RULFO Y LA "MIJERÍA" [1]
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
En el origen de la Comisión del Paploapan está el desastre natural. El 23 de septiembre de 1944 un ciclón tocó tierra en el puerto de Veracruz, mientras un frente estacionario azotaba las costas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Los altos niveles de precipitación pluvial en la zona oriente de la sierra mazateca ocasionaron el desbordamiento de la parte baja de la cuenca del río Papaloapan, lo que a su vez produjo una tremenda inundación que arrasó con al menos 200 mil hectáreas de tierra, dejando un saldo oficial de 100 muertos. Conocida como “La tragedia de Tuxtepec” o “El peor desastre de la cuenca”, y anunciada en su momento en el periódico El Universal con el encabezado “Tuxtepec ha desaparecido prácticamente”, la inundación devastó 80% de San Juan Bautista Tuxtepec, así como todas las poblaciones ribereñas de Veracruz. Tal como lo argumenta el historiador Tomás García Hernández en La tragedia de Tuxtepec, el desastre natural no sólo develó las carencias de una región que había visto pasar ya la bonanza del oro verde, como se le denominaba a la explotación bananera, sino que también marcó el inicio de la etapa moderna de un poblado con una ubicación estratégica para el desarrollo agrícola y ganadero de la región, así como también para el paso del comercio. “La inundación de Tuxtepec no sólo es un hecho dramático y dantesco”, aseguraba García Hernández, “es por muchas razones el inicio de la historia moderna de Tuxtepec… la tragedia marcó el parteaguas que dividió una etapa de una integración hacia adentro, por otra, la del Tuxtepec moderno, plenamente integrado hacia la cuenca, hacia el estado de Oaxaca y hacia el país mismo”.
Cuando el presidente Manuel Ávila Camacho y el gobernador del estado, Sánchez Cano, visitaron la población el 14 de octubre sólo encontraron desolación. Impactado, el Presidente dictó algunas medidas de emergencia: “Obras de defensa de la ciudad contra futuras inundaciones. Limpieza y reacondicionamiento de las calles. Amplio crédito para ejidatarios, agricultores y comerciantes. Agua potable para la ciudad. Instalación de una potente planta de energía eléctrica”. Poco tiempo después, el domingo 3 de diciembre, se constituyó el comité pro recuperación de Tuxtepec. Un año más tarde, para diciembre de 1945, un proyecto de decreto presentado ante el Congreso de la Unión autorizaba al Ejecutivo federal a formar una “Comisión técnica para el estudio de la cuenca total del río Papaloapan”. El acuerdo presidencial que dio finalmente origen a la Comisión del Papaloapan, que entró en vigor en 1947 y no llegó a su fin sino hasta 1984, fue firmado por Miguel Alemán en febrero de 1946. Durante el primer sexenio de sus actividades, la comisión gozó de una partida de 269’858,729.00 pesos, de los cuales 7’826, 905.00 pesos fueron destinados específicamente para una sección de estudios y planeación.
Estoy tentada a creer que una parte ínfima de esa partida fue lo que le tocó a Juan Rulfo cuando, a invitación expresa del ingeniero civil Raúl Sandoval Landázuri, vocal ejecutivo desde 1953, se incorporó a la Comisión del Papaloapan entre el 1 de febrero de 1955 y el 13 de noviembre de 1956, como asesor e investigador de campo, con el fin adicional, aunque incumplido, de crear y dirigir una revista. En efecto, Rulfo se trasladó a vivir a Ciudad Alemán, para desde ahí iniciar una serie de viajes por las regiones de la cuenca, especialmente las sierras oaxaqueñas que tanto marcarían su vida y su obra.
Jorge Zepeda rescató no hace mucho algunos escritos de Rulfo cuando era integrante de la comisión. En el texto y los dos esbozos que se publicaron en La Jornada Semanal del 12 de noviembre de 2006, Rulfo mostró un entusiasmo poco característico por el espíritu modernizador del México de mediados de siglo. Tal como el ángel del progreso que describiera Walter Benjamin, Juan Rulfo parece encarnar aquí una figura contradictoria: un apasionado del progreso que va hacia delante sobre los vientos de la Comisión del Papaloapan y, a la vez, el solidario defensor de las comunidades indígenas que, melancólicamente, mira la ruina, la miseria, la orfandad. Testigo y ejecutor del espíritu modernizador del periodo alemanista, Rulfo lamentaba, en efecto, el estado de las cosas, lo que estaba a punto de desaparecer, mientras, simultáneamente, elogiaba las oportunidades que el quehacer de ingenieros y agrónomos y biólogos le ofrecían a las comunidades de unas tierras hasta ese entonces volcadas hacia adentro, a decir del historiador García, de la cuenca del Papaloapan.
En el obituario que le dedica al ingeniero Sandoval, por ejemplo, Rulfo dio cuenta de las condiciones de miseria, soledad e indiferencia en que vivían “los pueblos de la Chinantla, de la Mijería; los mazatecos y los zapotecas; los pobrecitos chochos de la Alta Mixteca”. Rulfo insistía, sin embargo, en “la esperanza”, y no meras promesas, que el ingeniero Sandoval llevó a esas regiones del país. Lo que él “les dio”, dijo en más de una ocasión. Con una visión francamente optimista, Rulfo describió cómo Sandoval prestó por primera vez atención a los indios de la zona, a quiénes “no consideraba indios, sino integrantes del pueblo mexicano”, y cómo, a través de una actividad frenética, que incluía visitas constantes a la región, les hizo llegar “maíz. Hatos de ovejas” mientras también promovía “el cultivo de café en las zonas húmedas”.
Aunque algunas de las fotografías en las regiones mixes de Oaxaca fueron hechas en compañía de Walter Reuters, otras, entre ellas las más emblemáticas de la producción rulfiana, fueron producidas, todo parece indicarlo, como acompañante de Sandoval en la cuenca del Papaloapan. Iniciando o coronando sus escritos, adecuadamente, con el “yo lo vi”, el “yo estuve ahí” del testimonio presencial, Rulfo se convirtió en el testigo melancólico de las alas del progreso en su paso por la cuenca del río. En su visita a Tlacotalpan después de la inundación, por ejemplo, Rulfo dice: “Los pueblos del Bajo Papaloapan no tenían nada que temer: ni la invasión de las aguas ni, como lo comprobé en Tlacotalpan, la ocupación de las casas señoriales por la plebe de los barrios inundados”. Continúa, ya refiriéndose específicamente al ingeniero Sandoval: “Yo lo vi en Vigastepec trepando a pie las elevadas montañas… En Tepelmeme, donde derogó el abastecimiento de agua al gobierno de la nación, y no a él. Allí mismo en Tepelmeme descendió de la presa construida por él, cuando el cura del pueblo quiso adjudicarle su nombre”. Similares actos son reportados en el Alto Papaloapan, o en las riveras del río Santo Domingo, o el Tonto. Rulfo lo vio en persona. Rulfo estuvo ahí.
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