Tuesday, December 25, 2007

FOTOGRAFÍA Y POSMEMORIA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Dice Milorad Pavic, en esa maravillosa novela que responde al nombre de Paisaje pintado con te, que el pasado siempre está a punto de ocurrir. En Tiempo pasado: Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Beatriz Sarlo argumenta que “el regreso del pasado no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente”. De ahí que el tiempo propio del recuerdo sea, precisamente, el presente: “es el único tiempo apropiado para recordar, y también el tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio”. Tal vez pocos artefactos como las imágenes fotográficas transmitan con tanta convicción –con una convicción, eso sí, paradójica– ese estar-a-punto-de que caracteriza a lo que, habiendo sido, sigue siendo. En efecto, son pocos los elementos fragmentarios, y una fotografía de suyo lo es, que convocan, con tanta naturalidad, diríase que hasta con urgencia, la continuidad de un relato. El que ve un retrato, se apropia de una historia porque su mirada, lo quiera o no así, la reaviva, continuándola. El que ve, no se transporta hacia el pasado sino que, tal como lo sugieren Pavic y Sarlo, traen ese pasado a colación en el presente. Tal vez pocos objetos nos conviertan, a través de una acción tan aparentemente inocua como ver, en sus cómplices. El que ve un retrato, se implica.

Hace más o menos un año recibí una invitación por parte de José Rojas Loa para participar, junto con los historiadores Cristina Sacristán y Andrés Ríos, en la presentación de una serie de fotografías del Manicomio General, comúnmente conocido como La Castañeda, la institución inaugurada en 1910 con bomba y platillo por el entonces presidente Porfirio Díaz, como primer acto de las celebraciones del centenario de la independencia de México. No tendría que explicar pero explico que la invitación se relacionaba a los muchos años que, en mi faceta de historiadora, he pasado leyendo e interpretando material textual y fotográfico del dicho manicomio. Mi relación con la institución, quiero decir, no es personal. Nunca fui, que yo sepa, una de las internas que ven hacia la lente de la cámara fotográfica con azoro o estupefacción o indiferencia. De haber sufrido de algún desajuste mental, mis ancestros lidiaron con esas condiciones en el extra-muros del mundo de la provincia norte. Nunca visité a interno alguno en sus pabellones y ni siquiera entretengo, como tantos otros, historias o macabras o divertidas sobre los avatares de La Castañeda en el barrio de Mixcoac –hoy por hoy una zona en la que la locura más cotidiana es, como en toda la ciudad, el tráfico. No soy integrante, quiero decir, de esa segunda generación que, a decir de Marianne Hirsch, podría hacer de mí, al ver las fotografías de La Castañeda, una agente de la posmemoria.

Y, sin embargo, después de esos muchos años que he pasado leyendo con cuidado expedientes y oficios, y observando en obsesivo detalle fotografías y retratos del manicomio, es del todo difícil asegurar que mi relación con la institución no es personal. Menciono todo esto porque en la discusión que Beatriz Sarlo anima contra el concepto de posmemoria acuñado por Hirsch –un término que a Sarlo no sólo le parece narcisista y redundante sino también carente de toda eficacia teórica– la pensadora sudamericana acota que la única especificidad de la así llamada posmemoria no es su supuesta naturaleza mediada y lacunar, vicaria o abierta, sino más bien el grado de implicación subjetiva del sujeto que, desde el presente, y más específicamente desde posiciones concretas de clase y género de su presente, invoca o busca, o invoca por el sólo hecho de buscar, ese pasado. Dice Sarlo en un ejemplo que involucra testimonios de hijos de hombres y mujeres desaparecidos durante la dictadura militar: “Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que diferencia la búsqueda de los restos de un padre o una madre desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un equipo de arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la justicia en términos generales… [s]implemente se habrá elegido llamar posmemoria al discurso donde queda implicada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su padre, de su madre, o sobre ellos”.

Vuelvo a las fotografías de la Castañeda, a esas imágenes que he visto una y otra vez con la clase de “intensidad subjetiva” que produce el extraño reino del Como-Si. No soy nada de ellos, en efecto, pero cada mirada me ha convertido con el paso de los años en la hija o nieta o, en todo caso, la cómplice de una experiencia que, en sentido literal no me pertenece, pero que en el sentido político de todo lo que acontece, debería. Cuando veo las imágenes y, más aún, cuando las llevo a presentaciones varias, a charlas que responden a títulos como “El manicomio y la ciudad: la modernidad mexicana desde la locura”, la intención es, sin duda, extender el extraño reino del Como-Si a unos espectadores que disfrutan o padecen, según sea el caso, un presente que es consecuencia directa, pálpito, continuación de los rostros y las rejas y el dolor del manicomio. En el reino del Como-Si, entonces, soy algo de ellos, y lo eres tú. La experiencia no es nuestra, pero la elección, la intensa elección subjetiva, que es, y Sarlo tiene razón en esto, profundamente política, nos produce como la posmemoria de la Castañeda. Intrigante inversión de términos.

--crg

Friday, December 21, 2007

DEFINICIONES DECEMBRINAS

DOLOR NORUEGO: Dícese del enorme pesar, de la agonía sin nombre, de la pesadumbre malsana que embarga al doliente cuando, por ejemplo, se ve obligado a declinar una invitación para ir a Noruega porque, no hay de otra, tiene que quedarse en Paris, con su novio. !De verdad que el mundo es un lugar injusto y pueril!

!Ay, dolor noruego, ya me volviste a dar!

SOLSTICIO DE INVIERNO: Dícese del pretexto estacional para celebrar todo lo celebrable en La Mismísima Casa del Dolor Noruego. Cfr. Altísmas Tierras Altas.

FERMENTACIÓN D.N.: Dícese del delicadísimo proceso a través del cual el Dolor Común y Corriente se transforma en El Dolor Noruego.

PULQ: Dícese del shot de bebida espirituosa que se obtiene a través de la fermentación (cfr. fermentación D.N.) consumido en compañía de vendededoras ambulantes y curanderas-sobadoras en esquina de Pueblo Claramente Ripsteiniano mientras se platica obsesivamente sobre todos y cada uno de los casos de Dolor Noruego conce(be)bibles.

EL CHAMAQUERO: (v. tr) Dícese del último shot de pulq antes de ir al sitio donde duermen dos y amanecen tres. Cfr. Peligros del Dolor Noruego.

CABALLO BLANCO LEVITANDO SOBRE COLINAS AZULES: Dícese del efecto visual provocado por una serie de shots de pulq.

--crg

Tuesday, December 18, 2007

EL INCONSCIENTE ÓPTICO

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

¿Qué es lo que verdaderamente hacemos cuando sonreímos, nos arreglamos el cabello y, viendo directamente hacia la lente de la cámara, inclinamos el cuerpo o estiramos el cuello para asegurarnos de que quedaremos dentro de ese rectángulo, hasta ese momento puramente imaginario, que después se convertirá en la fotografía del nosotros? Un acto en apariencia cotidiano y, por lo tanto, inocente o, peor aún, insulso, adquiere dimensiones intrigantes, tanto a nivel histórico como teórico, en Family Frames: Photography, Narrative and Postmemory, el muy famoso libro en el que Marianne Hirsch acuñó un concepto, el de posmemoria, que ha dado lugar a no pocas polémicas en el ámbito de los estudios culturales. Según Hirsch, las fotografías familiares tienen la virtud, o el peligro según se vea, de provocar y manifestar al mismo tiempo la cohesión de los núcleos familiares, constituyendo simultáneamente una crónica de sus ritos así como el objetivo central de los mismos. No sería del todo descabellado pensar, luego entonces, que muchas de las reuniones familiares en las que participamos se llevan a cabo sobre todo para tener la oportunidad de producir las fotografías a través de las cuales la idea y la práctica de la familia se vuelven no sólo palpables sino también “naturales”.

Si éste fuera el único alcance —un alcance de suyo hegemónico— de la fotografía de las familias, sería difícil explicarse cómo es que estas imágenes repetitivas y consabidas, trilladas e ineluctables, logran enternecer o emocionar a quienes las conservan en álbumes o cajas —artefactos celosamente guardados en sitios especiales del hogar— sólo para tener la oportunidad de compartirlas (con frecuencia a la menor oportunidad), de volverlas legibles ante los ojos del extraño que se aproxima. Así las cosas, es de sospecharse que hay más. Según Hirsch, ese más empieza por localizarse justo en el punto de articulación entre el mito de la familia y su, con frecuencia contrastante, realidad. Y de ahí parte hacia ese aspecto de la relación familiar que con frecuencia pasa desapercibida: “las maneras en que el sujeto individual es construido en el espacio de la familia a través de la práctica de la mirada”. A través del encuadre y la luz, con la complicidad de la pose y la contribución del azar, la fotografía familiar descubre, pues, una cierta interacción visual que por cotidiana suele volverse transparente, es decir, invisible, pero que emerge con singular fuerza en lo que Benjamín denominara como el inconsciente óptico, al cual nos da acceso la cámara fotográfica.

Así entonces, lo que termina llamando la atención de muchas de esas imágenes no es lo que conocemos de las personas que mejor conocemos, sino lo que, de repente, lo que gracias al obturador y al flash, ha quedado detenido dentro del recuadro de la fotografía sin que el fotógrafo o el fotografiado tengan plena conciencia de ello. Lo que la fotografía nos brinda es, luego entonces, el punto ciego de la relación familiar, esa zona de ininteligibilidad que provoca sorpresa o miedo, suspicacia, rechazo, amor. La lista de ejemplos podría ser larga: la inclinación del cuerpo que, literal, delata una inclinación no expresada o apenas intuida; la mano que, cerrada sobre un hombro, manifiesta o terror o mesura o incredulidad, o todas las anteriores; la vena yugular que, exaltada, prefigura conflictos que, desde el futuro, que es el punto de vista del que ve la foto, parecen naturales; el calzado que, gastado o sucio, delata la buscada falsedad de las ropas de fiesta. “Las miradas que intercambian los miembros de la familia se localizan en puntos específicos: son pues locales y contingentes”, asegura Hirsch, “son mutuas y reversibles; y están atravesadas por el deseo y por la falta”.

Acaso sea por eso que ver fotografías, incluso fotografías tan predecibles como las de las familias, siga siendo un ejercicio que con facilidad nos lleva a concluir, junto con el Roland Barthes de Camera Lucida, que la fotografía, más que un arte, es en realidad pura magia: lo que está ahí, impreso en papel, aunque más frecuentemente latiendo en la pantalla, no es una reproducción sino una emanación del referente que nos transmite el pálpito ése de su haber-estado-ahí y la melancolía de su ya-nunca-estar. Acaso sea por eso que no pocos puedan pasar horas enteras observando fotografías con el cuidado y la paciencia del que busca lo que no sabe que ya es: la cara de sí mismo en forma de la del extraño que se aproxima.

--crg

Sunday, December 16, 2007

CON MARGUERITE EL 29 DE AGOSTO



Que había platicado con Marguerite el 29 de agosto, me dijo. Todo bien. Los mismos acuerdos y los mismos silencios de siempre. Uno se acostumbra a eso, aseguró. Que hubo flores. Fue un día de mucho sol en Paris. Que supuso que la piedra la había colocado ahí él apenas un par de horas antes (fíjate en la lozanía de la rosa, señaló). Que apareció una abeja, dijo, una abeja que interpretó como un jeroglífico. Un pedazo de tu historia natural, añadió. Es la misma que zumba ahora dentro de tu oído derecho, susurró: así se escribe la primera palabra. Que todo bien, insistió.

--crg

Saturday, December 15, 2007

A NATURAL HISTORY OF YOU (reading On Creaturely Life: Rilke/ Benjamin/ Sebald by Eric L. Santner)

Natural history, as Benjamin understands it, thus points to a fundamental feature of human life, namely that the symbolic forms in and through which this life is structured can be hollowed out, lose their vitality, break up into a series of enigmatic signifiers, "hieroglyphs" that in some way continue to address us--get under our psychic skin--though we no longer possess the key to their meaning.

fist on right shoulder: the photographic medium is privileged in this work at least in part because it seems to function as a unique locus of commerce with the dead (or rather, with the undead)

(being "in the midst" of history means, in large measure, being in the midst of the labor of reconstructing history, a history that is in turn transmitted in fragmentary fashion and along mulitple "channels". The narrator of Sebald´s works is crucial for this reason: he is forever exposing himself to the fragments and traces of other lives--traces often available only in objects, in bits of "material culture"--and to the enigmatic address that issues from them)

seeing photographs for days

So Rilke said: I am learning to see. I don´t know why it is, but everything enters me more deeply and doesn´t stop where it once used to. I have an interior that I never knew of. Everything passes into it now. I don´t know what happens there.

In The Meridian, Celan said: The attentiveness a poem devotes to all it encounters, whith its sharper sense of detail, outline, structure, color, but also of "quiverings" and "intimations"--all this, I think, is not attained by an eye vying (or conniving) with constantly more perfect instruments. Rather, it is a concentration that stays mindful of all our dates.

the natural prayer of the soul: attentiveness
the natural prayer of the voice: nameness

(traumatic epiphany:
this "attunement" pertain to something
spectral,
to traces of life no longer there,
which for that very reason seem to have acquired a more radical
and disturbing quality
of "thereness" whose impact is
experienced as
traumatic).

We are as it were, in proximity to the "neighbor" when we have entered the enigmatic space of his or her huntedness. What is at issue in such proximity is, in other words, not empathy in the usual sense. One is not somuch trying to see the world from someone else´s point of view as trying to register the blind spots of that point of view and to unpack the stresses condensed in this blindness.

apocalyptic darkenings
cringe body
poetics of exposure
stubborn life of rooms
mythic violence
agape:
our history with photographs

melancholoy would be not so much the regressive reaction to the loss of the love object as the imaginative capacity to make an unobtainable object appear as if lost.

a. (For Sebald too, natural history has a manic dimension, a dimension testifying to the peculiar sort of animation I have referred to as "undeadness").

b. (the dimension of undeadness, the space between real and symboilc death, which I take to be the ultimate domain of creaturely life)

c. (creature is not so much the name of adeterminate state of being as the signifier of an ongoing exposure, of being caught up in the process of becoming creature through the dictates of divine alterity)

We take almost all of the decisive steps in our lives as a result of slight inner adjustments of which we are barely concious (Austerlitz, 134/193)

ubiquitous role of chance and coincidence
mutual exposure
traumatic epiphany
spectral materialism
natural history: a form of life becoming manifest as a decomposing corpse
(an archive of creaturely life: captured inside the hand that has become a fist lives the body touched by the fist when used to be hand)

narrative effort: no matter how often I tell myself that chance happenings of this kind occur far more often than we suspect, since we all move, one after the other, along the same roads mapped out fur us by our origins and our hopes, my rational mind is nonetheless unable to lay the ghosts of repetition that haunt me with ever greater frequency

definitions ought to be exact
creaturely life: the life utterly exposed, utterly abandoned to the state of exception

which is a photograph

definitions ought to
the natural history of modern life is already a history of sexuality

definitions:
The phantasm of the reader-interpreter as soverign. What we get instead is an open and infinite field of encounter in which there is no "place", no detail, no aspect of the work to which you are not called upon to respond, though you are not thereby held responsible for a final and definitive meaning of the work as whole.

post-memory: a term coined by Marianne Hirsch to capture the peculiarities of the memory of events that hover between personal memory and impersonal history, events one has not lived through oneself but that, in large measure through exposure to the stories of those who did experience them, have nonetheless entered into the fabric of the self. In the second half of the chapter I turn to the status of sexuality...

hierogplyphs
mouths in photographs: hands

--crg

Friday, December 14, 2007

FORMAS DE ESCRITURA CIBERPROCESUAL




Me habían dicho que me invitaban a impartir un taller de escritura, pero en realidad se trataba de un secuestro (en Tamaulipas las cosas son así, me explicaron luego). Habitaciones cerradas. Muros infranqueables. Murmullos bajo las puertas. Bocadillos robados. Botellas de algo. ¿Y qué puede hacerse en situaciones tan extremas sino escribir sin pausa sin descanso sin pensarlo siquiera? La huella de todo eso en: El libro de las percepciones: Victoria I.

--crg

Tuesday, December 11, 2007

DURAS, LA UR-BLOGGER

Para escribir. Para escribir no como lo había hecho antes. Sino para escribir libros que yo aún desconocía y que nadie había planeado nunca.

No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro.

Cada libro, como cada escritor, tiene un pasaje difícil, insoslayable. Y debe optar por dejar este error en el libro para que siga siendo un verdadero libro, no una falsedad.

Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que llegar a percibir; todo escribe, la mosca, la mosca escribe, las paredes.

La escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que vamos a escribir. Y con total lucidez.

ESCRIBIR ES INTENTAR SABER QUÉ ESCRIBIRÍAMOS SI ESCRIBIÉSEMOS--SÓLO LO SABEMOS DESPUÉS--ANTES, ES LA CUESTIÓN MÁS PELIGROSA QUE PODEMOS PLANTEARNOS. PERO TAMBIÉN ES LA MÁS HABITUAL.

en Marguerite Duras, Escribir (Barcelona: Tusquets editores, 1994).

--crg
ESCRITURA PROCESUAL

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Me pregunta Paul Fallon, autor de “Negotiating a (Border Literary) Community on line en la línea” y profesor de literatura en la Universidad de Carolina del Este (atinadamente, y entre paréntesis, me pide que no le haga preguntas acerca de las divisiones geográficas de su estado) sobre el destino, si es que tuvo alguno, de la blogsívela que escribí en el año 2002, como parte de Words Are the Very Eyes of Secrecy, el blog que abrí en aquel entonces. Dice (palabras más, palabras menos): “asigné en mi clase el ensayo suyo sobre su blogsívela y también los primeros dos meses del blog. Resulta que ya no existen los textos que el ensayo menciona. Por eso, mi pregunta es: ¿qué pasó con estos textos, y más allá de eso, con la idea de escribir ´sin borradores, sin correcciones´?”. Por fortuna, el profesor Fallon aclara que “no se lo pregunto como crítica sino como manera de entender qué hace Ud. ahora en su desarrollo de la escritura-en-proceso (¿se trasladó al blog “vamp”?) y para pasarles esta información a mis estudiantes”.

Sucede que, en efecto, hace algunos años, cuando abrí mi primera bitácora electrónica, decidí convertirla en una novela. Las causas eran prácticas y teóricas. Por una parte, estuvo el incontrovertible hecho de que la blogescritura se transformó, desde el inicio, en una adicción. La imagen que utilizo para explicar el proceso es la siguiente: es como poner a un niño en una tienda de dulces: todo gratis: todo a la vez. Escribía ya de manera constante, ciertamente, pero no escribía entonces todo el tiempo. Ese todo debe ir, naturalmente, en itálicas. La escritura en el blog constató algo que ya sabía que pasaba pero que me gustaba ignorar: la realidad, al menos la mía, sólo era posible a través de, en, dentro de, la escritura. Saberlo a ciencia cierta, saberlo con todas las pruebas en la mano, me ocasionaba, al menos, ansiedad. De ahí que a pocos meses de dar inicio con una forma de escritura cuyas consecuencias apenas empiezo a vislumbrar en fechas recientes decidiera darle forma, una forma familiar, a esa otra forma de escritura. Comencé, así, una novela.

Las razones teóricas eran diversas también. Me interesaba entonces, como me sigue interesando ahora, trabajar dentro del terreno de la escritura–en-proceso–-una serie de ideas generadas en ámbitos tan variados como las artes visuales y la teoría pura que cuestionan, entre otras cosas, la relación entre el objeto y el sujeto de la práctica creativa, la relación de esa práctica con el espacio y el tiempo en que se genera, la noción misma de producto acabado, así como la teleología que lo funda: esa idea de que el “producto acabado” iba a ser “naturalmente” como aparece al final. El afán, se entiende, era y es un afán crítico. Quería que la escritura pudiera concentrar en sí el estado de emergencia que, de acuerdo a Walter Benjamin, caracteriza bien a la realidad, y quería, además, que se notara. Quería que la escritura lo abarcara todo, que lo desbordara todo y que no hiciera “como si” eso no estuviera ocurriendo todo el tiempo. No me interesaba el tipo de libro que se propone reproducir la realidad, sino aquel que en total inconciencia y puro placer se planteara la posibilidad, con una cierta utilización de las herramientas propias del oficio, de producirla.

De todo eso surgió, pues, la novela que, con el paso del tiempo (que es otra manera de decir con el paso de los posts) tuve que empezar a denominar la blogsívela. Me explico. El tema, como suele ser el caso de la blogescritura, era la vida cotidiana: el aquí y el ahora en perpetua exploración de su propia forma. Sin referencias geográficas explícitas, la blogsívela estuvo, así entonces, enraizada firmemente en el lugar y la hora de su producción: la frontera más izquierda del país. El cruce. Los personajes, lejos de representar algo ajeno de sí, lejos de ser parapetos de otra cosa, fueron siempre construcciones textuales que resultaban de las interacciones con las personas implicadas en la producción del siguiente post. El cruce. La anécdota, en lugar de ser la ruta más o menos flexible que autoriza un autor, fue formándose en los vínculos que el lector iba generando en su lectura cotidiana. El autor, en este sentido, siempre fue un lector. Lo que pasaba en el texto era, sin duda, el texto mismo: el texto en su sentido más apegado a la materia del texto. El texto material y el texto más humano. El texto que se negaba a revelar (en el sentido de andar balconeando a “su contenido”) y se proponía velar, sí-velar, es decir, escribir, cualquier cosa que no fuera él mismo.

No pude seguir escribiendo eso (sorry, profesor Fallon, las mudanzas, los horarios, las pesquisas). Pero todas estas cosas que ahora menciono (y todas las otras que no menciono) se han ido trasminando como prácticas cotidianas de escritura en textos variopintos. Tres nociones como punto de partida: 1) la noción de un libro permanentemente abierto que, apegado a la materialidad del lenguaje, produce, en efecto, una realidad que, siendo en sentido estricto ésta, es, siempre, otra; 2) la noción de que la responsabilidad del autor es vaciar tanto como sea posible las formas familiares para que las conexiones internas de un libro se conviertan en la responsabilidad del lector, es decir, en su entera implicación; 3) la noción de que un libro es el capítulo del otro libro que la escritura escribe a través del autor.

--crg

Friday, December 07, 2007

MARGUERITE PORETE, My Mirror

During my inquisition,
which ran from first of March to last of May 1310,
I heard 33 questions
from the papal inquisitor,
William of Paris,
who had gathered ten doctors of law and ten theologians
to consult against my book
(my Mirror)
because it contained readable chapters in prose and verse
not to say
errors of heresy! death! sin!
wherefore,
to each of the 33 questions,
notwithstanding they were lively and virtuous questions,
concoted surely by learned men,
who put them to me again and again,
day after day,
worded this way and that way as if I were someone not listening--
to each of these questions I say
I returned
the same glass answer.

I answered nothing.

"Aria of a Trial [sung by Marguerite]", in Decreation (an Opera in Three Parts), Anne Carson, Decreation. Poetry. Essays. Opera (Canda: Vintage, 2005), 215.

[Nothing is known of Marguerite Porete's background or origin. She appears like a stain on the air of medieaval theology about 1296 as author of a book called Le Mirouer Des Simples Ames Anienties Et Qui Seulement Demourent En Vouloir Et Desir D'Amour. (The Mirror of Simple Souls Annihilated And Those Who Only Live in Longing and Desire of Love) which provoked the wrath of the papal inquisition because of its form as well as its content. For Marguerite wrote her Mirror in vernacular French--not in Latin, which was the official language for thinking about God. When she was instructed by the Church to stop disseminating her ideas this way Marguerite refused. When she was arrested by the Inquisition and told to answer questions about her amazing, inebriated book, Marguerite refused. When she was required by the Inquisition to vow she would not teach or publish ever again, Margeurite refused. When she was ordered to recant her refusal on pain of death Marguerite refused. Marguerite's trial for heresy took place during the spring of 1310. At noon on June 1st of that year she was burned to death in the public square of Paris].


--crg

Thursday, December 06, 2007

A ROSE IS AN IRIS IS A LEAF IS



--crg

Tuesday, December 04, 2007

DECEMBRISTA

[en la Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Cada año escucho las mismas quejas en contra de diciembre: el frío, la comercialización, la dictadura de la familia, el falso sentido de lo que termina y de lo que empieza. La impostura de diciembre. La falsedad de diciembre. Los rituales interminables de diciembre. Se supone que ésas y otras cosas producen crecientes grados de depresión que, en algunos casos extremos, hasta llevan a más de uno al suicidio. Aunque siempre he sido respetuosa de las depresiones tanto propias como ajenas, mi proclividad a defender causas perdidas me conmina a iniciar un movimiento en defensa de este mes tan vilipendiado.

Vamos, gente

Estamos (o estamos por estar) de vacaciones: después de largos trechos sin respiro, el doceavo mes se aparece así, como de la nada (que según Novalis era de color azul) con hasta 15 días de descanso. Se trata de días que ponen a la madrugada de cabeza: de haber sido el inicio de tantas jornadas laborales, ahora se convierte en el fin de sesiones sin cautela. Son días sin otro horario más que el aguante del cuerpo o el humor de la plática o el sabor de los postres (y de los vinos de postre, claro está). Se trata de días estructurados alrededor de la más básica socialidad. Imposible desconocer en diciembre que el otro es, efectivamente, tu inv/fierno.

Diciembre es, además, un mes de excesos. Y nada como el exceso para complacer el muy superlativo sentido de la existencia de los Big Drama Queens del mundo (que somos bastantitos, dicho sea de paso). Detrás de cada puerta que tocamos hay una o más fiestas, especialmente desde el 12 de diciembre (día que en México se celebra a la Virgen de Guadalupe) en el no por mítico menos real inicio de ese tradicional maratón de posadas y reuniones varias que nos llevará, con algo de suerte y otro tanto de condición física, hasta el 6 de enero, día en que se celebra la aparición de Melchor, Gaspar y Baltasar (aunque en realidad, habrá que decirlo, de los juguetes que cargan en sendos caballo, elefante y camello) sobre todo en el centro de este país (aunque ya puestos en esto, hasta es posible que arribemos con vida, con tamales y todo, al día de la Candelaria el 2 de febrero). Nadie escatima un traguito de algo en estas fechas: del ponche con piquete al tradicional tequila, del mescalito entre amigos a la celebratoria champaña. Nadie le niega un taco, ni siquiera de ojo, al prójimo. Basta con presentarse a eso de la hora de la comida (y en diciembre todas las horas son horas de comer) para que le toque a uno un bocadillo de esto o de lo otro. Y más de uno dará fe junto conmigo del sabor divino, del sabor de otro mundo, del recalentado.

Habrá que tomar en cuenta que el frío propio de la estación contribuye a promover la sentimentalidad más artera y los abrazos más disímbolos. En diciembre no hay que tener justificación racional alguna para apapachar (o dejarse apapachar) por ese prójimo que ya andaba echándose uno que otro taco de ojo en el párrafo anterior. Además, ya sea por puro compromiso o por ceder a los embates del comercio o por genuino gusto (o por el sereno), hay objetos y prácticas y gestos que se dan, y objetos y prácticas y gestos que se reciben en estos días. Sea cual sea la causa, el tamaño o el costo, hay regazos que se iluminan con la presencia de eso que, con suerte, con algo de cariño o solidaridad, ha dejado de ser mera mercancía.

Por último, y esto va especialmente para escritores, con el pretexto del fin del año, todo mundo hace gala de sus dotes narrativas. Ya sea convocados por el ciclo que se cierra o presionados por prácticas religiosas o respondiendo a las vicisitudes de la secular culpa, a hombres y mujeres de toda índole les da por hacer recuentos (aunque sea de daños) y, como se sabe, muchos de ellos inician con el “érase una vez” que abre todas las puertas de los relatos. De igual manera, con el pretexto del nuevo año, no es raro que a todos nos dé por echarnos un clavado en esa gran alberca de la ficción colectiva. Los propósitos. Lo ahora sí haremos. Lo que seremos. Los avatares de la imaginación, con frecuencia exaltada.

Y, por sobre todas las cosas, coronándolo todo de hecho, ahí está esa luz invernal ante cuya indescriptibilidad me rindo por completo. Tal vez sea poco, pero a mí me basta. Me sobra, en realidad. Así que esta decembrista declarada lo declara nada más por declararlo: ¡que viva diciembre!

--crg

Wednesday, November 28, 2007

Tuesday, November 27, 2007

LOS 2501 MIGRANTES DE ALEJANDRO SANTIAGO

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura. Fragmento de 2501 Migrantes, preparado para Catálogo de Forum Universal de las Culturas, Monterrey 2007]

I. Hace miles de años, en lo que ahora es la provincia China de Xian, un emperador que se preparaba para morir, y para extender su reino a la otra vida, ordenó a sus artesanos que reprodujeran, en tamaño natural, a todos y cada uno de los miembros de su ejército. Con materiales locales y en bien organizados equipos de trabajo, los artistas no sólo dotaron a cada pieza de un rostro único, volviéndolas así personas, sino que también colocaron entre sus manos las armas que su jerarquía precisaba. El efecto de realidad de la pieza en su conjunto fue tanta que, años después de la muerte del odiado emperador de Qin, una horda de campesinos luchó cuerpo a cuerpo contra los soldados de terracota, despojándolos de su armamento e hiriendo, se diría que de muerte, a muchos de ellos.

Caminar entre las piezas que Alejandro Santiago y un equipo de 32 artistas- trabajadores han ido diseñando y produciendo en los últimos seis años en su rancho-taller El Zopilote, que se encuentra en Santiago Suchilquitongo, una comunidad cercana a la convulsa capital del estado de Oaxaca, produce una sensación similar: la sensación de hallarse entre seres extrañamente vivos que, de un momento a otro y de preferencia entre traguitos de mezcal, empezarán a contar historias de sus travesías entre este y el otro lado de la línea. Fantasmagóricos y aterrantes a la vez, frágiles como el material que los compone pero ciertos en el aire que los envuelve y sólidos en el espacio que ocupan, los migrantes de Santiago cruzan sobre todo una frontera: la muy delgada y quebradiza línea de lo que con frecuencia se denomina como la realidad.

“A veces los veo desde lejos”, dice Santiago con esa voz de paso que resbala con gran lentitud sobre un suelo de tierra, “y me da la impresión de que están platicando”. Emplazados en las lomas que franquean el rancho-taller o apostados a lo largo del camino de entrada al mismo, los migrantes, sin duda, observan todo con cautela. De dimensiones humanas y con rostros que no retratan sino que evocan una realidad tanto interna como externa, las piezas no sólo son parte del paisaje sino también de la incesante conversación que ellos mismos provocan. “Este es un niño como de doce, sano él, pero se nos cayó”, medio susurra Santiago señalando, no sin gravedad, la pierna rota de una de las piezas. Con historias propias, es decir, con identidad, los cuerpos de barro podrían, incluso, causar temor. No es difícil imaginar al oficial de inmigración que, años antes de la muerte del odiado emperador, apunta su arma contra el migrante de barro que, con rostro alucinado y tatuajes de la virgen de Guadalupe sobre la espalda, intenta cruzar una vez más, siempre una vez más, esa línea tan móvil y equívoca que une y desune al país más rico del mundo y su vecino pobre del sur, a la pesadilla y al sueño, a lo que está y a lo que está a punto de irse, al ahora y el más allá.

II. Cada uno de los migrantes de barro de Alejandro Santiago lleva una firma: el aspecto de los pies. Cada una de esas firmas no es de Alejandro Santiago. Cada firma –una línea curva que se extiende hasta el astrágalo, una hendidura simétrica entre los dedos, el atisbo apenas de una uña– es una seña de identidad: la de los 32 jóvenes mestizos y mijes que, gracias a que laboran en el rancho-taller de Santiago, no han tenido que emigrar, como tantos otros, hacia el norte. Ganando cuando se puede un promedio de 3,600 pesos mensuales, una cantidad nada despreciable en un entorno rural donde hasta el agua escasea, los trabajadores e incluso los familiares de Santiago aseguran a la menor provocación y sin ánimo adversativo que ésta o aquéllas son piezas suyas. Para comprobarlo no hay más que mirar con cuidado los pies.

En los Escritos Económico-Filosóficos de 1844, el entonces joven filósofo Karl Marx se explayaba con característica pasión acerca del proceso de trabajo en tiempos regidos por los avatares de esa relación de poder que es el capital. Decía el muchacho de temperamento abismal que el trabajo, al transformar la naturaleza en sociedad, era la única y verdadera fuente de nuestra humanidad. En una sociedad ideal, es decir, en aquella en la que el trabajo y el objeto del trabajo todavía le pertenecen al trabajador, trabajar y crear serían una y la misma cosa, uno y el mismo proceso. En ese tipo de sociedad un trabajador podría enunciar, justo como la cuñada de Santiago frente un grupo de doce piezas a medio terminar: “éstas son mías”. Algo en el tono entre natural e irrevocable de su afirmación obliga a repensar los límites del concepto de autoría.

Más que productos del trabajo, los 2501 migrantes de Alejandro Santiago son, ante todo, trabajo, el proceso en sí y para sí. Regidos por las dotes administrativas de Zoila Santiago, esposa del artista, los artesanos ponen tanto esmero en construir los cuerpos de barro como en atender, todo a su tiempo, las vacas y borregos y guajalotes que en su incesante ir y venir por entre las milpas no dejan de observar, sin asombro aparente, las piezas terminadas. Son ellos los que mezclan el material que yace en costales a un costado del taller y ellos los que, en base al método de ensayo y error aunque siempre dirigidos por Santiago, fueron encontrando las posiciones adecuadas para que los hombres y mujeres de barro pudieran sostenerse en pie. Los jóvenes artesanos saben cuando una pieza está lista y, entonces, la introducen al horno para que adquiera la consistencia y el color de un cuerpo humano. Entre una cosa y otra, los muchachos también tienen acceso en el mismo rancho a los instrumentos musicales que Santiago ha ido adquiriendo con el afán de formar algún día una banda de música norteña.

A medio camino entre el ágora y la pequeña empresa (no lucrativa), el proceso de producción de los migrantes de barro reta, y por retar cuestiona, el proceso de producción de los migrantes de carne y hueso. Si el primero responde a las necesidades humanas de la localidad, proveyendo a sus integrantes con una oportunidad para permanecer, es decir, para reproducir a la comunidad, el segundo responde a las necesidades del capital norteamericano, provocando una diáspora que, en Oaxaca como en tantos otros estados de México, ha ido dejando tras de sí un rosario de pueblos fantasmas. No es mera coincidencia, o en todo caso es una coincidencia de la política contemporánea, que ése sea el contexto original del proyecto de Santiago: una plaza vacía por donde se deslizan los espectros de los cuerpos que ya no están. Ahí, acaso como aquel Juan Preciado que vino a Comala porque le dijeron que acá vivía su padre, un tal Pedro Páramo, Alejandro Santiago se puso a discernir los murmullos de los idos y a desear, como se desean estas cosas: con vehemencia, su súbita aparición. Del deseo de verlos una vez más, del deseo de tenerlos cerca, codo a codo en la brega diaria o en el eco de la carcajada compartida, del deseo, también, de hacer justicia, fueron naciendo uno a uno los migrantes de barro que, en número, son los mismos que habrían muerto intentando cruzar la línea fronteriza entre México y los Estados Unidos hasta el año en que Santiago, vía la garita de Otay en Baja California Norte, hizo lo mismo. Dos mil quinientos también era el número de familias que, según recuerda Santiago, conformaban su pueblo de origen en Oaxaca. Dos mil quinientos murmura, con toda seguridad, el hombre que sigue sentado en la plaza del pueblo fantasma, deseando. Dos mil quinientos más el que sigue. Dos mil quinientos más el que Alejandro Santiago quiere retener, con oportunidades de trabajo que son oportunidades de vida, en sus pueblos de origen en Oaxaca.

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Wednesday, November 21, 2007

IN A MANNER OF SPEAKING

Perhaps I have not mentioned that I am dismantling a house.
I am dismantling a house.
It is tedious work, but necessary.
I do not make a major project out of it, on the other hand. Basically I treat it in much the same way as I treat the question of my driftwood.
Perhaps I have not mentioned how I treat the question of my driftwood.

David Markson, Wittgenstein´s Mistress, 77

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Tuesday, November 20, 2007

CIEN AÑOS DE LEALTAD

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Cumplir cien años no es poca cosa. Cumplirlos, además, con el buen humor, la lucidez y la cantidad de amigos con que los cumple don Luis Leal es motivo de digno encomio y más que merecido homenaje. Para los no enterados, habrá que decir que Don Luis es uno de los primeros “wet minds” (mentes mojadas: el término, según cuenta Robert Irwin, profesor de la Universidad de California-Davis, fue acuñado, como tantas otras cosas más, por Carlos Monsiváis) de una larga saga de estudiantes mexicanos o hijos de mexicanos que se convirtieron en mexicanistas dentro del territorio académico de los Estados Unidos. Nacido en Linares, Nuevo León, Don Luis desarrolló una carrera como académico y crítico literario, sobre todo de literatura mexicana, aunque también le ha prestado estrecha atención a la historia y al folklore de su país de nacimiento, en la Universidad de Illinois hasta 1970, año en que se jubiló y aceptó, al mismo tiempo, una posición, decían en ese entonces que momentánea, en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de California, en el idílico sitio de Santa Bárbara. Entre 1956 y 1958, Leal publicó los tres libros que lo convirtieron en una autoridad sobre el cuento mexicano, a saber, La breve historia del cuento mexicano, La antología del cuento mexicano y La Historia del cuento hispanoamericano. En un estilo ágil y un enfoque abarcador, Don Luis no sólo estableció criterios de análisis que marcaron los estudios literarios del siglo XX mexicano sino que también, en un movimiento singular, no dejó de incluir el trabajo de escritoras en sus libros. Ya afincado en California, Don Luis publicó en 1973 el primero de entre muchos artículos y ensayos sobre literatura chicana, iniciando así un puente por el que no han dejado de transitar estudios y críticas sobre las producciones culturales de los mexicanos y los hijos de mexicanos que viven en el México del otro lado. Como era de esperarse, Don Luis no dejó de trabajar en la UCSB sino hasta hace poco, cuando problemas de la vista y del oído dificultaron la impartición de sus clases, que no el cariño de sus estudiantes y el respeto de sus colegas.

Y que el cariño y el respeto de sus colegas no es una figura meramente retórica, frase dominguera para aplicarse indistintamente en celebraciones varias, queda claro en el homenaje bi-nacional que profesores, críticos y creadores tanto de México como de Estados Unidos le organizaron hace apenas unos días en sedes que van desde el Instituto Nacional de Bellas Artes, a la Universidad Nacional, pasando por el Claustro de Sor Juana. A gente como Don Luis, a investigadores infatigables y académicos dedicados como él mismo lo ha sido, no hay mejor manera de celebrarlos más que con trabajo. Así que los involucrados, además de presentar ponencias y organizar debates sobre asuntos de literatura mexicana y chicana desde épocas precolombinas hasta fechas contemporáneas, participaron prontamente en la creación y publicación de Cien años de lealtad en honor a Luis Leal/ One Hundred Years of Loyalty in Honor of Luis Leal, un libro aptamente bilingüe desarrollado a lo largo de aproximadamente 1500 páginas, organizadas en dos extensos volúmenes. Cien ensayos, uno por cada año de Don Luis. Cien maneras de refrendar el trabajo, de continuar el legado, de abrir caminos críticos. Cien maneras de transitar por el Greater México de Américo Paredes, en español y en inglés. Como en pocos casos, aquí sí vale la frase “Queridos colegas y, sin embargo, amigos”.

Están presentes en el volumen, por ejemplo, muchos de los profesores e investigadores que constituyen esa red de doble-espionaje cultural que es la UC Mexicanistas: de estudiosos con una larga trayectoria como Max Parra, de UC-San Diego, hasta doctorandos como Omar Miranda Flores, quien le dedica un interesante capítulo al Porfirio Parra, poeta menor. De la elusiva Marta Gallo, aquí con un artículo sobre Amado Nervo, a las miradas caleidoscópicas que Michael Schuessler, Claudia Parodi, Norma Klahn y Sara Poot-Herrera le dedica a la obra de Elena Poniatowska. No faltan ensayos de profesores de instituciones mexicanas propiamente dichas, como el Colegio de México (Beatriz Mariscal, Yvette Jiménez de Baéz), el ITESM-Campus Monterrey (Beatriz López de Mariscal), la UNAM (Vicente Quitarte, Rosa Beltrán, entre tantos otros), el Claustro de Sor Juana (Sandra Lorenzano, Carmen Beatriz López-Portillo Romano). Y porque el trabajo de Don Luis ha servido, entre otras tantas cosas, para diseminar el conocimiento de la literatura mexicana y chicana, no podía faltar la participación de creadores en este libro: ahí van textos de Agustín Monsreal, José Emilio Pacheco, Tita Valencia, Myriam Moscona, entre otros.

Toda esta labor monumental no habría sido posible, o habría sido posible pero con toda seguridad sólo 100 años después, sin el infatigable y más que generoso quehacer de una mujer a quien ya me acostumbré a llamar Sara, la milagrosa, aunque bien sé que su nombre es Sara Poot-Herrera, yucateca de corazón, profesora e investigadora de UCSB, irredenta border-crosser. No he tenido la fortuna de trabajar de cerca con Don Luis Leal, pero he tenido, a cambio, el privilegio de formar parte de la familia que a su paso va construyendo Sara a fuerza de cariño, visión y, como reza el apellido de su mentor, lealtad. Yo me uno a los festejos, por supuesto, y como dijo Don Luis justo antes de pedir que abrieran la botella de tequila en uno de los eventos que se llevaron a cabo en Santa Bárbara durante el verano, “suficientes palabras para estos primeros cien, ahora a celebrar”.

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Sunday, November 18, 2007

HIC SUNT LEONES

[cuento publicado en Cien años de lealtad en honor a Luis Leal/ One Hundred Years of Loyalty in Honor of Luis Leal, vol. II, edición a cargo de Sara Poot-herrera, Francisco Lomelí y María Herrera-Sobek, (México: Oro de la noche, 2007), 869-873]

Había ido al parque para ver las nubes. No lo hacía a menudo. De hecho, no lo hacía casi nunca y mucho menos entre semana. Pero atravesaba una de esas crisis veraniegas que lo dejan a uno con poca energía, muchas dudas, y ese característico sabor agridulce sobre la lengua. Sumido en un dilema sin nombre, sin rostro, me puse ropa de ejercicio para camuflagear mis verdaderas intenciones y, una vez en el parque, lo único que hice fue recostarme sobre el pasto, boca arriba. Las nubes eran de un blanco casi iridiscente a esa hora de la mañana.

⎯Son bonitas, ¿verdad? ⎯me preguntó una muchacha de pantalón de mezclilla y camiseta holgada. Su interrupción me molestó. No había ido al parque para buscar compañía y mucho menos plática.

⎯Sí ⎯le dije, cortante, dándole a entender que esa era mi última palabra. Ella no entendió el mensaje y, en lugar de seguirse de largo, se sentó a mi lado. Abrió su mochila de explorador y sacó una cajetilla de cigarros.

⎯No fumo ⎯le informé cuando me ofreció uno de sus tabacos.

⎯Hace bien ⎯comentó a la distraída⎯. ¿Cree que llueva hoy?

No le respondí lo que pasaba por mi mente y cerré los ojos. Así estuve largo rato, poniendo atención a los ruidos del tráfico y al murmullo lejano de gente caminando de prisa por las calles aledañas. Mientras tanto pensé en la oficina oscura donde pasaba gran parte de mis días garabateando números y memorándums. Luego, sin poder evitarlo, pensé en la mujer energética que había dejado nuestra cama matrimonial a tempranas horas, dispuesta a conquistar al mundo con la voz firme y sus pasos largos. No escuché ningún pájaro en el parque, ningún otro ruido animal. Sólo me decidí a abrir los ojos cuando supuse que la muchacha de la interrupción ya se había marchado.

⎯¡Pero si sigues aquí! ⎯exclamé con sincera sorpresa cuando levanté los párpados.

⎯Pues dónde más iba a estar ⎯me contestó como si de verdad no hubiera otro sitio en el mundo para ella. Después sonrió con un mohín amplio, ligero. Bajo un flequillo desigual, sus ojos negros me miraron abiertamente, con calma. La confianza de su gesto me asustó. Por un momento pensé en Miriam, la niña terca que Truman Capote inventó en uno de sus cuentos. ¿Qué tal si se pegaba a mi vida y ya nunca desaparecía? Me acordé también de las ladronzuelas urbanas que ciertas canciones de moda han inmortalizado, pero la muchacha no era tan hermosa ni tampoco parecía interesada en aventuras eróticas. Luego pensé en las lolitas de Hollywood, seguidas por las mujeres fatales y las vampiras. Un aire de amenaza nubló mi día. Fue entonces que quise escapar, pero el peso de mi cuerpo me mantuvo exactamente donde estaba: sobre el pasto, boca arriba, en posición de crucificado.

Ella se recostó junto a mí.

⎯Ésa parece un barco ⎯dijo, señalando una nube con su cigarro encendido. No era cierto pero, inmovilizado por el miedo como me encontraba, no osé contradecirla.

⎯Y ésa, la de más allá, ¿la ve? Ésa tiene forma de león ⎯continuó sin tomar en cuenta mi silencio. Para entonces ya había olvidado el dilema que me llevó al parque y una angustia nueva, diferente me invadió por completo. Hic sunt leones. La frase llegó entera a mi cerebro y ahí se deslizó con una lentitud pasmosa. En los mapas antiguos, recordé, esa oración indicaba territorios inexplorados. Terra incognita. Los ecos de las palabras juntas retumbaron dentro de mi cráneo. Con el ruido dentro de mi cuerpo, me volví a verla una vez más. La posición de su torso, sus palabras, hasta el cigarrillo entre sus dedos parecía normal. Era sólo una muchacha, tal vez una estudiante con algo de tiempo extra o una desempleada sin mucha preocupación por el futuro. En cualquier caso, no había explicación racional para mi súbita inmovilidad y tampoco para el sudor frío que empezaba a cubrir mi frente. Un cosquilleo absurdo en mi mano derecha capturó mi atención y, cuando logré divisarla con el rabillo del ojo, me di cuenta que había una hilera de hormigas atravesándome como a una montaña en medio el camino, un obstáculo más. Entonces volví a cerrar los ojos deseando con toda el alma que la muchacha tan sólo fuera una alucinación, una de esas imágenes que aparecen y desaparecen sin dejar mayor huella. Deseando que el parque fuera imaginario. Deseando que lloviera.

⎯Tienes miedo ¿verdad? ⎯me preguntó finalmente sin dejar de observar las nubes⎯. Es normal ⎯añadió después de un rato de silencio.

⎯¿Qué es normal? ⎯inquirí con voz malhumorada, ya dentro del terror. Era la primara vez que yo le preguntaba algo. Al mismo tiempo intentaba mover los brazos sin conseguirlo.

⎯Cuando la gente se vuelve loca, ya ves, así pasa ⎯comentó como si se estuviera refiriendo a un resfriado⎯. Cada quien tiene su manera.

La observé una vez más y no volví a encontrar nada excéntrico en ella. Traté de decir algo gracioso o algo complejo, pero cuando abrí la boca sólo pude balbucir algo sin sentido.

⎯No te preocupes ⎯insistió⎯. Es normal.

Me tocó el hombro derecho y me vio con una misericordia tibia y llana. Parecía que ella me entendía mejor que yo. Luego volvió la cara al cielo y empezó a incorporarse.

⎯Va a llover muy pronto hoy ⎯aseguró. Traté de mover un brazo para detenerla pero no lo logré. Lo único que pude hacer fue seguirla con la mirada hasta que su cuerpo desapareció entre las frondas de los árboles. Volví a cerrar los ojos. Añoré como nunca antes el espacio oscuro de mi oficina, el hueco tibio dentro de la cama, la mujer de energías múltiples con quien la compartía. Las cosas que se habían quedado atrás, perdidas para siempre. Entonces una gota fría se deslizó por mi cuello. Hic sunt leones. Más al rato le siguió una tormenta sin rayos y sin truenos.

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Tuesday, November 13, 2007

LO QUE ME TRAJE DE MIAMI

La voz de Michael Ondaatje enunciando: Everything is biographical, Lucian Freud says. What we make, why it is made, how we draw a dog, who it is we are drawn to, why we cannnot forget. Everything is collage, even genetics. There is the hidden presence of others in us, even those we have known briefly. We contain them for the rest of our lives, at every border that we cross.

¿Cómo decir que eso y no otra cosa constituye una confirmación?

Toda la colección de McSweeneys (con todo y advertencia de la ambivalente vendedora: pero en el 24 no se incluyen escritoras, eh?) + What is the What: todo por 50 bucks.

El sabor de las arepas compartidas con Ruth Behar. Cubans at home in the world. La conversación. La caminata.

Todo el aire del caribe (que es mi aire). La sensación de que todo está cerca.

El dolor de garganta y el principio de tos: end air condition now!

Un cuento que empieza.

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CONSEJOS DE UNA SUICIDA

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

¿Pueden los libros mejorar la vida de una persona? Sinceramente no lo sé. Es más: lo dudo mucho. Aún cuando me he convertido en una militante de la lectura, apoyando iniciativas que conjuntan, como las Citas Textuales, a autores y lectores en diálogos informados y amenos sobre libros específicos en los salones de clase de diferentes instituciones educativas, sería difícil ligar ese interés a la creencia de que un libro mejorará la vida de alguien. Creo, eso sí, que un libro, cuando en verdad se trata de uno, le recuerda al lector que la vida siempre puede ser otra cosa y ese recordatorio, ese estado de alerta generalizado que presupone, encierra el poder crítico de sus páginas. Mis libros de cabecera, esos que se aparecen en todas las mudanzas y que se las ingenian para estar siempre a la mano, han hecho de la vida algo no sólo interesante, en efecto, sino también misterioso, pero eso no significa necesariamente que la hayan vuelto mejor. Conozco, es más, a grandes lectores a los que en definitiva no describiría como buenas personas, mucho menos como “mejores” personas, y son pocos los escritores que se han distinguido, y esto para bien, por su mesura y ecuanimidad o esto que ahora se conoce como “inteligencia emocional”. Todo esto para transmitir el estado de incredulidad y estupor en que me puso el encontrar un libro que responde al título: Una vida propia. Una guía para mejorar la vida a través del trabajo y la sabiduría de Virginia Woolf.[1] Virginia Woolf, como se sabe, es la escritora británica que se suicidó a la edad de 59 años en un río que quedaba cerca de su casa de verano.

Recordé, y esto de inmediato, la manera entre ávida y asombrada en que leí por primera vez Las olas —enunciando a cada personaje en voz alta y encontrando conexiones demasiado cercanas y demasiado imposibles con Rohda o con Percival (todo esto bajo un árbol, un verano). Recordé la voz de Septimus en mi cabeza de adolescente, toda llena de angustia y desesperanza (¿la voz de Septimus o mi cabeza?). Recordé la traviesa alegría al pasar por las páginas de Orlando, una y otra vez, y otra más. ¿Y cómo no decir, con una honestidad absoluta, que cada uno de esos libros no mejoró mi vida? ¿Cómo no aceptar que muchos de los personajes y algunas de las ideas de Virginia Woolf establecieron ese primer mapa emocional que después ha servido para orientar maneras de observar y de implicarse con la vida? Las dudas, estas dudas, me obligaron, por supuesto, a adquirir el libro (en Miami, un domingo).

Según su autora, una doctora en literatura y especialista en psicología clínica que ahora da clases en la New School de Nueva York y que responde al nombre de Ilana Simons, la principal enseñanza de Woolf es el vínculo que estableció entre lo personal y lo político, “percibiendo a la psicología como la raíz de todo lo que hacemos, describiendo incluso a las formas de gobierno como resultado de la personalidad, y dando crédito a las habilidades interpersonales, a las que con tanta frecuencia se les desestima”. A eso habría que añadir que, una vez más de acuerdo a Simons, el trabajo de Woolf nos ayuda a “conocernos a nosotros mismos invitándonos a saltar, con tremenda fuerza, para ver nuestro interior” con la intención de constatar, como la autora misma, “lo crudo e incluso lo feo de nuestra condición”. Los consejos para mejorar la vida parecen no partir, en este caso, de una afirmación gratuita del status quo o una aceptación pasiva de destino alguno, sino de la identificación del tipo de giros y subversiones que hacen de la vida algo único y personal: algo desviado: algo imperfecto.

Así, combinando información de su diario y sus cartas, así como escenas específicas de sus novelas, Simons elige subrayar al menos 13 situaciones distintas: desde la necesidad de encontrar amistades incómodas con tal de tener el privilegio de ejercer la capacidad crítica de la conversación, hasta el consejo de aceptar a la soledad como una condición de trabajo y de vida, esto sin olvidar, en el capítulo dedicado a las relaciones humanas, que comunicarse es siempre una manera de comunicarse mal o comunicarse a medias, cosa que no debe “arreglarse” sino aceptarse como parte de la creatividad de todo lector, incluso el lector de su pareja.

En referencia a las amistades incómodas, Simons utiliza, por ejemplo, el lazo que Woolf estableció con Ethel Smyth, una compositora extrovertida, sufragista y algo escandalosa que, aún sin compartir su estilo de vida, o precisamente por eso, se convirtió en una de esas relaciones tensas y dinámicas que en mucho le permitieron explorar otros lados de sí misma. Algo similar ocurrió con Vita Sackville-West, la mujer abierta y arriesgada con quien sostuvo su muy famoso affair cuando a los 43 años de edad y en un matrimonio del que se había retirado ya la pasión, en lugar de hacer lo previsible y sano, decidió ceder a la tentación. “Las amistades difíciles, diría Woolf, valen la pena. El riesgo es un pequeño trauma con un gran premio potencial al final”. Y ahí está el Orlando, además de la amistad de muchos años, como prueba.

Simons utiliza, por ejemplo, la relación entre el señor y la señora Ramsey de Hacia el faro para analizar la manera en que Woolf, dejándolos danzar a medias en una comunicación que siempre parece ser sobre algo más, dejándolos establecer una distancia que parece frialdad pero que acaso también es tolerancia, “se rinde ante el triste hecho de que todos hablamos en código”. Y rendirse aquí es sinónimo de flexibilidad más que de derrota.

La metodología es dudosa, ciertamente, pero esta lectura inesperada, esta lectura a contrapelo, de los libros tanto biográficos como de ficción de Virginia Woolf tiene la ventaja de no ser sermonera ni innecesariamente optimista. Y, pensándolo bien, ¿quién mejor que una suicida para dar consejos sobre cómo mejorar la vida? pm

[1] Ilana Simona, A Life of One´s Own. A Guide to Better Living Through the Work and Wisdom of Virginia Woolf, (New York: Penguin Books, 2007).

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Thursday, November 08, 2007

JEN HOFER Y SU POÉTICA DE LA TRADUCCIÓN EN EL CAMPUS TOLUCA

Como parte de la Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas, hoy 8 de noviembre del 2007, se presentará la poeta y traductora Jen Hofer en el Auditorio III del Campus Toluca a las 13:00 horas.

Además: exposición de carteles del ejercicio BEFORE-ANTES/AFTER-DESPUÉS con La Mejor Traducción de Ti Mismo.



Jen Hofer moved to Los Angeles from Mexico City in 2002. She edited and translated Sin puertas visibles: An Anthology of Contemporary Poetry by Mexican Women (University of Pittsburgh Press and Ediciones Sin Nombre, 2003) and a feature section on contemporary Mexican poetry for issue #3 of the journal Aufgabe. She regularly translates the work of Dolores Dorantes, Cristina Rivera-Garza and Laura Solórzano. Her recent books include a translation of excerpts from Dolores Dorantes’ PUREsexSWIFTsex (Seeing Eye Books, 2004), the chapbook lawless (Seeing Eye Books, 2003), slide rule (subpress, 2002), and The 3:15 Experiment (with Lee Ann Brown, Danika Dinsmore, and Bernadette Mayer, The Owl Press, 2001). Her next book, a collaborative effort with Patrick Durgin, will be published in 2006 by Atelos. Her poems and translations appear in recent issues of 1913, BOMB Magazine, Bombay Gin, damn the caesars, Indiana Review, Primary Writing, Tragaluz and War and Peace. She works as a professor and court interpreter, and is a founding member of the City of Angels Ladies’ Bicycle Association, also known as The Whirly Girls.

Jen Hofer se mudó de México, D.F. a Los Ángeles en 2002. Hizo la selección y traducción de Sin puertas visibles: una antología de poesía contemporánea de mujeres mexicanas (University of Pittsburgh Press anyd Ediciones Sin Nombre, 2003) y una sección especial enfocada en la poesía contemporánea mexicana para el número 3 de la revista literaria Aufgabe. Sus libros más recientes incluyen una traducción de algunas secciones del libro sexoPUROsexoVELOZ de Dolores Dorantes (Seeing Eye Books, 2004), la plaquette lawless (Seeing Eye Books, 2003), slide rule (subpress, 2002), y The 3:15 Experiment (con Lee Ann Brown, Danika Dinsmore, y Bernadette Mayer, The Owl Press, 2001). Su próximo libro, un proyecto colaborative con Patrick Durgin, se publicará en 2006 por Atelos. Sus poemas y traducciones se han publicado en números recientes de las revistas 1913, BOMB Magazine, Bombay Gin, damn the caesars, Indiana Review, Primary Writing, Tragaluz, y War and Peace. Se desempeña como profesora e intérprete judicial, y es miembro fundador de la Asociación de Damas Bicicletistas de la Ciudad de Los Ángeles, también conocida como las Lindas Remolindas

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Tuesday, November 06, 2007

CAMPUS EN TRADUCCIÓN





¿en que otro lugar es posible leer a Alejandra Pizarnik en el lenguaje de la efe? ¿es toda ergástula algo oscuro? ¿puede un hombre despertarse en ave? ¿que pasa por la cabeza de la mujer que, después de ver el nudo de la soga, decide subirse a un columpio? ¿were all of us, some of us, that cute boy?


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EXTRAÑO MOMENTO MATUTINO

Las figuras que formaba la parvada justo en el centro del cielo: raudo el movimiento: sinuosas las letras de su vuelo.

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LA VIOLENCIA Y EL DOLOR

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Hace poco más de un par de décadas, diversos grupos de antropólogos, filósofos, médicos, historiadores, entre otros tantos analistas de lo social, trajeron al campo de los estudios culturales el tema del dolor —el dolor individual e íntimo que muchas veces se transforma en una cicatriz muda pero evidente, y el dolor social que marca la historia y el presente de las comunidades en las que vivimos. Aglutinados alrededor de desgracias tanto individuales como sociales (del exilio a la hambruna, de la tortura a los desastres naturales, de la violación sistemática a la guerra), estos analistas empezaron por enfrentar uno de los problemas que, a juicio de Susan Sontag en su muy famoso ensayo sobre El dolor de los otros ha impedido la comprensión cabal, es decir, la comprensión cabalmente política, de la experiencia humana del sufrimiento, a saber, el creciente valor de cambio y la glamourización de la violencia. ¿Cómo evitar tanto el morbo como la indiferencia cuando se trata del dolor ajeno? ¿Qué hacer para transformar el acto de ver un cuerpo destrozado (en la calle, por ejemplo) en algo que no sea puro voyeurismo o vacía fascinación? ¿De qué manera evadir el sentimentalismo artrero con el que con tanta frecuencia se explota el dolor ajeno con fines de auto-agrandamiento? ¿Cómo evadir el shock comercial de la violencia y tocar, y trastocar si es del todo posible, el mundo de los sufrientes?

No se trata, por supuesto, de cerrar los ojos o apagar el televisor. La solución no consiste en hacer como si esto (esto que es la violencia en el mundo contemporáneo) no estuviera pasando. Sontag recurre, de manera convincente, a las series de fotografías que Sebastián Salgado ha realizado acerca de las migraciones contemporáneas y los procesos de trabajo en el mundo actual para señalar los riesgos en los que incurre la cámara y el fotógrafo y aquellos que miran las imágenes de la cámara del fotógrafo cuando se toca, sin tocar, el dolor de los otros. Argumenta Sontag que, en contexto de una creciente comercialización en el que se exhibe su trabajo, Salgado representa a los sin poder como, efectivamente, sin poder, agrandando el sufrimiento al grado de producir parálisis en lugar de empatía. Salgado, además, sustrae el nombre de las víctimas, excluyéndolos así de una autoría que, en sentido estricto, les pertenece. Los sufrientes, esto habrá que recordarlo, están interesados en que se represente su sufrimiento y también, a veces sobre todo, en representarlo ellos mismos. Esta manera de ver el dolor, continúa Sontag, se basa en y a su vez produce dosis cada vez mayores de pasividad, aunada por supuesto a “ese cinismo de las clases cultas”, tan proclives a cuestionar incluso el estatuto de “realidad” de mucho del sufrimiento humano.

Ante la reificación y la rapiña, ante el cinismo y la indiferencia, nada como reconocer por principio de cuentas–-esto es lo que sugiere Sontag como inicio de un paliativo que consiste en la contextualización puntual, es decir política, de la desgracia–-que si justo en este momento somos capaces de ver el dolor de los otros (en la nota roja, en la televisión, en una pintura, un grabado, un libro) es porque somos privilegiados y ese privilegio —este privilegio— está conectado de maneras directas e íntimas, de maneras jerárquicas e injustificables, de maneras desiguales e históricas, con el dolor ahora observable de los otros. Localizar estos múltiples vínculos para ponerlos sobre la mesa de discusión del nosotros sería, así, una manera de evitar la glamourización de la violencia para recordar tantas veces como sea necesario que el dolor es un fenómeno complejo que, por principio de cuentas, cuestiona nuestras nociones más básicas de lo que constituye la realidad. El dolor paraliza y silencia, es cierto, pero también satura la práctica humana y, en ocasiones, la libera, produciendo voces que, en su profundidad o desvarío, nos invitan a visualizar una vida otra, en plena implicación con los otros.

De la violencia al dolor: cuatro puntos varios:

1) Sólo una historiografía centrada alrededor del cuerpo puede albergar estudios sobre el dolor: cuando estudiamos el dolor en realidad estamos acercándonos con todas nuestras herramientas teóricas y metodológicas al cuerpo.

2) El cuerpo dolorido habla, pero habla a su manera. Habla entrecortadamente. Titubea. Tropieza. Pausa. Hay que encontrar una manera de escribir (una manera de representar) que emule y encarne esa manera de hablar.

3) Debido a su complejidad, el dolor va directamente contra las dictomías que hacen tan fácil el uso o admiración por la violencia. El dolor nos saca del terreno de la violencia: el dolor arropa a la violencia con su manto de humanidad.

4) El dolor no sólo destroza sino que también produce realidad: de ahí que sus lenguajes sociales sean sobre todo lenguajes de la política: lenguajes en que los cuerpos descifran sus relaciones de poder con otros cuerpos. Es con frecuencia a través de la religión y la reproducción social que el lenguaje del dolor se convierte en un productor de significados y de legitimidad.

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Monday, November 05, 2007

LA INQUIETANTE (E INTERNACIONAL) SEMANA DE LAS MUJERES TRADUCIDAS: Noviembre 5 al 9 del 2007 en el ITESM-Campus Toluca

39: MODELO PARA ARMAR
Omar Gorrín, San Juan, Puerto Rico
(Cristina Rivera Garza, Nadie me verá llorar)













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Wednesday, October 31, 2007

LA MUJER DE LOS CÁRPATOS

[cuento publicado en revista Tierra Adentro, número 148, octubre-noviembre 2007]


Write this. We have burned all their villages.
Write this. We have burned all their villages and the people in them.
Write this. We hava adopted their customs and their manner of dress.
Michael Palmer, "Sun", in Codes Appearing, 233.


--Llegué hace veinte años --contesté en voz baja mientras fingía no ver su intensa mirada azul. No me creía. Eso es lo que supuse: que no me creía y, por eso, también le dije que había llegado en el lomo de un burro gris, acompañada de unos cuantos víveres y un par de cuadernos. El se introdujo entonces una brizna verde entre los dientes y se quedó callado. El asomo de una sonrisa entre sus dos labios. El cielo tan azul como sus ojos. El viento.

--¿Y desde entonces te vistes de hombre?

Recordé la manera en me había tomado: violentamente. Un ansia extraviada en cada mano. Un rencor muy íntimo. Sus dedos como abrelatas dentro de mi boca. ¡Cuánto tiempo de no ver un artefacto así! Recordé el aroma de su sudor: algo carnívoro. Y el sabor agrio de sus mejillas. Le dije, todavía inclinada sobre el agua del río, todavía fingiendo no ver su intensa mirada azul, que era mejor vivir sola como hombre. No me preguntó porque decía eso. Tomó su pequeña valija de cuero y se alejó. Conté sus pasos sin voltear a verlo. Cuando iba en el número 23 titubeó. Se dio la media vuelta.

--¿Me esperarás? --preguntó.

Le contesté que sí todavía inclinada sobre el agua del río. Introduje la mano a la corriente y saqué una piedrecilla redonda, lisa. La sostuve frente a mí como si se tratara de un espejo. Luego la guardé en el bolsillo derecho del pantalón. Supuse que quería recordar esa tarde. Supuse que la piedra estaba en lugar del forastero.
Nunca supe por qué había mencionado esa cifra: 20 años. Tampoco supe para qué era la espera que me hizo prometerle.


Antes de elegir mi destino había leído sobre ellas. Un libro extraño, mitad historia y mitad leyenda. Un libro en una biblioteca de ciudad. Lo leí con desmesura, como solía hacerlo entonces. Humedecía la yema del dedo índice para pasar las páginas y se me olvidaba comer. Solía detenerme únicamente para tomar agua pero, inmóvil frente a la llave del fregadero, en realidad no la bebía: apenas si colocaba el borde del vaso sobre mis labios volvía a distraerme. Algo urgente me llamaba desde otro lado de la habitación, y yo acudía. Antes de cerrar el libro ya lo había decidido: me iría de ahí, de la cocina y de la biblioteca y de la ciudad. Sería otra. Una de ellas. Es difícil explicar por qué hace uno las cosas que hace. Pero todo sucedió como en esos libros: me alejé y, sin planearlo apenas, llegué a una aldea donde hacían falta hombres. Les ofrecí trabajo. Me puse mis nuevas ropas y comprometí mi castidad. Y ellos, que eran tan pocos, inclinaron sus cabezas a mi paso.


El forastero apareció un mediodía frente a mi puerta. No venía, como yo alguna vez, sobre el lomo de un burro, sino sobre el asiento bastante maltratado de un vehículo militar. Un parabrisas salpicado de lodo. Cuatro llantas gruesas. Un toldo de tela rota. Las letras que adornaban su puerta me resultaban incomprensibles pero no así la lengua con la que se dirigió a mí. Me pidió agua y, como yo continuara inmóvil, abrió su cantimplora y la colocó de cabeza.

--¿Me entiendes? --repetía, cada vez más exasperado--. Necesito agua.

Tenía mucho tiempo de no ver a alguien así. Sus movimientos, tan infantiles, tan innecesarios, me conmovieron. Supuse que tenía miedo de morir.

--¿De dónde vienes? --le pregunté, tratando de hacerlo sentir menos incómodo bajo el dintel de la puerta. Acaso trataba de disuadirlo ya, de distraerlo. Nunca he sabido cómo deshacerme de la gente. Cuando dio un respingo que trató de disimular me percaté de que no podía verme bien. Como todas las de la montaña, mi casa era pequeña y oscura. Más tarde él la llamaría la covacha. Fría en el verano; cálida en invierno. Para eso son las casas así.

--Pero si eres una mujer --susurró, entre incrédulo y festivo.

Su cuerpo tapaba el sol, así que tampoco yo podía verlo bien. No supe qué contestar. Entonces cruzó el umbral. Una zancada larga y voluminosa. Yo tardé mucho tiempo en reaccionar.

[cuento completo en Tierra Adentro, 148, octubre-noviembre 2007]


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Tuesday, October 30, 2007

ROMPER EL HIELO Y NO TIENE NOMBRE EL PARAÍSO EN LA UNAM

Hoy, en compañía de la narradora Rosa Beltrán y los autores, presentaremos Romper el hielo: Novísimas Voces al Pie de un Volcán, la compilación de textos producidos en el taller Escrituras Colindantes que imparto en el ITESM-Campus Toluca y publicado por Bonobos Editores.

También presentaremos No tiene nombre el paraíso, la primera novela de la narradora Laura Zúñiga publicada por el Centro Toluqueño de Escriotres.

La cita es a las 6:00 pm, en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

¡Nos vemos por allá!

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CITAS TEXTUALES EN EL FINANCIERO

["Una cita con los libros", de Silvina Espinosa de los Monteros, en la sección cultural del periódico mexicano El Financiero]

El fomento a la lectura en México es una asignatura que históricamente se encuentra en déficit. Por una u otra razón ―desde la simple ignorancia hasta el acto de corrupción más impune―, el gobierno, las instituciones educativas, los profesores o los padres de familia no hemos sabido transmitir de manera consistente, el gozo que entraña leer a autores capaces de poner en jaque nuestras más íntimas certezas. No hemos atinado en comunicar que a cada individuo le pertenece una constelación de libros, que muchas veces se marchitan en los estantes a la espera de ser descubiertos. No importa la edad, ni la profesión, ni el gusto. En el generoso paraíso de las letras impresas, existen lecturas ideales para cada quien. Sólo que ―como la amistad o el amor― es necesario hallar los universos de palabras con las que uno resuena.

Y qué mejor oportunidad para intentar ofrecer una amplia variedad de opciones de lectura que a través de Entrelíneas, un nuevo programa de Canal 22, dedicado a los libros. Cuando me ofrecieron unirme a ese proyecto como coordinadora de la sección “Cita textual”, mi entusiasmo se duplicó, puesto que el objetivo era llevar escritores mexicanos a diferentes universidades y escuelas, a fin de que, previa lectura de un texto determinado, los alumnos pudieran entrevistar de manera conjunta al autor. Esta idea, que por cierto es de la escritora Cristina Rivera Garza, ha comenzado a materializarse. Hasta el momento, distintos grupos de estudiantes han conversado con Rosa Beltrán, Alberto Ruy Sánchez, Álvaro Enrigue, Mario Bellatin y Juan Hernández Luna, entre otros. Hemos ido a universidades públicas como la UNAM o el CCH Oriente y privadas como la Ibero, la Universidad del Claustro de Sor Juana y la Escuela Dinámica de Escritores.

Dentro de un panorama como el que vive nuestro país, quienes convocamos a estas “Citas textuales” no queremos que sean guardadas en la memoria como un hecho excepcional. Por el contrario, deseamos difundir este botón de muestra para que en la vida cotidiana de las escuelas los encuentros se multipliquen, gracias a la participación activa de profesores, directivos, alumnos y editoriales. Si tenemos suerte, quizás algún fragmento de estas conversaciones caerá en terreno fértil para que los jóvenes vayan en búsqueda de aquellos libros que pertenecen a esa constelación, a esa misteriosa cartografía trazada por sus afinidades electivas.

Todo encuentro casual es una cita, dijo Borges. Y no hay nada más subversivo que hallar libros que, aún cuando no teníamos noticia de su existencia, son capaces de reflejar con asombrosa precisión las facciones de nuestro verdadero rostro.

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LA MUERTE ME DA en ITESM-CAMPUS TOLUCA

Presentación de la novela La muerte me da en Auditorio II, a las 11:30 am, en ITESM-Campus Toluca.

Comentarios de Ciro Gómez Leyva.

!Nos vemos por acá!

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Y USTED, ¿ELEGIRÍA MORIR?
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Madeline Gins y Arakawa dedican su libro Architectural Body a un cierto tipo de seres humanos: aquellos que “han querido continuar/ viviendo y no han podido// y por lo tanto/ aún más/ a los trans-humanos”. Gran parte del trabajo colaborativo que ha llevado a cabo esta pareja de artistas ya por muchos años se basa en y llega al mismo tiempo a la conclusión de que morir no es un destino ineludible de la especie, sino que es más bien una decisión derrotista, una claudicación por parte de aquellos que no han logrado entender, y ni siquiera imaginar, que abogar por la vida es abogar por la vida siempre. Sin respiro. Sin cuartel. Proponiendo una arquitectura del cuerpo, si por eso se entiende la combinación de campos que van de la auto-organización, autopoesis, vida artificial y estudios de la conciencia, Gins y Arakawa han desarrollado un proyecto a favor de la vida bajo el muy sugerente título de Destino Reversible, anunciándole al mundo, como reza otro de sus títulos, que han decidido no morir. Los autores, como señalan varios comentaristas con una alarma descreída que comparto, no hacen esta declaración para escandalizar al público o para hacer un uso expresivo de la metáfora o para llamar la atención en día de muertos. Al contrario, sin rebuscamiento alguno, los dos se aseguran, cada cual a su manera, que la declaración es austera y va en serio. Así, cuando dicen, “hemos decidido no morir” no tienen empacho alguno en mirarlo a uno directamente a los ojos y seguir tomando a discretos sorbos su cafecito.

Yo sigo leyendo, francamente interesada, pero en realidad no sé. No sé si, en caso de poder decidir, decidiría no morir. No sé si estoy del lado de la vida a tal grado. O en ese grado. No sé, es más, si eso sea estar del lado de la vida. Al final o por principio de cuentas, me digo, lo propio de la vida es fenecer. Lo propio de estar vivo es saber que eventualmente o de un momento a otro, ya por cansancio o ya por violencia, se llegará a estar no vivo alguna vez. En este sentido, ponerse verdaderamente del lado de la vida tendría, por fuerza, que incluir estar del lado, luego entonces, de la muerte.

La inmortalidad, además, no siempre ha corrido con buena fama. Los que se dedican a esto le han dedicado largas páginas ya melancólicas o ya horrorizadas al tema. Porque no morir, como bien lo recuerda ese gran No-Vivo de la literatura universal que en pluma de Bram Stocker ha azolado la pesadillas de no pocos, no siempre significa permanecer vivo siempre. De hecho, con Drácula aprendimos que es más fácil padecer que gozar de ese extraño estado liminal sin aparente salida a donde van a parar las cosas y los seres que no mueren propiamente, aquellos que no terminan. Más que una conquista de trans-humano alguno, esa inmortalidad pasaría a ser un suplicio equiparable al de Sísifo: frente al inmortal, ahí, enorme, la montaña de la muerte que habrá de subir trabajosamente sólo para rodar montaña abajo una y otra vez, y una más, y volver, sin escapatoria alguna, a lo de siempre. El que no muere, después de todo, mata sin cesar o ve morir también incesantemente, y ninguna de esas dos posibilidades, a decir verdad, resultan cosas atrayentes.

Acaso porque escribo, me veo obligada a tener tratos continuos y más bien explícitos con la palabra fin (que no es sino un sinónimo más de la muerte). Cada vez que inicio una oración, o un párrafo o un capítulo o una novela, tengo que pensar, en un estado constante de pre-duelo, habrá que aceptarlo así, que el fin se acerca. La única manera de evitar el fin es, por supuesto, no iniciar absolutamente nada. Pero ya como transición o como impostura o como algo, en verdad, definitivo, el punto corta y suspende y concluye, respectivamente. El punto, luego entonces, mata. Y la vida, cuando lo es o porque lo es, surge de nueva cuenta en esa mayúscula arriesgada con la que se inicia una nueva travesía gramatical y de sentido que es toda oración. No me molesta, quiero decir, la idea de un fin, o del fin así en abstracto, y me gusta, de hecho, vivir en un mundo compartido con las presencias inexplicables de nuestros muertos –las cuales, gracias a la escritura, o sólo en la escritura, se vuelven, efectivamente, presencias y, además, inexplicables.

Por si hiciera falta algo más: el cempasúchil huele bien y su color, ese profundo tono entre amarillo y naranja, me recuerda la sensación de estar bajo la circunferencia del sol cuando, al atardecer, casi toca el horizonte. Y está, claro, ese ritual de murmullos y de tacto que comparten aquellos que se congregan alrededor de una tumba, esa cosa rectangular y profunda que es, también, una página. El cadáver como letra. El difunto como mi oración. Esto.

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Friday, October 26, 2007

LA MUERTE ME DA en VIERNES DE LECTURA de la UNAM

La cita es de 18:30 a 20:30 horas en Av. Presidente Carranza 162, casi esquina con Tres Cruces en Coyoacán. Mayores informes en los teléfonos 56 58 11 21, 55 54 55 79 y 55 54 85 13; difhum@servidor.unam.mx; http://www.cashum.unam.mx.

Cada sesión tiene un costo de 25 pesos para todo público, no se requiere inscripción previa ni haber leído alguna obra de los autores.

!Nos vemos por allá!

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Thursday, October 25, 2007

LA MUERTE ME DA en UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

Presentación de la novela La Muerte Me Da en el contexto de la Semana de las Letras "Palabras van, Palabras vienen". Con comentarios de José Ramón Ruisánchez y Carolina González. Modera: Rosario Buendía.

Jueves 25 de octubre, 2:00 pm.

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Tuesday, October 23, 2007

SE APROXIMA




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LOS SAGRADOS ALIMENTOS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Nada como una dieta para transformar el humilde y cotidiano acto de comer en un proceso inquietante y extraño. Basta con que el aumento de peso sea detectado por uno de los muchos sistemas de vigilancia que nos rigen desde la televisión hasta el confesionario para que entre en marcha todo un sistema científico y moral alrededor del cuerpo. Los beneficios del ejercicio. Las virtudes de la lechuga. El poder aleccionador de la manzana. Las ventajas físicas y espirituales de la moderación. Al saber que uno se ha, como se dice, puesto a dieta (y uno se pone a dieta por un sinfín de razones, no todas ellas lógicas), propios y extraños, con o sin títulos universitarios o experiencia profesional, se sentirán autorizados para ofrecer consejos y compartir historias, de preferencia dramáticas. En resumidas cuentas: un plato de sopa jamás volverá a ser un plato de sopa.

Hace ya tiempo recibí una misiva firmada por una persona que se hacía llamar la Mujer Vampiro. Se trataba, por supuesto, de una misiva extraña. Debido a eso, a su extrañeza, y también debido a su latente contenido de amenaza, decidí hacerla pública, subiéndola a mi blog (www.cristinariveragarza.blogspot.com). No sé si fue esa publicación u otra cosa lo que provocó que, muy pronto, aparecieran más. Las cartas electrónicas, generadas sin duda en negocios nocturnos a medio alumbrar, discurrían sobre una amplia gama de asuntos: de su relación con la luz, por ejemplo, al proceso de digestión, entre otras tantas cosas. Íntimas y aguerridas a la vez, con el tono de la confesión pero sabedoras de que serían leídas por más de una persona, las misivas vampíricas han ido a parar, una tras otra, en Una cierta relación con la luz, un texto electrónico que puede ser leído en www.vampveridica.blogspot.com

Pero a lo que me interesa volver ahora es al asunto de comer: el asunto, quiero decir, de nuestros sagrados alimentos. Recurro a las misivas de la persona que se hace llamar la Mujer Vampiro porque en uno de sus primeros comunicados escribió, y escribió bastante, sobre su proceso de alimentación. Escribió sobre todo aquello que se lleva a la boca. Sobre lo que incorpora a sí. Yo había cometido el error de preguntarle sobre su vida y ella, en ese tono de sermón que después llegué a asociar con su persona, contestó:

Una persona es, fundamentalmente, lo que come. Lo que engulle. Lo que incorpora a sí. Una persona es, me atrevería a asegurarlo, una manera de alimentarse. Si esto es cierto, yo, entonces, soy pura violencia. Lo debí haber dicho desde un inicio —y lo dije, nos consta a las dos— pero no sé si deba entrar ahora, que es el claro después, en engorrosos detalles. Me juego la continuación de su lectura, su posible rechazo, su alarma, su asco. ¿Se da cuenta que quiso evadir el meollo del asunto con una pregunta demasiado púdica? Los labios. El cuello. La sangre. Palabras para una escena sanguinolenta, efectivamente, pero, al fin y al cabo, atrayente. Sexual incluso. Excitante. Ojalá fuera así. Ojalá alimentarse fuera tan hermoso. ¿Pero nunca se pregunta usted acerca del diente que choca contra el hueso —ese ruido, ese momento, ese escándalo— y acerca del cuello que, casi partido en dos, cuelga del tronco de un cadáver? ¿Y si hay resistencia, que la hay siempre, no se pregunta nunca usted sobre la cercanía de los cuerpos y la manera en que se pega el olor a miedo y la alarma que produce el odio? ¿Y si no hay resistencia, lo cual sucede poco, no le da curiosidad saber qué es lo que se desliza por esos ojos abiertos e inmóviles que, al dolerse, porque eso hacen en su inmovilidad y en su apertura, dolerse, dolerse dolorosamente, se duelen por uno, por el hambre de uno? Ojalá alimentarse, Cristina, fuera simple. Ojalá, de verdad, fuera hermoso. Ojalá hubiera maneras civilizadas de satisfacer el hambre. Pero toda comida es un asesinato, lo sabe usted bien. Todo festín, un festín de horror. Todo platillo, un dolor transfigurado”.

Tengo mis reservas sobre algunas de estas ideas, eso es cierto, pero viviendo como vivo en un mundo donde comer y, sobre todo, no comer, se ha vuelto cosa de vigilancia, me resulta casi imposible evadirlas del todo. El diente que choca contra el hueso, repetí. La piedad que provoca nuestra hambre, cavilé. Haciendo gala de su mala educación, sin el tacto que procuran años de vida en sociedad, su misiva me trajo el punzante aroma del rastro: esa extraña conciencia de ser cosa viva, cosa natural. Luego pensé en Oryx y Crake, la novela en la que Margareth Atwood imagina un mundo post-apocalíptico en el que la comida se produce en granjas manipuladas genéticamente y donde ya no se puede hablar en sentido estricto de vida animal. Heme aquí, pues, debatiéndome entre el extremo gráfico de una boca que tritura la carne real que cae sobre las muelas (y la imagen no es amable es absoluto) y el aséptico espesor de una materia producida para cumplir estrictas funciones de supervivencia (y la imagen no es amable en absoluto).

¿Volverá alguna vez el tiempo simple en que comer era un placer?

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Monday, October 22, 2007

CUATRO PRESENTACIONES CUATRO (Primera LLamada)

La Muerte me Da (Tusquets, 2007), se presentará en los siguientes lugares y en las siguientes fechas:

JUEVES 25 DE OCTUBRE, 14:00 - 15:00 HRS
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
Comentarios de José Ramón Ruisánchez y Carolina González. Modera: Rosario Buendía.

VIERNES 26 DE OCTUBRE, 18:30 HRS
CASA DE LAS HUMANIDADES DE LA UNAM

MARTES 30 DE OCTUBRE, 11:30 HRS
ITESM-CAMPUS TOUCA
Comentarios de Ciro Gómez Leyva

MIERCOLES 31 DE OCTUBRE, 19:00 HRS
CASA REFUGIO CITLALTEPETL
Comentarios de Ana Clavel, Luis Felipe Fabre y Rogelio Cuéllar


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Thursday, October 18, 2007

HOY

Casa Refugio Citlaltepetl
Dentro del ciclo: Las Palabras Mágicas

Orilla, respiración, política, no: y seis palabras más.

7:30 pm.

Nos vemos por allá.

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Tuesday, October 16, 2007

MÓNICA NEPOTE Y NADIA CONTRERAS Y JOHN PLUECKER EN PROCESO DE TRADUCCIÓN

Imágenes y textos varios en www.semanamujerestraducidas.blogspot.com

!y seguimos!

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(CUATRO DE DIEZ) PALABRAS

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura: apuntes para presentación en ciclo Diez Palabras Mágicas, Casa Refugio Citlaltepetl, jueves 19 de octubre, 19:00 hrs.]


Orilla: Lejana del centro de todas las cosas, la orilla es vulnerable y espacial. Por ahí, por el gran aro de su O inaugural, entra el mundo y por ahí, también, sale. Zona de otredad. Criatura a punto de estar y de no estar: luciérnaga. Mera posibilidad. El contacto y la identificación y el rechazo empiezan por ahí, por la orilla. Epidermis monumental: ahí se fragua el más allá. Cosa lánguida. Materia de deseante deseo. Liga. El entender y el malentender suceden, ambos, a veces al mismo tiempo, en las orillas. Distanciada de la mirada del poder, un poco más allá de sus verdaderos dominios, la orilla prevarica, resiste, olvida. Es fácil divertirse en las orillas. Es fácil echarse un clavado para llegar a otro lugar. Orillarse es tomar un riesgo (aunque orillarse para la orilla suele ser, en México, su contrario). Orillarse es moverse al margen. El que se orilla se oculta, es cierto, pero acaso se afila. El que se orilla, muta. Lentamente. Yo es otra fue algo que Rimbaud dijo, definitivamente, en su propia orilla. La escritura, que es cosa de percepción, es por eso un asunto de orillas: uno escribe entre otras cosas para tensar los extremos y así expandir el campo de lo real. Después de la orilla está la orilla de la orilla y, aún después, está la caída. Despeñadero o tajo, da lo mismo. Limítrofe y terrena, la orilla colinda con todo lo demás. Promiscua, luego entonces. Infinita. Democrática. Infinitesimal. Orilla es el otro nombre de todas las cosas.

Respiración: Respirar no es cosa simple. No por nada inhalar e inspirar suelen ser términos intercambiables, y sí por algo el que exhala, especialmente si es su último suspiro, debe saber despedirse. Dar. Sutil y súbito a la vez, el movimiento de la respiración es, sobre todo, un ejercicio de alteridad. A través de la inhalación me apropio del afuera, lo integro a mí, para devolverlo luego, todo entero, a través de la exhalación, al mismo lugar de su partida. Ese ruido. Esa apertura. El que respira, y lo sabe, tiembla. El que respira con conocimiento de causa siente un revuelo extraño en su interior. El aliento. Eso que otros más antiguos solían llamar, siempre en itálicas, el espíritu. Escribir, como es bien sabido, es cosa de saber respirar. Materia de suspiros. Es imposible construir una frase sin tener una conciencia puntual del movimiento del cuerpo cuando inhala y exhala. No es extraño, pues, que cada presión de la tecla se vea acompañada por el sutil movimiento de los labios cuando enuncian, en voz muy baja, las palabras que callan sobre la pantalla o la página. Se trata, claro, de medir el aliento, de dosificar la presencia del espíritu. Se trata de saber hasta donde se puede llegar. La escritura es, luego entonces, una cuestión de tiempo medido, es decir, experimentado, por el cuerpo. Hay, es cierto, literatura asfixiante, pero no puede haber escritura sin respiración. “Allí donde irrumpe la libertad de la respiración” argumenta Peter Sloterdijk en “La promesa del mundo y la literatura universal”, “nace una frivolidad característica… Para la gente del ramo literario el aliento escritor constituye su último criterio utópico. De su soplo o su falta depende si nuestros textos se dirigen a espacios en libertad o se convierten en papeles pintados con los que los no desligados tapizan sus cavernas.”

Política: Escribir es política: nunca he dudado de eso. Utilizar el lenguaje o dejarse utilizar por él, eso es una práctica cotidiana de la política. Trastocar los límites de lo inteligible o de lo real, que eso y no otra cosa es lo que se hace al escribir, es hacer política. Independientemente del tema que trate o de la anécdota que cuente o del reto estilístico que se proponga, el texto es un ejercicio concreto de la política. Mi mano, sobre todo la izquierda aunque también la derecha, es pura política. La forma, que cuando es forma en realidad es el fondo a donde han de parar todos los objetos del mundo conocido y del mundo por conocer, es un asunto de política. Los artículos determinados que designan el género de los sustantivos son cosa del cuerpo de la política. La oración, cuando es gramatical y cuando es religiosa, es materia de política. Las yemas de los dedos que caen a toda prisa sobre el teclado en realidad presionan las teclas de la política. Privilegiar a las minúsculas y al plural es siempre una decisión política. Una dedicatoria, sobre todo si es romántica, es la encarnación misma de la política. Cuando decido nombrarte y, luego, cuando decido que nada es cierto: todo eso es un misterio político. El sujeto y el verbo y el complemento son tres elementos fundamentales de la articulación política.

No: me uno a Emily Dickinson, que la consideraba la más salvaje de todas las palabras.

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