Saturday, April 30, 2011

TALLER RELÁMPAGO

Hoy en LéaLA

Sala Sor Juana Inés de la Cruz
Los Ángeles, CA
12:00 hrs

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Wednesday, April 27, 2011

Tuesday, April 26, 2011

EL LIBRO DE SAL

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Ahora me doy cuenta de que incluso la primera vez que lo mencioné por escrito se trataba ya de un libro olvidado. Lo había comprado y, casi al mismo tiempo, lo había arrumbado en alguna pila de libros. No llegué a él sino mucho después, gracias a la casualidad. ¿Y qué caso tendría recordarlo ahora después del después? Ninguno en realidad. No está en la mesa de novedades. No está traducido al español. No es materia de controversia o de animadversión. Sin embargo. Sí, sin embargo, cuando me dieron ganas de reseñar un libro “fuera de circulación” o, para ser más exactos, un libro con una circulación propia, más cercana al cariño que a la mercadotecnia, más pendiente de la memoria que del deber, pensé de inmediato en este pequeño libro de sal. En esta primera novela.

Algo extraño sucede cuando leo un libro meses o años después de haberlo comprado. Usualmente ese tipo de adquisiciones se deben a recomendaciones de lectores en los que no confío demasiado, a reseñas de periódicos o suplementos que no respeto del todo, o a súbitas curiosidades que sé o malsanas o efímeras. Cualesquiera que sea la razón, el libro comprado de esa manera se queda, con aterradora frecuencia, en el nochero, bajo la pila de libros que sí estoy leyendo, u ocupa un lugar más bien discreto en la parte del librero que sí está organizado en orden alfabético y es, por lo tanto, inamovible. La mayoría del tiempo compruebo, con alivio, que mi indiferencia tenía razón, y coloco el libro de regreso en su discreto lugar. Pero a veces, pocas veces a decir verdad, no. A veces sucede lo inesperado.

Pensé que algo así pasaría con The Book of Salt, la novela que Monique Truong publicó (y yo compré) en 2003. Me bastó leer en la portada, en bellísima inscripción en itálicas y con las mayúsculas del caso, que esta primera novela había sido a New York Times Notable Book para saber por qué lo había comprado y, sobre todo, por qué no lo había leído. Luego me bastó leer la primera página para convertirla en mi lectura de cabecera de los dos días finales del 2005. Luego me bastó despertarme a las cuatro de la mañana del 31 de diciembre pronunciando, incorrectamente por supuesto, el nombre de Binh —el cocinero vietnamita que, según este maravilloso libro, trabajó durante 5 años para Gertrude Stein y Alice B. Toklas en París— para saber que la novela, en efecto, me había afectado. Luego me bastó recordarlo, muchos años después, cuando el antojo de reseñar algo que va por la otra lenta íntima vía de las cosas inolvidables.

Entre los muchos atributos de esta novela, el menor no es que, siendo como es un libro que toca la vida de, como diría Binh, my mesdames, el libro no termine siendo acerca de my mesdames. Y conseguir que GertrudeStein (todo junto, al decir de Binh) no se convierta en el centro de todo lo que la rodea, en el centro de todo lo que no es GertrudeStein, constituye, en sí mismo, un logro textual y un logro emocional que no hay que minimizar. El segundo atributo, tampoco deleznable, es que siendo como es un libro que toca la vida de un cocinero, el libro logre eludir del todo, y de hecho triunfar sobre, el cliché narrativo y sentimental, tan popular en nuestros días, de la novela que presenta receta-seguida-de-sensual-descripción-de-íntima-escena-doméstica. Un atributo añadido es que siendo como es un libro que toca la vida de un cocinero, no termine siendo un libro sobre los patrones y sus gustos, usualmente burgueses y occidentales y por demás conocidos, sino que discurra sobre —sería mejor decir: desde— el cocinero mismo, un migrante, exiliado, homosexual, cacofónico, traducido, caminante urbano. Y el tercer atributo, que personalmente le agradezco a Ms. Truong, es que siendo como es un libro que toca los elementos caros a la tradición migratoria este-oeste (que podrían ser, aunque no son, los elementos caros a la tradición migratoria sur-norte), este libro de sal evada la exotización estereotípica, la alteridad ramplona, el sentimentalismo con que se lavan las manos aquellos que, aun viajando, nunca salen verdaderamente de sus casas.

Monique Truong nació en Saigon, en 1968, y le dedica este libro a su padre, “un viajero que ha regresado finalmente a casa”. Monique Truong, que llegó a los Estados Unidos a la edad de seis años y estudió en Yale, empieza esta novela con un epígrafe de Alice B. Toklas: “Ciertamente tuvimos mucha suerte encontrando buenos cocineros, aunque todos tenían sus ciertas debilidades. A Gertrude Stein le gustaba recordarme que, de no haber tenido sus propias faltas, no habrían trabajado para nosotras”.

Hay que decir, antes que cualquier otra cosa, que este es un libro-en-traducción. Se trata de un libro escrito en inglés que enuncia un yo vietnamita que se expresa con turbada fascinación en un francés acentuado e incorrecto. Creo no exagerar si digo que al menos una de las my mesdames de Binh habría sonreído con satisfacción ante tan precario ejercicio en la precariedad de la voz. La convención de la voz original. Así, en-traducción, habrá que seguir a Binh de hijo repudiado por un padre en papel de falso y cruel profeta de la fe imperial a ayudante, y amante, del chef colonial en la casa del gobernador; de impromptu tripulante de navío especular a lector casi apto de anuncios de trabajo: Live-in Cook: Two American Ladies wish to retain a cook 27 rue de Fleurus. See the concierge; de hombre enamorado de un tal Sweet Sunday Man que merodea los territorios de GertrudeStein, y no por razones estrictamente textuales, a discreto conversador con ese Hombre del Puente que puede ser o no ser Ho Chi Minh. Binh, en todo caso, siempre pierde. Y seguirlo de un estado a otro, de un territorio a otro, de un encuentro a otro, es seguir el rastro de su pérdida. El rastro de su pérdida está hecho de las palabras dentro de este libro de sal que, ya dentro de la boca, se disuelven junto con la saliva.

Pero no todo en Binh es fatalidad. Justo como Grace, aquella otra memorable integrante del servicio doméstico de casa burguesa en Alias Grace, la novela de la canadiense Margaret Atwood, Binh sabe, y ejercita, la mirada crítica, puntillosa, socarrona, del que conoce no sólo la necesidad el amo sino también la manera de satisfacerla o coartarla o sustraerla. La mirada desde Binh explora así con ironía, pero sin estorbosos estigmas principistas, las negociaciones dinámicas, relacionales, desequilibradas que se suscitan en el íntimo foro de la cocina —ese corazón del universo doméstico de la modernidad— sea ésta la de la casa del poder colonial o la de la casa de esa madame-et-madame cuyo secreto de estabilidad es que ambas aman con igual devoción y admiran con la misma intensidad a GertrudeStein.

¿Qué es lo que te mantiene aquí?” Oigo que me pregunta una voz. Esto lo escucha Binh, después. Es una pregunta acerca de por qué quedarse donde está, que es estar lejos. Esto me pregunto yo, después. Tu pregunta, tu deseo de saber mi respuesta me mantiene aquí, ésa es mi respuesta. Es la respuesta de Binh, el migrante, el exiliado, el traducido. Mi respuesta. En la oscuridad, alcanzo a ver tu sonrisa. Una sonrisa de sal. La sonrisa del otro. La sonrisa que invita. Miro hacia allá instintivamente, como si alguien hubiera dicho mi nombre. Siempre pronunciado de otra manera. Siempre, acaso por lo mismo, incitante. Y Binh, que permanece aquí, atiende el llamado. Binh va.

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Monday, April 25, 2011

ESTA SEMANA EN EL SUR DE CALIFORNIA

Cal State San Marcos
Academic Hall 102
An Evening With Cristina Rivera-Garza
Miércoles 27 de abril
San Marcos, CA
19 hrs


LéaLA 2011
Los Ángeles Convention Center
Salón Sor Juana Inés de la Cruz
Taller de Re-escritura
Sábado 30 de abril
13 hrs

Presentación del libro Lo escrito mañana: escritores nacidos en los 60
con Nubia Macías y Sandra Lorenzano
Salón Rómulo Gallegos
Sábado 30 de abril
15 hrs

Nos vemos por esos lares.

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Saturday, April 23, 2011

LO QUE SE HACE CON LOS REGALOS RECIBIDOS EN SUEÑOS

@criveragarza cristina riveragarza
El ritual del café: en la rebaba del sueño, sin saber bien a bien cómo regresar. O a dónde. O por qué.
10 hours ago

@criveragarza cristina riveragarza
Vienen llenos de regalos. Preguntan por la familia, la novela, los amores. Toman café. Tienen todo el tiempo por delante. Son los muertos
10 hours ago

@criveragarza cristina riveragarza
Es fácil pensar que los muertos nos visitan en sueños. Pero es más bien al contrario: uno muere un poco y roza una mano y, si es menester, regresa.
9 hours ago

@criveragarza cristina riveragarza
¿Y qué hace uno con los regalos que recibe en sueños?
9 hours ago


Se trataba de viejos vinyles, de pedazos de tela de complicados diseños orientales, algunos posters, cartas escritas a mano y en tinta marrón y ya muy sobadas por el tiempo, dibujos largamente guardados. Hice la pregunta esta mañana en mi TL más bien con ánimo retórico, pero he aquí algunas de las respuestas:

@LuisRicardu Luis Ricardo El regalo que uno recibe en el sueño no debe declararse en la aduana; con suerte, amanece junto. @criveragarza

@jverea Javier Verea @criveragarza los guarda en un cofre de sombras para consultas eventuales.

@macaldes Miguel Calderón @criveragarza Sin duda lo recomendable es regalarlos más adelante, en el siguiente sueño, a la primera persona. Cadena de regalos en sueños

@profeardila15 aladin ardila @criveragarza tejerse una linda esperanza, o quizás al no ser bueno con las manualidades una estruendosa paranoia

@EctorSandoval Éctor S. Sandoval “@criveragarza: ¿Y qué hace uno con los regalos que recibe en sueños?”/ los tomamos, disfrutamos su temporalidad, su materialidad.

@metalucida sandra buenaventura @criveragarza Pues los abre al despertar!

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UNA DEFINICIÓN DEL DESEO



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Thursday, April 21, 2011

SUBRAYAR FURIOSAMENTE 1: El futuro se filtra


William S. Burroughs, Nova Express (New York: Grove Press, 1964/reprinted 1992), 52.

Como es bien sabido, Burroughs creía que el método de cut-up (recortar páginas o líneas para luego volverlas a recomponer en nuevos textos) no sólo serviría para desenmascarar al virus del lenguaje (esa enfermedad), sino también para adivinar el futuro: "Cuando se cortan líneas de palabras", aducía, "el futuro se filtra". Re-leí Nova Express hace apenas un par de semanas y no pude evitar detenerme en la página 52 y pensar, al mismo tiempo, en las fosas de San Fernando y en el poder profético de ciertas yuxtaposiciones virales.

Subrayar, que es re-escribir. Una imagen apenas.


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Tuesday, April 19, 2011

UNA SENSACIÓN NO DEL TODO DESAGRADABLE

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

En las páginas iniciales de Oracle Night, Paul Auster describe el “not altogether unpleasant feeling” que le provoca al escritor Sidney Orr el entrar en el apartamento de un amigo —un espacio “real” que él había estado recreando apenas unas horas antes en su cuaderno azul. “Tuve la extraña y no del todo desagradable sensación”, reflexiona Orr, “de que estaba entrando en un espacio imaginario, caminando en una habitación que no estaba ahí”. Estar en ambos lugares, en el apartamento y en la historia que se desarrolla en el apartamento produce, al decir del narrador, la existencia inequívoca de un espacio ilusorio que existe y que, al mismo tiempo, existe Más Allá. Estar ahí y no estar ahí, estar en el corazón mismo del ahí, caer ahí, hacerse cómplice del ahí, mirar por sobre los hombros de la realidad para espiar el ahí, no tener la más mínima idea de lo que es el ahí— todo eso, naturalmente, produce una sensación no del todo desagradable. Algo así, algo parecido, fue lo que sentí cuando vi a Ulises, que no es Ulises Aldravandi, que nunca será Ulises Aldravandi, en el pórtico de mi casa, esperando.

Regresaba de viaje, un viaje relámpago (en más de un sentido de la palabra relámpago) que me llevó a las orillas de un Mar del Norte extrañamente enverdecido, cuando, sin anuncio de por medio, sin evocación o esperanza, sin haber pensado en ella (escribo esto y me doy cuenta que no-pensar-en-ella se me ha vuelto una costumbre casi entrañable), la vi. Reconocí el vestido de seda azul celeste, los zapatos de tacón, el cabello cobrizo. Reconocí la sobriedad de la mirada, la delgada consistencia de sus manos, las trazas que el color rojo había dejado sobre su mejilla derecha, bajo sus uñas, en el antebrazo.

—No deberías estar aquí —le dije, mientras introducía la llave en la cerradura y pensaba que esto de estar junto a la persona que había estado recreando apenas unos días antes en una pantalla era algo vertiginoso y absurdo, desestabilizador e hilarante. Triste, incluso. Veloz. Una sensación, y de ahí la resonancia de Auster, no del todo desagradable.

Ulises movió el cuello para seguir mis movimientos pero no el cuerpo. Por unos segundos tuve la sensación de que se había convertido en una estatua de cera o que había sufrido un accidente atroz que la había dejado parapléjica. Pensaba eso sin verla, sintiendo su mirada sobre mi nuca, sobre la parte posterior del hombro izquierdo, y me debatía, al mismo tiempo, sobre la posibilidad de invitarla a pasar a mi casa o de atenderla a la intemperie, donde estaba. Su inmovilidad, sin embargo, me distrajo. Su silencio. Pronto no tuve otra opción más que interrumpir lo que estaba haciendo y me volví a verla.

Su frente: amplia, despejada, dos gotas de sudor.

Sus ojos: abiertos, desmesurados, insistentes, repetitivos, irritados.

Su boca: semi-abierta, a punto de enunciar algo, seca.

Su comisura derecha: el hilillo oscuro, el exceso, la mancha.

Sus hombros: ¿Es cierto que está temblando?

Sus manos: un tronco sobre la superficie de un río, un cadáver, dos hojas secas.

Sus uñas: ¿no me dijo ella que no confiara en nadie con las uñas sucias de mugre, de sangre, de muerte?

Sus pantorrillas: desnudas, fuertes, blancas.

Y mientras la mirada se me llenaba de adjetivos, mientras la mirada la recorría y, al recorrerla, la confirmaba y la desvanecía, la persona que tenía frente a mí, inmóvil e inesperada, aturdida y sin palabras, se volvía, como el departamento al que llega el escritor Orr en Oracle Night, una entidad ilusoria. Algo de ficción. Fue por eso, por la sensación, no del todo desagradable efectivamente, pero sí incómoda, sí enloquecedora, que me aproximé. Cuando mi mano derecha finalmente aterrizó en su hombro me di cuenta que había tenido razón: Ulises estaba temblando.

Era obvio que la persona que estaba y no estaba frente a mí, la fictiva, acababa de hacer algo que le producía horror, asco, remordimiento. Era obvio que la mueca que había nacido con la aspiración de convertirse en sonrisa pero que se había detenido, acaso a su pesar, en ese rictus apesadumbrado e inentendible, le pertenecía a una persona fuera de sí o dislocada de sí o a punto de perderse a sí misma. En todo caso eso que acontecía frente a mí y que también se llevaba a cabo en la historia que escribía alrededor de ella me llenó de pesar. En realidad me llenó de lástima —no la compasión solidaria que provoca a veces la empatía, o no sólo eso, sino también esa otra ruin y no del todo desagradable sensación de que eso que no podía nombrar, eso que, de ser capaz de poner en palabras, bien podría constituir la médula misma de una historia sobre Ulises, eso que se quedaba en la mueca y en los ojos desmesuradamente abiertos, nos diferenciaba.

Eso pensaba cuando Ulises, sin anuncio de por medio, sin dejar de verme, se incorporó. Un siglo ahí, entre sus ojos y los míos. Un reto. Una especie de horror. Luego me dio la espalda y, antes de pudiera imaginar que correría, se echó a correr. El sonido de los tacones sobre el pavimento. El sonido de un cielo oscuro. El sonido de la mujer en fuga. Mientras oía eso y más con una minuciosidad que con frecuencia me preocupa y me distrae logré abrir finalmente la puerta de la casa, introducir mi equipaje, y caer derrumbada sobre el sofá sin poder creer, o dudándolo en todo caso de manera radical, que alguien hubiera estado y no estado ahí apenas unos minutos atrás.

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Monday, April 18, 2011

LA VOZ DE LOS AUTORES: LIBROS EN HOY POR HOY

Aquí, el podcast de la lectura que Stephanie Ponciano (estudiante de secundaria) y yo hicimos de "El día en que murió Juan Rulfo", un cuento del libro Ningún reloj cuenta esto (Tusquets, 2007).

Todo esto en el programa de Salvador Camarena en la WRadio: Hoy por hoy del viernes 15 de abril.

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Wednesday, April 13, 2011

LA CÁMARA VERDE



ENTRE GÉNEROS, La Cámara Verde, Periódico de Poesía No. 38, Abril 2011

No es nueva de ninguna manera la escritura entre géneros. Pero las tecnologías actuales, especialmente el formato de la plataforma de Twitter, han enfatizado su presencia y ampliado sus posibilidades de existencia y crítica. De la poesía narrativa al cuento corto, de la prosa poética a la viñeta, de la novela en verso a la novela gráfica, la escritura entre géneros tiene ya cola que le pisen. En Twitter, donde la frase individual de 140 caracteres es tan importante como la tierra movediza del TimeLine del que forman parte, la escritura entre géneros no es una mera posibilidad sino también, tal vez sobre todo, un requisito de existencia. Alguna vez, de manera por demás famosa, Gertrude Stein declaró que la diferencia entre el cuento y el párrafo era ninguna. Parafraseándola, es posible decir que Twitter nos hace ver, con tanta claridad como gozo, que la diferencia entre el párrafo y el verso bien puede ser ninguna también. Aquí puede importar tanto el poder evocador de una frase bien compuesta como el espacio en blanco, siempre fugaz, siempre en movimiento, sobre el cual se columpia el suspenso que solemos asociar a lo narrativo. De ahí El Hombre de Tweed del escritor mexicano @MauricioMontiel.

No son pocos los escritores de papel (lo digo porque su medio fundamental de publicación y distribución ha sido, en efecto, el papel) que se acercan con entusiasmo a la escritura en Twitter. Nos llama la atención, sin duda, la novedad del medio, la concisión de la entrega, el sentido del juego. Sí son pocos, sin embargo, los que salen bien librados de dicho contacto. El caso de @MauricioMontiel es una sana excepción de esa regla. Como los escritores inéditos todavía en el mundo del libro impreso, @MauricioMontiel ha compuesto tuits individuales que son, en sí mismos, un mundo. En tanto el autor de ya varias novelas y libros de ensayo, @MauricioMontiel no ha dejado de poner énfasis en el lazo mudo e invisible que es toda tensión narrativa. Entran, pues, en esta Cámara Verde, los siete primeros “capítulos” que @MauricioMontiel ha publicado ya en su TW, aquí en forma de links, pero van también los 15 nuevos tuits con los que avanza el experimento in situ. Se trata, además, de un inesperado desvío: los primeros TW´s del @hombredetweed. Se trata, pues, de una revelación que bien puede obligarnos a releer todo lo hasta ahora escrito. Veremos si el recorrido se cumple en abril o si, como todo parece indicarlo, se desborda por otros meses de este 2011. En todo caso, aquí lo veremos.

La plataforma de Twitter también nos recuerda que todas las voces que dijimos “escuchar” mientras escribíamos a la usanza del pasado, es decir, a solas, son reales. En el menos cruel, que es la nueva definición de abril, recibimos los tuits jocosos y mundanos que @altanoche (Victor Hugo Barrera) compone en el desierto del norte de México, y los tuits migrantes y escuetos que @soylamuchacha (Analía H. M.) genera desde el sur de España y desde el imaginario del Perú donde nació. Ambos lidian con sus fantasmas en un TL al mismo tiempo. Ambos nos recuerdan que, en efecto, todos tenemos un fantasma al menos. Ambos nos dicen que hay que aprender a convivir con él o ella, a sentarse a su mesa, a cuidar sus desvelos.

También en forma de link (compartido con la sección Cartapacios) aparece la traducción que Marco Antonio Huerta hizo del texto La alegoría y el archivo de la escritora californiana Vanessa Place, sin duda una de las voces más relevantes en el ámbito de la escritura conceptual que se ejerce con gran enjundia en Estados Unidos.

Y en el futuro diremos: "Fue aquel abril, ¿recuerdas? Fue el abril en el que dejamos de decir, en definitiva, que era el más cruel".

[mientras escuchaba Isolée, Well Spent Youth]

Marzo 19, 2010
Toluca/Cd. de México


I.
De la bitácora del hombre de tweed
@elhombredetweed

¿Por qué las sombras no permanecen iguales a lo largo del día si son una extensión de los cuerpos? ¿O será que los cuerpos también fluctúan?

Hay sombras que parecen charcos causados por un derrame de sustancias negras. Dan ganas de pisarlas para constatar si la oscuridad salpica.

Cada vez que veo uno de esos pájaros llamados cuervos imagino un ave que hace tiempo se extinguió dejando tan sólo su sombra en el cielo.

Ser sombra. Ser el animal triste y oscuro que sigue fielmente cada paso de su amo. Ser lo que no se puede tocar ni con el pétalo de una luz.

Observo de reojo mi sombra y me pongo a dudar. ¿Dónde está el título de propiedad que me une a ella? ¿Y si se trata de una sombra prestada?

Decir que detrás de una ventana se agitan sombras no implica forzosamente describir una escena en la que haya cuerpos involucrados.

Creo recordar un edificio donde las sombras de los objetos eran tan densas que pasaban por inquilinos. Pero no es seguro. Debo corroborarlo.

Cada sombra es la posibilidad de un agujero que se abre de repente en la superficie del mundo. Cada objeto se balancea al filo de un abismo.

Veo la sombra de una nube enorme al correr por el suelo: un coágulo de inmensidad. Alzo la mirada: en el cielo no hay más que azul profundo.

Las sombras se comunican entre sí sin que lo sepan los cuerpos a los que pertenecen. Por eso hay siempre un murmullo a ras de la tierra.


II.
FANTASMAS
@altanoche y @soylamuchacha


se resucitan escenas y fantasmas que pensé superadas, pero es obvio que no.
[SLM]

nos vamos (yo y mis fantasmas. yo y mis muertos).
[SLM]

Un hacendoso fantasma lava los trastes en mi cocina.
[AN]

Se conoce que este es de los fantasmas que no duermen si hay algo desacomodado en la sala, si un vaso está sucio, si hay cochambre o polvo.
[AN]

yo no sé de ti más que los fantasmas que te rondan y no sé detener.
[SLM]

Dejaré un menú, bien acomodadito en un rincón, para que el fantasma prepare un desayuno con huevos, jugo de naranja y tocino. Y café, claro.
[AN]

Espero que si el fantasma usa mis pantuflas las deje donde las tomó. Aunque, claro, es seguro. Se le conoce por limpiecito y ordenado.
[AN]

yo soy el fantasma, por eso no tengo miedo de nada, solo de mí.
[SLM]

El fantasma cree que si pasa a mis espaldas y de puntitas no me daré cuenta de que aquí anda.
[AN]

en estas líneas no solo está mi vida, sino todos los fantasmas que aún no sé llorar.
[SLM]

a él lo amo también con los fantasmas que me habitan.
[SLM]

Veo mucha ceniza y harta colilla. No te rebeles, fantasma.
[AN]

un fantasma y dos espejos.
[SLM]

tengo vocación de fantasma.
[SLM]

Dejo libros en la mesita de la sala para que el fantasma lea en la madrugada. No sé si lee, pero los acomoda por autor y número de páginas.
[AN]

De hecho sé que el fantasma lee. Y "edita". Algunos libros amanecen con rayones. Otros, con menos páginas. Y alguno tirado en el patio.
[AN]

o continuaré hablando de los fantasmas que conviven conmigo sin futuro alguno.
[SLM]

Una noche el fantasma ya quería dormirse y apagó la lámpara de la mesita en la recámara. Y ni mesita ni lámpara tengo. Recámara sí.
[AN]

¿qué hacemos con los pedazos de mí que se comieron los fantasmas?
[SLM]

El fantasma es puro cuento.
[AN]

En Tijuana, en un hotel, me llevaron el desayuno al cuarto. Yo quería tacos, el fantasma ordenó huevos norteños. Y café, claro.
[AN]

bebo café con fantasmas.
[SLM]

a todos nos escriben fantasmas.
[SLM]

A veces el volumen de la música aumenta. A veces disminuye. Este fantasma tiene sus gustos.
[AN]

Mi fantasma es puro roc.
[AN]

me persigue un fantasma con piel.
[SLM]

Si la cama está caliente, el fantasma. Si el libro de cabecera está en la sala y otro tomó su lugar, el fantasma. Si la gotera calló, igual.
[AN]

necesito saber que camino sola y no con tu fantasma.
[SLM]

Si el fantasma está caliente, duermo bien cobijado.
[AN]

Hoy es uno de esos días que se me antoja que un fantasma viva en la oficina.
[AN]

En el verano, el fantasma se pasea desnudo, sin sábana blanca. En el invierno usa un jorongo, térmicos y guantes.
[AN]

en la altanoche las musas tienen vocación de fantasma.
[SLM]

El vaho del fantasma.
[AN]

Yo logré, alguna vez, que los fantasmas pagaran la cuenta.
[AN]

no soy yo, es mi fantasma.
[SLM]

yo soy mi fantasma.
[SLM]

creo que esta es una historia de fantasmas. se busca ghostbuster.
[SLM]


III.
Marco Antonio Huerta traduce al español La alegoría y el archivo de Vanessa Place.


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Tuesday, April 12, 2011

LOS INVISIBLES

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Este martes 12 de abril, a las 22:30 horas, el Canal 11 de televisión transmitirá Los invisibles, un programa especial compuesto de una serie de cuatro cortos documentales dirigidos por Marc Silver y Gael García Bernal, y producidos por Martha Núñez. Elaborados originalmente para Amnistía Internacional en 2009 y con una duración de aproximadamente 10 minutos cada uno, estos cortos exploran la brutal realidad que enfrentan los inmigrantes centroamericanos al atravesar nuestro país en su camino hacia Estados Unidos. Ya en los trenes de la muerte o encontrando refugio efímero en una de las pocas Casas de Migrantes en su ruta hacia el norte, los hombres y mujeres que arriesgan su vida con tal de llegar a su versión del sueño americano constituyen en realidad ese ejército de invisibles de la globalización contemporánea. Los más vulnerables entre los vulnerables. Sujetos a extorsión económica, a mutilaciones varias y, en especial en el caso de las mujeres, a violaciones constantes, estos inmigrantes han visto, tal vez mucho antes que la gran mayoría, el rostro más feroz de México: autoridades policiacas coludidas con organizaciones criminales, hambre, desolación, muerte.

No por casualidad Los invisibles, el programa que trasmitirá el Canal 11, es también una conversación. Convocados por Gael García Bernal, algunos periodistas y escritores y comentaristas políticos nos dimos a la tarea de entablar un diálogo alrededor de estos cortos de factura notable. Nombrar es una manera de reconocer la existencia de una realidad. El que conversa vuelve visible lo oculto. La plática también corre el velo del silencio para que la palabra, las palabras, vayan cobijando poco a poco a los cuerpos mancillados. Dialogar al respecto no puede no involucrar el ánimo de construir una solución en conjunto. La invitación explícita de Los invisibles es a que todos participemos de esta conversación, ciertamente, pero también, y luego entonces, a que todos desde nuestras trincheras contribuyamos en algo. Se necesitará a más de uno para hacer brillar la luz al otro lado del túnel en que se ha convertido este México segado por una guerra inútil y absurda.

Por razones de procedencia y también de cariño, la conversación que compartí tanto con Gael García Bernal como con el periodista Diego Osorno se concentró en los estados norteños de Nuevo León y de Tamaulipas. Todavía estaban frescas, entonces, las noticias sobre los cadáveres de los 72 inmigrantes centroamericanos descubiertos en mi estado de origen. Hablamos de eso. Hablamos también de las rutas migratorias que llevaron, entre tantas otras familias, a los Rivera y a los Garza a ese rincón del país donde, hasta mediados del silgo XX al menos, todavía era posible vivir bien y en paz. Charlamos de lo que solía ser: las reuniones de la familia alrededor de las largas mesas de madera; los campos de sorgo y, antes, los campos de algodón; el pase fronterizo. El trabajo, el sudor, la risa. Hablamos mucho también, aunque creo que esto fuera de cámara, acerca de larguísimos trayectos en carreteras y brechas a través de los cuales la geografía se convirtió en piel y la piel en memoria compartida. Todos somos de un lugar. Todos regresamos a unos brazos.

Ahora mismo, mientras escribo este texto, me llegan las muy tristes, las muy escalofriantes noticias de otras fosas. Son las noticias en que se reportan 59, y luego 72 y, hasta hace rato, 88 cadáveres encontrados en el municipio de San Fernando, Tamaulipas. Se trata de hombres y mujeres ahora sin rostro y sin nombre que, sin duda, alguna vez respondieron a un apelativo cariñoso. Hijos de alguien. Primos de alguien más. Novios, esposas, padres. Son hombres y mujeres que, de ya, le duelen a sus seres queridos y, por lo tanto, nos duelen a todos. Son los daños colaterales de, repito, la guerra inútil y absurda que, como calificara el poeta Javier Sicilia hace apenas unos días, es el pudrimiento del país. Quiero pensar que las conversaciones que conforman el programa de Los invisibles también los incluyen a ellos, a estos nuevos 88 caídos. Y a los que, de continuar esta guerra, seguirán pereciendo.

Hace apenas unos días, Sergio Fajardo, uno de los artífices del Plan Medellín —la única estrategia integral que ha comprobado ser efectiva en reducir niveles de violencia asociados al narcotráfico— visitó Ciudad Victoria, Tamaulipas. Ahí, en un discurso apasionado y lleno de detalles significativos, el político colombiano fue desglosando los métodos de su cruzada. Lo más bello para los más humildes, dijo, antes de describir la construcción de parques, bibliotecas, centros culturales en las áreas menos favorecidas de la ciudad como parte de un proyecto urbano integral. Dejar de lado a los que tienen precio, dijo, porque con ellos empieza y echa raíces la corrupción de la que se alimenta, sin duda, la violencia. Transparencia. Honestidad. Confianza ciudadana. Proyectos de autogestión comunitaria. Nada, en fin, que no sepamos. Nada en lo que no podamos, como colectividad, apostar antes de que el país se nos convierta en un puro, incesante, triste, funeral.

Ojalá puedan echarle un vistazo al programa del 11 hoy en la noche. Ojalá podamos extender esta conversación al país entero. Ojalá que esta conversación urgente, necesaria, nuestra, pronto nos ayude a establecer caminos alternativos a la guerra.

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Sunday, April 10, 2011

BEST OF CONTEMPORARY MEXICAN FICTION

A conversation between Michael Silverblatt, Alvaro Uribe and myself at KCRW about an anthology of Mexican fIction published by Dalkey Archive in 2009.

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LOS INVISIBLES DE MARC SILVER Y GAEL GARCÍA BERNAL

Este martes 12 de abril, a las 22:30 hrs, el canal 11 transmitirá Los invisibles, una serie de cuatro cortos documentales dirigidos por Marc Silver y Gael García Bernal en el que se exploran las condiciones brutales que enfrentan los inmigrantes centroamericanos al atravesar nuestro país en su camino hacia el norte. El programa incluye las conversaciones que Gael sostuvo con periodistas, escritores y comentaristas políticos. Aquí la invitación de Diego Osorno: La inyección anti-México.

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Wednesday, April 06, 2011

LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA, No. 4, Abril 2011

[mientras escuchaba Isolée, Going Nowhere, en Well Spent Youth, 2011]


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Tuesday, April 05, 2011

DUELO

[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]

Escribí el texto que aparece a continuación ya hace un par de años. Lo cito en extenso ahora porque es lo que llevaré bajo mi brazo mañana, miércoles 6 de abril, cuando, esté donde esté, en realidad camine junto con otros en esa marcha de Emergencia Nacional que emprenderemos desde el Palacio de Bellas Artes hasta el Zócalo de la Ciudad de México por nuestros 40, 000 muertos. Lo cito en extenso porque no sé de qué otra manera darle mi pésame ni al poeta Javier Sicilia por la muerte de su hijo, Juan Francisco, ni a los otros padres y madres que también se han visto amputados, como bien lo describiera el poeta, de un hijo. Lo cito porque sí, es cierto, tal como lo escribió Sicilia en la carta abierta que publicó la revista Proceso el domingo pasado, estamos hasta la madre. Y lo cito también porque, sin embargo, seguimos. Y aquí seguimos.

En “Violence, Mourning, Politics”, uno de los ensayos que componen Precarious Life. The Powers of Mourning and Violence, un libro reciente de Judith Butler, la autora explora, con la inteligencia que le conocemos, con la preocupación política y rigor filosófico que le son propios, las funciones del duelo en un mundo atravesado por manifestaciones punzantes y masivas de creciente violencia. El evento que desata la preocupación de Butler no es sólo el “9/11”, como son conocidos los ataques a las Torres Gemelas en Estados Unidos, sino la manipulación política, especialmente la de corte bushiano, que se ha propuesto transformar la rabia y el dolor, es decir, el duelo público e internacional, en una guerra infinita contra un Otro permanentemente deshumanizado. De ahí que Butler inicie este ensayo, y lo termine también, con una reflexión acerca de lo humano que, en estas páginas pero también fuera de ellas, se transforma en una pregunta que por concreta no deja de ser enigmática: ¿qué es lo que hace que ciertas vidas puedan ser lloradas y otras no? La respuesta, desde luego, no es sencilla. Aún más: la respuesta invita, de hecho obliga, a entrecruzar y contraponer, lo que ocurra primero, los elementos más íntimos y, por ende, los más políticos de nuestras vidas.

Para entender la dinámica del duelo, Butler propone primero considerar la central dependencia que vincula el Yo y al Tú. Más que relacionales, un término que, aunque adecuado y usual, parece bastante aséptico en este caso, Butler describe esos vínculos de dependencia, esas relaciones humanas, como relaciones de desposesión, es decir, relaciones que están basadas en un acuerdo más que tácito con el pensador Emmanuel Levinas, “en un ser para otro, en un ser en tanto otro”. De ahí que la vulnerabilidad constituya la más básica y acaso la más radical de las condiciones verdaderamente humanas, y que sea imperioso no sólo reconocer esa vulnerabilidad a cada paso sino también protegerla y, aún más, mantenerla. Perpetuarla. Sólo en la vulnerabilidad, en el reconocimiento de las distintas maneras en que el otro me desposee de mí, invitándome a desconocerme, se puede entender que el Yo nunca fue un principio y ni siquiera una posibilidad. En el inicio estaba el Nosotros, parecería decir Butler, ese nosotros que es la forma más íntima y también la más política de acceder a mi subjetividad.

El duelo, el proceso psicológico y social a través del cual se reconoce pública y privadamente la pérdida del otro, es acaso la instancia más obvia de nuestra vulnerabilidad y, por ende, de nuestra condición humana. Cuando nos dolemos por la muerte del otro aceptamos por principio de cuentas, ya sea consciente o inconscientemente, que la pérdida nos cambiará, acaso para siempre y de formas definitivas. “Tal vez el duelo tenga que ver con aceptar esta transformación”, dice Judith Butler, “(quizá uno debiera decir someterse a esa transformación) cuyos resultados completos son imposibles de conocer con anticipación”. Porque si el Yo y el Tú están vinculados por esas relaciones de desposesión, la pérdida del otro nos “enfrenta a un enigma: algo se esconde en la pérdida, algo se pierde en los descansos mismos de la pérdida”. La pérdida, acaso tanto como el deseo, “contiene la posibilidad de aprehender un modo de desposesión que es fundamental a lo que soy [porque es ahí] que se revela mi desconocimiento de mí, la marca inconsciente de mi socialidad primaria”. Al perder al otro, luego entonces “no sólo sufro por la pérdida, sino que también me torno inescrutable ante mí mismo”. La virtud del duelo consiste, entonces, en posicionar al Yo no como una afirmación y ni siquiera como una posibilidad, sino como una manera de desconocimiento. Un devenir.

Butler mantiene, o quiere creer, que reconocer estas formas básicas de vulnerabilidad y desconocimiento constituye una base, fundamentalmente ética, para repensar una teoría del poder y de la responsabilidad colectiva. Cuando no sólo unas cuantas vidas sean dignas de ser lloradas públicamente, cuando el obituario alcance a los sin nombre y los sin rostro, cuando, como Antígona, seamos capaces de enterrar al Otro, o lo que es lo mismo, de reconocer la vida vivida de ese Otro, aun a pesar y en contra del edicto de Creonte o de cualquier otra autoridad en turno, entonces el duelo público, volviéndonos más vulnerables, nos volverá más humanos. Este tipo de marco teórico, dice ella, podría ayudarnos a no responder de manera violenta al daño que otros nos infligen, limitando, a su vez, las posibilidad, siempre latente, del daño que ocasionamos nosotros.

Mejor conocida por su reveladores argumentos sobre identidades genéricas como condiciones inestables y performativas, Judith Butler explora en este libro la posibilidad de una ética de la no violencia que no es ni new-age ni principista ni rígida. Personal, íntima, apasionada y, al mismo tiempo, rigurosa y austera en sus argumentaciones, Judith Butler ha escrito uno de los libros más compasivos e inteligentes sobre el dolor y la justicia en el mundo contemporáneo.

Y termino ahora como termina Butler uno de sus ensayos, diciendo: “Eres lo que yo gano a través de esta desorientación y esta pérdida. Así es como se hace lo humano, una y otra vez, en tanto aquello que todavía no conocemos”.

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Sunday, April 03, 2011

NUEVO DOMICILIO

Una diminuta cámara para Las Aventuras de la Increíblemente Pequeña

Si tocan a su puerta, seguramente los dejarán entrar.


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Friday, April 01, 2011

ASUNTO DE ALTO RIESGO

[en Nexos, Abril, No. 400]

A
Seguramente para cada autora es distinto, pero para mí el asunto siempre estuvo signado por comentarios tipo “pero es que escribes tan bien que casi pareces hombre”. Como las palabras venían en un tono celebratorio, acompañadas usualmente de gestos grandilocuentes o benévolos, nunca supe bien a bien cómo reaccionar. Tenía yo entre 16 y 18 años y escribía, claro está, con la pasión del caso. Cuando, muchos años después y en un taller que impartía en la ahora muy famosa ciudad de Tijuana, una lectora exclamó, y esto en relación a un texto autorizado por un joven del grupo, “pero es que escribes esto tan bien que casi pareces mujer”, supe que estaba presenciando o un milagro o el muy equidistante y más que legendario giro de los 180 grados. Me reí mucho, aunque para mis adentros, como le corresponde a Alguien que Imparte un Taller Literario, y esa noche acepté la invitación de los talleristas para continuar la sesión en un post-taller que luego se volvió costumbre y más tarde vicio y, luego, puro gusto.

B
Hubo una vez un país en el que el más importante premio literario para una obra escrita por una mujer venía con diploma, ceremonia de honor, placa de bronce en lugar significativo de la ciudad y cero centavos. Lo sé porque lo recibí en 2001. Supuse, porque soy una optimista, que los organizadores asumían que todas las autoras tenían quien las mantuviera o que el reconocimiento público, en su caso, debería bastar, si no es que sobrar.

C
Cuando empecé a escribir, que fue hace muchos años, mis role models eran una monja que había pasado su vida entera en una celda, una feminista que le lavaba los calzones a su no-marido (al menos eso decían las malas lenguas) y la ex esposa de un poeta muy famoso que o estaba loca o vivía con más de una docena de gatos o era un espía infame del gobierno. Aceptar, en ese contexto, que yo era lo que ya era, que desde siempre fue irremediablemente y sin cortapisa una escritora, no resultó una cuestión sencilla. Entiéndase: se trataba de la hija mayor de una pareja de la clase media profesional, norteña para colmo de males. Era gente, para ser más claros, que se levantaba a las cinco de la mañana y no se detenía sino hasta las diez de la noche, confiando que entre una hora y otra habían hecho algo para cambiar el mundo. A ese tipo de gente, hasta se me hace superfluo decirlo, no le parece del todo bien que alguien que trabaje sus horas con pasión y produzca lo propio con entereza tenga que acabar sus días o suicidada o loca o siendo la esposa de. Por eso, aunque mi primera publicación data de 1982, me costó unos diez años más aceptar (y esto frente a un periodista algo obcecado, y luego frente a un oficial de migración) lo obvio: era una escritora. La profesión, en todo caso, siempre pareció un asunto de alto riesgo. Ni en mis peores pesadillas supuse que, efectivamente, lo era.

D
Leía, de manera que a mi entender era natural, a Virginia Woolf —su obra completa—. Desde entonces me quedé enamorada de The Waves. Leía a Marguerite Duras —en voz alta, frente a ti, temblando—. Leía Andamos huyendo Lola. Leía las vicisitudes de Ana Karenina. Leía a Platón, Wittgenstein, Safo. Y leía, claro que por supuesto, todo lo que los otros leían: Rulfo, Elizondo, Dostoievski, Shakespeare, Homero. Pero leía, de manera que a mi entender era natural, a Glantz, a Mansour, a Lavín, a Clavel, a García Bergua, a Beltrán, a Moscona, a Faesler, a Nepote. Leerlas a todas ellas me hizo sentir acompañada. Leerlas me hizo sentir que era posible ser eso: una escritora. La autora de libros. Un nombre propio.

E
Hubo una vez un país en que escribir, para una mujer, significaba la muerte o el desprestigio o el desamor o la ira.

F
Viví muchos años lejos. Las causas no vienen al caso, pero son las causas del caso. Escribí en silencio por todos esos muchos años, los cajones de mis escritorios así lo atestiguan. Escribí porque lo que importaba era escribir. Publicar era cosa o mínima o superflua o impensable o fetichista. Antes de publicar mi “primera” novela, escribí tres, impublicables, como suele ser la regla. Pero nada de eso urgía. A mí en mi casa me enseñaron que uno se levantaba a trabajar y, entre una hora y otra, el objetivo era cambiar el mundo para que cupiéramos más, para que finalmente cupiéramos todos.

G
Seguramente para cada quien es distinto, pero cuando me decían que mi escritura era efectiva o buena (dependiendo del lenguaje del juez en turno) porque no se notaba que era mujer, me embargaba algo extraño. Yo no era un autor, y eso lo sabía bien, pero quería sus privilegios, sus adulaciones, sus oportunidades, sus perspectivas. Quería su libertad. Quería un nombre propio. Era, como lo pueden atestiguar, una joven con ambiciones desmedidas. Se lo debo, ese deseo desmedido que a mi entender siempre fue natural, a un padre riguroso y absurdamente entregado a sus hijas y a una madre a quien no ha vencido nada hasta el día de hoy. Se lo debo a una ética de trabajo que en este país se adscribe, acaso correctamente, a la zona norte, ahí donde la ficción del self-made man (y en su caso la self-made woman) solía ser algo no sólo posible sino también esperable. Pero sigo queriendo mis libros. Estoy convencida de que tengo derecho a ellos como tengo derecho al aire que respiro.

H
Soy, ahora, una adolescente que lee y escribe. Es el año 2023. Me llamo Birssa y vivo en Ciudad Victoria, Tamaulipas. Mientras todos ejercen la violencia alrededor, yo escribo. Nadie me dice que mi valor depende de ser lo que no soy. Leo a otras. Las conozco. Es otro mundo. Aquí los premios para mujeres escritoras valen lo mismo que los premios para hombres escritores. De hecho, por fin valen tan igualmente que ya no hay que separarlos en dos campos distintos. Se lee por el valor de la prosa o el verso y no por el género de la autoría —ya no hay, luego entonces, “más” hombres escritores que mujeres escritoras en las antologías—. Es otro mundo. Es el mundo por el que trabajo, de cinco de la mañana a doce la noche, con uno que otro descanso y con cómplices alrededor y todavía contenta.

Les deseo ese mundo que queda del otro lado de la violencia. Se los deseo de verdad. Deseo ese mundo para todas nosotras y ustedes.

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