BIENVENIDO EL CATACLISMO
[en La Mano Obllicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La palabra, en sí misma, provoca inquietud. Uno no espera un cataclismo como quien espera la lluvia. Uno, en sentido estricto y en honor a la verdad, no espera un cataclismo; el cataclismo ocurre, de preferencia sin anuncio alguno. Sin más: he aquí una transición cataclísmica. Repentino y visceral, el cataclismo aparece, inaugurando así el espacio “de la nada” (o, en inglés, del azul). El cataclismo, en todo caso, está aquí para cambiarlo todo. Revolución estructural. Limen definitivo. Inexplicable. ¿Doloroso? Uno por lo general no dice “fuiste un cataclismo en mi vida” con una sonrisa en la boca. El cataclismo, sin embargo, interrumpe el estado general de las cosas y, al hacerlo, causa angustia pero también gusto, ambos presuntamente desmedidos (de otra manera no serían cataclísmicos). Tanto la ciencia como la narrativa modernas nos han enseñado a ver al cataclismo con suspicacia. El darwinismo lo domesticó con lentas gradaciones en contextos de intensa competitividad; la novela decimonónica lo redujo a momentos de revelación que, construidos poco a poco a través de una anécdota, normalizaban, porque lo explicaban, el estado de las cosas. Táctica de conservación.
Según Mike Davis, el feroz crítico social que ha tocado con singular acidez tanto los límites posibles como los casi imposibles de las grandes metrópolis modernas (desde Ciudad de Cuarzo. Excavando el futuro en Los Ángeles, hasta Ciudades Muertas: Ecología, catástrofe y revuelta) así como también las consecuencias humanas de los cambios climáticos y la destrucción ecológica de nuestros tiempos (Ecología del miedo: Los Ángeles y la imaginación del desastre y Los últimos holocaustos victorianos: El Niño y la creación del Tercer Mundo), los recientes cambios en el campo de la geología se basan y, a su vez, resultan en una apreciación mucho más benigna de esos grandes cambios con consecuencias inéditas a los que solemos denominar como cataclismos. ¿Somos, pues, danzantes cósmicos en el escenario de la historia? Éste es el titulo del capítulo que Davis le dedica a la sección de “Ciencias Extremas” en el libro Ciudades Muertas.
Contrario a los universos aislados y predecibles que configuraron las imaginaciones de Newton, Darwin y Lyell, la tierra que imaginan unos cuantos científicos conocidos como neo-catastrofistas--entre los que se cuentan Kenneth Hsu en China y Mineo Kumazawa en la Universidad de Nagoya--no es inmune para nada al caos astronómico. Al contrario, parte singular de un sistema solar histórico que no parece preñado de vida, la tierra es la corteza donde convergen, y esto continuamente aunque a escalas de tiempo distintas, eventos terrestres y procesos extraterrestres cuya evidencia más dramática aparece, precisamente, en forma de impactos monumentales de los cuales se generan las catástrofes. El caso que le permite a Davis una lectura social de los hallazgos de la geología contemporánea es un debate--la relación de los asteroides y los impactos de cometa en eventos de extinción masiva–-que no hace mucho se reavivó a nivel popular con la identificación del cráter de Chicxulub en la península de Yucatán y su vinculación con la extinción de los dinosaurios, científicamente conocida como la Extinción masiva del límite K/T o la extinción del Cretáceo-Terciario (lo que uno aprende conviviendo con personas de entre 8 y 12 años).
Siguiendo principalmente los trabajos de Herbert Shaw (Cráteres, cosmos y crónicas: una nueva teoría de la tierra) y de Ross Taylor (La evolución del sistema solar: una nueva perspectiva), ambos libros publicados en la última década del siglo XX, Davis señala la importancia epistemológica de la puntual incorporación de la catástrofe como un evento no ocasional sino fundamental en sus nuevas visiones de la tierra. De la misma manera, Davis demuestra el papel estratégico de ese tipo de tierra dentro de un sistema solar concebido como un bricolage. Izquierdista convencido, Davis advierte en ese giro no linear de la geología, que escapa además a las estructuras causales de la explicación científica más convencional, una revaloración del cataclismo como una fuerza que condensa procesos temporales–-permitiéndonos así pensar el cambio en formas que no obedecen a una lógica gradual y linear–-y que garantiza el aumento exponencial de energía al que se le deben, parafraseando las palabras que Edmund Halley dirigió a la Real Sociedad en 1694, “la sucesión de mundos”.
Aunque los neo-catastrofistas son bastante escépticos acerca de la posibilidad de vida más allá de la tierra, aduciendo que las condiciones que facilitaron tal existencia son raras en el universo tal como lo conocemos, ellos generalmente creen en el poder creativo de la destrucción última. Aseguran, así, justo como lo hace Stephen Jay Gould, que las extinciones masivas son en realidad un proceso de “evolución por lotería” donde se asegura la supervivencia no del más fuerte sino del más suertudo. Contrario a la doxa micro-evolucionista de la selección natural, un neo-catastrofista como Michael Rampino asegura que los cataclismos son saltos no lineales de macro-evolución que rompen el estatismo de los ecosistemas. Revolucionarias, pero indiferentes, las catástrofes. Ni modo.
Mientras los científicos discuten y esgrimen evidencia de uno u otro campo--ya para establecer a la catástrofe como un hecho más o menos aislado de baja frecuencia en el universo o para presentarla como el motor mismo detrás de las tendencias hacia una creciente diversidad biológica-–los mortales que caminamos sobre esa peleada superficie terrestre haríamos bien en volver la cara al cielo con mayor frecuencia. Ya sea para agradecer o para pedir clemencia, ese simple movimiento de cabeza demostraría que creemos, también, “en una tierra existencial formada por la energía creativa de sus catástrofes”.
--crg
Tuesday, July 29, 2008
Monday, July 28, 2008
UNSPEAKABLE
the word: unfönklmiövijéu
there is a large storage place sorrounded by snow
seeds inside
(this is called brain or wind or perhaps)
time crosses the border and becomes space
there are centuries between the end and your hand
history unfolds
red is a favorite color: a pelican sings
I walked over pebbles for years
the word: jegülijqsij
orchids smell asymmetrically when they die
there is a tower inside my eyes, a cloud
the words: huïnetji gliclohu
the mouth, unable
--crg
the word: unfönklmiövijéu
there is a large storage place sorrounded by snow
seeds inside
(this is called brain or wind or perhaps)
time crosses the border and becomes space
there are centuries between the end and your hand
history unfolds
red is a favorite color: a pelican sings
I walked over pebbles for years
the word: jegülijqsij
orchids smell asymmetrically when they die
there is a tower inside my eyes, a cloud
the words: huïnetji gliclohu
the mouth, unable
--crg
Sunday, July 27, 2008
THE IMPORTANCE OF OBLIQUITY
The earth´s unique and massive satellite, the Moon, plays a crucial role in stabilizing the obliquity of the earth´s rotational axis. Locked into spin-orbit resonance with the Earth--that is, the lunar day is equivalent to the lunar month--the Moon with its high angular momentum keeps the Earth tilted within one degree (plus or minus) of the 24.4 relative to its plane of revolution. Obliquity, of course, is what creates the terrestrial seasonality so important to the evolution and diversity of life. Mars, in contrast, has a wildly oscillating tilt and chaotic seasonality, while Venus, rotating slowly backward, has virtually no seasonality at all. It may be impossible for a "Gaian-type" biosphere, with its complex network of self-regulating biogeochenmical cycles, to evolve under such conditions, regardless of the presence of water or not.
Mike Davis, "Cosmic Dancers on History´s Stage," in Dead Cities, 333.
The earth´s unique and massive satellite, the Moon, plays a crucial role in stabilizing the obliquity of the earth´s rotational axis. Locked into spin-orbit resonance with the Earth--that is, the lunar day is equivalent to the lunar month--the Moon with its high angular momentum keeps the Earth tilted within one degree (plus or minus) of the 24.4 relative to its plane of revolution. Obliquity, of course, is what creates the terrestrial seasonality so important to the evolution and diversity of life. Mars, in contrast, has a wildly oscillating tilt and chaotic seasonality, while Venus, rotating slowly backward, has virtually no seasonality at all. It may be impossible for a "Gaian-type" biosphere, with its complex network of self-regulating biogeochenmical cycles, to evolve under such conditions, regardless of the presence of water or not.
Mike Davis, "Cosmic Dancers on History´s Stage," in Dead Cities, 333.
Friday, July 25, 2008
Thursday, July 24, 2008
Tuesday, July 22, 2008
EL SUPERHÉROE SE PREGUNTA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Sólo los piojos nos extrañarían, asegura el periodista Alan Weisman en El mundo sin nosotros, el libro en el que visualiza de manera devastadora el proceso entrópico en que entraría el mundo una vez que los humanos lograran extinguirse a sí mismos de la faz de la tierra. Sólo los piojos, pues, y algunas 200 especies de bacterias guardarían algo parecido a un luto por una especie que ha sido, en sí misma, la mayor amenaza para todo ser vivo en su entorno. De hecho, son tantas y tan profundas las catástrofes provocadas por la invención humana que éstas continuarían, en ocasiones incluso agravándose, tan pronto como la última persona emitiera el respiro final. En el recuento de daños de Weisman, esto resulta claro, la humanidad no sale bien parada. Si el lector de este libro se encontrara por pura casualidad en el muy probable escenario de esos días postreros seguramente entraría en un verdadero dilema. Salvar a la humanidad. Dejarla perecer. Salvar. Perecer. La margarita de los tiempos. Algo parecido les sucede, habiendo leído a Weisman o no, a los superhéroes de las películas de este verano.
Acaso sean los altos precios de la gasolina o la mera posibilidad de elegir a un presidente negro pero todo parece indicar que los Estados Unidos, y Hollywood en particular, se han sumido en un trance introspectivo no exento de humor, autocrítica e, incluso, algo de lucidez—tres adjetivos que no suelen aparecer juntos (y ni siquiera por separado) en las reseñas de las películas hechas para pasar el verano sin meditar ni poco ni demasiado. Este año, tres películas anunciadas como de entretenimiento familiar, es decir, dirigidas sobre todo a un público infantil, comparten superhéroes desencantados, en colores no convencionales, para quienes “luchar por la justicia” lejos de ser un lema de acción constituye, más bien, un principio de duda. ¿Por qué arriesgarse por una humanidad que no entiende o de plano desprecia el trabajo del superhéroe? ¿Para que salvar a una raza de perezosos irresponsables, pagados de sí mismos que, además, estigmatizan la diferencia que representa, en virtud de sus propios poderes, el superhéroe? ¿Atravesaría alguien los cielos para rescatar a la persona que, luego, le escupirá la cara o lo tachará de freak? La respuesta a esta interrogante en el verano del 2008 es, únicamente, tal vez.
El escenario lo establece Pixar, con habitual maestría, en Wall.e, La fecha: 700 años después de que el último ser humano abandonó la tierra. El personaje: un robot workhacólico que, durante esos muchos años, no sólo se ha dedicado a reciclar basura sino también a seleccionar, entre el cúmulo de objetos desechados, aquellos que por extraños o únicos merecen formar parte de su colección privada. Las condiciones: montones de basura que, literalmente, conforman edificios monumentales en un mundo dominado por el color del óxido y las tolvaneras súbitas. En medio de todo eso, Wall.e, el solitario historiador de la cultura material desarrolla, además, una debilidad: la película Hello, Dolly, y el sueño de la compañía que, pronto, se volverá una posibilidad en el personaje de Eva, el robot aparentemente diseñado por Apple con quien se embarcará en una aventura integaláctica hasta llegar a Axiom—esa portentosa nave donde sobreviven, sentados y casi sin estructura ósea, unos seres humanos que han volcado su sentido de voluntad en las máquinas que ahora los dirigen. Wall.e, por cierto, no se propone salvar a humanidad alguna. Lejos de hacerse una pregunta tan insensata, una pregunta de hecho inconcebible, el adicto al trabajo se concentra mejor en su romance sideral. Si en algo contribuye al retorno de Los Sin Esqueleto a la tierra es más producto de la coincidencia que de su deseo. Su deseo es tomar a otro robot de la mano.
Igual de solo que Wall.e sobre la faz de una tierra que todavía sostiene a la raza humana más o menos en pie, Hancock pone tanto empeño en su consumo de alcohol como Wall.e en su proceso de trabajo. Sin uniforme distintivo y sin empatía alguna por una especie que lo deplora, Hancock pasa sus días semidormido sobre bancas públicas o chocando contra las aves con las que comparte el populoso espacio aéreo de la época. Malagradecidos y aprovechados, los hombres y mujeres e incluso los niños con los que Hancock tiene contacto sólo comprueban una y otra vez sus sospechas: no valen la pena. Aunque Peter Berg se vale de una improbable vuelta de tuerca en el desarrollo de la anécdota para domesticar a Hancock y justificar, de paso, la soledad que lo singulariza, el neo-superhéroe puede volver a explotar.
Menos solo, pero presa también de la duda fundacional del superhéroe del verano 08, el Hellboy de Guillermo del Toro está cerca en más de una ocasión de darle la espalda a aquellos que, después de servirse de sus poderes, no hacen más que estigmatizarlo como freak o acusarlo de intenciones que suponen perversas. Antes de ser domesticado por la paternidad, el niño del infierno opta por la cerveza, las canciones cursis y la desobediencia.
Solos y tanáticos, más próximos a Frankestein que a Superman, el neo-superhéroe se pregunta y, al hacerlo, se atormenta. De ahí el trabajo o el alcohol. De ahí la caída, tan espectacular como interrumpida. Mucho me temo que, de no tener que recuperar los costos de producción que salen, esto se sabe, de los bolsillos de los humanos que van a verse al cine, los neo-superhéroes no dudarían tanto. De ahí esa manera compasiva y torva y crepuscular con la que saludan a los piojos y a todas y cada una de esas 200 especies de bacterias que, según Weisman, sí nos extrañarían.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Sólo los piojos nos extrañarían, asegura el periodista Alan Weisman en El mundo sin nosotros, el libro en el que visualiza de manera devastadora el proceso entrópico en que entraría el mundo una vez que los humanos lograran extinguirse a sí mismos de la faz de la tierra. Sólo los piojos, pues, y algunas 200 especies de bacterias guardarían algo parecido a un luto por una especie que ha sido, en sí misma, la mayor amenaza para todo ser vivo en su entorno. De hecho, son tantas y tan profundas las catástrofes provocadas por la invención humana que éstas continuarían, en ocasiones incluso agravándose, tan pronto como la última persona emitiera el respiro final. En el recuento de daños de Weisman, esto resulta claro, la humanidad no sale bien parada. Si el lector de este libro se encontrara por pura casualidad en el muy probable escenario de esos días postreros seguramente entraría en un verdadero dilema. Salvar a la humanidad. Dejarla perecer. Salvar. Perecer. La margarita de los tiempos. Algo parecido les sucede, habiendo leído a Weisman o no, a los superhéroes de las películas de este verano.
Acaso sean los altos precios de la gasolina o la mera posibilidad de elegir a un presidente negro pero todo parece indicar que los Estados Unidos, y Hollywood en particular, se han sumido en un trance introspectivo no exento de humor, autocrítica e, incluso, algo de lucidez—tres adjetivos que no suelen aparecer juntos (y ni siquiera por separado) en las reseñas de las películas hechas para pasar el verano sin meditar ni poco ni demasiado. Este año, tres películas anunciadas como de entretenimiento familiar, es decir, dirigidas sobre todo a un público infantil, comparten superhéroes desencantados, en colores no convencionales, para quienes “luchar por la justicia” lejos de ser un lema de acción constituye, más bien, un principio de duda. ¿Por qué arriesgarse por una humanidad que no entiende o de plano desprecia el trabajo del superhéroe? ¿Para que salvar a una raza de perezosos irresponsables, pagados de sí mismos que, además, estigmatizan la diferencia que representa, en virtud de sus propios poderes, el superhéroe? ¿Atravesaría alguien los cielos para rescatar a la persona que, luego, le escupirá la cara o lo tachará de freak? La respuesta a esta interrogante en el verano del 2008 es, únicamente, tal vez.
El escenario lo establece Pixar, con habitual maestría, en Wall.e, La fecha: 700 años después de que el último ser humano abandonó la tierra. El personaje: un robot workhacólico que, durante esos muchos años, no sólo se ha dedicado a reciclar basura sino también a seleccionar, entre el cúmulo de objetos desechados, aquellos que por extraños o únicos merecen formar parte de su colección privada. Las condiciones: montones de basura que, literalmente, conforman edificios monumentales en un mundo dominado por el color del óxido y las tolvaneras súbitas. En medio de todo eso, Wall.e, el solitario historiador de la cultura material desarrolla, además, una debilidad: la película Hello, Dolly, y el sueño de la compañía que, pronto, se volverá una posibilidad en el personaje de Eva, el robot aparentemente diseñado por Apple con quien se embarcará en una aventura integaláctica hasta llegar a Axiom—esa portentosa nave donde sobreviven, sentados y casi sin estructura ósea, unos seres humanos que han volcado su sentido de voluntad en las máquinas que ahora los dirigen. Wall.e, por cierto, no se propone salvar a humanidad alguna. Lejos de hacerse una pregunta tan insensata, una pregunta de hecho inconcebible, el adicto al trabajo se concentra mejor en su romance sideral. Si en algo contribuye al retorno de Los Sin Esqueleto a la tierra es más producto de la coincidencia que de su deseo. Su deseo es tomar a otro robot de la mano.
Igual de solo que Wall.e sobre la faz de una tierra que todavía sostiene a la raza humana más o menos en pie, Hancock pone tanto empeño en su consumo de alcohol como Wall.e en su proceso de trabajo. Sin uniforme distintivo y sin empatía alguna por una especie que lo deplora, Hancock pasa sus días semidormido sobre bancas públicas o chocando contra las aves con las que comparte el populoso espacio aéreo de la época. Malagradecidos y aprovechados, los hombres y mujeres e incluso los niños con los que Hancock tiene contacto sólo comprueban una y otra vez sus sospechas: no valen la pena. Aunque Peter Berg se vale de una improbable vuelta de tuerca en el desarrollo de la anécdota para domesticar a Hancock y justificar, de paso, la soledad que lo singulariza, el neo-superhéroe puede volver a explotar.
Menos solo, pero presa también de la duda fundacional del superhéroe del verano 08, el Hellboy de Guillermo del Toro está cerca en más de una ocasión de darle la espalda a aquellos que, después de servirse de sus poderes, no hacen más que estigmatizarlo como freak o acusarlo de intenciones que suponen perversas. Antes de ser domesticado por la paternidad, el niño del infierno opta por la cerveza, las canciones cursis y la desobediencia.
Solos y tanáticos, más próximos a Frankestein que a Superman, el neo-superhéroe se pregunta y, al hacerlo, se atormenta. De ahí el trabajo o el alcohol. De ahí la caída, tan espectacular como interrumpida. Mucho me temo que, de no tener que recuperar los costos de producción que salen, esto se sabe, de los bolsillos de los humanos que van a verse al cine, los neo-superhéroes no dudarían tanto. De ahí esa manera compasiva y torva y crepuscular con la que saludan a los piojos y a todas y cada una de esas 200 especies de bacterias que, según Weisman, sí nos extrañarían.
--crg
Tuesday, July 15, 2008
LECHOS LIMINALES
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La denominación transgenérica que pone en entredicho la estricta diferenciación sexual en la obra de Rulfo no se limita al personaje de Doroteo/Dorotea en la novela Pedro Páramo. En "Anacleto Morones", uno de los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas, una de las diez mujeres que buscan a Lucas Lucatero para que dé fe de los milagros cometidos por su suegro, el ahora denominado Niño Morones, es una “a la que le dicen Melquíades”, un nombre de uso tradicionalmente masculino en México. Asimismo, Rulfo les ha otorgado a esas integrantes de la congregación del Niño Morones características más bien viriles: Francisca, por ejemplo, porta un bigote “de cuatro pelos” que, sin embargo, no impide que Lucatero la invite a “dormir con él” hacia el final de la jornada, ya cuando las otras mujeres han ido abandonado, en grupo o a solas, la casa de Lucatero. Desafiando o de plano burlándose del estereotipo de la beata, estas congregantes de inquebrantable fe religiosa son mujeres que saben distinguir bastante bien entre ser señoritas y ser solteras. Ante el asombro Lucatero, quien dice no haber estado enterado de que la hija de Anastasio tuviera marido, la misma responde: “Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera”. Son mujeres, incluso, que han abortado: Nieves García, antigua amante de Lucatero confiesa: “Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre era un vaquetón?”. Viejas y sin los encantos físicos de la femeneidad convencional, redefiniendo los estados civiles en los que viven y describiendo a la maternidad como una opción, las congregantes del Niño Morones se parecen mucho a las chicas modernas —esas figura a la vez amenazante y seductora que tanto asoló las mentes y cuerpos de los habitantes del medio siglo en México. Solteras, que no solteronas, las congregantes rulfianas no tienen tampoco empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne— lecciones que han aprendido, de ahí su devoción, del evangelio del pícaro de Anacleto Morones. Tan bien lo han aprendido que, después de tener sexo con Lucatero, Francisca la de los bigotes no duda en expresar la comparación que ha hecho entre las habilidades sexuales del suegro y del yerno:
“—Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quien sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor”.
Rulfo tampoco denegó la sexualidad polimorfa de los niños o de los locos. En "Macario", el cuento que le dedicó a Clara, su esposa, y el único que incluye, de hecho, una dedicatoria, Rulfo crea la voz de un niño o un adolescente presuntamente afectado de sus capacidades mentales que, además de padecer de un hambre constante y un claro temor al infierno, describe con detallada pericia sus encuentros íntimos con Felipa, una mujer de la que se conoce su nombre, pero de la que se desconoce su relación de parentesco. Felipa, en todo caso, no es la madrina a quien Macario teme y respeta, sobre todo porque ella “es la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera”. Felipa es, sobre todo, sus pechos, de donde mana una leche con sabor a las flores de obelisco. Felipa, además, va en las noches al cuarto de Macario y ahí se le arrima, “acostándose encima de [él] o echándose a un ladito”. La imagen es, por supuesto, maternal y erótica a la vez. Perturbadora. Oscilante.
Atrapados en el umbral entre la vida y la muerte, entre lo posible y lo permitido, la sexualidad rulfiana se despliega en modos y prácticas variadas. Acaso por eso mismo el Adán y Eva edénicos devienen, en los terrenos de Pedro Páramo, un par de hermanos incestuosos que Juan Preciado, el hijo que busca a su padre, encuentra dentro de una casa con “el techo en el suelo” cuando, a causa de las muchas cosas que le han pasado y que no entiende, sólo alcanza a tener deseos de dormir. Los hermanos ya duermen completamente desnudos sobre sus raquíticos lechos y, por ello, lo conminan a recostarse. Así, luego de un sueño intranquilo por el cual han atravesado las voces disgustadas de los hermanos, Juan Preciado despierta:
“-¿A dónde se fue su marido?
—No es mi marido. Es mi hermano; aunque él no quiere que se sepa.”
Por boca de ella, uno de los poquísimos personajes sin nombre en la novela y la obra de Rulfo, el recién llegado se entera así de la relación pecaminosa que, según la mujer, le ha dejado el rostro lleno de “manchas moradas como de jiote”. Por ella también llega a sus oídos la confesión que el obispo no pudo perdonar:
“—Yo le quise decir que la vida nos había juntado, acorralándonos y puesto uno junto al otro. Estábamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo. Tal vez tenga ya a quien confirmar cuando regrese”.
Con culpa pero sin arrepentimiento, la innombrable justifica así el incesto. Si la causa ha sido la soledad que acorrala, el resultado será la supervivencia de una comunidad que, de otra manera, no podrá sino ser una caja de espectros. El futuro de Comala pende así de la sexualidad no normativa y liminal que domina ya sus lechos.
Si por queer se entiende el tipo de teoría que no sólo enfatiza la naturaleza social, y por lo tanto relacional, de las identidades de género sino que también, acaso sobre todo, explora las conductas sexuales que cuestionan tales definiciones, trastocándolas o, de plano, redefiniéndolas, el texto rulfiano es, de entrada, un texto queer. Ya en la Comala llena de espectros o ya en el llano, los personajes rulfianos responden apenas, y eso con trabajos, a los llamados de la masculinidad y la feminidad dominantes, comportándose, en cambio, con el desparpajo o la determinación de quien se sabe singular y complejo y problemático. Los momentos de intermitencia genérica que aparecen y desaparecen, sólo para volver a aparecer propician, sin duda, una lectura alternativa de los cuerpos de la modernidad mexicana desde uno de sus textos fundadores.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La denominación transgenérica que pone en entredicho la estricta diferenciación sexual en la obra de Rulfo no se limita al personaje de Doroteo/Dorotea en la novela Pedro Páramo. En "Anacleto Morones", uno de los diecisiete cuentos que componen El llano en llamas, una de las diez mujeres que buscan a Lucas Lucatero para que dé fe de los milagros cometidos por su suegro, el ahora denominado Niño Morones, es una “a la que le dicen Melquíades”, un nombre de uso tradicionalmente masculino en México. Asimismo, Rulfo les ha otorgado a esas integrantes de la congregación del Niño Morones características más bien viriles: Francisca, por ejemplo, porta un bigote “de cuatro pelos” que, sin embargo, no impide que Lucatero la invite a “dormir con él” hacia el final de la jornada, ya cuando las otras mujeres han ido abandonado, en grupo o a solas, la casa de Lucatero. Desafiando o de plano burlándose del estereotipo de la beata, estas congregantes de inquebrantable fe religiosa son mujeres que saben distinguir bastante bien entre ser señoritas y ser solteras. Ante el asombro Lucatero, quien dice no haber estado enterado de que la hija de Anastasio tuviera marido, la misma responde: “Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera”. Son mujeres, incluso, que han abortado: Nieves García, antigua amante de Lucatero confiesa: “Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre era un vaquetón?”. Viejas y sin los encantos físicos de la femeneidad convencional, redefiniendo los estados civiles en los que viven y describiendo a la maternidad como una opción, las congregantes del Niño Morones se parecen mucho a las chicas modernas —esas figura a la vez amenazante y seductora que tanto asoló las mentes y cuerpos de los habitantes del medio siglo en México. Solteras, que no solteronas, las congregantes rulfianas no tienen tampoco empacho en admitir un conocimiento profundo de los placeres y tormentos de la carne— lecciones que han aprendido, de ahí su devoción, del evangelio del pícaro de Anacleto Morones. Tan bien lo han aprendido que, después de tener sexo con Lucatero, Francisca la de los bigotes no duda en expresar la comparación que ha hecho entre las habilidades sexuales del suegro y del yerno:
“—Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quien sí era amoroso con una?
-¿Quién?
-El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor”.
Rulfo tampoco denegó la sexualidad polimorfa de los niños o de los locos. En "Macario", el cuento que le dedicó a Clara, su esposa, y el único que incluye, de hecho, una dedicatoria, Rulfo crea la voz de un niño o un adolescente presuntamente afectado de sus capacidades mentales que, además de padecer de un hambre constante y un claro temor al infierno, describe con detallada pericia sus encuentros íntimos con Felipa, una mujer de la que se conoce su nombre, pero de la que se desconoce su relación de parentesco. Felipa, en todo caso, no es la madrina a quien Macario teme y respeta, sobre todo porque ella “es la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera”. Felipa es, sobre todo, sus pechos, de donde mana una leche con sabor a las flores de obelisco. Felipa, además, va en las noches al cuarto de Macario y ahí se le arrima, “acostándose encima de [él] o echándose a un ladito”. La imagen es, por supuesto, maternal y erótica a la vez. Perturbadora. Oscilante.
Atrapados en el umbral entre la vida y la muerte, entre lo posible y lo permitido, la sexualidad rulfiana se despliega en modos y prácticas variadas. Acaso por eso mismo el Adán y Eva edénicos devienen, en los terrenos de Pedro Páramo, un par de hermanos incestuosos que Juan Preciado, el hijo que busca a su padre, encuentra dentro de una casa con “el techo en el suelo” cuando, a causa de las muchas cosas que le han pasado y que no entiende, sólo alcanza a tener deseos de dormir. Los hermanos ya duermen completamente desnudos sobre sus raquíticos lechos y, por ello, lo conminan a recostarse. Así, luego de un sueño intranquilo por el cual han atravesado las voces disgustadas de los hermanos, Juan Preciado despierta:
“-¿A dónde se fue su marido?
—No es mi marido. Es mi hermano; aunque él no quiere que se sepa.”
Por boca de ella, uno de los poquísimos personajes sin nombre en la novela y la obra de Rulfo, el recién llegado se entera así de la relación pecaminosa que, según la mujer, le ha dejado el rostro lleno de “manchas moradas como de jiote”. Por ella también llega a sus oídos la confesión que el obispo no pudo perdonar:
“—Yo le quise decir que la vida nos había juntado, acorralándonos y puesto uno junto al otro. Estábamos tan solos aquí, que los únicos éramos nosotros. Y de algún modo había que poblar el pueblo. Tal vez tenga ya a quien confirmar cuando regrese”.
Con culpa pero sin arrepentimiento, la innombrable justifica así el incesto. Si la causa ha sido la soledad que acorrala, el resultado será la supervivencia de una comunidad que, de otra manera, no podrá sino ser una caja de espectros. El futuro de Comala pende así de la sexualidad no normativa y liminal que domina ya sus lechos.
Si por queer se entiende el tipo de teoría que no sólo enfatiza la naturaleza social, y por lo tanto relacional, de las identidades de género sino que también, acaso sobre todo, explora las conductas sexuales que cuestionan tales definiciones, trastocándolas o, de plano, redefiniéndolas, el texto rulfiano es, de entrada, un texto queer. Ya en la Comala llena de espectros o ya en el llano, los personajes rulfianos responden apenas, y eso con trabajos, a los llamados de la masculinidad y la feminidad dominantes, comportándose, en cambio, con el desparpajo o la determinación de quien se sabe singular y complejo y problemático. Los momentos de intermitencia genérica que aparecen y desaparecen, sólo para volver a aparecer propician, sin duda, una lectura alternativa de los cuerpos de la modernidad mexicana desde uno de sus textos fundadores.
--crg
Monday, July 14, 2008
DESNUDARSE ES DARSE
Esta semana en La Inquietante e Internacional Semana de las Mujeres Desnudas versos e imagen del poeta Saúl Ordóñez.
Y continuamos!
--crg
Esta semana en La Inquietante e Internacional Semana de las Mujeres Desnudas versos e imagen del poeta Saúl Ordóñez.
Y continuamos!
--crg
Wednesday, July 09, 2008
COMALA-CHERNOBYL
"If everyone on Earth dissapeared, 441 nuclear plants, several with multiple reactors, would briefly run on autopilot until, one by one, they overheated. As refueling schedules are usually staggered so that some reactors generate while others are down, possibly half would burn, and the rest would melt. Either way, the spilling of radioactivity into the air, and into nearby bodies of water, would be formidable, and it would last, in the case of enriched uranium, into geological time".
Alan Weisman, The World Without Us, 213.
And that was nothing compared to what happened in Comala once Pedro Páramo crossed his arms. His gaze lost in the horizon. The great unloved one.
--crg
"If everyone on Earth dissapeared, 441 nuclear plants, several with multiple reactors, would briefly run on autopilot until, one by one, they overheated. As refueling schedules are usually staggered so that some reactors generate while others are down, possibly half would burn, and the rest would melt. Either way, the spilling of radioactivity into the air, and into nearby bodies of water, would be formidable, and it would last, in the case of enriched uranium, into geological time".
Alan Weisman, The World Without Us, 213.
And that was nothing compared to what happened in Comala once Pedro Páramo crossed his arms. His gaze lost in the horizon. The great unloved one.
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Tuesday, July 08, 2008
LO QUE YO QUIERO DE ÉL ES SU CUERPO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumadoras deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No son pocos los personajes femeninos de Juan Rulfo que expresan su deseo, especialmente su deseo sexual, de manera directa. En los primeros fragmentos de Pedro Páramo, Eduviges Dyada no tarda mucho en relatarle a Juan Preciado cómo es que ella estuvo a punto de ser su madre. “Dolores fue a decirme toda apurada que no podía. Que simplemente se le hacía imposible acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era su noche de bodas”. El ruego continua, el proceso de convencimiento, y Eduviges, al fin, cede. “Y fui”, dice. “Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía: y es que a mí también me gustaba Pedro Páramo. Me acosté con él, con gusto, con ganas. Me atrincheré en su cuerpo; pero el jolgorio del día anterior lo había dejado rendido, así que pasó la noche roncando. Todo lo que hizo fue entreverar sus piernas entre las mías”. Es apenas el fragmento número nueve del libro y ya Pedro Páramo ha sido despojado de la proeza sexual que suele asociarse a fuertes personajes masculinos, especialmente cuando sus nombres son llevados al título del libro. El lector se enfrenta, pues y de entrada, a un héroe emasculado y a una mujer “con ganas”. Eduviges no es aquí la Malinche pétrea y perforada de Octavio Paz, ni la limitada mujer de la condición femenina de Rosario Castellanos. Eduviges es aquí un cuerpo sexuado a cargo de su deseo.
Fragmentos después, cuando en típica estrategia rulfiana, el lector se entera prepósteramente de la razón por la cual Dolores Preciado no puede acostarse con Pedro Páramo en su noche de bodas, Rulfo introduce el cuerpo menstruante de la mujer en Comala y, de paso, en las letras mexicanas. Obedeciendo las órdenes del cacique, Fulgor Sedano pide en matrimonio a Dolores Preciado para de esta manera reducir las abrumadoras deudas de la Media Luna. La mujer, reaccionando con gusto, le solicita, sin embargo, una tregua. Ante la renuencia del administrador, la mujer insiste: “Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, Don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna. ¡Oh!, qué vergüenza”. Fulgor Sedano, sin embargo, se muestra inflexible y, por ello, Dolores se ve obligada a intentar algunos remedios caseros. Así, ella “corrió a la cocina con un aguamanil para poner agua caliente: ‘Voy a hacer que esto baje más pronto. Que baje esta misma noche. Pero de todas maneras me durará mis tres días. No tendrá remedio. ¡Qué felicidad! ¡Oh, qué felicidad!’”. Cuando el remedio falla, Dolores Preciado no tiene otra solución más que pedirle el favor a Eduviges. El favor de suplantarle el cuerpo.
Una de las múltiples razones por las que Susana San Juan ha sido considerada por muchos como un peculiar y poderoso personaje femenino en la literatura mexicana del siglo XX es, precisamente, debido a su relación estrecha y directa con su propio deseo. Viuda y trastornada, Susana, a pesar de estar casada con Pedro Páramo, no hace otra cosa más que recordar a su difunto marido, Florencio. La memoria de Susana, sin embargo, no es meramente romántica o platónica. Sus recuerdos se pueden masticar. “!Qué largo era aquel hombre! ¡Qué alto! Y su voz era dura…! Señor, tú no existes! Te pedí tu protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos”. Aprovechando la voz femenina, Rulfo lleva a cabo algo rara vez visto en la literatura mexicana de mediados de siglo: describir, con puntualidad, el cuerpo masculino. Rulfo nota y hace notar las fisuras, los temblores, los encantos de los cuerpos de los hombres, sin por ello dejar de lado su posible impotencia, tanto física como anímica, ante y por el cuerpo femenino.
Es claro que las ánimas que se pasean por Comala purgando culpas y murmurando historias son ánimas sexuadas. Al contrario del dios que increpa Susana San Juan en uno de sus ardientes monólogos, a Rulfo no sólo le interesan las almas, sino más bien, acaso sobre todo, los cuerpos: las marcas de esos cuerpos, las interacciones de esos cuerpos, las transgresiones de esos cuerpos. Por esas áridas tierras donde sólo crecen arrayanes ácidos se desliza un tufo sexual. Por las ventanas de las casas de una Comala nocturna, cubierta de nubes, entran y salen hombres husmeando a sus presas-mujeres que otras mujeres, ya Dorotea o Eduviges o Damiana, le han facilitado al cacique y, sobre todo, al hijo del cacique, Miguel Páramo. Del otro lado de esas ventanas asimismo esperan sobre sus lechos mujeres desnudas, como Damiana Cisneros, o temerosas de la muerte, como Ana Rentería. Y, para nombrar cada uno de estos encuentros, cada uno de estos deseos, Rulfo ha elegido sustantivos directos y denotativos, así como adjetivos de un gran poder de evocación sensorial. Cuando Dolores Preciado atiende el llamado de Inocencio Osorio, el provocador de sueños, la sesión con ese hombre “que escupe como los gitanos” consiste “en que se soltaba sobándola a una, primero en las yemas de los dedos, luego restregando las manos; después los brazos, y acababa metiéndose en las piernas de una , en frío, así, aquello al cabo de un rato producía calentura”. Cuando Abundio se emborracha debido a la muerte de Refugio, su mujer, éste recuerda cómo “se acostaba con él, bien viva, retozando como una potranca, y que le mordía y le raspaba la nariz con su nariz”. Incluso cuando Juan Preciado se descubre compartiendo una estrecha tumba con Dorotea La Curraca ella está “en el hueco de [s]us brazos”. Las rodillas juntas.
Los lectores tempranos de Rulfo, aquellos que recibieron sus libros con entusiasmo y recomendaron sus traducciones a otros idiomas, han escrito, y mucho, sobre la violencia sexual que ejercen los violadores, el cacique y, en su caso, el hijo del cacique, en los caminos de Comala, ligando así la figura del hijo bastardo con el sentido de orfandad de una nación en pos de su propia modernidad. A esta visión que, aunque certera, no deja de ser parcial, habría que agregarle ese deseo sexual femenino tan cabal como complicadamente presente a lo largo del texto rulfiano. Nuestra interpretación de las múltiples maneras en que México enfrentó el reto de su propia modernidad a mediados del silgo XX sería así más compleja, más dinámica y, sin lugar a dudas, más interesante.
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Monday, July 07, 2008
EL PODER DE LA LITERATURA
Leo el Llano en llamas y, por la ventana, es posible ver las lenguetas de fuego coronando las montañas.
Leo Pedro Páramo y, tan pronto como me interno en los caminos solitarios de un pueblo habitado por ánimas sexuadas, el cielo deja caer una lluvia de ceniza blanca. Blanca.
Creo que pospondreé la lectura de Dead Cities, de Mike Davis, y The World Without Us, de Alan Weisman, hasta tiempos un poco mas propicios.
--crg
Leo el Llano en llamas y, por la ventana, es posible ver las lenguetas de fuego coronando las montañas.
Leo Pedro Páramo y, tan pronto como me interno en los caminos solitarios de un pueblo habitado por ánimas sexuadas, el cielo deja caer una lluvia de ceniza blanca. Blanca.
Creo que pospondreé la lectura de Dead Cities, de Mike Davis, y The World Without Us, de Alan Weisman, hasta tiempos un poco mas propicios.
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Thursday, July 03, 2008
EN MÉXICO, AHORA
Introducción: desde 1966 los niños y adolescentes con problemas de salud mental tienen un espacio único para la atención, la enseñanza y la investigación, de los mismos en el HOSPITAL PSIQUIATRICO INFANTIL 'DR. JUAN N. NAVARRO'.
Hechos: el 15 de mayo de 2008, autoridades de la Secretaría de Salud anunciaron una próxima reubicación de este hospital en unas ex oficinas de la SEP, con la mitad de la superficie actual. Los trabajadores nos organizamos en asamblea permanente y mediante comisiones (Técnica, Padres y Difusión), votamos por la no reubicación.
Argumentos: 1. Por ordenpresidencial se destinó este predio para el tratamiento de niños con alteraciones de la salud mental, para la prevención de estas enfermedades yla realización de investigaciones científica sobre esta disciplina (Acta de inauguración, 24 de octubre de 1966). Este sigue siendo su fin, destinarlo a otropropósito no es justo en ésta época en la que las enfermedades mentales enniños y adolescentes van en aumento. 2. La propuesta para la reubicación es una construcción vertical con oficinas sin infraestructura para consulta y hospitalización, que reduce de 120 a 30 camas, se nos ofrece realizar las adecuaciones necesarias, a la par que se nos dice que no hay presupuesto para tener un hospital digno. Lo anterior impide separación por edades y/o diagnósticos, limita el número de pacientes atendidos, la formación de médicos residentes, la docencia y la investigación. Una estructura vertical no es apta para discapacitados en sillas de ruedas o adolescentes con intento suicida. El proyecto en términos presupuestales y de infraestructurano es adecuado. 3. El estigma, la discriminación y el desconocimiento de los problemas de salud mental se reflejan también en las políticas de salud y las decisiones deasignación de recursos y prioridades. Y hasta este momento, las autoridades no han reconocido su magnitud así como la importancia que tiene el tratamiento en la prevención de problemas como la farmacodependencia y la delincuencia. 4.- Una política de prevención siempre da mejor resultado en la medicina. Nuestro quehacer profesional se relaciona con la población más vulnerable en salud mental: sonniños, padecen adicciones, depresión y riesgo suicida o psicopatologíaprecursora de éstas y son de escasos recursos económicos. La política de salud debe también priorizar la atención en este grupo vulnerable. 5. Del presupuesto en salud del país, un 10% debería ser designado a la salud mental y contrasta con el 0.85% actual. Bajo este exiguo porcentaje tampoco los niños son prioridad. La discapacidad asociada a las enfermedades crónicas de la infancia y el derecho al goce máximo posible de salud, dependiente de la salud mental es la más abandonada. Adecuación y no obra nueva en nuestro predio, presupuesto incierto, reducciónde camas, etc. implican un despojo adicional. Por todo lo anterior la reubicación es inaceptable. ¿Debe México seguir esperando o resignándose? ¿Con estas estrategias nuestros pacientes y familias podrán Vivir Mejor? Lo único que perseguimos es fomentar la calidad de los servicios de atención en salud mentalinfantil, por medio del trabajo estable, cordial y ordenado.
Asamblea de losTrabajadores del HPI. ComitéTécnico. Comité de Padres. Comité de Difusión.
--crg
Introducción: desde 1966 los niños y adolescentes con problemas de salud mental tienen un espacio único para la atención, la enseñanza y la investigación, de los mismos en el HOSPITAL PSIQUIATRICO INFANTIL 'DR. JUAN N. NAVARRO'.
Hechos: el 15 de mayo de 2008, autoridades de la Secretaría de Salud anunciaron una próxima reubicación de este hospital en unas ex oficinas de la SEP, con la mitad de la superficie actual. Los trabajadores nos organizamos en asamblea permanente y mediante comisiones (Técnica, Padres y Difusión), votamos por la no reubicación.
Argumentos: 1. Por ordenpresidencial se destinó este predio para el tratamiento de niños con alteraciones de la salud mental, para la prevención de estas enfermedades yla realización de investigaciones científica sobre esta disciplina (Acta de inauguración, 24 de octubre de 1966). Este sigue siendo su fin, destinarlo a otropropósito no es justo en ésta época en la que las enfermedades mentales enniños y adolescentes van en aumento. 2. La propuesta para la reubicación es una construcción vertical con oficinas sin infraestructura para consulta y hospitalización, que reduce de 120 a 30 camas, se nos ofrece realizar las adecuaciones necesarias, a la par que se nos dice que no hay presupuesto para tener un hospital digno. Lo anterior impide separación por edades y/o diagnósticos, limita el número de pacientes atendidos, la formación de médicos residentes, la docencia y la investigación. Una estructura vertical no es apta para discapacitados en sillas de ruedas o adolescentes con intento suicida. El proyecto en términos presupuestales y de infraestructurano es adecuado. 3. El estigma, la discriminación y el desconocimiento de los problemas de salud mental se reflejan también en las políticas de salud y las decisiones deasignación de recursos y prioridades. Y hasta este momento, las autoridades no han reconocido su magnitud así como la importancia que tiene el tratamiento en la prevención de problemas como la farmacodependencia y la delincuencia. 4.- Una política de prevención siempre da mejor resultado en la medicina. Nuestro quehacer profesional se relaciona con la población más vulnerable en salud mental: sonniños, padecen adicciones, depresión y riesgo suicida o psicopatologíaprecursora de éstas y son de escasos recursos económicos. La política de salud debe también priorizar la atención en este grupo vulnerable. 5. Del presupuesto en salud del país, un 10% debería ser designado a la salud mental y contrasta con el 0.85% actual. Bajo este exiguo porcentaje tampoco los niños son prioridad. La discapacidad asociada a las enfermedades crónicas de la infancia y el derecho al goce máximo posible de salud, dependiente de la salud mental es la más abandonada. Adecuación y no obra nueva en nuestro predio, presupuesto incierto, reducciónde camas, etc. implican un despojo adicional. Por todo lo anterior la reubicación es inaceptable. ¿Debe México seguir esperando o resignándose? ¿Con estas estrategias nuestros pacientes y familias podrán Vivir Mejor? Lo único que perseguimos es fomentar la calidad de los servicios de atención en salud mentalinfantil, por medio del trabajo estable, cordial y ordenado.
Asamblea de losTrabajadores del HPI. ComitéTécnico. Comité de Padres. Comité de Difusión.
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Tuesday, July 01, 2008
LOS OBJETOS ABANDONADOS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Llegué a X, un pequeño pueblo universitario a las orillas del mar, una tarde de sábado. Había manejado unas cinco horas bajo la punzante luz del verano cuando me presenté, cansada y despeinada y medio ciega, en la oficina administrativa donde me darían, eso me habían informado con meses de anticipación en una carta, las llaves del departamento donde viviría mientras impartía mi clase. Poco sospechaba que al tomar las llaves del departamento 348, una unidad alejada del bullicio de la zona céntrica de complejo habitacional y reservada para los profesores, estaba dejando atrás todo lo que había sido mi vida para residir, ahora sí de tiempo completo, en Las Afueras.
En aquel entonces tenía ya bastante tiempo de no vivir en el país al que pertenecía X, pero de los años en los que me había establecido ahí y de mis subsecuentes y reiteradas visitas conservaba recuerdos más bien gratos: la puntualidad de las personas más diversas, la eficiencia de su sistema de cobranzas, la organización de sus burócratas, el funcionamiento de las señales de tráfico y, en general, una cierta superficialidad en los tratos de la vida cotidiana que, por una parte, me producía un supremo aburrimiento, pero que no dejaba de darle a esa vida cotidiana una ligereza que a menudo celebraba. Vivir sin intensidad tiene, sin duda alguna, consecuencias, y no todas ellas son negativas. Solía decirme cosas así. Seguramente fue por eso que, cuando finalmente logré dar con el 348 luego de avanzar a vuelta de rueda por el complejo habitacional, abrí la puerta sin temor alguno. Me esperaban, eso creía entonces, unas de esas semanas trilladas y serenas e idénticas a sí mismas que una vida llena de sobresaltos y aventuras me ha enseñado a apreciar en su justo valor. Así, en pocos días, y siguiendo a pie juntillas las indicaciones de una carta recibida con varios meses de anticipación, obtuve mis nuevas identificaciones, me hice de una bicicleta, y me dispuse a establecer y respetar una rutina diaria.
Me levantaría temprano, eso quedó claro desde el principio, y después del baño y del café matutino, iría a la universidad –ya para impartir mi seminario o para leer con toda tranquilidad en la biblioteca– para no regresar al 348 sino hasta la hora de la comida. Antes de emprender cualquier otra actividad vespertina, así fuera caminar o seguir leyendo, me había hecho a la idea de lavar los trastos. En Fugitive Pieces, una de mis novelas favoritas, la narradora y poeta Anne Michales asegura que, de manera por demás equivocada, solemos creer que estamos a merced de las cosas grandes y que podemos, en cambio, dominar a las pequeñas. Es todo lo contrario, recuerdo que decía uno de sus personajes. En algo parecido debí haber pensado la primera vez que observé lo que sucedía en el mundo de Las Afueras a través de la ventana de la cocina mientras lavaba platos y tazas, sartenes y cucharas.
A través de la ventana podían verse, en efecto, las montañas, casi azules en su lejanía. También era posible disfrutar de la vegetación silvestre que producía flores de extrañas formas y colores agresivos en la frontera ignota de los estacionamientos. Pero justo enfrente de la ventana de la cocina, ahí, a la vista de todos e ineludible a un tiempo, estaba también el contendor que servía de depósito para los objetos pesados y no tan pesados que dejaban tras de sí los residentes que partían. Anne Michales tenía razón: es difícil imaginar las consecuencias que pueden emanar de un hecho tan pequeño como ver un basurero a través de la ventana de una cocina.
Sin quererlo así aunque más bien pronto, me di cuenta de la agitada vida que se desarrollaba alrededor de los objetos abandonados. Los cargamentos de desperdicios no cesaban ni durante el día ni durante la noche. Aproximadamente cada media hora aparecían ahí los objetos más diversos: televisores, hornos, muletas, computadoras, ropa, ollas, libros, impresoras, zapatos, sillas, macetas, lámparas, colchones, flores artificiales, joyas. Y, detrás de ellos, aparecían puntuales los hombres y las mujeres que, fingiendo distracción, usualmente con las manos dentro de los bolsillos y silbando una tonadilla extraña con los labios apretados, se asomaban al contenedor con iguales dosis de tenacidad como de método para evaluar y, en su caso, extraer esas sobras del circuito del desperdicio.
Los objetos siempre me han hechizado, especialmente los objetos de consumo masivo. Me interesa su proceso de producción y la manera en que su contacto con los humanos los transforma de cosa en símbolo, por ejemplo. Me intrigan las historias que contienen o que encarnan. Siempre quiero descubrir la mirada que los ha marcado y, a su vez, las cicatrices que han producido en el espacio del que sin duda han sido arrancados. Me maravilla que siempre están en lugar de algo más. El proceso de su consumo, quiero decir, no ha dejado de ejercer su cuota de asombro en mí. Acaso por eso no fuera del todo extraño que, a medida que pasaba los días en X, esos días tranquilos e idénticos a sí mismos signados por una ligereza que no cesaba de celebrar, le dedicara más y más tiempo a observar la intensa vida de los objetos abandonados tan cerca de mi ventana. Fue así como empecé a retirarme del recinto universitario a la menor provocación y, luego, a pasar ahí sólo el tiempo más necesario. Dejé de visitar la biblioteca y, cada que abría un libro, no cesaba de preguntarme qué nuevo objeto habría llegado al contenedor justo en ese momento. Pronto, como es posible adivinarlo, crucé la línea divisoria: dejé de observar desde la ventana de la cocina para tomar parte en el ciclo.
Con las manos en los bolsillos y la mirada fingidamente perdida, me aproximé al contenedor. Luego, sin pensarlo mucho, más bien con la adrenalina que produce a veces un deseo reprimido, di el salto. Estiré la mano: los toqué. Fui evaluándolos con tenacidad y mesura. Ojo clínico. De ahí a llevar un registro de los hallazgos no pasó mucho tiempo. Si no hubiera sido por eso, por esas notas garabateadas con velocidad y torpeza en una libreta escolar, no tendría yo ahora memoria alguna del origen. Si no hubiera sido por eso, habría olvidado que antes y allá, allá adentro, hubo otra vida –esto que se le queda pegado a veces a las cosas que observo y toco en los contenedores de Las Afueras.
--crg
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