crisis. Todo arte está permanentemente en crisis. La Lengua prolifera en esa encrucijada. Sor Juana es la crisis de una sociedad misógina y monolítica. Los Contemporáneos son la crisis de un país machista, obtuso y engreído en su nacionalismo. La crisis es un desasosiego, un desajuste y una respuesta radical.

Me parece que hay una tendencia entre escritores jóvenes hacia la desaparición del “yo” en el poema y el uso de un estilo hermético en cuanto al significado. ¿Cuál es su opinión al respecto?
El yo es un recurso literario, como muchos otros. Es un utensilio. Yo respeto profundamente a poetas que no lo usan nunca y que parecen no aludir directamente a su vida personal, como Coral Bracho, por poner un ejemplo magnífico. Pero uno no escoge su voz y la voz escoge ciegamente sus recursos. La marejada de poetas herméticos es tan aburrida como las hordas de poetas bárbaros y confesionales. La inocencia del poeta es un arte endemoniado, una malicia perfectamente disimulada. Oigamos a Pessoa: “El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que llega a fingir que es dolor/ el dolor que de veras siente”.

¿Qué retos le impone al poeta y a la poesía el momento actual?
El reto, la responsabilidad, de tener coraje, de ser valiente.

Su trabajo en general, no sólo su poesía, muestra un fuerte compromiso con la comunidad homosexual. ¿El artista debe involucrarse en causas sociales? Si es así, ¿de qué manera debe hacerlo?
Dudo mucho que exista una “comunidad” homosexual. Ese microcosmos de personas que aman a otras personas de su mismo sexo es tan variopinto y tan disperso como lo puede ser el resto de la sociedad. Y sin embargo es verdad que siempre me he sentido profundamente identificado con un grupo de personas que le dan una importancia decisiva a la disidencia sexual y moral, al amor como (des) aventura lúcida, sean hombres o mujeres, homosexuales o heterosexuales. Dio la coincidencia de que mi vida sexual coincidió con mi vida política porque mis fervores militantes comenzaron dentro del Movimiento gay, contingencia quizá no tan casual que no dejo de agradecer. Para mí, todo es cuerpo, para bien y para mal.

¿Debe el artista involucrarse en causas sociales? ¿Y por qué no? ¿Son los artistas ángeles? Debe involucrarse en ellas -si quiere, si le viene en gana o si su conciencia se remueve lo necesario- en cuanto ciudadano. No creo que un artista deba comprometer su arte, a menos que en esa forma de compromiso se le vaya la vida entera, como en Roque Dalton digamos. Esta es una discusión del todo superada y no insistiré en ella. Lo que sí me parece abominable es esa figura del artista-Santón, del Artista-Verdad- Absoluta, que no son ciudadanos sino tótems, que no piensan sin pontificar, que sólo profieren verdades inquebrantables como piedras cifradas, y cuya actividad pública sólo es un tributo a su enorme megalomanía.

El erotismo, específicamente el erotismo homosexual, es una constante en su obra…
Me ruboriza que llames “obra” a un puñado de papeles dispersos. Si dicho erotismo está ahí, no fui yo quien lo decidió. El poema crece sobre el humus del poeta, sobre sus despojos. Siempre me ha sorprendido que a alguien más le gusten mis poemas. Es la caricia del desconocido. Yo he sido toda la vida un pésimo promotor de mí mismo. Mucho tiempo me avergonzó ser escritor. Mi padre era obrero mecánico, un hombre hermoso al que me hubiera gustado parecerme en todo. El trabajo intelectual o literario me parece una aberración, una condena que hay que soportar con estoicismo. Yo no soy escritor, porque no escribo profesionalmente. Si me dicen poeta me ruborizo, me lleno de un sentimiento ambiguo de orgullo y de vergüenza. No vivo ni pretendo vivir de mi trabajo literario. Reconozco que hay ahí un poco de cristiano antiguo. Y también hay otra cosa: todo libertino –y yo lo fui- es un moralista, un ser ofendido. A mí me repugnan las costumbres y los usos de la comunidad literaria. No puedo con ella, qué le vamos a hacer.

Al tratar el tema de la homosexualidad, lo hace de una manera abierta y que nunca deja de lado el humor, algo poco frecuente, que me recuerda al trabajo de Salvador Novo…
Me encanta el humor de Salvador Novo...excepto en sus poemas. Novo es un gran poeta en Nuevo Amor, un libro desolado donde pierde del todo el sentido del humor. De sus sátiras admiro el veneno, el ánimo belicoso, el arte perdido del perreo, pero apenas me parecen poesías. En otros momentos, cuando hace poemas “humorísticos”, Salvador Novo es insoportable.
En cuanto a mí, varias veces me han hablado de mi sentido del humor. Me sorprende. Todo o casi todo lo escribo absolutamente en serio. Cuando publiqué Cantar del Marrakech algunos señalaron ese humor, ¡pero eran textos desgarradores o al menos bajo esa temperatura pensé hacerlos! El humor, si lo había, era inconciente, quizás una estrategia de salvación.

¿Considera que hay una tradición de la poesía homosexual en nuestro país?
Hay una gran poesía homosexual en México que es la poesía de los Contemporáneos, que como toda gran poesía es totalmente secundario llamarla homosexual. Sin embargo, es verdad, oh puros, ahí están: son poemas profundamente homosexuales. Pero yo no me atrevería a invocar una “tradición”. Pocos países poseen una tradición de ese tipo. La cubana, donde casi todos sus grandes poetas han sido homosexuales, me parece envidiable. En México, la grandeza empieza con los Contemporáneos y ahí se acaba. ¿Qué otros poetas homosexuales importantes hemos tenido después? Hubo un momento verdaderamente triste, luego de los años de la liberación, con “poetas” como Luis González de Alba. Sin embargo, ahora creo que comienzan a suceder cosas interesantes con gente como Baudelio Lara, o Luis Felipe Fabre, que es un gran poeta.

¿Qué escritores lo emocionan? ¿Cuáles lo han influido?
Yo he sido una puta literaria: me he dejado coger por un montón. No temo a las influencias, incluso venéreas, con tal de que no sean mortales. He tenido muchos escritores amados y los he ido cambiando con el tiempo. Amo al de la hora, al que estoy leyendo o releyendo: ahora, por ejemplo, a Bernal Díaz del Castillo. Pero como sucede con los amantes carnales, entre la marejada, quedan sólo algunos: Faulkner, Genet, Reynaldo Arenas, Virgilio Piñera, Wilde, Bernhard, Capote, Cavafis, López Velarde, Vicente Huidobro, etcétera, etcétera.

¿Dónde suele escribir? ¿Cuáles son sus rituales en ese momento?
Sufro mucho al escribir y lo eludo tanto como puedo. La pereza y la indisciplina me ayudan bastante. Y si no, ahí está la tele, ahí está el cine, ahí está la hora de caminar. Siempre surge algo imperioso cuando me propongo escribir. Hasta lavar los trastes

¿Discute o intercambia ideas con otros poetas?
No, a menos que estén muertos.
No, ni Dios lo mande: yo sé elegir a mis amistades.

La pregunta obligada: ¿Existe el Marrakech?
Existió. Era un antro fabuloso detrás del Palacio de Bellas Artes.

Saúl Ordoñez

--crg

Thursday, January 20, 2005

ALLÁ VOY

(Con)jurar el Cuerpo: Historiar y Ficcionar
UAM-Iztapalapa
Edificio de Rectoría-sala de Consejo Académico

Viernes 21 de enero 2005
13:00 hrs

Por allá nos vemos, puesn.

--crg

Monday, January 17, 2005

LAS TRADUCCIONES SALVAJES

Hasta que supe que eran Venetian blinds, me di cuenta que yo les decía persianas.

--crg

Friday, January 14, 2005

LARGA ESQUINA DE VERANO

Felicitaciones a Amelia Suárez, integrante del taller de Escrituras Colindantes del ITESM-Campus Toluca, por haber obtenido la beca que otorga el Fondo para la Cultura y las Artes del Estado de México en el área de letras. Amelia trabajará por doce meses en Larga esquina de verano, un poemario en prosa alrededor de Hospital Británico, el libro del poeta argentino Héctor Viel Temperly. El objetivo es reconstruir los últimos días de reclusión del poeta, mezclando experiencias y momentos clave en la relación escritura-obsesiones-tratamiento psiquiátrico. EL jurado estuvo integrado por Eusebio Ruvalcaba, Eduardo Osorio y Aldo Mauricio Alba Ramírez.

Puesn!

--crg

Tuesday, January 11, 2005

SE NOS PERDIERON LOS NOMBRES

Felicidades a Laura Zúñiga, integrante del taller de Escrituras Colindantes del ITESM-Campus Toluca, por haber ganado la beca de invierno que otorga el Centro Toluqueño de Escritores en la rama de narrativa. Laura trabajará 10 meses en la elaboración de Se nos perdieron los nombres, su primera novela.

--crg
LA MIOPÍA ES LO CONTRARIO DE LA FE

Dice Hélene Cixous que la miopía tiene "su sede oscilante en el jucio", que "hace reinar una eterna incertidumbre que ninguna prótesis disipa". Dice, también, que la miope "jamás vio con seguridad", que para ella "ver era un creer cojeante". Que dentro de la miopía "todo era quizá". Mientras la leo me doy cuenta que recuerdo ensayos memorables sobre la ceguera, pero que "Sa(v)er" es el primer texto que describe para mí, y casi a la perfección, este otro estado, el no-ver-bien, que acaso por menos dramático y más común es más transparente y menos comentado.

Uno nace miope, se sabe. Pero si no fuera cuestión de genes dominantes, si no fuera una fatalidad, estoy segura de que la habría elegido. La miopía me obligó a vivir desde el inicio en un mundo difuso, sin límites fijos o claros, sin asideros. Ser miope era, sobre todo, dudar. Dudar de lo visto a medias por mí y dudar de lo visto claramente por otros. ¿Cómo creer en ese mundo de bordes definidos y lindes exactos cuando nunca se le ha visto, cuando nunca se le ha experimentado? La miopía le pertenece a la región de los limbos, la produce, de hecho, y es, por ello, liminal. Trasgresora. Ambidiestra. Indecisa. Ambigua. La miopía es, luego entonces, crítica por naturaleza y, por ello, probablemente subversiva. El miope no cree, no puede; el miope descree categóricamente. El miope, para quien el horizonte es un mero horizonte enigmático, tolera mejor lo que está cerca. El miope toca y, tocando, ve un poco más. O ve de otra manera. El miope oye con una atención infinita. La miopía es lo contrario de la fe.

Recuerdo, con exactitud de no-miope, la primera vez que vi el mundo con ayuda de anteojos. Recuerdo la sorpesa, su brutalidad. La frase: así que esto era. Dicha una y otra vez. Dicha ante las frondas de los árboles, de cara al cielo, frente la lejanía. Justo en el centro de eso que se llama distancia. El gusto fue atroz, pero también efímero. Después de un par de horas de éxtasis visual me quité los lentes y volví al mundo de las cosas informes y pequeñas y tocables. Volví a los libros y a los insectos y a los microscopios. Porque la miopía también es un refugio. También es un regazo. Cuando el mundo de coordenadas firmes y claras atosiga tanto, cuando los límites se anuncian con singular convicción y las ideas se enuncian con la autoridad repelente del dictador o del convencido, el miope puede borrarlo todo con sólo remover los anteojos (porque en esto Cixious tiene razón, el miope es miope incluso, o sobre todo, con los ojos cerrados). Uno regresa a la miopía como quien, habiendo escapado una estrecha celda perpetuamente iluminada, va en pos de su propia deriva, su peculiar extravío. La penumbra seduce.

Sin anteojos no puedo caminar bien. Me mareo. Sin anteojos no puedo platicar ni hablar por teléfono ni multiplicar ni escribir. La pantalla de la computadora no conoce mi rostro sin ellos. Todo estas cosas, y otras aún más pueriles que no vale la pena comentar, son ciertas. Y, aún así, me quito los anteojos con gusto. Por gusto también. Es la señal de que hay que estar quieta, con los ojos abiertos, en un lugar que, por visto a medias o por mal visto, provoca la imaginación. La subleva. La decanta. Es la señal de la intimidad. Tal vez por eso siempre leo sin anteojos.

--crg

Monday, January 10, 2005

ODA A LA O
[publicado en Confabulario/El Universal, enero 2005]

Yo era rapaz
y conocía a la O por lo redondo
Ramón López Velarde, Mi prima Águeda

--Esto es una estolidez --grita la mujer y, al mismo tiempo, levanta los brazos hacia las ramas de los árboles que, bajo la luz de mayo, parecen venidas de otros mundos. Así brillan, de esa manera tan ajena, y así se mueven, tan sutilmente, azuzadas por un viento que ya parece de verano. Y yo, que nada más pasaba por ahí, la escucho e, indecisa ante el significado de lo que escucho, pienso “o está loca o tiene cierto gusto por las palabras de cuatro sílabas”. Y ahí, en ese justo momento, dentro de esa enunciación, me doy cuenta de que he vuelto a caer en el túnel infinito o infinitesimal de la O porque, en lugar de preocuparme por el estado de la mujer que o es una simple gritona pública o está obsesionada con cierto desparpajo del vocabulario, no hago sino repetir entre dientes, intentando ocultar ese entre-dientes detrás del asomo de una gran sonrisa idiota, “es la O”, “es la O”, como si se tratara del advenimiento de un desfile de rarezas o de la mismísima aparición de una virgen corrupta.

La O, digámoslo de una vez, me apasiona. Como el gran aro de fuego a través del cual saltan los leones haciendo gala de valentía o de inconciencia, la O es una llamativa o peligrosa abertura hacia lo distinto. La O desune y bifurca. La O es un reclamo de otredad y, por lo tanto, de deseo. La O siempre ofrece una alternativa. Cerrada en sí misma, sin fisura alguna que distraiga su propio trayecto ensimismado, el trazo de la O, sin embargo, hoya el aire y hace visible el hueco. La falta. Aquí, anuncia la O en su complitud más llana, no hay nada. Aquí, como diría la famosa viajera de Pizarnik, hay un vaso vacío. Y por ahí, por ese agujero encantado o ese vaso vacío que puede ser un túnel o infinito o infinitesimal o ambas cosas, se fuga a menudo El Sentido Unívoco del Mundo ya sea a carcajada batiente o ya pisándole los talones a la más abrupta estupefacción. La O está el inicio de lo Otro. La O está, también, en su final.

Mi relación con la O no data de tiempos ancestrales. La conocía, es cierto, pero no la conocía. Todo se lo debo a un viaje por carretera hacia Los Angeles y al amigo de plática no muy amena que manejaba el coche. Llovía y, por eso, creo que también se lo debo a la tibia sordidez de la lluvia de noviembre que golpeaba o acariciaba el parabrisas. No había, quiero decir, nada que escuchar ni nada que ver y, por eso, un tanto desesperada por las situaciones límite en que con frecuencia me coloca la vida, abrí las páginas del Notes for Echo Lake del poeta norteamericano Michel Palmer. Y, entonces, la conocí. Y, entonces, inició el vértigo. Al inicio pensé que el malestar--algo tenue y agridulce a un mismo tiempo; algo, además, fugaz--se debía a la falta de comida o al hecho de ir leyendo en un vehículo en pleno movimiento. Sentía una ligereza preocupante--como si hubiera bebido mucha champaña la noche anterior--en partes inimaginables de la cabeza y una especie de comezón indeterminada--como si un ejército de hormigas frenéticas se hubiera vuelto loco--en las puntas de los dedos que tocaban, incrédulas, las páginas del libro. Cuando levantaba la vista y lograba ver algo entre la bruma casi-angelina, me topaba con ese verde químico que se describía en alguno de los poemas “o ese perro abismal”. Era o una cosa o la otra, pero las dos estaban frente a mí estáticas y abiertas, tentadoras y sucesivas. Además, en lugar de demandar una elección, la oración me pedía que pensara en ambos elementos, que eran dos elementos o diametralmente distintos o totalmente sin relación, al mismo tiempo. Así se apareció frente a mí el reto o el aro en llamas o la redonda paradoja de la O a través de la cual, haciendo gala o de valentía o de pura inconciencia mientras me preguntaba si era en realidad una pura casualidad que la primera plaqueta de Palmer se llamara Plan of the City of O, salté.

Lo que encontré del otro lado de la O fue un universo o dislocado o irresuelto pero, por lo mismo, preñado de posibilidades a punto de existir. Un cielo de luciérnagas. Detenida en el más exquisito de los estupores, presa de vahos acaso decimonónicos, me sentí en aquel famoso cruce de caminos al que se refiriera tan elocuentemente Walter Benajamin cuando disertaba sobre el carácter destructivo. Ahí estaba yo, entre una cosa o la otra o la otra, en plena rosa de los vientos, sin verme obligada más que a imaginar los rumbos peculiares, acaso retorcidos, que abrían las presencias ubicuas de las Os. En ese universo donde, esto me resultaba claro, la disyunción le había ganado la batalla a la conjunción, las oraciones se bifurcaban bajo la presión que ejercía un sujeto desestabilizado o bífido o con una conciencia triple de sí. Ahí el predicado, que es siempre tan predicador como un predicador, se refería a esos sustantivos opuestos con una calma, como se dice, aunque no sé por qué, chicha. Sin amedrentarse ante la pluralidad de los sentidos encontrados, la oración explotaba entonces hacia derroteros impredecibles ocasionando ese finísimo vértigo que confundí al inicio con el champán o las hormigas pero que, a menudo, esto también ya me ha quedado claro, precede al embate de la carcajada más contundente y agresiva--que es la carcajada con la cual le decimos al mundo que no tenemos la más mínima idea de por qué nos reímos. Porque ésa es otra virtud de la O. Cuando coloca en el mismo apartado a entidades de suyo distintas, es decir, cuando obnubila lo real o cuando cuestiona los límites de nuestro sentido de lo verosímil, la O desjerarquiza el mundo y, al hacerlo, invita a ver a los objetos o animales o personas de ese mundo desde una óptica contraria o abismal o, en todo caso, evocativa. De ahí el humor intrínseco de la O. De ahí su ánimo corrosivo o político o, sin más, festivo. La O, por lo mismo, debería ser declarada la Reina de Todos los Carnavales Bajtinianos o, con un poco más de religiosa seriedad, la Santa Patrona de Todas las Esquizofrenias o, con otro tanto de su propia equívoca medicina, el Ícono Sagrado de las Personas con Miedo a la Intimidad. La O, que horada la oración cual luciérnaga con champaña, siempre trae consigo, quiero decir, a su Más Allá que es, sin duda, su Otro (y el Otro de su Otro y su Otra). La O es una multiplicación. La O pulula.

Claro que la O no es únicamente benigna. De regreso en el universo donde ha triunfado la Y concatenadora e imperial, un universo sin luciérnagas a punto de ser o de no ser que fluye, o más bien se detiene, bajo la dictatorial luz de lo semejante, la O a veces acaba creyéndose su propia disyuntiva. Así, cuando el furibundo ladrón demanda, con una voz baja y nerviosa y con aroma de adrenalina, “o la bolsa o la vida” o cuando el amante, con una voz baja y nerviosa y con aroma de adrenalina, ultima “o él o yo”, hay poco tiempo en realidad para considerar las sutilezas gramaticales de la oración o las funciones críticas de la disyunción o la mismísima existencia de un universo que es en realidad un cielo horadado por el ser o no ser o casi ser de las luciérnagas. En esos momentos la O, tomándose acaso demasiado en serio o demasiado al pie de la literal letra, utiliza la voz (baja, nerviosa, con aroma de adrenalina) del ladrón o del amante (cuando son dos personas distintas) para obligarnos a reconsiderar, a toda prisa pero con algo de garbo, ese salto a través de su propio aro en llamas. Entonces o te quedas callada o gritas, bajo una luz que transforma a las ramas de los árboles en algo definitivamente de otros mundos, “esto es una estolidez”, con ese gusto, acaso anacrónico o acaso meditabundo, por las palabras de cuatro sílabas o por el escándalo público.

--crg

SUSANA Y MARIA LUISA FOREVER

Las imagino hablando del dolor--del de los otros, del crónico, del propio, del de las guerras, del cotidiano, del de más allá.
Las imagino, por algo ha de ser, tomando ginebra con oporto--un martini, declaradamente, de otro mundo.
Las imagino escribiendo. Siempre.

--crg
(CON)JURAR EL CUERPO: HISTORIAR Y FICCIONAR

Jurar puede significar muchas cosas, pero también quiere decir prometer. Me gustaría creer que el verbo con-jurar también es una manera de designar esa acción a través de la cual es posible prometer-con-otro, aunque también es una forma, acaso paradójica, de exorcizar, evitar un daño, rogar mucho, conspirar. Así la frase “conjurar el cuerpo” puede ser a la vez una manera de exorcizar o, lo que puede ser lo mismo, borrar el cuerpo o atestiguar su ausencia, y prometer, en plural y al mismo tiempo, su eventual reaparición. Creo que un movimiento similar une a lo que desune el lenguaje oral del lenguaje escrito: una desaparición y una promesa de eventual aparición del cuerpo. Creo que tal amenaza y tal oferta va implícita en la presencia, bastante engañosa, de las voces que los historiadores dicen que escuchan cuando leen documentos históricos. Entre una cosa y otra, el cuerpo. La presencia del cuerpo. Su ausencia.

En “El Atizador de Wittgenstein y el agalma de Sócrates a Lacan”, Néstor Braunstein compara los relatos de dos reuniones de filósofos: por una parte la congregación que dio lugar a El banquete o Del Amor, el célebre texto en el que alguna huella queda de lo que Diótima le dijo a Sócrates y éste a Aristodemo y Aristodemo a Apolodoro y éste a “un amigo” y “ese amigo” a Platón y éste a sus lectores, y por otra, las dos o tres versiones que atestiguan el encuentro, al que sería más adecuado denominar como desencuentro, entre Wittgenstein y Popper. Entre uno y otro suceso, Braunstein señala el papel lacunar de la memoria en ambos recuentos, asegurando que “si en un relato interviene la memoria, ese relato es seguramente una ficción”. Además de incluir al Derrida de La Tarjeta Postal en la definición (“Cada uno se hace cartero de un relato que transmite conservando lo “esencial”: subrayado, recortado, traducido, comentado, editado, enseñado, repuesto en una perspectiva escogida”. ¿La verdad? ¡Tiene estructura de ficción! ¿La ficción? Ella es el “cartero de la verdad”), Braunstein hace un aparte para describir la relación entre el lenguaje oral y el escrito en términos de la también célebre distancia que nunca se cierra entre Aquiles y la tortuga. Dice Braunstein que “la palabra escrita corre tras la palabra hablada tratando de captarla en el momento mismo de su surgimiento… Todo registro es infiel deficitario, semblante de un objeto perdido”.

No creo exagerar si digo que todo historiador contemporáneo, especialmente un historiador cultural, está al tanto de la compleja interrelación de estos tres pares de elementos interrelacionados a su vez: la memoria y la ficción, la memoria y (el fracaso de) el lenguaje escrito, la memoria y la ausencia del cuerpo. El que lee documentos históricos, esos sarcófagos donde yace el lenguaje oral (y la presencia del cuerpo-en-interacción que éste supone), lee la ausencia del cuerpo implícita en el lenguaje escrito. Así, y por eso, cuando el historiador pretende hacer creer a sus lectores que él es un escuchador, es decir, cuando el historiador miente y se miente, cuando promete lo que no puede dar o, lo que es lo mismo, cuando ofrece lo imposible, lo que está en juego no es una simple metáfora esquizofrénica sino esa ausencia del cuerpo que pone de manifiesto—que encarna, diría Gertrude Stein—la falta de interacción, diálogo, e incesante impermanencia que aqueja al lenguaje escrito.

Aclaro: a mí no me parece mal que los historiadores prometan lo que no pueden dar. Es más: estoy siempre a favor de aquellos que ofrecen o pugnan por lo imposible. Así entonces, jurar-con-otro (que es el lector) que el escrito histórico encarnará la interacción, diálogo e incesante impermanencia del lenguaje oral, no sólo me parece algo deseable sino también algo a la vez posible e urgente. Me parece, también, algo propio de la ficción que es, como decía Derrida, el cartero de la verdad. Su forma.


--crg

Thursday, January 06, 2005

SITUACIONES LEVEMENTE HERMAFRODITAS

1. La mujer embarazada, cuando el feto es un varón.

2. Los niños de menos de 6 que entran con sus madres, y esto con la mayor naturalidad, al baño de mujeres.

--crg

SQUIZO WANNABE
Ear Over Eye I

Historians, who more often than not use written sources to document their works, are prone to introduce such works claiming they contain “voices” form the past. While rather common, choosing the term “voice” over “written word” is hardly an innocent strategy. It is, in fact, I believe, a strategy of serious epistemological and political implications. I doubt, indeed, that historians who claim that they “hear” “voices” are trying to pass themselves as schizophrenic patients on the run, veritable mediums of the unknown or ventriloquists of souls forever lost. Or so I would hope. But in emphasizing something they most emphatically do not do, that is, hearing the voice of a living being, the voice produced by an actual body-in-interaction, historians take part, and relentlessly so, of the modern, and postmodern, assault against what Steven Connor has called, in Dumbstruck. A Cultural History of Ventriloquism, the vocalic space—an implicated rather than explicated space in which the voice “may be grasped as the mediation between the phenomenological body and its social and cultural contexts.”

Historians read. Historians see written words, line after line and, when lucky, in rectangular pieces of paper. Historians depend on their eyes. And vision, as Walter Ong suggests in The Presence of the Word: Some Prolegomena for Religious and Cultural History, “situates man in front of things and in sequentiality [whereas] sound situates man in the middle of actuality and simultaneity.” Vision, and its capacity to withdraw itself through blinking, has the active power to dispose, to discriminate, to revise. Resulting from and producing in turn a cinematic model, vision, Connor insists, is “an exercise performed on the world, as opposed to the bearing in of the world upon us that seems to take place in hearing.”

When I state the obvious, that historians do not depend on their ears to elaborate their works, that historians, so to speak, do not hear, I am also saying that as major agents of literate or sighted cultures, agents of the world-for-the-seeing, historians cannot, by the rules of their trade, by pure self-definition, capture the diffuse nature of the unremittingly intermittent world of sound, which radiates and permeates in paradoxical, and politically charged, impermanence. Try as they might, historians cannot reproduce the oral situation they presume, for so they do when claiming that a “voice” is contained in their works, lies deep inside and/or prior to the writing of the word. The readers of such word are not trained to implicate themselves with the implicated space of sound, the implicated space of presence-in-impermanence, the implicated implication of the expression I am all ears.

Yet they want to. And they should. But in order to achieve such a goal, in order to join eye with ear, in order to implicate the phenomenological body-in-contexts, in order to promote, in other words, an ethnographic reading of historical documents, historians will have to question the rather strict methodological rules that govern their trade. If what they want is indeed “to hear voices” then they should formulate an appropriate schizophrenic method of inquiry—an unremittingly intermittent method that replicates the world of sound and a method that, accordingly, privileges the abilities of ear over eye.

--crg

Tuesday, January 04, 2005

EL MINUTO DIECISÉIS

Intenté cambiar mi vida porque había que ser, me dijeron, completamente moderna, es decir, Otra. Y empecé por lo más obvio: organizar mi biblioteca. El cambio o era radical o no era, así que, por eso, decidí honrar un orden extraño, un orden ajeno a mí, un orden en el que jamás había creído ni mucho menos imaginado como propio: el Orden Alfabético.

Reporto que el esfuerzo no sólo fue agotador sino también estrenduoso. Quiero decir que mientras sacaba los libros de las cajas y mientras los libros encontraban, de una manera que sólo puedo calificar como de cejijunta, su nuevo lugar en el Alfabético, yo no podía evitar escuchar los lamentos y gemidos, carcajadas y rezongos que, a escondidas de mí, se escapaban de mí. Acker y Atwood en el mismo rectángulo: bien (de haber estado juntas en algún sitio, imagino que se habrían irritado mutua y productivamente). Pero ¿Wasler y Weldon? Ouch. ¿Dostoievsky y Duras? Mhh. ¿Pavic y Pamuk? Ajúa.

Los días pasaron.

Entre viaje y viaje espiaba el extraño comportamiento del Alfabético--esa estructura que, de tan rígida, provocaba encuentros tan impredecibles, algunos incluso felices. Y el Alfabético, debo reportarlo también, me espiaba con un reto azul en cada inexistente mejilla.

Los días siguieron pasando.

Después de medio completar la tarea (no hubo suficientes libreros para albergar al Alfabético) me le quedé viendo unos largos y sensatos y equidistantes y proverbiales quince minutos.

El tiempo, de repente, se detuvo.

--Alfabético --le susurré con la dulzura ésa que ataca a los que están a punto de despedirse para siempre y con el súbito arrojo de los tímidos y con la inamovible convicción de la que sólo son capaces los indecisos--, que te vaya muy bien.

Y, justo al inicio del minuto dieciséis, mientras me daba a la explícita y feliz y nuevoañesca tarea de sustraer los libros del yugo del Alfabético ése de inexistentes mejillas, y mientras los (des)colocaba de esta manera hermética y mía y de otra manera intransferible en que siempre lo he hecho--de acuerdo al (des)orden de lectura, que es, de hecho, un orden, si cupiera el calificativo, de la experiencia--di por terminado mi cambio de vida.

Mucho me temo que este año tampoco seré completamente moderna (Rimbaud dixit) (Rimbaud sorry) (Rimbaud-de-cualquier-manera-ya-se-acabó-el-siglo-XIX).

Para bien o para mal, si esto es del todo posible, seguiré siendo La Misma.

--crg