BREVE RELACION DE SERES FANTÁSTICOS ENCONTRADOS EN TIJUANA
1) La Asociación Libre de Pilotos Encendidos (y todas sus víctimas terrestres): Dícese de seres que han sufrido los gustos, o embates según sea el caso, del funcionamiento altamente irregular del fuego de algunos boilers.
2) Movimiento Internacional contra la Canela (con todo y presidente de acento en lengua en proceso de extinción): Dícese de seres a los que por razones misteriosas les gusta la canela pero les disgusta la cantidad de canela que se dispensa en alimentos fronterizos.
3) La Feminista Elegante: dícese de alemana linda con pelo rojo y al ras que, además, cocina: aperitivo de gorngonzola y pera y uvas, lasaña vegetariana, ensalada verde, vino santaynezino, whisky cándido, postre de pera y fresa y manzana, café bien negro, todo servido en vajilla impromptu de colores sugestivamente vivos.
4) El Imponente (porque se impone y, válgame dios, se autoimpone) Club de las Cenas Apoteósicas: véase menú anterior.
5) El Taquero Carismático: lo único que sabemos es que viene de Mazatlán, pica pulpo desde hace quince años, y se sonroja.
6) La Mesera Memoriosa: después de casi once meses de ausencia, la memoriosa me ve y dice: usted tenía tiempo de no venir por aquí, como si fuera natural el venir, el no venir, el acordarse. Yo pienso (y le digo a la concurrencia): Yo A Alguien Le Importo (en mayúsculas, faltaba menos).
--crg
Saturday, June 30, 2007
Wednesday, June 27, 2007
KOREAN ALL OVER AGAIN
Start the next line.
Might have been. Wanted to see it.
Might have been. Wanted to have seen it
to have it happen to have it happen before. All of it.
Unexpected and then there
all over. Each part. Every part. One at a time
one by one and missing none. Nothing.
Forgetting nothing
Leaving out nothing.
But pretend
go to the next line
Resurrect it all over again.
Bit by bit. Reconstructing step by step
step
within limits
enclosed absolutely shut
tight, black, without leaks.
from Dictee by Theresa Hak Kyung Cha (1951-1982)
--crg
Start the next line.
Might have been. Wanted to see it.
Might have been. Wanted to have seen it
to have it happen to have it happen before. All of it.
Unexpected and then there
all over. Each part. Every part. One at a time
one by one and missing none. Nothing.
Forgetting nothing
Leaving out nothing.
But pretend
go to the next line
Resurrect it all over again.
Bit by bit. Reconstructing step by step
step
within limits
enclosed absolutely shut
tight, black, without leaks.
from Dictee by Theresa Hak Kyung Cha (1951-1982)
--crg
Tuesday, June 26, 2007
CUATRO (PER)VERSIONES SOBRE FELICE
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Las mujeres brillan por su ausencia, se sabe. Pero si alguien ha verdaderamente brillado debido a su no-estar-ahí, ésa es, sin duda, Felice Bauer —la eterna prometida de Franz Kafka. Berlinesa, empleada, lectora, amiga de los Bloch, no especialmente atractiva, siempre-a-punto-de-casarse. Debe ser mi gusto por Lo Contrario o mi fascinación personal por el Estar abrumador del No-Estar, pero cada vez que me topo con alguna mención de la copiosa Respondencia (que no co-rrespondencia) de Kafka, me surge la pregunta, una pregunta de hecho inacabada, acerca de Felice. No sólo quién era, sino, sobre todo, ¿cómo escribía?
Hacerse una pregunta de este tipo en el contexto de tanto silencio, de tanto no-estar, es algo que, por fuerza, conduce a respuestas imaginarias: a versiones, o aún mejor, a las (per)versiones del enigmático caso.
1. En mi primera (per)versión, Felice es, como corresponde a una escritora, una lectora atenta de los textos (que son los mundos) que la circundan. Puedo ver sus manos (huesudas) (de dedos largos) leyendo la misiva de Franz aún antes de abrirla. La veo enfocar la mirada y buscar con disciplina y tezón ese lugar cómodo y luminoso, ese lugar privado, donde podrá leerla en concentración total. Registro la manera en que avanza hacia el lugar de siempre: una silla, un pequeño escritorio, una ventana. Ahí están los instrumentos de su trabajo: la plumilla con la que marcará el texto y la atención con la que identificará aquello que merezca tal marca. Así, ligeramente inclinada sobre la superficie del escritorio, Felice lee y, cual corresponde a un verdadero lector, relee la carta. No es sino hasta la cuarta o quinta vez que empieza a marcarla: subrayados, notas al margen, jeroglíficos que sólo ella y Franz entienden o entenderán. Resulta claro que a la escritora Felice no le interesa agradar al autor del texto, sino expresar, por escrito y en el texto mismo, sus ideas acerca del texto. Cuando ya ha reflexionado sobre estas ideas mientras bebe té o mira a través de la ventana, empieza a redactar su carta. Ahí está su escritura propia. Se trata de un texto parco y directo, de frases inusualmente cortas y trazos firmes. Es el texto de un lector crítico y puntilloso e inmisericorde. Es el texto de alguien que, en realidad, no desea casarse. Cuando Franz recibe su respuesta la lee, como corresponde a un escritor, con atención y rigurosidad. Hay una leve y efímera expresión en su rostro que casi parece sonrisa pero que es, en verdad, algo inclasificable, cuando, con movimientos lentos y metódicos, empieza a romperla. Apenas si termina el destrozo da inicio, por supuesto, a su nueva misiva.
2. En la segunda (per)versión, Felice es una muchacha más frívola de lo que deja entrever su rostro. Al inicio las cartas de Franz la divierten, pero pronto otras cosas la distraen. Berlín es, después de todo, una ciudad donde hay acontecimientos y esto es el inicio del siglo XX. Pronto, pues, sus respuestas son parcas y directas e inmisericordes. Dicen: ¡Qué lindo! (en alemán, el original). Franz casi alcanza a sonreír cuando, con metódicos movimientos de planta, empieza a romper el papel. La idea de jugar un juego tan siniestro lo entusiasma y, seguramente debido a eso, enciende la lámpara que le permitirá escribir la siguiente carta.
3. En la tercera (per)versión, Felice tiene muchas amigas —mujeres jóvenes como ella a quienes les intriga eso de tener un pretendiente por escrito. Cada que recibe una carta, Felice y sus amigas la leen con pequeñas expresiones de júbilo que, para un observador poco atento, podrían hasta pasar por gimoteos de vago contenido sexual. La lectura colectiva precede, por supuesto, a la escritura colectiva de la carta que pronto recibirá Franz.
Franz, por supuesto, casi ríe antes de romperla.
4. Felice, quien siempre está ocupada con (per)versiones que no alcanzo a imaginar, deja las cartas de Franz sobre su nochero. De ahí las toma otra mujer, más joven aún y más pobre, cuyo nombre es Traurig. Y es ella quien, después de leerlas con el cuidado que sólo tendría alguien que, sabiendo leer, tiene muy pocas oportunidades de hacerlo, le responde al joven de Praga. Conoce, aunque no mucho, a Felice, para quien trabaja, y no conoce nada al dueño de esa letra pequeña y más bien regular que la entretiene por las mañanas. Seguramente por eso, por no conocerlos bien o en realidad nada, es que toma su tarea de escritora secreta con verdadero gusto, con la pasión que uno sólo pone en las cosas o prohibidas o inverosímiles. Así pasa el tiempo. Franz duda al ver a Felice por segunda vez (la primera había ocurrido meses atrás, en 1912, en la casa de los Bloch), pero continúa el juego. El gusto por la escritura, como siempre, lo vence. Cuando se compromete con Felice, Franz busca con el rabillo del ojo algo más. La ve entonces. O cree verla. Y sigue adelante. Así pasan cinco años. Mientras tanto, por si las dudas, se deshace de las misivas, rompiéndolas.
Dicen los que lo vieron, que no fueron muchos (que fue, de hecho, sólo una solitaria escritora entrometida), que había en su rostro una leve y efímera expresión, una casi sonrisa, mientras lo hacía.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Las mujeres brillan por su ausencia, se sabe. Pero si alguien ha verdaderamente brillado debido a su no-estar-ahí, ésa es, sin duda, Felice Bauer —la eterna prometida de Franz Kafka. Berlinesa, empleada, lectora, amiga de los Bloch, no especialmente atractiva, siempre-a-punto-de-casarse. Debe ser mi gusto por Lo Contrario o mi fascinación personal por el Estar abrumador del No-Estar, pero cada vez que me topo con alguna mención de la copiosa Respondencia (que no co-rrespondencia) de Kafka, me surge la pregunta, una pregunta de hecho inacabada, acerca de Felice. No sólo quién era, sino, sobre todo, ¿cómo escribía?
Hacerse una pregunta de este tipo en el contexto de tanto silencio, de tanto no-estar, es algo que, por fuerza, conduce a respuestas imaginarias: a versiones, o aún mejor, a las (per)versiones del enigmático caso.
1. En mi primera (per)versión, Felice es, como corresponde a una escritora, una lectora atenta de los textos (que son los mundos) que la circundan. Puedo ver sus manos (huesudas) (de dedos largos) leyendo la misiva de Franz aún antes de abrirla. La veo enfocar la mirada y buscar con disciplina y tezón ese lugar cómodo y luminoso, ese lugar privado, donde podrá leerla en concentración total. Registro la manera en que avanza hacia el lugar de siempre: una silla, un pequeño escritorio, una ventana. Ahí están los instrumentos de su trabajo: la plumilla con la que marcará el texto y la atención con la que identificará aquello que merezca tal marca. Así, ligeramente inclinada sobre la superficie del escritorio, Felice lee y, cual corresponde a un verdadero lector, relee la carta. No es sino hasta la cuarta o quinta vez que empieza a marcarla: subrayados, notas al margen, jeroglíficos que sólo ella y Franz entienden o entenderán. Resulta claro que a la escritora Felice no le interesa agradar al autor del texto, sino expresar, por escrito y en el texto mismo, sus ideas acerca del texto. Cuando ya ha reflexionado sobre estas ideas mientras bebe té o mira a través de la ventana, empieza a redactar su carta. Ahí está su escritura propia. Se trata de un texto parco y directo, de frases inusualmente cortas y trazos firmes. Es el texto de un lector crítico y puntilloso e inmisericorde. Es el texto de alguien que, en realidad, no desea casarse. Cuando Franz recibe su respuesta la lee, como corresponde a un escritor, con atención y rigurosidad. Hay una leve y efímera expresión en su rostro que casi parece sonrisa pero que es, en verdad, algo inclasificable, cuando, con movimientos lentos y metódicos, empieza a romperla. Apenas si termina el destrozo da inicio, por supuesto, a su nueva misiva.
2. En la segunda (per)versión, Felice es una muchacha más frívola de lo que deja entrever su rostro. Al inicio las cartas de Franz la divierten, pero pronto otras cosas la distraen. Berlín es, después de todo, una ciudad donde hay acontecimientos y esto es el inicio del siglo XX. Pronto, pues, sus respuestas son parcas y directas e inmisericordes. Dicen: ¡Qué lindo! (en alemán, el original). Franz casi alcanza a sonreír cuando, con metódicos movimientos de planta, empieza a romper el papel. La idea de jugar un juego tan siniestro lo entusiasma y, seguramente debido a eso, enciende la lámpara que le permitirá escribir la siguiente carta.
3. En la tercera (per)versión, Felice tiene muchas amigas —mujeres jóvenes como ella a quienes les intriga eso de tener un pretendiente por escrito. Cada que recibe una carta, Felice y sus amigas la leen con pequeñas expresiones de júbilo que, para un observador poco atento, podrían hasta pasar por gimoteos de vago contenido sexual. La lectura colectiva precede, por supuesto, a la escritura colectiva de la carta que pronto recibirá Franz.
Franz, por supuesto, casi ríe antes de romperla.
4. Felice, quien siempre está ocupada con (per)versiones que no alcanzo a imaginar, deja las cartas de Franz sobre su nochero. De ahí las toma otra mujer, más joven aún y más pobre, cuyo nombre es Traurig. Y es ella quien, después de leerlas con el cuidado que sólo tendría alguien que, sabiendo leer, tiene muy pocas oportunidades de hacerlo, le responde al joven de Praga. Conoce, aunque no mucho, a Felice, para quien trabaja, y no conoce nada al dueño de esa letra pequeña y más bien regular que la entretiene por las mañanas. Seguramente por eso, por no conocerlos bien o en realidad nada, es que toma su tarea de escritora secreta con verdadero gusto, con la pasión que uno sólo pone en las cosas o prohibidas o inverosímiles. Así pasa el tiempo. Franz duda al ver a Felice por segunda vez (la primera había ocurrido meses atrás, en 1912, en la casa de los Bloch), pero continúa el juego. El gusto por la escritura, como siempre, lo vence. Cuando se compromete con Felice, Franz busca con el rabillo del ojo algo más. La ve entonces. O cree verla. Y sigue adelante. Así pasan cinco años. Mientras tanto, por si las dudas, se deshace de las misivas, rompiéndolas.
Dicen los que lo vieron, que no fueron muchos (que fue, de hecho, sólo una solitaria escritora entrometida), que había en su rostro una leve y efímera expresión, una casi sonrisa, mientras lo hacía.
--crg
Monday, June 25, 2007
CITA TEXTUAL EN XALAPA
Gracias a los esfuerzos de Guadalupe Flores, académica de la Universidad Veracruzana, Leticia Cortés, editora, y Jesús Guerrero, se prepara una Cita Textual Múltiple para finales de septiembre del 2007. Las autoras invitadas son: Rosa Beltrán, con su libro de reciente publicación, Alta Infidelidad; Ana Clavel, con su novela Cuerpo Náufrago; Silvia Molina, con un título todavía por decidir, y Cristina Rivera Garza, con el libro de cuentos Ningún Reloj Cuenta Esto.
Por allá nos vemos en unos cuantos meses, faltaba más. --crg
Gracias a los esfuerzos de Guadalupe Flores, académica de la Universidad Veracruzana, Leticia Cortés, editora, y Jesús Guerrero, se prepara una Cita Textual Múltiple para finales de septiembre del 2007. Las autoras invitadas son: Rosa Beltrán, con su libro de reciente publicación, Alta Infidelidad; Ana Clavel, con su novela Cuerpo Náufrago; Silvia Molina, con un título todavía por decidir, y Cristina Rivera Garza, con el libro de cuentos Ningún Reloj Cuenta Esto.
Por allá nos vemos en unos cuantos meses, faltaba más. --crg
Sunday, June 24, 2007
Saturday, June 23, 2007
THE LAB DOES IT AGAIN!
Nuestra querida poeta Amaranta Caballero Prado ha recibido y aceptado una invitación a participar en el Festival de Poesía Lationoamericana Latinale 2007, el cual se celebrará el próximo octubre-noviembre en las ciudades de Berlín, Postdam, Leipzig y Hamburgo. Amaranta leerá poemas de su proyecto "Lo que el viento trae a mis pies", cuya primera versión fue elaborada durante su estancia en el Laboratorio Fronterizo de Escritores/Writing Lab on the Border (el concepto que FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, CECUT e ITESM-Campus Toluca me ayudaron a convertir en realidad). Los poemas serán traducidos, faltaba más, al alemán. Más sobre esta joven autora en: www.amarantacaballero.blogspot.com
Cual debe, va un brindis desde terrenos californianos con productos californianos! (con los ojos desmesuradamente abiertos justo en el momento en que chocan las copas) (clink!) --crg
Nuestra querida poeta Amaranta Caballero Prado ha recibido y aceptado una invitación a participar en el Festival de Poesía Lationoamericana Latinale 2007, el cual se celebrará el próximo octubre-noviembre en las ciudades de Berlín, Postdam, Leipzig y Hamburgo. Amaranta leerá poemas de su proyecto "Lo que el viento trae a mis pies", cuya primera versión fue elaborada durante su estancia en el Laboratorio Fronterizo de Escritores/Writing Lab on the Border (el concepto que FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, CECUT e ITESM-Campus Toluca me ayudaron a convertir en realidad). Los poemas serán traducidos, faltaba más, al alemán. Más sobre esta joven autora en: www.amarantacaballero.blogspot.com
Cual debe, va un brindis desde terrenos californianos con productos californianos! (con los ojos desmesuradamente abiertos justo en el momento en que chocan las copas) (clink!) --crg
Friday, June 22, 2007
INTO MOODY TERRITORY: SUBRAYAR The Albertine Notes IN RIGHT LIVELIHOODS 3 NOVELLAS
Street name for the buzz of a lifetime. Bitch goddess of the overhelming past. Albertine...Not a memory like you have experienced it before, not a little tremor in some presque vu register of your helter-skelter consciousness: Oh yeah, I remember when I ate peanut butter and jelly with Serena on Boston COmmon and drank rum out of paper cups. No, the actual event itslef, completely renewed, playing in front of you as though you were experiencing for the first time. There´s Serena in blue jeans with patches on the knees, the green Dartmouth sweatshirt that goes with her eyes, drinking the rum a little too fast and spitting out some of it, pickering her teeth with her deep red nails, a shade called lyncanthrope, and there´s the taste of super-chunky peanut butter in the sandwiches, stale pretzel rods. Here you are, the two of you, walking around that part of the garden with all those willows. She lets slip your hand because your palms are moist: the smell of a city park at the moment when a September shower dampens the pavement, car exahust, a mist hanging in the air at dusk, the sound of kids fighting over rules of softball, a homeless dude scamming you for a sip of your rum. Get the idea? (p. 136)
If you want to assume anything, assume that all silences from now on have some grief in them. (p.137)
Like I couldn´t tell from the rings under her eyes, those black bruises that said, This one has remembered too much. I checked her arms anyway. Covered with lesions. (p. 142)
Are you high enough to see the origins from where you are sitting? (p. 143)
So this would be my memory, a memory of reading time from time itself, of years passing while I was reading, hanging out in a patched armchair in a used-bookstore in northern California and, later on, back in Mass. Maybe I was remembering this memory or maybe I was constructing it. (p. 147)
That certain silences re-created the blast, because there´s something about fission, you know it´s soundless in a way, it suggests soundlessness, it´s a violence contained in the opossite of violence, big effects from preposterously small changes. (p. 154)
Was the death by reason of poisonous additives in the drug cocktail? (p. 155)
Everybody used Albertine alone because memories are most often experienced alone. (p. 156)
Hookers are always erotic about non-erotic things. Time, for example. (p. 157)
Which I guess, makes me a real writer, because a writer is someone who doesn´t care about his own well-being when the story is coming due, he just cares about the story, about getting it done. (p. 173)
Addiction is about credit. That amazing thing you said at the bar last night, that thing you would never say in person to anyone, it´s a one-time occurrence because tomorrow, in the light of dawn, when you are separated from your wallet and your money, when your girlfriend hates you, you´ll be unable to say that courageous thing again because you are wrung out and lying on a mattress without sheets. You borrowed that courage, and it´s gone. (p. 182)
May this roll of the dice be the one in which I remember love, or teen sex, or that time when I had a lot of money from a summer job and I was barbecuing out in the back of our unit, and everybody was drinking beer and having a good time. (p. 187)
Maybe the rememberer, in the intoxication of remembering, was always ultimately tempted to reach out the hand, and maybe this rememberer could do so, if his passion was strong enough. (p. 190)
You made me want to use writing for preservation, which is so great, because then I started preserving other things, like all conversations I heard out in front of the Museum of FIne Arts, and I started describing the Charles River, racing shells on the Charles, I have written all of this down too, I have written it all down because of you. (p. 194)
The only reason I can explain to you about the future is because I am in the future. An in the future I know how much you mean to me. (p. 198)
Memory´s the groove. It´s the all stars laying down their groove, and it´s you dancing, chasing the desperations of the heart, chasing something that´s so gone, so ephemeral you know it only by its traces... Memory is the groove, the lie, the story you never get right, the better place. Memory is the bitch, the shame factory, the curse, and the consolation. And that´s here my journalistic exposé breaks down. (p. 221)
--crg
Street name for the buzz of a lifetime. Bitch goddess of the overhelming past. Albertine...Not a memory like you have experienced it before, not a little tremor in some presque vu register of your helter-skelter consciousness: Oh yeah, I remember when I ate peanut butter and jelly with Serena on Boston COmmon and drank rum out of paper cups. No, the actual event itslef, completely renewed, playing in front of you as though you were experiencing for the first time. There´s Serena in blue jeans with patches on the knees, the green Dartmouth sweatshirt that goes with her eyes, drinking the rum a little too fast and spitting out some of it, pickering her teeth with her deep red nails, a shade called lyncanthrope, and there´s the taste of super-chunky peanut butter in the sandwiches, stale pretzel rods. Here you are, the two of you, walking around that part of the garden with all those willows. She lets slip your hand because your palms are moist: the smell of a city park at the moment when a September shower dampens the pavement, car exahust, a mist hanging in the air at dusk, the sound of kids fighting over rules of softball, a homeless dude scamming you for a sip of your rum. Get the idea? (p. 136)
If you want to assume anything, assume that all silences from now on have some grief in them. (p.137)
Like I couldn´t tell from the rings under her eyes, those black bruises that said, This one has remembered too much. I checked her arms anyway. Covered with lesions. (p. 142)
Are you high enough to see the origins from where you are sitting? (p. 143)
So this would be my memory, a memory of reading time from time itself, of years passing while I was reading, hanging out in a patched armchair in a used-bookstore in northern California and, later on, back in Mass. Maybe I was remembering this memory or maybe I was constructing it. (p. 147)
That certain silences re-created the blast, because there´s something about fission, you know it´s soundless in a way, it suggests soundlessness, it´s a violence contained in the opossite of violence, big effects from preposterously small changes. (p. 154)
Was the death by reason of poisonous additives in the drug cocktail? (p. 155)
Everybody used Albertine alone because memories are most often experienced alone. (p. 156)
Hookers are always erotic about non-erotic things. Time, for example. (p. 157)
Which I guess, makes me a real writer, because a writer is someone who doesn´t care about his own well-being when the story is coming due, he just cares about the story, about getting it done. (p. 173)
Addiction is about credit. That amazing thing you said at the bar last night, that thing you would never say in person to anyone, it´s a one-time occurrence because tomorrow, in the light of dawn, when you are separated from your wallet and your money, when your girlfriend hates you, you´ll be unable to say that courageous thing again because you are wrung out and lying on a mattress without sheets. You borrowed that courage, and it´s gone. (p. 182)
May this roll of the dice be the one in which I remember love, or teen sex, or that time when I had a lot of money from a summer job and I was barbecuing out in the back of our unit, and everybody was drinking beer and having a good time. (p. 187)
Maybe the rememberer, in the intoxication of remembering, was always ultimately tempted to reach out the hand, and maybe this rememberer could do so, if his passion was strong enough. (p. 190)
You made me want to use writing for preservation, which is so great, because then I started preserving other things, like all conversations I heard out in front of the Museum of FIne Arts, and I started describing the Charles River, racing shells on the Charles, I have written all of this down too, I have written it all down because of you. (p. 194)
The only reason I can explain to you about the future is because I am in the future. An in the future I know how much you mean to me. (p. 198)
Memory´s the groove. It´s the all stars laying down their groove, and it´s you dancing, chasing the desperations of the heart, chasing something that´s so gone, so ephemeral you know it only by its traces... Memory is the groove, the lie, the story you never get right, the better place. Memory is the bitch, the shame factory, the curse, and the consolation. And that´s here my journalistic exposé breaks down. (p. 221)
--crg
Wednesday, June 20, 2007
Tuesday, June 19, 2007
GOTRASKHALANA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de culutra]
[para Nohemí y Emilio y Ana y Josué e Idenise y Elisa y Jorge y Nuria y Aleya y Omar y José Enrique y Ángel y Enid y otros tantos nombres de una isla]
¿Qué tanto hay que alejarse para ver la formación de un círculo? Divisar quiere decir mirar hacia lo lejos. “Miro en la distancia a los que he perdido”, dice la persona que ya no se llama Anna al explicar en qué consiste su trabajo (su trabajo es escribir), “para así verlos en todos lados”. El que divisa, alucina. El que divisa multiplica sus fantasmas. Divisar es lo mismo que desear. Hay algo de todo esto en Divisadero, la más reciente novela del autor canadiense, nacido en Sri Lanka, Michael Ondaatje.
Es difícil explicar todo esto.
Siempre hay una inscripción inaugural, parece decir Ondaatje en cada uno de sus libros. Eso es todo lo que hay. De entre todos los incidentes que hacen una vida habrá uno cuya verdad, con frecuencia traumática, será capaz de contener todo lo que haya pasado antes y todo lo por acontecer después. Así, el incidente ondaatjiano no pasa, no se desarrolla, no desaparece. Aquí no hay, en sentido estricto, narrativa. El incidente, de hecho, es lo que destroza, mejor: imposibilita, la mera viabilidad de la narrativa. Construir no uno sino una serie de libros alrededor de esta idea, más bien: obsesión, es el reto que asume la escritura, tanto en prosa como en poesía, de Michael Ondaatje. Si bien Coming Through Slaughter y, sobre todo, The Collected Works of Billy the Kid, pusieron de manifiesto su temperamento experimental, el tono más íntimo de sus obras recientes, en especial desde la monumental In the Skin of a Lion, lo ha vuelto un autor complejo, sí, pero asequible. “Es el hambre, lo que no tenemos, lo que nos mantiene unidos”.
No es deseable explicar todo esto.
Sin origen ni solución, sin cura, el incidente inaugural sólo se muestra y, con el paso del tiempo y algo de suerte, se transfigura o esconde. Por eso hay que alejarse. De ahí la necesidad de divisar. De ahí también la necesidad de protegerse detrás de la tercera persona, que es otra definición del arte. La nueva novela de Michael Ondaajte es ese promontorio desde la cual es posible divisar las reverberaciones que transforman al incidente inaugural en algo, si no cognoscible, por lo menos asequible a la percepción. Como sus obras anteriores, Divisadero es, sobre todo, un prodigio estructural. Dividida en tres secciones de longitudes radicalmente desiguales, Divisadero introduce el incidente inaugural y, casi de inmediato, la suerte de círculos concéntricos que se niegan a deslizarse linealmente de página en página e, incluso, de párrafo en párrafo. Como la villanelle, la novela se inclina hacia el pasado una y otra vez, “resistiéndose a mover hacia delante en un desarrollo lineal, deslizándose mejor en círculos alrededor de aquellos momentos familiares de emoción”
Así entonces. Esto es California. Anna está tendida, su cuerpo desnudo, al lado del de Cooper, el huérfano que trabaja en la granja desde niño. El padre de Anna, que también es padre, aunque adoptivo, de Claire, observa la escena y, con la observación, entra la violencia. El padre tratará de asesinar al joven, la hija al padre. Todos, sin embargo, sobrevivirán.
Y luego. Esto es Dému, en la región de Gers de Francia. Un escritor, cuya obra es estudiada por alguien que solía llamarse Anna, observa de lejos el romance de una de sus dos hijas.
Sostenida apenas por una simetría frágil, más en el terreno de la evocación que en el de la prueba fehaciente, Divisadero recurre a la observación estrecha (el pasado, después de todo, viaja hacia el presente en barcas pequeñas) y a un lenguaje que combina con maestría la oración sinuosa con la frase que carece, incluso, de sí misma para avanzar sin dar explicaciones ni confirmar nada. “No conocer algo esencial”, asegura uno de los personajes de Divisadero, “hace que te involucres más”. En párrafos que desafían nociones cotidianas del tiempo, los personajes, reducidos a sus expresiones mínimas, regresan una y otra vez a su única verdad, la cual no necesariamente se limita a este libro. “Con la memoria, con el reflejo de un eco, una puerta se abre en ambas direcciones. Es posible circular en el tiempo”.
Releamos (lo que cuenta es releer, decía Nabokov). Ésta es Hana, por ejemplo, la niña que escucha la historia que le contará Patrick en su camino a Marmora bajo seis estrellas y una luna en el último trecho de In the Skin of a Lion, la novela en que Ondaatje visita Toronto a la vuelta del siglo XX. Hana todavía no sabe que, un par de libros después, será una enfermera a cargo del cuidado de un hombre sin rostro en un viejo convento de la campiña italiana. Todavía no sabe que, aún más tarde, intentará borrar su propio nombre sumergiéndose en la vida callada de otro escritor para divisar desde ahí lo que ella ha perdido. Ésta es Clara, en Toronto también, Clara Dickens, la amiga de Alice, con quien forma otro par de mujeres que parecen hermanas. Todavía no sabe nada de California, esa reverberación del incidente, donde su nombre se deletreará Claire. Éste es Rafael, el hijo de un ladrón que ya en In the Skin of a Lion se denominaba Caravaggio y que, luego, en aquel retablo de la segunda guerra mundial reaparecerá, sin manos.
Gotraskhalana significa, de manera literal, “tropezar con un nombre”. Es un término de la poética sánscrita, dice Ondaatje basado en el trabajo de Wendy Doniger, con el que se describe al acto de llamar a un ser amado con un nombre erróneo. Se trata de un accidente verbal que dirige “la luz de la linterna hacia el interior del cerebro, revelando un vasto museo de hechos y deseos”. Divisadero es, entre otras tantas cosas, ese accidente y esa luz y ese vasto museo de incidentes inaugurales a los que es preciso regresar para verlo todo junto y todo a la vez en un prístino momento. Hay que estar lejos para percibir el círculo en el tiempo.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de culutra]
[para Nohemí y Emilio y Ana y Josué e Idenise y Elisa y Jorge y Nuria y Aleya y Omar y José Enrique y Ángel y Enid y otros tantos nombres de una isla]
¿Qué tanto hay que alejarse para ver la formación de un círculo? Divisar quiere decir mirar hacia lo lejos. “Miro en la distancia a los que he perdido”, dice la persona que ya no se llama Anna al explicar en qué consiste su trabajo (su trabajo es escribir), “para así verlos en todos lados”. El que divisa, alucina. El que divisa multiplica sus fantasmas. Divisar es lo mismo que desear. Hay algo de todo esto en Divisadero, la más reciente novela del autor canadiense, nacido en Sri Lanka, Michael Ondaatje.
Es difícil explicar todo esto.
Siempre hay una inscripción inaugural, parece decir Ondaatje en cada uno de sus libros. Eso es todo lo que hay. De entre todos los incidentes que hacen una vida habrá uno cuya verdad, con frecuencia traumática, será capaz de contener todo lo que haya pasado antes y todo lo por acontecer después. Así, el incidente ondaatjiano no pasa, no se desarrolla, no desaparece. Aquí no hay, en sentido estricto, narrativa. El incidente, de hecho, es lo que destroza, mejor: imposibilita, la mera viabilidad de la narrativa. Construir no uno sino una serie de libros alrededor de esta idea, más bien: obsesión, es el reto que asume la escritura, tanto en prosa como en poesía, de Michael Ondaatje. Si bien Coming Through Slaughter y, sobre todo, The Collected Works of Billy the Kid, pusieron de manifiesto su temperamento experimental, el tono más íntimo de sus obras recientes, en especial desde la monumental In the Skin of a Lion, lo ha vuelto un autor complejo, sí, pero asequible. “Es el hambre, lo que no tenemos, lo que nos mantiene unidos”.
No es deseable explicar todo esto.
Sin origen ni solución, sin cura, el incidente inaugural sólo se muestra y, con el paso del tiempo y algo de suerte, se transfigura o esconde. Por eso hay que alejarse. De ahí la necesidad de divisar. De ahí también la necesidad de protegerse detrás de la tercera persona, que es otra definición del arte. La nueva novela de Michael Ondaajte es ese promontorio desde la cual es posible divisar las reverberaciones que transforman al incidente inaugural en algo, si no cognoscible, por lo menos asequible a la percepción. Como sus obras anteriores, Divisadero es, sobre todo, un prodigio estructural. Dividida en tres secciones de longitudes radicalmente desiguales, Divisadero introduce el incidente inaugural y, casi de inmediato, la suerte de círculos concéntricos que se niegan a deslizarse linealmente de página en página e, incluso, de párrafo en párrafo. Como la villanelle, la novela se inclina hacia el pasado una y otra vez, “resistiéndose a mover hacia delante en un desarrollo lineal, deslizándose mejor en círculos alrededor de aquellos momentos familiares de emoción”
Así entonces. Esto es California. Anna está tendida, su cuerpo desnudo, al lado del de Cooper, el huérfano que trabaja en la granja desde niño. El padre de Anna, que también es padre, aunque adoptivo, de Claire, observa la escena y, con la observación, entra la violencia. El padre tratará de asesinar al joven, la hija al padre. Todos, sin embargo, sobrevivirán.
Y luego. Esto es Dému, en la región de Gers de Francia. Un escritor, cuya obra es estudiada por alguien que solía llamarse Anna, observa de lejos el romance de una de sus dos hijas.
Sostenida apenas por una simetría frágil, más en el terreno de la evocación que en el de la prueba fehaciente, Divisadero recurre a la observación estrecha (el pasado, después de todo, viaja hacia el presente en barcas pequeñas) y a un lenguaje que combina con maestría la oración sinuosa con la frase que carece, incluso, de sí misma para avanzar sin dar explicaciones ni confirmar nada. “No conocer algo esencial”, asegura uno de los personajes de Divisadero, “hace que te involucres más”. En párrafos que desafían nociones cotidianas del tiempo, los personajes, reducidos a sus expresiones mínimas, regresan una y otra vez a su única verdad, la cual no necesariamente se limita a este libro. “Con la memoria, con el reflejo de un eco, una puerta se abre en ambas direcciones. Es posible circular en el tiempo”.
Releamos (lo que cuenta es releer, decía Nabokov). Ésta es Hana, por ejemplo, la niña que escucha la historia que le contará Patrick en su camino a Marmora bajo seis estrellas y una luna en el último trecho de In the Skin of a Lion, la novela en que Ondaatje visita Toronto a la vuelta del siglo XX. Hana todavía no sabe que, un par de libros después, será una enfermera a cargo del cuidado de un hombre sin rostro en un viejo convento de la campiña italiana. Todavía no sabe que, aún más tarde, intentará borrar su propio nombre sumergiéndose en la vida callada de otro escritor para divisar desde ahí lo que ella ha perdido. Ésta es Clara, en Toronto también, Clara Dickens, la amiga de Alice, con quien forma otro par de mujeres que parecen hermanas. Todavía no sabe nada de California, esa reverberación del incidente, donde su nombre se deletreará Claire. Éste es Rafael, el hijo de un ladrón que ya en In the Skin of a Lion se denominaba Caravaggio y que, luego, en aquel retablo de la segunda guerra mundial reaparecerá, sin manos.
Gotraskhalana significa, de manera literal, “tropezar con un nombre”. Es un término de la poética sánscrita, dice Ondaatje basado en el trabajo de Wendy Doniger, con el que se describe al acto de llamar a un ser amado con un nombre erróneo. Se trata de un accidente verbal que dirige “la luz de la linterna hacia el interior del cerebro, revelando un vasto museo de hechos y deseos”. Divisadero es, entre otras tantas cosas, ese accidente y esa luz y ese vasto museo de incidentes inaugurales a los que es preciso regresar para verlo todo junto y todo a la vez en un prístino momento. Hay que estar lejos para percibir el círculo en el tiempo.
--crg
Sunday, June 17, 2007
THE CARE TAKEN: SUBRAYAR DIVISADERO
Everything is biographical, Lucian Freud says. What we make, why it is made, how we draw a dog, who it is we are drawn to, why we cannnot forget. Everything is collage, even genetics. There is the hidden presence of others in us, even those we have known briefly. We contain them for the rest of our lives, at every border that we cross. [p. 16]
It was a world where you needed to quickly forgive. [p. 45]
What had been familiar across the kitchen table was now shyness and perhaps incapacity, as thought in the past he had been burned by something. [p. 72]
All over the world there must be people like us, Anna had said then, wounded in some way by falling in love--seemingly the most natural of acts. [p. 73]
If one minor thing went wrong, he was fated to die solitary. He could already list almost a hundred areas of danger, for at seventeen we are perfectionists. [91]
When I wrote, the man said, that was the only time I would think. I would sit down with a notebook and a pen, and I would be lost in story. The old writer, seemingly at peace, thus casuallly suggested to Rafael a path he might take during his own life, and taught him how he could be alone and content, guarded from all he knew, even those he loved, and in this strange way, be understanding of them. It was in a sense a terrible proposal of secrecy--what you might do with a life, with those hours being separated from it--that could lead somehow to intimacy. [p. 93]
It´s like a villanelle, this inclination of going back to events in our past, the way the villanelle´s form refuses to move forward in linear development, circling insetad at those familiar moments of emotion. Only the rereading counts, said Nabokov. So the strange form of the belfry, turning onto itself again and again, felt familiar to me. For we lived with those retrievals from childhood that coalesce and echo throughout our lives, the way shattered pieces of glass in a kaleidoscope reapper in new forms and are songlike in their refrains and rhymes, making up a single monologue. We live permanently in the recurrence of own stories, whatever story we tell. [p. 136]
And like Claire, I have become cautious of what I take in and nurture--the carefully chosen portion of experience. [p. 139]
We have become unintelligible in our secrets, governed by our previous selves. [p. 141]
Those who have an orphan´s sense of history love history. And my voice has become that of an orphan. Because if you do not plunder the past, the absence feeds on you. [p. 141]
This is were I learned that sometimes we enter art to hide within it. It is where we can go to save ourselves, where a third person voice protects us. [p. 142]
It is what I do in my work, I suppose. I look into the distance for those I have lost, so that I see them everywhere. Even here, in Dému, where Lucien Segura existed, where I ´transcribe a substitution/ like the accidental folds of a scarf.´ [p. 143]
You are given a trade, not a gift. There need not be intensity or darkness in the service of it. [p. 192]
I love the performance of a craft, whether it is modest or mean-spririted, yet I always walk away when discussions of it begin--as if one should ask a gravedigger what brand of shovel he uses or whether he prefers to work at noon or in moonlight. I am interested only in the care taken, and those secret rehaearsals behind it. Even if I do not understand fully what is taking place. [p. 192]
´Shall I go back and read it again?´´No, just go on. Not knowing something essential makes you more involved´. [p. 208]
But for Lucien, writing was a place of emergency. He wanted what he had done those first few times, without awareness, when the page was a pigeonnier flown into from all the realms one had travelled through. There had been the gatehring then, the thrill of diversity. There was no judgement. He had not sought judgement when he began to write, but it had somehow become crucial to his life. When all he wanted was to dance with no purpose, with a cat. [p. 231]
With memory, with the reflection of an echo, a gate opens both ways. We can circle time. A paragraph or an episode from another era will haunt us in the night, as the words of a stranger can. [p. 268]
So I find the lives of Coop and my sister and my father everywhere (I draw portraits of them everywhere), as they perhaps still concern themselves with my absence, wherever they are. I don´t know. It is hunger, what we do not have, that holds us together. [p. 268]
A few years earlier in Marseillan, in the middle of describing a tense scuffle of a swordfight, he had suddenly become curious about how long and how wide the table he wrote on was. He began measuring it with his hands. From elbow to fingertip twice, and then twice from wrist to fingertip. So the lenght was slightly over a metre. About one metre in width. It was made out ot two pine boards, with a narrow runnel down the middle, where they joined. The table always a fraction below his notebooks, always out of focus as he wrote. The six nails that held it together, the colour of the paint, that exact height for him to bend over, as if over a mirror, to see what could be found. His constant companion. [p. 269]
--crg
Everything is biographical, Lucian Freud says. What we make, why it is made, how we draw a dog, who it is we are drawn to, why we cannnot forget. Everything is collage, even genetics. There is the hidden presence of others in us, even those we have known briefly. We contain them for the rest of our lives, at every border that we cross. [p. 16]
It was a world where you needed to quickly forgive. [p. 45]
What had been familiar across the kitchen table was now shyness and perhaps incapacity, as thought in the past he had been burned by something. [p. 72]
All over the world there must be people like us, Anna had said then, wounded in some way by falling in love--seemingly the most natural of acts. [p. 73]
If one minor thing went wrong, he was fated to die solitary. He could already list almost a hundred areas of danger, for at seventeen we are perfectionists. [91]
When I wrote, the man said, that was the only time I would think. I would sit down with a notebook and a pen, and I would be lost in story. The old writer, seemingly at peace, thus casuallly suggested to Rafael a path he might take during his own life, and taught him how he could be alone and content, guarded from all he knew, even those he loved, and in this strange way, be understanding of them. It was in a sense a terrible proposal of secrecy--what you might do with a life, with those hours being separated from it--that could lead somehow to intimacy. [p. 93]
It´s like a villanelle, this inclination of going back to events in our past, the way the villanelle´s form refuses to move forward in linear development, circling insetad at those familiar moments of emotion. Only the rereading counts, said Nabokov. So the strange form of the belfry, turning onto itself again and again, felt familiar to me. For we lived with those retrievals from childhood that coalesce and echo throughout our lives, the way shattered pieces of glass in a kaleidoscope reapper in new forms and are songlike in their refrains and rhymes, making up a single monologue. We live permanently in the recurrence of own stories, whatever story we tell. [p. 136]
And like Claire, I have become cautious of what I take in and nurture--the carefully chosen portion of experience. [p. 139]
We have become unintelligible in our secrets, governed by our previous selves. [p. 141]
Those who have an orphan´s sense of history love history. And my voice has become that of an orphan. Because if you do not plunder the past, the absence feeds on you. [p. 141]
This is were I learned that sometimes we enter art to hide within it. It is where we can go to save ourselves, where a third person voice protects us. [p. 142]
It is what I do in my work, I suppose. I look into the distance for those I have lost, so that I see them everywhere. Even here, in Dému, where Lucien Segura existed, where I ´transcribe a substitution/ like the accidental folds of a scarf.´ [p. 143]
You are given a trade, not a gift. There need not be intensity or darkness in the service of it. [p. 192]
I love the performance of a craft, whether it is modest or mean-spririted, yet I always walk away when discussions of it begin--as if one should ask a gravedigger what brand of shovel he uses or whether he prefers to work at noon or in moonlight. I am interested only in the care taken, and those secret rehaearsals behind it. Even if I do not understand fully what is taking place. [p. 192]
´Shall I go back and read it again?´´No, just go on. Not knowing something essential makes you more involved´. [p. 208]
But for Lucien, writing was a place of emergency. He wanted what he had done those first few times, without awareness, when the page was a pigeonnier flown into from all the realms one had travelled through. There had been the gatehring then, the thrill of diversity. There was no judgement. He had not sought judgement when he began to write, but it had somehow become crucial to his life. When all he wanted was to dance with no purpose, with a cat. [p. 231]
With memory, with the reflection of an echo, a gate opens both ways. We can circle time. A paragraph or an episode from another era will haunt us in the night, as the words of a stranger can. [p. 268]
So I find the lives of Coop and my sister and my father everywhere (I draw portraits of them everywhere), as they perhaps still concern themselves with my absence, wherever they are. I don´t know. It is hunger, what we do not have, that holds us together. [p. 268]
A few years earlier in Marseillan, in the middle of describing a tense scuffle of a swordfight, he had suddenly become curious about how long and how wide the table he wrote on was. He began measuring it with his hands. From elbow to fingertip twice, and then twice from wrist to fingertip. So the lenght was slightly over a metre. About one metre in width. It was made out ot two pine boards, with a narrow runnel down the middle, where they joined. The table always a fraction below his notebooks, always out of focus as he wrote. The six nails that held it together, the colour of the paint, that exact height for him to bend over, as if over a mirror, to see what could be found. His constant companion. [p. 269]
--crg
Thursday, June 14, 2007
BACK INTO ONDAATJE´S TERRITORY
Es el autor de In the Skin of a Lion, novela de 1987, su mejor. La más reciente fue Anil´s Ghost, novela del 2000. Y tuve que esperar todos estos años, todos estos siete largos años, para tener un nuevo libro de Ondaatje en mis manos: Divisadero.
Así:
When I come to lie in your arms, you sometimes ask me in which historical moment do I wish to exist. And I will say Paris, the week Colette died... Paris, August 3rd, 1954. In a few days, at her state funeral, a thousand lilies will be placed by her grave, and I want to be there, walking that avenue of wet lime trees until I stand beneath the second-floor apartment that belonged to her in the Palais-Royal. The history of people like her fills my heart. She was a writer who remarked that her only virtue was self-doubt. (A day or two before she died, they say Colette was visited by Jean Genet, who stole nothing. Ah, the grace of the great thief...)
"We have art," Nietzsche said, "so that we shall not be destroyed by the truth." The raw truth of an incident never ends, and the story of Coop and the terrain of my sister´s life are endless to me. They are the sudden possibility every time I pick up the telephone when it rings some late hour after midnight, and I wait for his voice, or the deep breath before Calire will announce herself.
For I have taken myself away from who I was with them, and what I used to be. When my name was Anna.
--crg
Es el autor de In the Skin of a Lion, novela de 1987, su mejor. La más reciente fue Anil´s Ghost, novela del 2000. Y tuve que esperar todos estos años, todos estos siete largos años, para tener un nuevo libro de Ondaatje en mis manos: Divisadero.
Así:
When I come to lie in your arms, you sometimes ask me in which historical moment do I wish to exist. And I will say Paris, the week Colette died... Paris, August 3rd, 1954. In a few days, at her state funeral, a thousand lilies will be placed by her grave, and I want to be there, walking that avenue of wet lime trees until I stand beneath the second-floor apartment that belonged to her in the Palais-Royal. The history of people like her fills my heart. She was a writer who remarked that her only virtue was self-doubt. (A day or two before she died, they say Colette was visited by Jean Genet, who stole nothing. Ah, the grace of the great thief...)
"We have art," Nietzsche said, "so that we shall not be destroyed by the truth." The raw truth of an incident never ends, and the story of Coop and the terrain of my sister´s life are endless to me. They are the sudden possibility every time I pick up the telephone when it rings some late hour after midnight, and I wait for his voice, or the deep breath before Calire will announce herself.
For I have taken myself away from who I was with them, and what I used to be. When my name was Anna.
--crg
Tuesday, June 12, 2007
THE WRITING LAB ON THE BORDER DOES IT AGAIN!
Hace como un año, bajo una sombra exigua, Noé Morales Muñoz, tallerista becado del Writing Lab on the Border/Laboratorio Fronterizo de Escritores (el concepto que FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, CECUT e ITESM-Campus Toluca me ayudaron a convertir en realidad), leyó un ensayo sobre el teatro y el cuerpo que más o menos todos los lectores y escuchas le celebramos (con acotaciones al margen). Era una de esas tardes calientes de Tijuana, una de las últimas de Lab, si mal no recuerdo. Ahora, ya casi un año después, una versión expandida y aumentada de ese ensayo, bajo el título de "Cuerpo y Escritura en la Dramaturgia Contemporánea: Hacia una Metafísica de la Escena", se hizo acreedor al Premio Nacional de Ensayo Teatral 2007 que convoca el Centro Nacional de Investigación Teatral Rodolfo Usigli y la revista Paso de Gato.
Van las presurosas felicitaciones del caso y el abrazo y el brindis y el chapuzón en el agua, faltaba más! Y que siga la Buena Fortuna.
--crg
Hace como un año, bajo una sombra exigua, Noé Morales Muñoz, tallerista becado del Writing Lab on the Border/Laboratorio Fronterizo de Escritores (el concepto que FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, CECUT e ITESM-Campus Toluca me ayudaron a convertir en realidad), leyó un ensayo sobre el teatro y el cuerpo que más o menos todos los lectores y escuchas le celebramos (con acotaciones al margen). Era una de esas tardes calientes de Tijuana, una de las últimas de Lab, si mal no recuerdo. Ahora, ya casi un año después, una versión expandida y aumentada de ese ensayo, bajo el título de "Cuerpo y Escritura en la Dramaturgia Contemporánea: Hacia una Metafísica de la Escena", se hizo acreedor al Premio Nacional de Ensayo Teatral 2007 que convoca el Centro Nacional de Investigación Teatral Rodolfo Usigli y la revista Paso de Gato.
Van las presurosas felicitaciones del caso y el abrazo y el brindis y el chapuzón en el agua, faltaba más! Y que siga la Buena Fortuna.
--crg
LOS TRENES DE LA MORTALIDAD
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Se trata de dos hechos aparentemente inconexos. Por una parte están las imágenes del tren que alguna vez corrió entre San Juan y Ponce, bordeando la isla de Puerto Rico. Son fotografías magistrales que Jack Delano tomó un día memorable de 1946, en un viaje que debió haber realizado en 8 horas pero que duró 12. Por el otro lado está el mensaje en el que se me comunica que, hace tres años, falleció una amiga a la que no volví a ver después de la universidad. Lo que sucede entre la melancolía (vespertina) que suscitan las imágenes en blanco y negro y la melancolía (nocturna) que provoca la noticia del deceso es pura narrativa.
Suelo preguntarme cómo es el mundo para aquellos que ya no conocieron los trenes. ¿Podrán distinguir los que nunca han dicho adiós dentro de un cabús el silbato del tren cuando rompe la noche? ¿Qué pensarán sobre el ritmo los que no han pasado horas y horas sobre el asiento que se bambolea a la par del estrépito de los rieles? ¿Cuál será el sentido de la distancia para quien se traslada de un punto a otro sin tener nada que ver con el paisaje terrestre? ¿Cuál el sentido del tiempo para alguien acostumbrado a partir y llegar con puntualidad?
Alguna vez, en un país donde todavía corrían los trenes, hice un viaje que debió haber durado 18 pero que duró aproximadamente 26 horas. El recorrido con esa amiga que no volvería a ver después de la universidad era de sur a norte y, entre un punto y otro, estaba más o menos la mitad del país. Así eran las cosas entonces: uno avanzaba con gran lentitud, construyendo el paisaje a través de las ventanillas y olvidándose de llegar. Viajar en tren se parecía mucho a caminar (que ya, de hecho, se parece tanto a escribir). Recuerdo a las dos jovencitas que subieron al pullman y que, tan pronto como cerraron la puerta detrás de la cual se quedaba entera la cotidianeidad, se sintieron libres. “Mucha gente recuerda aquel coche cama con una sonrisa afectuosa. Cada compartimiento tenía un lavabo, un inodoro, una cama alta y una baja”. Cuando el tren finalmente empezó a avanzar, las dos se vieron como se ven las amigas que inician, juntas, una aventura extrema: con complicidad y euforia y algo que por años no podrán denominar como ternura. “El tren iba tan despacio por estas áreas pobres de esa parte de la ciudad que los niños pequeños lo acompañaban corriendo a su lado”. Ninguna de las dos sabía nada del fin de la inmortalidad.
Hay un cambio de riel: el paso de la primera a la tercera persona. El silbato del tren.
En la tarde, al hojear el libro De San Juan a Ponce en el Tren. Fotografías de Jack Delano, me invade una melancolía absurda, del todo inexplicable. Luego, en la noche, ya con la otra noticia a cuestas, pienso que, al igual que el ferrocarril, la melancolía ha llegado con tanto retraso que casi parece haberse adelantado al acontecimiento que la provocará. En las fotografías del libro Puerto Rico Mío. Cuatro décadas de cambio, Jack Delano coloca imágenes de mediados del siglo XX junto a fotografías tomadas unos 40 o 50 años después casi en los mismos sitios. Los rostros de los cañeros y los tabacaleros y las recolectoras de piña miran a la cámara como quien registra el paso ligero del ángel que Benjamin denominara como el ángel del progreso. Hay dos niños que bailan en una fiesta de Reyes en el casino de Yauco en 1942 y, en la página siguiente, la cámara captura al legendario gobernador Luis Muñoz Marín bailando con una mujer sin nombre en una celebración también de Reyes pero en Ciales, 32 años después. Más que nunca, y como también lo decía Walter Benjamin, queda claro que una fotografía es sobre todo una imagen de lo que no está. Fotografiar es siempre fotografiar a la muerte.
En la página 67 de Puerto Rico Mío aparece su rostro. Lo propio de la cara es reclamar, recuerdo que aseguraba Levinas. Se trata de un joven trabajador de la central azucarera de Yabucoa que abre unos ojos, a los que sólo puedo calificar como buenos, frente a la lente de la cámara en la que me he convertido: tiene el mismo bigote tupido y el mismo cabello oscuro del hombre que coloca los dos libros de imágenes sobre la mesa del seminario en la Universidad de Puerto Rico. “El panorama cambiaba según el tren avanzaba balanceándose, con mucho estrépito y silbidos frecuentes de advertencia al pasar por huertos de toronjas y sembrados de piña, desoladas extensiones de arena blanca, cañaverales e ingenios azucareros, cocales y océano. Había tiempo suficiente para mirar a los hombres que macheteaban espigas de caña o a las mujeres que lavaban ropa a orillas del río. Todos se volteaban a mirar el tren y tal vez a saludar con la mano”. El hombre fotografiado en 1980 podría ser fácilmente el padre del que me entrega 27 años después, con ese retraso monumental que suele confundirse con la premura, todas las imágenes de una isla donde ya han desaparecido, desde 1957, todos los rieles.
Es el rostro que anuncia el advenimiento de la mortalidad.
Las dos chicas miran todavía a través de las ventanillas. Luego, como impelidas por la misma fuerza, avanzan hacia el último vagón con esa gravedad que sólo puede tenerse antes de los 19 años. Hay algo indescriptible en ese acto: levantar la mano, agitarla en el aire, decir adiós. “La velocidad”, tiene razón ese fotógrafo de origen ucraniano que después de vivir muchos años en Estados Unidos decidió radicar y luego morir en Puerto Rico, “la velocidad no fue nunca una de las características de estos trenes”, Jack Delano.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Se trata de dos hechos aparentemente inconexos. Por una parte están las imágenes del tren que alguna vez corrió entre San Juan y Ponce, bordeando la isla de Puerto Rico. Son fotografías magistrales que Jack Delano tomó un día memorable de 1946, en un viaje que debió haber realizado en 8 horas pero que duró 12. Por el otro lado está el mensaje en el que se me comunica que, hace tres años, falleció una amiga a la que no volví a ver después de la universidad. Lo que sucede entre la melancolía (vespertina) que suscitan las imágenes en blanco y negro y la melancolía (nocturna) que provoca la noticia del deceso es pura narrativa.
Suelo preguntarme cómo es el mundo para aquellos que ya no conocieron los trenes. ¿Podrán distinguir los que nunca han dicho adiós dentro de un cabús el silbato del tren cuando rompe la noche? ¿Qué pensarán sobre el ritmo los que no han pasado horas y horas sobre el asiento que se bambolea a la par del estrépito de los rieles? ¿Cuál será el sentido de la distancia para quien se traslada de un punto a otro sin tener nada que ver con el paisaje terrestre? ¿Cuál el sentido del tiempo para alguien acostumbrado a partir y llegar con puntualidad?
Alguna vez, en un país donde todavía corrían los trenes, hice un viaje que debió haber durado 18 pero que duró aproximadamente 26 horas. El recorrido con esa amiga que no volvería a ver después de la universidad era de sur a norte y, entre un punto y otro, estaba más o menos la mitad del país. Así eran las cosas entonces: uno avanzaba con gran lentitud, construyendo el paisaje a través de las ventanillas y olvidándose de llegar. Viajar en tren se parecía mucho a caminar (que ya, de hecho, se parece tanto a escribir). Recuerdo a las dos jovencitas que subieron al pullman y que, tan pronto como cerraron la puerta detrás de la cual se quedaba entera la cotidianeidad, se sintieron libres. “Mucha gente recuerda aquel coche cama con una sonrisa afectuosa. Cada compartimiento tenía un lavabo, un inodoro, una cama alta y una baja”. Cuando el tren finalmente empezó a avanzar, las dos se vieron como se ven las amigas que inician, juntas, una aventura extrema: con complicidad y euforia y algo que por años no podrán denominar como ternura. “El tren iba tan despacio por estas áreas pobres de esa parte de la ciudad que los niños pequeños lo acompañaban corriendo a su lado”. Ninguna de las dos sabía nada del fin de la inmortalidad.
Hay un cambio de riel: el paso de la primera a la tercera persona. El silbato del tren.
En la tarde, al hojear el libro De San Juan a Ponce en el Tren. Fotografías de Jack Delano, me invade una melancolía absurda, del todo inexplicable. Luego, en la noche, ya con la otra noticia a cuestas, pienso que, al igual que el ferrocarril, la melancolía ha llegado con tanto retraso que casi parece haberse adelantado al acontecimiento que la provocará. En las fotografías del libro Puerto Rico Mío. Cuatro décadas de cambio, Jack Delano coloca imágenes de mediados del siglo XX junto a fotografías tomadas unos 40 o 50 años después casi en los mismos sitios. Los rostros de los cañeros y los tabacaleros y las recolectoras de piña miran a la cámara como quien registra el paso ligero del ángel que Benjamin denominara como el ángel del progreso. Hay dos niños que bailan en una fiesta de Reyes en el casino de Yauco en 1942 y, en la página siguiente, la cámara captura al legendario gobernador Luis Muñoz Marín bailando con una mujer sin nombre en una celebración también de Reyes pero en Ciales, 32 años después. Más que nunca, y como también lo decía Walter Benjamin, queda claro que una fotografía es sobre todo una imagen de lo que no está. Fotografiar es siempre fotografiar a la muerte.
En la página 67 de Puerto Rico Mío aparece su rostro. Lo propio de la cara es reclamar, recuerdo que aseguraba Levinas. Se trata de un joven trabajador de la central azucarera de Yabucoa que abre unos ojos, a los que sólo puedo calificar como buenos, frente a la lente de la cámara en la que me he convertido: tiene el mismo bigote tupido y el mismo cabello oscuro del hombre que coloca los dos libros de imágenes sobre la mesa del seminario en la Universidad de Puerto Rico. “El panorama cambiaba según el tren avanzaba balanceándose, con mucho estrépito y silbidos frecuentes de advertencia al pasar por huertos de toronjas y sembrados de piña, desoladas extensiones de arena blanca, cañaverales e ingenios azucareros, cocales y océano. Había tiempo suficiente para mirar a los hombres que macheteaban espigas de caña o a las mujeres que lavaban ropa a orillas del río. Todos se volteaban a mirar el tren y tal vez a saludar con la mano”. El hombre fotografiado en 1980 podría ser fácilmente el padre del que me entrega 27 años después, con ese retraso monumental que suele confundirse con la premura, todas las imágenes de una isla donde ya han desaparecido, desde 1957, todos los rieles.
Es el rostro que anuncia el advenimiento de la mortalidad.
Las dos chicas miran todavía a través de las ventanillas. Luego, como impelidas por la misma fuerza, avanzan hacia el último vagón con esa gravedad que sólo puede tenerse antes de los 19 años. Hay algo indescriptible en ese acto: levantar la mano, agitarla en el aire, decir adiós. “La velocidad”, tiene razón ese fotógrafo de origen ucraniano que después de vivir muchos años en Estados Unidos decidió radicar y luego morir en Puerto Rico, “la velocidad no fue nunca una de las características de estos trenes”, Jack Delano.
--crg
Friday, June 08, 2007
FROM WRITING LAB ON THE BORDER TO MFA at NYU CREATIVE WRITING IN SPANISH
Arcadio Leos fue tallerista con beca en el Writing Lab on the Border (el concepto que el FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, el CECUT y el ITESM-Campus Toluca me ayudaron a volver realidad) en el verano del 2006 y, ahora, un año después, es el flamante nuevo alumno becado del programa de MFA in Creative Writing en español en la New York University.
Ajúa, digo yo. Felicidades mil. Y qué siga la Buena Fortuna, faltaba más!
--crg
Arcadio Leos fue tallerista con beca en el Writing Lab on the Border (el concepto que el FCE, Fundación para las Letras Mexicanas, el CECUT y el ITESM-Campus Toluca me ayudaron a volver realidad) en el verano del 2006 y, ahora, un año después, es el flamante nuevo alumno becado del programa de MFA in Creative Writing en español en la New York University.
Ajúa, digo yo. Felicidades mil. Y qué siga la Buena Fortuna, faltaba más!
--crg
Wednesday, June 06, 2007
ESTO NO ES UNA MESA CON MANTEL VERDE
[en Letras Libres, Junio 2007, versión completa]
Suele calificarse como interdisciplinaria al tipo de búsqueda que invoca prácticas y saberes que una larga tradición occidental gusta de presentar como entidades separadas o, incluso, antitéticas. Esta exploración colindante y en la colindancia no sólo provoca suspicacia entre los amantes de las cosas, como las llaman, bien definidas sino también entre aquellos que apresuran el debate hacia la intra o, incluso, la transdisciplina. Entre un extremo y otro se encuentran los que, arriesgando, se lanzan del trampolín y, sin red de protección, proponen y hacen. Un chapuzón en el agua. Vaya frescor. Estoy en esta página, que comparte con la alberca su condición de rectángulo, su ánimo de agujero, para incurrir también, para zambulirme, para caer en la tentación. No es posible, o en todo caso no es deseable, describir un trabajo como el que llevan años realizando ya las poetas Carla Faesler y Rocío Cerón, un trabajo en contra de la especialización y a favor del contagio como lo definen en ese colectivo de proyectos interdisciplinarios que es Motín Poeta, desde la protección del afuera. No es deseable quedarse seco y a salvo ante las exploraciones musicales de los compositores Manuel Rocha y Antonio Fernández Ros. Es mejor abrir el ojo y caer en el ojo. Es mejor abrir el oído y caer en el oído.
La ocasión se llama Personae: un disco que no es una mesa con mantel verde. Un disco que es el vaso de agua que, a veces, solitario y rebosante, cilíndrico y diáfano, es el único habitante de La Mesa con el Mantel Verde. Los poetas no están alrededor. Los músicos no están alrededor. El lugar del que escucha no está enfrente. Los músicos y los poetas están dentro del vaso de agua, zambullidos. Qué frescor. La voz, ese fotografía de los órganos internos, ese vuelta-al-revés del sujeto de la enunciación, por esta única vez no tiene el eco impostado de la solemnidad o el tremor incauto de lo que anda en pos de lo sagrado. Los poetas, quienes están dentro del vaso de agua, quienes son el vaso de agua, no se dirigen a la posteridad en esta ocasión sino, mundanamente, a la punzada del presente. Al oído del presente. Por eso el lugar del que escucha, lejos de ser un receptáculo de formas preconcebidas, es transformado gracias a Personae en el incómodo sitio del asombro. Es posible, después de todo, hacer esto. Es posible contagiar al poema de la música y viceversa. Es posible hacer otras cosas con la poesía (con la música) y con el público de la poesía (de la música). La Mesa con el Mantel Verde no es el destino del Poema en Voz Alta.
Si en Urbe Probeta, el primer disco de lo que ya parece una serie, confluyeron la poesía y la música electrónica, ahora, en Personae se dan cita un grupo de poetas, entre los que se incluye, felizmente, a Gerardo Deniz, y un grupo de compositores que trabajan con las formas experimentales de la música contemporánea. Como en toda buena práctica colindante, aquí no se trata de que el poema o la pieza musical sirvan de ilustración la una a la otra, en una especie de reflejo pasivo. No se persigue el efecto de simple acumulación que tantas veces aflige a los proyectos que involucran dos o más disciplinas. Al contrario, de lo que se trata, y que es especialmente notorio en las piezas más logradas del disco, como en “Limbo” que combina el trabajo de Carla Faesler y de Antonio Fernández Ros, o en el “Un ave cae (fragmento)” de Eduardo Padilla con música de Gonzalo Macías, es de imbricar las formas musicales con las formas del poema para cuestionar sus linderos y hacerlos explotar. No se trata, pues, de combinar dos cosas distintas para producir una síntesis cómoda, presta a los quehaceres de la vigilancia estética, sino de atravesar los terrenos de lo conocido para engendrar un artefacto inclasificable que, por lo tanto, cuestione nuestras maneras de leer y de oír: nuestras maneras de posicionarnos frente al hecho poético, frente al hecho musical y, eventualmente, frente al hecho poéticomusical.
Hay que escuchar con atención Personae. Hay que aguazar el oído y disponerse a formar parte del espacio vocálico que, según Steven Connor en Dumbstruck. A Cultural History of Ventriloquism, es intermitente, fluido y no serial. Hay que escuchar, sí, y aspirar, como lo hace Padilla mientras un ave cae, “a lo incorrecto”. Siguiendo el recorrido de la voz en sentido inverso, Gerardo Deniz y Rogelio Sosa conducen al oyente por entre los órganos del cuerpo mientras éstos realizan las actividades más primarias y, por lo tanto, las más humanas: deglutir, defecar. Entrañable por sardónica la voz de Deniz. Entrañable por ser, además, la voz de Deniz. Buscando también adentro, pero en esta ocasión dentro del quehacer de la memoria, el eco mundano de Carla Faesler juega con la composición para piano de Antonio Fernández Ros mientras ambos, la voz y la tecla, retroceden una y otra vez hacia un recuerdo que no puede tenerse a sí mismo. “Todos”, efectivamente, “se detuvieron”. Inolvidable por preciso el clarinete bajo que conecta e interrumpe la voz de Rocío Cerón mientras se pregunta: “¿qué hay debajo de la lengua?” Puesto que “pa hundirse da igual/ el mar o la mar” resulta pertinente que la voz que enuncia “La Petenera” de Luis Felipe Fabre sea la voz de Mariana Gaber. Dominado por la música de Roberto Morales, la “Carta de un suicida” del poeta regimontano José Eugenio Sánchez apenas logra emerger ilesa, aunque lo hace con su característica ironía y el uso preciso de la línea versal. Quizá como ese “animal pequeño” que entra en el cuarto del poema de Myriam Moscona, esta Personae de linaje poundiano vaya haciendo el ruido “que hacen las mandíbulas al triturar un hueso”. Ese tipo de destrucción. El verbo roer. La inquietud. Vaya frescor. Quizá, como en el mismo poema, sea preciso cerrar los ojos y ver por dentro, y oír, como lo sugiere Moscona “al segundo corazón”. O, en su caso, al tercero.
--crg
[en Letras Libres, Junio 2007, versión completa]
Suele calificarse como interdisciplinaria al tipo de búsqueda que invoca prácticas y saberes que una larga tradición occidental gusta de presentar como entidades separadas o, incluso, antitéticas. Esta exploración colindante y en la colindancia no sólo provoca suspicacia entre los amantes de las cosas, como las llaman, bien definidas sino también entre aquellos que apresuran el debate hacia la intra o, incluso, la transdisciplina. Entre un extremo y otro se encuentran los que, arriesgando, se lanzan del trampolín y, sin red de protección, proponen y hacen. Un chapuzón en el agua. Vaya frescor. Estoy en esta página, que comparte con la alberca su condición de rectángulo, su ánimo de agujero, para incurrir también, para zambulirme, para caer en la tentación. No es posible, o en todo caso no es deseable, describir un trabajo como el que llevan años realizando ya las poetas Carla Faesler y Rocío Cerón, un trabajo en contra de la especialización y a favor del contagio como lo definen en ese colectivo de proyectos interdisciplinarios que es Motín Poeta, desde la protección del afuera. No es deseable quedarse seco y a salvo ante las exploraciones musicales de los compositores Manuel Rocha y Antonio Fernández Ros. Es mejor abrir el ojo y caer en el ojo. Es mejor abrir el oído y caer en el oído.
La ocasión se llama Personae: un disco que no es una mesa con mantel verde. Un disco que es el vaso de agua que, a veces, solitario y rebosante, cilíndrico y diáfano, es el único habitante de La Mesa con el Mantel Verde. Los poetas no están alrededor. Los músicos no están alrededor. El lugar del que escucha no está enfrente. Los músicos y los poetas están dentro del vaso de agua, zambullidos. Qué frescor. La voz, ese fotografía de los órganos internos, ese vuelta-al-revés del sujeto de la enunciación, por esta única vez no tiene el eco impostado de la solemnidad o el tremor incauto de lo que anda en pos de lo sagrado. Los poetas, quienes están dentro del vaso de agua, quienes son el vaso de agua, no se dirigen a la posteridad en esta ocasión sino, mundanamente, a la punzada del presente. Al oído del presente. Por eso el lugar del que escucha, lejos de ser un receptáculo de formas preconcebidas, es transformado gracias a Personae en el incómodo sitio del asombro. Es posible, después de todo, hacer esto. Es posible contagiar al poema de la música y viceversa. Es posible hacer otras cosas con la poesía (con la música) y con el público de la poesía (de la música). La Mesa con el Mantel Verde no es el destino del Poema en Voz Alta.
Si en Urbe Probeta, el primer disco de lo que ya parece una serie, confluyeron la poesía y la música electrónica, ahora, en Personae se dan cita un grupo de poetas, entre los que se incluye, felizmente, a Gerardo Deniz, y un grupo de compositores que trabajan con las formas experimentales de la música contemporánea. Como en toda buena práctica colindante, aquí no se trata de que el poema o la pieza musical sirvan de ilustración la una a la otra, en una especie de reflejo pasivo. No se persigue el efecto de simple acumulación que tantas veces aflige a los proyectos que involucran dos o más disciplinas. Al contrario, de lo que se trata, y que es especialmente notorio en las piezas más logradas del disco, como en “Limbo” que combina el trabajo de Carla Faesler y de Antonio Fernández Ros, o en el “Un ave cae (fragmento)” de Eduardo Padilla con música de Gonzalo Macías, es de imbricar las formas musicales con las formas del poema para cuestionar sus linderos y hacerlos explotar. No se trata, pues, de combinar dos cosas distintas para producir una síntesis cómoda, presta a los quehaceres de la vigilancia estética, sino de atravesar los terrenos de lo conocido para engendrar un artefacto inclasificable que, por lo tanto, cuestione nuestras maneras de leer y de oír: nuestras maneras de posicionarnos frente al hecho poético, frente al hecho musical y, eventualmente, frente al hecho poéticomusical.
Hay que escuchar con atención Personae. Hay que aguazar el oído y disponerse a formar parte del espacio vocálico que, según Steven Connor en Dumbstruck. A Cultural History of Ventriloquism, es intermitente, fluido y no serial. Hay que escuchar, sí, y aspirar, como lo hace Padilla mientras un ave cae, “a lo incorrecto”. Siguiendo el recorrido de la voz en sentido inverso, Gerardo Deniz y Rogelio Sosa conducen al oyente por entre los órganos del cuerpo mientras éstos realizan las actividades más primarias y, por lo tanto, las más humanas: deglutir, defecar. Entrañable por sardónica la voz de Deniz. Entrañable por ser, además, la voz de Deniz. Buscando también adentro, pero en esta ocasión dentro del quehacer de la memoria, el eco mundano de Carla Faesler juega con la composición para piano de Antonio Fernández Ros mientras ambos, la voz y la tecla, retroceden una y otra vez hacia un recuerdo que no puede tenerse a sí mismo. “Todos”, efectivamente, “se detuvieron”. Inolvidable por preciso el clarinete bajo que conecta e interrumpe la voz de Rocío Cerón mientras se pregunta: “¿qué hay debajo de la lengua?” Puesto que “pa hundirse da igual/ el mar o la mar” resulta pertinente que la voz que enuncia “La Petenera” de Luis Felipe Fabre sea la voz de Mariana Gaber. Dominado por la música de Roberto Morales, la “Carta de un suicida” del poeta regimontano José Eugenio Sánchez apenas logra emerger ilesa, aunque lo hace con su característica ironía y el uso preciso de la línea versal. Quizá como ese “animal pequeño” que entra en el cuarto del poema de Myriam Moscona, esta Personae de linaje poundiano vaya haciendo el ruido “que hacen las mandíbulas al triturar un hueso”. Ese tipo de destrucción. El verbo roer. La inquietud. Vaya frescor. Quizá, como en el mismo poema, sea preciso cerrar los ojos y ver por dentro, y oír, como lo sugiere Moscona “al segundo corazón”. O, en su caso, al tercero.
--crg
TELEGRAMA INFORMATIVO
ASUNTO: Diálogos entre Juan Carlos Bautista y Cristina Rivera Garza
PROGRAMA: Ventana 22 del canal 22
HORARIO: Cada miércoles, entre las 7 y las 8 de la noche
TEMAS A TRATAR: la espera, el piropo, los 40s, mirar nubes, leer poesía hoy, el chisme, la orilla del centro, caminar que es lo mismo que escribir, la lectura, y todo lo que sigue
--crg
ASUNTO: Diálogos entre Juan Carlos Bautista y Cristina Rivera Garza
PROGRAMA: Ventana 22 del canal 22
HORARIO: Cada miércoles, entre las 7 y las 8 de la noche
TEMAS A TRATAR: la espera, el piropo, los 40s, mirar nubes, leer poesía hoy, el chisme, la orilla del centro, caminar que es lo mismo que escribir, la lectura, y todo lo que sigue
--crg
CITA TEXTUAL EN MONTERREY
Gracias al enlace que realizó la narradora Gabriela Torres, organizadora del III Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte, a la labor de Jaime Villarreal, jefe de Enlace Cultural de CONARTE, y a los grupos de clase del ensayista Víctor Barrera, la narradora Ximena Peredo, y el dramaturgo Mario Cantú Toscano, celebraremos una Cita Textual alrededor de la novela La Cresta de Ilión (Tusquets, 2003), el 9 de agosto del 2007, en una de las salas del Antiguo Palacio Federal de la ciudad de Monterrey, capital del estado de Nuevo León.
Ajúa, digo yo. !Arriba el norti!
--crg
Gracias al enlace que realizó la narradora Gabriela Torres, organizadora del III Encuentro de Escritores Jóvenes del Norte, a la labor de Jaime Villarreal, jefe de Enlace Cultural de CONARTE, y a los grupos de clase del ensayista Víctor Barrera, la narradora Ximena Peredo, y el dramaturgo Mario Cantú Toscano, celebraremos una Cita Textual alrededor de la novela La Cresta de Ilión (Tusquets, 2003), el 9 de agosto del 2007, en una de las salas del Antiguo Palacio Federal de la ciudad de Monterrey, capital del estado de Nuevo León.
Ajúa, digo yo. !Arriba el norti!
--crg
PRIMAVERA EN SAN JUAN
Este aroma de cosa verde que se puede masticar.
Libros en inglés y en español de la alta y no tan alta cultura organizados alfabéticamente en una librería.
Esta conjura de afectos revuelta con palabras (y un ron que esperó 8 años para estar).
Un bosque tropical. Un mofongo. Un flamboyán.
Estas pláticas vespertinas alrededor de un puñado de cuartillas.
Decir placer cuando se quiere decir luz de junio.
--crg
Este aroma de cosa verde que se puede masticar.
Libros en inglés y en español de la alta y no tan alta cultura organizados alfabéticamente en una librería.
Esta conjura de afectos revuelta con palabras (y un ron que esperó 8 años para estar).
Un bosque tropical. Un mofongo. Un flamboyán.
Estas pláticas vespertinas alrededor de un puñado de cuartillas.
Decir placer cuando se quiere decir luz de junio.
--crg
Tuesday, June 05, 2007
LECTURAS OPCIONALES
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Esta no es una columna diseñada para aplaudir cualquier cosa que hace (o deja de hacer) la pareja de escritores conformada por David Eggers y Vendela Vida en San Francisco, California, pero es difícil no escribir comentario alguno sobre la colección de libros The Best American Non-Required Reading que, desde hace algunos años y animada por Eggers, publica la Houghton Mifflin Company en su muy prestigiosa, y muy canónica, The Best American Series, la cual incluye desde volúmenes de los mejores cuentos hasta los mejores escritos de viaje.
Contrario a perspectivas que privilegian “lo mejor” por sobre “lo que más me gusta”, esta antología de lecturas no obligadas (u opcionales) no está dirigida por expertos en el campo. No hay aquí, quiero decir, una Voz Autorizada (el uso de las mayúsculas y el singular es a propósito) que, dirigiéndose a la posteridad en graves tonos solemnes, y con el mal aliento del que hace mucho que no se lava los dientes, nos espete el sermón del caso con sendo dedo flamígero sobre nuestra frente. Lo que hay, y se nota, son las lecturas hedonistas y frescas de un grupo de estudiantes de educación media (secundaria y preparatoria) que viven y se reúnen al menos una vez por semana en el área de la bahía de San Francisco, más específicamente en el Centro de Escritura que se llama 826 Valencia. Detrás de todo esto, pues, no hay otro experto más que el lector al que todavía mueve la curiosidad y no la jerarquía, el placer y no la sumisión. El lector, en resumen, para quien lo interesante supera a lo importante.
Todo cabe bajo esa mirada no clasificatoria: cuento, ensayo, comic, crónica y cualquier combinación de las anteriores. El único requisito, dice el editor Eggers en el prólogo, es que las selecciones sean “provocadoras, directas en su enfoque de alguna manera, que tengan algo que decir sobre el mundo de ese momento, y que no sean muy largas ni traten de los problemas amorosos de los ricos de Manhattan”. Con esto en mente, un comité de doce estudiantes se dedica a leer, año tras año, cuanta revista, suplemento o publicación en general cae en sus manos sin descartar a “las consagradas” pero sin limitarse a ellas. Así, en el volumen del 2005, que es el que tengo frente a mí ahora mismo, hay textos que fueron publicados en The New Yorker (“Hell-Heaven” de la muy conocida Jhumpa Lahiri, quien ganó el Pulitzer en 1999 por Interpreter of Maldies), pero también hay entradas que aparecieron por primera vez en McSweeney´s (“The Death of Mustango Salvaje” de Jessica Anthony, quien hasta ese momento sólo había publicado en algunas revistas pero que ya en 2006 pasó a ser parte de Best New American Voices of 2006) o en Other Voices (“Five Forgotten Instincts” de Dan Chaon, escritor de Cleveland a quien, sin duda, seguiré de ahora en adelante. ¿Alguien ha leído ya You remind me of me, publicada por Ballantine Books en el 2004?). Hay un cuento, por cierto, de Daniel Alarcón, joven escritor de Oakland, quien este año ha sido beneficiado con una de las becas de la fundación Guggenheim. Este tipo de ejercicio de lectura tan excéntrico como antijerárquico da como resultado un mosaico inédito de la producción literaria del vecino del norte—hay nombres “indispensables” que no por ello aparecen en el índice de este volumen y otros tantos de autores y autoras todavía en espera del reconocimiento de los muchos lectores.
No son éstas las lecturas del Padre sino las lecturas de los muchos hijos (e, incluso, de las muchas nietas). Lecturas radiales más que en vertical. Lecturas centrifugas más que centrípetas. Lo que este grupo dedicado de muchachos y muchachas (y hay bastantes de las segundas en este gremio) nos ofrece es una aproximación gustosa y no por ello menos sólida a los textos que se escriben en Estados Unidos en esta época. De ahí que podamos encontrar una pieza altamente política de Tish Durkin, la periodista que vivió en Bagdad entre abril del 2003 y septiembre del 2004, en la que un soldado estadounidense de 36 años que, desde su punto privilegiado de observación dentro de un tanque militar, exclama: “el lobo, por supuesto, soy yo… el hombre que aparece en la mirilla es el diablo”, o el cuento de Lauren Weedman, en el que en base a una anécdota mínima la autora logra producir el tipo de paranoia y vulnerabilidad que guía las acciones de una mujer que no sólo espía el diario de su amante sino que también lleva un diario donde anota sus observaciones sobre su espionaje. Abiertamente sociales y/o dolorosamente íntimos, estos textos dan cuenta de un país en perpetua lucha contra sí mismo.
Aquellos lectores que leen por placer, los que andan a la caza de lo no santificado, a esos a los que no les preocupa si lo que están leyendo es o será parte del canon o si el autor o autora con quien pasan el tiempo ha vendido tal o cual número de libros o se encuentra entre el top 5 de una generación u otra, seguramente pasarán horas provechosas en estas páginas. ¿Y pasaría algo en México, me pregunto, si al menos una de las muchas antologías que se elaboran cada año estuviera dirigida por un grupo de lectores/estudiantes de preparatoria?
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Esta no es una columna diseñada para aplaudir cualquier cosa que hace (o deja de hacer) la pareja de escritores conformada por David Eggers y Vendela Vida en San Francisco, California, pero es difícil no escribir comentario alguno sobre la colección de libros The Best American Non-Required Reading que, desde hace algunos años y animada por Eggers, publica la Houghton Mifflin Company en su muy prestigiosa, y muy canónica, The Best American Series, la cual incluye desde volúmenes de los mejores cuentos hasta los mejores escritos de viaje.
Contrario a perspectivas que privilegian “lo mejor” por sobre “lo que más me gusta”, esta antología de lecturas no obligadas (u opcionales) no está dirigida por expertos en el campo. No hay aquí, quiero decir, una Voz Autorizada (el uso de las mayúsculas y el singular es a propósito) que, dirigiéndose a la posteridad en graves tonos solemnes, y con el mal aliento del que hace mucho que no se lava los dientes, nos espete el sermón del caso con sendo dedo flamígero sobre nuestra frente. Lo que hay, y se nota, son las lecturas hedonistas y frescas de un grupo de estudiantes de educación media (secundaria y preparatoria) que viven y se reúnen al menos una vez por semana en el área de la bahía de San Francisco, más específicamente en el Centro de Escritura que se llama 826 Valencia. Detrás de todo esto, pues, no hay otro experto más que el lector al que todavía mueve la curiosidad y no la jerarquía, el placer y no la sumisión. El lector, en resumen, para quien lo interesante supera a lo importante.
Todo cabe bajo esa mirada no clasificatoria: cuento, ensayo, comic, crónica y cualquier combinación de las anteriores. El único requisito, dice el editor Eggers en el prólogo, es que las selecciones sean “provocadoras, directas en su enfoque de alguna manera, que tengan algo que decir sobre el mundo de ese momento, y que no sean muy largas ni traten de los problemas amorosos de los ricos de Manhattan”. Con esto en mente, un comité de doce estudiantes se dedica a leer, año tras año, cuanta revista, suplemento o publicación en general cae en sus manos sin descartar a “las consagradas” pero sin limitarse a ellas. Así, en el volumen del 2005, que es el que tengo frente a mí ahora mismo, hay textos que fueron publicados en The New Yorker (“Hell-Heaven” de la muy conocida Jhumpa Lahiri, quien ganó el Pulitzer en 1999 por Interpreter of Maldies), pero también hay entradas que aparecieron por primera vez en McSweeney´s (“The Death of Mustango Salvaje” de Jessica Anthony, quien hasta ese momento sólo había publicado en algunas revistas pero que ya en 2006 pasó a ser parte de Best New American Voices of 2006) o en Other Voices (“Five Forgotten Instincts” de Dan Chaon, escritor de Cleveland a quien, sin duda, seguiré de ahora en adelante. ¿Alguien ha leído ya You remind me of me, publicada por Ballantine Books en el 2004?). Hay un cuento, por cierto, de Daniel Alarcón, joven escritor de Oakland, quien este año ha sido beneficiado con una de las becas de la fundación Guggenheim. Este tipo de ejercicio de lectura tan excéntrico como antijerárquico da como resultado un mosaico inédito de la producción literaria del vecino del norte—hay nombres “indispensables” que no por ello aparecen en el índice de este volumen y otros tantos de autores y autoras todavía en espera del reconocimiento de los muchos lectores.
No son éstas las lecturas del Padre sino las lecturas de los muchos hijos (e, incluso, de las muchas nietas). Lecturas radiales más que en vertical. Lecturas centrifugas más que centrípetas. Lo que este grupo dedicado de muchachos y muchachas (y hay bastantes de las segundas en este gremio) nos ofrece es una aproximación gustosa y no por ello menos sólida a los textos que se escriben en Estados Unidos en esta época. De ahí que podamos encontrar una pieza altamente política de Tish Durkin, la periodista que vivió en Bagdad entre abril del 2003 y septiembre del 2004, en la que un soldado estadounidense de 36 años que, desde su punto privilegiado de observación dentro de un tanque militar, exclama: “el lobo, por supuesto, soy yo… el hombre que aparece en la mirilla es el diablo”, o el cuento de Lauren Weedman, en el que en base a una anécdota mínima la autora logra producir el tipo de paranoia y vulnerabilidad que guía las acciones de una mujer que no sólo espía el diario de su amante sino que también lleva un diario donde anota sus observaciones sobre su espionaje. Abiertamente sociales y/o dolorosamente íntimos, estos textos dan cuenta de un país en perpetua lucha contra sí mismo.
Aquellos lectores que leen por placer, los que andan a la caza de lo no santificado, a esos a los que no les preocupa si lo que están leyendo es o será parte del canon o si el autor o autora con quien pasan el tiempo ha vendido tal o cual número de libros o se encuentra entre el top 5 de una generación u otra, seguramente pasarán horas provechosas en estas páginas. ¿Y pasaría algo en México, me pregunto, si al menos una de las muchas antologías que se elaboran cada año estuviera dirigida por un grupo de lectores/estudiantes de preparatoria?
--crg
Subscribe to:
Posts (Atom)