[en la blog-columna del periódico español El País]
María Negroni, ¿el fuego, al menos, fue real?
Por:EL PAÍS29/03/2014
Por CRISTINA RIVERA-GARZA
De entre todas las novelas habidas y por haber existe, sin duda, la novela de poeta. A la vez inclasificable y fácil de reconocer, este alebrije atraviesa tradiciones y hace su aparición en tantas lenguas. A diferencia de la novela de narrador (o la novela propiamente dicha) que se propone contar una historia con base en alguno o todos los elementos que se asocian a la ficción (personajes, diálogos, detalle concreto, arco narrativo, etc), la novela de poeta se presta al equívoco. Como si no supiera las reglas, o como si decidiera saltárselas olímpicamente sólo porque puede, la novela de poeta rompe, trasgrede, experimenta.
En tiempos en que encuestas varias dejan en claro que el campo de la novela es resbaladizo y mercurial, es menester aproximarse con sumo gozo, con murmullante exaltación, con lúdico desacato, a La anunciación (Seix Barral, 2007), la segunda novela de la poeta argentina María Negroni, quien también ha visitado con crítica precisión el ensayo y la traducción.
Parafraseando a una de las voces que componen este texto anunciaré que “en mi frente hay un cartel que dice Aquí se piensa. Aquí se piensa en contra. Esto incluye, claro, pensar en contra de mí mismo. Mi mismo es el que sueña; es también el desconfiado del poder, de cualquier bando que sea”. De la misma manera, contra el poder y, más aún, contra sí mismo, escribiéndose no tanto como prosa poética sino como prosa en poema, este texto ronda la historia moderna de Argentina pero, en lugar de construir una cronología o de consecuentar una trama (“Qué trama ni que trama, pompón”, murmura otra voz de esta novela, “A mí no me gustan los argumentos y, muchísimo menos, los desenlaces. Me dan pánico las soluciones finales”), Negroni privilegia un año (1976), un mes (marzo), un día (once).
“El 11 de marzo de 1976, tiene 22 años”, dice. Poblada por personajes que responden a los nombres de Vida Privada, la palabra casa, el ansia, el alma, lo desconocido o la voluntad, y con apariciones intempestivas de Huidobro y de Emma, La anunciación provoca “la impresión de estar leyendo un libro en el cual, de buenas a primeras, se instala el sinsentido”. ¿Y existe, me pregunto Yo Misma, manera más efectiva de conminar al pasado y de rondar a la política, más específicamente al estertor revolucionario de los 70s y a la brutal represión estatal que sustrajo de sus hogares a miles y miles de civiles, que instalándose de buenas a primeras en el sinsentido? Alguna vez le oí decir a Negroni (esto en Tijuana, ya hace bastantes años) que no existen los hechos estéticos dentro de la convencionalidad y, si esto es cierto, entoncesLa anunciación es, definitivamente, un hecho estético. A la vez una exploración de la historia que no es histórica en el sentido académico del término y una meditación sobre los lazos que van de la poesía a la prosa y viceversa, La anunciación enuncia, es decir, se enuncia, es decir, se escribe. Porque La anunciación es pura escritura, rara cosa en la novela de nuestros días tan dada a navegar con bandera de trama, es que el ansia declara: “[p]ara escribir sin escribir, no escribo. Imagínate, quería que me transformara en fotocopiadora, como si lo que se escribe sucediera en algún lado”.
Con guiños aparentes a la obra de Macedonio Fernández (aquí también existe un museo fantástico y filosófico que tiene la pretensión de durar toda la vida),La anunciación se desliza, sin anécdota propiamente dicha de por medio, lejos de los hábitos dominantes y los gustos dogmáticos para instalarse en un lugar excéntrico y propio donde las concesiones son pocas. En ese mismo sitio resbaladizo y alumbrado sólo a medias conviven, por ejemplo, Pedro Páramode Juan Rulfoo la Música Concreta de Amparo Dávila o gran parte de lo que escribió Salvador Elizondo, para citar a algunos pocos antecedentes mexicanos. Sin el asidero comercial de una trama, aunque sí con esa emoción del pensamiento que alguna vez la Negroni describiera como la definición misma de lo que es una idea (esto, una vez más, en Tijuana, hace ya bastantes años), algo le pasa al lenguaje dentro de las páginas de La anunciación. Y eso que es inasible y que es trémulo y que es inimputable, como la infancia, se niega a producir un nuevo o mayor entendimiento, una nueva zona de claridad, una serena (y muy final) solución.
“¿Habré tomado, como autor, el buen camino?”, se pregunta en una carta Tu Emperador Muy Noir. La respuesta: “Seguramente, puesto que la dirección fue siempre hacia un mayor silencio”. Eso. El muerto, en todo caso, se llama Humboldt. Se llama Emma. Se llama “¿Aprendimos algo, al menos? ¿Es verdad que lo perdimos todo? ¿El fuego, al menos, fue real?”. Alguien persigue todo eso en Roma, tantos años después: la militancia, el amor, la escritura. Otro tiempo (“Eso es lo que busco, sin tregua, en mis prositas prestadas: algo quieto, como una cosa sin trama, sin rumbo, sin punto culminante. Podría decirse, un presente”). Pero escribir sobre la muerte es una cosa y escribir la muerte es otra totalmente distinta. Esto lo sabe bien María Negroni. Sabe que cuando se escribe la muerte, con ella y a través, “se corre el riesgo de hacerla vivir sin pausa en los pliegues de lo dicho”.
La anunciación que enuncia ese instante que duró toda una eternidad (“pero no he escrito el poema de la patria herida”) tiene, como toda anunciación, tres misterios: “la aparición, el saludo y el coloquio con el ángel”. Así, cuando Emma, que es quien desea pintar una anunciación que enteramente no le pertenezca, reza, alguien la oye enunciar: “Protégeme, Dios mío, de la figura del Héroe, de todas las cárceles, incluidas las del pueblo, del relato de los fines, del verbo reeducar, de la pureza que es mortífera, de la trágica facilidad con que la gente buena puede convertirse, de buenas a primeras, en verdugo, de los hombres sin imaginación que tienen la boca desdeñosa y ojos que no ríen, y, en general, de los que piensan, sin que les tiemble el pulso, que el mejor enemigo es el enemigo muerto”.
La escritura, esto también se lo oí decir a Maria Negroni hace ya bastantes años y en Tijuana, siempre es más inteligente que nosotros.
* Cristina Rivera-Garza, su último libro es El mal de la taiga
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