VOZ QUE MADURA
[en Los Perros del Alba, revista cuatrimestral, Año 3, Num. 6, Noviembre 2010-Febrero 2011]
No veía la carretera; oía la voz.
La voz y el tambor. La voz que fracasa y el tambor que pervive. La voz que lo intenta otra vez, sólo para volver a fallar. El tambor: infatigable. La hipnosis que produce el ritmo del intento y el fracaso. Uno detrás del otro. Uno detrás del otro. Algo sin piedad. La repetición incesante del intento y el fracaso. Un ritmo. Una fascinación. Un número ilimitado de cantantes y un número ilimitado de precusionistas. Una pieza de Cardew. Música comunal.
No veía la carretera; aspiraba el olor de su presencia.
La piel y el perfume. La piel, luminosa; y el perfume, inconcebible. Ambarinos los dos: la piel y el perfume. El perfume, definitivamente de mujer, y la piel de persona que maneja en total concentración bajo la sombra de los oyameles. La luz anaranjada alrededor. La luz del fuego.
—¿De quién es eso? —pregunté sin abrir los ojos.
Tardó en contestar. Antes de decir cualquier cosa miró con insistencia a través del espejo retrovisor y el espejo lateral del coche. Eso supuse que hizo.
—Una pieza de Cardew ¿te acuerdas? —dijo, como si nos encontráramos en un paseo de fin de semana—. El Gran Aprendizaje —añadió en una voz muy baja, una voz con aspiración a volverse una voz inaudible. La voz que fracasa, y el tambor. El tambor.
No veía la carretera; sentía el ardor en mi garganta; el calor de las sienes; el dolor en la parte interior de la nuca; el polvo que, asentado en las vías respiratorias, me obligaba a toser una y otra vez hasta que doblaba el torso y caía rendido de nueva cuenta sobre el respaldo, ya casi en posición horizontal, del asiento. Un fracaso. No veía la carretera pero escuchaba lo que ella me decía. Ella me decía que se trataba de una franja estrecha, de dos carriles apenas, bordeada de altos oyameles y barrancas profundas. Muy profundas, repetía. También me decía que la luz de la tarde, una luz anaranjada que estaba a punto de volverse amarilla otra vez, luego, acaso, incolora, atravesaba la espesura de las ramas, hiriéndolas.
—El bosque era sin duda hermoso —decía también, aunque hubiera sido más exacto calificar a sus palabras de murmuración o de balbuceo—. Saldremos de aquí, ya verás. Saldremos del bosque —repetía, lo repetía muchas veces, queriendo convencerse a sí misma sin lograrlo. Un fracaso. Otro. El ritmo del tambor.
Íbamos por una carretera estrecha a toda velocidad, eso me quedaba claro. Y no podía ayudarla. Si abría los ojos, la luz de invierno me hería de tal manera las pupilas que terminaba produciendo lágrimas. Gotas salobres. Gotas sin dolor. Si me incorporaba del asiento, regresaba, puntual, el acceso de tos. Si hablaba, si intentaba decir más de tres palabras juntas, la presión en el centro del pecho se volvía insoportable. Íbamos por una estrecha carretera, una carretera peligrosa llena de agujeros y de rocas sueltas, una carretera que era en realidad un camino cerrado o en reparación u olvidado por completo, y yo no podía hacer nada. Sólo callar y yacer y escuchar las muchas, repetidas, variadas maneras en que morían las voces de Cardew. Las voces del gran aprendizaje.
No veía la carretera; escuchaba su voz. Su voz decía que nunca habría imaginado antes que, al final de todo, iba a estar ella así, manejando un coche ajeno a toda velocidad mientras describía, en balbuceos torpes y nerviosos, la luz de invierno y la manera en que ésta se trasminaba por entre las ramas de los altos oyameles, abriéndolas en dos. Quemadura. La voz.
—Si me lo hubieran profetizado alguna vez, digamos, en una feria de pueblo o en un café turco de diminutas mesas redondas y una de esas atmósferas enrarecidas por el humo de muchos tabacos, habría pensado que la gitana o adivina estaba loca o era una charlatana —y esa frase era ahora un susurro, un gesto apenas para volver al silencio de los espejos: el retrovisor, el lateral. Su estado de alarma. Su sentido de control.
—Me acuerdo —susurré yo también—, me acuerdo de Cardew.
Desde lejos, desde lo alto, si alguien nos hubiera observado desde, por ejemplo, la ventana de un helicóptero, la visión habría podido ser divina. El fuego detrás, arrasándolo todo. Imprimiéndole a ese todo su color. El auto compacto y blanco que se dirigía hacia delante. Un adelante desconocido. Una especie de bólido. Un hacia. La visión: podría tratarse de un anuncio, un anuncio espectacular. Un anuncio sobre el fin del mundo. El auto que buscaba un lago o el mar.
—¿Qué? —preguntó ella mientras entraba en una curva y disminuía, al mismo tiempo, la velocidad—. ¿Qué dices? —insistió cuando no escuchó ninguna respuesta.
No veía la carretera; me doblaba ante un nuevo acceso de tos. Su mano sobre mi rodilla izquierda. Su compasión. Y las voces fantasmagóricas congregadas por Cardew. Y los tambores enloquecidos. Y el libro de Confucio. Y su asombro. Y su control.
[el resto del cuento en Los Perros del Alba, 3:6, nov2010-feb2011]
--crg
Sunday, January 30, 2011
Saturday, January 29, 2011
TWITTERATURAS
Un artículo sobre escritores de diversas tradiciones y lenguas y su relación con twitter aquí
--crg
Un artículo sobre escritores de diversas tradiciones y lenguas y su relación con twitter aquí
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Friday, January 28, 2011
TELEGRAMA 1.6 PARA DOS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS FORAJIDAS
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
IMAGÍNOLAS SIN MEMORIA SIN SUSTENTO SIN TECHO. ¿DENTRO DE CAJUELA? ¿ATRÁS DE REJAS? ¿BAJO MUCHA TIERRA? ¿COLGANDO DE PUENTE PEATONAL? MÍROLAS CAER MÍROLAS OSCILAR MÍROLAS VERÍDICAMENTE. TODAS NOVELAS IGUALES. ALGUIEN DIJO COMO ASÍ. HÁBLOLES VOZ BAJA MURMULLOS SEÑAS. ENVÍOLES INSTRUCCIONES TELEPATICAMENTE: ARRANCAR, VIRAR, VOLVER, LEVITAR, SOBREVIVIR, APARECER. HUMO DE CIGARRO: AQUI OCURRIÓ UN REMOLINO VUELTO MANO. ALGUIEN DIJO QUÉ. ESPÉROLAS ORILLA MÁS LEJANA. AQUÍ. PAÍS DESAPARECIDO HA SIDO IDO DO. QUIÉROLAS. SÍ, REFIÉROME A LAS DO/S.
--crg
[El texto se escribirá a doble renglón entre líneas y en mayúscula sostenida/ No se deberán dividir silábicamente las palabras/ Se deberán eliminar palabras innecesarias como: artículos, conjunciones y preposiciones /Se usarán términos enclíticos, como "solicítole", "agradecémosle"/ Se deberá, en lo posible, utilizar palabras que no pasen de 10 caracteres].
IMAGÍNOLAS SIN MEMORIA SIN SUSTENTO SIN TECHO. ¿DENTRO DE CAJUELA? ¿ATRÁS DE REJAS? ¿BAJO MUCHA TIERRA? ¿COLGANDO DE PUENTE PEATONAL? MÍROLAS CAER MÍROLAS OSCILAR MÍROLAS VERÍDICAMENTE. TODAS NOVELAS IGUALES. ALGUIEN DIJO COMO ASÍ. HÁBLOLES VOZ BAJA MURMULLOS SEÑAS. ENVÍOLES INSTRUCCIONES TELEPATICAMENTE: ARRANCAR, VIRAR, VOLVER, LEVITAR, SOBREVIVIR, APARECER. HUMO DE CIGARRO: AQUI OCURRIÓ UN REMOLINO VUELTO MANO. ALGUIEN DIJO QUÉ. ESPÉROLAS ORILLA MÁS LEJANA. AQUÍ. PAÍS DESAPARECIDO HA SIDO IDO DO. QUIÉROLAS. SÍ, REFIÉROME A LAS DO/S.
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Thursday, January 27, 2011
COMO SE PLATICA EN TODAS PARTES
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
15.
Un caballo pasó al galope donde se cruza la calle real con el camino de Contla. Nadie lo vio. Sin embargo, una mujer que esperaba en las afueras del pueblo contó que había visto el caballo corriendo con las piernas dobladas como si se fuera a ir de bruces. Reconoció al alazán de Miguel Páramo. Y hasta pensó: "Este animal se a a romper la cabeza". Luego vio cuando enderezaba el cuerpo y, sin aflojar la carrera, caminaba con el pescuezo echado hacia atrás como si viniera asustado por algo que había dejado allá atrás.
Esos chismes llegaron a la Media Luna la noche del entierro, mientras los hombres descansaban de la larga caminata que habían hecho hasta el panteón.
Platicaban, como se platica en todas partes, antes de ir a dormir.
--A mí me dolió mucho ese muerto --dijo Terencio Lubianes--. Todavía traigo adoloridos los hombros.
--Y a mí --dijo su hermano Ubillado--. Hasta se me agrandaron los juanetes. Con eso de que el patrón quiso que todos fuéramos de zapatos. Ni que hubiera sido día de fiesta, ¿verdad, Toribio?
--Yo que quieres que les diga. Pienso que se murió muy a tiempo.
Al rato llegaron más chismes a Contla. Los trajo la última carreta.
--Dicen que por allá anda el ánima. Lo han visto tocando la ventana de fulanita. Igualito a él. De chaparreras y todo.
--¿Y usted cree que don Pedro, con el genio que se carga, iba a permitir que su hijo siga traficando viejas? Ya me lo imagino si lo supiera: "--Bueno --le diría--. Tú ya está muerto. Estate quieto en tu sepultura. Déjanos el negocio a nosotros". Y de verlo por ahí, casi me las apuesto que lo mandaría de nuevo al camposanto.
--Tienes razón, Isaías. Ese viejo no se anda con cosas.
El carretero siguió su camino: "Como la supe, se las endoso".
Había estrellas fugaces. Caían como si el cielo estuviera lloviznando lumbre.
--Miren nomás --dijo Terencio-- el borlote que se traen allá arriba.
--Es que le están celebrando su función al Miguelito --terció Jesús.
--¿No será mala señal?
--¿Para quién?
--Quizá tu hermana está nostálgica por su regreso.
--¿A quién le hablas?
--A ti.
--Mejor vámonos, muchachos. Hemos trafagueado mucho y mañana hay que madrugar.
Y se disolvieron como sombras.
--crg
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
15.
Un caballo pasó al galope donde se cruza la calle real con el camino de Contla. Nadie lo vio. Sin embargo, una mujer que esperaba en las afueras del pueblo contó que había visto el caballo corriendo con las piernas dobladas como si se fuera a ir de bruces. Reconoció al alazán de Miguel Páramo. Y hasta pensó: "Este animal se a a romper la cabeza". Luego vio cuando enderezaba el cuerpo y, sin aflojar la carrera, caminaba con el pescuezo echado hacia atrás como si viniera asustado por algo que había dejado allá atrás.
Esos chismes llegaron a la Media Luna la noche del entierro, mientras los hombres descansaban de la larga caminata que habían hecho hasta el panteón.
Platicaban, como se platica en todas partes, antes de ir a dormir.
--A mí me dolió mucho ese muerto --dijo Terencio Lubianes--. Todavía traigo adoloridos los hombros.
--Y a mí --dijo su hermano Ubillado--. Hasta se me agrandaron los juanetes. Con eso de que el patrón quiso que todos fuéramos de zapatos. Ni que hubiera sido día de fiesta, ¿verdad, Toribio?
--Yo que quieres que les diga. Pienso que se murió muy a tiempo.
Al rato llegaron más chismes a Contla. Los trajo la última carreta.
--Dicen que por allá anda el ánima. Lo han visto tocando la ventana de fulanita. Igualito a él. De chaparreras y todo.
--¿Y usted cree que don Pedro, con el genio que se carga, iba a permitir que su hijo siga traficando viejas? Ya me lo imagino si lo supiera: "--Bueno --le diría--. Tú ya está muerto. Estate quieto en tu sepultura. Déjanos el negocio a nosotros". Y de verlo por ahí, casi me las apuesto que lo mandaría de nuevo al camposanto.
--Tienes razón, Isaías. Ese viejo no se anda con cosas.
El carretero siguió su camino: "Como la supe, se las endoso".
Había estrellas fugaces. Caían como si el cielo estuviera lloviznando lumbre.
--Miren nomás --dijo Terencio-- el borlote que se traen allá arriba.
--Es que le están celebrando su función al Miguelito --terció Jesús.
--¿No será mala señal?
--¿Para quién?
--Quizá tu hermana está nostálgica por su regreso.
--¿A quién le hablas?
--A ti.
--Mejor vámonos, muchachos. Hemos trafagueado mucho y mañana hay que madrugar.
Y se disolvieron como sombras.
--crg
Tuesday, January 25, 2011
EL ARCHIVO Y EL ESCRITOR
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La relación entre escritores y archivos es larga. A los archivos han ido a parar, entre tantos otros, aquellos que investigan los eventos menos conocidos de las grandes figuras públicas o las vidas todas ellas descartadas de los pequeños personajes de la vida cotidiana. Han tocado el abracadabra que es la puerta de todo archivo, sobre todo aquellos para quienes los datos de las monografías o los sesudos análisis históricos realizados desde la academia no les resultaban suficientes al momento de crear personajes de carne y hueso y un pedazo de pescuezo y otro de pasión. A veces respetando a pie juntillas los datos encontrados en registros varios, y a veces, de hecho: con más frecuencia, escatimando la fuente de los documentos ante el lector, los escritores han ido desarrollando una relación larga y estable, pero también cambiante, con los archivos.
Existen, por ejemplo, libros con archivo fantasma. Aquí podrían caber los textos elaborados por autores que, habiendo leído la información necesaria o requerida, se asignan sin embargo “licencias poéticas” que les permiten alterar ciertos eventos o, más específicamente, ciertas cronologías, con el fin de no afectar el desarrollo de sus historias. La licencia, se entiende, no es un rechazo a la legitimidad de archivo, puesto que el libro no renuncia en ningún momento al aura de verosimilitud que produce el apego al mismo, sino sólo una especie de suspensión efímera de las reglas del juego de la precisión histórica. Cabrían también en este rubro, aunque por razones un tanto distintas, los libros que, aún respetando las fechas y los nombres de los lugares, pocas veces transcriben, sin embargo, las palabras o los formatos que aparecen en sus documentos, contentándose con transmitir la información ahí adquirida a través de la voz de algunos de sus personajes. Se trata de libros que adquieren un “prestigio”, en este caso de contenido histórico, sin apelar de manera directa ni a la búsqueda de los documentos ni a las clasificaciones institucionales ni a la manera en que los datos fueron registrados y, luego entonces, leídos. El contenido del archivo pareciera, en esta versión, trasminarse de manera misteriosa o en todo caso incognoscible. El juego se llama: la oclusión del medio. Tal vez el elemento que pronto los revela como libros con archivo fantasma es que rara vez incluyen los nombres y ubicaciones de las fuentes primarias ni de las secundarias de las que los autores echaron mano. Como si el conocimiento fuera más una cuestión de ósmosis que de intercambio, estos libros ocultan el proceso de producción de su propio conocimiento, aspirando a hacerse pasar por el mundo mismo o lo real o la experiencia en sí. Gran parte de los best sellers que se clasifican como históricos responderían de manera más o menos general a las características aquí descritas.
Muy distintos son, así entonces, los libros de ficción documental, en los cuales la relación con el archivo —desde su ubicación, su significado cultural y político, su estructuración interna, hasta sus empleados— es central. Muy de acuerdo con principios más o menos aceptados de la así llamada historia social o la historia desde abajo, estas novelas no sólo reconocen explícitamente que el conocimiento de las mismas ha sido producto de una lectura y, aún más, de una lectura en momentos y situaciones específicas, sino que, acaso por lo mismo, tienen cuidado de introducir palabra por palabra, oración por oración, textos encontrados en los propios archivos. Se trata, con frecuencia, de libros escritos en un proceso de co-autoría poco velada: el discurso del investigador vis a vis el discurso del investigado. Los dos a la par y cara a cara y a la vez. No sólo es que vivimos en una época en que el internet nos ha transformado en transcribas y copypasters de tiempo completo, sino también que los ánimos por descontextualizar y recontextualizar discurso generado en medios donde ése no se reproduce con facilidad (la cárcel, el chisme, el expediente médico) extiende la definición de lo que es real. De hecho, algunos de estos libros con archivos se convierten, en su versión más extrema, en copias fieles de esos archivos, haciendo realidad la hipótesis o los postulados de Pierre Menard.
La novela El material humano de Rodrigo Rey Rosa es parte, sin duda, de esta segunda oleada de libros que han decidido resaltar el medio o los medios a través de los cuales y en los cuales existen en tanto tales: como libros. A diferencia de otras novelas que también lidian con la existencia de los documentos de las guerras civiles de la Centroamérica de finales del siglo XX, Rey Rosa avanza tentativamente, siguiendo de cerca los trazos de las palabras y las oraciones y los formatos y los sistemas de clasificación del archivo entero. Lejos de transformar al investigador/lector/escritor en un héroe unidimensional, este lector entra en el archivo sin saber bien a bien lo que encontrará. Entre una cosa y otra, copia, es decir, transcribe. Hay notas de los diarios del archivo combinadas con las notas más personales y también austeras que documentan la vida privada del lector de documentos. El lector y los leídos adquieren, en momentos de franca incertidumbre, el mismo status: ambos no son sino pedazos de lenguaje transcrito. Reproducciones elegidas a conciencia pero no necesariamente con conciencia de algo más. Se trata, en todo caso, de algo hecho artificialmente: ha sido leído y elegido y luego, pasado en limpio. El libro no es la realidad, ni pretende serlo, como tampoco pretende hacerse pasar por ella. El libro es un libro. Y pocas veces Perogrullo ocasionó tal estupor. El gran beneficio de hacer énfasis en el medio —el lenguaje, el archivo, el documento— que compone el universo de la novela es cuestionar la noción muy común del lenguaje como un vehículo neutro a través del cual circula lo que importa, es decir, la anécdota. Más allá de la trama, pues, aunque con varias tramas dentro de sí, el libro es sobre todo un proceso que, en la fragilidad de las notas, en lo punzante de los hallazgos, en la ramificación de sus coincidencias, en la yuxtaposición de un presente que se diluye y un pasado que no se va, entreteje una crítica acérrima y frontal al medio que la produce.
-crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
La relación entre escritores y archivos es larga. A los archivos han ido a parar, entre tantos otros, aquellos que investigan los eventos menos conocidos de las grandes figuras públicas o las vidas todas ellas descartadas de los pequeños personajes de la vida cotidiana. Han tocado el abracadabra que es la puerta de todo archivo, sobre todo aquellos para quienes los datos de las monografías o los sesudos análisis históricos realizados desde la academia no les resultaban suficientes al momento de crear personajes de carne y hueso y un pedazo de pescuezo y otro de pasión. A veces respetando a pie juntillas los datos encontrados en registros varios, y a veces, de hecho: con más frecuencia, escatimando la fuente de los documentos ante el lector, los escritores han ido desarrollando una relación larga y estable, pero también cambiante, con los archivos.
Existen, por ejemplo, libros con archivo fantasma. Aquí podrían caber los textos elaborados por autores que, habiendo leído la información necesaria o requerida, se asignan sin embargo “licencias poéticas” que les permiten alterar ciertos eventos o, más específicamente, ciertas cronologías, con el fin de no afectar el desarrollo de sus historias. La licencia, se entiende, no es un rechazo a la legitimidad de archivo, puesto que el libro no renuncia en ningún momento al aura de verosimilitud que produce el apego al mismo, sino sólo una especie de suspensión efímera de las reglas del juego de la precisión histórica. Cabrían también en este rubro, aunque por razones un tanto distintas, los libros que, aún respetando las fechas y los nombres de los lugares, pocas veces transcriben, sin embargo, las palabras o los formatos que aparecen en sus documentos, contentándose con transmitir la información ahí adquirida a través de la voz de algunos de sus personajes. Se trata de libros que adquieren un “prestigio”, en este caso de contenido histórico, sin apelar de manera directa ni a la búsqueda de los documentos ni a las clasificaciones institucionales ni a la manera en que los datos fueron registrados y, luego entonces, leídos. El contenido del archivo pareciera, en esta versión, trasminarse de manera misteriosa o en todo caso incognoscible. El juego se llama: la oclusión del medio. Tal vez el elemento que pronto los revela como libros con archivo fantasma es que rara vez incluyen los nombres y ubicaciones de las fuentes primarias ni de las secundarias de las que los autores echaron mano. Como si el conocimiento fuera más una cuestión de ósmosis que de intercambio, estos libros ocultan el proceso de producción de su propio conocimiento, aspirando a hacerse pasar por el mundo mismo o lo real o la experiencia en sí. Gran parte de los best sellers que se clasifican como históricos responderían de manera más o menos general a las características aquí descritas.
Muy distintos son, así entonces, los libros de ficción documental, en los cuales la relación con el archivo —desde su ubicación, su significado cultural y político, su estructuración interna, hasta sus empleados— es central. Muy de acuerdo con principios más o menos aceptados de la así llamada historia social o la historia desde abajo, estas novelas no sólo reconocen explícitamente que el conocimiento de las mismas ha sido producto de una lectura y, aún más, de una lectura en momentos y situaciones específicas, sino que, acaso por lo mismo, tienen cuidado de introducir palabra por palabra, oración por oración, textos encontrados en los propios archivos. Se trata, con frecuencia, de libros escritos en un proceso de co-autoría poco velada: el discurso del investigador vis a vis el discurso del investigado. Los dos a la par y cara a cara y a la vez. No sólo es que vivimos en una época en que el internet nos ha transformado en transcribas y copypasters de tiempo completo, sino también que los ánimos por descontextualizar y recontextualizar discurso generado en medios donde ése no se reproduce con facilidad (la cárcel, el chisme, el expediente médico) extiende la definición de lo que es real. De hecho, algunos de estos libros con archivos se convierten, en su versión más extrema, en copias fieles de esos archivos, haciendo realidad la hipótesis o los postulados de Pierre Menard.
La novela El material humano de Rodrigo Rey Rosa es parte, sin duda, de esta segunda oleada de libros que han decidido resaltar el medio o los medios a través de los cuales y en los cuales existen en tanto tales: como libros. A diferencia de otras novelas que también lidian con la existencia de los documentos de las guerras civiles de la Centroamérica de finales del siglo XX, Rey Rosa avanza tentativamente, siguiendo de cerca los trazos de las palabras y las oraciones y los formatos y los sistemas de clasificación del archivo entero. Lejos de transformar al investigador/lector/escritor en un héroe unidimensional, este lector entra en el archivo sin saber bien a bien lo que encontrará. Entre una cosa y otra, copia, es decir, transcribe. Hay notas de los diarios del archivo combinadas con las notas más personales y también austeras que documentan la vida privada del lector de documentos. El lector y los leídos adquieren, en momentos de franca incertidumbre, el mismo status: ambos no son sino pedazos de lenguaje transcrito. Reproducciones elegidas a conciencia pero no necesariamente con conciencia de algo más. Se trata, en todo caso, de algo hecho artificialmente: ha sido leído y elegido y luego, pasado en limpio. El libro no es la realidad, ni pretende serlo, como tampoco pretende hacerse pasar por ella. El libro es un libro. Y pocas veces Perogrullo ocasionó tal estupor. El gran beneficio de hacer énfasis en el medio —el lenguaje, el archivo, el documento— que compone el universo de la novela es cuestionar la noción muy común del lenguaje como un vehículo neutro a través del cual circula lo que importa, es decir, la anécdota. Más allá de la trama, pues, aunque con varias tramas dentro de sí, el libro es sobre todo un proceso que, en la fragilidad de las notas, en lo punzante de los hallazgos, en la ramificación de sus coincidencias, en la yuxtaposición de un presente que se diluye y un pasado que no se va, entreteje una crítica acérrima y frontal al medio que la produce.
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Sunday, January 23, 2011
LAS LECTURAS FEBRILES
Lectora con fiebre y dolor de garganta: Erika Said sobre La Cresta de Ilión.
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Lectora con fiebre y dolor de garganta: Erika Said sobre La Cresta de Ilión.
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Friday, January 21, 2011
FOTONOVELA DIURNA 1/12:2011
[mientras escuchaba una y otra vez Kastell, de Oval; sí, una y otra vez]
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[mientras escuchaba una y otra vez Kastell, de Oval; sí, una y otra vez]
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Thursday, January 20, 2011
LA VOZ. ¿NO LO CONOCISTE POR LA VOZ?
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
14.
Durante la cena tomó su chocolate como todas las noches. Se sentía tranquilo.
--Oye, Anita. ¿Sabes a quien enterraron hoy?
--No, tío.
--¿Te acuerdas de Miguel Páramo?
--Sí, tío.
--Pues a él.
Ana agachó la cabeza.
--Estás segura de que fue él, ¿verdad?
--Segura no, tío. No le vi la cara. Me agarró de noche y en lo oscuro.
--¿Entonces cómo supiste que era Miguel Páramo?
--Porque él me lo dijo: "Soy Miguel Páramo, Ana. No te asustes". Eso me dijo.
--¿Pero sabías que él era el autor de la muerte de tu padre, no?
--Sí, tío.
--¿Entonces qué hiciste para alejarlo?
--No hice nada.
Los dos guardaron silencio por un rato. Se oía el aire tibio entre las hojas del arrayán.
--Me dijo que precisamente a eso venía: a pedirme disculpas ya que yo lo perdonara. Sin moverme de la cama le avisé: "La ventana está abierta". Y él entró. Llegó abrazándome, como si ésa fuera la forma de disculparse por lo que había hecho. Y yo le sonreí. Pensé en lo que usted me había enseñado: que nunca hay que odiar a nadie. Le sonreí para decírselo: pero después pensé que él no pudo ver mi sonrisa, porque yo no lo veía a él, por lo negra que estaba la noche. Solamente lo sentí encima de mí y que comenzaba a hacer cosas malas conmigo.
"Creí que me iba a matar. Eso fue lo que creí, tío. Y hasta dejé de pensar para morirme antes de que él me matara. Pero seguramente no se atrevió a hacerlo.
"Lo supe cuando abrí los ojos y vi la luz de la mañana que entraba por la ventana abierta. Antes de esa hora, sentí que había dejado de existir."
--Pero debes tener alguna seguridad. La voz. ¿No lo conociste por la voz?
--No lo conocía por nada. Sólo sabía que había matado a mi padre. Nunca lo había visto y después no lo llegué a ver. No hubiera podido, tío.
--Pero sabías quién era.
--Sí. Y qué cosa era. Sé que ahora debe estar en lo mero hondo del infierno; porque así se lo he pedido a todos los santos con todo mi fervor.
--No estés tan convencida de eso, hija. ¡Quién sabe cuántos estén rezando ahora por él! Tú está sola. Un ruego contra miles de ruegos. Y entre ellos, algunos mucho más hondos que el tuyo, como es el de su padre.
Iba a decirle: "Además yo le he dado el perdón". Pero sólo lo pensó. No quiso maltratar el alma medio quebrada de aquella muchacha. Antes, por el contrario, la tomó del brazo y le dijo:
--Démosle gracias a Dios Nuestro Señor porque se lo ha llevado de esta tierra donde causó tanto mal, no importa que ahora lo tenga en su cielo.
--crg
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
14.
Durante la cena tomó su chocolate como todas las noches. Se sentía tranquilo.
--Oye, Anita. ¿Sabes a quien enterraron hoy?
--No, tío.
--¿Te acuerdas de Miguel Páramo?
--Sí, tío.
--Pues a él.
Ana agachó la cabeza.
--Estás segura de que fue él, ¿verdad?
--Segura no, tío. No le vi la cara. Me agarró de noche y en lo oscuro.
--¿Entonces cómo supiste que era Miguel Páramo?
--Porque él me lo dijo: "Soy Miguel Páramo, Ana. No te asustes". Eso me dijo.
--¿Pero sabías que él era el autor de la muerte de tu padre, no?
--Sí, tío.
--¿Entonces qué hiciste para alejarlo?
--No hice nada.
Los dos guardaron silencio por un rato. Se oía el aire tibio entre las hojas del arrayán.
--Me dijo que precisamente a eso venía: a pedirme disculpas ya que yo lo perdonara. Sin moverme de la cama le avisé: "La ventana está abierta". Y él entró. Llegó abrazándome, como si ésa fuera la forma de disculparse por lo que había hecho. Y yo le sonreí. Pensé en lo que usted me había enseñado: que nunca hay que odiar a nadie. Le sonreí para decírselo: pero después pensé que él no pudo ver mi sonrisa, porque yo no lo veía a él, por lo negra que estaba la noche. Solamente lo sentí encima de mí y que comenzaba a hacer cosas malas conmigo.
"Creí que me iba a matar. Eso fue lo que creí, tío. Y hasta dejé de pensar para morirme antes de que él me matara. Pero seguramente no se atrevió a hacerlo.
"Lo supe cuando abrí los ojos y vi la luz de la mañana que entraba por la ventana abierta. Antes de esa hora, sentí que había dejado de existir."
--Pero debes tener alguna seguridad. La voz. ¿No lo conociste por la voz?
--No lo conocía por nada. Sólo sabía que había matado a mi padre. Nunca lo había visto y después no lo llegué a ver. No hubiera podido, tío.
--Pero sabías quién era.
--Sí. Y qué cosa era. Sé que ahora debe estar en lo mero hondo del infierno; porque así se lo he pedido a todos los santos con todo mi fervor.
--No estés tan convencida de eso, hija. ¡Quién sabe cuántos estén rezando ahora por él! Tú está sola. Un ruego contra miles de ruegos. Y entre ellos, algunos mucho más hondos que el tuyo, como es el de su padre.
Iba a decirle: "Además yo le he dado el perdón". Pero sólo lo pensó. No quiso maltratar el alma medio quebrada de aquella muchacha. Antes, por el contrario, la tomó del brazo y le dijo:
--Démosle gracias a Dios Nuestro Señor porque se lo ha llevado de esta tierra donde causó tanto mal, no importa que ahora lo tenga en su cielo.
--crg
Tuesday, January 18, 2011
HENDIDURAS SINÁPTICAS
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
¿Hay alguna relación entre, digamos, Day, el libro que Kenneth Goldsmith publicó en 2003, en el cual transcribe literalmente un número completo del New York Times “palabra por palabra, letra por letra, de la esquina superior izquierda a la esquina inferior derecha, página tras página”, y el número 322 de la revista Quimera, un volumen que, con ayuda de sobrenombres y respetando la disposición tradicional de la publicación mensual, escribió en su totalidad Vicente Luis Mora en 2010? Mi respuesta a esta pregunta es un sonoro sí. De cierta forma. ¿Es posible tender vasos comunicantes entre Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, el libro que le valió a Agustín Fernández Mallo convertirse en finalista del Premio Anagrama de ensayo en 2009 y, pongamos, el más reciente estudio de la reconocida crítica literaria norteamericana Marjorie Perloff, Unoriginal Genius: Poetry by Other Means in the New Century, en el cual revisa la estética citacional de autores que van de Walter Benjamin hasta Kenneth Goldsmith pasando por T.S. Eliot y Ezra Pound? Mi respuesta, con todas las distancias guardadas del caso, es otro resonante sí. En cierto modo. ¿Se respira un cierto aire de familiaridad entre los trabajos proteicos irreverentes rabiosos lúdicos listísmos hipercontemporáneos de, digamos, Eloy Fernández Porta, desde su Afterpop. La literatura de la implosión mediática, su Homo Sampler. Tiempo y consumo en la era afterpop hasta su ERO$. La superproducción de los afectos, que le valió el Premio Anagrama de Ensayo en el 2010, y las Notes on Conceptualisms de la autora californiana Vanessa Place? Una vez más, mi respuesta es un resonante sí. De cierta manera.
Una serie de reacciones sinápticas atraviesan el Atlántico o, en algunos casos, el Pacífico. Se trata de cargas eléctricas o químicas que, originándose en la célula presináptica, se deslizan por las dentritas de otro idioma hasta encontrar el axón que les permitirá saltar hasta la célula postsináptica. Estoy hablando de un sistema muy nervioso. Estoy hablando de las escrituras de hoy. No se trata de diálogos, en el sentido sensatamente civilizatorio que se le da al término conversación y sus puentes, de serlo, se asemejan más al efímero link, que desaparece en el momento en el que se le presiona, que a la sólida labor de la ingeniería que de otra manera responde al mismo nombre. Aún así, con todo y todo, o por todo y todo, estos libros que vienen de uno y otro lado del océano producen en conjunto una situación semejante a lo que los histólogos denominan como la hendidura sináptica: un canal de unión de la neurona postsináptica que mide aproximadamente 20 nanómetros de ancho, donde ocurre, sin duda, una trasmisión que tiene mucho de salto al abismo. Un riesgo.
Los impulsos nerviosos de esta situación sináptica son sujetos de un mundo de nativos digitales para quienes la muerte del autor ha sido, sobre todo, la muerte del yo lírico, con su carga de individualismo e interioridad, y entre quienes, consecuentemente, campea una idea de escritura que privilegia la composición por sobre la expresión. Si las escrituras de la resistencia de los 80s (entendida ésta en el sentido Adorniano como “la resistencia del poema individual contra el campo cultural de la comodificación capitalista en el que el lenguaje ha llegado a ser meramente instrumental”) pusieron en juego, al decir de Perloff, elementos como una sintáctica distorsionada, una falta de referencialidad programada y la derrota continua de las expectativas del lector en tanto método, a las de estas décadas tempranas del siglo XXI les corresponde una resistencia de suyo distinta. Se trata, sobre todo, de procesos escriturales que privilegian el diálogo “con textos anteriores o textos en otros media, con ´escrituras a través ´o ecfrásis que le permiten al poeta participar de un discurso público más amplio. La invención ha dado lugar a la apropiación, la restricción elaborada, la composición visual y sonora, y la dependencia en la intertextualidad”. Con raíces históricas en el concretismo de mediados del siglo XX, las poéticas oulipianas fundadas en Paris alrededor de la década de los 60s, y formas de escritura exofónica que incluyen aunque no están limitadas a la traducción y el multilingualismo, estas estéticas citacionales, como las denomina Perloff, son sobre todo formas de copiado, reciclaje, y apropiación. La cita o la re-escritura (“con su dialéctica de extirpación e injerto, disyunción y conjunción, su interpenetración entre el origen y la destrucción”) es así, y con mucho, la forma lógica de la escritura en una era de “textos literalmente movibles o transferibles —textos que pueden ser transferidos de un sitio digital a otro, o del papel a la pantalla, que pueden ser apropiados, transformados, o escondidos por toda clase de medios y con toda clase de propósitos”.
Confío en que los resonantes y pluralísimos sí que enuncié en el primer párrafo resuenen todavía en éste último porque lo que sigo tratando de decir es que hay una relación que no es ni directa ni lineal ni argumentativa sino más bien sináptica entre las diatribas teóricas y los trabajos creativos que, hacia finales del XX y en el contexto de una literatura más bien realista, emprendieron un grupo de escritores españoles, y los riesgos estéticos que bajo el rubro de conceptuales siguen ejerciendo una serie de poetas norteamericanos en ambas de sus costas. Tal vez el diálogo más relevante de las escrituras contemporáneas en español no siga las rutas del postcolonialismo del XIX, las cuales iban y siguen yendo de España al continente latinoamericano, y viceversa, ni respete las barreras establecidas por el idioma mismo. Acaso la era digital y sus distintas plataformas han modificado la misma noción de ruta y flujo, transformando el diálogo en una sináptica relación de ventanas que se abren y cierran en un ordenador bilingüe. Es una lástima que los trabajos de unos y otros no circulen todavía en traducción. Me pregunto, con una sonrisa entre perversa y esperanzada, qué ocurrirá con el sistema nervioso de las escrituras de hoy cuando esta sinapsis potencial se lleve finalmente a cabo (por lo que veo, la autora norteamericana más reciente que cita Fernández Porta es Kathy Acker, sin mención todavía para ninguno de los conceptualistas vivos de hoy). Les dejo esta sugerencia aquí a los gestores culturales de este tipo de happenings. Y me retiro pero no sin antes contribuir a la gustada sección de Confesiones Tristísimas: escribo este artículo porque, entre otras cosas y para qué más que la verdad, a mí sí me gustaría presenciar un mano a mano entre Kenny G, el nombre de batalla de Kenneth Goldsmith en su versión DJ, y el DJ que también es Eloy Fernández Porta. De ya disfruto del baile.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
¿Hay alguna relación entre, digamos, Day, el libro que Kenneth Goldsmith publicó en 2003, en el cual transcribe literalmente un número completo del New York Times “palabra por palabra, letra por letra, de la esquina superior izquierda a la esquina inferior derecha, página tras página”, y el número 322 de la revista Quimera, un volumen que, con ayuda de sobrenombres y respetando la disposición tradicional de la publicación mensual, escribió en su totalidad Vicente Luis Mora en 2010? Mi respuesta a esta pregunta es un sonoro sí. De cierta forma. ¿Es posible tender vasos comunicantes entre Postpoesía. Hacia un nuevo paradigma, el libro que le valió a Agustín Fernández Mallo convertirse en finalista del Premio Anagrama de ensayo en 2009 y, pongamos, el más reciente estudio de la reconocida crítica literaria norteamericana Marjorie Perloff, Unoriginal Genius: Poetry by Other Means in the New Century, en el cual revisa la estética citacional de autores que van de Walter Benjamin hasta Kenneth Goldsmith pasando por T.S. Eliot y Ezra Pound? Mi respuesta, con todas las distancias guardadas del caso, es otro resonante sí. En cierto modo. ¿Se respira un cierto aire de familiaridad entre los trabajos proteicos irreverentes rabiosos lúdicos listísmos hipercontemporáneos de, digamos, Eloy Fernández Porta, desde su Afterpop. La literatura de la implosión mediática, su Homo Sampler. Tiempo y consumo en la era afterpop hasta su ERO$. La superproducción de los afectos, que le valió el Premio Anagrama de Ensayo en el 2010, y las Notes on Conceptualisms de la autora californiana Vanessa Place? Una vez más, mi respuesta es un resonante sí. De cierta manera.
Una serie de reacciones sinápticas atraviesan el Atlántico o, en algunos casos, el Pacífico. Se trata de cargas eléctricas o químicas que, originándose en la célula presináptica, se deslizan por las dentritas de otro idioma hasta encontrar el axón que les permitirá saltar hasta la célula postsináptica. Estoy hablando de un sistema muy nervioso. Estoy hablando de las escrituras de hoy. No se trata de diálogos, en el sentido sensatamente civilizatorio que se le da al término conversación y sus puentes, de serlo, se asemejan más al efímero link, que desaparece en el momento en el que se le presiona, que a la sólida labor de la ingeniería que de otra manera responde al mismo nombre. Aún así, con todo y todo, o por todo y todo, estos libros que vienen de uno y otro lado del océano producen en conjunto una situación semejante a lo que los histólogos denominan como la hendidura sináptica: un canal de unión de la neurona postsináptica que mide aproximadamente 20 nanómetros de ancho, donde ocurre, sin duda, una trasmisión que tiene mucho de salto al abismo. Un riesgo.
Los impulsos nerviosos de esta situación sináptica son sujetos de un mundo de nativos digitales para quienes la muerte del autor ha sido, sobre todo, la muerte del yo lírico, con su carga de individualismo e interioridad, y entre quienes, consecuentemente, campea una idea de escritura que privilegia la composición por sobre la expresión. Si las escrituras de la resistencia de los 80s (entendida ésta en el sentido Adorniano como “la resistencia del poema individual contra el campo cultural de la comodificación capitalista en el que el lenguaje ha llegado a ser meramente instrumental”) pusieron en juego, al decir de Perloff, elementos como una sintáctica distorsionada, una falta de referencialidad programada y la derrota continua de las expectativas del lector en tanto método, a las de estas décadas tempranas del siglo XXI les corresponde una resistencia de suyo distinta. Se trata, sobre todo, de procesos escriturales que privilegian el diálogo “con textos anteriores o textos en otros media, con ´escrituras a través ´o ecfrásis que le permiten al poeta participar de un discurso público más amplio. La invención ha dado lugar a la apropiación, la restricción elaborada, la composición visual y sonora, y la dependencia en la intertextualidad”. Con raíces históricas en el concretismo de mediados del siglo XX, las poéticas oulipianas fundadas en Paris alrededor de la década de los 60s, y formas de escritura exofónica que incluyen aunque no están limitadas a la traducción y el multilingualismo, estas estéticas citacionales, como las denomina Perloff, son sobre todo formas de copiado, reciclaje, y apropiación. La cita o la re-escritura (“con su dialéctica de extirpación e injerto, disyunción y conjunción, su interpenetración entre el origen y la destrucción”) es así, y con mucho, la forma lógica de la escritura en una era de “textos literalmente movibles o transferibles —textos que pueden ser transferidos de un sitio digital a otro, o del papel a la pantalla, que pueden ser apropiados, transformados, o escondidos por toda clase de medios y con toda clase de propósitos”.
Confío en que los resonantes y pluralísimos sí que enuncié en el primer párrafo resuenen todavía en éste último porque lo que sigo tratando de decir es que hay una relación que no es ni directa ni lineal ni argumentativa sino más bien sináptica entre las diatribas teóricas y los trabajos creativos que, hacia finales del XX y en el contexto de una literatura más bien realista, emprendieron un grupo de escritores españoles, y los riesgos estéticos que bajo el rubro de conceptuales siguen ejerciendo una serie de poetas norteamericanos en ambas de sus costas. Tal vez el diálogo más relevante de las escrituras contemporáneas en español no siga las rutas del postcolonialismo del XIX, las cuales iban y siguen yendo de España al continente latinoamericano, y viceversa, ni respete las barreras establecidas por el idioma mismo. Acaso la era digital y sus distintas plataformas han modificado la misma noción de ruta y flujo, transformando el diálogo en una sináptica relación de ventanas que se abren y cierran en un ordenador bilingüe. Es una lástima que los trabajos de unos y otros no circulen todavía en traducción. Me pregunto, con una sonrisa entre perversa y esperanzada, qué ocurrirá con el sistema nervioso de las escrituras de hoy cuando esta sinapsis potencial se lleve finalmente a cabo (por lo que veo, la autora norteamericana más reciente que cita Fernández Porta es Kathy Acker, sin mención todavía para ninguno de los conceptualistas vivos de hoy). Les dejo esta sugerencia aquí a los gestores culturales de este tipo de happenings. Y me retiro pero no sin antes contribuir a la gustada sección de Confesiones Tristísimas: escribo este artículo porque, entre otras cosas y para qué más que la verdad, a mí sí me gustaría presenciar un mano a mano entre Kenny G, el nombre de batalla de Kenneth Goldsmith en su versión DJ, y el DJ que también es Eloy Fernández Porta. De ya disfruto del baile.
--crg
Monday, January 17, 2011
PEDIRTE LO JUSTO, O LO INJUSTO
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
13.
Hay aire y sol, hay nubes.
Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces...
Hay esperanza, en suma.
Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar.
"Pero no para ti, Miguel Páramo, que has muerto sin perdón y no alcanzarás ninguna gracia".
Hay aire y sol, hay nubes.
El padre Rentería dio vuelta al cuerpo y entregó la misa al pasado.
Se dio prisa por terminar pronto y salió sin dar la bendición final a aquella gente que llenaba la iglesia.
Hay esperanza, en suma.
--¡Padre, queremos que nos bendiga!
--¡No! --dijo moviendo negativamente la cabeza--. No lo haré.
Hay aire y sol, hay nubes.
Fue un mal hombre y no entrará al Reino de los Cielos.
Dios me tomará a mal que interceda por él.
Hay esperanza, en suma.
Lo decía, mientras trataba de retener sus manos para que no enseñaran su temblor.
Pero fue.
Hay aire y sol, hay nubes.
Hay esperanza, en suma.
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
Estaba sobre una tarima, en medio de la iglesia, rodeado de cirios nuevos, de flores de un padre que estaba detrás de él, solo, esperando que terminara la velación.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
Levantó el hisopo con ademanes suaves y roció el agua bendita de arriba a abajo, mientras salía de su boca un murmullo, que podía ser de oraciones.
Después se arrodilló y todo mundo se arrodilló con él:
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
--Ten piedad de tu siervo, Señor.
--Que descanse en paz, amén --contestaron las voces.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
Y cuando empezaba a llenarse nuevamente de cólera, vio que todos abandonaban la iglesia llevándose el cadáver de Miguel Páramo.
Pedro Páramo se acercó, arrodillándose a su lado:
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
--Yo sé que usted lo odiaba, padre.
Y con razón.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
El asesinato de su hermano, que según rumores fue cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted; las ofensas y falta de respeto que le tuvo en ocasiones, son motivos que cualquiera puede admitir.
Pero olvídese ahora, padre.
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
Puso sobre el reclinatorio un puñado de monedas de oro y se levantó:
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
La iglesia estaba ya vacía.
Dos hombres esperaban en la puerta a Pedro Páramo, quien se juntó con ellos, y juntos siguieron el féretro que aguardaba descansando sobre los hombros de los cuatro caporales de la Media luna.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar.
--Son tuyas --dijo--.
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
El puede comprar la salvación.
Tú sabes si este es el precio.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
En cuanto a mí, Señor, me pongo ante tus plantas para pedirte lo justo o lo injusto, que todos nos es dado pedir...
Por mí, condénalo, Señor.
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
Y cerró el sagrario.
Entró en la sacristía, se echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar las lágrimas.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
--Está bien, Señor, tú ganas --dijo después.
--crg
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
13.
Hay aire y sol, hay nubes.
Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces...
Hay esperanza, en suma.
Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar.
"Pero no para ti, Miguel Páramo, que has muerto sin perdón y no alcanzarás ninguna gracia".
Hay aire y sol, hay nubes.
El padre Rentería dio vuelta al cuerpo y entregó la misa al pasado.
Se dio prisa por terminar pronto y salió sin dar la bendición final a aquella gente que llenaba la iglesia.
Hay esperanza, en suma.
--¡Padre, queremos que nos bendiga!
--¡No! --dijo moviendo negativamente la cabeza--. No lo haré.
Hay aire y sol, hay nubes.
Fue un mal hombre y no entrará al Reino de los Cielos.
Dios me tomará a mal que interceda por él.
Hay esperanza, en suma.
Lo decía, mientras trataba de retener sus manos para que no enseñaran su temblor.
Pero fue.
Hay aire y sol, hay nubes.
Hay esperanza, en suma.
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
Estaba sobre una tarima, en medio de la iglesia, rodeado de cirios nuevos, de flores de un padre que estaba detrás de él, solo, esperando que terminara la velación.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
Levantó el hisopo con ademanes suaves y roció el agua bendita de arriba a abajo, mientras salía de su boca un murmullo, que podía ser de oraciones.
Después se arrodilló y todo mundo se arrodilló con él:
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
--Ten piedad de tu siervo, Señor.
--Que descanse en paz, amén --contestaron las voces.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
Y cuando empezaba a llenarse nuevamente de cólera, vio que todos abandonaban la iglesia llevándose el cadáver de Miguel Páramo.
Pedro Páramo se acercó, arrodillándose a su lado:
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
--Yo sé que usted lo odiaba, padre.
Y con razón.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
El asesinato de su hermano, que según rumores fue cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted; las ofensas y falta de respeto que le tuvo en ocasiones, son motivos que cualquiera puede admitir.
Pero olvídese ahora, padre.
Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos.
El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
Puso sobre el reclinatorio un puñado de monedas de oro y se levantó:
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
La iglesia estaba ya vacía.
Dos hombres esperaban en la puerta a Pedro Páramo, quien se juntó con ellos, y juntos siguieron el féretro que aguardaba descansando sobre los hombros de los cuatro caporales de la Media luna.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar.
--Son tuyas --dijo--.
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
El puede comprar la salvación.
Tú sabes si este es el precio.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
En cuanto a mí, Señor, me pongo ante tus plantas para pedirte lo justo o lo injusto, que todos nos es dado pedir...
Por mí, condénalo, Señor.
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
Y cerró el sagrario.
Entró en la sacristía, se echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar las lágrimas.
Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.
--Reciba esto como una limosna para su iglesia.
--Está bien, Señor, tú ganas --dijo después.
--crg
Saturday, January 15, 2011
LA MUY MUY
¿Y cómo no sentirse La Muy Muy cuando Sara Poot-Herrera, Cheyla Samuelson, Claudia Parodi, Brian L. Price, Vinodh Venkatesh, Ute Seydel, Oswaldo Zavala, Mario Martín-Flores, Encarnación Cruz Jiménez, Ignacio M. Sánchez-Prado, Carlos Abreu Mendoza, Emily Hind, Jorge Ruffinelli, Irma Cantú, You-Jeong Choi, Oswaldo Estrada y Juan Bruce-Novoa, que se nos fue el año pasado, le dedican una atención rigurosa y desmedida a mis libros? De la Universidad de California en Santa Barbara o en Los Ángeles a Washington University, de México hasta Korea pasando por la India y por la tundra Ciberiana, de capítulo de tesis de doctorado a comentario global que incluye hasta el primer libro (que ya no se consigue), en traducción y en el original retrotraducido. Todo eso y más, se entiende. ¿Y qué otra cosa decir de la portada de Perla Estrada y de la introducción regia de Oswaldo Estrada?
Las gracias, puesn (esas niñas).
--crg
¿Y cómo no sentirse La Muy Muy cuando Sara Poot-Herrera, Cheyla Samuelson, Claudia Parodi, Brian L. Price, Vinodh Venkatesh, Ute Seydel, Oswaldo Zavala, Mario Martín-Flores, Encarnación Cruz Jiménez, Ignacio M. Sánchez-Prado, Carlos Abreu Mendoza, Emily Hind, Jorge Ruffinelli, Irma Cantú, You-Jeong Choi, Oswaldo Estrada y Juan Bruce-Novoa, que se nos fue el año pasado, le dedican una atención rigurosa y desmedida a mis libros? De la Universidad de California en Santa Barbara o en Los Ángeles a Washington University, de México hasta Korea pasando por la India y por la tundra Ciberiana, de capítulo de tesis de doctorado a comentario global que incluye hasta el primer libro (que ya no se consigue), en traducción y en el original retrotraducido. Todo eso y más, se entiende. ¿Y qué otra cosa decir de la portada de Perla Estrada y de la introducción regia de Oswaldo Estrada?
Las gracias, puesn (esas niñas).
--crg
Wednesday, January 12, 2011
MARISELA ESCOBEDO
Las organizaciones Justicia para Nuestras Hijas y el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM) comparten con la ciudadanía y los medios de comunicación, la información que tienen derivado del acompañamiento a Marisela Escobedo, en su búsqueda de justicia, y solicitan su apoyo para exigir al Estado mexicano asuma su responsabilidad.
1. El Nuevo Sistema de Justicia Penal sí sentenció al asesino de Rubí.
Algunos medios han publicado que un tribunal oral absolvió a Sergio Rafael, sin embargo hay insuficiente información sobre el proceso legal porque Sergio sí fue condenado en segunda instancia a 50 años de prisión. Inicialmente, un tribunal de juicio oral absolvió a Sergio Rafael a pesar de que el acusado condujo a la policía al lugar en que había depositado el cadáver de Rubí y además pidió perdón a la madre. Cuando se celebraba la audiencia del juicio, Marisela narró en forma desgarradora todas las investigaciones que había realizado y el sufrimiento que estaba viviendo, sin embargo la jueza presidenta le pidió a Marisela que se callara, argumentando que debía “respetar el tiempo de los demás ya que hay muchos testigos. Usted no es la única, señora”.
El 30 de abril de 2010, los jueces absolvieron al asesino. El video ha sido difundido por los medios, gracias a que los principios del nuevo sistema acusatorio son la presencia de los jueces frente a las partes, la videograbación de todas las audiencias, la oralidad, la inmediación y la publicidad. Estos principios permiten que la ciudadanía y los medios presencien los juicios, y justamente y por primera vez, evalúen la actuación de los juzgadores. La solución no es encapuchar a los jueces, como pretende el gobierno del estado, porque volvería aún más difícil la evaluación de su actuación y limitaría la rendición de cuentas de los juzgadores. Tampoco se deben adoptar medidas regresivas que impidan que la ciudadanía conozca cómo los jueces dictan sentencias en audiencias videograbadas y públicas. La transparencia que brindó el sistema acusatorio fue fundamental para que la ciudadanía juzgara a los jueces, la sentencia absolutoria causó indignación y ante la presión de la propia Marisela por el fallo de los jueces, el entonces gobernador Reyes Baeza ordenó la creación de una Comisión Interinstitucional para el seguimiento del caso Rubi Frayre Escobero, integrada por: la Secretaría General de Gobierno, el Supremo Tribunal de Justicia del Estado, la Procuraduría de Justicia, la Barra y Colegio de Abogados de Ciudad Juárez, el Congreso del Estado, la Defensoría Publica, la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Mesa de Mujeres de Juárez y las representantes del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM ) y de Justicia para Nuestras Hijas, organización a la que pertenecía Marisela, estas dos últimas organizaciones fueron representantes legales de la víctima.
En esta Comisión Interinstitucional, después de un diagnóstico elaborado a la luz de la sentencia de tratados internacionales y de la sentencia de la Corte Interamericana en el caso “campo algodonero”, se documentaron las omisiones y negligencias de funcionarios públicos y jueces, como por ejemplo la negativa a recibir la denuncia de Marisela por la desaparición de su hija Rubí; la omisión en la aplicación del protocolo Alba, que obliga a la coordinación de instituciones y corporaciones policiacas federales estatales y municipales ante la desaparición de una mujer en Ciudad Juárez; el retraso injustificado de más de 40 días para buscar los restos de Rubí en el lugar donde se les había señalado; entre otras muchísimas irregularidades. Las observaciones se fundamentaron en la revisión jurídica del expediente y se elaboraron recomendaciones concretas para los tres poderes del estado y para la federación que sin embargo, hasta ahora han sido desestimadas.
El 20 de mayo de 2010, se realizó un nuevo juicio, esta vez, ante un tribunal de casación integrado por los magistrados José Alberto Vásquez, Flor Mireya Aguilar y Roberto Siqueiros Granados, en donde participaron como coadyuvantes Marisela Escobedo y la Lic. Lucha Castro. El Tribunal de Casación anuló la sentencia absolutoria, emitió una sentencia contra Sergio Rafael Barraza Bocanegra, condenándolo a 50 años de prisión, y giró una orden de aprehensión.
2. La Procuraduría General de la Republica y la Procuraduría del Estado de Chihuahua tuvieron más de 200 días para detener a Sergio Rafael, asesino de Rubí. Desde el 20 de mayo hasta el día en que Marisela fue asesinada, pasaron más de 200 días, tiempo que tuvo la Procuraduría del Estado y la Procuraduría General de la República para ejecutar la orden de aprehensión y detener a Sergio Rafael por el asesinato de Rubí. Marisela constató, cuando acudió a las representaciones de la PGR en diversos estados, así como a las procuradurías locales que nadie lo estaba buscando y que no había acuerdos de cooperación. Incluso, en Zacatecas no tenían la orden de aprehensión, a pesar de que la Procuraduría la habría enviado a ese lugar. En julio de 2010, ante la evidencia de que ninguna autoridad lo buscaba, Marisela acudió a la Ciudad de México para solicitar audiencia con el Presidente Calderón y con el Procurador Arturo Chávez Chávez. Ambos se negaron a recibirla.
3. El gobierno federal y estatal fueron informados de las amenazas y vulnerabilidad en que se encontraba Marisela y fueron omisos en brindarle medidas de protección. A finales de noviembre, 20 días antes de su asesinato, Marisela acudió a la Secretaría de Gobernación en la Ciudad de México, en donde se entrevistó con funcionarios y les expuso su situación de vulnerabilidad y riesgo. El 8 de diciembre, Marisela se entrevistó con el fiscal del estado de Chihuahua en donde nuevamente le informó sobre el riesgo en el que se encontraba por realizar ella misma las investigaciones que les correspondería hacer a la fiscalía. El Estado mexicano hizo caso omiso. Recordemos que de conformidad con la Corte Interamericana y los estándares internacionales de derechos humanos, los estados son responsables por acción y también por omisión. Por ejemplo, en este caso, es evidente la falta de implementación de políticas públicas para prevenir la violencia contra las mujeres en Juárez; la negativa para recibir inicialmente la denuncia de desaparición y posteriormente la negativa a buscar a Rubí y activar el protocolo alba para localizar a mujeres desaparecidas. Es clara la negligencia de los funcionarios federales y estatales que se negaron a brindar protección a Marisela, en un contexto de discriminación contra las mujeres y de grave riesgo. Por eso, resulta insuficiente sancionar únicamente a los jueces del primer tribunal. El feminicidio de Marisela Escobedo es un crimen de estado, por el desprecio y graves omisiones del gobierno federal y estatal. El mismo 8 de diciembre, después de entrevistarse con el fiscal general de Chihuahua, Marisela instaló un campamento en la Cruz de Clavos NI UNA MÁS, en la Ciudad de Chihuahua y declaró “No me voy mover de aquí hasta que detengan al asesino de mi hija”. Estaba dispuesta a pasar navidad y año nuevo en ese lugar emblemático, en el que apenas el 25 de noviembre pasado, había participado en una manifestación junto con las madres de Justicia para Nuestras Hijas, para colocar en la cruz, más de 300 nombres de las mujeres que han sido asesinadas en el estado de Chihuahua en 2010.
4. Propuestas
Ante estos hechos, solicitamos a la ciudadanía a que llame, envíe correos electrónicos o mensajes de twitter en donde solicite al presidente Calderón (@felipecalderon) y al gobernador Duarte (@goberduarte) los siguientes petitorios:
* Investigar y sancionar los feminicidos de Rubí Fraye y Marisela Escobedo.
* Publicar los resultados de la Comisión Interinstitucional para el seguimiento del caso Rubi Frayre Escobero.
* Reanudar los trabajos de la Comisión Interinstitucional y extensión de su mandato para revisar el feminicidio de Marisela a fin de responsabilizar a las/los funcionarios públicos omisos.
* Otorgar una reunión urgente con el Presidente de la República, Felipe Calderón, el Procurador General de la República, Arturo Chávez Chávez, el Gobernador de Chihuahua, César Duarte y el Fiscal, Óscar Salas.
* Implementar de inmediato medidas de protección y garantías para las defensoras de derechos humanos de Chihuahua, en especial para las integrantes de Justicia para Nuestras Hijas y el CEDEHM.
* Cumplir con las resoluciones de la sentencia emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el caso Campo Algodonero.
* Consultar con la ciudadanía y organizaciones de derechos humanos, las iniciativas para reformar el sistema penal.
Justicia para Nuestras Hijas y el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM) agradecemos el abrazo solidario que estamos recibiendo de todo el mundo. Su compromiso nos apoya en la decisión que hemos tomado de honrar la memoria de nuestra compañera MARISELA, defensora de derechos humanos, continuando su lucha por el acceso a la justicia.
Lic. Luz Esthela Castro Rodríguez
Coordinadora del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres A.C.
Avenida Juárez Número 4107 Col. Centro
Chihuahua, Chih, Mèxico.
Página Web: www.cedehm.org
--crg
Las organizaciones Justicia para Nuestras Hijas y el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM) comparten con la ciudadanía y los medios de comunicación, la información que tienen derivado del acompañamiento a Marisela Escobedo, en su búsqueda de justicia, y solicitan su apoyo para exigir al Estado mexicano asuma su responsabilidad.
1. El Nuevo Sistema de Justicia Penal sí sentenció al asesino de Rubí.
Algunos medios han publicado que un tribunal oral absolvió a Sergio Rafael, sin embargo hay insuficiente información sobre el proceso legal porque Sergio sí fue condenado en segunda instancia a 50 años de prisión. Inicialmente, un tribunal de juicio oral absolvió a Sergio Rafael a pesar de que el acusado condujo a la policía al lugar en que había depositado el cadáver de Rubí y además pidió perdón a la madre. Cuando se celebraba la audiencia del juicio, Marisela narró en forma desgarradora todas las investigaciones que había realizado y el sufrimiento que estaba viviendo, sin embargo la jueza presidenta le pidió a Marisela que se callara, argumentando que debía “respetar el tiempo de los demás ya que hay muchos testigos. Usted no es la única, señora”.
El 30 de abril de 2010, los jueces absolvieron al asesino. El video ha sido difundido por los medios, gracias a que los principios del nuevo sistema acusatorio son la presencia de los jueces frente a las partes, la videograbación de todas las audiencias, la oralidad, la inmediación y la publicidad. Estos principios permiten que la ciudadanía y los medios presencien los juicios, y justamente y por primera vez, evalúen la actuación de los juzgadores. La solución no es encapuchar a los jueces, como pretende el gobierno del estado, porque volvería aún más difícil la evaluación de su actuación y limitaría la rendición de cuentas de los juzgadores. Tampoco se deben adoptar medidas regresivas que impidan que la ciudadanía conozca cómo los jueces dictan sentencias en audiencias videograbadas y públicas. La transparencia que brindó el sistema acusatorio fue fundamental para que la ciudadanía juzgara a los jueces, la sentencia absolutoria causó indignación y ante la presión de la propia Marisela por el fallo de los jueces, el entonces gobernador Reyes Baeza ordenó la creación de una Comisión Interinstitucional para el seguimiento del caso Rubi Frayre Escobero, integrada por: la Secretaría General de Gobierno, el Supremo Tribunal de Justicia del Estado, la Procuraduría de Justicia, la Barra y Colegio de Abogados de Ciudad Juárez, el Congreso del Estado, la Defensoría Publica, la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Mesa de Mujeres de Juárez y las representantes del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM ) y de Justicia para Nuestras Hijas, organización a la que pertenecía Marisela, estas dos últimas organizaciones fueron representantes legales de la víctima.
En esta Comisión Interinstitucional, después de un diagnóstico elaborado a la luz de la sentencia de tratados internacionales y de la sentencia de la Corte Interamericana en el caso “campo algodonero”, se documentaron las omisiones y negligencias de funcionarios públicos y jueces, como por ejemplo la negativa a recibir la denuncia de Marisela por la desaparición de su hija Rubí; la omisión en la aplicación del protocolo Alba, que obliga a la coordinación de instituciones y corporaciones policiacas federales estatales y municipales ante la desaparición de una mujer en Ciudad Juárez; el retraso injustificado de más de 40 días para buscar los restos de Rubí en el lugar donde se les había señalado; entre otras muchísimas irregularidades. Las observaciones se fundamentaron en la revisión jurídica del expediente y se elaboraron recomendaciones concretas para los tres poderes del estado y para la federación que sin embargo, hasta ahora han sido desestimadas.
El 20 de mayo de 2010, se realizó un nuevo juicio, esta vez, ante un tribunal de casación integrado por los magistrados José Alberto Vásquez, Flor Mireya Aguilar y Roberto Siqueiros Granados, en donde participaron como coadyuvantes Marisela Escobedo y la Lic. Lucha Castro. El Tribunal de Casación anuló la sentencia absolutoria, emitió una sentencia contra Sergio Rafael Barraza Bocanegra, condenándolo a 50 años de prisión, y giró una orden de aprehensión.
2. La Procuraduría General de la Republica y la Procuraduría del Estado de Chihuahua tuvieron más de 200 días para detener a Sergio Rafael, asesino de Rubí. Desde el 20 de mayo hasta el día en que Marisela fue asesinada, pasaron más de 200 días, tiempo que tuvo la Procuraduría del Estado y la Procuraduría General de la República para ejecutar la orden de aprehensión y detener a Sergio Rafael por el asesinato de Rubí. Marisela constató, cuando acudió a las representaciones de la PGR en diversos estados, así como a las procuradurías locales que nadie lo estaba buscando y que no había acuerdos de cooperación. Incluso, en Zacatecas no tenían la orden de aprehensión, a pesar de que la Procuraduría la habría enviado a ese lugar. En julio de 2010, ante la evidencia de que ninguna autoridad lo buscaba, Marisela acudió a la Ciudad de México para solicitar audiencia con el Presidente Calderón y con el Procurador Arturo Chávez Chávez. Ambos se negaron a recibirla.
3. El gobierno federal y estatal fueron informados de las amenazas y vulnerabilidad en que se encontraba Marisela y fueron omisos en brindarle medidas de protección. A finales de noviembre, 20 días antes de su asesinato, Marisela acudió a la Secretaría de Gobernación en la Ciudad de México, en donde se entrevistó con funcionarios y les expuso su situación de vulnerabilidad y riesgo. El 8 de diciembre, Marisela se entrevistó con el fiscal del estado de Chihuahua en donde nuevamente le informó sobre el riesgo en el que se encontraba por realizar ella misma las investigaciones que les correspondería hacer a la fiscalía. El Estado mexicano hizo caso omiso. Recordemos que de conformidad con la Corte Interamericana y los estándares internacionales de derechos humanos, los estados son responsables por acción y también por omisión. Por ejemplo, en este caso, es evidente la falta de implementación de políticas públicas para prevenir la violencia contra las mujeres en Juárez; la negativa para recibir inicialmente la denuncia de desaparición y posteriormente la negativa a buscar a Rubí y activar el protocolo alba para localizar a mujeres desaparecidas. Es clara la negligencia de los funcionarios federales y estatales que se negaron a brindar protección a Marisela, en un contexto de discriminación contra las mujeres y de grave riesgo. Por eso, resulta insuficiente sancionar únicamente a los jueces del primer tribunal. El feminicidio de Marisela Escobedo es un crimen de estado, por el desprecio y graves omisiones del gobierno federal y estatal. El mismo 8 de diciembre, después de entrevistarse con el fiscal general de Chihuahua, Marisela instaló un campamento en la Cruz de Clavos NI UNA MÁS, en la Ciudad de Chihuahua y declaró “No me voy mover de aquí hasta que detengan al asesino de mi hija”. Estaba dispuesta a pasar navidad y año nuevo en ese lugar emblemático, en el que apenas el 25 de noviembre pasado, había participado en una manifestación junto con las madres de Justicia para Nuestras Hijas, para colocar en la cruz, más de 300 nombres de las mujeres que han sido asesinadas en el estado de Chihuahua en 2010.
4. Propuestas
Ante estos hechos, solicitamos a la ciudadanía a que llame, envíe correos electrónicos o mensajes de twitter en donde solicite al presidente Calderón (@felipecalderon) y al gobernador Duarte (@goberduarte) los siguientes petitorios:
* Investigar y sancionar los feminicidos de Rubí Fraye y Marisela Escobedo.
* Publicar los resultados de la Comisión Interinstitucional para el seguimiento del caso Rubi Frayre Escobero.
* Reanudar los trabajos de la Comisión Interinstitucional y extensión de su mandato para revisar el feminicidio de Marisela a fin de responsabilizar a las/los funcionarios públicos omisos.
* Otorgar una reunión urgente con el Presidente de la República, Felipe Calderón, el Procurador General de la República, Arturo Chávez Chávez, el Gobernador de Chihuahua, César Duarte y el Fiscal, Óscar Salas.
* Implementar de inmediato medidas de protección y garantías para las defensoras de derechos humanos de Chihuahua, en especial para las integrantes de Justicia para Nuestras Hijas y el CEDEHM.
* Cumplir con las resoluciones de la sentencia emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el caso Campo Algodonero.
* Consultar con la ciudadanía y organizaciones de derechos humanos, las iniciativas para reformar el sistema penal.
Justicia para Nuestras Hijas y el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (CEDEHM) agradecemos el abrazo solidario que estamos recibiendo de todo el mundo. Su compromiso nos apoya en la decisión que hemos tomado de honrar la memoria de nuestra compañera MARISELA, defensora de derechos humanos, continuando su lucha por el acceso a la justicia.
Lic. Luz Esthela Castro Rodríguez
Coordinadora del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres A.C.
Avenida Juárez Número 4107 Col. Centro
Chihuahua, Chih, Mèxico.
Página Web: www.cedehm.org
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LAS AFUERAS/Edición Nocturna
Científicos rusos reanudaron la búsqueda del agua más pura y antigua del planeta en el lago Vostok, ubicado bajo los hielos de la Antártida, informó el Instituto de Investigaciones Árticas y Antárticas (IIAA). "La máquina perforadora ha alcanzado una profundidad de 3 mil 660.5 metros. La perforación continuará las 24 horas del día", señaló el IIAA. Los rusos esperan alcanzar en las próximas semanas la superficie del lago, que se encuentra bajo una capa de hielo de 3 mil 748 metros y ha estado sellado durante millones de años.
El jefe de la expedición rusa, Valeri Lukin cree que en caso de encontrar vida en el lago, un ecosistema único que está saturado de oxígeno con unos niveles 50 veces superiores a los del agua dulce, ésta sería o muy vieja o desconocida. Previsiblemente, se tratará de extremófilos (microorganismos que viven en condiciones extremas), hecho que de confirmarse permitiría estudiar el posible traslado de esos organismos a lugares como el satélite Enceladus de Saturno o la luna Europa de Júpiter.
Con cerca de 300 kilómetros de largo, 50 de ancho y casi mil metros de profundidad en algunas zonas, el Vostok es una masa de agua dulce en estado líquido que se encuentra en el epicentro del sexto continente, como se conoce la Antártida. Tiene una superficie de 15 mil 690 kilómetros cuadrados, similar a la del Baikal, la reserva de agua dulce más grande del mundo, y es el lago subterráneo de mayor tamaño entre los más de cien que se encuentran bajo el hielo antártico.
Descubierto en 1957 por científicos soviéticos, ha sido incluido en la lista de los hallazgos geográficos más importantes del siglo XX. Los científicos descubrieron en 2005 que el Vostok alberga una isla en su centro, pero por el momento se desconoce si acoge alguna clase de vida vegetal o animal.
[Leído y subrayado por La Detective, una extremófila que en el momento de llevarse el vaso de agua a la boca se pregunta algo sobre Enceladus y algo más sobre esos millones de años y algo más sobre la isla ésa que, presa en el centro de un lago, podría acoger o haber acogido alguna clase de vida en su medio].
--crg
Científicos rusos reanudaron la búsqueda del agua más pura y antigua del planeta en el lago Vostok, ubicado bajo los hielos de la Antártida, informó el Instituto de Investigaciones Árticas y Antárticas (IIAA). "La máquina perforadora ha alcanzado una profundidad de 3 mil 660.5 metros. La perforación continuará las 24 horas del día", señaló el IIAA. Los rusos esperan alcanzar en las próximas semanas la superficie del lago, que se encuentra bajo una capa de hielo de 3 mil 748 metros y ha estado sellado durante millones de años.
El jefe de la expedición rusa, Valeri Lukin cree que en caso de encontrar vida en el lago, un ecosistema único que está saturado de oxígeno con unos niveles 50 veces superiores a los del agua dulce, ésta sería o muy vieja o desconocida. Previsiblemente, se tratará de extremófilos (microorganismos que viven en condiciones extremas), hecho que de confirmarse permitiría estudiar el posible traslado de esos organismos a lugares como el satélite Enceladus de Saturno o la luna Europa de Júpiter.
Con cerca de 300 kilómetros de largo, 50 de ancho y casi mil metros de profundidad en algunas zonas, el Vostok es una masa de agua dulce en estado líquido que se encuentra en el epicentro del sexto continente, como se conoce la Antártida. Tiene una superficie de 15 mil 690 kilómetros cuadrados, similar a la del Baikal, la reserva de agua dulce más grande del mundo, y es el lago subterráneo de mayor tamaño entre los más de cien que se encuentran bajo el hielo antártico.
Descubierto en 1957 por científicos soviéticos, ha sido incluido en la lista de los hallazgos geográficos más importantes del siglo XX. Los científicos descubrieron en 2005 que el Vostok alberga una isla en su centro, pero por el momento se desconoce si acoge alguna clase de vida vegetal o animal.
[Leído y subrayado por La Detective, una extremófila que en el momento de llevarse el vaso de agua a la boca se pregunta algo sobre Enceladus y algo más sobre esos millones de años y algo más sobre la isla ésa que, presa en el centro de un lago, podría acoger o haber acogido alguna clase de vida en su medio].
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BÁTHORY
[en Literal. Latin American Voices. Reflection, Art, and Culture. Publicación bilingüe, Winter 2011]
Nunca lo había hecho antes. Había visto suficientes ancianas cruzar la calle con dificultad sin jamás haberme sentido compelido a tenderles el brazo. Cuando me tropezaba con ciegos, prefería hacerme discretamente de lado. A los niños, siempre tan problemáticos, ni siquiera los volteaba a ver. Por eso fui el primer sorprendido cuando me ofrecí a ayudarle a la mujer con su equipaje –una maleta rectangular y de tamaño mediano que parecía causarle incomodidad, aunque no verdaderos problemas, en el pasillo del vagón.
–Claro –dijo, sonriendo con gracia mientras aceptaba mi ayuda–. Aprecio su gesto –añadió al entregarme sin suspicacia alguna la jaladora de su valija. Yo guardé silencio, sin mover la mano derecha del tubo, y ella, que también estaba de pie, hizo lo mismo. Callada, con la vista puesta sobre algún punto inconcebible al final del pasillo, la mujer no parecía necesitar ayuda, puesto que no era ni tan vieja ni tan frágil, pero parecía, en cambio, merecerla. Había algo en ella de altivez, en efecto, aunque suavizada por una especie de distracción a todas luces congénita. Su presencia a la vez menuda y apabullante me hizo sentir que estaba, de cualquier modo, en presencia de la nobleza.
A la tercera estación me anunció con un par de palabras que ahí dejaría el tren y, como si se hubiera tratado de una invitación, salí tras sus pasos. Sus rasgos más aparentes fueron: el cabello plateado que caía, abundante y lacio, sobre los hombros; y el carmín rosa con el que cubría algunas estrías sobre un par de labios muy delgados. La voz con la que me indicaba donde viraríamos y a cuántos metros estábamos de llegar a su casa merecería todo un capítulo aparte. Dulce no era la palabra más adecuada para describirla. Tampoco lo era la palabra apacible. Clara apenas si le haría justicia. Pero su voz era esas tres cosas a la vez –dulce, apacible, clara– y muchas otras más. Le pregunté si cantaba mientras introducía una llave pesada, de tamaño francamente descomunal, en el cerrojo.
–No –murmuró sin verme–. Por supuesto que no –dijo al fin, sonriendo. Su voz.
Si la puerta del edificio parecía anunciar un departamento afluente pero normal, bastó con que la abriera para darme cuenta de que la casa era en realidad una mansión opulenta, con un jardín de dimensiones inconcebibles incluido. Apenas un paso sobre los pisos de mármol y ya me resultaba difícil recordar que apenas unos segundos antes había estado en la ciudad, amarrado a la prisa y al aburrimiento, presa de necesidades, horarios. Apenas una mirada a los mazos de flores y a las fuentes del jardín y ya olvidaba que había encontrado a la dama a quien tan solícitamente atendían ahora mayordomos y sirvientes en un vagón del tren urbano.
–¿Me hará el honor de aceptar un té? –insinuó mientras pasábamos bajo las arcadas repletas de rosas blancas y ella se entretenía aspirando de vez en cuando el aroma de alguna de sus flores. No supe cuando me tomó de la mano para guiarme hasta la mesita redonda donde ya nos esperaba una jarrita humeante.
–Asumo que le gustará el té verde –dijo, y yo asentí sin pronunciar palabra.
Mientras bebía el té y la veía, con discreción pero sin mesura, beberlo, lo supe todo de una buena vez. De algún lado de ese cuadro interior brotaría la daga que me arrancaría la cabeza para que la dama se alimentara dulce, apaciblemente, de mi sangre todavía tibia. Pronto aparecería la asistente que, al saberme paralizado por la sustancia ingerida, empezaría a rebanarme la piel, pétalos dulces, para colocarla luego sobre el rostro súbitamente rejuvenecido de la mujer. Estaba por llegar el hombre que me encadenaría los tobillos para lanzarme luego, bulto carnívoro, ante las fauces del león contra el que lucharía sin armas ni protección para el solaz divertimiento de la reina. ¿A qué horas aparecería la enfermera que, sin anestesia pero con el escalpelo preciso, me extirparía la lengua que luego daría de comer, rosa y cálida, en pequeños platitos de porcelana a los pavorreales que paseaban por el jardín? ¿Cómo me vería yo desnudo y encadenado contra la pared recibiendo, además, los latigazos que me propinaría su mayordomo mientras ella pasaba sus largos dedos sobre las dalias?
–¿Le preocupa algo? –preguntó, sonriendo una vez más. Apacible, su voz.
Lea el texto completo en Literal, Winter 2011.
--crg
[en Literal. Latin American Voices. Reflection, Art, and Culture. Publicación bilingüe, Winter 2011]
Nunca lo había hecho antes. Había visto suficientes ancianas cruzar la calle con dificultad sin jamás haberme sentido compelido a tenderles el brazo. Cuando me tropezaba con ciegos, prefería hacerme discretamente de lado. A los niños, siempre tan problemáticos, ni siquiera los volteaba a ver. Por eso fui el primer sorprendido cuando me ofrecí a ayudarle a la mujer con su equipaje –una maleta rectangular y de tamaño mediano que parecía causarle incomodidad, aunque no verdaderos problemas, en el pasillo del vagón.
–Claro –dijo, sonriendo con gracia mientras aceptaba mi ayuda–. Aprecio su gesto –añadió al entregarme sin suspicacia alguna la jaladora de su valija. Yo guardé silencio, sin mover la mano derecha del tubo, y ella, que también estaba de pie, hizo lo mismo. Callada, con la vista puesta sobre algún punto inconcebible al final del pasillo, la mujer no parecía necesitar ayuda, puesto que no era ni tan vieja ni tan frágil, pero parecía, en cambio, merecerla. Había algo en ella de altivez, en efecto, aunque suavizada por una especie de distracción a todas luces congénita. Su presencia a la vez menuda y apabullante me hizo sentir que estaba, de cualquier modo, en presencia de la nobleza.
A la tercera estación me anunció con un par de palabras que ahí dejaría el tren y, como si se hubiera tratado de una invitación, salí tras sus pasos. Sus rasgos más aparentes fueron: el cabello plateado que caía, abundante y lacio, sobre los hombros; y el carmín rosa con el que cubría algunas estrías sobre un par de labios muy delgados. La voz con la que me indicaba donde viraríamos y a cuántos metros estábamos de llegar a su casa merecería todo un capítulo aparte. Dulce no era la palabra más adecuada para describirla. Tampoco lo era la palabra apacible. Clara apenas si le haría justicia. Pero su voz era esas tres cosas a la vez –dulce, apacible, clara– y muchas otras más. Le pregunté si cantaba mientras introducía una llave pesada, de tamaño francamente descomunal, en el cerrojo.
–No –murmuró sin verme–. Por supuesto que no –dijo al fin, sonriendo. Su voz.
Si la puerta del edificio parecía anunciar un departamento afluente pero normal, bastó con que la abriera para darme cuenta de que la casa era en realidad una mansión opulenta, con un jardín de dimensiones inconcebibles incluido. Apenas un paso sobre los pisos de mármol y ya me resultaba difícil recordar que apenas unos segundos antes había estado en la ciudad, amarrado a la prisa y al aburrimiento, presa de necesidades, horarios. Apenas una mirada a los mazos de flores y a las fuentes del jardín y ya olvidaba que había encontrado a la dama a quien tan solícitamente atendían ahora mayordomos y sirvientes en un vagón del tren urbano.
–¿Me hará el honor de aceptar un té? –insinuó mientras pasábamos bajo las arcadas repletas de rosas blancas y ella se entretenía aspirando de vez en cuando el aroma de alguna de sus flores. No supe cuando me tomó de la mano para guiarme hasta la mesita redonda donde ya nos esperaba una jarrita humeante.
–Asumo que le gustará el té verde –dijo, y yo asentí sin pronunciar palabra.
Mientras bebía el té y la veía, con discreción pero sin mesura, beberlo, lo supe todo de una buena vez. De algún lado de ese cuadro interior brotaría la daga que me arrancaría la cabeza para que la dama se alimentara dulce, apaciblemente, de mi sangre todavía tibia. Pronto aparecería la asistente que, al saberme paralizado por la sustancia ingerida, empezaría a rebanarme la piel, pétalos dulces, para colocarla luego sobre el rostro súbitamente rejuvenecido de la mujer. Estaba por llegar el hombre que me encadenaría los tobillos para lanzarme luego, bulto carnívoro, ante las fauces del león contra el que lucharía sin armas ni protección para el solaz divertimiento de la reina. ¿A qué horas aparecería la enfermera que, sin anestesia pero con el escalpelo preciso, me extirparía la lengua que luego daría de comer, rosa y cálida, en pequeños platitos de porcelana a los pavorreales que paseaban por el jardín? ¿Cómo me vería yo desnudo y encadenado contra la pared recibiendo, además, los latigazos que me propinaría su mayordomo mientras ella pasaba sus largos dedos sobre las dalias?
–¿Le preocupa algo? –preguntó, sonriendo una vez más. Apacible, su voz.
Lea el texto completo en Literal, Winter 2011.
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Tuesday, January 11, 2011
EL ESTADO SIN ENTRAÑAS II
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No cabe duda de que los herederos reales, o en todo caso más literales, del priisimo del siglo XX han sido los cárteles del narcotráfico. Usurpando el lenguaje popular de la protesta (desde la manta sesentera hasta su debatible identificación con las capas más desprotegidas de la sociedad) y estableciendo relaciones de clientelismo con ciertas comunidades muy bien elegidas (el intercambio de ciertas mejorías urbanas por apoyo social, por ejemplo), esos empresarios exitosos del mundo globalizado participan de una interpretación del capitalismo como capitalismo descarnado. Si al Estado qué, a ellos menos. Y aquí, justo en esto, el Estado neoliberal y el narco están más que de acuerdo. Si hay que elegir entre la ganancia y el cuerpo, la decisión final será siempre por la ganancia. Confirmando las tesis que Vivine Forrester esgrime en El horror económico, tanto al narco como al Estado neoliberal les queda claro que el trabajo, y el cuerpo humano que llevaba a cabo ese trabajo en el sentido más amplio del término, en el sentido del trabajo como proceso de transformación del mundo y subjetivación de la realidad, ya no es esencial ni para el funcionamiento del capitalismo ni para la sobrevivencia del planeta. Si a ti qué, que se sigan despedazando entre ellos. Los cuerpos.
Releo los oficios que la señorita firmante le envió desde distintos hospitales públicos al gobernador de una zona remota del Estado mexicano allá, hacia mediados de otro siglo. Releo la manera en que la mujer enumera sus dolencias, mostrando sin pudores ficticios y con mucho cuidado el nombre de los órganos de su cuerpo. Los pulmones. Los dientes. Los huesos. Releo la forma en que renuncia a convertirse en cenizas y vuelvo a detenerme, sorprendida. Sólo alguien que vive en un mundo donde el cuerpo ha sido finalmente desbancado por la ganancia podría suspirar de esta manera frente a los nombres internos de un cuerpo. Solamente alguien que ha visto ya demasiadas entrañas sobre las calles—cabezas, dedos, orejas, sangre—podría leer este oficio del dominio público como una carta de amor entre el Estado y la ciudadana. Sólo alguien que ha iniciado la segunda década del siglo XXI con la imagen casi consuetudinaria de un cuerpo colgando, cual péndulo, de un puente peatonal, podría pensar que estos documentos son, en realidad, constancia de una cosa entrañable.
No me conmina la nostalgia, aclaro. No escribo yo ahora alrededor de unos cuantos oficios que inmiscuyen a las entrañas y el contraste escandaloso con la realidad evidente de un estado sin entrañas para invocar un regreso a un mítico pasado donde las cosas se imaginan como mejores o menos crueles. ¡Antes por lo menos no veíamos las cabezas rodando por los suelos! ¡Antes los fotógrafos guardaban las imágenes de los ahorcados para la nota roja y a nadie se le ocurría ponerlas en sociales! Estoy al tanto, cual debe, de que las relaciones, que he optado por denominar como entrañables, que el Estado mexicano estableció justo a inicios de la etapa posrevolucionaria pronto dieron pie a formas de cooptación y subordinación social que en mucho sirvieron para pavimentar el terreno de donde surgiría el Estado neoliberal, ese que ya no tomó “de su parte” el cuidado del cuerpo y, por ende, de la comunidad. Estoy al tanto. Lo que sí quiero escribir hoy, muy a inicios del 2011, justo cuando “una adolescente de 14 años de edad fue encontrada en matorrales del municipio de Zitlala”, según reporta El Universal, o cuando @menosdias, el contador de muertes, reporta en un twit: “Coyuca de Catalán Guerrero 31 de dic 4 hombres murieron durante los últimos minutos de la noche mientras acudían a una fiesta en las canchas”, o cuando se habla en los diarios con desenfado de las más de 30 mil muertes que nos ha costado la así llamada guerra contra el narcotráfico, es que mucho me temo que ningún cambio de gobierno, ninguna reforma en el sistema de justicia, logrará transformar el espectáculo del cuerpo desentrañado hasta que el Estado, que somos una relación encarnada, es decir, una relación viva entre cuerpos, no esté dispuesto a aceptar la responsabilidad que le viene desde el contrato que se estableció a través de la Constitución de 1917. Ante el cínico y criminal “¿Y a mí qué?” de los gobiernos neoliberales, habrá que responderle con las voces de los dolientes de nuestros tiempos: a ti, sobre todo, sí, ciertamente, pero a todos por igual. Los cuerpos son cosa de nuestro cuidado. Las entrañas son materia de nuestra responsabilidad. Los muertos son míos y son tuyos. La responsabilidad del representante del poder ejecutivo es, en efecto, ejecutar, pero ejecutar viene del latín exsecutus, part. pas. de exsequi, que quiere decir consumar, cumplir. Ejecutar no quiere decir matar.
Yo no sé si, en efecto, el cuerpo de la señorita que le escribía oficios al g obernador del territorio norte de la República mexicana fue sepultado o, contra su voluntad, se redujo a cenizas. Lo que me sigue sorprendiendo, y esto en tanto ciudadana de un Estado sin entrañas, es esa correspondencia tan larga entre la paciente-ciudadana y las instancias gubernamentales que, queriéndolo o no, creyendo que era su deber o no, atendieron las peticiones y los reclamos. Esas respuestas que declaraban, a su modo, “a mí sí”. Todo por un cuerpo. Todo por la relación todavía existente, aunque admitidamente imperfecta, entre el cuerpo y el Estado. Todo por las entrañas. Es el olvido del cuerpo, tanto en términos políticos como personales, lo que le abre la puerta a la violencia. Son los ex-humanos los que la atravesarán.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No cabe duda de que los herederos reales, o en todo caso más literales, del priisimo del siglo XX han sido los cárteles del narcotráfico. Usurpando el lenguaje popular de la protesta (desde la manta sesentera hasta su debatible identificación con las capas más desprotegidas de la sociedad) y estableciendo relaciones de clientelismo con ciertas comunidades muy bien elegidas (el intercambio de ciertas mejorías urbanas por apoyo social, por ejemplo), esos empresarios exitosos del mundo globalizado participan de una interpretación del capitalismo como capitalismo descarnado. Si al Estado qué, a ellos menos. Y aquí, justo en esto, el Estado neoliberal y el narco están más que de acuerdo. Si hay que elegir entre la ganancia y el cuerpo, la decisión final será siempre por la ganancia. Confirmando las tesis que Vivine Forrester esgrime en El horror económico, tanto al narco como al Estado neoliberal les queda claro que el trabajo, y el cuerpo humano que llevaba a cabo ese trabajo en el sentido más amplio del término, en el sentido del trabajo como proceso de transformación del mundo y subjetivación de la realidad, ya no es esencial ni para el funcionamiento del capitalismo ni para la sobrevivencia del planeta. Si a ti qué, que se sigan despedazando entre ellos. Los cuerpos.
Releo los oficios que la señorita firmante le envió desde distintos hospitales públicos al gobernador de una zona remota del Estado mexicano allá, hacia mediados de otro siglo. Releo la manera en que la mujer enumera sus dolencias, mostrando sin pudores ficticios y con mucho cuidado el nombre de los órganos de su cuerpo. Los pulmones. Los dientes. Los huesos. Releo la forma en que renuncia a convertirse en cenizas y vuelvo a detenerme, sorprendida. Sólo alguien que vive en un mundo donde el cuerpo ha sido finalmente desbancado por la ganancia podría suspirar de esta manera frente a los nombres internos de un cuerpo. Solamente alguien que ha visto ya demasiadas entrañas sobre las calles—cabezas, dedos, orejas, sangre—podría leer este oficio del dominio público como una carta de amor entre el Estado y la ciudadana. Sólo alguien que ha iniciado la segunda década del siglo XXI con la imagen casi consuetudinaria de un cuerpo colgando, cual péndulo, de un puente peatonal, podría pensar que estos documentos son, en realidad, constancia de una cosa entrañable.
No me conmina la nostalgia, aclaro. No escribo yo ahora alrededor de unos cuantos oficios que inmiscuyen a las entrañas y el contraste escandaloso con la realidad evidente de un estado sin entrañas para invocar un regreso a un mítico pasado donde las cosas se imaginan como mejores o menos crueles. ¡Antes por lo menos no veíamos las cabezas rodando por los suelos! ¡Antes los fotógrafos guardaban las imágenes de los ahorcados para la nota roja y a nadie se le ocurría ponerlas en sociales! Estoy al tanto, cual debe, de que las relaciones, que he optado por denominar como entrañables, que el Estado mexicano estableció justo a inicios de la etapa posrevolucionaria pronto dieron pie a formas de cooptación y subordinación social que en mucho sirvieron para pavimentar el terreno de donde surgiría el Estado neoliberal, ese que ya no tomó “de su parte” el cuidado del cuerpo y, por ende, de la comunidad. Estoy al tanto. Lo que sí quiero escribir hoy, muy a inicios del 2011, justo cuando “una adolescente de 14 años de edad fue encontrada en matorrales del municipio de Zitlala”, según reporta El Universal, o cuando @menosdias, el contador de muertes, reporta en un twit: “Coyuca de Catalán Guerrero 31 de dic 4 hombres murieron durante los últimos minutos de la noche mientras acudían a una fiesta en las canchas”, o cuando se habla en los diarios con desenfado de las más de 30 mil muertes que nos ha costado la así llamada guerra contra el narcotráfico, es que mucho me temo que ningún cambio de gobierno, ninguna reforma en el sistema de justicia, logrará transformar el espectáculo del cuerpo desentrañado hasta que el Estado, que somos una relación encarnada, es decir, una relación viva entre cuerpos, no esté dispuesto a aceptar la responsabilidad que le viene desde el contrato que se estableció a través de la Constitución de 1917. Ante el cínico y criminal “¿Y a mí qué?” de los gobiernos neoliberales, habrá que responderle con las voces de los dolientes de nuestros tiempos: a ti, sobre todo, sí, ciertamente, pero a todos por igual. Los cuerpos son cosa de nuestro cuidado. Las entrañas son materia de nuestra responsabilidad. Los muertos son míos y son tuyos. La responsabilidad del representante del poder ejecutivo es, en efecto, ejecutar, pero ejecutar viene del latín exsecutus, part. pas. de exsequi, que quiere decir consumar, cumplir. Ejecutar no quiere decir matar.
Yo no sé si, en efecto, el cuerpo de la señorita que le escribía oficios al g obernador del territorio norte de la República mexicana fue sepultado o, contra su voluntad, se redujo a cenizas. Lo que me sigue sorprendiendo, y esto en tanto ciudadana de un Estado sin entrañas, es esa correspondencia tan larga entre la paciente-ciudadana y las instancias gubernamentales que, queriéndolo o no, creyendo que era su deber o no, atendieron las peticiones y los reclamos. Esas respuestas que declaraban, a su modo, “a mí sí”. Todo por un cuerpo. Todo por la relación todavía existente, aunque admitidamente imperfecta, entre el cuerpo y el Estado. Todo por las entrañas. Es el olvido del cuerpo, tanto en términos políticos como personales, lo que le abre la puerta a la violencia. Son los ex-humanos los que la atravesarán.
--crg
Monday, January 10, 2011
LOS PASOS, COMO DE GENTE QUE RONDA
Notas de enero de una lectura de Pedro Páramo
12.
En la destiladera las gotas
caen
una tras otra. Uno oye[,]
salida de la piedra, el agua
caer
sobre el cántaro. Uno oye.
Oye rumores; pies que raspan
el suelo, que caminan, que van
y vienen. Las gotas
siguen
cayendo
sin cesar. El cántaro
se desborda
haciendo rodar el agua
sobre un suelo mojado. "¡Despiértate!",
le dicen. Reconoce el sonido
de la voz. Trata de adivinar
quién es; pero el cuerpo
se afloja
y cae
adormecido, aplastado por el peso
del sueño. Unas manos estiran
las cobijas prendiéndose a ellas[,]
y debajo de su calor el cuerpo
se esconde buscando la paz.
"¡Despiértate!", vuelven a decir.
La voz sacude los hombros. Hace
enderezar el cuerpo. Entreabre
los ojos. Se oyen
las gotas de agua que caen
de la destilaedra sobre el cántaro
raso. Se oyen pasos
que se arrastran... Y el llanto.
Entonces oyó el llanto. Eso
lo despertó: un llanto suave, delgado,
que quizá por delgado pudo traspasar
la maraña del sueño, llegando
hasta el lugar donde anidan
los sobresaltos.
Se levantó despacio y vio la cara
de una mujer recostada contra el marco
de la puerta, oscurecida todavía
por la noche, sollozando.
--¿Por qué lloras, mamá?
--preguntó; pues en cuanto puso los pies
sobre el suelo, reconoció el rostro
de su madre. --Tu padre
ha muerto --le dijo. Y luego,
como si se le hubieran soltado los resortes
de su pena, se dio vuelta sobre sí misma
una y otra vez, una
y otra vez, hasta que unas manos
llegaron hasta sus hombros
y lograron detener el rebullir
de su cuerpo. Por la puerta
se veía el amanecer en el cielo. No
había estrellas. Sólo un cielo
plomizo, gris, aún no aclarado
por la luminosidad del sol. Una luz
parda, como si no fuera a comenzar
el día, sino como si apenas estuviera
llegando el principio
de la noche. Afuera, en el patio,
los pasos, como de gente
que ronda. Ruidos callados.
Y aquí, aquella mujer, de pie
en el umbral; su cuerpo
impidiendo la llegada del día; dejando
asomar, a través de sus brazos[,]
retazos de cielo [,]
y debajo de sus pies regueros
de luz; una luz asperjada
como si el suelo debajo de ella
estuviera anegado en lágrimas.
Y después el sollozo.
Otra vez el llanto suave
pero agudo, y la pena
haciendo retorcer
su cuerpo. --Han matado
a tu padre. --¿Y a ti
quién te mato, madre?
--crg
Notas de enero de una lectura de Pedro Páramo
12.
En la destiladera las gotas
caen
una tras otra. Uno oye[,]
salida de la piedra, el agua
caer
sobre el cántaro. Uno oye.
Oye rumores; pies que raspan
el suelo, que caminan, que van
y vienen. Las gotas
siguen
cayendo
sin cesar. El cántaro
se desborda
haciendo rodar el agua
sobre un suelo mojado. "¡Despiértate!",
le dicen. Reconoce el sonido
de la voz. Trata de adivinar
quién es; pero el cuerpo
se afloja
y cae
adormecido, aplastado por el peso
del sueño. Unas manos estiran
las cobijas prendiéndose a ellas[,]
y debajo de su calor el cuerpo
se esconde buscando la paz.
"¡Despiértate!", vuelven a decir.
La voz sacude los hombros. Hace
enderezar el cuerpo. Entreabre
los ojos. Se oyen
las gotas de agua que caen
de la destilaedra sobre el cántaro
raso. Se oyen pasos
que se arrastran... Y el llanto.
Entonces oyó el llanto. Eso
lo despertó: un llanto suave, delgado,
que quizá por delgado pudo traspasar
la maraña del sueño, llegando
hasta el lugar donde anidan
los sobresaltos.
Se levantó despacio y vio la cara
de una mujer recostada contra el marco
de la puerta, oscurecida todavía
por la noche, sollozando.
--¿Por qué lloras, mamá?
--preguntó; pues en cuanto puso los pies
sobre el suelo, reconoció el rostro
de su madre. --Tu padre
ha muerto --le dijo. Y luego,
como si se le hubieran soltado los resortes
de su pena, se dio vuelta sobre sí misma
una y otra vez, una
y otra vez, hasta que unas manos
llegaron hasta sus hombros
y lograron detener el rebullir
de su cuerpo. Por la puerta
se veía el amanecer en el cielo. No
había estrellas. Sólo un cielo
plomizo, gris, aún no aclarado
por la luminosidad del sol. Una luz
parda, como si no fuera a comenzar
el día, sino como si apenas estuviera
llegando el principio
de la noche. Afuera, en el patio,
los pasos, como de gente
que ronda. Ruidos callados.
Y aquí, aquella mujer, de pie
en el umbral; su cuerpo
impidiendo la llegada del día; dejando
asomar, a través de sus brazos[,]
retazos de cielo [,]
y debajo de sus pies regueros
de luz; una luz asperjada
como si el suelo debajo de ella
estuviera anegado en lágrimas.
Y después el sollozo.
Otra vez el llanto suave
pero agudo, y la pena
haciendo retorcer
su cuerpo. --Han matado
a tu padre. --¿Y a ti
quién te mato, madre?
--crg
Sunday, January 09, 2011
HABÍA MUCHA NEBLINA O HUMO O NO SÉ QUÉ
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
11.
--¿Qué es lo que pasa, doña Eduviges?
Ella sacudió la cabeza como si despertara
de un sueño. --Es el caballo de Miguel Páramo, que galopa
por el camino de la Media Luna.
--¿Entonces vive alguien en la Media Luna? --No,
allí no vive nadie.
--¿Entonces?
--Solamente es el caballo que va y viene. Ellos
eran inseparables. Corre por todas partes
buscándolo y siempre regresa
a estas horas. Quizá el pobre no puede
con su remordimiento. ¿Cómo
hasta los animales se dan cuenta de cuando cometen un crimen
no? --No entiendo. No he oído ningún ruido
de ningún caballo. --¿No? --No.
--Entonces es cosa de mi sexto sentido.
Un don que Dios me dio; o tal vez
sea una maldición. Sólo yo sé
lo que he sufrido a causa de esto.
Guardó silencio por un rato y luego añadió:
--Todo comenzó con Miguel Páramo. Sólo
yo supe lo que le había pasado la noche que murió.
Estaba ya acostada cuando oí regresar su caballo
rumbo a la Media Luna. Me extrañó mucho
porque nunca volvía a esas horas. Siempre
lo hacía de madrugada. Iba a platicar
con su novia a un pueblo llamado Contla, algo
lejos de aquí. Salía temprano y tardaba
en volver. Pero esa noche no regresó... ¿Lo oyes
ahora? Está claro que se oye. Viene
de regreso. --No oigo nada.
--Entonces es cosa mía. [Bueno, como te estaba
diciendo,] eso de que no regresó es un puro
decir. No había acabado de pasar su caballo
cuando sentí que me tocaban por la ventana.
Ve tú a saber si fue ilusión mía.
Lo cierto es que algo me obligó a ir a ver
quién era. Y era él, Miguel
Páramo. No me extrañó verlo, pues
hubo un tiempo que se pasaba las noches
en mi casa durmiendo conmigo, hasta
que encontró esa muchacha que le sorbió
los sesos. "--¿Qué pasó? --le dije
a Miguel Páramo--. ¿Te dieron
calabazas? --No, ella
me sigue queriendo --me dijo--.
Lo que sucede es que yo no pude dar
con ella. Se me perdió el pueblo.
Había mucha neblina o humo o no sé
qué; pero sí sé que Contla no
existe. Fui más allá, según mis cálculos[,]
y no encontré nada. Vengo a contártelo
a ti, porque tú me comprendes. Si se lo dijera
a los demás de Comala dirían que estoy loco[,]
como siempre han dicho que estoy.
--No. Loco, no, Miguel. Debes estar muerto.
Acuérdate que te dijeron que ese caballo
te iba a matar algún día. Acuérdate,
Miguel Páramo. Tal vez te pusiste
a hacer locuras y eso ya es otra cosa.
--Sólo brinqué
el lienzo de piedra que últimamente mandó
poner mi padre. Hice que el Colorado
lo brincara para no ir a dar ese rodeo
tan largo
que hay que hacer para encontrar
el camino. Sé que lo brinqué y después
seguí corriendo; pero, como te digo, no
había más que humo y humo y humo.
--Mañana tu padre se torcerá de dolor
--le dije--. Lo siento por él. Ahora vete
y descansa en paz, Miguel. Te agradezco
que hayas venido a despedirte
de mí.
Y cerré la ventana. Antes
de que amaneciera un mozo de la Media Luna
vino a decir:
--El patrón don Pedro le suplica. El niño
Miguel ha muerto. Le suplica
su compañía. --Ya lo sé
--le dije--. ¿Te pidieron que lloraras?
--Sí, don Fulgor me dijo que se lo dijera
llorando. --Está bien. Dile
a don Pedro que allá iré. ¿Hace mucho
que lo trajeron? --No hace ni media hora.
De ser antes, tal vez se hubiera
salvado. Aunque, según el doctor
que lo palpó, ya estaba frío desde tiempo
atrás. Lo supimos porque el Colorado
volvió solo y se puso tan inquieto que no dejó
dormir a nadie. Usted sabe cómo
se querían él y el caballo[,]
y hasta estoy por creer que el animal sufre
más que don Pedro. No ha comido ni dormido
y nomás se vuelve un puro corretear.
Como que sabe, ¿sabe usted?
Como que se siente despedazado y carcomido
por dentro. --No se te olvide cerrar
la puerta cuando te vayas.
Y el mozo de la Media Luna se fue".
--¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto?
--me preguntó a mí. --No, doña Eduviges.
--Más te vale.
--crg
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
11.
--¿Qué es lo que pasa, doña Eduviges?
Ella sacudió la cabeza como si despertara
de un sueño. --Es el caballo de Miguel Páramo, que galopa
por el camino de la Media Luna.
--¿Entonces vive alguien en la Media Luna? --No,
allí no vive nadie.
--¿Entonces?
--Solamente es el caballo que va y viene. Ellos
eran inseparables. Corre por todas partes
buscándolo y siempre regresa
a estas horas. Quizá el pobre no puede
con su remordimiento. ¿Cómo
hasta los animales se dan cuenta de cuando cometen un crimen
no? --No entiendo. No he oído ningún ruido
de ningún caballo. --¿No? --No.
--Entonces es cosa de mi sexto sentido.
Un don que Dios me dio; o tal vez
sea una maldición. Sólo yo sé
lo que he sufrido a causa de esto.
Guardó silencio por un rato y luego añadió:
--Todo comenzó con Miguel Páramo. Sólo
yo supe lo que le había pasado la noche que murió.
Estaba ya acostada cuando oí regresar su caballo
rumbo a la Media Luna. Me extrañó mucho
porque nunca volvía a esas horas. Siempre
lo hacía de madrugada. Iba a platicar
con su novia a un pueblo llamado Contla, algo
lejos de aquí. Salía temprano y tardaba
en volver. Pero esa noche no regresó... ¿Lo oyes
ahora? Está claro que se oye. Viene
de regreso. --No oigo nada.
--Entonces es cosa mía. [Bueno, como te estaba
diciendo,] eso de que no regresó es un puro
decir. No había acabado de pasar su caballo
cuando sentí que me tocaban por la ventana.
Ve tú a saber si fue ilusión mía.
Lo cierto es que algo me obligó a ir a ver
quién era. Y era él, Miguel
Páramo. No me extrañó verlo, pues
hubo un tiempo que se pasaba las noches
en mi casa durmiendo conmigo, hasta
que encontró esa muchacha que le sorbió
los sesos. "--¿Qué pasó? --le dije
a Miguel Páramo--. ¿Te dieron
calabazas? --No, ella
me sigue queriendo --me dijo--.
Lo que sucede es que yo no pude dar
con ella. Se me perdió el pueblo.
Había mucha neblina o humo o no sé
qué; pero sí sé que Contla no
existe. Fui más allá, según mis cálculos[,]
y no encontré nada. Vengo a contártelo
a ti, porque tú me comprendes. Si se lo dijera
a los demás de Comala dirían que estoy loco[,]
como siempre han dicho que estoy.
--No. Loco, no, Miguel. Debes estar muerto.
Acuérdate que te dijeron que ese caballo
te iba a matar algún día. Acuérdate,
Miguel Páramo. Tal vez te pusiste
a hacer locuras y eso ya es otra cosa.
--Sólo brinqué
el lienzo de piedra que últimamente mandó
poner mi padre. Hice que el Colorado
lo brincara para no ir a dar ese rodeo
tan largo
que hay que hacer para encontrar
el camino. Sé que lo brinqué y después
seguí corriendo; pero, como te digo, no
había más que humo y humo y humo.
--Mañana tu padre se torcerá de dolor
--le dije--. Lo siento por él. Ahora vete
y descansa en paz, Miguel. Te agradezco
que hayas venido a despedirte
de mí.
Y cerré la ventana. Antes
de que amaneciera un mozo de la Media Luna
vino a decir:
--El patrón don Pedro le suplica. El niño
Miguel ha muerto. Le suplica
su compañía. --Ya lo sé
--le dije--. ¿Te pidieron que lloraras?
--Sí, don Fulgor me dijo que se lo dijera
llorando. --Está bien. Dile
a don Pedro que allá iré. ¿Hace mucho
que lo trajeron? --No hace ni media hora.
De ser antes, tal vez se hubiera
salvado. Aunque, según el doctor
que lo palpó, ya estaba frío desde tiempo
atrás. Lo supimos porque el Colorado
volvió solo y se puso tan inquieto que no dejó
dormir a nadie. Usted sabe cómo
se querían él y el caballo[,]
y hasta estoy por creer que el animal sufre
más que don Pedro. No ha comido ni dormido
y nomás se vuelve un puro corretear.
Como que sabe, ¿sabe usted?
Como que se siente despedazado y carcomido
por dentro. --No se te olvide cerrar
la puerta cuando te vayas.
Y el mozo de la Media Luna se fue".
--¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto?
--me preguntó a mí. --No, doña Eduviges.
--Más te vale.
--crg
Saturday, January 08, 2011
EL NIÑO Y EL TELÉGRAFO
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
10.
"El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver.
Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo
ensangrentado del cielo.
Sonreías.
Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste:
´Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás,
hasta por haber nacido en él´.
Pensé: ´No regresará jamás; no volverá nunca´."
--¿Qué haces aquí a estas horas?
¿No estás trabajando? --No,
abuela. Rogelio quiere que le cuide al niño.
Me paso paseándolo. Cuesta
trabajo atender las dos cosas: el niño
y el telégrafo, mientras que él se vive
tomando cervezas en el billar. [Además]
no me paga nada. --No
estás ahí para ganar dinero, sino
para aprender; cuando ya sepas algo[, entonces]
podrás se exigente. Por ahora
eres sólo un aprendiz;
quizá mañana o pasado llegues a ser tú
el jefe. [Pero para eso]
se necesita paciencia [y, más que nada,]
humildad.
Si te ponen a pasear al niño, hazlo[,]
por el amor de Dios. Es necesario
que te resignes.
--Que se resignen otros, abuela[,]
yo no estoy para resignaciones. --¡Tú
y tus rarezas!
Siento que te va a ir mal,
Pedro Páramo.
--crg
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
10.
"El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver.
Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo
ensangrentado del cielo.
Sonreías.
Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste:
´Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás,
hasta por haber nacido en él´.
Pensé: ´No regresará jamás; no volverá nunca´."
--¿Qué haces aquí a estas horas?
¿No estás trabajando? --No,
abuela. Rogelio quiere que le cuide al niño.
Me paso paseándolo. Cuesta
trabajo atender las dos cosas: el niño
y el telégrafo, mientras que él se vive
tomando cervezas en el billar. [Además]
no me paga nada. --No
estás ahí para ganar dinero, sino
para aprender; cuando ya sepas algo[, entonces]
podrás se exigente. Por ahora
eres sólo un aprendiz;
quizá mañana o pasado llegues a ser tú
el jefe. [Pero para eso]
se necesita paciencia [y, más que nada,]
humildad.
Si te ponen a pasear al niño, hazlo[,]
por el amor de Dios. Es necesario
que te resignes.
--Que se resignen otros, abuela[,]
yo no estoy para resignaciones. --¡Tú
y tus rarezas!
Siento que te va a ir mal,
Pedro Páramo.
--crg
Thursday, January 06, 2011
CON GUSTO, CON GANAS
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
9.
--Pues sí, yo estuve a punto de ser
tu madre. ¿Nunca te platicó ella nada de esto?
--No. Sólo me contaba cosas buenas. De usted
vine a saber por el arriero que me trajo
hasta aquí, un tal Abundio. --El bueno
de Abundio. ¿Así que todavía me recuerda?
Yo le daba sus propinas por cada pasajero que encaminara
a mi casa. Y a los dos nos iba bien. Ahora[,]
desventuradamente[,]
los tiempos han cambiado, pues desde que esto está empobrecido
ya nadie se comunica con nosotros. ¿De modo que él
te recomendó que vinieras a verme?
--Me encargó que la buscara.
--No puedo menos que agradecérselo.
Fue buen hombre y muy cumplido. Era
quien nos acarreaba el correo, y lo siguió haciendo
todavía después de que quedó sordo. Me acuerdo
del desventurado día que le sucedió su desgracia.
Todos nos conmovimos, porque todos
lo queríamos. Nos llevaba
y traía cartas. Nos contaba
cómo andaban las cosas allá del otro lado del mundo[,]
y seguramente a ellos les contaba cómo andábamos
nosotros. Era un gran platicador.
Después ya no.
Dejó de hablar.
Decía que no tenía sentido ponerse a decir cosas que él no
oía, que no le sonaban a nada, a las que no
les encontraba ningún sabor. Todo sucedió
a raíz de que le tronó muy cerca de la cabeza
uno de esos cohetones que usamos aquí para espantar
las culebras del agua. Desde entonces
enumdeció, aunque no era mudo;
pero, eso sí, no se le acabó lo buena gente.
--Éste del que le hablo oía bien.
--No debe ser él. Además, Abundio
murió. Debe haber muerto seguramente.
¿Te das cuenta? Así que no puede ser él.
--Estoy de acuerdo con usted.
--Bueno, volviendo a tu madre, te iba diciendo...
Sin dejar de oírla, me puse a mirar a la mujer que tenía
frente a mí. Pensé que debía haber pasado por años
difíciles. Su cara se trasparentaba como si no tuviera
sangre, y sus manos estaban marchitas[;]
marchitas
y apretadas de arrugas. No se le veían
los ojos. Llevaba un vestido blanco
muy antiguo, recargado de holanes, y del cuello[,]
enhilada en un cordón, le colgaba una María
Santísima del Refugio con un letrero que decía:
"Refugio de pecadores".
--...Ese sujeto del que te estoy hablando
trabajaba como "amansador" en la Media Luna; decía
llamarse Inocencio Osorio. Aunque todos lo conocíamos
por el mal nombre del Saltaperico por ser muy liviano
y ágil para los brincos. Mi compadre Pedro
decía que estaba que ni mandado a hacer para amansar
potrillos; pero lo cierto es que él tenía otro oficio:
el de "provocador". Era
provocador de sueños. Eso es
lo que era verdaderamente. Y a tu madre
la enredó como lo hacía con muchas. Entre otras,
conmigo.
Una vez que me sentí enferma se presentó
y me dijo: "Te vengo a pulsar para que te alivies".
Y todo aquello consistía en que se soltaba sobándola
a una, primero con las yemas de los dedos, luego
restregando las manos; después los brazos y acababa
metiéndose con las piernas
de una, en frío, así
que aquello al cabo de un rato producía calentura.
Y, mientras maniobraba, te hablaba de tu futuro.
Se ponía en trance, remolineaba los ojos invocando
y maldiciendo; llenándote de escupitajos
como hacen los gitanos. A veces se quedaba
en cueros porque decía que ése
era nuestro deseo. Y a veces le atinaba; picaba
por tantos lados que con algunos tenía que dar.
"La cosa es que el tal Osorio le pronosticó
a tu madre, cuando fue a verlo, que ´esa noche no
debía repegarse a ningún hombre porque estaba
brava la luna´.
"Dolores fue a decirme toda apurada que no podía.
Que simplemente se le hacía imposible
acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era
su noche de bodas.
Y ahí me tienes a mí tratando de convencerla
de que no se creyera del Osorio, que por otra parte
era un embaucador, un embustero.
--No puedo --me dijo--. Anda tú
por mí. No
lo notará.
Claro que yo era mucho más joven que ella.
Y un poco menos morena; pero esto ni se nota
en lo oscuro.
--No puede ser, Dolores, tienes que ir
tú. --Hazme ese favor. Te lo pagaré
con otros.
Tu madre en ese tiempo era una muchachita
de ojos humildes. Si algo tenía bonito tu madre, eran
los ojos. Y sabían convencer.
--Ve tú en mi lugar --me decía.
Y fui.
Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía:
y es que a mí también me gustaba
Pedro Páramo. Me acosté con él[,]
con gusto, con ganas.
Me atrinchilé a su cuerpo[;]
pero el jolgorio del día anterior lo había dejado
rendido, así
que se pasó la noche roncando. Todo
lo que hizo fue entreverar sus piernas entre mis piernas.
Antes de que amaneciera me levanté y fui a ver
a Dolores. Le dije:
--Ahora anda tú. Éste es ya otro día.
--¿Qué te hizo? --me preguntó.
--Todavía no lo sé --le contesté.
Al año siguiente naciste tú, pero no de mí
aunque estuvo en un pelo que así fuera.
"Quizá tu madre no te contó esto por vergüenza".
"...Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada..."
"Ella siempre odió a Pedro Páramo. ´¡Doloritas!
¿Ya ordenó que me preparen el desayuno?´. Y tu madre
se levantaba antes del amanecer. Prendía
el nixtenco. Los gatos se despertaban con el olor
de la lumbre. Y ella iba de aquí para allá, seguida
por el rondín de gatos. ´¡Doña Doloritas!´.
¿Cuántas veces oyó tu madre aquel llamado?
´Doña Doloritas, esto está frío. Esto no sirve.´ ¿Cuántas
veces? Y aunque estaba acostumbrada a pasar
lo peor, sus ojos humildes se endurecieron".
"...No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".
Entonces comenzó a suspirar.
--¿Por qué suspira usted, Doloritas?
Yo los había acompañado esa tarde. Estábamos
en mitad del campo mirando pasar las parvadas
de los tordos. Un zopilote solitario se mecía en el cielo.
--¿Por qué suspira usted, Doloritas?
--Quisiera ser zopilote para volar adonde vive
mi hermana. --No faltaba más, doña Doloritas. Ahora
mismo irá usted a ver a su hermana. Regresemos.
Que le preparen sus maletas. No faltaba
más.
Y tu madre se fue:
--Hasta luego, don Pedro.
--¡Adiós!, Doloritas.
Se fue de la Media Luna para siempre.
Yo le pregunté muchos meses después a Pedro Páramo
por ella. --Quería más a su hermana que a mí. Allá
debe estar a gusto. Además ya me tenía
enfadado. No pienso inquirir
por ella, si eso lo que te preocupa.
--¿Pero de qué vivirán?
--Que Dios los asista.
"...El abandono en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro".
--Y así hasta que ella me avisó que vendrías
a verme, no volvimos a saber
más de ella. --La de cosas que han pasado
--le dije--. Vivíamos en Colima, arrimados
con mi tía Gertrudis que nos echaba en cara
nuestra carga. ´¿Por qué no regresas
con tu marido?´, le decía a mi madre. ´--Acaso él ha enviado
por mí? No me voy
si él no me llama. Vine
porque te quería ver.
Porque te quería, por eso
vine.
--Lo comprendo. Pero ya
va siendo hora de que te vayas.
--Si consistiera en mí´.
Pensé que aquella mujer me estaba oyendo; pero noté
que tenía borneada la cabeza como si escuchara
algún rumor lejano. Luego dijo:
--¿Cuándo descansarás?
--crg
Notas de una lectura de enero de Pedro Páramo
9.
--Pues sí, yo estuve a punto de ser
tu madre. ¿Nunca te platicó ella nada de esto?
--No. Sólo me contaba cosas buenas. De usted
vine a saber por el arriero que me trajo
hasta aquí, un tal Abundio. --El bueno
de Abundio. ¿Así que todavía me recuerda?
Yo le daba sus propinas por cada pasajero que encaminara
a mi casa. Y a los dos nos iba bien. Ahora[,]
desventuradamente[,]
los tiempos han cambiado, pues desde que esto está empobrecido
ya nadie se comunica con nosotros. ¿De modo que él
te recomendó que vinieras a verme?
--Me encargó que la buscara.
--No puedo menos que agradecérselo.
Fue buen hombre y muy cumplido. Era
quien nos acarreaba el correo, y lo siguió haciendo
todavía después de que quedó sordo. Me acuerdo
del desventurado día que le sucedió su desgracia.
Todos nos conmovimos, porque todos
lo queríamos. Nos llevaba
y traía cartas. Nos contaba
cómo andaban las cosas allá del otro lado del mundo[,]
y seguramente a ellos les contaba cómo andábamos
nosotros. Era un gran platicador.
Después ya no.
Dejó de hablar.
Decía que no tenía sentido ponerse a decir cosas que él no
oía, que no le sonaban a nada, a las que no
les encontraba ningún sabor. Todo sucedió
a raíz de que le tronó muy cerca de la cabeza
uno de esos cohetones que usamos aquí para espantar
las culebras del agua. Desde entonces
enumdeció, aunque no era mudo;
pero, eso sí, no se le acabó lo buena gente.
--Éste del que le hablo oía bien.
--No debe ser él. Además, Abundio
murió. Debe haber muerto seguramente.
¿Te das cuenta? Así que no puede ser él.
--Estoy de acuerdo con usted.
--Bueno, volviendo a tu madre, te iba diciendo...
Sin dejar de oírla, me puse a mirar a la mujer que tenía
frente a mí. Pensé que debía haber pasado por años
difíciles. Su cara se trasparentaba como si no tuviera
sangre, y sus manos estaban marchitas[;]
marchitas
y apretadas de arrugas. No se le veían
los ojos. Llevaba un vestido blanco
muy antiguo, recargado de holanes, y del cuello[,]
enhilada en un cordón, le colgaba una María
Santísima del Refugio con un letrero que decía:
"Refugio de pecadores".
--...Ese sujeto del que te estoy hablando
trabajaba como "amansador" en la Media Luna; decía
llamarse Inocencio Osorio. Aunque todos lo conocíamos
por el mal nombre del Saltaperico por ser muy liviano
y ágil para los brincos. Mi compadre Pedro
decía que estaba que ni mandado a hacer para amansar
potrillos; pero lo cierto es que él tenía otro oficio:
el de "provocador". Era
provocador de sueños. Eso es
lo que era verdaderamente. Y a tu madre
la enredó como lo hacía con muchas. Entre otras,
conmigo.
Una vez que me sentí enferma se presentó
y me dijo: "Te vengo a pulsar para que te alivies".
Y todo aquello consistía en que se soltaba sobándola
a una, primero con las yemas de los dedos, luego
restregando las manos; después los brazos y acababa
metiéndose con las piernas
de una, en frío, así
que aquello al cabo de un rato producía calentura.
Y, mientras maniobraba, te hablaba de tu futuro.
Se ponía en trance, remolineaba los ojos invocando
y maldiciendo; llenándote de escupitajos
como hacen los gitanos. A veces se quedaba
en cueros porque decía que ése
era nuestro deseo. Y a veces le atinaba; picaba
por tantos lados que con algunos tenía que dar.
"La cosa es que el tal Osorio le pronosticó
a tu madre, cuando fue a verlo, que ´esa noche no
debía repegarse a ningún hombre porque estaba
brava la luna´.
"Dolores fue a decirme toda apurada que no podía.
Que simplemente se le hacía imposible
acostarse esa noche con Pedro Páramo. Era
su noche de bodas.
Y ahí me tienes a mí tratando de convencerla
de que no se creyera del Osorio, que por otra parte
era un embaucador, un embustero.
--No puedo --me dijo--. Anda tú
por mí. No
lo notará.
Claro que yo era mucho más joven que ella.
Y un poco menos morena; pero esto ni se nota
en lo oscuro.
--No puede ser, Dolores, tienes que ir
tú. --Hazme ese favor. Te lo pagaré
con otros.
Tu madre en ese tiempo era una muchachita
de ojos humildes. Si algo tenía bonito tu madre, eran
los ojos. Y sabían convencer.
--Ve tú en mi lugar --me decía.
Y fui.
Me valí de la oscuridad y de otra cosa que ella no sabía:
y es que a mí también me gustaba
Pedro Páramo. Me acosté con él[,]
con gusto, con ganas.
Me atrinchilé a su cuerpo[;]
pero el jolgorio del día anterior lo había dejado
rendido, así
que se pasó la noche roncando. Todo
lo que hizo fue entreverar sus piernas entre mis piernas.
Antes de que amaneciera me levanté y fui a ver
a Dolores. Le dije:
--Ahora anda tú. Éste es ya otro día.
--¿Qué te hizo? --me preguntó.
--Todavía no lo sé --le contesté.
Al año siguiente naciste tú, pero no de mí
aunque estuvo en un pelo que así fuera.
"Quizá tu madre no te contó esto por vergüenza".
"...Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada..."
"Ella siempre odió a Pedro Páramo. ´¡Doloritas!
¿Ya ordenó que me preparen el desayuno?´. Y tu madre
se levantaba antes del amanecer. Prendía
el nixtenco. Los gatos se despertaban con el olor
de la lumbre. Y ella iba de aquí para allá, seguida
por el rondín de gatos. ´¡Doña Doloritas!´.
¿Cuántas veces oyó tu madre aquel llamado?
´Doña Doloritas, esto está frío. Esto no sirve.´ ¿Cuántas
veces? Y aunque estaba acostumbrada a pasar
lo peor, sus ojos humildes se endurecieron".
"...No sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo".
Entonces comenzó a suspirar.
--¿Por qué suspira usted, Doloritas?
Yo los había acompañado esa tarde. Estábamos
en mitad del campo mirando pasar las parvadas
de los tordos. Un zopilote solitario se mecía en el cielo.
--¿Por qué suspira usted, Doloritas?
--Quisiera ser zopilote para volar adonde vive
mi hermana. --No faltaba más, doña Doloritas. Ahora
mismo irá usted a ver a su hermana. Regresemos.
Que le preparen sus maletas. No faltaba
más.
Y tu madre se fue:
--Hasta luego, don Pedro.
--¡Adiós!, Doloritas.
Se fue de la Media Luna para siempre.
Yo le pregunté muchos meses después a Pedro Páramo
por ella. --Quería más a su hermana que a mí. Allá
debe estar a gusto. Además ya me tenía
enfadado. No pienso inquirir
por ella, si eso lo que te preocupa.
--¿Pero de qué vivirán?
--Que Dios los asista.
"...El abandono en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro".
--Y así hasta que ella me avisó que vendrías
a verme, no volvimos a saber
más de ella. --La de cosas que han pasado
--le dije--. Vivíamos en Colima, arrimados
con mi tía Gertrudis que nos echaba en cara
nuestra carga. ´¿Por qué no regresas
con tu marido?´, le decía a mi madre. ´--Acaso él ha enviado
por mí? No me voy
si él no me llama. Vine
porque te quería ver.
Porque te quería, por eso
vine.
--Lo comprendo. Pero ya
va siendo hora de que te vayas.
--Si consistiera en mí´.
Pensé que aquella mujer me estaba oyendo; pero noté
que tenía borneada la cabeza como si escuchara
algún rumor lejano. Luego dijo:
--¿Cuándo descansarás?
--crg
Tuesday, January 04, 2011
EL ESTADO SIN ENTRAÑAS I
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
El 29 de noviembre de 1939, una joven paciente que escribía desde el “Pabellón 26 M.4 bis, Altos” dirigía un oficio a Rodolfo Faguarda, entonces gobernador del Territorio Norte de Baja California, cuyas oficinas se encontraban en el Palacio de Gobierno de Mexicali, BC. En letra muy bonita, respetando las líneas de los renglones invisibles, la señorita, puesto que así firmaba, le describía en detalle la situación de su salud, que era, al mismo tiempo, la situación de su cuerpo. La situación de sus entrañas.
“En virtud de haber esperado más de un año en reposo en este hospital esperando una curación radical y no pudiendo lograrlo, me ha sugerido el Dr. Jefe de este Pabellón le escriba a Ud, Señor Gobernador, anunciándole que es necesario que yo vuelva a la Baja California, que mi enfermedad no quiere ceder pero tampoco avanza, que los análisis de expectoración están siempre negativos, así como los análisis de sangre, metabolismo basal, también negativos. Por otra parte el clima de este lugar me tiene con gripa y una tos rebelde que tiende a ser asmática, y que a pesar de todo no hay peligro de contagio. En cuando al estómago es una constipación crónica. También las manchas blancas son crónicas… No pudiendo hacer algo de mi parte, le pido a Ud., encarecidamente, tome mi asunto de su parte.”
El Oficial Mayor firmó el acuse de recibo de esta carta el 30 de noviembre del mismo año, archivándola con número 14508 del expediente 852/641.1/856. A lápiz, en los márgenes de la carta original, una mano anónima escribió un día después: “Transcribirlo al C. Secretario de la Asistencia Pública, suplicando le tenga a bien ordenar se atienda a este Gob. informe acerca del estado actual de salud de la enferma así como sobre la necesidad que haya de que deje el Hospital en que se encuentra. Copia a la interesada”.
Un par de meses más tarde, el 17 de febrero de 1940, el Oficial Mayor transcribía un oficio dirigido al C. Secretario General de Gobierno del Territorio Norte, en el que se detallaba el estado de salud de la señorita paciente. De nueva cuenta, los detalles sobre la situación de su cuerpo abundaron: “tos espasmódica, disnea de esfuerzos, constipación crónica”.
La señorita, por otra parte, no cejó en sus empeños. Hacia finales de diciembre, por ejemplo, le informaba al Sr. Gobernador del estado de sus dientes, “que están todos picados, y cuatro muelas que hay que poner”. En otros oficios, algunos desde el sanatorio de Zoquiapan, también se extendía sobre un resfriado o la bronquitis que la había hecho “guardar cama algunas semanas”. Lo primero que llamó mi atención fue un oficio de julio 16, 1941, en el que la señorita firmante le informaba al Sr. Gobernador que pronto la operarían en el Hospital General. “Me van a hacer una operación de plastia, es decir, me van a sacar cuatro costillas, probablemente me la harán pronto. Como yo no podré avisarle luego del resultado, suplico a Usted Señor Gobernador encarecidamente; me haga favor de informarse en Asistencia Pública de esta capital sobre mi estado de salud. Dios quiera que quede con vida y salud. Yo no tengo deseos de que me operen. También no quisiera que hicieran autopsia de mi cuerpo después de muerta. Pido a Usted Señor Gobernador interceda por mí con su valiosa influencia, que me den sepultura en algún Pabellón, sin que mi cuerpo lo reduzcan a cenizas”.
La correspondencia entre la señorita firmante y las distintas instancias del Estado, tanto a nivel estatal como federal, es más larga y, con toda seguridad, requiere de un análisis más cuidadoso. Pero me detengo aquí, donde dio inicio el estupor y, luego entonces, el interés, porque es justo aquí que aparece una y otra vez, con justificado temor, y acaso injustificada confianza, el tema del destino de su cuerpo. El reposo final de sus entrañas. Al entender de una mujer de avanzada edad y sin familia a la cual recurrir, ese destino final no era ni una cuestión menor ni meramente personal en sentido estricto. Sus entrañas eran una cuestión de Estado.
Si hay que creerle a los historiadores sociales, mucho de lo escrito hacia y desde el Estado mexicano de finales del siglo XIX se hizo con el lenguaje de la medicina. Ya como urbanistas de hecho o como legisladores de oficio, los médicos no sólo auscultaron el cuerpo social, sino que también atrajeron los cuerpos de los ciudadanos hacia la camilla, tanto figurativa como real, del Estado. Nombrar el cuerpo, sobre todo ese interior del cuerpo al que denominamos entraña, fue uno de los pasos que primero se cuentan en las triunfantes historias de la profesionalización de la medicina y varias de sus ramas (la psiquiatría entre ellas, pero también la ginecología). El sistema de hospitales públicos que formó parte importante de la estructura de los gobiernos posrevolucionarios no hizo sino aumentar la relación entrañable del Estado con la ciudadanía. Que la relación entre el Estado y el ciudadano era entrañable para ambas partes es lo que se trasmina, y es tal vez lo que más impresiona, en los oficios de la señorita firmante: la certeza, ya fuera real o ficticia, ya de facto o buscada, de que el cuidado y el destino de su cuerpo era, en efecto, una cuestión de Estado.
Pienso en los numerosos oficios que la Señorita firmante le dirigió al Señor Gobernador y en los numerosos acuses de recibo y respuestas transcritas que fueron emitidas desde la oficina de ese Señor Gobernador mientras veo la fotografía del cuerpo de una mujer que pende, ahorcada, de un puente peatonal en Monterrey, Nuevo León. Es el último día de 2010 y hay algo, además del cuello de la mujer, definitivamente roto en esa imagen. Hace ya mucho que los gobiernos de la posrevolución dieron lugar a los del Estado benefactor y, éstos, a los del Estado neoliberal. ¿Hace cuánto fue que Fox dijo, famosa o infamemente según sea el color de la camiseta del que recuerde, “¿y a mí qué?”. En la atroz realidad que se resume en esa frase yace parte de la explicación de la creciente violencia que desde y contra el cuerpo se ejerce en el México de nuestros días. Cuando el Estado neoliberal dejó de lado su responsabilidad con respecto a los cuerpos de sus ciudadanos, cuando dejó de “tomar de su parte” el cuidado de su salud y el bienestar de sus comunidades, se fue deshaciendo poco a poco, pero de manera ineluctable, la relación que se había establecido con y desde la ciudadanía a partir de los inicios del siglo XX. La impunidad de un sistema de justicia ineficiente y corrupto sólo ha ido confirmando el fundamental desapego y la brutal indiferencia de un Estado que sólo se concibe a sí mismo como un sistema administrativo y no como una relación de gobierno. Ésta es, pues, mi hipótesis: el Estado neoliberal, hasta ahora dominado por gobiernos panistas, pero de ninguna manera limitado a esa tendencia partidista, no ha establecido relaciones de mala entraña con la ciudadanía, sino algo todavía a la vez peor y más escalofriante: el Estado neoliberal estableció desde sus orígenes relaciones sin entraña con sus ciudadanos. La así llamada guerra contra el narcotráfico, que no es otra cosa sino una guerra contra la ciudadanía, ha catapultado ciertamente el espectáculo de los cuerpos desentrañados tanto en las ciudades como en el campo, pero de otra manera no ha hecho sino llevar a su lógica consecuencia la respuesta a la cínica pregunta foxiana: si a ti qué, a mí menos. Y ahí está como prueba, entre otros tantos casos, el del cuerpo de la mujer que cuelga del puente peatonal que va de la primera a la segunda década del siglo XXI.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
El 29 de noviembre de 1939, una joven paciente que escribía desde el “Pabellón 26 M.4 bis, Altos” dirigía un oficio a Rodolfo Faguarda, entonces gobernador del Territorio Norte de Baja California, cuyas oficinas se encontraban en el Palacio de Gobierno de Mexicali, BC. En letra muy bonita, respetando las líneas de los renglones invisibles, la señorita, puesto que así firmaba, le describía en detalle la situación de su salud, que era, al mismo tiempo, la situación de su cuerpo. La situación de sus entrañas.
“En virtud de haber esperado más de un año en reposo en este hospital esperando una curación radical y no pudiendo lograrlo, me ha sugerido el Dr. Jefe de este Pabellón le escriba a Ud, Señor Gobernador, anunciándole que es necesario que yo vuelva a la Baja California, que mi enfermedad no quiere ceder pero tampoco avanza, que los análisis de expectoración están siempre negativos, así como los análisis de sangre, metabolismo basal, también negativos. Por otra parte el clima de este lugar me tiene con gripa y una tos rebelde que tiende a ser asmática, y que a pesar de todo no hay peligro de contagio. En cuando al estómago es una constipación crónica. También las manchas blancas son crónicas… No pudiendo hacer algo de mi parte, le pido a Ud., encarecidamente, tome mi asunto de su parte.”
El Oficial Mayor firmó el acuse de recibo de esta carta el 30 de noviembre del mismo año, archivándola con número 14508 del expediente 852/641.1/856. A lápiz, en los márgenes de la carta original, una mano anónima escribió un día después: “Transcribirlo al C. Secretario de la Asistencia Pública, suplicando le tenga a bien ordenar se atienda a este Gob. informe acerca del estado actual de salud de la enferma así como sobre la necesidad que haya de que deje el Hospital en que se encuentra. Copia a la interesada”.
Un par de meses más tarde, el 17 de febrero de 1940, el Oficial Mayor transcribía un oficio dirigido al C. Secretario General de Gobierno del Territorio Norte, en el que se detallaba el estado de salud de la señorita paciente. De nueva cuenta, los detalles sobre la situación de su cuerpo abundaron: “tos espasmódica, disnea de esfuerzos, constipación crónica”.
La señorita, por otra parte, no cejó en sus empeños. Hacia finales de diciembre, por ejemplo, le informaba al Sr. Gobernador del estado de sus dientes, “que están todos picados, y cuatro muelas que hay que poner”. En otros oficios, algunos desde el sanatorio de Zoquiapan, también se extendía sobre un resfriado o la bronquitis que la había hecho “guardar cama algunas semanas”. Lo primero que llamó mi atención fue un oficio de julio 16, 1941, en el que la señorita firmante le informaba al Sr. Gobernador que pronto la operarían en el Hospital General. “Me van a hacer una operación de plastia, es decir, me van a sacar cuatro costillas, probablemente me la harán pronto. Como yo no podré avisarle luego del resultado, suplico a Usted Señor Gobernador encarecidamente; me haga favor de informarse en Asistencia Pública de esta capital sobre mi estado de salud. Dios quiera que quede con vida y salud. Yo no tengo deseos de que me operen. También no quisiera que hicieran autopsia de mi cuerpo después de muerta. Pido a Usted Señor Gobernador interceda por mí con su valiosa influencia, que me den sepultura en algún Pabellón, sin que mi cuerpo lo reduzcan a cenizas”.
La correspondencia entre la señorita firmante y las distintas instancias del Estado, tanto a nivel estatal como federal, es más larga y, con toda seguridad, requiere de un análisis más cuidadoso. Pero me detengo aquí, donde dio inicio el estupor y, luego entonces, el interés, porque es justo aquí que aparece una y otra vez, con justificado temor, y acaso injustificada confianza, el tema del destino de su cuerpo. El reposo final de sus entrañas. Al entender de una mujer de avanzada edad y sin familia a la cual recurrir, ese destino final no era ni una cuestión menor ni meramente personal en sentido estricto. Sus entrañas eran una cuestión de Estado.
Si hay que creerle a los historiadores sociales, mucho de lo escrito hacia y desde el Estado mexicano de finales del siglo XIX se hizo con el lenguaje de la medicina. Ya como urbanistas de hecho o como legisladores de oficio, los médicos no sólo auscultaron el cuerpo social, sino que también atrajeron los cuerpos de los ciudadanos hacia la camilla, tanto figurativa como real, del Estado. Nombrar el cuerpo, sobre todo ese interior del cuerpo al que denominamos entraña, fue uno de los pasos que primero se cuentan en las triunfantes historias de la profesionalización de la medicina y varias de sus ramas (la psiquiatría entre ellas, pero también la ginecología). El sistema de hospitales públicos que formó parte importante de la estructura de los gobiernos posrevolucionarios no hizo sino aumentar la relación entrañable del Estado con la ciudadanía. Que la relación entre el Estado y el ciudadano era entrañable para ambas partes es lo que se trasmina, y es tal vez lo que más impresiona, en los oficios de la señorita firmante: la certeza, ya fuera real o ficticia, ya de facto o buscada, de que el cuidado y el destino de su cuerpo era, en efecto, una cuestión de Estado.
Pienso en los numerosos oficios que la Señorita firmante le dirigió al Señor Gobernador y en los numerosos acuses de recibo y respuestas transcritas que fueron emitidas desde la oficina de ese Señor Gobernador mientras veo la fotografía del cuerpo de una mujer que pende, ahorcada, de un puente peatonal en Monterrey, Nuevo León. Es el último día de 2010 y hay algo, además del cuello de la mujer, definitivamente roto en esa imagen. Hace ya mucho que los gobiernos de la posrevolución dieron lugar a los del Estado benefactor y, éstos, a los del Estado neoliberal. ¿Hace cuánto fue que Fox dijo, famosa o infamemente según sea el color de la camiseta del que recuerde, “¿y a mí qué?”. En la atroz realidad que se resume en esa frase yace parte de la explicación de la creciente violencia que desde y contra el cuerpo se ejerce en el México de nuestros días. Cuando el Estado neoliberal dejó de lado su responsabilidad con respecto a los cuerpos de sus ciudadanos, cuando dejó de “tomar de su parte” el cuidado de su salud y el bienestar de sus comunidades, se fue deshaciendo poco a poco, pero de manera ineluctable, la relación que se había establecido con y desde la ciudadanía a partir de los inicios del siglo XX. La impunidad de un sistema de justicia ineficiente y corrupto sólo ha ido confirmando el fundamental desapego y la brutal indiferencia de un Estado que sólo se concibe a sí mismo como un sistema administrativo y no como una relación de gobierno. Ésta es, pues, mi hipótesis: el Estado neoliberal, hasta ahora dominado por gobiernos panistas, pero de ninguna manera limitado a esa tendencia partidista, no ha establecido relaciones de mala entraña con la ciudadanía, sino algo todavía a la vez peor y más escalofriante: el Estado neoliberal estableció desde sus orígenes relaciones sin entraña con sus ciudadanos. La así llamada guerra contra el narcotráfico, que no es otra cosa sino una guerra contra la ciudadanía, ha catapultado ciertamente el espectáculo de los cuerpos desentrañados tanto en las ciudades como en el campo, pero de otra manera no ha hecho sino llevar a su lógica consecuencia la respuesta a la cínica pregunta foxiana: si a ti qué, a mí menos. Y ahí está como prueba, entre otros tantos casos, el del cuerpo de la mujer que cuelga del puente peatonal que va de la primera a la segunda década del siglo XXI.
--crg
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