ESCRITURAS EN PRESENTE II
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Ya lo había dicho pero lo repito: acaso no sea literatura, sobre todo porque la Literatura, así con mayúscula, ya fue. Pero estas escrituras en continua producción producen, esto lo argumenta Josefina Ludmer respecto a las escrituras posautónomas, presente. Veamos.
III. Jezreel Salazar (DF, 1976). UNAM Filosofía y Letras/UACM @jezsalazar
SEÑALES DEL FIN DEL MUNDO
• El edén perdido. A eso llamamos el fin del mundo: unas manos, un rostro iluminado, las palabras que nos fugan de la tierra.
• Una señal de que se está en el fin del mundo es que los sentidos fallan y modifican nuestro contacto con la realidad.
• El fin del mundo es instalarse en los recuerdos, ser incapaces de dar pasos que no sean hacia atrás.
• Una señal del fin del mundo es que las piernas fallen a la orilla del acantilado. La conciencia de estar ahí se adquiere en pleno vuelo.
• En el fin del mundo hay un lago. En el fondo del lago hay un libro. Al final del libro, comienza un sueño: el del fin del mundo.
• Estamos en el fin del mundo cuando deseamos morir y decidimos seguir vivos.
• En el mundo posterior al fin del mundo, los hombres nacen ya muertos.
• En el fin del mundo no se escuchan estallidos ni quejidos. En cambio, el sonido del mar se detiene.
• El fin del mundo no es una orilla, sino una isla. Quienes la habitan se saben aislados, tontos y felices. No desean escapar.
• Si el fin del mundo abriera sus compuertas, tendríamos que refugiarnos en el Arca de Noé.
• Todo lo que se dice en el fin del mundo es una metáfora que refiere a otro lugar, un deseo desplazado, la confesión de algún fracaso.
• En el fin del mundo sólo hay cementerios y risas. Risas macabras.
• Siembra huesos en el fin del mundo y nacerán flores.
• Sí, seguro Baudelaire fue jardinero. En el fin del mundo.
• Sentarse en la orilla del fin del mundo y balancear los pies como en un columpio.
• En la religión del fin del mundo, la Biblia es una pantalla repleta de frases breves y discordantes que fungen como versículos proféticos.
• En el fin del mundo es importante andar de puntillas para no despertar a los monstruos.
• Cuando los monstruos interiores despiertan, comienza el fin del mundo.
• Volver del fin del mundo no es despertar; es otra cosa, algo así como dar un cabeceo cuando vas al volante.
• Volver del fin del mundo es volverse un sonámbulo.
• Enseñanza del fin del mundo: saber que el mundo es vaho y su existencia efímera, saber que vivimos entre brumas.
• La ausencia siempre derrota a la presencia -esto lo aprendí en el fin del mundo.
IV. Javier Raya (DF, 1985) UNAM Filosofía y Letras. @Javier_raya
EL LIBRO DE YO
1. Este soy yo vomitando: he bebido tequila, ron y vodka para saber qué esperar de una borrachera. Rigor científico, tengo 10 años.
2. Este es el día que tomé mal un camión y aparecí del otro lado de la ciudad. Esta es la policía que no sabe de mí. Este soy yo sin tenis.
3. Este soy yo en el monasterio abandonado. El desierto. Se rompe un escalón de madera podrida del campanario: nos persiguen las abejas.
4. Este soy yo despertando con tubos conectados por todas partes. Olor a lejía, alcohol, plástico y detergente barato. Una, dos... seis veces.
5. Este es el burdel. Aquí vemos televisión mientras se desocupa un cuarto. Este es el asco y esta la duda por el final de la película.
6. Este soy yo en la presentación de Crótalo. Texcoco, ¿2004? No sé que decir. No he dormido en dos días. Tiemblo: bebo el cuarto espresso.
8. Esta es la indignación de los grandes poetas. Este soy yo con miedo y vergüenza. Esta es la hybris, este su pasto.
9. Esta es mi bravura. Esta su embriaguez. Esta la autoridad de mi maestro. Me pide que lo golpee u obedezca. No haré ninguna de las dos.
10. Este soy yo, estos ustedes y esta “Pennyroyal Tea” de Nirvana. Aquí me avientan ¢20. Aquí me aviento sobre el patán. Aquí la sangre.
11. Este soy yo de camino a tu casa en mi bicicleta. Me han prohibido ir y a ti salir. Esta eres tú enmarcada en una ventana de herraje blanco.
12. Este soy yo y esta la palabra RED. La deletreamos: “ar-i-di”. El crayón es rojo como la palabra rojo, rouge, vermelho, rosso, scharlach...
13. Este soy yo cargado por mi madre en el museo de Historia Natural. Corrijo a la encargada: no es brontosaurio, es apatosaurio. Error común.1
1 En 1994 los diplodocidae fueron agrupados en nuevas familias por lo que hoy brontosaurio y apatosaurio son sinónimos. En el 89 no lo eran.
14. Este soy yo salvando mis dibujos de la inminente catástrofe. Los empaco cuidadosamente en una bolsa y los cuelgo de un árbol. Tengo 6 años.
15. Este es el día que me fui de casa de mis padres por primera vez. Tengo 8 años y he decidido no volver. Volveré a las 6 horas.
16. Este soy yo, como se dice, rompiéndote el corazón. Este soy yo siguiéndote por la calle. Esta es la lluvia, inoportuna, que te sigue también.
18. Este soy yo hablándote de la guerra del Pacífico, de los Mustangs y los Zeros. Esta eres tú, ignorándome
19. Este soy yo viendo cómo en el pueblo acostumbran quemar el cañaveral. Las llamas se acercan. Me subo a una piedra y escribo “Pyros”.
20. Este soy yo entrando en tu casa cuando todos duermen. Este, el ruido apagado de las cerraduras, que conozco de memoria. Esta, tú.
21. Este soy yo, gritando poemas en la esquina del país. Este soy yo “buscando mi voz”. Allá, mi voz, indiferente a mis pequeñas revoluciones.
23. Este soy yo siendo asaltado por un hombre con un tatuaje del castillo-prisión del Conde de Montecristo, un heroinómano carismático.
24. Este soy yo, escribiendo con mi caligrafía de electrocardiograma “lo haría todo de nuevo. Aquí no ha pasado nada”.
--crg
Tuesday, November 30, 2010
Saturday, November 27, 2010
ACTIVIDADES FIL GUADALAJARA 2010
Domingo Noviembre 28: 17:30 hrs
Presentación de libro: País de sombra y fuego. Prólogo de José Emilio Pacheco. Selección y prefacio de Jorge Esquinca.
Con: Augusto Chacón, Fher Olvera, Vicente Quirarte, Silvia Eugenia Castillero y Jorge Esquinca.
Salon 1 de la FIL
Domingo Noviembre 28: desde 21:30 hrs
Inauguración de Club de Lectura CRG
Gato Verde
[Robles Gil 137, Americana, 44160 Guadalajara, Jalisco 01 33 3826 2037]
Martes 30 Noviembre 19:00 hrs
Presentación de libro: Lo escrito mañana. Escritores mexicanos nacidos en los 60s. Coordinadora: Sandra Lorenzano
Con: Sandra Lorenzano, Eduardo Antonio Parra, Nubia Macía Navarro
Salón José Luis Martínez, planta alta
Miércoles 1 Diciembre 17:00 hrs
Mesa redonda de la Colección Centenarios.
Con: Elisa Cárdenas, Jean Meyer, Mauricio Tenorio, Tomás Pérez Vejo, Susana Quintanilla, Gabriela Cano y Álvaro Uribe
Modera: Enrique Hernández Alcázar
Salón 3
Miércoles 1 Diciembre 19:00 hrs
Presentación del libro: Inés o la alegría de Almudena Grandes
Con: Sandra Lorenzano
Salón 4
--crg
Domingo Noviembre 28: 17:30 hrs
Presentación de libro: País de sombra y fuego. Prólogo de José Emilio Pacheco. Selección y prefacio de Jorge Esquinca.
Con: Augusto Chacón, Fher Olvera, Vicente Quirarte, Silvia Eugenia Castillero y Jorge Esquinca.
Salon 1 de la FIL
Domingo Noviembre 28: desde 21:30 hrs
Inauguración de Club de Lectura CRG
Gato Verde
[Robles Gil 137, Americana, 44160 Guadalajara, Jalisco 01 33 3826 2037]
Martes 30 Noviembre 19:00 hrs
Presentación de libro: Lo escrito mañana. Escritores mexicanos nacidos en los 60s. Coordinadora: Sandra Lorenzano
Con: Sandra Lorenzano, Eduardo Antonio Parra, Nubia Macía Navarro
Salón José Luis Martínez, planta alta
Miércoles 1 Diciembre 17:00 hrs
Mesa redonda de la Colección Centenarios.
Con: Elisa Cárdenas, Jean Meyer, Mauricio Tenorio, Tomás Pérez Vejo, Susana Quintanilla, Gabriela Cano y Álvaro Uribe
Modera: Enrique Hernández Alcázar
Salón 3
Miércoles 1 Diciembre 19:00 hrs
Presentación del libro: Inés o la alegría de Almudena Grandes
Con: Sandra Lorenzano
Salón 4
--crg
Friday, November 26, 2010
INSTRUCCIONES PARA REGRESAR A CASA POR EL CAMINO DE LA SEDA: Un foulard de los telares de Giverny para las dos Increíblemente Pequeñas Forajidas
1.
Es bueno cerrar los ojos a veces. Cavilar. Desvanecerse. Cuestión de tomar la salida equivocada y pestañear. Una puerta (escucha el rechinido). Un reino (la probabilidad). La nube que. Usted está aquí. Y allá.
2.
Habría que extender el límite de Legible, la frontera de ParaQué. Ponerse los zapatos es una operación muy larga. ¡Mira lo que esconde en su otra orilla el más allá! Habría que atarse las cintas con cuidado y revisar el estado de las suelas. Un empeine. La planta que siempre es la planta de los pies. Dos rodillas. Caminar es el antecedente. Levitar.
3.
Los pequeños objetos que cruzan la superficie terrestre, la superficie celeste, la superficie del mar. Ayer me hablaban de esas aves que duermen y vuelan al mismo tiempo. Un mes así. Días que son una eternidad. Su sombra su vaho su espectral.
4.
Todo mapa es un rostro y viceversa. El sonido se origina aquí. Poner atención es un arte de siglos. La pronunciación suele ser labiodental.
5.
Hay cuerpos diminutos, eso es cierto. Y encima el cielo o los cielos. A un lado la mano o las manos que. El color es un velo.
--crg
1.
Es bueno cerrar los ojos a veces. Cavilar. Desvanecerse. Cuestión de tomar la salida equivocada y pestañear. Una puerta (escucha el rechinido). Un reino (la probabilidad). La nube que. Usted está aquí. Y allá.
2.
Habría que extender el límite de Legible, la frontera de ParaQué. Ponerse los zapatos es una operación muy larga. ¡Mira lo que esconde en su otra orilla el más allá! Habría que atarse las cintas con cuidado y revisar el estado de las suelas. Un empeine. La planta que siempre es la planta de los pies. Dos rodillas. Caminar es el antecedente. Levitar.
3.
Los pequeños objetos que cruzan la superficie terrestre, la superficie celeste, la superficie del mar. Ayer me hablaban de esas aves que duermen y vuelan al mismo tiempo. Un mes así. Días que son una eternidad. Su sombra su vaho su espectral.
4.
Todo mapa es un rostro y viceversa. El sonido se origina aquí. Poner atención es un arte de siglos. La pronunciación suele ser labiodental.
5.
Hay cuerpos diminutos, eso es cierto. Y encima el cielo o los cielos. A un lado la mano o las manos que. El color es un velo.
--crg
Tuesday, November 23, 2010
ESCRITURAS EN PRESENTE I
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Acaso no sea literatura, sobre todo porque La Literatura, así con mayúscula, ya fue. Pero son, como argumentaba Josefina Ludmer, las escrituras posautónomas que producen presente. Un presente nuestro. Abrazan la tecnología, confunden a sabiendas el lugar del yo y el lugar del tú, les importa poco dónde empieza y dónde termina la ficción. Si el número de seguidores indica algo, están entre los autores más leídos de hoy. Y, aunque el tuit es una obra en 140 caracteres y no más, algunos de ellos se las han arreglado para producir narrativas más largas que aparecen, entrecortadas, en mi TL casi todos los días. Les he pedido a algunos de ellos que compartan, tramposamente sin los cortes naturales del TL, esos textos. Los ven aquí, ahora, como quedaron después. En el después. Es tuitescritura. Vienen de la frontera tijuanense y del centro chilango y de otros lados. Son hombres y mujeres, casi todos muy jóvenes. Son, sobre todo, lo creo así, escritores. Veremos. Vean, en todo caso.
I. Rafael Zamudio (Tijuana, 1985) UABC Lengua y Literatura Hispánicas @Reiben
ESCRIBIRÉ
Será escribir, escribir todo lo que no puedo mejorar fuera de la escritura, escribir todo como quisiera que fuera, escribir, porque qué.
Escribir el mundo que preferiría habitar, el mundo por el que daría mi vida, el mundo por el que los mataría a todos.
Escribiré sobre las planicies que nunca atravesaré y nunca sabré cómo se siente cruzarlas.
Y llegará la muerte justa en el momento justo, en el más inesperado, sobre la cumbre de las risas más sinceras y amplias.
Llegará la muerte cuando la espesura de todas las hierbas dé la sombra perpetua, la sombra plena.
Escribiré que llegará la muerte en el mejor momento de una vida, para que esa vida no conozca la caída, la náusea ni la decepción verdadera.
Mi crueldad será entonces su redención, y nunca lo sabrá, nunca se atreverá a agradecerme.
Escribiré las calumnias que me apuntalarán sus amigos, sus amados, por habérselos arrebatado, por habérselos negado para el resto del tiempo.
Y seguiré escribiendo, para volver, para evadir mis recuerdos, para vencer esos momentos, a esos otros que aparecieron para robarme el aliento.
Escribiré porque sé que no puedo hacer otra cosa, porque todo lo demás, si no lo escribo, se me muere en las manos, se me hace arena.
Nadie puede salvarme de esto: es mi destino traducir las voces de este mundo y hacerlas legibles, escribirlas.
Escribir es mi responsabilidad y a ello me comprometo. Este es mi voto de casamiento. Esta es mi promesa, mi palabra.
Y en eso me regalaré todos los clímax que nunca he tenido, los que merezco y los que pude haber robado. Los que me negaron y los que detuve.
Escribiré para hacerme la justicia y la injusticia que le faltó a mi vida y a las de ustedes.
Escribiré para casarme y tener hijos y nietos, para dejar de fumar, para ser una persona cansada que ve televisión y trabaja para verla.
Escribiré para cazar a todos los dragones que hacen azul al cielo, para volver a matar a Dios, para cosechar arroz en Tacuarembó.
Escribiré para olvidarlo todo, para morir en paz.
==
II. Araceli Arriaga Altamirano (MexicoDF, 1987). IPN Ingeniería Ambiental @arissima
TE VOY A QUERER COMO SI TE ESTUVIERA ESPERANDO, EXTRAÑO
1. Estoy con @Porcupino, fumamos mota. Vemos la Big Band en Bellas Artes. Estamos felices. Bailamos discretamente conteniéndonos el vuelo.
2. Ahora un concierto urbano de timbales y pam pam pam, aplausos, mujeres bailando, caderas en vaivén. Tengo este cuerpo y lo uso como si nunca.
3. Aparece un malabarista de fuego, se le escapa la antorcha al público. Alguien se quema. Hay reclamos y decidimos caminar.
5. ¿Nos damos una limpia? Va. Nos damos una limpia a lado de la explanada del zócalo. Canela, aceite caliente, olores espesos, hierba dulce.
9. Llego a metro copilco a las doce pe eme.
10. Espero dentro del metro. El tiempo es una espera ovoide.
11. Se acerca un extraño que no es mi Extraño, pregunta la hora y si estoy esperando a alguien. Hace un gesto de confusión amable y se va.
12. Era guapo.
13. Doce treintaicinco. Van a cerrar el metro. No sé qué hacer. Estoy sola.
14. Salgo del metro, veo un 7eleven. Luz. Entro, compro café, cigarros y una manzana. Salgo y espero.
15. Espero. Estoy lista para quedarme quieta.
18. 1:00 am Hago planes por si no se arma nada y yo tenga que dormir en la calle. No puedo regresar a casa, tengo frío, ¿qué voy a hacer?
20. Veo un bar despierto, debería entrar y esperar para después conseguir un pedazo de asfalto hasta las seis que es cuando abren el metro.
22. Entro al 7eleven con suficiente frío, veo la hora, el policía sonríe, me veo al espejo, pálida. Una señora ojea una revista de señoras.
23. Entra un joven, compra algo y sale a comer justo al lado mío o quizá a cinco pasos medidos en sistema internacional o en pulgadas, depende.
24. Sigo esperando a que pase algo. Esperar es caminar despacio, también.
26. —¿Esperas a alguien?
—No sé… es decir, sí y no, y no sé a quién.
—¿Pasarán por ti?
(Traduce mi mirada: No tengo idea de dónde será mi noche.)
27. Contesto:
—No estoy segura.
—¿Y si no pasan?
—No tengo puta idea.
28. —Tengo un cuarto, vivo solo, hay alcohol y puedes pasar la noche. (Lo dice con calma como ofreciendo nada más. Dar es dar, pienso)
29. En ningún momento imagino que puede matarme, violarme y demás; dormir abrigada es mi única voluntad, con quien sea me da igual.
31. En el camino platicamos de cosas varias y protocolares. Estudia y se llama D. pero para mí es Extraño.
32. Me recuesto en su cama. Qué bonita cama, se recuesta a lado mío y platicamos. Estoy envuelta en cobijas. Ya no tengo frío.
33. Platicamos del tuíter, le escribo mi arroba en el brazo, me escribe la suya, le escribo mi tuit más faveado. Quédate con mi sharpi naranja.
36. A estas horas, siendo las 2:30 am, estoy segura de que pasaré la noche aquí. Estoy segura de que quiero.
37. Si duermo sería lo más bonito que pudiera pasarme, le digo recordando la limpia en el zócalo, el jazz en bellas artes y la bonita noche.
38. —¿Tú no te sientes sola? —me pregunta y yo queriéndome hacer pedazos pero aguantándome la boca.
39. Qué bonito es no tener frío.
40. Me hablan desde la fiesta. Quiero verlos pero no quiero moverme de aquí.
42. Me pongo los zapatos breves y sé que este piso me extrañará descalza, la extraña primera o la penúltima o la quinta.
44. Le doy un beso en la mejilla y me voy. Cruzo el semáforo a saltos pequeños en forma de pasos. Calma.
45. Algo en el corazón que no se quiere ir. Quiero volver y quedarme y amanecer y quedarme un poco más para esperarlo de frente.
46. Llego a la fiesta.
47. Lo extraño.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Acaso no sea literatura, sobre todo porque La Literatura, así con mayúscula, ya fue. Pero son, como argumentaba Josefina Ludmer, las escrituras posautónomas que producen presente. Un presente nuestro. Abrazan la tecnología, confunden a sabiendas el lugar del yo y el lugar del tú, les importa poco dónde empieza y dónde termina la ficción. Si el número de seguidores indica algo, están entre los autores más leídos de hoy. Y, aunque el tuit es una obra en 140 caracteres y no más, algunos de ellos se las han arreglado para producir narrativas más largas que aparecen, entrecortadas, en mi TL casi todos los días. Les he pedido a algunos de ellos que compartan, tramposamente sin los cortes naturales del TL, esos textos. Los ven aquí, ahora, como quedaron después. En el después. Es tuitescritura. Vienen de la frontera tijuanense y del centro chilango y de otros lados. Son hombres y mujeres, casi todos muy jóvenes. Son, sobre todo, lo creo así, escritores. Veremos. Vean, en todo caso.
I. Rafael Zamudio (Tijuana, 1985) UABC Lengua y Literatura Hispánicas @Reiben
ESCRIBIRÉ
Será escribir, escribir todo lo que no puedo mejorar fuera de la escritura, escribir todo como quisiera que fuera, escribir, porque qué.
Escribir el mundo que preferiría habitar, el mundo por el que daría mi vida, el mundo por el que los mataría a todos.
Escribiré sobre las planicies que nunca atravesaré y nunca sabré cómo se siente cruzarlas.
Y llegará la muerte justa en el momento justo, en el más inesperado, sobre la cumbre de las risas más sinceras y amplias.
Llegará la muerte cuando la espesura de todas las hierbas dé la sombra perpetua, la sombra plena.
Escribiré que llegará la muerte en el mejor momento de una vida, para que esa vida no conozca la caída, la náusea ni la decepción verdadera.
Mi crueldad será entonces su redención, y nunca lo sabrá, nunca se atreverá a agradecerme.
Escribiré las calumnias que me apuntalarán sus amigos, sus amados, por habérselos arrebatado, por habérselos negado para el resto del tiempo.
Y seguiré escribiendo, para volver, para evadir mis recuerdos, para vencer esos momentos, a esos otros que aparecieron para robarme el aliento.
Escribiré porque sé que no puedo hacer otra cosa, porque todo lo demás, si no lo escribo, se me muere en las manos, se me hace arena.
Nadie puede salvarme de esto: es mi destino traducir las voces de este mundo y hacerlas legibles, escribirlas.
Escribir es mi responsabilidad y a ello me comprometo. Este es mi voto de casamiento. Esta es mi promesa, mi palabra.
Y en eso me regalaré todos los clímax que nunca he tenido, los que merezco y los que pude haber robado. Los que me negaron y los que detuve.
Escribiré para hacerme la justicia y la injusticia que le faltó a mi vida y a las de ustedes.
Escribiré para casarme y tener hijos y nietos, para dejar de fumar, para ser una persona cansada que ve televisión y trabaja para verla.
Escribiré para cazar a todos los dragones que hacen azul al cielo, para volver a matar a Dios, para cosechar arroz en Tacuarembó.
Escribiré para olvidarlo todo, para morir en paz.
==
II. Araceli Arriaga Altamirano (MexicoDF, 1987). IPN Ingeniería Ambiental @arissima
TE VOY A QUERER COMO SI TE ESTUVIERA ESPERANDO, EXTRAÑO
1. Estoy con @Porcupino, fumamos mota. Vemos la Big Band en Bellas Artes. Estamos felices. Bailamos discretamente conteniéndonos el vuelo.
2. Ahora un concierto urbano de timbales y pam pam pam, aplausos, mujeres bailando, caderas en vaivén. Tengo este cuerpo y lo uso como si nunca.
3. Aparece un malabarista de fuego, se le escapa la antorcha al público. Alguien se quema. Hay reclamos y decidimos caminar.
5. ¿Nos damos una limpia? Va. Nos damos una limpia a lado de la explanada del zócalo. Canela, aceite caliente, olores espesos, hierba dulce.
9. Llego a metro copilco a las doce pe eme.
10. Espero dentro del metro. El tiempo es una espera ovoide.
11. Se acerca un extraño que no es mi Extraño, pregunta la hora y si estoy esperando a alguien. Hace un gesto de confusión amable y se va.
12. Era guapo.
13. Doce treintaicinco. Van a cerrar el metro. No sé qué hacer. Estoy sola.
14. Salgo del metro, veo un 7eleven. Luz. Entro, compro café, cigarros y una manzana. Salgo y espero.
15. Espero. Estoy lista para quedarme quieta.
18. 1:00 am Hago planes por si no se arma nada y yo tenga que dormir en la calle. No puedo regresar a casa, tengo frío, ¿qué voy a hacer?
20. Veo un bar despierto, debería entrar y esperar para después conseguir un pedazo de asfalto hasta las seis que es cuando abren el metro.
22. Entro al 7eleven con suficiente frío, veo la hora, el policía sonríe, me veo al espejo, pálida. Una señora ojea una revista de señoras.
23. Entra un joven, compra algo y sale a comer justo al lado mío o quizá a cinco pasos medidos en sistema internacional o en pulgadas, depende.
24. Sigo esperando a que pase algo. Esperar es caminar despacio, también.
26. —¿Esperas a alguien?
—No sé… es decir, sí y no, y no sé a quién.
—¿Pasarán por ti?
(Traduce mi mirada: No tengo idea de dónde será mi noche.)
27. Contesto:
—No estoy segura.
—¿Y si no pasan?
—No tengo puta idea.
28. —Tengo un cuarto, vivo solo, hay alcohol y puedes pasar la noche. (Lo dice con calma como ofreciendo nada más. Dar es dar, pienso)
29. En ningún momento imagino que puede matarme, violarme y demás; dormir abrigada es mi única voluntad, con quien sea me da igual.
31. En el camino platicamos de cosas varias y protocolares. Estudia y se llama D. pero para mí es Extraño.
32. Me recuesto en su cama. Qué bonita cama, se recuesta a lado mío y platicamos. Estoy envuelta en cobijas. Ya no tengo frío.
33. Platicamos del tuíter, le escribo mi arroba en el brazo, me escribe la suya, le escribo mi tuit más faveado. Quédate con mi sharpi naranja.
36. A estas horas, siendo las 2:30 am, estoy segura de que pasaré la noche aquí. Estoy segura de que quiero.
37. Si duermo sería lo más bonito que pudiera pasarme, le digo recordando la limpia en el zócalo, el jazz en bellas artes y la bonita noche.
38. —¿Tú no te sientes sola? —me pregunta y yo queriéndome hacer pedazos pero aguantándome la boca.
39. Qué bonito es no tener frío.
40. Me hablan desde la fiesta. Quiero verlos pero no quiero moverme de aquí.
42. Me pongo los zapatos breves y sé que este piso me extrañará descalza, la extraña primera o la penúltima o la quinta.
44. Le doy un beso en la mejilla y me voy. Cruzo el semáforo a saltos pequeños en forma de pasos. Calma.
45. Algo en el corazón que no se quiere ir. Quiero volver y quedarme y amanecer y quedarme un poco más para esperarlo de frente.
46. Llego a la fiesta.
47. Lo extraño.
--crg
Monday, November 22, 2010
TELEGRAMA 1.4 PARA DOS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS FORAJIDAS
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
RUÉGOLES INFORMACIÓN. MUNDO LLENO DE PELIGROS: EL OLVIDO, POR EJEMPLO. TODOS CAMINOS LLEVAN ALGOA. CUÍDENSE DE RÁFAGAS (VIENTO O BALAS, LO MISMO). VEAN NUBES. LEAN NOTAS AIRE. PLATIQUEN ÁRBOLES BOSQUE. ACABÓSE FIN DEL MUNDO Y ESPÉROLAS ORILLA MÁS LEJANA. EL PAÍS DESAPARECIDO Y DESAPARECIENDO. QUIÉROLAS.
--crg
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
RUÉGOLES INFORMACIÓN. MUNDO LLENO DE PELIGROS: EL OLVIDO, POR EJEMPLO. TODOS CAMINOS LLEVAN ALGOA. CUÍDENSE DE RÁFAGAS (VIENTO O BALAS, LO MISMO). VEAN NUBES. LEAN NOTAS AIRE. PLATIQUEN ÁRBOLES BOSQUE. ACABÓSE FIN DEL MUNDO Y ESPÉROLAS ORILLA MÁS LEJANA. EL PAÍS DESAPARECIDO Y DESAPARECIENDO. QUIÉROLAS.
--crg
Sunday, November 21, 2010
EL SUEÑO ES UN SUSTANTIVO
un sueño. un lugar rocas color piezas concreto El lugar un carácter balneario aire un lugar cauce río Turia la ciudad. El cauce las orillas bies diagonal. personas el lecho piedras matorrales la cornisa. una explanada la ciudad fondo metros metros pista fogonazos gestos miradas una mujer palabras los detalles. carrera, la sensación el día, el mar mi casa kilómetros. las piernas salto un hombre el pelo la cara la cintura su mano la carrera. una carretera un desierto la sensación otro país otro continente. la carrera. unos metros la pista, la embestida. esta ocasión, un movimiento brazo hombros suavidad sin ruido, una duna sus bordes la dispersión pigmento la seda arena. ritmo zancadas. un tubo obras su interior. un túnel tráfico sonido, la prisa al desierto. los metros alguna parte, la sensación nada las piernas el corazón respiración sin saber nada más que esto.
--crg
un sueño. un lugar rocas color piezas concreto El lugar un carácter balneario aire un lugar cauce río Turia la ciudad. El cauce las orillas bies diagonal. personas el lecho piedras matorrales la cornisa. una explanada la ciudad fondo metros metros pista fogonazos gestos miradas una mujer palabras los detalles. carrera, la sensación el día, el mar mi casa kilómetros. las piernas salto un hombre el pelo la cara la cintura su mano la carrera. una carretera un desierto la sensación otro país otro continente. la carrera. unos metros la pista, la embestida. esta ocasión, un movimiento brazo hombros suavidad sin ruido, una duna sus bordes la dispersión pigmento la seda arena. ritmo zancadas. un tubo obras su interior. un túnel tráfico sonido, la prisa al desierto. los metros alguna parte, la sensación nada las piernas el corazón respiración sin saber nada más que esto.
--crg
SOÑAR ES UN VERBO
Escribo se esfume retengo Estoy parecen tiene es Estoy se parece serlo es cruza está tiene Voy caminando Estoy hablando me encuentro hay creo recordar llegar a saber Estoy pasa desaparecen preocupa estén estoy corriendo estoy me doy cuenta están corriendo vamos he tenido haber estado andando me duelen las siento Sigo corriendo estamos Me suena no lo conozco Seguimos corriendo noto sigo corriendo empujando continúa hay no tengo correr No sé pienso continúa Vuelve intentar sacarme aguanto Acelero Ya queda Y vuelve a hacerlo le pregunto lo hace hace no responde Empuja me zafo cae parece tiene es Se levanta sigue Escucho llegamos parece cabemos Al entrar se ilumina Pasar fuese es disminuye se desvanece Ya queda salir hacemos Hemos vuelto Sigo corriendo se ilumina Al ver he desconcertado se refiere quedan llegar. vamos está alcanzarme, estoy llegar seguimos corriendo tengo haberlo dejado seguir corriendo no ver por llegar sigo pesan siento latir me despierta sin saber nada más que esto.
--crg
Escribo se esfume retengo Estoy parecen tiene es Estoy se parece serlo es cruza está tiene Voy caminando Estoy hablando me encuentro hay creo recordar llegar a saber Estoy pasa desaparecen preocupa estén estoy corriendo estoy me doy cuenta están corriendo vamos he tenido haber estado andando me duelen las siento Sigo corriendo estamos Me suena no lo conozco Seguimos corriendo noto sigo corriendo empujando continúa hay no tengo correr No sé pienso continúa Vuelve intentar sacarme aguanto Acelero Ya queda Y vuelve a hacerlo le pregunto lo hace hace no responde Empuja me zafo cae parece tiene es Se levanta sigue Escucho llegamos parece cabemos Al entrar se ilumina Pasar fuese es disminuye se desvanece Ya queda salir hacemos Hemos vuelto Sigo corriendo se ilumina Al ver he desconcertado se refiere quedan llegar. vamos está alcanzarme, estoy llegar seguimos corriendo tengo haberlo dejado seguir corriendo no ver por llegar sigo pesan siento latir me despierta sin saber nada más que esto.
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PEQUEÑA TRADUCCIÓN MATUTINA
Toda expresión es traducción. Todo lo expresado es traducción. Todo lo que emana del cerebro o del cuerpo, de ambos--esta forma de desglosar pensamiento/impulso a la acción/expresión es rudimentario y también profundo para darle la vuela y descifrar cómo se origina una "obra de arte". Y, luego, cómo es traducida.
El sitio es un libro de 9 1/4" x 4 1/4". Una forma que es particularmente larga y delgada; una forma que es suave y especialmente cómoda para la mano. Una forma destinada a invocar seguridad, intimidad; el acto de tomar algo con la mano y sentarse--de hecho la forma y el tamaño de los volúmenes lo conmina a uno a sentarse y a leer.
¿Leer qué?
Estos textos. Estas identidades por medio de estos componentes visuales: flores, banderas, telas. Pienso en los escritores de estos libros, el lugar dónde viven y cómo ese lugar--Brazil, Mexico, los Estados Unidos--puede afectar su escritura. Pienso en los orígenes y sus efectos en las palabras, puntuación, estilo e ideas.
El sitio es una serie de libros.
÷
Algunas cosas no necesitan traducción. Las palomillas nocturnas, por ejemplo. Estoy en Berlin, y la misma palomilla nocturna de mi cocina en Los Angeles es una plaga aquí... una aterrizó en mi cama esta noche, lista para atacar; mi pesadilla es que se van a comer el único suéter que tengo. Sólo he encontrado una persona que es buena remendando suéteres. Su esposo me regaña porque le doy trabajo a su mujer. Pero ella está aquí, creo, en esta tienda de Los Feliz, esperando obtener algo de trabajo. ¡No soy la villana! ¡Soy la heroína! Le estoy dando algo para que haga lo que tiene que hacer: trabajar. Pero está vieja ya... No puedo hacer nada al respecto.
Después de Virginia Woolf y su lápiz errante, las palomillas nocturnas nunca serán las mismas. Las palomillas nocturnas han sido traducidas por Woolf. Siempre son el lugar del crimen. Nunca podré entender ya una palomilla nocturna como una palomilla nocturna, clara y limpia y directa. Así que, sí, tienes razón, al final, incluso la palomilla nocturna sólo puede ser entendida como traducción. (VG)
≠
Hay algo estático e incluso decorativo acerca de las banderas, las flores y los códigos. Sin embargo, tu trabajo con frecuencia da la impresión de velocidad y movimiento.(SN)
"Aesthetic," by Renee Petropoulous, marginalia by Veronica Gonzalez and Sianne Ngai, Trenchart:Recon Aesthetics, 46-47.
--crg
Toda expresión es traducción. Todo lo expresado es traducción. Todo lo que emana del cerebro o del cuerpo, de ambos--esta forma de desglosar pensamiento/impulso a la acción/expresión es rudimentario y también profundo para darle la vuela y descifrar cómo se origina una "obra de arte". Y, luego, cómo es traducida.
El sitio es un libro de 9 1/4" x 4 1/4". Una forma que es particularmente larga y delgada; una forma que es suave y especialmente cómoda para la mano. Una forma destinada a invocar seguridad, intimidad; el acto de tomar algo con la mano y sentarse--de hecho la forma y el tamaño de los volúmenes lo conmina a uno a sentarse y a leer.
¿Leer qué?
Estos textos. Estas identidades por medio de estos componentes visuales: flores, banderas, telas. Pienso en los escritores de estos libros, el lugar dónde viven y cómo ese lugar--Brazil, Mexico, los Estados Unidos--puede afectar su escritura. Pienso en los orígenes y sus efectos en las palabras, puntuación, estilo e ideas.
El sitio es una serie de libros.
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Algunas cosas no necesitan traducción. Las palomillas nocturnas, por ejemplo. Estoy en Berlin, y la misma palomilla nocturna de mi cocina en Los Angeles es una plaga aquí... una aterrizó en mi cama esta noche, lista para atacar; mi pesadilla es que se van a comer el único suéter que tengo. Sólo he encontrado una persona que es buena remendando suéteres. Su esposo me regaña porque le doy trabajo a su mujer. Pero ella está aquí, creo, en esta tienda de Los Feliz, esperando obtener algo de trabajo. ¡No soy la villana! ¡Soy la heroína! Le estoy dando algo para que haga lo que tiene que hacer: trabajar. Pero está vieja ya... No puedo hacer nada al respecto.
Después de Virginia Woolf y su lápiz errante, las palomillas nocturnas nunca serán las mismas. Las palomillas nocturnas han sido traducidas por Woolf. Siempre son el lugar del crimen. Nunca podré entender ya una palomilla nocturna como una palomilla nocturna, clara y limpia y directa. Así que, sí, tienes razón, al final, incluso la palomilla nocturna sólo puede ser entendida como traducción. (VG)
≠
Hay algo estático e incluso decorativo acerca de las banderas, las flores y los códigos. Sin embargo, tu trabajo con frecuencia da la impresión de velocidad y movimiento.(SN)
"Aesthetic," by Renee Petropoulous, marginalia by Veronica Gonzalez and Sianne Ngai, Trenchart:Recon Aesthetics, 46-47.
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Saturday, November 20, 2010
PEQUEÑA TRADUCCIÓN MATUTINA
Llegamos al mundo.
Llegamos al mundo y ahí está.
El sol está ahí.
El café del río que lleva al azul y al café del océano está ahí.
El salmón y las anguilas se mueven entre el café y el café y el azul.
El verde de la tierra está ahí.
Los jóvenes y los viejos están ahí.
Las peleas y la posibilidad están ahí.
Y empezamos a respirar.
Llegamos al mundo y ahí está.
Llegamos al mundo desde afuera y lo aspiramos.
Llegamos al mundo.
Llegamos al mundo y también nos empezamos a mover entre el café y el azul y el verde.
II.
Llegamos al mundo en las orillas de un arroyo.
El arroyo no tenía nombre pero se empezó a formar de un manantial y pasaba luego por una colina hasta llegar al Scioto y luego continuaba hasta Ohio y luego entroncaba con el Mississippi y luego fluía hasta encontrar el Golfo de México.
El arroyo era parte de nosotros y nosotros éramos parte del arroyo y éramos así parte de los ríos y luego entonces parte de los golfos y de los océanos.
Y empezamos a conocer el arroyo.
Buscamos bajo las piedras la larva del frígano y su adhesivo.
Contamos los cachos del riachuelo y contamos los darters.
Aprendimos a reconocer los grandes, verticales, densos racimos en forma de vela de las flores amarillentas al final de las ramas del castaño de la india y aprendimos a apreciar la gracia de pluma de las pequeñas ramas del alerce cuando caen y repuntan.
Imitamos el maullido como de gato, el suave ronroneo, y el más fuerte, el llamado chirriante del gatopájaro gris.
Pusimos nuestras cabezas juntas.
Pusimos nuestras cabezas juntas con todas estas cosas, con la larva del frígano, con los cachos del riachuelo y los darters, con el castaño de la india y el alerce, con el gatopájaro gris.
Pusimos nuestras cabezas sobre una almohada estrecha, sobre una piedra, sobre una estrecha almohada de piedra, y hablamos todo el día porque amábamos.
Amábamos el arroyo.
Y éramos del arroyo.
Y no podíamos no amar porque llegamos al banco del arroyo y empezamos a respirar y el arroyo era variado y estaba lleno de información y cambió nuestros cuerpos con sus podridas con su frío con su limpio con su mugriento con sus hojas caídas con sus cosas que muerden las orillas de la piel con sus hojas con su arena y su sucio y con su olor acre a veces con sus secas y espinosas con su calidez con su blando y húmedo con sus piedras planas y duras al fondo con sus líneas del horizonte de las lomas apacibles con su oscuridad con su luz veteada con el zumbido de las cigarras con sus trinos de pájaros.
Juliana Sphar, "Gentle Now, Do Not Add to the Heartache (I and II)," Tarpaulin Sky V3n2, Summer05.
--crg
Llegamos al mundo.
Llegamos al mundo y ahí está.
El sol está ahí.
El café del río que lleva al azul y al café del océano está ahí.
El salmón y las anguilas se mueven entre el café y el café y el azul.
El verde de la tierra está ahí.
Los jóvenes y los viejos están ahí.
Las peleas y la posibilidad están ahí.
Y empezamos a respirar.
Llegamos al mundo y ahí está.
Llegamos al mundo desde afuera y lo aspiramos.
Llegamos al mundo.
Llegamos al mundo y también nos empezamos a mover entre el café y el azul y el verde.
II.
Llegamos al mundo en las orillas de un arroyo.
El arroyo no tenía nombre pero se empezó a formar de un manantial y pasaba luego por una colina hasta llegar al Scioto y luego continuaba hasta Ohio y luego entroncaba con el Mississippi y luego fluía hasta encontrar el Golfo de México.
El arroyo era parte de nosotros y nosotros éramos parte del arroyo y éramos así parte de los ríos y luego entonces parte de los golfos y de los océanos.
Y empezamos a conocer el arroyo.
Buscamos bajo las piedras la larva del frígano y su adhesivo.
Contamos los cachos del riachuelo y contamos los darters.
Aprendimos a reconocer los grandes, verticales, densos racimos en forma de vela de las flores amarillentas al final de las ramas del castaño de la india y aprendimos a apreciar la gracia de pluma de las pequeñas ramas del alerce cuando caen y repuntan.
Imitamos el maullido como de gato, el suave ronroneo, y el más fuerte, el llamado chirriante del gatopájaro gris.
Pusimos nuestras cabezas juntas.
Pusimos nuestras cabezas juntas con todas estas cosas, con la larva del frígano, con los cachos del riachuelo y los darters, con el castaño de la india y el alerce, con el gatopájaro gris.
Pusimos nuestras cabezas sobre una almohada estrecha, sobre una piedra, sobre una estrecha almohada de piedra, y hablamos todo el día porque amábamos.
Amábamos el arroyo.
Y éramos del arroyo.
Y no podíamos no amar porque llegamos al banco del arroyo y empezamos a respirar y el arroyo era variado y estaba lleno de información y cambió nuestros cuerpos con sus podridas con su frío con su limpio con su mugriento con sus hojas caídas con sus cosas que muerden las orillas de la piel con sus hojas con su arena y su sucio y con su olor acre a veces con sus secas y espinosas con su calidez con su blando y húmedo con sus piedras planas y duras al fondo con sus líneas del horizonte de las lomas apacibles con su oscuridad con su luz veteada con el zumbido de las cigarras con sus trinos de pájaros.
Juliana Sphar, "Gentle Now, Do Not Add to the Heartache (I and II)," Tarpaulin Sky V3n2, Summer05.
--crg
Friday, November 19, 2010
PEQUEÑA TRADUCCIÓN CASI VESPERTINA
[que es el Día Internacional del Hombre, dicen]
Me dirijo a los hombres
Y a sus caras
Y sin vergüenza
Desde la dulce misericordia cada hombre hace diestras heridas hace
mujeres y el desasosiego y algo de lo que
soy. Lo que significa abrir hacia arriba hacia los hombres
hospitalariamente para hacer algo sin hechos del espurio
deseo por lo hombres desde los hombres más delicados e improbables
desde los amorosos hombres espirituales desde la educación de las
emociones de los hombres devotamente ante quienes no puedo permanecer
indiferente en tanto hombres.
Hombres, me entristece que debo morir.
Estas son orillas hermosas.
Lisa Robertson, Men, 12.
--crg
[que es el Día Internacional del Hombre, dicen]
Me dirijo a los hombres
Y a sus caras
Y sin vergüenza
Desde la dulce misericordia cada hombre hace diestras heridas hace
mujeres y el desasosiego y algo de lo que
soy. Lo que significa abrir hacia arriba hacia los hombres
hospitalariamente para hacer algo sin hechos del espurio
deseo por lo hombres desde los hombres más delicados e improbables
desde los amorosos hombres espirituales desde la educación de las
emociones de los hombres devotamente ante quienes no puedo permanecer
indiferente en tanto hombres.
Hombres, me entristece que debo morir.
Estas son orillas hermosas.
Lisa Robertson, Men, 12.
--crg
PEQUEÑA TRADUCCIÓN MATUTINA II
a los que les ha sido negado un árbol semántico
a los que les ha sido negado un alto en la oración
los que bien pudieron haber sido búfalos u hormigas
cuya existencia es insignificante en ese sentido
los que deben hacer algo más de sí mismos como no pájaros también
por los que hay debilidad, agotamiento y enfermedad
los que están por lo tanto empezando a entender los usos contextuales del a pesar de
los que no son conscientes de verdad
los que son sólo para decorar justo ahora están decorando
los que son continuos pero no continuarán
ésos para los que coleccioné los objetos son simples
a los que usé para investigación fotografías de hechos
a los que reduje a la fuerza en una pequeña área fragmentada el nombre complejo
ésos para quienes hice
cordeles de palabras
sin plumas
Kate Hall, "sueño en el que pido disculpas a los pájaros", The Certainty Dream, 12.
--crg
a los que les ha sido negado un árbol semántico
a los que les ha sido negado un alto en la oración
los que bien pudieron haber sido búfalos u hormigas
cuya existencia es insignificante en ese sentido
los que deben hacer algo más de sí mismos como no pájaros también
por los que hay debilidad, agotamiento y enfermedad
los que están por lo tanto empezando a entender los usos contextuales del a pesar de
los que no son conscientes de verdad
los que son sólo para decorar justo ahora están decorando
los que son continuos pero no continuarán
ésos para los que coleccioné los objetos son simples
a los que usé para investigación fotografías de hechos
a los que reduje a la fuerza en una pequeña área fragmentada el nombre complejo
ésos para quienes hice
cordeles de palabras
sin plumas
Kate Hall, "sueño en el que pido disculpas a los pájaros", The Certainty Dream, 12.
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PEQUEÑA TRADUCCIÓN MATUTINA
Has sentido cómo se encoge el mundo
todo este tiempo tú
te sientes crecer dentro de ti
te dejas ser su forma sí
estás en el cementerio sí
ha ido muy lejos el cielo
se ha convertido
en una réplica de tu boca
y estás a punto de tragar
el mundo entero contigo
dentro tú sabes
te estaba destinado
cuando bailas
en la calle y lo dejas
guiarte y toma tu muñeca
tu cadera tan delicadamente tu cadera
recoges tus pequeñas cosas
lo has sentido venir
todo este tiempo tú
no puedes llamarlo de ninguna manera sí
estás en la estación de autobuses con
todo regado sobre el suelo frío
sí te estás raspando contra el lugar
donde nada es y sí tú estás
Kate Hall, "sueño en el que el sueño está dibujado a escala", The Certainty Dream, 10.
--crg
Has sentido cómo se encoge el mundo
todo este tiempo tú
te sientes crecer dentro de ti
te dejas ser su forma sí
estás en el cementerio sí
ha ido muy lejos el cielo
se ha convertido
en una réplica de tu boca
y estás a punto de tragar
el mundo entero contigo
dentro tú sabes
te estaba destinado
cuando bailas
en la calle y lo dejas
guiarte y toma tu muñeca
tu cadera tan delicadamente tu cadera
recoges tus pequeñas cosas
lo has sentido venir
todo este tiempo tú
no puedes llamarlo de ninguna manera sí
estás en la estación de autobuses con
todo regado sobre el suelo frío
sí te estás raspando contra el lugar
donde nada es y sí tú estás
Kate Hall, "sueño en el que el sueño está dibujado a escala", The Certainty Dream, 10.
--crg
Thursday, November 18, 2010
LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA Y EL CASO DE LOS 4, 789 PAÑUELOS QUE SON EN REALIDAD UN ESTANQUE: Una fotonovela diurna
[alrededor de You could ruin my day, un tema de Four Tet]
a.
Pero un ojo es sobre todo la garza que se posa en la memoria. El estanque o el estuario que. Lo citado o presentido en las líneas de la palma de la mano o en la pantalla del cielo. Una alucinación sin duda es un delirio.
b.
Quien diga maleza para referirse al jardín que se extiende en la parte posterior de una casa, exagera. Un ojo es a veces un estanque que yace en la maleza. Un ojo en Las Afueras, ahí donde.
c.
El pañuelo es un estanque, eso es cierto. Las glándulas lacrimales están alojadas en una fosa situada en la parte superior externa de la órbita de un ojo. Y un ojo es sobre todo la garza que se posa en la memoria, ya había dicho eso. O escrito.
d.
Existen varias glándulas accesorias situadas en el párpado, conocidas como glándulas de Meibomio, cuya secreción también forma parte de una película a la que se le denomina como lagrimal.
e.
La línea del bajo que toca, apenas, el inicio de la columna vertebral. La cosa que asciende, vértebra a vértebra. Lumbares. Dorsales. Cervicales. La ventana sigue en su lugar.
f.
Los ojos han sido comparados con ventanas muchas veces, desde hace tanto. Y sin embargo, se abren. Describa eso.
g.
Están compuestas de agua, cloruro de sodio y albúmina, le digo. Ah, contesta. Albúmina.
h.
La pelvis es la región anatómica más inferior del tronco. Siendo una cavidad, la pelvis es un embudo ósteomuscular que se estrecha hacia abajo, limitado por el hueso sacro, el cóccix, los iliacos y los coxales. Todo eso forma la cintura pélvica. Todo eso regresa.
i.
Las fibras parasimpáticas viajan desde el nervio facial (séptimo par craneal) por medio del nervio petroso mayor y del nervio del conducto pterigoideo hasta llegar al ganglio pterigopalatino, lugar en el cual hacen sinapsis con los cuerpos neuronales y salen como fibras postganglionares.
j.
El nervio que recoge la sensibilidad de la glándula lagrimal es el nervio lagrimal, una rama del nervio oftálmico, a su vez rama del nervio trigémino.
k.
!Mira lo que hace la ráfaga con el agua! Mira la superficie. Asoma.
l.
Quien diga maleza, exagera. Quien diga ojo, suerte, lagrimal. Exagerar es lo propio del lenguaje cuando se levanta, toma café y se dispone a bailar. A todo eso se le llama columna o cintura. Acaso un cuerpo. Es posible escribir un tratado sobre.
m.
Asomarse para ver el cielo. Qué va.
ñ.
Meibornio. Parasimpático. Craneal. Trigémino. Pterigoideo. ¿Dijiste albúmina?, pregunta. He dicho, sí.
o.
Lo contrario a asomarse debe ser estirar el cuello hasta ver el horizonte, que se va. La garza, que se posa. La memoria.
p.
¿Así que de esto se trataba todo? La frase que llega, toda ya formada, de algún lugar.
q.
Una fosa y una órbita. Entre todo ello, un ojo. Los estímulos que caen dentro de la resbaladilla en espiral del oído y el cielo, eso, a donde todo va.
r.
Quien diga planeta, exagera. Quien diga superficie terrestre o ráfaga. Quien diga que un pañuelo es un nudo que se hace en la garganta. Quien diga que se desata.
s.
Todo libro es una cita textual. Toda imagen. Todo sonido. Toda cintura pélvica y todo lagrimal. Toda fosa. Vamos al estanque, le decía. Y se echaba a maldecir y a rezar.
t.
Pero el ojo es sobre todo una máquina de letras. Exagera quien diga que sabe del azar. ¡Mira cómo se posa la calma sobre la superficie del oído! A esto se le llama dar de vueltas.
--crg
[alrededor de You could ruin my day, un tema de Four Tet]
a.
Pero un ojo es sobre todo la garza que se posa en la memoria. El estanque o el estuario que. Lo citado o presentido en las líneas de la palma de la mano o en la pantalla del cielo. Una alucinación sin duda es un delirio.
b.
Quien diga maleza para referirse al jardín que se extiende en la parte posterior de una casa, exagera. Un ojo es a veces un estanque que yace en la maleza. Un ojo en Las Afueras, ahí donde.
c.
El pañuelo es un estanque, eso es cierto. Las glándulas lacrimales están alojadas en una fosa situada en la parte superior externa de la órbita de un ojo. Y un ojo es sobre todo la garza que se posa en la memoria, ya había dicho eso. O escrito.
d.
Existen varias glándulas accesorias situadas en el párpado, conocidas como glándulas de Meibomio, cuya secreción también forma parte de una película a la que se le denomina como lagrimal.
e.
La línea del bajo que toca, apenas, el inicio de la columna vertebral. La cosa que asciende, vértebra a vértebra. Lumbares. Dorsales. Cervicales. La ventana sigue en su lugar.
f.
Los ojos han sido comparados con ventanas muchas veces, desde hace tanto. Y sin embargo, se abren. Describa eso.
g.
Están compuestas de agua, cloruro de sodio y albúmina, le digo. Ah, contesta. Albúmina.
h.
La pelvis es la región anatómica más inferior del tronco. Siendo una cavidad, la pelvis es un embudo ósteomuscular que se estrecha hacia abajo, limitado por el hueso sacro, el cóccix, los iliacos y los coxales. Todo eso forma la cintura pélvica. Todo eso regresa.
i.
Las fibras parasimpáticas viajan desde el nervio facial (séptimo par craneal) por medio del nervio petroso mayor y del nervio del conducto pterigoideo hasta llegar al ganglio pterigopalatino, lugar en el cual hacen sinapsis con los cuerpos neuronales y salen como fibras postganglionares.
j.
El nervio que recoge la sensibilidad de la glándula lagrimal es el nervio lagrimal, una rama del nervio oftálmico, a su vez rama del nervio trigémino.
k.
!Mira lo que hace la ráfaga con el agua! Mira la superficie. Asoma.
l.
Quien diga maleza, exagera. Quien diga ojo, suerte, lagrimal. Exagerar es lo propio del lenguaje cuando se levanta, toma café y se dispone a bailar. A todo eso se le llama columna o cintura. Acaso un cuerpo. Es posible escribir un tratado sobre.
m.
Asomarse para ver el cielo. Qué va.
ñ.
Meibornio. Parasimpático. Craneal. Trigémino. Pterigoideo. ¿Dijiste albúmina?, pregunta. He dicho, sí.
o.
Lo contrario a asomarse debe ser estirar el cuello hasta ver el horizonte, que se va. La garza, que se posa. La memoria.
p.
¿Así que de esto se trataba todo? La frase que llega, toda ya formada, de algún lugar.
q.
Una fosa y una órbita. Entre todo ello, un ojo. Los estímulos que caen dentro de la resbaladilla en espiral del oído y el cielo, eso, a donde todo va.
r.
Quien diga planeta, exagera. Quien diga superficie terrestre o ráfaga. Quien diga que un pañuelo es un nudo que se hace en la garganta. Quien diga que se desata.
s.
Todo libro es una cita textual. Toda imagen. Todo sonido. Toda cintura pélvica y todo lagrimal. Toda fosa. Vamos al estanque, le decía. Y se echaba a maldecir y a rezar.
t.
Pero el ojo es sobre todo una máquina de letras. Exagera quien diga que sabe del azar. ¡Mira cómo se posa la calma sobre la superficie del oído! A esto se le llama dar de vueltas.
--crg
Tuesday, November 16, 2010
MATHIAS GOERITZ EN CAMPO ALASKA, 1950
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Werner Mathias Goeritz Brunner nació el 4 de abril de 1915 en Danzig, una ciudad de la Prusia Oriental, Alemania, que con el paso del tiempo se convirtió en Gdansk, Voi-vodato de Pomerania, Polonia. Pero Mathias Goeritz, el nombre por el que sería más conocido, murió en México un 4 de agosto de 1990. El número, vean. El cuatro. Recordado, sin duda, por frases como “Menos inteligencia y más fe”, Goeritz inició estudios de medicina en Berlín, pero terminó inscribiéndose en la Escuela de Artes y Oficios de Berlín-Charlottensburg, donde se doctoró en filosofía e historia del arte. Tal vez desde entonces ya creía que el arquitecto y el albañil eran una sola persona. Tal vez desde esa estancia en Berlín se convenció de que estar a la vanguardia no significaba ir al frente de los demás, sino separarse de ellos hasta volverse algo en sí, absolutamente nuevo y ejemplar, aunque lejano. Es difícil saber con precisión en qué momento surgen las ideas. Es difícil ponerle un número a todo eso.
Quienes lo recuerdan, que no son muchos, lo recuerdan como un hombre alto, altísimo. Una manera típica de describirlo sería la siguiente: “Un hombre de casi dos metros de estatura y manos grandes que estaban constantemente ocupadas con lápices, pinceles, papeles, libros, pieles, cuerpos”. Luego de vivir en Tetúan en 1941, en Granada en 1945, Goeritz fundó la Escuela de Altamira en Santillana del Mar en 1948. El lema que la volvería famosa fue: “Todos los hombres, por fin hermanos, se convierten en artistas”. La carga de la utopía. El olor a cueva. Luego, en 1949, justo cuando enfrentaba dificultades con la renovación de su permiso de residencia, Goeritz recibió una invitación del arquitecto Ignacio Díaz Morales para impartir cátedra en una universidad de la ciudad de Guadalajara. En esta universidad creó un taller de diseño en el que difundió lo que sabía de la Bauhaus. Cinco años después, la Universidad Nacional Autónoma de México lo contrató para dirigir un taller de educación visual y, más tarde, la Universidad Iberoamericana le encomendó la creación de la Escuela de Artes Plásticas. En todo caso, fue por invitación del arquitecto Ignacio Díaz Morales que Mathias Goeritz se trasladó a la Ciudad de México en 1949.
Un año después, Mathias Goeritz llegaba, exultante, a Campo Alaska.
En las numerosas cartas que escribió tanto a miembros de su familia como a amigos y artistas de distintas comunidades, Goeritz contaba en minucioso detalle lo que pasaba frente a sus ojos y lo que pasaba, casi al mismo tiempo, por su cabeza. Se trata de un copioso diálogo epistolar que, todo parece indicarlo así, le ayudaba a aclararse ante sí mismo su propia relación con el mundo. Ahí explicaba. Ahí decía y se desdecía. Ahí pedía disculpas o demandaba disculpas. Ahí, también, en algunas de esas cartas, mencionó su viaje al norte. 1950. El esternón del siglo. La mitad de la mitad. Todo había empezado, se explayaba ahí, a causa de un tambor. Entre todas las personas que conoció en los primeros tiempos de su estancia en México, hubo una en particular; era un hombre un tanto enloquecido de nombre Daniel Mont que se la pasaba tocando un tambor mientras decía: “Que chingue su madre me dijo la muerte, que chingue que gusto de verte”, lo cual podía durar horas. Goeritz veía en Mont ciertos dejos de la personalidad del dadaísta Huelsenbeck, quien portaba un tambor dentro del cabaret Voltaire, y bajo esta misma “lógica del tambor” propuso al irreverente hombre hacer un museo experimental en el que la emoción y la espontaneidad primaran sobre la lógica y la razón. Cabe la posibilidad de que haya sido ese mismo hombre quien primero le habló del otro hombre, el hombre del fin del mundo. El hombre de Campo Alaska.
Quieres ser la mujer por la que un hombre se queda en el fin del mundo.
Encorvado sobre la máquina de escribir, absorto. El abrigo negro. Las uñas rotas. Una especie de continuo balbuceo que algunos confundían con un rezo en la punta de la boca. Eso era él o un resumen de él. El humo de los cigarros. Los anillos de plata y aguamarina en los dedos índice y pulgar. Por sobre todas las cosas, el ruido, ese incesante ruido de las teclas que azotaban el estrecho rollo de papel blanco.
––¿Por qué usa eso? —le habían preguntado con frecuencia al inicio, durante sus primeros días en el campamento. La voz consternada o irónica, una de las dos.
—Porque no hay otra cosa —había sido su respuesta una y otra vez. Terrena. Práctica. Brevísima. Como si tuviera muchas otras cosas por hacer. Como si alguien, en el fin del mundo, pudiera tener, en realidad, tantas cosas por hacer. Los ojos sobre el interlocutor con un poco de condescendencia, otro tanto de incomprensión. A alguien se le había ocurrido que cuando había pedido papel, él había querido decir rollos de papel para caja registradora. O tal vez era difícil conseguir hojas de papel tamaño carta o tamaño oficio. O seguramente poco le importaba al encargado de juntar sus víveres y sus objetos en esa caja que viajaba, cada mes, dentro de una avioneta piloteada por una mujer.
Por eso había empezado a hablar con ella. Todo a causa del papel.
—Necesito hojas, ¿me entiendes? —le había repetido muchas veces. Al inicio con la dicción de una paciencia falsa, a fuerza apenas simulada y, muy pronto, con exasperación—. ¿Será de verdad tan difícil conseguir papel de máquina en tu ciudad de mierda?
Mathias Goeritz llevaba un fajo de hojas blancas, tamaño oficio, enrolladas en el bolsillo interior de su saco cuando abordó el avión privado que lo llevaría de la capital hasta la ciudad fronteriza donde lo estaría esperando ya, con esa actitud entre distraída y petulante, la aviadora de cabello corto y cobrizo que lo conduciría finalmente hasta Campo Alaska.
—Usted debe estar loco para ir hasta allá —le había dicho ella a manera de saludo mientras extendía la mano y removía la tierra suelta con la punta de su bota derecha. La mirada, definitivamente, en otro lado.
—Usted también —le había respondido, terrenal y práctico, el hombre más alto de su vida. Luego, como si no hubiera otra cosa por hacer, le había señalado el camino hacia la avioneta con un gesto diminuto y delicado.
Ese tipo de mujer.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Werner Mathias Goeritz Brunner nació el 4 de abril de 1915 en Danzig, una ciudad de la Prusia Oriental, Alemania, que con el paso del tiempo se convirtió en Gdansk, Voi-vodato de Pomerania, Polonia. Pero Mathias Goeritz, el nombre por el que sería más conocido, murió en México un 4 de agosto de 1990. El número, vean. El cuatro. Recordado, sin duda, por frases como “Menos inteligencia y más fe”, Goeritz inició estudios de medicina en Berlín, pero terminó inscribiéndose en la Escuela de Artes y Oficios de Berlín-Charlottensburg, donde se doctoró en filosofía e historia del arte. Tal vez desde entonces ya creía que el arquitecto y el albañil eran una sola persona. Tal vez desde esa estancia en Berlín se convenció de que estar a la vanguardia no significaba ir al frente de los demás, sino separarse de ellos hasta volverse algo en sí, absolutamente nuevo y ejemplar, aunque lejano. Es difícil saber con precisión en qué momento surgen las ideas. Es difícil ponerle un número a todo eso.
Quienes lo recuerdan, que no son muchos, lo recuerdan como un hombre alto, altísimo. Una manera típica de describirlo sería la siguiente: “Un hombre de casi dos metros de estatura y manos grandes que estaban constantemente ocupadas con lápices, pinceles, papeles, libros, pieles, cuerpos”. Luego de vivir en Tetúan en 1941, en Granada en 1945, Goeritz fundó la Escuela de Altamira en Santillana del Mar en 1948. El lema que la volvería famosa fue: “Todos los hombres, por fin hermanos, se convierten en artistas”. La carga de la utopía. El olor a cueva. Luego, en 1949, justo cuando enfrentaba dificultades con la renovación de su permiso de residencia, Goeritz recibió una invitación del arquitecto Ignacio Díaz Morales para impartir cátedra en una universidad de la ciudad de Guadalajara. En esta universidad creó un taller de diseño en el que difundió lo que sabía de la Bauhaus. Cinco años después, la Universidad Nacional Autónoma de México lo contrató para dirigir un taller de educación visual y, más tarde, la Universidad Iberoamericana le encomendó la creación de la Escuela de Artes Plásticas. En todo caso, fue por invitación del arquitecto Ignacio Díaz Morales que Mathias Goeritz se trasladó a la Ciudad de México en 1949.
Un año después, Mathias Goeritz llegaba, exultante, a Campo Alaska.
En las numerosas cartas que escribió tanto a miembros de su familia como a amigos y artistas de distintas comunidades, Goeritz contaba en minucioso detalle lo que pasaba frente a sus ojos y lo que pasaba, casi al mismo tiempo, por su cabeza. Se trata de un copioso diálogo epistolar que, todo parece indicarlo así, le ayudaba a aclararse ante sí mismo su propia relación con el mundo. Ahí explicaba. Ahí decía y se desdecía. Ahí pedía disculpas o demandaba disculpas. Ahí, también, en algunas de esas cartas, mencionó su viaje al norte. 1950. El esternón del siglo. La mitad de la mitad. Todo había empezado, se explayaba ahí, a causa de un tambor. Entre todas las personas que conoció en los primeros tiempos de su estancia en México, hubo una en particular; era un hombre un tanto enloquecido de nombre Daniel Mont que se la pasaba tocando un tambor mientras decía: “Que chingue su madre me dijo la muerte, que chingue que gusto de verte”, lo cual podía durar horas. Goeritz veía en Mont ciertos dejos de la personalidad del dadaísta Huelsenbeck, quien portaba un tambor dentro del cabaret Voltaire, y bajo esta misma “lógica del tambor” propuso al irreverente hombre hacer un museo experimental en el que la emoción y la espontaneidad primaran sobre la lógica y la razón. Cabe la posibilidad de que haya sido ese mismo hombre quien primero le habló del otro hombre, el hombre del fin del mundo. El hombre de Campo Alaska.
Quieres ser la mujer por la que un hombre se queda en el fin del mundo.
Encorvado sobre la máquina de escribir, absorto. El abrigo negro. Las uñas rotas. Una especie de continuo balbuceo que algunos confundían con un rezo en la punta de la boca. Eso era él o un resumen de él. El humo de los cigarros. Los anillos de plata y aguamarina en los dedos índice y pulgar. Por sobre todas las cosas, el ruido, ese incesante ruido de las teclas que azotaban el estrecho rollo de papel blanco.
––¿Por qué usa eso? —le habían preguntado con frecuencia al inicio, durante sus primeros días en el campamento. La voz consternada o irónica, una de las dos.
—Porque no hay otra cosa —había sido su respuesta una y otra vez. Terrena. Práctica. Brevísima. Como si tuviera muchas otras cosas por hacer. Como si alguien, en el fin del mundo, pudiera tener, en realidad, tantas cosas por hacer. Los ojos sobre el interlocutor con un poco de condescendencia, otro tanto de incomprensión. A alguien se le había ocurrido que cuando había pedido papel, él había querido decir rollos de papel para caja registradora. O tal vez era difícil conseguir hojas de papel tamaño carta o tamaño oficio. O seguramente poco le importaba al encargado de juntar sus víveres y sus objetos en esa caja que viajaba, cada mes, dentro de una avioneta piloteada por una mujer.
Por eso había empezado a hablar con ella. Todo a causa del papel.
—Necesito hojas, ¿me entiendes? —le había repetido muchas veces. Al inicio con la dicción de una paciencia falsa, a fuerza apenas simulada y, muy pronto, con exasperación—. ¿Será de verdad tan difícil conseguir papel de máquina en tu ciudad de mierda?
Mathias Goeritz llevaba un fajo de hojas blancas, tamaño oficio, enrolladas en el bolsillo interior de su saco cuando abordó el avión privado que lo llevaría de la capital hasta la ciudad fronteriza donde lo estaría esperando ya, con esa actitud entre distraída y petulante, la aviadora de cabello corto y cobrizo que lo conduciría finalmente hasta Campo Alaska.
—Usted debe estar loco para ir hasta allá —le había dicho ella a manera de saludo mientras extendía la mano y removía la tierra suelta con la punta de su bota derecha. La mirada, definitivamente, en otro lado.
—Usted también —le había respondido, terrenal y práctico, el hombre más alto de su vida. Luego, como si no hubiera otra cosa por hacer, le había señalado el camino hacia la avioneta con un gesto diminuto y delicado.
Ese tipo de mujer.
--crg
Sunday, November 14, 2010
TELEGRAMA 1.3 PARA DOS INCREÍBLMENTE PEQUEÑAS FORAJIDAS
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
VIÉRONLAS FOTOGRAFIAR PELÍCANOS AL RAS. VIÉRONLAS RUINAS CAMPO ALASKA CIELO MUY MUCHO AZUL. VIÉRONLAS SALONES BAILE FINIMUNDISTAS LUZ EXTRAÑA. VIÉRONLAS REÍR. TODO REPORTE PURO ESPEJISMO: TEMO ESO. PAÍS POR DESAPARECER O DESAPARECIDO. REGRESEN SANAS Y SALVAS. QUIÉROLAS.
--crg
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
VIÉRONLAS FOTOGRAFIAR PELÍCANOS AL RAS. VIÉRONLAS RUINAS CAMPO ALASKA CIELO MUY MUCHO AZUL. VIÉRONLAS SALONES BAILE FINIMUNDISTAS LUZ EXTRAÑA. VIÉRONLAS REÍR. TODO REPORTE PURO ESPEJISMO: TEMO ESO. PAÍS POR DESAPARECER O DESAPARECIDO. REGRESEN SANAS Y SALVAS. QUIÉROLAS.
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Saturday, November 13, 2010
EL MUNDO SE ACABA HOY
La flotilla del fin del mundo tuitea hasta morir este sábado 13, desde las 16:00 hrs (tiempo del pacífico).
Lo bueno de este #findelmundo es que puedes participar con @diamandina, @viajerovertical, @pavelandrade, @reiben y @criveragarza desde tu propio fin.
Mientras tanto, "seguimos vivos, carajo".
--crg
La flotilla del fin del mundo tuitea hasta morir este sábado 13, desde las 16:00 hrs (tiempo del pacífico).
Lo bueno de este #findelmundo es que puedes participar con @diamandina, @viajerovertical, @pavelandrade, @reiben y @criveragarza desde tu propio fin.
Mientras tanto, "seguimos vivos, carajo".
--crg
Thursday, November 11, 2010
NO SOMOS SOBREVIVIENTES, SOMOS APARICIONES
Los que caminamos por Mexicali sintiendo o temiendo que la ciudad está llena de fantasmas nos topamos con esto justo en el mismo sitio donde ayer se apareció una diminuta viejecita, una viejecita increíblemente pequeña, que no sabía cómo regresar a casa.
--crg
Los que caminamos por Mexicali sintiendo o temiendo que la ciudad está llena de fantasmas nos topamos con esto justo en el mismo sitio donde ayer se apareció una diminuta viejecita, una viejecita increíblemente pequeña, que no sabía cómo regresar a casa.
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Wednesday, November 10, 2010
TAQUIGRAFANTASMÁTICA
Alguien tocó a la puerta del hotel. Alguien deslizó esta hoja, estos signos, este sello. Alguien salió corriendo.
La respiración igual al viento que atraviesa los piñoneros. Ulular es una forma de no estar.
Supongo que las dos Increíblemente Pequeñas Forajidas están en peligro. O están lejos.
Hay que sobreponerse a Animea y tomar café y escupir antes de llegar a Bienvenido a Algoa.
--crg
Alguien tocó a la puerta del hotel. Alguien deslizó esta hoja, estos signos, este sello. Alguien salió corriendo.
La respiración igual al viento que atraviesa los piñoneros. Ulular es una forma de no estar.
Supongo que las dos Increíblemente Pequeñas Forajidas están en peligro. O están lejos.
Hay que sobreponerse a Animea y tomar café y escupir antes de llegar a Bienvenido a Algoa.
--crg
Tuesday, November 09, 2010
NO DEBERÍAS DECIR MENTIRAS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Entre el antes y el después hay una larga hilera de hormigas negras.
Había estado en el hospital por días o por semanas, nunca lo supe bien. Pero al salir, justo mientras arrugaba los ojos debido al brillo del sol, me fue fácil adivinar que el mundo era, en realidad, distinto. El lustre sobre las hojas de los árboles. Tremendamente azul, el cielo. Un aire muy delgado frente a la nariz. Había vivido entonces lo suficiente como para saber que los cambios, al menos los que son verdaderos, ocurren sin explicación alguna y, con frecuencia, sin transición. Un estallido en lugar de una lenta evolución. Una crisis súbita. Un parpadeo.
En eso pensaba cuando sentí el primer jalón en la parte inferior del pantalón. Había adelgazado mucho durante mi estancia en la institución de salud y la ropa que me habían entregado al final, con toda seguridad la que había traído puesta al llegar, me quedaba grande. Era una verdadera vergüenza pero poco o nada podía hacer al respecto. Mi cuerpo era una colección de huesos, eso era cierto. Una gran concavidad donde alguna vez estuvo el abdomen. Las puntiagudas crestas ilíacas. Los nudillos protuberantes en todos los dedos. Vi todo eso y mi barba de días antes de decidirme a dar el paso que me sacaría de manera definitiva del edificio blanco. Respiré hondo, me coloqué los lentes y crucé el umbral. Entonces fue que me dí cuenta de la metamorfosis del mundo y entonces pensé en la catástrofe. Ahí fue cuando apareció ella.
Al inicio pensé que era un juguete al que había arrollado sin advertirlo. Luego creí que se trataba de alguna mascota que alguien había olvidado sobre la banqueta. No fue sino hasta que la levanté por la parte posterior de su vestido y la coloqué, después, sobre la palma de mi mano que tuve que aceptarlo: estaba frente a una mujer increíblemente pequeña. Al menos así me pidió que la llamara. Un ser extraño.
La observé, naturalmente. La observé por mucho rato. Los días en el hospital me habían dejado débil y las alucinaciones suelen ser frecuentes en pacientes que han estado bajo los efectos de la anestesia de manera prolongada. Me sonreí. Le agradecí a algo o a alguien que mi delirio no hubiera producido monstruos alados o fosas comunes o montones de cucarachas. En lugar de todo eso, pequeña y cariacontecida y justo sobre la palma abierta de mi mano, estaba una muñeca de vestido azul y zapatos altos.
-Puedes llamarme La Increíblemente Pequeña, si gustas- había dicho a manera de saludo mientras entornaba los ojos.
Me volví a ver el cielo en busca de refugio. Me reí de mí mismo. Iba a sacudir la mano para verla caer pero, en el último momento, reconocí algo en su rostro. Sus ojos inexpresivos, su nariz respingada, los labios carnosos. El cabello tal vez. La manera en que unas ondas castañas y tupidas caían sobre sus hombros. La certeza era de color blanco y me inundó la cabeza y no me dejó ver nada más.
-Tú y yo alguna vez dormimos juntos- murmuré. El sonido de mi propia voz me causó desconsuelo o bochorno. Ella alzó el rostro, sin entender. Juro que en ese momento apareció una especie de rubor sobre sus mejillas. La sonrisa de la indefensión o de la ignorancia. Las ganas de desaparecer.
-Nada sexual -aclaré, y mi voz, entonces, volvió a causarme bochorno o desconsuelo, o ambas. Fue cuando empezaron las bombas en la ciudad -farfullé-. Había más personas en el suelo, quiero decir. Y tú eras de otro tamaño -atiné a explicar al final, carraspeando.
Fue difícil reconocer el ruido de las balas al inicio. Las ráfagas aparecieron de la nada y me dejaron sordo. Sólo supe qué hacer cuando vi lo que hacían los demás: correr despavoridos buscando alguna forma de refugio. Sin pensarlo, obedeciendo a instintos más bien automáticos, coloqué a la Increíblemente Pequeña dentro del bolsillo de mi suéter y avancé en la misma dirección que los demás. Y eso es, en tantas ocasiones, el amor. Corrí por mucho rato. Corrí sin mirar atrás. No guardaba recuerdo alguno del bosque en que me interné cuando el sudor escurría ya a chorros por la columna vertebral y la respiración me ardía en las membranas del esófago. Me detuve, exhausto, bajo la fronda de un árbol gigantesco. Un verde así. La mano sobre la textura rugosa del tronco inmemorial. La cabeza inclinada hacia el suelo. La saliva, cayendo. La hiel. Supongo que me desmayé.
Lo primero que vi al abrir los ojos fue la larga hilera de hormigas negras. El antes y el después. Avanzaban de manera incesante y veloz y en línea recta. Todas venían hacia mí. Directo hacia mis ojos. Vistas desde el suelo, a una distancia que se antojaba ominosa, daban la impresión de ser prehistóricas. 110 o 130 millones de años o más. El cretáceo. ¿Llevaba en realidad todos esos años ahí? No tardaron mucho en rodear un cuerpo que yacía con los brazos abiertos y las piernas flexionadas sobre las hojas de un bosque muerto. La Increíblemente Pequeña se sentó entonces sobre mi pecho. Me vio como si observara algo inhumano a través de un microscopio.
-Vas a morir -me dijo con una voz muy pacífica: la voz de la persona que registra un dato, uno ente tantos otros. Uno entre muchos-. Pero no deberías decir mentiras.
Movió la cabeza de izquierda a derecha, lentamente. Luego se levantó. Sacudió un polvo imaginario de su vestidito azul y me dio la espalda. Poco después sentí cómo avanzaba sobre mi esternón para caer, luego, en la concavidad del abdomen. Una resbaladilla. Se introdujo así bajo la pretina del pantalón. Evadió con destreza mi sexo flácido, mi escroto. Continuó su camino por el muslo izquierdo, el promontorio de la rodilla, hasta arribar al tobillo. Entonces se salió de mí.
Cuando los paramédicos me introdujeron a la ambulancia no supe qué decir. Tenía una sed atroz. Unas ganas enormes de huir. Quería verla. Quería decirle que, a veces, el deseo. Que la piedad.
-crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Entre el antes y el después hay una larga hilera de hormigas negras.
Había estado en el hospital por días o por semanas, nunca lo supe bien. Pero al salir, justo mientras arrugaba los ojos debido al brillo del sol, me fue fácil adivinar que el mundo era, en realidad, distinto. El lustre sobre las hojas de los árboles. Tremendamente azul, el cielo. Un aire muy delgado frente a la nariz. Había vivido entonces lo suficiente como para saber que los cambios, al menos los que son verdaderos, ocurren sin explicación alguna y, con frecuencia, sin transición. Un estallido en lugar de una lenta evolución. Una crisis súbita. Un parpadeo.
En eso pensaba cuando sentí el primer jalón en la parte inferior del pantalón. Había adelgazado mucho durante mi estancia en la institución de salud y la ropa que me habían entregado al final, con toda seguridad la que había traído puesta al llegar, me quedaba grande. Era una verdadera vergüenza pero poco o nada podía hacer al respecto. Mi cuerpo era una colección de huesos, eso era cierto. Una gran concavidad donde alguna vez estuvo el abdomen. Las puntiagudas crestas ilíacas. Los nudillos protuberantes en todos los dedos. Vi todo eso y mi barba de días antes de decidirme a dar el paso que me sacaría de manera definitiva del edificio blanco. Respiré hondo, me coloqué los lentes y crucé el umbral. Entonces fue que me dí cuenta de la metamorfosis del mundo y entonces pensé en la catástrofe. Ahí fue cuando apareció ella.
Al inicio pensé que era un juguete al que había arrollado sin advertirlo. Luego creí que se trataba de alguna mascota que alguien había olvidado sobre la banqueta. No fue sino hasta que la levanté por la parte posterior de su vestido y la coloqué, después, sobre la palma de mi mano que tuve que aceptarlo: estaba frente a una mujer increíblemente pequeña. Al menos así me pidió que la llamara. Un ser extraño.
La observé, naturalmente. La observé por mucho rato. Los días en el hospital me habían dejado débil y las alucinaciones suelen ser frecuentes en pacientes que han estado bajo los efectos de la anestesia de manera prolongada. Me sonreí. Le agradecí a algo o a alguien que mi delirio no hubiera producido monstruos alados o fosas comunes o montones de cucarachas. En lugar de todo eso, pequeña y cariacontecida y justo sobre la palma abierta de mi mano, estaba una muñeca de vestido azul y zapatos altos.
-Puedes llamarme La Increíblemente Pequeña, si gustas- había dicho a manera de saludo mientras entornaba los ojos.
Me volví a ver el cielo en busca de refugio. Me reí de mí mismo. Iba a sacudir la mano para verla caer pero, en el último momento, reconocí algo en su rostro. Sus ojos inexpresivos, su nariz respingada, los labios carnosos. El cabello tal vez. La manera en que unas ondas castañas y tupidas caían sobre sus hombros. La certeza era de color blanco y me inundó la cabeza y no me dejó ver nada más.
-Tú y yo alguna vez dormimos juntos- murmuré. El sonido de mi propia voz me causó desconsuelo o bochorno. Ella alzó el rostro, sin entender. Juro que en ese momento apareció una especie de rubor sobre sus mejillas. La sonrisa de la indefensión o de la ignorancia. Las ganas de desaparecer.
-Nada sexual -aclaré, y mi voz, entonces, volvió a causarme bochorno o desconsuelo, o ambas. Fue cuando empezaron las bombas en la ciudad -farfullé-. Había más personas en el suelo, quiero decir. Y tú eras de otro tamaño -atiné a explicar al final, carraspeando.
Fue difícil reconocer el ruido de las balas al inicio. Las ráfagas aparecieron de la nada y me dejaron sordo. Sólo supe qué hacer cuando vi lo que hacían los demás: correr despavoridos buscando alguna forma de refugio. Sin pensarlo, obedeciendo a instintos más bien automáticos, coloqué a la Increíblemente Pequeña dentro del bolsillo de mi suéter y avancé en la misma dirección que los demás. Y eso es, en tantas ocasiones, el amor. Corrí por mucho rato. Corrí sin mirar atrás. No guardaba recuerdo alguno del bosque en que me interné cuando el sudor escurría ya a chorros por la columna vertebral y la respiración me ardía en las membranas del esófago. Me detuve, exhausto, bajo la fronda de un árbol gigantesco. Un verde así. La mano sobre la textura rugosa del tronco inmemorial. La cabeza inclinada hacia el suelo. La saliva, cayendo. La hiel. Supongo que me desmayé.
Lo primero que vi al abrir los ojos fue la larga hilera de hormigas negras. El antes y el después. Avanzaban de manera incesante y veloz y en línea recta. Todas venían hacia mí. Directo hacia mis ojos. Vistas desde el suelo, a una distancia que se antojaba ominosa, daban la impresión de ser prehistóricas. 110 o 130 millones de años o más. El cretáceo. ¿Llevaba en realidad todos esos años ahí? No tardaron mucho en rodear un cuerpo que yacía con los brazos abiertos y las piernas flexionadas sobre las hojas de un bosque muerto. La Increíblemente Pequeña se sentó entonces sobre mi pecho. Me vio como si observara algo inhumano a través de un microscopio.
-Vas a morir -me dijo con una voz muy pacífica: la voz de la persona que registra un dato, uno ente tantos otros. Uno entre muchos-. Pero no deberías decir mentiras.
Movió la cabeza de izquierda a derecha, lentamente. Luego se levantó. Sacudió un polvo imaginario de su vestidito azul y me dio la espalda. Poco después sentí cómo avanzaba sobre mi esternón para caer, luego, en la concavidad del abdomen. Una resbaladilla. Se introdujo así bajo la pretina del pantalón. Evadió con destreza mi sexo flácido, mi escroto. Continuó su camino por el muslo izquierdo, el promontorio de la rodilla, hasta arribar al tobillo. Entonces se salió de mí.
Cuando los paramédicos me introdujeron a la ambulancia no supe qué decir. Tenía una sed atroz. Unas ganas enormes de huir. Quería verla. Quería decirle que, a veces, el deseo. Que la piedad.
-crg
Sunday, November 07, 2010
LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA Y LOS DÍAS EN QUE TODO SE VUELVE AZUL: Una fotonovela diurna
a.
Emprendimos el camino a Algoa una madrugada de otoño. Un peligro tremendo. Un asunto involuntario. Las cosas dulces son así.
b.
Todo, a veces, se llena de alas o de miedo. El cielo, sobre todo. El cielo cuando es un cielo en demasía. Mis rastros, que son tuyos. De mí.
c.
Había que partir. Había que buscarlas. Fuimos a Algoa porque nos dijeron que allá. Eran un par de forajidas.
d.
No es del todo raro despertarse en el cuarto oscuro y sentir la asfixia ésa de la felicidad. No es del todo raro recordar el sueño y, luego, olvidarlo. Todo para preguntarse dónde están. O cuándo.
e.
Lo recordaré. Lo recordaré todo después. Al final.
f.
La estática temeridad del paisaje. El contexto. El verbo permanecer.
g.
Como a veinte mil metros de altura. Por la suerte. Entre los brazos de una linda y hermosa criatura. Caí. En la nube que andaba.
h.
Preguntamos. Esculcamos el entorno. Corrimos despavoridos y, más tarde, regresamos. Le dijimos a todo mundo lo que hacíamos: buscarlas. Pusimos anuncios. Dimos parte. Partimos. Nos partimos en muchas partes.
i.
Recuperamos el hilo. Avanzamos sobre la carretera azul junto a un ejército de mudos. Lentamente es un adverbio muy largo. Abrimos los ojos. Una linda y hermosa criatura. Cualquier exageración.
j.
La mesura de los tiempos por venir. Algoa es un pueblo prehistórico al que visitarían los pájaros. Todo es futuro, dijo. Con un poco de suerte se les aparecerán en el camino.
k.
Pero qué es buscar sino subir escaleras. O saltar hacia el abismo de una mano abierta. O deslizarse por la pendiente de un color que se diluiría de otra manera. Pero qué es preguntar por tu paradero o por tu día o por el frío que te acontece de madrugada o que camina por tu columna vertebral. Qué es esto sino.
l.
Había que seguir buscando. Había que tocar puertas y esperar. Fue por eso que nos detuvimos en las orillas de Animea y tomamos café. Y escupimos.
m.
Una procesión es una búsqueda generalizada. La señal de alarma de todos los tiempos por venir. Organizaremos el camino hacia ningún lado y las encontraremos ahí. Estoy segura de eso o de aquello. Estoy segura, sí.
--crg
a.
Emprendimos el camino a Algoa una madrugada de otoño. Un peligro tremendo. Un asunto involuntario. Las cosas dulces son así.
b.
Todo, a veces, se llena de alas o de miedo. El cielo, sobre todo. El cielo cuando es un cielo en demasía. Mis rastros, que son tuyos. De mí.
c.
Había que partir. Había que buscarlas. Fuimos a Algoa porque nos dijeron que allá. Eran un par de forajidas.
d.
No es del todo raro despertarse en el cuarto oscuro y sentir la asfixia ésa de la felicidad. No es del todo raro recordar el sueño y, luego, olvidarlo. Todo para preguntarse dónde están. O cuándo.
e.
Lo recordaré. Lo recordaré todo después. Al final.
f.
La estática temeridad del paisaje. El contexto. El verbo permanecer.
g.
Como a veinte mil metros de altura. Por la suerte. Entre los brazos de una linda y hermosa criatura. Caí. En la nube que andaba.
h.
Preguntamos. Esculcamos el entorno. Corrimos despavoridos y, más tarde, regresamos. Le dijimos a todo mundo lo que hacíamos: buscarlas. Pusimos anuncios. Dimos parte. Partimos. Nos partimos en muchas partes.
i.
Recuperamos el hilo. Avanzamos sobre la carretera azul junto a un ejército de mudos. Lentamente es un adverbio muy largo. Abrimos los ojos. Una linda y hermosa criatura. Cualquier exageración.
j.
La mesura de los tiempos por venir. Algoa es un pueblo prehistórico al que visitarían los pájaros. Todo es futuro, dijo. Con un poco de suerte se les aparecerán en el camino.
k.
Pero qué es buscar sino subir escaleras. O saltar hacia el abismo de una mano abierta. O deslizarse por la pendiente de un color que se diluiría de otra manera. Pero qué es preguntar por tu paradero o por tu día o por el frío que te acontece de madrugada o que camina por tu columna vertebral. Qué es esto sino.
l.
Había que seguir buscando. Había que tocar puertas y esperar. Fue por eso que nos detuvimos en las orillas de Animea y tomamos café. Y escupimos.
m.
Una procesión es una búsqueda generalizada. La señal de alarma de todos los tiempos por venir. Organizaremos el camino hacia ningún lado y las encontraremos ahí. Estoy segura de eso o de aquello. Estoy segura, sí.
--crg
Friday, November 05, 2010
5RBW011
Manejaba hacia el norte. No había elegido la mejor música para el trayecto, así que me distraje. Distraerse es ver hacia adentro o no ver o hacer como que se está viendo. Es cierto: manejaba mientras veía hacia adentro. Se puede hacer. Y cuando abrí los ojos estaba ahí, frente a mí. La palabra RAINBOW, en mayúsculas. Recordé de inmediato los signos de aquella placa que, el primero de noviembre, había interpretado como: "Los cinco arcoiris de noviembre". Reí, por supuesto. Reí a solas que es como manejaba hacia el norte mientras miraba hacia adentro. Y me dije lo obvio: el primero de los cinco arcoiris de noviembre está aquí.
Cuando rebasé me di cuenta de que la camioneta le pertenecía a un negocio de "crickets and worms", así es: grillos y gusanos para anzuelos.
¿Y usted cree que signifique algo?
Luego ya atravesé L.A. viendo hacia afuera y en silencio.
--crg
Manejaba hacia el norte. No había elegido la mejor música para el trayecto, así que me distraje. Distraerse es ver hacia adentro o no ver o hacer como que se está viendo. Es cierto: manejaba mientras veía hacia adentro. Se puede hacer. Y cuando abrí los ojos estaba ahí, frente a mí. La palabra RAINBOW, en mayúsculas. Recordé de inmediato los signos de aquella placa que, el primero de noviembre, había interpretado como: "Los cinco arcoiris de noviembre". Reí, por supuesto. Reí a solas que es como manejaba hacia el norte mientras miraba hacia adentro. Y me dije lo obvio: el primero de los cinco arcoiris de noviembre está aquí.
Cuando rebasé me di cuenta de que la camioneta le pertenecía a un negocio de "crickets and worms", así es: grillos y gusanos para anzuelos.
¿Y usted cree que signifique algo?
Luego ya atravesé L.A. viendo hacia afuera y en silencio.
--crg
Thursday, November 04, 2010
TELEGRAMA 1.1 PARA DOS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS FORAJIDAS
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
PREOCUPACIÓN CRECE. BUSCAMOS EN CALLES ESQUINAS CASAS PIEDRAS. INQUIRIMOS. REZAMOS INCLUSO. ¿QUÉ HACEN EN LAS NOCHES DE FRÍO? ¿SE HACEN LOCAS FINGEN DEMENCIA OLVIDAN? TEMEMOS LO PEOR. SOLÍCITOLES INFORMES PARADERO. QUIÉROLAS. PAÍS DESAPARECIENDO O DESAPARECIDO.
--crg
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
PREOCUPACIÓN CRECE. BUSCAMOS EN CALLES ESQUINAS CASAS PIEDRAS. INQUIRIMOS. REZAMOS INCLUSO. ¿QUÉ HACEN EN LAS NOCHES DE FRÍO? ¿SE HACEN LOCAS FINGEN DEMENCIA OLVIDAN? TEMEMOS LO PEOR. SOLÍCITOLES INFORMES PARADERO. QUIÉROLAS. PAÍS DESAPARECIENDO O DESAPARECIDO.
--crg
Tuesday, November 02, 2010
EL ROBO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
El hombre se apostó bajo el dintel de la puerta de mi oficina y, como en tantas otras ocasiones, pensé que se trataba de un fantasma. La luz que atraviesa los ventanales a veces provoca esa sensación. La sensación de estar rodeada de fantasmas. Supongo que por eso lo ignoré. Uno se acostumbra, después de todo, a las visitas de los fantasmas y las toma con ligereza y los deja ir. Así que sólo levanté los ojos de la pantalla cuando sus nudillos tocaron tres veces la madera de la puerta y de su garganta salió un carraspeo que a finales del siglo XIX pudo haber sido tomado como un signo de buena educación. Cuando logró capturar mi atención fue al grano:
—¿La conoce usted? —me preguntó y dio dos pasos dentro de mi oficina al mismo tiempo.
Era una fotografía. Era una mano que temblaba apenas. Era un brazo y un hombro y un mentón que se dirigían, blancos y tensos, hacia mí. Eran dos ojos redondos, de un verde casi vidrio. Sulfúrico. Era una imagen. Era el rostro de una mujer, y el que fuera el rostro de una mujer que yo conocía o había conocido, me dejó estupefacta.
Lo invité a tomar asiento y, mientras el hombre doblaba las rodillas y, luego entonces, bajaba la vista, traté de hacer pensable lo impensable: así que sí era posible fotografiar a un vampiro y alguien más, alguien que no era yo, la conocía. Solía pensar en el pasado en esos términos.
El hombre repitió la misma pregunta cuando, sin relajación alguna, permitió que sus vértebras tocaran el respaldo de la silla. Una voz demasiado aguda. Un tonillo impertinente. El color de su cabello maltratado. Seguramente por eso guardé silencio y me dediqué a observarlo.
—Estuvo en mi casa hace poco —dijo, posando sus ojos sobre la imagen que me había mostrado a manera de explicación—. Me robó.
Toqué el retrato: las yemas de los dedos sobre la frente amplia, los ojos alertas, la nariz respingada. Me sonreí. Parecía desvalida y feroz a un tiempo. Parecía esa mujer que camina sobre dagas y que recuerda, también, una canción de Leonard Cohen. Parecía tantas cosas. Supongo que por eso recordé que, unos 20 años atrás, había escrito yo un cuento en que un Hombre Mayor secuestraba a una muchacha sólo para investigar el paradero de otra mujer, esa mujer que ahora veía en la fotografía, esa mujer muy joven con cara de animal salvaje o animal a punto de morir, que se había ido de su casa con una colección de jade y unas mancuernillas muy costosas. La Secuestrada, que se sonreía de esa manera turbia y descreída y cómplice en que yo misma lo hacía en ese momento, sólo atinaba a preguntarle al hombre súbitamente envejecido: ¿Así que tú también te enamoraste de ella, viejo rabo verde? Por toda respuesta, el Hombre Mayor le volteaba el rostro con una cachetada y salía de la habitación blanca. Violentamente. El ritual, con ciertas variaciones de tema y de tono, se repetía unas tres veces hasta que, contrito y derrotado, el Hombre Mayor aventaba las llaves de la puerta sobre la cama mientras La Secuestrada hundía su cabeza en al agua tibia de la tina. Habían hablado del amor, eso recuerdo; habían hablado sobre la imposibilidad de fijar la trayectoria de otro, la huida sin fin del otro. Habían hablado sobre querer hacerlo. Ese desatino. Esa maldición.
—¿Una colección de jade y varios juegos de mancuernillas? —por razones que todavía no entendía bien precisaba de su confirmación. Tuve que hacerle la pregunta un par de veces al hombre de los ojos sulfúricos hasta que entendió.
—¿Se lo dijo ella? —la alarma en su mirada era real. Su impaciencia. Su azoro—. Se lo dijo ella, ¿verdad?
Lo invité a tomar un café nada más porque no quería tener esa conversación en mi oficina. Bajamos la escalera en silencio y no pronunciamos palabra alguna sino hasta que, con taza de café en mano, encontramos un árbol de amplias frondas bajo el cual nos sentamos.
—Hace calor —murmuró. Bajó la vista. Se ruborizó.
—No sé dónde esté —le dije, para evitarle el bochorno de preguntar y de esperar, apesadumbrado y servil, la respuesta.
—Pero ella te escribe —su hombro y su brazo y su mano, que se dirigían hacia mí, sostenían ahora un par de hojas cuadriculadas—. Mira.
Era un texto escrito a mano, tinta marrón, letra pequeñísima. Era algo vivo y a punto de quebrarse. Una herida. Una daga. Era, según decía el título, el capítulo de todos sus inicios. Cuando atiné a arrojar mi mano hacia el papel, súbitamente necesitada, el hombre lo alejó de mí.
—Primero vas a tener que decirme dónde encontrarla.
—¿Para qué? —le pregunté sin poder evitar la sorna, recostándome bajo la amplísima fronda. —¿Para que te devuelva el jade? ¿Para que te regrese el costo de las mancuernillas?
El viento, fresco. La nube blanca. La rama que, tambaleante, deja caer una hoja. El ruido de un tráiler que se va. Tres carcajadas.
—Para lo que a mí se me dé la gana —dijo con una agresividad que había imaginado en él desde que se apostó, fingiéndose fantasma, en el umbral de mi puerta.
Me incorporé entonces. El ruido de las rodillas. El gemido de hastío. La compasión. Recordé la furia y la frustración del Hombre Mayor que, 20 años atrás, también la buscaba. Los dos hombres me conmovieron. Me quedé inmóvil así, de pie junto a él que, con las piernas cruzadas y la mirada hacia arriba, no parecía haber salido bien a bien de la adolescencia.
—Pero, corazón, supongo que a lo que a ti se te da la gana a ella no le interesa —dije en voz muy baja.
Ese verano, recordé, vivimos del dinero que sacó al malbaratar el jade e intercambiar las mancuernillas en el mercado negro. Algo así le había dicho La Secuestrada, ya dentro de la tina, al Hombre Mayor que, vestido y pulcro, la observaba desde el asiento del retrete. Los dos lloraban en silencio dentro del baño. También perdimos tres paraguas, había continuado. Y un perro que se llamaba Diablo dejó que le acariciáramos el lomo. Una tarde de domingo. Fumábamos mucho. Las dos.
—Pues ya lo veremos —anunció, irrebatible, el muchacho sulfúrico.
Y dijo algo más, algo que ya no pude oír desde lejos. Desde 20 años atrás.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
El hombre se apostó bajo el dintel de la puerta de mi oficina y, como en tantas otras ocasiones, pensé que se trataba de un fantasma. La luz que atraviesa los ventanales a veces provoca esa sensación. La sensación de estar rodeada de fantasmas. Supongo que por eso lo ignoré. Uno se acostumbra, después de todo, a las visitas de los fantasmas y las toma con ligereza y los deja ir. Así que sólo levanté los ojos de la pantalla cuando sus nudillos tocaron tres veces la madera de la puerta y de su garganta salió un carraspeo que a finales del siglo XIX pudo haber sido tomado como un signo de buena educación. Cuando logró capturar mi atención fue al grano:
—¿La conoce usted? —me preguntó y dio dos pasos dentro de mi oficina al mismo tiempo.
Era una fotografía. Era una mano que temblaba apenas. Era un brazo y un hombro y un mentón que se dirigían, blancos y tensos, hacia mí. Eran dos ojos redondos, de un verde casi vidrio. Sulfúrico. Era una imagen. Era el rostro de una mujer, y el que fuera el rostro de una mujer que yo conocía o había conocido, me dejó estupefacta.
Lo invité a tomar asiento y, mientras el hombre doblaba las rodillas y, luego entonces, bajaba la vista, traté de hacer pensable lo impensable: así que sí era posible fotografiar a un vampiro y alguien más, alguien que no era yo, la conocía. Solía pensar en el pasado en esos términos.
El hombre repitió la misma pregunta cuando, sin relajación alguna, permitió que sus vértebras tocaran el respaldo de la silla. Una voz demasiado aguda. Un tonillo impertinente. El color de su cabello maltratado. Seguramente por eso guardé silencio y me dediqué a observarlo.
—Estuvo en mi casa hace poco —dijo, posando sus ojos sobre la imagen que me había mostrado a manera de explicación—. Me robó.
Toqué el retrato: las yemas de los dedos sobre la frente amplia, los ojos alertas, la nariz respingada. Me sonreí. Parecía desvalida y feroz a un tiempo. Parecía esa mujer que camina sobre dagas y que recuerda, también, una canción de Leonard Cohen. Parecía tantas cosas. Supongo que por eso recordé que, unos 20 años atrás, había escrito yo un cuento en que un Hombre Mayor secuestraba a una muchacha sólo para investigar el paradero de otra mujer, esa mujer que ahora veía en la fotografía, esa mujer muy joven con cara de animal salvaje o animal a punto de morir, que se había ido de su casa con una colección de jade y unas mancuernillas muy costosas. La Secuestrada, que se sonreía de esa manera turbia y descreída y cómplice en que yo misma lo hacía en ese momento, sólo atinaba a preguntarle al hombre súbitamente envejecido: ¿Así que tú también te enamoraste de ella, viejo rabo verde? Por toda respuesta, el Hombre Mayor le volteaba el rostro con una cachetada y salía de la habitación blanca. Violentamente. El ritual, con ciertas variaciones de tema y de tono, se repetía unas tres veces hasta que, contrito y derrotado, el Hombre Mayor aventaba las llaves de la puerta sobre la cama mientras La Secuestrada hundía su cabeza en al agua tibia de la tina. Habían hablado del amor, eso recuerdo; habían hablado sobre la imposibilidad de fijar la trayectoria de otro, la huida sin fin del otro. Habían hablado sobre querer hacerlo. Ese desatino. Esa maldición.
—¿Una colección de jade y varios juegos de mancuernillas? —por razones que todavía no entendía bien precisaba de su confirmación. Tuve que hacerle la pregunta un par de veces al hombre de los ojos sulfúricos hasta que entendió.
—¿Se lo dijo ella? —la alarma en su mirada era real. Su impaciencia. Su azoro—. Se lo dijo ella, ¿verdad?
Lo invité a tomar un café nada más porque no quería tener esa conversación en mi oficina. Bajamos la escalera en silencio y no pronunciamos palabra alguna sino hasta que, con taza de café en mano, encontramos un árbol de amplias frondas bajo el cual nos sentamos.
—Hace calor —murmuró. Bajó la vista. Se ruborizó.
—No sé dónde esté —le dije, para evitarle el bochorno de preguntar y de esperar, apesadumbrado y servil, la respuesta.
—Pero ella te escribe —su hombro y su brazo y su mano, que se dirigían hacia mí, sostenían ahora un par de hojas cuadriculadas—. Mira.
Era un texto escrito a mano, tinta marrón, letra pequeñísima. Era algo vivo y a punto de quebrarse. Una herida. Una daga. Era, según decía el título, el capítulo de todos sus inicios. Cuando atiné a arrojar mi mano hacia el papel, súbitamente necesitada, el hombre lo alejó de mí.
—Primero vas a tener que decirme dónde encontrarla.
—¿Para qué? —le pregunté sin poder evitar la sorna, recostándome bajo la amplísima fronda. —¿Para que te devuelva el jade? ¿Para que te regrese el costo de las mancuernillas?
El viento, fresco. La nube blanca. La rama que, tambaleante, deja caer una hoja. El ruido de un tráiler que se va. Tres carcajadas.
—Para lo que a mí se me dé la gana —dijo con una agresividad que había imaginado en él desde que se apostó, fingiéndose fantasma, en el umbral de mi puerta.
Me incorporé entonces. El ruido de las rodillas. El gemido de hastío. La compasión. Recordé la furia y la frustración del Hombre Mayor que, 20 años atrás, también la buscaba. Los dos hombres me conmovieron. Me quedé inmóvil así, de pie junto a él que, con las piernas cruzadas y la mirada hacia arriba, no parecía haber salido bien a bien de la adolescencia.
—Pero, corazón, supongo que a lo que a ti se te da la gana a ella no le interesa —dije en voz muy baja.
Ese verano, recordé, vivimos del dinero que sacó al malbaratar el jade e intercambiar las mancuernillas en el mercado negro. Algo así le había dicho La Secuestrada, ya dentro de la tina, al Hombre Mayor que, vestido y pulcro, la observaba desde el asiento del retrete. Los dos lloraban en silencio dentro del baño. También perdimos tres paraguas, había continuado. Y un perro que se llamaba Diablo dejó que le acariciáramos el lomo. Una tarde de domingo. Fumábamos mucho. Las dos.
—Pues ya lo veremos —anunció, irrebatible, el muchacho sulfúrico.
Y dijo algo más, algo que ya no pude oír desde lejos. Desde 20 años atrás.
--crg
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