[en La Mano Oblicua, columna de los martes del periódico mexicano Milenio, sección de cultura]
Habremos de enfrentarnos a una verdad pequeña pero contundente: una buena parte de lo que se da en llamar literatura latinoamericana se produce desde hace tiempo en Estados Unidos, con frecuencia en español y, a veces, en inglés. A eso, en Estados Unidos, se le conoce desde hace años también como el New Latino Writing: escritores que, a diferencia de los latinos de antaño, no necesariamente escriben en inglés, y sí a menudo en español, provenientes además de regiones que están más allá de las rutas tradicionales que parten de México o del Caribe. A menudo marginalizados, ocultos bajo denominaciones múltiples o, de plano, confusas, y con frecuencia ausentes de los registros literarios tanto en Estados Unidos como en sus países de origen en América Latina, estos escritores han ido ganando, sin embargo, espacios de visibilización en fechas más recientes. Existen y han existido, sin duda, y tal existencia no deja de ser motivo de discusión, ansiedad, celebración. A veces las tres al mismo tiempo.
El segundo Voices for the New Century/ Voces para el nuevo siglo, organizado por el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán en la Universidad de Cornell reunió, hace apenas unos cuantos días, a escritores originarios de Guatemala, Chile, Argentina, España o México cuya característica principal era que la producción de su obra se lleva a cabo en/desde, aunque no necesariamente sobre, Estados Unidos. Ya como profesores o ya como estudiantes de posgrado, en todo caso con años de experiencia vital y laboral en el vecino del norte, la mayoría de estos autores han iniciado o continúan produciendo una obra en español y, lo que es más, en un diálogo intenso con tradiciones literarias latinoamericanas. Otra característica peculiar de los ahí reunidos era una preocupación por la escritura que iba más allá de la simple publicación de la obra propia. Un par de ejemplos. Además de publicar novela y cuento, tanto en papel como de manera digital, Rodrigo Hasbún, de Bolivia, y Rodrigo Fuentes, de Guatemala, han ido armando una revista en red que responde al nombre de Traviesa. En un formato bilingüe, e incluyendo conversaciones entre autores, además de la publicación digital de breves antologías de cuento curadas por autores diversos (extremadamente recomendables, por cierto), esta revista atraviesa, y de manera por demás traviesa, géneros y geografías. Un proyecto similar ocupa las energías de la escritora argentina Pola Oloixarac y las traductoras Jennifer Croft y Heather Cleary en The Buenos Aires Review. También bilingüe y de vocación ex–céntrica, esta publicación revisa poesía y prosa, así como ficción y no ficción contemporánea. El escritor chileno Antonio Díaz so sólo ocupa su tiempo estudiando en el programa de creación literaria (MFA) de la New York University, sino que también se vale de las tecnologías digitales para promover su proyecto editorial en línea: una colección cuentos de 20 autores menores de 40 que primero se presentará digitalmente en selecciones de 5 autores por libro para, eventualmente, ingresar al universo del papel.
Pero la paulatina colonización de la esfera digital, y la concomitante apertura de canales de producción y distribución alternativos, es apenas una de las formas que distingue los actos de escritura de este presente de los escritores-en-español de Estados Unidos. Otro par de ejemplos. Además de ser la artífice y actual directora del tercer MFA en español de los Estados Unidos ubicado ahora en la Universidad de Iowa, la poeta española Ana Merino lleva a cabo importantes proyectos comunitarios que ponen en contacto a sus estudiantes, tanto de licenciatura como de posgrado, con la comunidad de donde con frecuencia provienen. Así, por ejemplo, se le debe a la imaginación y la energía incesante de esta madrileña franca y directa, como ella misma se define, la creación del Spanish Creative Literacy Project, un intervención pública que incluye la impartición gratuita de talleres de escritura en las comunidades que así lo requieran. Otra especialista en literatura en español, Esmeralda Lara Bonilla, aprovechó sus años de enseñanza en la Universidad de Syracuse para establecer La Casita Cultural Center —un centro educativo, artístico y cultural en el que, además de contar con una galería y espacios para la producción teatral, se imparten por igual talleres para la comunidad.
Para tener una visión global de la experiencia reciente de estos escritores-en-español de los Estados Unidos, bien valdría la pena revisar los ensayos que componen el libro que editó hace no tanto la escritora argentina y profesora del Departamento de Estudios Hispánicos de Rice University, Gisela Heffes. En efecto, en Poéticas de los (dis)locamientos, una variedad de autores latinoamericanos y españoles analizan su experiencia vital y producción creativa en Estados Unidos, especialmente dentro de la academia norteamericana, aunque no únicamente ahí. Queda claro en esas páginas, entre otras cosas, que el fuera de lugar no sólo es una posición incómoda sino también generativa. Que las segundas lenguas pueden limitar, pero también liberar. Las dos cosas al mismo tiempo. Y que, conforme avanza raudo y veloz el siglo XXI, algunos importantes ejes de producción escritural latinoamericana han dejado atrás la relación que va de las Américas a España, para deslizarse del mundo de habla hispana hacia Estados Unidos, una mezcla que no sólo ha resultado en la muy temida (y más anunciada) norteamericanización de América Latina sino también, tal vez de manera incluso más fundamental, en la latinoamericanización de Estados Unidos. Más que globalizados, estamos ante el caso de escritores planetarios (el término es de Spivak) que desde y con sus comunidades, tanto materiales como digitales, y entre lenguas maternas y madrastras, se encargan de encarnar al escritor del aquí y del ahora.
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