BAJO EL AGUA QUE CAE
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[para Gabriela y Emilio, y el ópalo del camino]
Iba hacia Santiago de Querétaro y sabía, porque es verano, que llovería, de preferencia a cántaros. Supongo que por eso llevé conmigo, de entre todos los libros posibles, el Plainwater de Anne Carson. Lo obvio: iba a ser una jornada bajo la lluvia, entre los charcos, alrededor de lagos, bajo cascadas. Es preciso prepararse textualmente para todo eso (y esto no requiere ni gabardina ni sombrero ni paraguas). Aunque en realidad lo tomé porque el paisaje que se extiende a ambos lados de la estrecha carretera que une a las Tierras Altas con esa población fundada, según la historia oficial, un 25 de julio de 1531, es uno de mis favoritos. A todo paisaje le corresponde, desde luego, un libro. Favorito = Favorito. Luego del viaje descubriría que elegí ese volumen de Carson por razones que escapaban a mi consciente en el momento ése en que el libro saltó del escritorio para colocarse bajo mi brazo derecho: Querétaro y Compostela, tema de una de las secciones más entrañables de Plainwater, comparten un santo y un peregrinaje. Hay una forma líquida, efectivamente, en todo esto. Un discurrir. Una manera de no frenarse.
Estamos en Carrión de los Condes, un 7 de julio. Esto es “Tipos de agua: Un ensayo sobre el camino a Compostela”, apenas una sección de “La antropología del Agua” el título engañosamente académico de la parte V de Plainwater. Entre Frómista y Sahagún, ahí, en el día de una mañana inusitadamente clara, alguien que podría ser la autora canadiense Anne Carson no teme declarar: “Soy un peregrino (y no un novelista) y la única historia que puedo contar es el camino mismo. Además, nadie puede escribir una novela acerca del camino, de la misma manera en que nadie puede escribir una novela sobre Dios, simplemente porque no puedes darles la vuelta y ver su espalda. Un personaje redondo es aquel que puede ser visto desde todos lados”.
Esta declaración, como otras tantas de este libro, me invita a ver la lluvia del otro lado de la ventanilla en perfecta inmovilidad.
Me volví una annecarsonista declarada ya hace tiempo. Todo empezó el buen día en que Glass, Irony and God, el libro que publicó en 1995, llegó a mis manos. Había, entre sus páginas, no sólo un lenguaje poderoso, con frecuencia despiadado, sino también un desmenuzamiento puntual (la palabra atroz está a punto de saltar desde la punta de la tecla) de un discurso que merodeaba sin menoscabo alguno el lugar del yo como el lugar del otro y viceversa: una versión de lo biográfico y de lo autobiográfico que se valía de la inter y de la transtextualildad (las palabras de Dickinson, las atmósferas de Brönte, entre otros) de maneras activas, acaso violentas. Estuvo, desde el inicio también, esa práctica inusual de la puntuación y un corte versal que, de hecho, cortaba en seco mi lectura, obligándome a detenerme y a cavilar. Y eso que decía Guy Davenport en el ensayo introductorio también estaba: “ella se cuenta entre los que están regresando la poesía a la buena y sólida narrativa (como podría esperarse de una estudiosa de los clásicos) [sin embargo] la prosa no podría acomodar las frases sincopadas de Carson, su tersura, su hábil cambio de escena”. Desde la primera leída supe que no me encontraba, pues, frente a un libro de poesía (aunque lo era y lo es) sino frente a otra cosa. Se trataba, lo entendí así, de algo vivo que respiraba cerca de mi oído, a veces con congoja y otras con rabia. Era un ente con venas y con más allá, algo que palpitaba bajo las yemas de los dedos y que se retorcía bajo la presión del lápiz que subrayaba. Había entre sus páginas, quiero decir, un sentido de la composición que trasgredía, sin avisar y sin alardear, nociones convencionales de la definición de géneros. Se trataba de un libro que era dos libros. Se trataba de más.
A Glass, Irony and God le siguieron todos sus otros textos (soy una lectora compulsiva, se sabe) y, en cada uno de esos encuentros entre líneas, no faltó alguna referencia que me descubriera un mundo que sólo presentía antes ni alguna palabra que se me adhiriera, con hambre fugaz, al cerebelo.
Pero ya hemos pasado por Castrogeriz, donde “la sorpresa hace un niño de nosotros: aquí hay otra. La luna que se eleva, un borde tan claro que puedes sentirlo en los dientes traseros”. Hace cuatro días dejamos Burgos, un buen lugar para pensar que “es un secreto a voces entre los peregrinos y otros teóricos de esta vida errante que uno se vuelve adicto al horizonte”. Faltan todavía 16 días para llegar a Compostela y preguntarse: “¿De qué otra cosa estamos hechos sino de hambre y de rabia?”.
Dividido en cinco partes, Plainwater expone el amplio rango creativo de Carson. Van ahí desde entrevistas acerca de hedonismo con Minnermos, el poeta griego del siglo VII B.C., ( “I: Yo quería conocerte/ M: Yo quería mucho más”), hasta pequeños ensayos sobre temas tan variados como la Mona Lisa (“Hay un momento en que el agua no está ni en un buque ni en el otro—qué sed era eso”), o las orquídeas (“Un niño pequeño ha escapado de Amherst hace pocos días, escribe Emily Dickinson en una carta de 1883, y cuando le preguntaron a donde iba, contestó, Vermont o Asia”). En todo caso, al presentar estos ensayos, Carson también advierte: “Las marcas constituyen gradualmente un instante natural, sin el aburrimiento de una historia”.
Esta declaración, como otras tantas de este libro, me conmina a bajar la ventanilla y abrir la mano (oblicua) bajo el agua que cae.
--crg
Tuesday, August 28, 2007
Monday, August 27, 2007
Thursday, August 23, 2007
JE N’AI JAMAIS PU ME RECONNAITRE DANS LE REGARD D’UN HOMME
La escritora peruana Patricia De Souza y su Electra en la ciudad (Lima: Alfaguara, 2006), en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.
!Y seguimos!
--crg
La escritora peruana Patricia De Souza y su Electra en la ciudad (Lima: Alfaguara, 2006), en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.
!Y seguimos!
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Tuesday, August 21, 2007
EL LUGAR IMPORTA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
I: Noble y Brutal
Confesión verídica: estoy acostumbrada a partir.
Es una costumbre noble, ésa, partir. Y también es una costumbre brutal. Uno se acostumbra a elevar la mano y a borrar, en ese cauteloso movimiento oscilatorio, lo que queda atrás. Uno olvida, siempre con método. El gajo que desbarata la completad de la mandarina. El puño que se convierte en cinco dedos. La pieza que, por ausente, obliga a la imperfección de las máquinas o la que, por no estar ahí, contribuye al fluir de las aguas. Uno jura. Uno ve el paisaje al otro lado de la ventanilla y descubre, entonces, qué es exactamente el verbo extrañar, el sustantivo nostalgia, el subjuntivo si hubiera, el futuro del condicional. Después, en el anonimato del otro lugar, uno prevarica. Uno inventa un origen y un pasado y, si se puede, lo que vendrá. Luego sólo queda el arrebato que provoca a veces esa corteza, aquella montaña, ese pedazo de ciudad, esta luz.
Algo reverbera entonces.
El gesto fundador del sujeto, recordaba Zizek en Visión de paralaje, consiste en sujetarse a sí mismo. “Voluntariamente”, añadía, sujetarse a.
En lo noble y en lo brutal, partir, que es siempre partir de un lugar, se parece mucho a escribir. Eso es cierto.
II. La Relación Imaginaria
“El materialismo significa”, argumentaba también Zizek, “que la realidad que veo nunca es total, no porque una parte importante me eluda, sino porque contiene una mancha, un punto ciego, que señala mi inclusión en ella”. Por eso el lugar es lo único que nunca podré en realidad ver. Por eso el lugar me sujeta. Por eso, también, lo objeto con mi subjetividad.
El lugar, así entonces, es sobre todo una relación. No es la geografía, sino una aproximación a esa geografía; no la ciudad, sino la manera en que se desplaza el cuerpo dentro de la ciudad; no el libro, sino la lectura insustituible del libro; no un dato de nacimiento, sino el nacimiento mismo. El cielo. A la relación con el lugar le llamamos paisaje. Porque es humana, esa relación es material: se trata de un vínculo con cuerpo y sudor y sexo y clase y raza y pobreza y entrepierna y saliva y uñas e, incluso, mugre bajo las uñas. Entre más ahí, más densa y, por lo tanto, más opaca. Entre más profunda, de hecho, más adjetivada. Entre más aquí. Por lo mismo, por ser humana, esa relación que es todo lugar es también, acaso por principio pero tal vez también a final de cuentas, una relación imaginaria. El lugar es pura escritura.
III. Ser del Lugar
Una visión más bien conservadora y rígida prescribe que la relación entre el sujeto y el lugar es, o debe ser, unívoca y, además, monógama. Un sujeto, se dice, debe ser de un lugar, de preferencia, aunque no siempre, el de nacimiento. Lo demás, se dice, es traición o, pero aún, pérdida de la identidad. Pero no todo en la vida, ya por desgracia o ya afortunadamente, es unívoco o monógamo o pura pérdida. Uno pasa por muchos lugares después de todo y uno se enraiza, si verdaderamente pasa. Apropiación magnífica. Arábigo árbol agreste. Armastote. Armostrong. “Nadie nace sólo una vez”, aseguraba la poeta canadiense Anne Michaels en esa magnífica novela que es Fugitive Pieces. “Si tienes suerte, emergerás una vez más en los brazos de alguien; si no, despertarás cuando la larga cola del terror te toque el interior del cráneo”. Time is a blind guide. Pasar por un lugar siempre tiene consecuencias, entre otras tantas, por ejemplo, la de fundarlo. Por eso el lugar es en realidad los lugares. Cosa plural en caso de tener suerte. Materia de fortuna. A veces.
Para el que parte, el lugar lo es todo. Para el que parte, el lugar no es nada. Ambas declaraciones tienen su contenido de verdad. En todo caso, para el que parte: el lugar. Mejor aún: los lugares. Porque ¿cuántas veces no hemos nacido ya? La otra manera de plantearse esta cuestión: ¿cuántas veces no hemos muerto ya? Hace algunos años, en el valle por donde pasa un río al que denominan el Bravo, escuché las primeras narraciones infantiles. Ahí, también, me perdí por primera vez. Ahí nací, es cierto. En el regazo y en el arrullo del algodón, luego sorgo. Y nací otra vez aquí cerca, en algún lugar de este lugar donde ahora digo “el lugar”: Cola de Caballo, estanque con peces y patos, agua con sal. En las páginas de un libro, en la nota musical, en las palabras compartidas sobre una mesa llena de sobras de comida: todos ellos lugares de nacimiento y más.
Una nace también, a veces, cuando la fortuna, viendo el mar, al lado de una valla hecha originalmente de un material para no pasar.
A todos estos ciclos constantes, a toda esta aglomeración de raíces, yo le llamo Lo Contrario a lo Universal: esto es la Constelación de Benjamin que, en el dato más concretamente material, en el objeto saturado, ve todo lo demás. En movimiento siempre e incluyendo la perspectiva del que ve, el lugar me marca, en efecto, pero siempre de maneras en que no sé.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
I: Noble y Brutal
Confesión verídica: estoy acostumbrada a partir.
Es una costumbre noble, ésa, partir. Y también es una costumbre brutal. Uno se acostumbra a elevar la mano y a borrar, en ese cauteloso movimiento oscilatorio, lo que queda atrás. Uno olvida, siempre con método. El gajo que desbarata la completad de la mandarina. El puño que se convierte en cinco dedos. La pieza que, por ausente, obliga a la imperfección de las máquinas o la que, por no estar ahí, contribuye al fluir de las aguas. Uno jura. Uno ve el paisaje al otro lado de la ventanilla y descubre, entonces, qué es exactamente el verbo extrañar, el sustantivo nostalgia, el subjuntivo si hubiera, el futuro del condicional. Después, en el anonimato del otro lugar, uno prevarica. Uno inventa un origen y un pasado y, si se puede, lo que vendrá. Luego sólo queda el arrebato que provoca a veces esa corteza, aquella montaña, ese pedazo de ciudad, esta luz.
Algo reverbera entonces.
El gesto fundador del sujeto, recordaba Zizek en Visión de paralaje, consiste en sujetarse a sí mismo. “Voluntariamente”, añadía, sujetarse a.
En lo noble y en lo brutal, partir, que es siempre partir de un lugar, se parece mucho a escribir. Eso es cierto.
II. La Relación Imaginaria
“El materialismo significa”, argumentaba también Zizek, “que la realidad que veo nunca es total, no porque una parte importante me eluda, sino porque contiene una mancha, un punto ciego, que señala mi inclusión en ella”. Por eso el lugar es lo único que nunca podré en realidad ver. Por eso el lugar me sujeta. Por eso, también, lo objeto con mi subjetividad.
El lugar, así entonces, es sobre todo una relación. No es la geografía, sino una aproximación a esa geografía; no la ciudad, sino la manera en que se desplaza el cuerpo dentro de la ciudad; no el libro, sino la lectura insustituible del libro; no un dato de nacimiento, sino el nacimiento mismo. El cielo. A la relación con el lugar le llamamos paisaje. Porque es humana, esa relación es material: se trata de un vínculo con cuerpo y sudor y sexo y clase y raza y pobreza y entrepierna y saliva y uñas e, incluso, mugre bajo las uñas. Entre más ahí, más densa y, por lo tanto, más opaca. Entre más profunda, de hecho, más adjetivada. Entre más aquí. Por lo mismo, por ser humana, esa relación que es todo lugar es también, acaso por principio pero tal vez también a final de cuentas, una relación imaginaria. El lugar es pura escritura.
III. Ser del Lugar
Una visión más bien conservadora y rígida prescribe que la relación entre el sujeto y el lugar es, o debe ser, unívoca y, además, monógama. Un sujeto, se dice, debe ser de un lugar, de preferencia, aunque no siempre, el de nacimiento. Lo demás, se dice, es traición o, pero aún, pérdida de la identidad. Pero no todo en la vida, ya por desgracia o ya afortunadamente, es unívoco o monógamo o pura pérdida. Uno pasa por muchos lugares después de todo y uno se enraiza, si verdaderamente pasa. Apropiación magnífica. Arábigo árbol agreste. Armastote. Armostrong. “Nadie nace sólo una vez”, aseguraba la poeta canadiense Anne Michaels en esa magnífica novela que es Fugitive Pieces. “Si tienes suerte, emergerás una vez más en los brazos de alguien; si no, despertarás cuando la larga cola del terror te toque el interior del cráneo”. Time is a blind guide. Pasar por un lugar siempre tiene consecuencias, entre otras tantas, por ejemplo, la de fundarlo. Por eso el lugar es en realidad los lugares. Cosa plural en caso de tener suerte. Materia de fortuna. A veces.
Para el que parte, el lugar lo es todo. Para el que parte, el lugar no es nada. Ambas declaraciones tienen su contenido de verdad. En todo caso, para el que parte: el lugar. Mejor aún: los lugares. Porque ¿cuántas veces no hemos nacido ya? La otra manera de plantearse esta cuestión: ¿cuántas veces no hemos muerto ya? Hace algunos años, en el valle por donde pasa un río al que denominan el Bravo, escuché las primeras narraciones infantiles. Ahí, también, me perdí por primera vez. Ahí nací, es cierto. En el regazo y en el arrullo del algodón, luego sorgo. Y nací otra vez aquí cerca, en algún lugar de este lugar donde ahora digo “el lugar”: Cola de Caballo, estanque con peces y patos, agua con sal. En las páginas de un libro, en la nota musical, en las palabras compartidas sobre una mesa llena de sobras de comida: todos ellos lugares de nacimiento y más.
Una nace también, a veces, cuando la fortuna, viendo el mar, al lado de una valla hecha originalmente de un material para no pasar.
A todos estos ciclos constantes, a toda esta aglomeración de raíces, yo le llamo Lo Contrario a lo Universal: esto es la Constelación de Benjamin que, en el dato más concretamente material, en el objeto saturado, ve todo lo demás. En movimiento siempre e incluyendo la perspectiva del que ve, el lugar me marca, en efecto, pero siempre de maneras en que no sé.
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Monday, August 20, 2007
TRANSLATIONS PROVE TO BE UNTRANSLATABLE NOT BECAUSE OF ANY INHERENT DIFFICULTY, BUT BECAUSE OF THE LOOSENESS WITH WHICH MEANING ATTACHES TO THEM?
Fragmentos de lo que Walter Benjamin pensaba acerca de la tarea del traductor en, cual debe, La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.!Y seguimos!
--crg
Fragmentos de lo que Walter Benjamin pensaba acerca de la tarea del traductor en, cual debe, La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.!Y seguimos!
--crg
Sunday, August 19, 2007
TWENTY THESES ON TRANSLATION--Emily Apter
1. Nothing is translatable.
2. Global translation is another name for comparative literature.
3. Humanist translatio is critical secularism.
4. The translation zone is a war zone.
5. Contrary to what U.S. military strategy would suggest, Arabic is translatable.
6. Translation is a petit métier, translators the literary proletariat.
7. Mixed tongues contest the imperium of global English.
8. Translation is an oedipal assault on the mother tongue.
9. Translation is the traumatic loss of native language.
10. Translation is plurilingual and postmedial expressionism.
11. Translation is Babel, a universal language that is universally unintelligible.
12. Translation is the language of planets and monsters.
13. Translation is a technology.
14. Translation is the generic language of global markets.
15. Translation is a universal language of techne.
16. Translation is a feedback loop.
17. Translation can transpose nature into data.
18. Translation is the interface between langage and genes.
19. Translation is the system-subject.
20. Everything is translatable.
[from Emily Apter, The Translation Zone. A New Comparative Literature, (Princeton and Oxford: Princeton University Press, 2006), xi-xii]
--crg
1. Nothing is translatable.
2. Global translation is another name for comparative literature.
3. Humanist translatio is critical secularism.
4. The translation zone is a war zone.
5. Contrary to what U.S. military strategy would suggest, Arabic is translatable.
6. Translation is a petit métier, translators the literary proletariat.
7. Mixed tongues contest the imperium of global English.
8. Translation is an oedipal assault on the mother tongue.
9. Translation is the traumatic loss of native language.
10. Translation is plurilingual and postmedial expressionism.
11. Translation is Babel, a universal language that is universally unintelligible.
12. Translation is the language of planets and monsters.
13. Translation is a technology.
14. Translation is the generic language of global markets.
15. Translation is a universal language of techne.
16. Translation is a feedback loop.
17. Translation can transpose nature into data.
18. Translation is the interface between langage and genes.
19. Translation is the system-subject.
20. Everything is translatable.
[from Emily Apter, The Translation Zone. A New Comparative Literature, (Princeton and Oxford: Princeton University Press, 2006), xi-xii]
--crg
Wednesday, August 15, 2007
BUT MOSTLY, I JUST PLAY
Desde Montana y a través de Santa Bárbara, June Crouch en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.
!Y seguimos!
Desde Montana y a través de Santa Bárbara, June Crouch en La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.
!Y seguimos!
Tuesday, August 14, 2007
CRÓNICA DE UNA PRIMERA CITA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Había impartido dos clases en la mañana —una a las 7:30 y otra a las 10:30. Había asistido a, por lo menos, dos reuniones también. Entre una cosa y otra se me olvidó, una vez más, comer. Llegué al aeropuerto para tomar el avión de las 4 de la tarde pero, para variar, el vuelo iba retrasado: aproveché para empezar a leer On Chasil Beach de Ian McEwan. Una de esas botanas industriales que no saben a nada y un vaso de agua entretuvieron al estómago mientras el avión aterrizaba, un poco después de las 6 de la tarde, a Monterrey. La Sultana del Norte. 36 grados centígrados a la sombra. La cita, la primera Cita Textual, era a las 7:00 p.m. en la sala de juntas del Antiguo Palacio Federal.
Iba como se va a las primeras citas: con alborozo, claro está, con el inacabado placer que da a veces correr un riesgo, pero iba también con ese recalcitrante temor de que, a final de cuentas, no me gustara el prospecto. O, peor, que la charla resultara insulsa. O el colmo: que lo que se produjera en ese encuentro no fuera más que, una vez más, aburrimiento. Las emociones, acumuladas y contradictorias, eran bastantes. Y todas ellas, bajo una luz que me pareció anaranjada en su fulgor vespertino, me llevaron directamente del aeropuerto hasta el lugar de la reunión en un estado de cansancio que, con frecuencia, me produce ciertas formas de delirio.
No estaría yo escribiendo esto si el intercambio de la primera Cita Textual no hubiera sido dinámico, íntimo, interesante. No estaría escribiendo ahora si no estuviera yo dispuesta a hacerlo otra vez.
Los lectores de La cresta de Ilión ya estaban ahí, sentados alrededor de unas mesas estructuradas en forma de U. Después de los saludos de rigor y, como personas que ya se conocen pero que no han tenido la oportunidad de conversar, empezamos con naturalidad una charla que desbordó la hora que nos habíamos puesto como límite. Hubo de todo: preguntas no retóricas y comentarios juiciosos. Desde el “cómo funciona esto” hasta el “¿o sea que tú tampoco sabes qué significa x (donde x puede ser un color o un gesto o un lenguaje desconocido)?”. Gestos de complicidad alrededor. Más enfocados en el “cómo” o en el “por qué” que en el “me gustó o no”, la conversación se desarrolló como sobre un camino terrestre: con subidas y bajadas, tropiezos, arrancones. Se trató, quiero decir, de algo real. Algo humano en torno a un libro leído con rigor y profundidad.
Honestos y, también, corteses, los lectores regiomontanos que asistieron a esta primera cita cuestionaron, por ejemplo, el proceso de construcción de ciertos personajes de la novela: “¿puede un médico hablar como escritor?, ¿es esto en realidad un hombre?, ¿se comportan las mujeres de verdad así?”. Entre muchas más, estas preguntas me invitaron a recordar, de manera explícita, muchas de las ideas acerca de la identidad, acerca del fluir de la identidad y sus difuminados límites, que me permitieron componer un mundo extraño alrededor de hombres que parecen mujeres que parecen hombres. O de médicos que pueden hablar, como decía Deleuze, como perros. De ahí a comentarios sobre la ambientación y el inevitable diálogo con la obra de la escritora zacatecana Amparo Dávila (uno o más de los personajes de la novela responden, después de todo, a ese nombre) hubo poco trecho. Y todavía menos para reflexionar, en conjunto, sobre la función autorial que, más que desaparecer, o morir (como lo argumentaba cierta escuela de pensamiento de finales del XX) se abre para aceptar como figura ineludible a la actividad del lector que, al leer, escribe su propio libro.
Si esto es cierto, les decía tratando de concluir, entonces mi tarea como escritora de libros, como escritora de libros que responden aún a inicios del XXI al título de novela, es reflexionar críticamente (trastocar es otra manera de decir lo mismo) acerca de todos y cada uno de los elementos que, de manera natural (y este natural va en itálicas) asociamos con la novela. Así entonces, por principio de cuentas, subvertir la función del autor y del narrador y de los personajes y del sentido de verosimilitud, entre otras tantos elementos más, es y será siempre el quehacer fundamental de la novela. Contar historias lo hacemos todos. El novelista, en cambio o además, compone estructuras dentro de las que, ya con el menor o mayor peso de una anécdota, ocurre el trastocamiento anterior: un lector se convierte en autor de su propio libro. El único personaje en realidad, el personaje que se desdobla en todos los personajes de una novela, es el lenguaje. Y es eso, y no la sorpresa o la intriga de la anécdota, lo que en mi experiencia de lectora ha hecho que me quede platicando, en ocasiones por años enteros, con un libro, celebrando así, aunque siempre a mi manera, innumerables citas textuales.
Iba cansada, lo dije antes. Era el tipo de cansancio que, con frecuencia, me induce a delirar. Ahora, un par de días después de la experiencia, pienso que si el agotamiento y el delirio tuvieron algo que ver con esta extraña sensación de haber estado ahí completamente, cuerpo y alma en el presente más exacto, entonces lo tomaré como lección: no volveré a ir a ninguna cita, sea textual o no, sea la primera o la última, sin ese tipo de extenuación. En cualquier caso, el palpitar de la conversación más íntima que es, a menudo, la conversación con la que, a final de cuentas, se concluye un libro, se llevó a cabo gracias al entusiasmo y esfuerzo de: Jaime Villarreal, Gabriela Torres, Víctor Barrera, Ximena Peredo, Mario Cantú. No recuerdo ahora los nombres de todos y cada uno de los lectores que tuvieron a bien dedicar dos horas de su jueves para platicar de un libro en una sala de juntas de un antiguo edificio civil, pero esta pequeña crónica que es, en realidad, un abrazo, va para todos ellos.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Había impartido dos clases en la mañana —una a las 7:30 y otra a las 10:30. Había asistido a, por lo menos, dos reuniones también. Entre una cosa y otra se me olvidó, una vez más, comer. Llegué al aeropuerto para tomar el avión de las 4 de la tarde pero, para variar, el vuelo iba retrasado: aproveché para empezar a leer On Chasil Beach de Ian McEwan. Una de esas botanas industriales que no saben a nada y un vaso de agua entretuvieron al estómago mientras el avión aterrizaba, un poco después de las 6 de la tarde, a Monterrey. La Sultana del Norte. 36 grados centígrados a la sombra. La cita, la primera Cita Textual, era a las 7:00 p.m. en la sala de juntas del Antiguo Palacio Federal.
Iba como se va a las primeras citas: con alborozo, claro está, con el inacabado placer que da a veces correr un riesgo, pero iba también con ese recalcitrante temor de que, a final de cuentas, no me gustara el prospecto. O, peor, que la charla resultara insulsa. O el colmo: que lo que se produjera en ese encuentro no fuera más que, una vez más, aburrimiento. Las emociones, acumuladas y contradictorias, eran bastantes. Y todas ellas, bajo una luz que me pareció anaranjada en su fulgor vespertino, me llevaron directamente del aeropuerto hasta el lugar de la reunión en un estado de cansancio que, con frecuencia, me produce ciertas formas de delirio.
No estaría yo escribiendo esto si el intercambio de la primera Cita Textual no hubiera sido dinámico, íntimo, interesante. No estaría escribiendo ahora si no estuviera yo dispuesta a hacerlo otra vez.
Los lectores de La cresta de Ilión ya estaban ahí, sentados alrededor de unas mesas estructuradas en forma de U. Después de los saludos de rigor y, como personas que ya se conocen pero que no han tenido la oportunidad de conversar, empezamos con naturalidad una charla que desbordó la hora que nos habíamos puesto como límite. Hubo de todo: preguntas no retóricas y comentarios juiciosos. Desde el “cómo funciona esto” hasta el “¿o sea que tú tampoco sabes qué significa x (donde x puede ser un color o un gesto o un lenguaje desconocido)?”. Gestos de complicidad alrededor. Más enfocados en el “cómo” o en el “por qué” que en el “me gustó o no”, la conversación se desarrolló como sobre un camino terrestre: con subidas y bajadas, tropiezos, arrancones. Se trató, quiero decir, de algo real. Algo humano en torno a un libro leído con rigor y profundidad.
Honestos y, también, corteses, los lectores regiomontanos que asistieron a esta primera cita cuestionaron, por ejemplo, el proceso de construcción de ciertos personajes de la novela: “¿puede un médico hablar como escritor?, ¿es esto en realidad un hombre?, ¿se comportan las mujeres de verdad así?”. Entre muchas más, estas preguntas me invitaron a recordar, de manera explícita, muchas de las ideas acerca de la identidad, acerca del fluir de la identidad y sus difuminados límites, que me permitieron componer un mundo extraño alrededor de hombres que parecen mujeres que parecen hombres. O de médicos que pueden hablar, como decía Deleuze, como perros. De ahí a comentarios sobre la ambientación y el inevitable diálogo con la obra de la escritora zacatecana Amparo Dávila (uno o más de los personajes de la novela responden, después de todo, a ese nombre) hubo poco trecho. Y todavía menos para reflexionar, en conjunto, sobre la función autorial que, más que desaparecer, o morir (como lo argumentaba cierta escuela de pensamiento de finales del XX) se abre para aceptar como figura ineludible a la actividad del lector que, al leer, escribe su propio libro.
Si esto es cierto, les decía tratando de concluir, entonces mi tarea como escritora de libros, como escritora de libros que responden aún a inicios del XXI al título de novela, es reflexionar críticamente (trastocar es otra manera de decir lo mismo) acerca de todos y cada uno de los elementos que, de manera natural (y este natural va en itálicas) asociamos con la novela. Así entonces, por principio de cuentas, subvertir la función del autor y del narrador y de los personajes y del sentido de verosimilitud, entre otras tantos elementos más, es y será siempre el quehacer fundamental de la novela. Contar historias lo hacemos todos. El novelista, en cambio o además, compone estructuras dentro de las que, ya con el menor o mayor peso de una anécdota, ocurre el trastocamiento anterior: un lector se convierte en autor de su propio libro. El único personaje en realidad, el personaje que se desdobla en todos los personajes de una novela, es el lenguaje. Y es eso, y no la sorpresa o la intriga de la anécdota, lo que en mi experiencia de lectora ha hecho que me quede platicando, en ocasiones por años enteros, con un libro, celebrando así, aunque siempre a mi manera, innumerables citas textuales.
Iba cansada, lo dije antes. Era el tipo de cansancio que, con frecuencia, me induce a delirar. Ahora, un par de días después de la experiencia, pienso que si el agotamiento y el delirio tuvieron algo que ver con esta extraña sensación de haber estado ahí completamente, cuerpo y alma en el presente más exacto, entonces lo tomaré como lección: no volveré a ir a ninguna cita, sea textual o no, sea la primera o la última, sin ese tipo de extenuación. En cualquier caso, el palpitar de la conversación más íntima que es, a menudo, la conversación con la que, a final de cuentas, se concluye un libro, se llevó a cabo gracias al entusiasmo y esfuerzo de: Jaime Villarreal, Gabriela Torres, Víctor Barrera, Ximena Peredo, Mario Cantú. No recuerdo ahora los nombres de todos y cada uno de los lectores que tuvieron a bien dedicar dos horas de su jueves para platicar de un libro en una sala de juntas de un antiguo edificio civil, pero esta pequeña crónica que es, en realidad, un abrazo, va para todos ellos.
--crg
Friday, August 10, 2007
Wednesday, August 08, 2007
PRIMERA CITA TEXTUAL (EN MONTERREY)
En el contexto de:
LA REGIÓN UNIVERSAL
III Encuentro de escritores jóvenes del norte de México y sur de Estados Unidos
Jueves 9 de agosto, a partir de las 10:00 horas.
Museo Metropolitano de Monterrey
Conferencia de apertura de Jen Hofer / Mesas de ponencias / Mesas de lectura de obra
Jueves 9 de agosto, a las 19:00 horas.
Sala de juntas del Antiguo Palacio Federal
Cita textual con Cristina Rivera Garza
(charla con lectores de la novela La cresta de ilión)
Viernes 10 de agosto, a partir de las 11:00 horas.
Museo Metropolitano de Monterrey
Mesas de ponencias / Mesas de lectura de obra / Conferencia de clausura de Cristina Rivera Garza
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En el contexto de:
LA REGIÓN UNIVERSAL
III Encuentro de escritores jóvenes del norte de México y sur de Estados Unidos
Jueves 9 de agosto, a partir de las 10:00 horas.
Museo Metropolitano de Monterrey
Conferencia de apertura de Jen Hofer / Mesas de ponencias / Mesas de lectura de obra
Jueves 9 de agosto, a las 19:00 horas.
Sala de juntas del Antiguo Palacio Federal
Cita textual con Cristina Rivera Garza
(charla con lectores de la novela La cresta de ilión)
Viernes 10 de agosto, a partir de las 11:00 horas.
Museo Metropolitano de Monterrey
Mesas de ponencias / Mesas de lectura de obra / Conferencia de clausura de Cristina Rivera Garza
--crg
Tuesday, August 07, 2007
MUCHOS VERANOS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[para Alba y Alicia y Raquel y Adrián y Rachel y Alan y Matías y toda la banda veraniega de Santa Ynez]
I. Está el verano en que los pubertos descubren, entre paseos en bicicleta o correrías en la playa, el rostro de la heterosexualidad: el sol de julio en su cenit y, alrededor, el aroma agridulce o casi dulzón de plantas que la imaginación visualiza como carnívoras. Los zapatos sobre la tierra. Hasta el último día de clases los mundos se han dividido, con rigurosidad salomónica, entre niños y niñas, pero ha bastado con que den inicio las vacaciones largas para que una igualmente larga sospecha o una intermitente ansiedad traiga, cual novela profundísima, más preguntas que respuestas, más enigmas, más esquinas. Algunos roces. El verano como umbral. El verano como inauguración. El nombre del verano de la pubertad de Ingmar Bergman fue, alguna vez, Varoms. Ahí, en compañía de su abuela, el joven que todavía desconocía El Terrible Pecado de Juventud entretenía los largos días estivales con lecturas en voz alta y zambullidas en lagos llenos de nenúfares, con caminatas sobre sendas pantanosas y bajo nubes de moscas y de tábanos. Ahí, en Varoms, relata Bergman en Linterna mágica, apareció Märta, la muchacha que, a pesar de tener su misma edad le “sacaba media cabeza”. “Ancha y huesuda”, Märta “olía a establo y a la misma acritud de la ciénega”. Sin los horarios de costumbre y comiendo bocadillos a deshoras, Bergman no duda en equiparar su encuentro veraniego con el de Romeo y Julieta, aunque aclara: “la única diferencia es que a nosotros nunca se nos ocurrió tocarnos. Aún menos besarnos”. Así, ayudando a Märta con los trabajos de campo que la habían traído a una finca cercana a Varoms, Bergman, a quien le daban algo de miedo la vacas, no sólo descubre la tímida aproximación de los cuerpos sino también, acaso sobre todo, los ejercicios verbales que lo invitan a fabricar mentiras grandilocuentes o a ofrecer las confesiones más íntimas. De tal importancia fue el verano que pasó solo con su abuela en Varoms que Bergman no duda en calificar a su encuentro con Märta como un “amor feliz”.
“Un día llueve”, continúa Bergman, “llueve todo el día, como el agua de una regadera y a rachas… Estamos solos en la pequeña y cálida habitación. La luz es suave, la lluvia hace rayas en las pequeñas ventanas y el viento sopla en la buhardilla. dice Märta. Me doy cuenta de repente de que los días están contados, de que la inmensidad tiene un final, de que la separación es inminente. Märta se inclina sobre la mesa, su aliento huele a leche dulce… Tiende su mano ancha y morena con las uñas sucias y mordidas. Pongo la mía encima y me la encierra en la suya. Guardo silencio al fin porque una insuperable tristeza me ha hecho enmudecer”.
[In Memoriam]
II.Está el verano en que los pubertos de ciudad descubren el bosque, la naturaleza. Los veranos que los alejan de horarios y deberes, de rostros conocidos y rutinas predecibles, para internarlos en la experiencia brutal, que es a veces de color verde, de la lejanía. Nada es igual al regreso. Los que fueron demasiado lejos y, aún así, logran regresar, ya nunca serán los mismos. Algo así le sucedía a Elaine Risley cuando era niña en Cat´s Eye, la novela que Margaret Atwood publicó en 1989, justo después de su muy celebrada The Handmaid´s Tale (luego vuelta película). Antes de irse hacia el norte y vivir en una cabaña en un bosque habitado sólo por sus padres y su propio hermano, Elaine se despide de Grace y Carol, dos amigas que se detienen por un momento “bajo el árbol de manzanas, con sus faldas, diciendo adiós, desapareciendo”. En un relato que se asemeja bastante al de la autora misma, Elaine cuenta entonces de sus andanzas veraniegas: los colchones sobre el piso, las inscripciones sobre la madera, las tardes de pesca, la recolección de fresas, la cercanía filial. los comentarios alarmantes de un padre que, además de dedicarse a la ciencia, ama el bosque. El silencio del bosque; la soledad del bosque.
“Cuando regresamos del norte, es como regresar de la montaña”, dice Elaine. “Descendemos a través de capas de claridad, de frescura y diáfana luz…hasta internarnos en el aire denso, la humedad y la pesada calidez, el ruido de los grillos y los olores a madera de los lagos del sur”.
Esas largas desapariciones, esos veranos pasados en otro lugar que se antoja lejano e inhóspito, constituirán una de las muchas peculiaridades de Elaine. Tal vez es por eso que Atwood decide que Elaine conocerá a Cordelia, la amiga con la cual vivirá una intrincada historia de amistad y terror a lo largo de su vida, justo después de una estadía en el bosque. “Grace y Carlos están bajo el árbol de las manzanas, justo donde las dejé. Pero no se ven igual. No se parecen en nada a las fotografías que he cargado en mi mente en los últimos cuatro meses… No se aproximan corriendo, aunque detienen lo que están haciendo para mirarnos como ni fuéramos gente nueva, como si nunca hubiéramos vivido aquí. Una tercera niña está con ellas. La miro, vacía de premonición. Nunca la he visto antes”.
III. Está también el verano que nunca se vivió. Está la vida, o ese remedo de vida que, con demasiada frecuencia, se lleva a los niños directo a la edad adulta, saltándose sin menoscabo la pubertad y, luego, la adolescencia. Se trata de una película de finales del XX: Las bicicletas son para el verano, dirigida por Jaime Chavarri con base en una obra de teatro de Fernando Fernán-Gómez. La vi, si mal no recuerdo, el mismo año en que salió, allá por 1984. Y desde entonces me sacude la idea: la verdadera antítesis del verano es la guerra. Cualquier guerra.
IV. Está el verano que termina. El verano que acaba de terminar a inicios de agosto, en pleno verano. Una mano se arroja al aire para decir adiós. La sonrisa como de idiota en el rostro.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[para Alba y Alicia y Raquel y Adrián y Rachel y Alan y Matías y toda la banda veraniega de Santa Ynez]
I. Está el verano en que los pubertos descubren, entre paseos en bicicleta o correrías en la playa, el rostro de la heterosexualidad: el sol de julio en su cenit y, alrededor, el aroma agridulce o casi dulzón de plantas que la imaginación visualiza como carnívoras. Los zapatos sobre la tierra. Hasta el último día de clases los mundos se han dividido, con rigurosidad salomónica, entre niños y niñas, pero ha bastado con que den inicio las vacaciones largas para que una igualmente larga sospecha o una intermitente ansiedad traiga, cual novela profundísima, más preguntas que respuestas, más enigmas, más esquinas. Algunos roces. El verano como umbral. El verano como inauguración. El nombre del verano de la pubertad de Ingmar Bergman fue, alguna vez, Varoms. Ahí, en compañía de su abuela, el joven que todavía desconocía El Terrible Pecado de Juventud entretenía los largos días estivales con lecturas en voz alta y zambullidas en lagos llenos de nenúfares, con caminatas sobre sendas pantanosas y bajo nubes de moscas y de tábanos. Ahí, en Varoms, relata Bergman en Linterna mágica, apareció Märta, la muchacha que, a pesar de tener su misma edad le “sacaba media cabeza”. “Ancha y huesuda”, Märta “olía a establo y a la misma acritud de la ciénega”. Sin los horarios de costumbre y comiendo bocadillos a deshoras, Bergman no duda en equiparar su encuentro veraniego con el de Romeo y Julieta, aunque aclara: “la única diferencia es que a nosotros nunca se nos ocurrió tocarnos. Aún menos besarnos”. Así, ayudando a Märta con los trabajos de campo que la habían traído a una finca cercana a Varoms, Bergman, a quien le daban algo de miedo la vacas, no sólo descubre la tímida aproximación de los cuerpos sino también, acaso sobre todo, los ejercicios verbales que lo invitan a fabricar mentiras grandilocuentes o a ofrecer las confesiones más íntimas. De tal importancia fue el verano que pasó solo con su abuela en Varoms que Bergman no duda en calificar a su encuentro con Märta como un “amor feliz”.
“Un día llueve”, continúa Bergman, “llueve todo el día, como el agua de una regadera y a rachas… Estamos solos en la pequeña y cálida habitación. La luz es suave, la lluvia hace rayas en las pequeñas ventanas y el viento sopla en la buhardilla. dice Märta. Me doy cuenta de repente de que los días están contados, de que la inmensidad tiene un final, de que la separación es inminente. Märta se inclina sobre la mesa, su aliento huele a leche dulce… Tiende su mano ancha y morena con las uñas sucias y mordidas. Pongo la mía encima y me la encierra en la suya. Guardo silencio al fin porque una insuperable tristeza me ha hecho enmudecer”.
[In Memoriam]
II.Está el verano en que los pubertos de ciudad descubren el bosque, la naturaleza. Los veranos que los alejan de horarios y deberes, de rostros conocidos y rutinas predecibles, para internarlos en la experiencia brutal, que es a veces de color verde, de la lejanía. Nada es igual al regreso. Los que fueron demasiado lejos y, aún así, logran regresar, ya nunca serán los mismos. Algo así le sucedía a Elaine Risley cuando era niña en Cat´s Eye, la novela que Margaret Atwood publicó en 1989, justo después de su muy celebrada The Handmaid´s Tale (luego vuelta película). Antes de irse hacia el norte y vivir en una cabaña en un bosque habitado sólo por sus padres y su propio hermano, Elaine se despide de Grace y Carol, dos amigas que se detienen por un momento “bajo el árbol de manzanas, con sus faldas, diciendo adiós, desapareciendo”. En un relato que se asemeja bastante al de la autora misma, Elaine cuenta entonces de sus andanzas veraniegas: los colchones sobre el piso, las inscripciones sobre la madera, las tardes de pesca, la recolección de fresas, la cercanía filial. los comentarios alarmantes de un padre que, además de dedicarse a la ciencia, ama el bosque. El silencio del bosque; la soledad del bosque.
“Cuando regresamos del norte, es como regresar de la montaña”, dice Elaine. “Descendemos a través de capas de claridad, de frescura y diáfana luz…hasta internarnos en el aire denso, la humedad y la pesada calidez, el ruido de los grillos y los olores a madera de los lagos del sur”.
Esas largas desapariciones, esos veranos pasados en otro lugar que se antoja lejano e inhóspito, constituirán una de las muchas peculiaridades de Elaine. Tal vez es por eso que Atwood decide que Elaine conocerá a Cordelia, la amiga con la cual vivirá una intrincada historia de amistad y terror a lo largo de su vida, justo después de una estadía en el bosque. “Grace y Carlos están bajo el árbol de las manzanas, justo donde las dejé. Pero no se ven igual. No se parecen en nada a las fotografías que he cargado en mi mente en los últimos cuatro meses… No se aproximan corriendo, aunque detienen lo que están haciendo para mirarnos como ni fuéramos gente nueva, como si nunca hubiéramos vivido aquí. Una tercera niña está con ellas. La miro, vacía de premonición. Nunca la he visto antes”.
III. Está también el verano que nunca se vivió. Está la vida, o ese remedo de vida que, con demasiada frecuencia, se lleva a los niños directo a la edad adulta, saltándose sin menoscabo la pubertad y, luego, la adolescencia. Se trata de una película de finales del XX: Las bicicletas son para el verano, dirigida por Jaime Chavarri con base en una obra de teatro de Fernando Fernán-Gómez. La vi, si mal no recuerdo, el mismo año en que salió, allá por 1984. Y desde entonces me sacude la idea: la verdadera antítesis del verano es la guerra. Cualquier guerra.
IV. Está el verano que termina. El verano que acaba de terminar a inicios de agosto, en pleno verano. Una mano se arroja al aire para decir adiós. La sonrisa como de idiota en el rostro.
--crg
Monday, August 06, 2007
TRADUCCIONES HOMOFÓNICAS
Como parte de La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas, Jen Hofer, poeta, traductora y paramadrina homofónica trabajará con ustedes y con nosotras en este maravilloso ejercicio poético:
Traducción homofónica
La poesía crea estructuras de entendimiento mucho más allá de los significados de las palabras. ¿Cuáles espacios se posibilitan cuando no entendemos el significado y nos abrimos a los sentidos de las palabras más allá de sus sentidos, a las maneras musicales y fonéticas de abarcar el lenguaje? Si consideramos la traducción como manera de habitar otro vocabulario, otra sintaxis, otras perspectivas lingüísticas y pensamientos poéticos, ¿cuáles estructuras podríamos construir cuando abandonemos por completo el uso normativo del lenguaje mientras damos la bienvenida a los sonidos y maniobras sintácticas del idioma ajeno? En el campo musical del idioma ajeno, nuestro propio idioma se vuelve extranjero: somos traducidos a través del oído.
Sin prestar atención al significado del original, traduce el sonido del poema al español, de manera que creas un texto que suena "igual" al original (por ejemplo: la palabra "loud" en inglés podría traducirse como "laúd" en español, o la frase "je ne sais pas" en francés podría traducirse como "llené la cepa"). Puedes permitirte cualquier elasticidad lingüística que te facilite la traducción, pero la idea es crear un texto homofónico, es decir, un texto que cuando se lee en voz alta, tiene el mismo sonido y/o música que el original.
Encontrarás más información (en inglés) acerca de la traducción homofónica, y algunos ejemplos, en:
http://writing.upenn.edu/bernstein/wreadiing-experiments.html http://www.languagehat.com/archives/000821.php
hay unos comentarios al respecto en español en:
http://www.celtiberia.net/verrespuesta.asp?idp=2052.
Se subirá otro texto a traducir homofónicamente cada quincena hasta el dos de noviembre Día de los Muertos (otra traducción, aunque menos homofónica).
Jen traducirá una selección de las traducciones homofónicas al inglés para ser publicadas en la revista de poesía en traducción Circumference
Envíanos tu participación a: amaranta.caballero@gmail.com
*
EJERCICIO/poema a traducir # 1
Det är något som inte är som det ska härinne.
Det är något skräckslaget
som inte kan ta sig ut härifrån.
Det är någonting som har givit vika
under mina fötter.
Det är någonting som har rämnat
över mitt huvud.
Det är någonting som sitter vid min huvudgärd
och hyperventilerar.
Det är någonting härinne
som går mig på nerverna.
Jag tror att det har uppstått ett livshotande
förståndslidande här i huset.
Jag tror att det är smittsamt.
Jag tror att jag måste akta mig
så att jag inte blir farlig.
Det måste finnas en rätsida.
Det måste finnas en nödlösning.
Det måste finnas en jourhavande låssmed.
Det måste finnas en utrymningsplan.
Det måste finnas en katastrofberedskap.
*
crg
Como parte de La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas, Jen Hofer, poeta, traductora y paramadrina homofónica trabajará con ustedes y con nosotras en este maravilloso ejercicio poético:
Traducción homofónica
La poesía crea estructuras de entendimiento mucho más allá de los significados de las palabras. ¿Cuáles espacios se posibilitan cuando no entendemos el significado y nos abrimos a los sentidos de las palabras más allá de sus sentidos, a las maneras musicales y fonéticas de abarcar el lenguaje? Si consideramos la traducción como manera de habitar otro vocabulario, otra sintaxis, otras perspectivas lingüísticas y pensamientos poéticos, ¿cuáles estructuras podríamos construir cuando abandonemos por completo el uso normativo del lenguaje mientras damos la bienvenida a los sonidos y maniobras sintácticas del idioma ajeno? En el campo musical del idioma ajeno, nuestro propio idioma se vuelve extranjero: somos traducidos a través del oído.
Sin prestar atención al significado del original, traduce el sonido del poema al español, de manera que creas un texto que suena "igual" al original (por ejemplo: la palabra "loud" en inglés podría traducirse como "laúd" en español, o la frase "je ne sais pas" en francés podría traducirse como "llené la cepa"). Puedes permitirte cualquier elasticidad lingüística que te facilite la traducción, pero la idea es crear un texto homofónico, es decir, un texto que cuando se lee en voz alta, tiene el mismo sonido y/o música que el original.
Encontrarás más información (en inglés) acerca de la traducción homofónica, y algunos ejemplos, en:
http://writing.upenn.edu/bernstein/wreadiing-experiments.html http://www.languagehat.com/archives/000821.php
hay unos comentarios al respecto en español en:
http://www.celtiberia.net/verrespuesta.asp?idp=2052.
Se subirá otro texto a traducir homofónicamente cada quincena hasta el dos de noviembre Día de los Muertos (otra traducción, aunque menos homofónica).
Jen traducirá una selección de las traducciones homofónicas al inglés para ser publicadas en la revista de poesía en traducción Circumference
Envíanos tu participación a: amaranta.caballero@gmail.com
*
EJERCICIO/poema a traducir # 1
Det är något som inte är som det ska härinne.
Det är något skräckslaget
som inte kan ta sig ut härifrån.
Det är någonting som har givit vika
under mina fötter.
Det är någonting som har rämnat
över mitt huvud.
Det är någonting som sitter vid min huvudgärd
och hyperventilerar.
Det är någonting härinne
som går mig på nerverna.
Jag tror att det har uppstått ett livshotande
förståndslidande här i huset.
Jag tror att det är smittsamt.
Jag tror att jag måste akta mig
så att jag inte blir farlig.
Det måste finnas en rätsida.
Det måste finnas en nödlösning.
Det måste finnas en jourhavande låssmed.
Det måste finnas en utrymningsplan.
Det måste finnas en katastrofberedskap.
*
crg
Thursday, August 02, 2007
AND THOSE WHO WERE SEEN DANCING
were thought to be insane by those who could not hear the music.
Here she goes, Pamela Keindl, desde Colorado hasta La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.
!Y seguimos!
--crg
were thought to be insane by those who could not hear the music.
Here she goes, Pamela Keindl, desde Colorado hasta La Inquietante (e Internacional) Semana de las Mujeres Traducidas.
!Y seguimos!
--crg
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