ACTIVIDADES EN LA FIL LIMA
Jueves 28
Panel: Narrativa Latinoamericana
5:30 pm
Sábado 30
Presentación Verde Shanghai
7:00 pm
Veámonos, puesn.
--crg
Thursday, July 28, 2011
Wednesday, July 27, 2011
EL BOTÍN DE VERMONT
The Salon. Poetry With Our Fingers, Issue No. 3, Spring 2011
Charles Yu, How to Live Safely in a Science Fictional Universe
Siri Hustvedt, The Summer Without Men
Paige Ackerson-Kiely, In No One´s Land
Ricardo Chávez Castañeda, Georgia
Ricardo Chávez Castañeda, El libro del silencio (novela sacrificio)
Eduardo Espina, El cutis patrio
Ann Patchett, State of Wonder
Aníbal González, Love and Politics in the Contemporary Spanish Novel
Charlotte Brontë, Jane Eyre
Judith Schalansky, Atlas of Remote Islands. Fifty Islands I Have Never Set Foot On and Never Will
--crg
The Salon. Poetry With Our Fingers, Issue No. 3, Spring 2011
Charles Yu, How to Live Safely in a Science Fictional Universe
Siri Hustvedt, The Summer Without Men
Paige Ackerson-Kiely, In No One´s Land
Ricardo Chávez Castañeda, Georgia
Ricardo Chávez Castañeda, El libro del silencio (novela sacrificio)
Eduardo Espina, El cutis patrio
Ann Patchett, State of Wonder
Aníbal González, Love and Politics in the Contemporary Spanish Novel
Charlotte Brontë, Jane Eyre
Judith Schalansky, Atlas of Remote Islands. Fifty Islands I Have Never Set Foot On and Never Will
--crg
Tuesday, July 26, 2011
EL LÁTIGO MAGENTA DEL ALMA
El látigo magenta del alma de Lisa Robertson, el libro que la poeta canadiense llamada Lisa Roberston publicó en el 2009, inicia con una referencia a un mineral de difícil descripción pero de relativo fácil acceso conocido como lucita. Una forma transparente de plástico. Un polímero. Algo cuyos componentes podrían encontrarse en la naturaleza pero que pudiera ser también manufacturado. Sobre todo: un nombre. “Siéntanos gentilmente sobre la lucita y te diremos cómo nos llegó el conocimiento./ Primero el lodo informe se suavizó, produciendo putrefacción, lujuria e inteligencia, glóbulos de perla, montones de cosas enjoyadas como hurones, pequeños teatros de mica, una bolsa que contiene todos los horribles olores del día. Luego sólo esa vocal, pronunciada y aludida y a punto de expirar; inclinándose, abrazando, mirando fijamente. Con nuestra garra diseñó la identidad por el bien de la comida. Yos, dice, alimentándonos, los adoro, lo saben bien. Como un niño soplando desde un árbol, decidimos que esto lo arreglaba todo, que éramos libres. Nos preparábamos para el futuro de manera incesante”. Que de ahí, de esa lucita original, las páginas nos conduzcan por una serie de textos que igual pueden responder al nombre de poemas, cartas, confesiones, proyectos, traducciones, lamentos, utopías, o ensayos, no es extraño del todo en una poeta que se ha asociado a la experimentación con los límites del lenguaje, igualmente influenciada por los así llamados language poets (especialmente Leslie Scalapino y Lyn Hejinian) que por la enunciación peculiar del latín cuando se incorpora a las iteraciones del inglés. Algunos de los textos de su látigo del alma, de hecho, son re-escrituras o intervenciones directas a textos de, entre otros, Lucrecio. Pero ésta no es la escritura de una experta en los clásicos (a la manera de Anne Carson, por ejemplo), sino más bien de alguien a quien le interesa ver a través de otra lengua, construirse a través de otras enunciaciones, y ante todo fabricar un léxico desde su presente para su presente. Erudita es una palabra que aparece con frecuencia en las críticas de su poesía, pero también respladenciente. Aquí apenas una sección del inicio de este libro que recoge textos publicados en los últimos 15 años de su producción.
EDUCACIÓN TEMPRANA
(Diseñé mi propia pasividad. Te la presento por mi cara, por tus entrañas, y en nombre del espacio humano. Nací en una pequeña ciudad bronca, sitio de invenciones rápidas que se disolvían activamente en el cielo de acero. La ciudad era una ruina centelleante y chupada hacia arriba).
I.
las grandes virtudes son numerosas y la sabiduría tiene una magnitud risible. la circunferencia de la criatura humana es su propio testimonium, su gran resistencia mortal en tanto criatura es una puerta líquida. nuestros corazones son inteligibles. para excitarte e incitarte te contaré los modos de mi infelicidad pasada. ¿debería invocar a la necesidad o al destino? el elemento del quomodo que invoco es increíble. todos los dioses son dioses de una tumba. ¿qué es sin el predicado? cantemos para el dios que lo requiera. cantemos también para nuestros enemigos. quarem te, invocans te et inventaré credens in te: un predicado es un enemigo noble y mi fidelidad es mi propio desastre, inspirasti mihi per sentimiento humanitatem con su discurso.
(Otra versión del mismo inicio es más simple y más directo: en la larga ciencia de la sumisión es la mente la que, de una quieta manera espectacular, desabrocha los cuerpos y abre la cara).
II.
el dominante está acunado dentro de mí: ¿cómo le llamarías a eso? cuando discutimos y cuando festejamos, ¿cómo le llamarías a eso? puesto que tua quid quid se desvanece, se ha desvanecido, este quidquid que es tu nombre. todo lo que es feral en mí, cualquier ser que soy, roe mi docencia. invoco al dominio para desatarme.
no tenía enemigos, ni familiares, ni reloj. el tú dominante llenaba los senos de la enfermera y me enseñaba a beber abundantemente. te cuento de cosas que no recuerdo, sólo esto, fabulando y sorbiendo, sorbiendo y fabulando, muy similares. et cum non intellecto me obsessit, non subditus indignation, no servitude. quam sientes es mi nutriente. dominant qui est samper vivus y nada en nosotros tu creasti et realmente instavilium et immutable. quam illa intra matriz visceral? dominante mi palabra suave, ninguna memoria me pudo haber preparado para tu tierra. soy la primera amamantada entre multa, tu artificio, tu animal, chillón con sus gritos, chillón con su hambre y amoroso con su hambre y hambre.
III.
escucha a las mentirijillas humanas. el misterio dicta. recuerdo las mentirijillas de mi infancia, una mentirijilla por cada latido del corazón preparado por la tierra. ¿me conmemorará esto? ¿dominante me recuerdas? mi ego está hecho de leche, abundantes fuentes de leche, mis dominantes, mis propias, que se dedican al illuminant corpus, instructoras de los sentidos, de tal manera que les hablo en las sílabas de tu nombre dominante y como algo extra hago para ti un nido de mis muslos ordinarios, tu, forma et lege.
ergo dominant para ti tengo la fidelidad de la zorra un lechón un enemigo un nombre multum tantas fidelidades y olvidos para ti son sombras y concepto sin memoria sin vestigio sin necesidad.
--crg
El látigo magenta del alma de Lisa Robertson, el libro que la poeta canadiense llamada Lisa Roberston publicó en el 2009, inicia con una referencia a un mineral de difícil descripción pero de relativo fácil acceso conocido como lucita. Una forma transparente de plástico. Un polímero. Algo cuyos componentes podrían encontrarse en la naturaleza pero que pudiera ser también manufacturado. Sobre todo: un nombre. “Siéntanos gentilmente sobre la lucita y te diremos cómo nos llegó el conocimiento./ Primero el lodo informe se suavizó, produciendo putrefacción, lujuria e inteligencia, glóbulos de perla, montones de cosas enjoyadas como hurones, pequeños teatros de mica, una bolsa que contiene todos los horribles olores del día. Luego sólo esa vocal, pronunciada y aludida y a punto de expirar; inclinándose, abrazando, mirando fijamente. Con nuestra garra diseñó la identidad por el bien de la comida. Yos, dice, alimentándonos, los adoro, lo saben bien. Como un niño soplando desde un árbol, decidimos que esto lo arreglaba todo, que éramos libres. Nos preparábamos para el futuro de manera incesante”. Que de ahí, de esa lucita original, las páginas nos conduzcan por una serie de textos que igual pueden responder al nombre de poemas, cartas, confesiones, proyectos, traducciones, lamentos, utopías, o ensayos, no es extraño del todo en una poeta que se ha asociado a la experimentación con los límites del lenguaje, igualmente influenciada por los así llamados language poets (especialmente Leslie Scalapino y Lyn Hejinian) que por la enunciación peculiar del latín cuando se incorpora a las iteraciones del inglés. Algunos de los textos de su látigo del alma, de hecho, son re-escrituras o intervenciones directas a textos de, entre otros, Lucrecio. Pero ésta no es la escritura de una experta en los clásicos (a la manera de Anne Carson, por ejemplo), sino más bien de alguien a quien le interesa ver a través de otra lengua, construirse a través de otras enunciaciones, y ante todo fabricar un léxico desde su presente para su presente. Erudita es una palabra que aparece con frecuencia en las críticas de su poesía, pero también respladenciente. Aquí apenas una sección del inicio de este libro que recoge textos publicados en los últimos 15 años de su producción.
EDUCACIÓN TEMPRANA
(Diseñé mi propia pasividad. Te la presento por mi cara, por tus entrañas, y en nombre del espacio humano. Nací en una pequeña ciudad bronca, sitio de invenciones rápidas que se disolvían activamente en el cielo de acero. La ciudad era una ruina centelleante y chupada hacia arriba).
I.
las grandes virtudes son numerosas y la sabiduría tiene una magnitud risible. la circunferencia de la criatura humana es su propio testimonium, su gran resistencia mortal en tanto criatura es una puerta líquida. nuestros corazones son inteligibles. para excitarte e incitarte te contaré los modos de mi infelicidad pasada. ¿debería invocar a la necesidad o al destino? el elemento del quomodo que invoco es increíble. todos los dioses son dioses de una tumba. ¿qué es sin el predicado? cantemos para el dios que lo requiera. cantemos también para nuestros enemigos. quarem te, invocans te et inventaré credens in te: un predicado es un enemigo noble y mi fidelidad es mi propio desastre, inspirasti mihi per sentimiento humanitatem con su discurso.
(Otra versión del mismo inicio es más simple y más directo: en la larga ciencia de la sumisión es la mente la que, de una quieta manera espectacular, desabrocha los cuerpos y abre la cara).
II.
el dominante está acunado dentro de mí: ¿cómo le llamarías a eso? cuando discutimos y cuando festejamos, ¿cómo le llamarías a eso? puesto que tua quid quid se desvanece, se ha desvanecido, este quidquid que es tu nombre. todo lo que es feral en mí, cualquier ser que soy, roe mi docencia. invoco al dominio para desatarme.
no tenía enemigos, ni familiares, ni reloj. el tú dominante llenaba los senos de la enfermera y me enseñaba a beber abundantemente. te cuento de cosas que no recuerdo, sólo esto, fabulando y sorbiendo, sorbiendo y fabulando, muy similares. et cum non intellecto me obsessit, non subditus indignation, no servitude. quam sientes es mi nutriente. dominant qui est samper vivus y nada en nosotros tu creasti et realmente instavilium et immutable. quam illa intra matriz visceral? dominante mi palabra suave, ninguna memoria me pudo haber preparado para tu tierra. soy la primera amamantada entre multa, tu artificio, tu animal, chillón con sus gritos, chillón con su hambre y amoroso con su hambre y hambre.
III.
escucha a las mentirijillas humanas. el misterio dicta. recuerdo las mentirijillas de mi infancia, una mentirijilla por cada latido del corazón preparado por la tierra. ¿me conmemorará esto? ¿dominante me recuerdas? mi ego está hecho de leche, abundantes fuentes de leche, mis dominantes, mis propias, que se dedican al illuminant corpus, instructoras de los sentidos, de tal manera que les hablo en las sílabas de tu nombre dominante y como algo extra hago para ti un nido de mis muslos ordinarios, tu, forma et lege.
ergo dominant para ti tengo la fidelidad de la zorra un lechón un enemigo un nombre multum tantas fidelidades y olvidos para ti son sombras y concepto sin memoria sin vestigio sin necesidad.
--crg
Monday, July 25, 2011
Sunday, July 24, 2011
PEQUEÑA TRADUCCIÓN AÉREA
UN TRATADO MODESTO
(un ensayo sobre perspectiva para Allyson Clay)
Lisa Robertson, Lisa Robertson´s Magenta Soul Whip, 63-68.
Traducción de Cristina RiveraGarza
Era una tibia tarde de septiembre.
Me disolvía corporalmente en el aire dejando sólo mi look.
La noche estaba llena de imágenes.
A algunas era fácil hacerlas sentir piedad.
Algunas eran agudas y sospechosas; algunas crédulas y puras.
Algunas eran altaneras y amargas.
Algunas humanas.
Algunas maleables y obsequiosas.
Algunas eran alegres.
Algunas eran tímidas, solitarias y austeras.
A algunas les gustaba ser halagadas por nuestro trabajo.
Algunas sufrían cuando se les criticaba.
Algunas eran crueles en su arrogancia, débiles ante el peligro, y así.
Era una tibia tarde de septiembre y entraba en su espacialidad,
[la cual no era clásica.
Era agradable romper los cánones de la proporción.
Era agradable imaginarse su vida.
Coloqué mi cuerpo en relación a sus privacidades místicas.
No pasó nada.
Era invisible.
Mi arquitectura también era invisible y específica y vasta y
[se tambaleaba.
Mi arquitectura se tambaleaba en su completa originalidad.
La llamé lujuria cívica.
El romance de la proporción no era para mí.
Emparejé el horizonte.
Aquí estaban los particulares del ocio.
Aquí estaban los particulares de las proporciones maleables.
El verbo era el avión de la pintura.
El trabajo del pintor es horizontal.
Miré en contra de la historia, y en contra también de la poesía.
Miré en contra del espacio que es.
Lo que alcanza una dama debe exceder a su alcance.
Una dama debe exceder su espacio o tambalearse.
Tambalearse era bueno.
Esta es una ecología manierista.
Era una tibia tarde de septiembre.
Contenía viejos, jóvenes, niños, matronas, niñas, animales domésticos, perros,
[aves, caballos, edificios y provincias.
Estaban organizados apropiadamente.
Mi técnica se basaba en la experiencia, no en el deseo.
Esta era una ecología de distancias.
No las podía leer de un modo bello.
¿Qué es lo que el hombro, la muñeca, el cuello, y sus varios
[puntos de flexión desean?
¿Qué es lo que quiere la flexibilidad mortal?
Como una forma de humilde ornamentación, intento
[articular transiciones.
Vi la muñeca del extranjero en la luz azucarada.
El alma está afuera.
Esa tarde, los monumentos de la ciudad se dieron a conocer por
[los movimientos de sus cuerpos.
Cada uno tenía la dignidad de sus propios movimientos.
Cada uno descansaba como oro duro y puro.
El cuidado importa mucho.
La ropa es por naturaleza pesada y cae sobre la tierra.
Quería describir la diferencia de las sensaciones.
Con gracia, las cortinas develaban a los ciudadanos
[cuando las movía el viento.
Diseñé todos estos movimientos para pintarlos.
Los cuartos se sentían pacientes, como conceptos.
No me gustaba la soledad y también la buscaba.
He pensado mucho en cómo hacer mis palabras claras en lugar de objetos de ornato.
Entonces las ventanas estaban tan maduras como los frutos que supuraban
[azúcares.
La gracia de los cuerpos, que llamamos belleza, nace de los azúcares.
Quería ver si mi cuerpo podía enmendar el espacio.
Narciso, que fue transformado en flor según los poetas, fue el inventor del
[cambio.
Algunos piensan que el azúcar le da forma al alma.
Estaba sola y hambrienta y era civil.
Me moví verticalmente en el aire dulce.
Su simplicidad o complejidad no era la mía.
Era una tibia tarde de septiembre con emociones feministas.
El movimiento se contrajo.
El aire destruía una capa del futuro.
Todavía éramos arena y grava y losas de concreto.
¿Cómo podría hablar o quejarme o gritar?
No tenía deseos de interrumpir sus ceremonias.
Buscaba el adorno de la humedad.
Necesitaba experimentar una fluidez radical.
Jugaba juegos romanos, como el amor, y el cambio.
Era una tibia tarde de septiembre y la ciudad y el cielo eran
[la misma sustancia.
Pero esa sustancia no era liberadora en sí misma.
Pedía abundancia y variedad.
Me refiero a la generosidad del pensamiento.
Debes imaginar que estaba parada frente a una ventana que me permitía ver
[todo lo que quería describir.
La utopía es tan emocional.
Y luego nos acostumbramos a eso.
Terminé este trabajo en Roma Vancouver.
Este es un tratado completamente original.
Nada era ni perfecto ni bueno.
Vi sus vidas en los hospicios que eran sus vidas.
Cada uno descansaba como oro duro y puro.
Cada una tenía la dignidad de su concepto.
Algunos permanecieron erectos, sobre un pie, dando la cara, y
[con la mano alta y los dedos felices.
En otros la cara estaba escondida, caídos los brazos, los pies juntos.
Cada uno montó su propia acción.
Algunos estaban sentados, otros sobre una rodilla, otros se acostaban.
Algunos estaban desnudos y otros medios desnudos y otros medio vestidos.
Los movimientos de la ciudad se notaban en los momentos de sus cuerpos.
El cuidado y el pensamiento importan mucho.
Aquí hablo como arquitecto.
Las ventanas se encarecieron.
Se trataba de los antiguos adornos de las cosas.
Yo sobrevolé apenas el límite del concepto.
Esto provocó una sensación de anticipación o de amor.
Narciso, quien fue transformado en una flor, fue el inventor del cambio.
Los contornos de las cosas son con frecuencia desconocidos.
Las cosas que vemos embonan sólo de vez en cuando.
Nunca tuve una experiencia unificadora del espacio.
La ciudad siempre fue un edificio de fricción.
Queríamos ser felices y elegantes en nuestro trabajo.
Lloré debido a la generosidad corpórea del siglo.
Nuestra libertad le daba miedo a la ciudad.
Solía maravillarme y, al mismo tiempo, solía sufrir.
Otras cualidades descansaban como una membrana sobre la superficie
[de lo mucho.
Y otras parpadeaban como la piel en un espejo viviente.
Dentro de la textura de la taxonomía vi sensaciones.
Mi emoción se sentía como un bulto muy apretado.
Había tantas cosas que no existían.
Esta tradición estaba basada en experimentos estéticos.
Mi técnica tenía su base en el deseo, no en la experiencia.
Había desmantelado el interior.
Escribía en la ciudad, que era una piel sobre un reloj.
Lo único que quería hacer era deformar una superficie.
Quería experimentar la mortalidad del pensamiento.
No podía percibir el espacio antes que a sus cuerpos y sus intervalos.
Los nichos seculares parpadeaban luminosamente.
El espacio era una muy buena condición de la luz corpuscular.
Fui testigo de tejidos inmateriales.
Embellecí a la antigüedad con mi carcajada.
¿Qué es la pintura sino el acto de abrazar?
Había vivido sujeta a otros, como en las pinturas.
Algunas veces diseñaba edificios de buenas proporciones en mi cabeza.
Me ocupaba con construcciones.
Estaba subdividida por el pensamiento de las cosas.
No había llenado mis órganos sensoriales.
Una pintura es tan suave con Narciso.
El elemento abarcador se tambaleaba.
¿Qué deberé hacer con mis sentidos?
--crg
UN TRATADO MODESTO
(un ensayo sobre perspectiva para Allyson Clay)
Lisa Robertson, Lisa Robertson´s Magenta Soul Whip, 63-68.
Traducción de Cristina RiveraGarza
Era una tibia tarde de septiembre.
Me disolvía corporalmente en el aire dejando sólo mi look.
La noche estaba llena de imágenes.
A algunas era fácil hacerlas sentir piedad.
Algunas eran agudas y sospechosas; algunas crédulas y puras.
Algunas eran altaneras y amargas.
Algunas humanas.
Algunas maleables y obsequiosas.
Algunas eran alegres.
Algunas eran tímidas, solitarias y austeras.
A algunas les gustaba ser halagadas por nuestro trabajo.
Algunas sufrían cuando se les criticaba.
Algunas eran crueles en su arrogancia, débiles ante el peligro, y así.
Era una tibia tarde de septiembre y entraba en su espacialidad,
[la cual no era clásica.
Era agradable romper los cánones de la proporción.
Era agradable imaginarse su vida.
Coloqué mi cuerpo en relación a sus privacidades místicas.
No pasó nada.
Era invisible.
Mi arquitectura también era invisible y específica y vasta y
[se tambaleaba.
Mi arquitectura se tambaleaba en su completa originalidad.
La llamé lujuria cívica.
El romance de la proporción no era para mí.
Emparejé el horizonte.
Aquí estaban los particulares del ocio.
Aquí estaban los particulares de las proporciones maleables.
El verbo era el avión de la pintura.
El trabajo del pintor es horizontal.
Miré en contra de la historia, y en contra también de la poesía.
Miré en contra del espacio que es.
Lo que alcanza una dama debe exceder a su alcance.
Una dama debe exceder su espacio o tambalearse.
Tambalearse era bueno.
Esta es una ecología manierista.
Era una tibia tarde de septiembre.
Contenía viejos, jóvenes, niños, matronas, niñas, animales domésticos, perros,
[aves, caballos, edificios y provincias.
Estaban organizados apropiadamente.
Mi técnica se basaba en la experiencia, no en el deseo.
Esta era una ecología de distancias.
No las podía leer de un modo bello.
¿Qué es lo que el hombro, la muñeca, el cuello, y sus varios
[puntos de flexión desean?
¿Qué es lo que quiere la flexibilidad mortal?
Como una forma de humilde ornamentación, intento
[articular transiciones.
Vi la muñeca del extranjero en la luz azucarada.
El alma está afuera.
Esa tarde, los monumentos de la ciudad se dieron a conocer por
[los movimientos de sus cuerpos.
Cada uno tenía la dignidad de sus propios movimientos.
Cada uno descansaba como oro duro y puro.
El cuidado importa mucho.
La ropa es por naturaleza pesada y cae sobre la tierra.
Quería describir la diferencia de las sensaciones.
Con gracia, las cortinas develaban a los ciudadanos
[cuando las movía el viento.
Diseñé todos estos movimientos para pintarlos.
Los cuartos se sentían pacientes, como conceptos.
No me gustaba la soledad y también la buscaba.
He pensado mucho en cómo hacer mis palabras claras en lugar de objetos de ornato.
Entonces las ventanas estaban tan maduras como los frutos que supuraban
[azúcares.
La gracia de los cuerpos, que llamamos belleza, nace de los azúcares.
Quería ver si mi cuerpo podía enmendar el espacio.
Narciso, que fue transformado en flor según los poetas, fue el inventor del
[cambio.
Algunos piensan que el azúcar le da forma al alma.
Estaba sola y hambrienta y era civil.
Me moví verticalmente en el aire dulce.
Su simplicidad o complejidad no era la mía.
Era una tibia tarde de septiembre con emociones feministas.
El movimiento se contrajo.
El aire destruía una capa del futuro.
Todavía éramos arena y grava y losas de concreto.
¿Cómo podría hablar o quejarme o gritar?
No tenía deseos de interrumpir sus ceremonias.
Buscaba el adorno de la humedad.
Necesitaba experimentar una fluidez radical.
Jugaba juegos romanos, como el amor, y el cambio.
Era una tibia tarde de septiembre y la ciudad y el cielo eran
[la misma sustancia.
Pero esa sustancia no era liberadora en sí misma.
Pedía abundancia y variedad.
Me refiero a la generosidad del pensamiento.
Debes imaginar que estaba parada frente a una ventana que me permitía ver
[todo lo que quería describir.
La utopía es tan emocional.
Y luego nos acostumbramos a eso.
Terminé este trabajo en Roma Vancouver.
Este es un tratado completamente original.
Nada era ni perfecto ni bueno.
Vi sus vidas en los hospicios que eran sus vidas.
Cada uno descansaba como oro duro y puro.
Cada una tenía la dignidad de su concepto.
Algunos permanecieron erectos, sobre un pie, dando la cara, y
[con la mano alta y los dedos felices.
En otros la cara estaba escondida, caídos los brazos, los pies juntos.
Cada uno montó su propia acción.
Algunos estaban sentados, otros sobre una rodilla, otros se acostaban.
Algunos estaban desnudos y otros medios desnudos y otros medio vestidos.
Los movimientos de la ciudad se notaban en los momentos de sus cuerpos.
El cuidado y el pensamiento importan mucho.
Aquí hablo como arquitecto.
Las ventanas se encarecieron.
Se trataba de los antiguos adornos de las cosas.
Yo sobrevolé apenas el límite del concepto.
Esto provocó una sensación de anticipación o de amor.
Narciso, quien fue transformado en una flor, fue el inventor del cambio.
Los contornos de las cosas son con frecuencia desconocidos.
Las cosas que vemos embonan sólo de vez en cuando.
Nunca tuve una experiencia unificadora del espacio.
La ciudad siempre fue un edificio de fricción.
Queríamos ser felices y elegantes en nuestro trabajo.
Lloré debido a la generosidad corpórea del siglo.
Nuestra libertad le daba miedo a la ciudad.
Solía maravillarme y, al mismo tiempo, solía sufrir.
Otras cualidades descansaban como una membrana sobre la superficie
[de lo mucho.
Y otras parpadeaban como la piel en un espejo viviente.
Dentro de la textura de la taxonomía vi sensaciones.
Mi emoción se sentía como un bulto muy apretado.
Había tantas cosas que no existían.
Esta tradición estaba basada en experimentos estéticos.
Mi técnica tenía su base en el deseo, no en la experiencia.
Había desmantelado el interior.
Escribía en la ciudad, que era una piel sobre un reloj.
Lo único que quería hacer era deformar una superficie.
Quería experimentar la mortalidad del pensamiento.
No podía percibir el espacio antes que a sus cuerpos y sus intervalos.
Los nichos seculares parpadeaban luminosamente.
El espacio era una muy buena condición de la luz corpuscular.
Fui testigo de tejidos inmateriales.
Embellecí a la antigüedad con mi carcajada.
¿Qué es la pintura sino el acto de abrazar?
Había vivido sujeta a otros, como en las pinturas.
Algunas veces diseñaba edificios de buenas proporciones en mi cabeza.
Me ocupaba con construcciones.
Estaba subdividida por el pensamiento de las cosas.
No había llenado mis órganos sensoriales.
Una pintura es tan suave con Narciso.
El elemento abarcador se tambaleaba.
¿Qué deberé hacer con mis sentidos?
--crg
Thursday, July 21, 2011
VERDE SHANGHAI
Una nota de Elmer Mendoza en su columna de El Universal sobre Verde Shanghai hoy: Cristina Rivera Garza
¿Y será que leer siempre es leer la mano?
--crg
Una nota de Elmer Mendoza en su columna de El Universal sobre Verde Shanghai hoy: Cristina Rivera Garza
¿Y será que leer siempre es leer la mano?
--crg
IN WHAT IS THE COLOR OF THE SACRED?, MICHAEL TAUSSIG RECALLS THAT "SHAMANIC SONGS THE WORLD OVER OFTEN USE ARCHAIC AND BIZARRE TERMS". THEN, HE ASKS: "COULD WE DARE THINK OF COLOR THE SAME WAY? AS THAT WHICH IS AT ODDS WITH THE NORMAL, AS THAT WHICH STRIKES A BIZARRE NOTE AND MAKES THE NORMAL COME ALIVE AND HAVE TRANSFORMATIVE POWER?" THEN, WITH A FLEETING SMILE PERHAPS, HE ADDS: "(JUST A THOUGHT)".
Wittgenstein alguna vez aseguró, de manera por demás famosa, que los colores nos invitan a filosofar.
#DiscodeNewton
-crg
Wittgenstein alguna vez aseguró, de manera por demás famosa, que los colores nos invitan a filosofar.
#DiscodeNewton
-crg
Wednesday, July 20, 2011
Tuesday, July 19, 2011
EL SÍ DE YOKO ONO
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Hay varias cosas que colocaré aquí: Una alberca luminosa, por ejemplo. Mira. Es una alberca azul de grandes dimensiones que está dentro de un balneario que se construyó en 1930 cerca de una costa. Poseo el cartel que lo comprueba. Esta es una escalera de caracol hecha de hierro, sinuosa y angosta, sí. Desvencijada. Ruidosa. Su último escalón da a una ventana. Del otro lado de la ventana está Yoko Ono sobre una escalera de caracol sosteniendo la palabra Sí en la mano derecha, y una lupa en la mano izquierda. Es para que veas mejor, dice la lupa sin que nadie le pregunte nada. Así es como nos damos cuenta de que no es una lupa sino un lobo. En algún lado de esta escena hay una enredadera. No la vemos, eso es cierto, pero podemos aspirar su aroma. La clorofila es a veces así.
Abajo de la escalera de caracol hay otra escalera, pero ésta es de piedra. Viejas rocas. Grafito o malaquita, da lo mismo. Abajo de las piedras se yergue un teatro diminuto. Dentro del teatro, justo sobre el escenario, colocaré a un hombre de tirantes y sombrero panamá (estoy segura de que tiene dos rodillas) y a una pequeña bailarina con un vestido de tul y una diadema de insectos.
Este es el momento en que se encienden las luces. Hay murmullos. Alguien tose.
Habitantes de la casa del verano (esto lo dice una voz).
Ex-habitantes de la intemperie del otoño y de la intemperie del invierno y de la intemperie de la primavera (continúa la misma voz: grave, limpia, masculina).
Ex-intempéricos (pareciera que lo repite aunque en realidad lo dice por primera vez).
Las luces han cambiado de color y de intensidad ahora mismo. Los murmullos se expanden por la platea. Alguien tose todavía. A esto en otros lugares se le conoce como silencio.
Habitantes del siglo XIX y del siglo XXI (continúa el eco a través de varios altavoces).
Hombres y mujeres capaces de hablar en oraciones completas y cláusulas dependientes y vagones repletos de acentos.
Queridos astronautas atados a objetos flotantes que miran sin cesar una libélula mientras imaginan una cueva.
Todos los que se llaman Cuerpo de Té de Regaliz y de Menta.
Es hora de que sepan esto: Estamos a un lado de la alberca luminosa, bajo una escalera de caracol que da a una ventana por la que es posible ver el sí de Yoko Ono, y bajo una escalera de piedra sobre la que, según cálculos, se han posado algunos cientos de millones de zapatos muy viejos, para presenciar, que es otra manera de decir comulgar, con una pequeña obra de teatro.
Habitantes del verano (y aquí la voz alza la voz) toda conversación es un drama, eso se sabe. O una comedia.
Ex-intempéricos, habitantes del siglo XIX con dos rodillas y una escafandra, miren:
(y justo aquí haré aparecer el sonido de un remo o de varios remos sobre las aguas tranquilas de algo que todavía no decido si es un río o una laguna o uno de los cuatro océanos)
Este es el momento en que la bailarina avanza por el escenario dando de vueltas, una y otra vez, y otra vez y otra vez con su corto vestido de tul y su diadema. Los brazos en alto. Las piernas más resueltas. La actividad continúa sin cambio alguno hasta que, exhausta, sudorosa (el ambiente, de hecho, ha dejado de oler a clorofila para oler a sudor, un olor punzante que entra por las fosas nasales y se clava luego en los huesos), recargada ya contra los talones de los zapatos de charol del hombre de tirantes que ha puesto atención a toda la escena, sudando también, acaso exhausto de antemano, toma conciencia de lo que ha escrito con las piernas a lo largo de la pista:
DEJEN QUE TODO MUNDO EN LA CIUDAD PIENSE EN LA PALABRA SÍ POR AL MENOS 30 MINUTOS AL MISMO TIEMPO. HÁGANLO CON FRECUENCIA.*
Este es el momento en que los hago levantar los brazos y flexionar los codos y golpear una palma de la mano contra la otra. Ahora se miran, embelesados. Ahora dicen, aunque en realidad murmuran: El verano nunca había sido tan largo.
La voz, masculina y clara, regresa por los altavoces del teatro: Habitantes de las escaleras y de las piscinas luminosas (incluso aquellos disfrazados de agentes ultrasecretos o de campesinos rusos o de mujeres con trece meses de embarazo), astronautas que miran el paisaje terrestre con esa larga, oh tan dúctil, con esa atroz melancolía, todos los que se llaman Cuerpo de Vapor de Agua que Hierve, esto ha sido, en efecto, una instrucción.
Y aquí es cuando se apagan las luces y una cortina de terciopelo rojo cae con un pesado ruido sobre el escenario. Ahora un helicóptero arroja papeletas de cartón sobre una ciudad de grafito que ha estado desierta por al menos 121 años. Las papeletas contienen la palabra: Respira. Las palabras: Esto es un abrazo. ¿Es eso un bosque de taiga? Está bien, aquello es un bosque de taiga. ¿Hay alguien sobre el borde del trampolín más alto que, inmóvil, observa las aguas que brillan allá abajo? Sí, en efecto, hay alguien allá arriba, estático.
Justo en este instante haré que los relojes digan la verdad.
Ahora es cuando sonrío.
Y, sí, alguien tose.
____
*Yoko Ono, fragmento de “Let´s Piece I”, Spring 1960.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Hay varias cosas que colocaré aquí: Una alberca luminosa, por ejemplo. Mira. Es una alberca azul de grandes dimensiones que está dentro de un balneario que se construyó en 1930 cerca de una costa. Poseo el cartel que lo comprueba. Esta es una escalera de caracol hecha de hierro, sinuosa y angosta, sí. Desvencijada. Ruidosa. Su último escalón da a una ventana. Del otro lado de la ventana está Yoko Ono sobre una escalera de caracol sosteniendo la palabra Sí en la mano derecha, y una lupa en la mano izquierda. Es para que veas mejor, dice la lupa sin que nadie le pregunte nada. Así es como nos damos cuenta de que no es una lupa sino un lobo. En algún lado de esta escena hay una enredadera. No la vemos, eso es cierto, pero podemos aspirar su aroma. La clorofila es a veces así.
Abajo de la escalera de caracol hay otra escalera, pero ésta es de piedra. Viejas rocas. Grafito o malaquita, da lo mismo. Abajo de las piedras se yergue un teatro diminuto. Dentro del teatro, justo sobre el escenario, colocaré a un hombre de tirantes y sombrero panamá (estoy segura de que tiene dos rodillas) y a una pequeña bailarina con un vestido de tul y una diadema de insectos.
Este es el momento en que se encienden las luces. Hay murmullos. Alguien tose.
Habitantes de la casa del verano (esto lo dice una voz).
Ex-habitantes de la intemperie del otoño y de la intemperie del invierno y de la intemperie de la primavera (continúa la misma voz: grave, limpia, masculina).
Ex-intempéricos (pareciera que lo repite aunque en realidad lo dice por primera vez).
Las luces han cambiado de color y de intensidad ahora mismo. Los murmullos se expanden por la platea. Alguien tose todavía. A esto en otros lugares se le conoce como silencio.
Habitantes del siglo XIX y del siglo XXI (continúa el eco a través de varios altavoces).
Hombres y mujeres capaces de hablar en oraciones completas y cláusulas dependientes y vagones repletos de acentos.
Queridos astronautas atados a objetos flotantes que miran sin cesar una libélula mientras imaginan una cueva.
Todos los que se llaman Cuerpo de Té de Regaliz y de Menta.
Es hora de que sepan esto: Estamos a un lado de la alberca luminosa, bajo una escalera de caracol que da a una ventana por la que es posible ver el sí de Yoko Ono, y bajo una escalera de piedra sobre la que, según cálculos, se han posado algunos cientos de millones de zapatos muy viejos, para presenciar, que es otra manera de decir comulgar, con una pequeña obra de teatro.
Habitantes del verano (y aquí la voz alza la voz) toda conversación es un drama, eso se sabe. O una comedia.
Ex-intempéricos, habitantes del siglo XIX con dos rodillas y una escafandra, miren:
(y justo aquí haré aparecer el sonido de un remo o de varios remos sobre las aguas tranquilas de algo que todavía no decido si es un río o una laguna o uno de los cuatro océanos)
Este es el momento en que la bailarina avanza por el escenario dando de vueltas, una y otra vez, y otra vez y otra vez con su corto vestido de tul y su diadema. Los brazos en alto. Las piernas más resueltas. La actividad continúa sin cambio alguno hasta que, exhausta, sudorosa (el ambiente, de hecho, ha dejado de oler a clorofila para oler a sudor, un olor punzante que entra por las fosas nasales y se clava luego en los huesos), recargada ya contra los talones de los zapatos de charol del hombre de tirantes que ha puesto atención a toda la escena, sudando también, acaso exhausto de antemano, toma conciencia de lo que ha escrito con las piernas a lo largo de la pista:
DEJEN QUE TODO MUNDO EN LA CIUDAD PIENSE EN LA PALABRA SÍ POR AL MENOS 30 MINUTOS AL MISMO TIEMPO. HÁGANLO CON FRECUENCIA.*
Este es el momento en que los hago levantar los brazos y flexionar los codos y golpear una palma de la mano contra la otra. Ahora se miran, embelesados. Ahora dicen, aunque en realidad murmuran: El verano nunca había sido tan largo.
La voz, masculina y clara, regresa por los altavoces del teatro: Habitantes de las escaleras y de las piscinas luminosas (incluso aquellos disfrazados de agentes ultrasecretos o de campesinos rusos o de mujeres con trece meses de embarazo), astronautas que miran el paisaje terrestre con esa larga, oh tan dúctil, con esa atroz melancolía, todos los que se llaman Cuerpo de Vapor de Agua que Hierve, esto ha sido, en efecto, una instrucción.
Y aquí es cuando se apagan las luces y una cortina de terciopelo rojo cae con un pesado ruido sobre el escenario. Ahora un helicóptero arroja papeletas de cartón sobre una ciudad de grafito que ha estado desierta por al menos 121 años. Las papeletas contienen la palabra: Respira. Las palabras: Esto es un abrazo. ¿Es eso un bosque de taiga? Está bien, aquello es un bosque de taiga. ¿Hay alguien sobre el borde del trampolín más alto que, inmóvil, observa las aguas que brillan allá abajo? Sí, en efecto, hay alguien allá arriba, estático.
Justo en este instante haré que los relojes digan la verdad.
Ahora es cuando sonrío.
Y, sí, alguien tose.
____
*Yoko Ono, fragmento de “Let´s Piece I”, Spring 1960.
--crg
Tuesday, July 12, 2011
RECUÉRDAME PARA QUÉ ES LA LUZ
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Esta es una historia de amor. Es una historia de amor escrita en versos. Es una historia de amor escrita en versos que han escrito otros. La historia de amor escrita en versos escritos por otros está en traducción. La traducción (del inglés al español) la hice yo. Esta es una historia de amor que escribieron, en conjunto, Keith Waldrop y Kate Hall y Gennady Aygi y Juliana Spahr y Rae Armantrout. Pero ellos no lo saben. Esta es la historia de amor que ellos desconocen. Esta es la historia de amor de otros que compuse yo. Aunque tal vez sea al contrario o al revés o viceversa.
I. Y estábamos listos para algo nuevo./ Pensamos que avistamos tierra.
Te vi viendo tus caballos de miniatura,
tu bote modelo con su pequeño timón del capitán.
Debiste hacerte aún más pequeño para caber
en ese espacio. Yo debí hacerlo. En cierto punto
estaba en la popa y tú estabas solo
en la proa con tu caleidoscopio.
Hicimos desfilar demasiadas cosas vivas
en esos navíos diminutos. Pudimos haber creado nuevas especies
con tanto hacinamiento. Estábamos ocupados en la cubierta,
temerosos de abrir esa puerta de madera. Los leones
podrían ser los mismos viejos leones que han poblado cada sabana
y estábamos listos para algo nuevo.
Pensamos que avistamos tierra. Queríamos tierra[1].
II. Si fuera posible entender/ el peligro de caer, sin la experiencia de/ caer
Todas las acostumbradas fases del amor. El miedo
a la oscuridad se parece al miedo
a los animales. Virando un poco a la izquierda,
lejos de calles suburbanas. Profunda emoción.
Puedo predecir desagradables
eventos, aunque el miedo al dolor
raramente se menciona. Damas con velos en
palacios protegidos, intercambiando cartas.
Si fuera posible entender
el peligro de caer, sin la experiencia de
caer, su efecto manifiesto
en el alma. Oculta bajo la manga, la ansiedad.
El sacrificio previsto es eventualmente
sostenido en otro sitio. La fotografía puramente imaginaria
de la persona cuyo velo se mantiene
sobre la mente. Los mensajeros van y vienen.
La voz de una muchacha canta
del otro lado de la pared. El sobresalto, el llanto
y los movimientos difusos. Padezco una nerviosismo
constitucional en cuestión de fuegos.
Sin una visión real del objeto
amado. Esparcido
sobre sofás, vistiendo ropas indecentes. Marca
en tu memoria este insomnio [2].
III. Luego entonces y por consiguiente/ ya en la eternidad
a veces—pensamos: amor
(y sin embargo sólo hay silencio):
parece un círculo único—de luz—y quietud
para nadie—desde hace tanto:
ya—con nosotros—¡distante!
así que ahora con todo el verano ya
(y todavía más hasta el otoño)
tú—como algo no visto—en la abierta blancura
¡en el brillo despreocupado!
y viviendo tal vida (si la recuerdo como acción)
mirando acaso ciegamente
sé (como siento las heridas de los niños)
que sí: un poco
al pasar:jugar—a través de la vida
tú—como cierto círculo
(de las distancias como distancia)
como un débil "dios" en la mente (y luego entonces y por consiguiente
ya en la "eternidad")—eres adorable[3] .
IV. El alma/ está haciendo demasiadas preguntas
Queridos ocupantes del bosque de los cerillos,
estamos haciéndonos más altos. Enciendo la carne asada de mi amigo
al rozar una simple idea contra
mi paisaje visible. Ocupantes,
sé que están pensando
si dejamos las ramas con las hojas
podrían crecer hasta ser lo suficientemente grandes
para que nuestros autobuses pasen a través de ellas.
Pero esto tomaría un tiempo que tal vez
no tengamos. El mundo
se está reduciendo conforme el universo se expande,
y recuerden, es posible
prenderle fuego a todo eso,
y entonces hacer que produzca semillas en la ceniza.
Queridos ocupantes de las cajas de mudanza,
hay días en que olvido
que ustedes tienen que vivir también aquí, en estos cubos
de cartón, revueltos junto con lámparas
que no funcionan. Todo está etiquetado pero
como hemos usado las cajas una y otra vez, los objetos en la lista
no son los que están dentro. Así que, ocupantes, estoy perdiendo
la fe. Los que me ayudan a mudarme están en movimiento también.
Ustedes han visto que se puede inundar un sótano.
He buscado a Santo Tomás como uno buscaría
a un plomero. Y sufro de mareos.
Recuérdenme que vivo aquí, aún si
no vivo. Dejen que se pierda la arquitectura.
Si la luna debe ser un péndulo,
dejen que el reflejo permanezca inmóvil.
Queridos ocupantes del tiempo y del espacio,
sujetos a leyes causales, estoy escapando
a través de una ventana rota,
allá donde las estrellas están, viendo hacia adentro
de mí a través de mí. Hace frío.
Estos son regalos más bien extraños. A mi amigo le di
hipotermia. Llevábamos puestos trajes de astronauta
atados por cuerdas atadas a
objetos flotantes. Le pasé los cristales de hielo
a través de esta composición. Ocupantes, el alma
está haciendo demasiadas preguntas. Quiere
saber si tiene una bella forma. Y no
sé qué responderle[4] .
V. Y hablamos todo el día porque amábamos
Pusimos nuestras cabezas sobre una almohada estrecha, sobre una piedra, sobre una estrecha almohada de piedra, y hablamos todo el día porque amábamos.
Amábamos el arroyo.
Y éramos del arroyo.
Y no podíamos no amar porque llegamos al banco del arroyo y empezamos a respirar y el arroyo era variado y estaba lleno de información y cambió nuestros cuerpos con sus podridas con su frío con su limpio con su mugriento con sus hojas caídas con sus cosas que muerden las orillas de la piel con sus hojas con su arena y su sucio y con su olor acre a veces con sus secas y espinosas con su calidez con su blando y húmedo con sus piedras planas y duras al fondo con sus líneas del horizonte de las lomas apacibles con su oscuridad con su luz veteada con el zumbido de las cigarras con sus trinos de pájaros[5] .
VI. Los años; la/ maleza
Conocemos la historia.
Ella se vuelve
atrás para encontrar su rastro
devorado por los pájaros.
Los años; la
maleza.
[1] Kate Hall, "Estamos ocupados escribiendo animales", El sueño de la certeza, 11.
[2] Keith Waldrop, "Un invierno involuntario", Estudios trascendentales. Una triología.
[3] Gennady Aygi, ", “Phlox (Y: acerca de un cambio)”, Campo-Rusia, Trans. from chuvash by Peter France
[4] Kate Hall, "Recuérdenme para qué es la luz", El sueño de la certeza, 33-34.
[5] Juliana Sphar, "Sé amable ahora, no rompas más corazones", Tarpaulin Sky V3n2, Summer05.
[6] Rae Armantrout, “Generación”, Velo: Poemas nuevos y seleccionados.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Esta es una historia de amor. Es una historia de amor escrita en versos. Es una historia de amor escrita en versos que han escrito otros. La historia de amor escrita en versos escritos por otros está en traducción. La traducción (del inglés al español) la hice yo. Esta es una historia de amor que escribieron, en conjunto, Keith Waldrop y Kate Hall y Gennady Aygi y Juliana Spahr y Rae Armantrout. Pero ellos no lo saben. Esta es la historia de amor que ellos desconocen. Esta es la historia de amor de otros que compuse yo. Aunque tal vez sea al contrario o al revés o viceversa.
I. Y estábamos listos para algo nuevo./ Pensamos que avistamos tierra.
Te vi viendo tus caballos de miniatura,
tu bote modelo con su pequeño timón del capitán.
Debiste hacerte aún más pequeño para caber
en ese espacio. Yo debí hacerlo. En cierto punto
estaba en la popa y tú estabas solo
en la proa con tu caleidoscopio.
Hicimos desfilar demasiadas cosas vivas
en esos navíos diminutos. Pudimos haber creado nuevas especies
con tanto hacinamiento. Estábamos ocupados en la cubierta,
temerosos de abrir esa puerta de madera. Los leones
podrían ser los mismos viejos leones que han poblado cada sabana
y estábamos listos para algo nuevo.
Pensamos que avistamos tierra. Queríamos tierra[1].
II. Si fuera posible entender/ el peligro de caer, sin la experiencia de/ caer
Todas las acostumbradas fases del amor. El miedo
a la oscuridad se parece al miedo
a los animales. Virando un poco a la izquierda,
lejos de calles suburbanas. Profunda emoción.
Puedo predecir desagradables
eventos, aunque el miedo al dolor
raramente se menciona. Damas con velos en
palacios protegidos, intercambiando cartas.
Si fuera posible entender
el peligro de caer, sin la experiencia de
caer, su efecto manifiesto
en el alma. Oculta bajo la manga, la ansiedad.
El sacrificio previsto es eventualmente
sostenido en otro sitio. La fotografía puramente imaginaria
de la persona cuyo velo se mantiene
sobre la mente. Los mensajeros van y vienen.
La voz de una muchacha canta
del otro lado de la pared. El sobresalto, el llanto
y los movimientos difusos. Padezco una nerviosismo
constitucional en cuestión de fuegos.
Sin una visión real del objeto
amado. Esparcido
sobre sofás, vistiendo ropas indecentes. Marca
en tu memoria este insomnio [2].
III. Luego entonces y por consiguiente/ ya en la eternidad
a veces—pensamos: amor
(y sin embargo sólo hay silencio):
parece un círculo único—de luz—y quietud
para nadie—desde hace tanto:
ya—con nosotros—¡distante!
así que ahora con todo el verano ya
(y todavía más hasta el otoño)
tú—como algo no visto—en la abierta blancura
¡en el brillo despreocupado!
y viviendo tal vida (si la recuerdo como acción)
mirando acaso ciegamente
sé (como siento las heridas de los niños)
que sí: un poco
al pasar:jugar—a través de la vida
tú—como cierto círculo
(de las distancias como distancia)
como un débil "dios" en la mente (y luego entonces y por consiguiente
ya en la "eternidad")—eres adorable[3] .
IV. El alma/ está haciendo demasiadas preguntas
Queridos ocupantes del bosque de los cerillos,
estamos haciéndonos más altos. Enciendo la carne asada de mi amigo
al rozar una simple idea contra
mi paisaje visible. Ocupantes,
sé que están pensando
si dejamos las ramas con las hojas
podrían crecer hasta ser lo suficientemente grandes
para que nuestros autobuses pasen a través de ellas.
Pero esto tomaría un tiempo que tal vez
no tengamos. El mundo
se está reduciendo conforme el universo se expande,
y recuerden, es posible
prenderle fuego a todo eso,
y entonces hacer que produzca semillas en la ceniza.
Queridos ocupantes de las cajas de mudanza,
hay días en que olvido
que ustedes tienen que vivir también aquí, en estos cubos
de cartón, revueltos junto con lámparas
que no funcionan. Todo está etiquetado pero
como hemos usado las cajas una y otra vez, los objetos en la lista
no son los que están dentro. Así que, ocupantes, estoy perdiendo
la fe. Los que me ayudan a mudarme están en movimiento también.
Ustedes han visto que se puede inundar un sótano.
He buscado a Santo Tomás como uno buscaría
a un plomero. Y sufro de mareos.
Recuérdenme que vivo aquí, aún si
no vivo. Dejen que se pierda la arquitectura.
Si la luna debe ser un péndulo,
dejen que el reflejo permanezca inmóvil.
Queridos ocupantes del tiempo y del espacio,
sujetos a leyes causales, estoy escapando
a través de una ventana rota,
allá donde las estrellas están, viendo hacia adentro
de mí a través de mí. Hace frío.
Estos son regalos más bien extraños. A mi amigo le di
hipotermia. Llevábamos puestos trajes de astronauta
atados por cuerdas atadas a
objetos flotantes. Le pasé los cristales de hielo
a través de esta composición. Ocupantes, el alma
está haciendo demasiadas preguntas. Quiere
saber si tiene una bella forma. Y no
sé qué responderle[4] .
V. Y hablamos todo el día porque amábamos
Pusimos nuestras cabezas sobre una almohada estrecha, sobre una piedra, sobre una estrecha almohada de piedra, y hablamos todo el día porque amábamos.
Amábamos el arroyo.
Y éramos del arroyo.
Y no podíamos no amar porque llegamos al banco del arroyo y empezamos a respirar y el arroyo era variado y estaba lleno de información y cambió nuestros cuerpos con sus podridas con su frío con su limpio con su mugriento con sus hojas caídas con sus cosas que muerden las orillas de la piel con sus hojas con su arena y su sucio y con su olor acre a veces con sus secas y espinosas con su calidez con su blando y húmedo con sus piedras planas y duras al fondo con sus líneas del horizonte de las lomas apacibles con su oscuridad con su luz veteada con el zumbido de las cigarras con sus trinos de pájaros[5] .
VI. Los años; la/ maleza
Conocemos la historia.
Ella se vuelve
atrás para encontrar su rastro
devorado por los pájaros.
Los años; la
maleza.
[1] Kate Hall, "Estamos ocupados escribiendo animales", El sueño de la certeza, 11.
[2] Keith Waldrop, "Un invierno involuntario", Estudios trascendentales. Una triología.
[3] Gennady Aygi, ", “Phlox (Y: acerca de un cambio)”, Campo-Rusia, Trans. from chuvash by Peter France
[4] Kate Hall, "Recuérdenme para qué es la luz", El sueño de la certeza, 33-34.
[5] Juliana Sphar, "Sé amable ahora, no rompas más corazones", Tarpaulin Sky V3n2, Summer05.
[6] Rae Armantrout, “Generación”, Velo: Poemas nuevos y seleccionados.
--crg
Monday, July 11, 2011
LAS AVENTURAS DE LA INCREÍBLEMENTE PEQUEÑA, No. 7, Julio 2011
[mientras escuchaba Jah Wobble, Fading (extended mix)]
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
--crg
[mientras escuchaba Jah Wobble, Fading (extended mix)]
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
--crg
Tuesday, July 05, 2011
LOS 140s Y LAS ESCRITURAS DE HOY
Un artículo de Yanet Aguilar en El Unviersal: Quién es quién en la twitteratura
--crg
Un artículo de Yanet Aguilar en El Unviersal: Quién es quién en la twitteratura
--crg
ESCRIBIR CONTRA LA GUERRA
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No hay pocas escenas de horror y sangre en la crónica gráfica que Joe Sacco publicara en 2001 sobre la guerra en el este de Bosnia, especialmente sobre la manera en que ésta se desarrolló en Gorzade, un pequeño poblado enclavado en el valle de Drina y cuya población fuera predominantemente musulmana y serbia. En el recuento crítico de la guerra durante el álgido período que va de 1992 a 1995 aparecen,naturalmente,las escenas de hambre y creciente desesperanza que fueron marcando la región, así como los recuadros en los que se da cuenta de los tiroteos nocturnos que pronto se convertirían en diurnos y, luego, en permanentes. Están las aguas ensangrentadas de un río, el Drina, cuyo nombre se convertiría luego en el nombre de los cigarros que calmaban los nervios y servían también como moneda de cambio. Narradas a veces en la voz de la primera persona que le pertenece a los testigos presenciales y a los sobrevivientes, pasan por estas páginas llenas por igual de dibujos y de palabras, las vergonzosas masacres de Foca y Srebrenica. Las violaciones masivas de mujeres, los cuerpos descuartizados de hombres y de niños, los hospitales donde se operaba, cuando se podía, sin anestesia: todo eso está en el libro.
Pero tal vez no hay cosa más escalofriante en estas páginas traspasadas por las marcas más atroces de la guerra que cuando los personajes, habitantes comunes y corrientes de Gorzade, empiezan a contar, más con estupor que con verdadera rabia al inicio, más con el horror que no pocas veces conduce a la incredulidad que al deseo de venganza, cómo fueron reconociendo las caras de sus vecinos en los cuerpos de sus atacantes. Y digo que tal vez no haya cosa más escalofriante porque es ahí, en ese cruel reconocimiento, que los lectores de este libro maravilloso y horrendo, humano y atroz, finalmente nos damos cuenta de lo que significa vivir en guerra, hacer la guerra, sufrir la guerra en el día con día.
De manera por demás sintomática, es en el capítulo intitulado “Vecinos” que la madre de Edin, el amigo-informante que es el Virgilio a cargo de llevarnos tanto a Joe como a sus lectores por los intrincados caminos de Gorzade durante estos años tan difíciles, comienza a mencionar los nombres de los rostros de sus vecinos serbios en una filmación casera. La mujer recuerda ahí, en un par de recuadros que privilegian un rostro ya cruzado de arrugas, cómo solían tomar café en sus casas o cómo celebraban sus navidades ortodoxas o, incluso, asistían a sus bodas. “Cuando los serbios se acercaron como a 50 metros”, admite otro mientras, asomado apenas detrás de un barandal, reconoce a lo lejos a un soldado perpetrado bajo el dintel de una puerta, “reconocí a mi vecino. Uno de ellos había pasado mucho tiempo con mi hijo más joven, mucho tiempo en mi casa… haciendo la tarea, con mi hijo”.
“La cosa más espantosa y aterrorizante del fascismo”, detalla Christopher Hitchens en la introducción de este libro, “es que sólo toma unos cuantos gestos (la cabeza de un cerdo en una mezquita, el rumor de un niño secuestrado, una provocación armada en una boda) deshacer lo que el trabajo comunal ha hecho por generaciones enteras”. Y añade: “Pero normalmente los fascistas no tienen las agallas para llevar a cabo este trabajo por sí solos, necesitan el apoyo de sus superiores o la ayuda de un poder externo, y necesitan saber sobre todo que “la ley”, ya sea definida nacional o internacionalmente, será una broma a expensas de sus víctimas”. De acuerdo a Hitchens, estas tres indulgencias fueron garantizadas en Bosnia durante los años del monumental conflicto. Así fue como los vecinos olvidaron a los vecinos y se encerraron en su terror. Así también fue cómo representantes del Estado, originalmente elegidos para servir y salvaguardar el bienestar de los ciudadanos, eligieron una alharaca nacionalista, enunciada aquí en términos étnicos, para demostrar que tenían la razón en lugar de gobernar. Así fue cómo el trabajo de generaciones enteras en eso que hacemos bien en llamar vecindario o, más generalmente, comunidad, fue disolviéndose en un río (y esto no es metáfora) de sangre y de impunidad.
Si algún lector cree que me he equivocado y, en lugar de hablar de Gorzade a finales de siglo XX, estoy hablando de México a inicios del XXI, debo decirle que no ha cometido un error. La historia que Joe Sacco va desarrollando en textos bien informados, diálogos delirantes y verosímiles (tal vez verosímiles por lo delirantes), y dibujos precisos, de gran poder evocador, es, en efecto, sobre la guerra en el este de Bosnia, pero es sobre todo, de ahí el paralelismo, sobre La Guerra, así, con las mayúsculas de las minúsculas. Difícil no asociar el hambre de poder, el cinismo y cerrazón de los gobernantes, el reino imperante de la corrupción y la impunidad, con los hechos que forman la realidad del país donde nací. No son gratuitos los consejos de no viajar por carretera, ni las sugerencias, sobre todo en ciertas ciudades del norte, de no salir a cenar en lugares públicos ni mucho menos a bailar o divertirse. No son exageraciones lo que cuentan en voz baja los parientes que visitan desde esas ciudades fronterizas: ya se pude cruzar ciertas brechas y el olor a cuerpos chamuscados por las tierras de adentro no es tan obvio, pero nada se ha calmado. No es exceso de cariño ni proclividad por el melodrama lo que provoca que cada despedida vaya precedida de un “cuídeseme mucho” y el abrazo del que no está seguro que esto, este abrazo, volverá a suceder.
¿Cuántos recuerdan todavía lo que sucedió en Bosnia? ¿A cuántos les estremece aún el nombre de Srebrenica? Mi temor es que, sin un registro de los testimonios de esta guerra mal llamada contra el narcotráfico, sin un gran archivo que resguarde las voces de las víctimas de la guerra con la que el gobierno de México decidió unilateralmente iniciar el siglo, en algunos años no sólo habremos de olvidar las masacres y el dolor, sino también, acaso sobre todo, ese trabajo de generaciones enteras, ese trabajo amoroso y rutinario, dialógico y constante, que cuesta formar la comunidad que bien hacemos en llamar vecindario. Escribir es un estremecimiento también. Y es algo nuestro.
--crg
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
No hay pocas escenas de horror y sangre en la crónica gráfica que Joe Sacco publicara en 2001 sobre la guerra en el este de Bosnia, especialmente sobre la manera en que ésta se desarrolló en Gorzade, un pequeño poblado enclavado en el valle de Drina y cuya población fuera predominantemente musulmana y serbia. En el recuento crítico de la guerra durante el álgido período que va de 1992 a 1995 aparecen,naturalmente,las escenas de hambre y creciente desesperanza que fueron marcando la región, así como los recuadros en los que se da cuenta de los tiroteos nocturnos que pronto se convertirían en diurnos y, luego, en permanentes. Están las aguas ensangrentadas de un río, el Drina, cuyo nombre se convertiría luego en el nombre de los cigarros que calmaban los nervios y servían también como moneda de cambio. Narradas a veces en la voz de la primera persona que le pertenece a los testigos presenciales y a los sobrevivientes, pasan por estas páginas llenas por igual de dibujos y de palabras, las vergonzosas masacres de Foca y Srebrenica. Las violaciones masivas de mujeres, los cuerpos descuartizados de hombres y de niños, los hospitales donde se operaba, cuando se podía, sin anestesia: todo eso está en el libro.
Pero tal vez no hay cosa más escalofriante en estas páginas traspasadas por las marcas más atroces de la guerra que cuando los personajes, habitantes comunes y corrientes de Gorzade, empiezan a contar, más con estupor que con verdadera rabia al inicio, más con el horror que no pocas veces conduce a la incredulidad que al deseo de venganza, cómo fueron reconociendo las caras de sus vecinos en los cuerpos de sus atacantes. Y digo que tal vez no haya cosa más escalofriante porque es ahí, en ese cruel reconocimiento, que los lectores de este libro maravilloso y horrendo, humano y atroz, finalmente nos damos cuenta de lo que significa vivir en guerra, hacer la guerra, sufrir la guerra en el día con día.
De manera por demás sintomática, es en el capítulo intitulado “Vecinos” que la madre de Edin, el amigo-informante que es el Virgilio a cargo de llevarnos tanto a Joe como a sus lectores por los intrincados caminos de Gorzade durante estos años tan difíciles, comienza a mencionar los nombres de los rostros de sus vecinos serbios en una filmación casera. La mujer recuerda ahí, en un par de recuadros que privilegian un rostro ya cruzado de arrugas, cómo solían tomar café en sus casas o cómo celebraban sus navidades ortodoxas o, incluso, asistían a sus bodas. “Cuando los serbios se acercaron como a 50 metros”, admite otro mientras, asomado apenas detrás de un barandal, reconoce a lo lejos a un soldado perpetrado bajo el dintel de una puerta, “reconocí a mi vecino. Uno de ellos había pasado mucho tiempo con mi hijo más joven, mucho tiempo en mi casa… haciendo la tarea, con mi hijo”.
“La cosa más espantosa y aterrorizante del fascismo”, detalla Christopher Hitchens en la introducción de este libro, “es que sólo toma unos cuantos gestos (la cabeza de un cerdo en una mezquita, el rumor de un niño secuestrado, una provocación armada en una boda) deshacer lo que el trabajo comunal ha hecho por generaciones enteras”. Y añade: “Pero normalmente los fascistas no tienen las agallas para llevar a cabo este trabajo por sí solos, necesitan el apoyo de sus superiores o la ayuda de un poder externo, y necesitan saber sobre todo que “la ley”, ya sea definida nacional o internacionalmente, será una broma a expensas de sus víctimas”. De acuerdo a Hitchens, estas tres indulgencias fueron garantizadas en Bosnia durante los años del monumental conflicto. Así fue como los vecinos olvidaron a los vecinos y se encerraron en su terror. Así también fue cómo representantes del Estado, originalmente elegidos para servir y salvaguardar el bienestar de los ciudadanos, eligieron una alharaca nacionalista, enunciada aquí en términos étnicos, para demostrar que tenían la razón en lugar de gobernar. Así fue cómo el trabajo de generaciones enteras en eso que hacemos bien en llamar vecindario o, más generalmente, comunidad, fue disolviéndose en un río (y esto no es metáfora) de sangre y de impunidad.
Si algún lector cree que me he equivocado y, en lugar de hablar de Gorzade a finales de siglo XX, estoy hablando de México a inicios del XXI, debo decirle que no ha cometido un error. La historia que Joe Sacco va desarrollando en textos bien informados, diálogos delirantes y verosímiles (tal vez verosímiles por lo delirantes), y dibujos precisos, de gran poder evocador, es, en efecto, sobre la guerra en el este de Bosnia, pero es sobre todo, de ahí el paralelismo, sobre La Guerra, así, con las mayúsculas de las minúsculas. Difícil no asociar el hambre de poder, el cinismo y cerrazón de los gobernantes, el reino imperante de la corrupción y la impunidad, con los hechos que forman la realidad del país donde nací. No son gratuitos los consejos de no viajar por carretera, ni las sugerencias, sobre todo en ciertas ciudades del norte, de no salir a cenar en lugares públicos ni mucho menos a bailar o divertirse. No son exageraciones lo que cuentan en voz baja los parientes que visitan desde esas ciudades fronterizas: ya se pude cruzar ciertas brechas y el olor a cuerpos chamuscados por las tierras de adentro no es tan obvio, pero nada se ha calmado. No es exceso de cariño ni proclividad por el melodrama lo que provoca que cada despedida vaya precedida de un “cuídeseme mucho” y el abrazo del que no está seguro que esto, este abrazo, volverá a suceder.
¿Cuántos recuerdan todavía lo que sucedió en Bosnia? ¿A cuántos les estremece aún el nombre de Srebrenica? Mi temor es que, sin un registro de los testimonios de esta guerra mal llamada contra el narcotráfico, sin un gran archivo que resguarde las voces de las víctimas de la guerra con la que el gobierno de México decidió unilateralmente iniciar el siglo, en algunos años no sólo habremos de olvidar las masacres y el dolor, sino también, acaso sobre todo, ese trabajo de generaciones enteras, ese trabajo amoroso y rutinario, dialógico y constante, que cuesta formar la comunidad que bien hacemos en llamar vecindario. Escribir es un estremecimiento también. Y es algo nuestro.
--crg
Sunday, July 03, 2011
EL SÍNDROME VERDESHANGAHI
Sandra Lorenzano publica hoy en su columna de El Universal una versión abreviada de lo que leyó durante la presentación de Verde Shanghai en la FCE Rosario Castellanos ese viernes en que paró la lluvia. Aquí el link a De cafés de chinos y otros olvidos.
Pero aquí va la versión completa, toda entera:
El síndrome Verde Shanghai
Sandra Lorenzano
¿Cuántas vidas vivimos al mismo tiempo? Quiero decir: si usted entra por una puerta llamándose de una manera, con un cierto pasado, una forma de vestir y de desvestirse, de caminar y de mirar al mundo, y al atravesarla se llama de otra manera, tiene otro pasado, otra forma de desvestirse y de mirar al mundo, no piense que ha perdido la razón, o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted, pongamos por caso, va manejando su automóvil y no comprende la palabra “alto”, o cree que se la dicen a alguien más, o de pronto la o lo llaman con otro nombre, y usted no recuerda: no recuerda qué hace ahí, ni cómo se llama realmente, ni qué hacía manejando un automóvil, y sólo se le ocurre pensar que “el olvido es una boa que se muerde la cola”. O ve a alguien desde arriba, desde un imposible cielo, y no descubre en ese alguien ningún rasgo conocido, aunque el nombre con que lo llaman le resulta vagamente familiar y añorado, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted siente que dentro de sí tiene otras vidas y otros personajes. Si usted siente que cuando vive, escribe, o cuando escribe, reescribe. Si siente de pronto que eso que está pasando en este instante ya lo ha vivido, y en cambio duda de sus propios recuerdos. Si usted no está seguro de si algo lo vio, lo imaginó, lo escribió o lo olvidó, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted se mira al espejo y descubre que tiene rasgos asiáticos, o camina por la calle de Dolores y se siente como en casa, si el nombre de Xian le trae vagas reminiscencias de tazas de té humeantes con perfume de jazmines, si se sorprende al descubrir que ha pasado la noche con un desconocido que dice ser su esposo, si extraña gatos que nunca tuvo, y sólo se le ocurre pensar que “el olvido es una boa que se muerde la cola. Toda mordida es un círculo”. Si siente que la voluntad es una lechuza y no le queda claro qué tipo de convivencia o de enfrentamiento podría darse entre ésta y la boa. Si escribe para no olvidar aquello que tal vez nunca ha vivido, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted siente que se hace y se deshace permanentemente, que ninguna frontera es fija (a pesar de lo que diga la “border patrol”), que tiene tantas identidades como su capacidad de imaginar lo olvidado, o de olvidar lo imaginado, tenga. Si siente que en cada “deja vu” franquea el paso a sus deseos más ocultos. Si cada semáforo le ofrece nombres ajenos en lenguas remotas que florecen en su propia lengua, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Quizás lo que suceda es que usted padezca del llamado “Síndrome Verde Shanghai”. Un síndrome cuya expresión más clara puede sintetizarse en una pequeña frase de Antonio Porchia que dice: “Si olvidara lo que no fui, me olvidaría de mí mismo”.
¿Cuántas vidas vivimos al mismo tiempo?, preguntaba yo al comienzo de estas líneas. Pero quizás sea más pertinente preguntar ¿cuántas vidas NO vivimos al mismo tiempo? ¿Cuántas vidas quedan para siempre en “la negra espalda del tiempo”, como llama Javier Marías a ese espacio de posibilidades en que las boas se muerden la cola? ¿Cuánta nostalgia carga lo que no sucedió? ¿Cuántos recuerdos nunca existirán y aún así nos dejan un vacío que duele? Dicen los que saben que eso, justamente eso, son las saudades de las que hablan los fados portugueses. Y tal vez esa vida, la vida que hace que los fados portugueses sean mi hogar es una de las vidas que se me han quedado a mí en la negra espalda del tiempo. ¿Y a ustedes? ¿Cuántas vidas no han vivido y aún así les causan nostalgia?
¿Cuántas vidas no hubiera vivido Marina Espinosa si no hubiera “merodeado” por los linderos de ese olvido que añora lo que quizás nunca ha sucedido? ¿Cuántas vidas no viviría Xian por las calles increíblemente entrañables de una ciudad ajena?
Víctimas todos – Marina, Xian, usted y yo misma – del “Síndrome Verde Sahnghai”, cuya definición es fácil encontrar en cualquier diccionario del alma que se precie:
“Dícese de la mirada sobre la realidad que carga con más de un olvido sobre más de una vida. El nombre está tomado de un ignoto café de chinos de una ciudad ‘enorme, gris, monstruosa’, a decir de algunos poetas. Éste, como todos los cafés de chinos – en los sitios donde los chinos son lo absolutamente otro – es también el umbral de mundos olvidados, de realidades devoradas por los olvidos: imagen extrañamente familiar de pasadizos secretos hacia otras vidas, tampoco vividas y apenas recordadas. Claro que – continuaría diciendo el diccionario del alma – en los cafés de chinos de China difícilmente se presenta este fenómeno. Es más fácil encontrar la propia matrioshka interior (llamada también “caja china” fuera del país asiático) en restaurantes mexicanos, tan valorados en la actualidad por los paladares orientales.” Hasta aquí el diccionario.
Si el “Síndrome Verde Shanghai” nos permite encontrar nuestros múltiples rostros en añoradas cajas chinas con aroma a Olinalá, es porque Cristina Rivera Garza se internó un día cualquiera en su propia escritura para regalarnos un espejo e invitarnos a pasar a través de él. Ni Marina, ni Xian, ni Julia Bradaigh, ni yo misma, entonces: Alicia, de pronto. Eso sí, ya no con la cara fresca de la infancia, sino con las marcas que dejan los años y la vida en un país imaginado hace siglos, y en el que todos vivimos y morimos varias veces por día. En el que vivimos y morimos de la mano de las mujeres de Juárez, de la mano de Luz María Dávila, de la mano de Javier Sicilia, de los migrantes centroamericanos que pasan por nuestra frontera sur, de nuestros propios migrantes que pasan por la frontera norte, de los chavos que habitan las calles de nuestras ciudades, de la gente que no quiere ser llamada “víctima colateral”, de la mano de cada uno de ustedes.
Y Cristina nos invita a pasar del otro lado del espejo porque sabe que el horror no tiene por qué paralizarnos. Porque sabe que el dolor puede ser también una forma de acompañar en el camino. Porque sabe que también somos piel y cuerpo y deseo y compasión y ganas de abrazos y nombres que se suman al recuerdo de otros nombres.
Porque sabe del secreto que encierran las palabras, sabe del aire vuelto letra sobre la página. Sabe del relato que busca siempre el relato ajeno para reconocerse y perderse en él. Porque sabe que podemos hacer que el sueño de la razón no engendre monstruos sino poesía.
Dice Cristina Rivera Garza que es bueno leer los libros cuando se es más joven que los personajes, y volver a leerlos cuando se es mayor. En el caso de esta novela ya no me fue concedido lo primero, pero sé que leeré y releeré, y seguiré leyendo y releyendo, cada una de sus páginas, porque para aquellos que padecemos del “Síndrome Verde Shanghai” lo que ella escribe tendrá para siempre el atractivo y delicioso misterio de un café de chinos.
Hasta aquí el texto de Sandra. Y yo todavía pregunto: Pero, y usted ¿padece de verdad el síndrome VerdeShanghai?
--crg
Sandra Lorenzano publica hoy en su columna de El Universal una versión abreviada de lo que leyó durante la presentación de Verde Shanghai en la FCE Rosario Castellanos ese viernes en que paró la lluvia. Aquí el link a De cafés de chinos y otros olvidos.
Pero aquí va la versión completa, toda entera:
El síndrome Verde Shanghai
Sandra Lorenzano
¿Cuántas vidas vivimos al mismo tiempo? Quiero decir: si usted entra por una puerta llamándose de una manera, con un cierto pasado, una forma de vestir y de desvestirse, de caminar y de mirar al mundo, y al atravesarla se llama de otra manera, tiene otro pasado, otra forma de desvestirse y de mirar al mundo, no piense que ha perdido la razón, o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted, pongamos por caso, va manejando su automóvil y no comprende la palabra “alto”, o cree que se la dicen a alguien más, o de pronto la o lo llaman con otro nombre, y usted no recuerda: no recuerda qué hace ahí, ni cómo se llama realmente, ni qué hacía manejando un automóvil, y sólo se le ocurre pensar que “el olvido es una boa que se muerde la cola”. O ve a alguien desde arriba, desde un imposible cielo, y no descubre en ese alguien ningún rasgo conocido, aunque el nombre con que lo llaman le resulta vagamente familiar y añorado, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted siente que dentro de sí tiene otras vidas y otros personajes. Si usted siente que cuando vive, escribe, o cuando escribe, reescribe. Si siente de pronto que eso que está pasando en este instante ya lo ha vivido, y en cambio duda de sus propios recuerdos. Si usted no está seguro de si algo lo vio, lo imaginó, lo escribió o lo olvidó, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted se mira al espejo y descubre que tiene rasgos asiáticos, o camina por la calle de Dolores y se siente como en casa, si el nombre de Xian le trae vagas reminiscencias de tazas de té humeantes con perfume de jazmines, si se sorprende al descubrir que ha pasado la noche con un desconocido que dice ser su esposo, si extraña gatos que nunca tuvo, y sólo se le ocurre pensar que “el olvido es una boa que se muerde la cola. Toda mordida es un círculo”. Si siente que la voluntad es una lechuza y no le queda claro qué tipo de convivencia o de enfrentamiento podría darse entre ésta y la boa. Si escribe para no olvidar aquello que tal vez nunca ha vivido, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Si usted siente que se hace y se deshace permanentemente, que ninguna frontera es fija (a pesar de lo que diga la “border patrol”), que tiene tantas identidades como su capacidad de imaginar lo olvidado, o de olvidar lo imaginado, tenga. Si siente que en cada “deja vu” franquea el paso a sus deseos más ocultos. Si cada semáforo le ofrece nombres ajenos en lenguas remotas que florecen en su propia lengua, no piense que ha perdido la razón o que se equivocó de vida (así como a veces nos equivocamos de puerta y entramos en la habitación errónea).
Quizás lo que suceda es que usted padezca del llamado “Síndrome Verde Shanghai”. Un síndrome cuya expresión más clara puede sintetizarse en una pequeña frase de Antonio Porchia que dice: “Si olvidara lo que no fui, me olvidaría de mí mismo”.
¿Cuántas vidas vivimos al mismo tiempo?, preguntaba yo al comienzo de estas líneas. Pero quizás sea más pertinente preguntar ¿cuántas vidas NO vivimos al mismo tiempo? ¿Cuántas vidas quedan para siempre en “la negra espalda del tiempo”, como llama Javier Marías a ese espacio de posibilidades en que las boas se muerden la cola? ¿Cuánta nostalgia carga lo que no sucedió? ¿Cuántos recuerdos nunca existirán y aún así nos dejan un vacío que duele? Dicen los que saben que eso, justamente eso, son las saudades de las que hablan los fados portugueses. Y tal vez esa vida, la vida que hace que los fados portugueses sean mi hogar es una de las vidas que se me han quedado a mí en la negra espalda del tiempo. ¿Y a ustedes? ¿Cuántas vidas no han vivido y aún así les causan nostalgia?
¿Cuántas vidas no hubiera vivido Marina Espinosa si no hubiera “merodeado” por los linderos de ese olvido que añora lo que quizás nunca ha sucedido? ¿Cuántas vidas no viviría Xian por las calles increíblemente entrañables de una ciudad ajena?
Víctimas todos – Marina, Xian, usted y yo misma – del “Síndrome Verde Sahnghai”, cuya definición es fácil encontrar en cualquier diccionario del alma que se precie:
“Dícese de la mirada sobre la realidad que carga con más de un olvido sobre más de una vida. El nombre está tomado de un ignoto café de chinos de una ciudad ‘enorme, gris, monstruosa’, a decir de algunos poetas. Éste, como todos los cafés de chinos – en los sitios donde los chinos son lo absolutamente otro – es también el umbral de mundos olvidados, de realidades devoradas por los olvidos: imagen extrañamente familiar de pasadizos secretos hacia otras vidas, tampoco vividas y apenas recordadas. Claro que – continuaría diciendo el diccionario del alma – en los cafés de chinos de China difícilmente se presenta este fenómeno. Es más fácil encontrar la propia matrioshka interior (llamada también “caja china” fuera del país asiático) en restaurantes mexicanos, tan valorados en la actualidad por los paladares orientales.” Hasta aquí el diccionario.
Si el “Síndrome Verde Shanghai” nos permite encontrar nuestros múltiples rostros en añoradas cajas chinas con aroma a Olinalá, es porque Cristina Rivera Garza se internó un día cualquiera en su propia escritura para regalarnos un espejo e invitarnos a pasar a través de él. Ni Marina, ni Xian, ni Julia Bradaigh, ni yo misma, entonces: Alicia, de pronto. Eso sí, ya no con la cara fresca de la infancia, sino con las marcas que dejan los años y la vida en un país imaginado hace siglos, y en el que todos vivimos y morimos varias veces por día. En el que vivimos y morimos de la mano de las mujeres de Juárez, de la mano de Luz María Dávila, de la mano de Javier Sicilia, de los migrantes centroamericanos que pasan por nuestra frontera sur, de nuestros propios migrantes que pasan por la frontera norte, de los chavos que habitan las calles de nuestras ciudades, de la gente que no quiere ser llamada “víctima colateral”, de la mano de cada uno de ustedes.
Y Cristina nos invita a pasar del otro lado del espejo porque sabe que el horror no tiene por qué paralizarnos. Porque sabe que el dolor puede ser también una forma de acompañar en el camino. Porque sabe que también somos piel y cuerpo y deseo y compasión y ganas de abrazos y nombres que se suman al recuerdo de otros nombres.
Porque sabe del secreto que encierran las palabras, sabe del aire vuelto letra sobre la página. Sabe del relato que busca siempre el relato ajeno para reconocerse y perderse en él. Porque sabe que podemos hacer que el sueño de la razón no engendre monstruos sino poesía.
Dice Cristina Rivera Garza que es bueno leer los libros cuando se es más joven que los personajes, y volver a leerlos cuando se es mayor. En el caso de esta novela ya no me fue concedido lo primero, pero sé que leeré y releeré, y seguiré leyendo y releyendo, cada una de sus páginas, porque para aquellos que padecemos del “Síndrome Verde Shanghai” lo que ella escribe tendrá para siempre el atractivo y delicioso misterio de un café de chinos.
Hasta aquí el texto de Sandra. Y yo todavía pregunto: Pero, y usted ¿padece de verdad el síndrome VerdeShanghai?
--crg
Saturday, July 02, 2011
TENGO NEUMONÍA, LE DIGO SEÑALÁNDOME EL PECHO. SE LLAMA EMOCIÓN, CONTESTA*
Gracias a todos los que iniciaron Julio muy cerquita de Verde Shanghai. Gracias a mis queridos Sandra Lorenzano y Eduardo Antonio Parra por los textos que llevaron a la presentación. Gracias al maravilloso equipo de TusquetsMexico. Gracias a los que hicieron fila para comprar el libro, a los que re-escribieron sus páginas, a los que plantearon preguntas y dieron abrazos. Gracias también a los que estuvieron ahí con su traje de hombre o mujer invisible. Y los que se fueron de farra. Y los que regresaron. Todos sabemos ya lo que es el síndrome VerdeShanghai, cómo no.
Y puesn.
[*del diálogo entre una autora súbitamente hipocondriaca y una editora con cierta facilidad para las palabras]
--crg
Gracias a todos los que iniciaron Julio muy cerquita de Verde Shanghai. Gracias a mis queridos Sandra Lorenzano y Eduardo Antonio Parra por los textos que llevaron a la presentación. Gracias al maravilloso equipo de TusquetsMexico. Gracias a los que hicieron fila para comprar el libro, a los que re-escribieron sus páginas, a los que plantearon preguntas y dieron abrazos. Gracias también a los que estuvieron ahí con su traje de hombre o mujer invisible. Y los que se fueron de farra. Y los que regresaron. Todos sabemos ya lo que es el síndrome VerdeShanghai, cómo no.
Y puesn.
[*del diálogo entre una autora súbitamente hipocondriaca y una editora con cierta facilidad para las palabras]
--crg
Subscribe to:
Posts (Atom)