UN PORTENTO DE VELOCIDAD
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
En el futuro, cuando ya no quede ni rastro de este viaje, cuando ésta sea sólo otra carretera más y el cielo, este mismo cielo, se haya extinguido del todo, quedará una nota. Unas cuantas palabras apenas. Un puñado de letras.
[Las itálicas son, en orden de aparición: Juan Antonio Asencio, "Juan Rulfo: Un extraño en la tierra", citado en Roberto García Bonilla, Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo (México: CONACULTA, 2008, 123), 123; voz de la filmación "II Carrera Panamericana (1951): http://www.youtube.com/watch?v=CcA42xUWMLU; líneas de "Luvina"; Roberto García Bonilla, Un tiempo suspendido, 128.]
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
En el futuro, cuando ya no quede ni rastro de este viaje, cuando ésta sea sólo otra carretera más y el cielo, este mismo cielo, se haya extinguido del todo, quedará una nota. Unas cuantas palabras apenas. Un puñado de letras.
Dirá: “Realiza el recorrido de la primera
carrera panamericana de autos—desde Ciudad Juárez hasta el Ocotal en la
frontera con Guatemala—; reparte la guía turística de la Goodrich-Euzkadi entre
los comités estatales de seguridad”.
Alguien las leerá; esas palabras. Y las
anotará en un cuaderno, como si anotarlas en un cuaderno de alguna manera les
diera mayor solidez, lo que algunos llaman, y llamarán entonces todavía, estoy
seguro, mayor realidad. Como si el escribirlas de propia mano les diera peso,
eso quiero decir. El peso del cuerpo, inclinado sobre la mesa o el escritorio.
El peso de la mano alrededor del lápiz, empuñando. Y las llevará consigo, esas
palabras, en un bolsillo o en algún otro lugar cerca del esqueleto, para irlas
digiriendo o saboreando. Para irlas entendiendo, se dice, cuando en realidad se
quiere decir: para irlas imaginando. Uno necesita tiempo para imaginar. Sólo
eso. La primera carrera panamericana, lo sabrá pronto, se celebró en 1950. El 5
de mayo de 1950, para ser más exactos. Un
portento de velocidad. Desde Ciudad Juárez a Chihuahua, de Chihuahua a
Durango, de Durango a León, de León a la Ciudad de México, de la Ciudad de
México a Puebla, de Puebla a Oaxaca, de Oaxaca a Tuxtla Gutiérrez, de Tuxtla
Gutiérrez al Octal, en efecto. De frontera a frontera. De punta a punta de
¿qué? Pues de punta a punta de un país. Un poco más de tres mil kilómetros en
cinco días de velocidad y polvo, curvas, aplausos, fotografías. Un portento de velocidad. ¿Cuánto se
puede callar en cinco días por carretera? En cinco días por carretera se puede
callar uno una eternidad.
¿Me imaginará con la mirada fija a través del parabrisas, los
dedos alrededor del volante, el brazo izquierdo recargado sobre el espacio de
la ventanilla abierta? ¿Imaginará el aire que hace trizas el humo que sale de
la punta roja del cigarrillo? ¿Sabrá que nunca uso corbata? Uno maneja así en
la carretera: alerta y desprevenido a un tiempo. Uno coloca los ojos a medias
en el horizonte y a medias en el camino, y luego arranca. Las llaves, el ruido
de las llaves. El asiento abullonado. El clutch. Los cambios. Primera. Luego,
segunda. Adiós, Ciudad Juárez. El tiempo
es su enemigo: el coche, su aliado; el camino, su problema.
¿Es una mujer? ¿Será una mujer la que me
imagine así, en el futuro? Acaso. Usted
ha de pensar que le estoy dando de vueltas a una misma idea. Y así es, señor.
Seguramente me imaginará pensando ¿qué? Mejor: imaginar. Mejor aún: ensoñar.
Soñar despierto. Este es mi mensaje para quien, desde el futuro, sea hombre o
sea mujer, me describa viajando por el asfalto de la carretera panamericana
unos cuantos días de junio de 1951: no pensaba en nada. Soñaba despierto. Una
misma idea, así es. Señor.
Pero no te voy a decir lo que ensoñaba. No;
eso no. Eso es cosa mía.
Lo que es cosa tuya es lo que puedes
imaginar. Ojalá que sí lo digas. Ojalá que sí menciones la paradoja. O que la
inventes: voy en auto. Soy un experto en el manejo del automóvil, como lo dirá
después Clara, mi esposa, en alguna entrevista. Voy por el camino donde el
Oldsmobile, donde el Chyrsler, donde el Ford. Voy por donde, el año que entra,
el Ferrari también. El Mercedes. ¿Me entiendes bien? No hay ningún burro por
aquí. Traigo la mirada a medias en el horizonte y a medias en el camino, sí,
que ése es el problema. El camino. Mi problema. Porque si en algo estamos de
acuerdo es que el tiempo es el enemigo, cómo de qué no. Y el aliado, el mío al
menos, es este coche. Pasó a más de 120
kilómetros en esa curva. Voy abriendo camino, en efecto. ¿Lo ve usted claramente,
desde el futuro, lo ves bien? Pedregoso. Desteñido. Taimado. ¿A usted le gustaría tomar una curva a esa
velocidad?
El país iba así. A toda velocidad. Como
alma que lleva el diablo, se dice, y se dirá.
Voy pensando, para que te lo sepas, que
hace bien poco acaba de salir un cuento mío en la revista América, en el número 66. Y voy pensando que acabo de leer ese
nombre, el nombre de Dolores Preciado, en libro de Olivia Zúñiga que acaba de
sacar Et Caetera en Guadalajara. Retrato
de una niña triste. Sí, Olivia es la misma que escribió sobre Mathias
Goeritz. La abyecta fatiga/ del yo,/ que
tantas veces/ acompaña. Esa mismita. La palabra pedregoso, en eso voy
pensando. Es bueno ver entonces cómo se
arrastran las nubes, en eso voy pensando. La palabra desteñido.
Pero todas son puras mentiras. Debe ser
mi talante taimado, qué va. Porque a fin de cuentas, lo que verdaderamente
importa no es lo que uno piense sino lo que uno no sabe ni siquiera que pasa
por la cabeza. Eso es ensoñar, ¿qué no?
Me
sentía desgastado como una piedra bajo un torrente, pues llevaba cinco años de
trabajar catorce horas diarias, sin descanso, sin domingos, ni días feriados…
Recalé en la fábrica, iba a cambiar las llantas, cosa que hacía cada 20 o 30
kilómetros… De paso se me ocurrió pedir… que le instalaran radio al automóvil…
Aquello no sólo resultó imposible sino infamante… Hubiera usted visto usted a
esos cabrones, hijos de la industria pesada, ir todos a tallar las llantas para
calcular su desgaste. Ya para ese momento había tomado una decisión: mandarlos
a la chingada.
Uno ve por la ventanilla, así. Uno
ensueña. Uno dice: un viaje más y los mando bien lejos de aquí, hijos de la
industria pesada. Es mentira que uno tenga que esperar al último segundo, ése
en el que según dicen uno ve su vida completa, como en el cine. Es mentira, se
lo aseguro. Uno también la ve aquí, sobre la carretera. No desde el inicio
hasta el fin, que nunca pasa nada así. Uno ve cachitos. Pedazos. Como el flash
de la fotografías. ¿Cómo se llama eso que se ve al final del camino y no es una
luz? Como espejismos, así mismo.
Por eso yo le aconsejo a esa mujer del
futuro que, cuando se pregunte si tomará esa curva a 120 kilómetros, diga que
sí. Tome esa curva. Apriete el acelerador y vea las nubes. Ensoñar es un verbo.
Entonces tome la siguiente.
--crg