Wednesday, April 30, 2014
Tuesday, April 22, 2014
DESDE VIRIDITAS Y LAS INCREÍBLEMENTE PEQUEÑAS
[Roberto Cruz Arzabal, "Dispositivos artísticos post-digitales: escrituras de ida y vuelta", en Humanidades Digitales]
En 2011, la escritora Cristina Rivera Garza publicó Viriditas. Éste consiste en un libro sin género discursivo estable que se sirve de la bitácora, la prosa lírica, la apropiación, la fotografía y del cálculo de la escritura —“Se elige una cláusula secreta: escribiré una frase y borraré dos, y entonces escribiré otra frase” (2010: 11)— para elaborar una narrativa fragmentaria de los sucesos de un mes, entre junio y julio del 2010. Además del sistema de cálculo y diseño de la escritura que Ludovico relaciona con las primeras apariciones de la escritura híbrida, Viriditas es un dispositivo post-digital de escritura puesto que reúne en una publicación impresa los fragmentos —textos y fotografías, citas de tuits— que con antelación fueron publicados en el blog de la autora; la declaración de los procedimientos también forma parte de la obra —es la primera entrada de la bitácora—. Pareciera que el sentido de Viriditas se disparara en distintas direcciones cuyo convergencia es el objeto, así, el libro es una bitácora que crea un efecto de presente perceptivo mediante la narración y descripción de objetos y sucesos, al tiempo es un artefacto híbrido en tanto que relaciona, sin aparente mediación, fotografías y escritura literaria, ello sin dejar de evidenciar que se trata de un objeto que tuvo su origen en una bitácora electrónica. Este tipo de escritura post-digital ya había sido ensayado por Rivera Garza en el cuadernillo en versión digital llamado Las aventuras de la increíblemente pequeña. En ambos, el sentido artístico del texto, aunque no se deja de lado, no es el principal referente de la lectura en tanto que se le sobrepone la relación entre medios y soportes; es decir, retomando la cita de Holmes, lo importante de este objeto cultural es que se conforma como un dispositivo artístico que tensa la producción de subjetividad.
El artículo completo (que es en realidad muy interesante), aquí.
--crg
En 2011, la escritora Cristina Rivera Garza publicó Viriditas. Éste consiste en un libro sin género discursivo estable que se sirve de la bitácora, la prosa lírica, la apropiación, la fotografía y del cálculo de la escritura —“Se elige una cláusula secreta: escribiré una frase y borraré dos, y entonces escribiré otra frase” (2010: 11)— para elaborar una narrativa fragmentaria de los sucesos de un mes, entre junio y julio del 2010. Además del sistema de cálculo y diseño de la escritura que Ludovico relaciona con las primeras apariciones de la escritura híbrida, Viriditas es un dispositivo post-digital de escritura puesto que reúne en una publicación impresa los fragmentos —textos y fotografías, citas de tuits— que con antelación fueron publicados en el blog de la autora; la declaración de los procedimientos también forma parte de la obra —es la primera entrada de la bitácora—. Pareciera que el sentido de Viriditas se disparara en distintas direcciones cuyo convergencia es el objeto, así, el libro es una bitácora que crea un efecto de presente perceptivo mediante la narración y descripción de objetos y sucesos, al tiempo es un artefacto híbrido en tanto que relaciona, sin aparente mediación, fotografías y escritura literaria, ello sin dejar de evidenciar que se trata de un objeto que tuvo su origen en una bitácora electrónica. Este tipo de escritura post-digital ya había sido ensayado por Rivera Garza en el cuadernillo en versión digital llamado Las aventuras de la increíblemente pequeña. En ambos, el sentido artístico del texto, aunque no se deja de lado, no es el principal referente de la lectura en tanto que se le sobrepone la relación entre medios y soportes; es decir, retomando la cita de Holmes, lo importante de este objeto cultural es que se conforma como un dispositivo artístico que tensa la producción de subjetividad.
El artículo completo (que es en realidad muy interesante), aquí.
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Sunday, April 13, 2014
desde AHÍ TE COMERÁN LAS TURICATAS
Sobre los hábitos alimenticios de las turicatas: Cristina Rivera Garza & Juan Rulfo
"ALLÍ TE COMERÁN LAS TURICATAS" NO ES UN LIBRO DE CRISTINA RIVERA GARZA. NO. EN TODO CASO, COMO YA SE ADVIERTE EN EL PRÓLOGO, SE TRATA AL MENOS DE UN LIBRO MARSUPIAL DENTRO DE OTRO: "PEDRO PÁRAMO" DE JUAN RULFO.
POR: ANTONIO CALERA-GROBET - 13/04/2014 A LAS 12:04:51
Y más allá una línea de montañas, y todavía más allá, la más remota lejanía.
-Juan Rulfo, Pedro Páramo
-Cristina Rivera Garza, Allí te comerán las turicatas
Dice Vivian Abenshushan, en el prólogo al libro, que tiene una “predilección por aquellos libros que proceden por aplazamiento, por fisuras, por claroscuro. Los que se desvían y desacomodan, más que los que van directos hacia su fin”. Creo que muchos lectores también. Son quizá legión ya los que van por el libro nuevo: refrescado por oblicuo, parabólico, el libro que va por el mundo como que no se la cree, o mejor dicho “se hace” como si no las trajera todas consigo. En otras palabras, el libro raro, el libro singular, más bien refractarios a la clasificación, libros que viven “al margen de las convenciones y la loza de la tradición”, para decirlo nuevamente en palabras de Abenshushan.
Y no me refiero acá al libro que materialmente se reventó: esos “otros libros”, como los definiera en un libro del mismo nombre Raúl Renán, y que se volvieron objeto, escultura, soporte tridimensional, plataforma para algún contenido. No. Porque ateniéndonos a su carácter material, éste es un libro hecho y derecho: natural, convencional. Conforma por cierto, junto con otros títulos (como “La Cena”, de Alfonso Reyes y “La Migala” del maestro Juan José Arreola), una colección llamada “Los Ilustres”, que aporta al mundo editorial una gallardía evidente. Se trata de libros perfectos y por ello de libros hermosos, funcionales pero elegantes, que seguramente se distinguirán pronto del grueso de oferta por su calidad editorial. Mérito de Andrea Fuentes y Alejandro Cruz Atienza, editores. Pero, entonces, ¿por qué éste es especial, singular, distinto? Pues porque se trata de un libro raro, extraño, tocado, por su mero armado intelectual.
Explico. Primero, porque Allí te comerán las turicatas no es un libro de Cristina Rivera Garza. No. Desde ahí. En todo caso, como ya se advierte en el prólogo, se trata al menos de un libro marsupial dentro de otro: Pedro Páramo de Juan Rulfo, o si se quiere, un libro “al alimón” entre la narradora viva y el otro ya desaparecido. Abenshushan lanza una invitación al lector a descubrir otros abrazos que se han tejido Rivera Garza y Rulfo desde el 2011 (Cfr.mirulfomiodemi.wordpress.com).
En el caso de este libro, podemos hablar de una imbricación, una encarnación de textos del jalisciense en la obra de la de Matamoros. ¿Cómo? Por medio del derecho al intertexto, claro, pero más específicamente a manera de un zurcido invisible del machote en el nuevo modelo, de manera que, pedazos pues, del mecano del libro que aquí se presenta, son idénticos al ADN del histórico. Entrego un primer ejemplo. Se lee en Pedro Páramo, al comienzo casi, en su página 2 según las impresiones de Letras Mexicanas:
En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.
Este último par de frases (Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía), es incluido en la obra de Rivera Garza en la página 4. Entrego un segundo ejemplo. Se lee en Pedro Páramo, en la página 23 de las ediciones citadas:
Entré. Era una casa con la mitad del techo caída. Las tejas en el suelo. El techo en el suelo. Y en la otra mitad un hombre y una mujer.
En el libro de la narradora se utiliza el fragmento, idéntico, sin modificaciones, acaso la primera conjunción:
Y entré. Era una casa con la mitad del techo caída. Las tejas en el suelo. El techo en el suelo. Y en la otra mitad un hombre y una mujer.
Quisiera entregar un tercer y último ejemplo, de las más de diez citas casi textuales, extraídas e insertadas, inoculadas en el libro de Rivera Garza, en donde se lee:
— ¿O qué, no que no quieres cuidarme?— preguntó, iracundo—. Vente a dormir aquí conmigo. —Aquí estoy bien —le contesté, sintiendo bajo mi cabeza la textura de leño de la almohada. Todavía me alcanzó el tiempo para recordar las paredes de adobe del monasterio. La noria vacía. Los tordos a lo lejos. Todavía pude recordar los tantos años que había pasado allá afuera entre monociclistas, sonriendo. —Es mejor que te subas a la cama —insistió— allí te comerán las turicatas.
Esto es tomano, de nuevo, de la novela de Rulfo. Voy a Pedro Páramo, página 29, para notar las diferencias entre el modelo y su manera intervenida:
—Donis no volverá. Se lo noté en los ojos. Estaba esperando que alguien viniera para irse. Ahora tú te encargarás de cuidarme. ¿O qué, no quieres cuidarme? Vente a dormir aquí conmigo. Aquí estoy bien.
—Es mejor que te subas a la cama. Allí te comerán las turicatas.
De manera que el título mismo del libro, caí en cuenta o recordé muy tarde, fue también tomado de Rulfo. “Usufructuado” de Rulfo, mejor dicho. ¿Por qué usufructuado? Porque nos recuerda Abenshushan que la estrategia denominada “Usufructo” es propia de Rivera Garza. Dice la crítica en el prólogo: “Estamos ante una de las estrategias más radicales de Rivera Garza […] la consideración del texto como un tejido de citas y del lenguaje como un territorio común. “Usufructo” es el nombre que ella misma le ha dado a este goce de una cosa ajena sin enajenarla.” Hasta aquí del cómo se ha tejido el libro, sin necesidad de contar su historia, para no traicionar a los lectores venideros.
Ahora bien, si ya ha quedado claro que se trata de un libro de dos autores, Rulfo y Rivera Garza, por el lado de la ilustración hay que decir que es un libro cuya paternidad le pertenece también a Richard Zela. El diseñador mexicano remata perfectamente el libro. Aún más: lo complementa, lo alimenta. Porque no se trata de una ilustración en el sentido servil de cara a lo que se escribió (esa manera antigua de mímesis, de “escenificación” a manera de storyboard si se me permite el término, ciertamente antigua), sino de una verdadera co-creación de la experiencia de lectura del libro. Zela menea la historia, la saca de sus rieles hasta, digamos, tranzarla, en el buen sentido de la palabra, porque nos topa con imágenes que no están en el original. Quiero decir: Zela figura acá como un dibujante de ficción del texto, el que da otra vuelta a la ficción relatada.
Si fuera sólo por los dibujos de Zela, la historia se desarrollaría en los Himalaya, en Nepal, en India, los personajes estarían tatuados, habría una atmósfera mucho más delirante en la pieza. Como un cuento negro o maldito de Lovecraft, de Poe. Una chica como Rapunzel, tatuada hasta la coronilla, insectos enormes como en los cuadros de “El Bosco”, sapos que salen de bocas luego de haber salido a cuadro en una película de Cronenberg o de Greenaway. Y por ahí hasta una cosa mexica, de cráneos y pieles, Xipetotec, Tezcatlipoca, Mictlantecutli. Pienso, juego con ello, pero es así. Zela hizo con sus imágenes un metarrelato más perpendicular, una obra más abierta, en palabras de Umberto Eco. Y eso se siente bien, como lector.
Hasta aquí por qué se trata de un libro raro, extraño, tocado, por su mero armado intelectual. Porque nació de tres manos, de 3 alientos (que nosotros sepamos) y, por ello, como suele suceder en tales paternidades, se trata de un libro monstruo que nos pide que lo llevemos a casa y le demos de comer, lo dejemos dormir con nosotros, al menos, una noche.
Quédese usted, lector, con esa idea. Llévese a casa este libro de escritura alineal, como lo califica la cuarta de forros. ¿Qué puede hacerle a usted un libro alineal? Llévelo. A lo mejor sólo se caerá el techo de su morada, sus paredes se llenarán de turicatas (que no son más que un simple garrapata que transmite la espiroqueta Borrelia turicata, causante de una fiebre descomunal y recurrente), y tal vez de pronto perderá a su pareja, y tocarán a la puerta unos tipos en limusina (como en El proceso de Kafka pero con monociclos), y le lanzarán una serenata de puras coreografías, y usted ahí, entre dormido y despierto, lánguido, escuchará frases que no entiende a lo lejos. Que lo disfrute.
Y sobre todo disfrute el cuento mismo, la historia que nos quiere contar Rivera Garza. ¿Será ésta una historia que en realidad ocurre en el Nevado de Toluca? Puede ser. ¿En una Sayula imaginaria? ¿O Contla? Puede ser. ¿Es la misma Rivera la del cuento? ¡Qué importa! Quédese satisfecho. Se trata de un libro que habla bien del estado de las cosas. Ha absorbido un proyecto editorial como bocanada de aire fresco (gracias a editores que rediseñan el oficio, le regresan su capacidad de reinvención y regodeo estético), y se ha dejado llevar por una voz como la de Cristina Rivera Garza que, prolija como pocas en la literatura mexicana actual, no sólo no anda todo el santo día hablando, sino escribiendo y, por ello, le dispara seguido lo mismo a lo que siente, a lo que piensa y a lo que quisiera para este país que se nos seca. Y además lo hace con sabiduría y clase.
Twitter del autor: @manchadetinto
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Saturday, April 12, 2014
SEGUNDAS OPORTUNIDADES
SEGUNDAS OPORTUNIDADES
Marta Aponte Alsina, los muertos son amantes caprichosos
Por:EL PAÍS12/04/2014
Por CRISTINA RIVERA-GARZA
Confesión primera: tengo la impresión de que San Juan es la ciudad más parecida en el mundo a Tijuana.
Confesión segunda: desde que conocí a Marta Aponte Alsina, escritora de Puerto Rico, leo a Marta Aponte Alsina.
En una isla repleta de escritoras importantes, desde la gran Mayra Santos-Febres hasta la inteligentísima Vanessa Vilches, por mencionar sólo a dos, la obra de Aponte destaca por derecho propio.
“Soy cortadora de hombres y compositora de boleros”, dice Violeta Cruz de sí misma en las primeras páginas de Sexto sueño, la novela que Marta Aponte Alsina publicó en el 2007 con la editorial madrileña Veintisiete Letras. Tan directa como mordaz, tan sucinta como punzante, la anatomista de profesión avanza en su tarea con la exactitud del escalpelo: “traer del más allá uno de los seiscientos cadáveres que disec[ó] en [su] carrera”. Elegido a través de un método tan aleatorio (una serie de números aparecidos en una sesión espiritista) como del que se había servido el ahora cadáver para seleccionar a su víctima (un niño al que asesinaría con saña en el así llamado “crimen del siglo” a inicios del XX y en Chicago), Nathan Leopold se convierte en la ausencia que convocará a las palabras para producir, paso a paso, su vida. Resucitar es un verbo atroz.
Se trata, en efecto, del sonado caso de aquel hombre que, junto con Richard Loeb, por aquel entonces ambos estudiantes de la Universidad de Chicago, recibiría una condena de por vida por asesinato, más noventa y nueve años por secuestro. Se trata del mismo hombre que, después de sobrellevar 33 años de prisión, decidió trasladarse, de entre todos los lugares del mundo, a Puerto Rico, la isla donde según confirman documentos varios se casó con una florista y cultivó la filantropía hasta el día de su muerte en 1971. El tema, que ya ha fascinado a autores de tan variada estirpe como Alfred Hitchcock o Richard Wright, se transforma en un verdadero tour de force en la prosa lúcida y feroz de Alponte Alsina. En la caja china de su propio abismo, con un sentido del humor que son en realidad muchos, “[e]n el sexto sueño los muertos se pasean por el cuerpo de los vivos. O, para expresarlo en palabras demasiado claras: se siente vivir a la muerte”. Esto, francamente, es cierto.
En el epígrafe de María Zambrano que precede a la novela, hay una referencia explícita al momento que persigue la novela: se trata del instante último, del segundo imperecedero en el que se deshace “ese nudo que une aún a las almas de los recién muertos con el aire de la vida”. Y, para contar ese momento, ¿se le atrapa o se le deja ir? “Una novela no se descuartiza como un cadáver”, asegura la novela de Marta Aponte Alsina. “Se construye como las pirámides, escribió Flaubert”, añade, segura de sí misma. Sólida. Pero esta novela piramidal que es en realidad un sueño que está más allá del quinto, está narrada (al menos en una de sus instancias) por alguien que corta (aunque cortar no de derecho a contar). De capítulos breves y saltos en el tiempo, con súbitos cambios entre la primera y la segunda y la tercera persona, metanarrativa a ratos, autoimprecadora en otros, la novela es un cadáver descuartizado sobre una mesa que parece una pirámide.
Cómplice lector: “Los muertos son amantes caprichosos”, eso también es cierto.
En algún momento de la novela, justo después de que la doctora Cruz ha conocido a un hombre muy hermoso, la novela declara que “los hombres son vasos frágiles”. La misma novela ha dicho antes lo mismo, en voz del Resucitado, acerca de las mujeres. La idea del recipiente. Y ese vaso que, de acuerdo con Rilke, se rompe, como todo, dentro de las venas. Un estrépito. Así aparece ese Sexto sueño después del quinto, mucho más allá del cuarto. Lejos ya del primero.
En la novela, una abuela acusa a su nieta, la protagonista de nombre Violeta Cruz, de encontrarse en el quinto sueño, sólo para que la nieta retobe, con flagrante complicidad y estirándose con placer, que no estaba en el quinto, sino en el sexto sueño. Allá. Más allá. Por si fuer necesario, Marta Aponte lo precisa aún más: “Si el sexto sueño fuera un lugar sería tu casa, lector cómplice”. Heme allá, pues. O aquí.
Lo dije ya: San Juan es el lugar más parecido en el mundo a Tijuana.
* Cristina Rivera-Garza, su último libro es El mal de la taiga
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Friday, April 11, 2014
CONCEPTUALISMOS
[Roberto Cruz Arzabal sobre mi traducción al español de Notes on Conceptualisms, de Vanessa Place y Robert Fitterman, en La Tempestad]
1
El año pasado, Conaculta publicó Notas sobre conceptualismos de Vanessa Place y Robert Fitterman, traducción de Notes on Conceptualisms (Ugly Duckling Press, 2009) a cargo de Cristina Rivera Garza, una de las escritoras mexicanas que con frecuencia reflexiona sobre (y practica) los procedimientos de apropiación y desapropiación en la literatura como una forma de cuestionar las nociones de autoría, originalidad, público y productor en el ámbito literario. Escrito con una disposición similar al Tractatus de Wittgenstein, aunque con antecedentes más cercanos en textos de Charles Bernstein, el volumen es, en palabras de los autores, más una colección de apuntes y aproximaciones a la escritura conceptual que una preceptiva o un texto definitivo; por ello no resulta ajeno a la propia concepción del texto que se encuentren algunas consideraciones vagas o contradictorias, de hecho, estas contradicciones mostrarían la inestabilidad propia de la escritura conceptual, cuyo eje más importante, dejando de lado la cuestión material de los textos escritos, es mostrar las zonas grises, incluso oscuras e incómodas, en las que parecen borrarse las tensiones entre la metafísica de la autoridad y el esencialismo de lo textual.
Fitterman y Place, quien además contribuye al volumen con su ensayo “Ventosas”, ponen un especial énfasis en la noción de alegoría como un modo de la apropiación y la reconstitución del sentido de imágenes previas (tomada de Walter Benjamin a través de la lectura de Christine Buci-Glucksmann y Benjamin Buchloch); esto les permite concentrar las diversas técnicas de los conceptualismos estadounidenses en torno de la politización de las prácticas artísticas y la crítica a los principios de autoría, originalidad y consumo en relación con el capitalismo contemporáneo.
La publicación de estas notas actualiza la crítica de la escritura contemporánea al situarla en una relación cercana pero específica con los procedimientos del arte contemporáneo. Así, permite que los tránsitos entre esferas disciplinares distintas sean también nichos de reflexión sobre éstas y sus puntos de contacto; dentro del campo literario mexicano, el volumen parece gestionar dos modos de circulación intelectual: por un lado, mantiene el diálogo, continuo pero irregular, de las escrituras mexicanas con las escuelas y prácticas poéticas anglosajonas, especialmente las experimentales; por otro, puede leerse como una base teórica para el análisis y crítica de ciertas escrituras que lindan lo que Josefina Ludmer ha llamado “literaturas postautónomas”, es decir, escrituras cuya función no es exclusivamente estética sino también política y social. Si bien las relaciones entre los conceptualismos y las escrituras de autores como Sara Uribe, Hugo García Manríquez o Román Luján, por mencionar algunos, han sido exploradas por Rivera Garza en los ensayos que conforman Los muertos indóciles, se extraña la presencia de un prólogo para esta edición, que hubiera enriquecido la recepción del texto, especialmente para distinguir entre el diagnóstico de los conceptualismos norteamericanos de Fitterman y Place y las posibilidades técnicas de éstos como prácticas alegóricas y postautónomas.
Impact Dublin, nominados (09/04/2014)
De la Pava en español(09/04/2014)
Novela de Angot(08/04/2014)
ARTES VISUALES
Bonillas en Nordenhake(10/04/2014)
Gabinetes en el MACG(09/04/2014)
El sur nunca muere(08/04/2014)
ARQUITECTURA
Guggenheim Helsinki(07/04/2014)
Laberinto arquitectónico(04/04/2014)
Rascacielos para Londres (01/04/2014)
DISEÑO
Uniqlo con el MoMA(07/04/2014)
Diseño para Oslo 2022(04/04/2014)
Mobiliario de cristal(03/04/2014)
ARTES ESCÉNICAS
Seminario Telecápita(20/03/2014)
Vaquero en Estadías(13/03/2014)
Estreno de Dust en Londres (12/03/2014)
Tuesday, April 08, 2014
KFLC: The Languages, Literatures, and Cultures Conference
Friday, April 11, 2014 - 8:00am to 11:00am
Spanish American Studies
Old Student Center, 113
Friday, April 11, 2014 - 8:00am to 11:00am
Organized by: Daniel Chávez, University of Virginia
Chaired by: Daniel Chávez, University of Virginia
8:00
Una poeta hacia atrás: Los registros de la memoria en Viriditas de Cristina Rivera Garza
Alejandro Palma, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Alejandro Palma, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
8:30
Entre el olvido y el anonimato: La desintegración de identidades ante la frontera en ¿Ha estado usted alguna vez en el mar del norte? de Cristina Rivera Garza
Melissa J. Frost, University of Virginia
Melissa J. Frost, University of Virginia
9:00
Persistence of Vision: The Circle, the Frame, and Cross-Genre Games in Cristina Rivera Garza’s El disco de Newton
David Francis, Harvard University
David Francis, Harvard University
9:30
Intimate Eyes, Retrospection, and the Coterminous Waiting Room in Cristina Rivera Garza's Poems on Illness
Anne Marie Stachura, University of Texas-Pan American
Anne Marie Stachura, University of Texas-Pan American
10:00
La muerte me da de Anne-Marie Bianco: Un texto cadáver dentro de una novela de Cristina Rivera Garza
Alicia Verónica Ramírez, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ University of Kentucky
Alicia Verónica Ramírez, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/ University of Kentucky
10:30
Coffee Break
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Monday, April 07, 2014
SEGUNDAS OPORTUNIDADES
Heidegger y la casa como apertura
Por:EL PAÍS05/04/2014
Por CRISTINA RIVERA-GARZA
En 1951, en la célebre cátedra que dictó en Darmstat, Martin Heidegger equiparó el ser al habitar. Hurgando en las palabras del alemán antiguo, el filósofo argumentó que el verbo construir (bauen) aparece subrepticiamente en la conjugación de la primera y segunda personal del singular del verbo ser (Ich bin, Du bist), de ahí su conclusión: “estar en la tierra como mortal significa habitar”. Pero estar en la tierra significa también, luego entonces, encontrarse bajo el cielo, formando parte, al mismo tiempo, de un colectivo de mortales. Por eso, habitar es habitar la Cuaternidad—la tierra, el cielo, lo divino, la comunidad—que Heidegger uniera bajo el principio inevitable del cuidado: “En el salvar la tierra, en el recibir el cielo, en la espera de los divinos, en la conducción de los mortales, acontece de un modo propio el habitar como el cuidar (velar por) de la Cuaternidad. Cuidar (velar por) quiere decir: custodiar la Cuaternidad en su esencia. Lo que se toma en custodia tiene que ser albergado”.
Tanta atención le dedicó Heidegger a la relación entre el construir, el habitar y el pensar (los tres verbos que, sin comas de por medio, sirven de título a la conferencia, y subsecuente ensayo, del 51) que no es para nada sorprendente la publicación de un libro sobre y alrededor de la cabaña que construyó y habitó intermitentemente, aunque por muchos años, al pie de la Selva Negra.En La cabaña de Heidegger. Un espacio para pensar, el arquitecto y profesor de la Escuela de Arquitectura de Welsh, Adam Sharr, no sólo describe con puntualidad, incluyendo planos y fotografías del lugar, la ubicación y el proceso de construcción de la cabaña sino que también se decide, con cierta cautela eso sí, a abrir sus puertas. La idea rectora es que existe una relación no sólo estrecha sino fundamentalmente productiva entre el espacio de la cabaña y el espacio de la página. La casa de “arriba”, como la describiera Heidegger comparándola de manera positiva con la vida superficial y ruidosa de “abajo” en universidades y ciudades varias, constituía su lugar de trabajo: el espacio que, cercano a las montañas y abierto al clima, podía servir como filtro de esa “ley oculta” de esa naturaleza circundante que constituía, con todo, la verdadera materia de la filosofía. La cabaña se convertía así en el espacio alquímico donde el paisaje se transformaba en pensamiento, es decir, en lenguaje.
Su apego a la cabaña y a la forma de filosofía que éste le facilitaba fue tal que, en 1933, cuando la Universidad de Berlín le ofreció un prestigioso puesto, lo rechazó. En “Por qué permanecemos en provincia”, el artículo que publicó justo un año después, explicaba sus razones: “Cuando en la profunda noche del invierno una bronca tormenta de nieve brama sacudiéndose en torno del albergue y oscurece y oculta todo, entonces es la hora propicia de la filosofía. Su preguntar debe entonces tornarse sencillo y esencial. La elaboración de cada pensamiento no puede ser sino ardua y severa. El esfuerzo por acuñar las palabras se parece a la resistencia de los enhiestos abetos contra la tormenta. Y el trabajo filosófico no transcurre cual apartada ocupación de un extravagante, sino que tiene una íntima relación con el trabajo de los campesinos”. Más que un parapeto contra el mundo, la cabaña era, por el contrario, una apertura: la mejor oportunidad de entrar en amplio y denso contacto con él. Además de un espacio, la cabaña también era un método de vida y de pensamiento. El rectángulo de la residencia y el rectángulo de la página vueltos ambos pura habitación.
Hay ciertamente una serie de peculiares pensadores de la montaña (Thoreau en Walden Pond, Wittgenstein en Noruega, Jung a las orillas del lago Zurich) que desdeñaron la vida agitada y superficial de las ciudades, optando por la vida ruda del campo. No todos conservaron la fe en la vida de provincias, como la denominara el autor de Ser y Tiempo (son legendarias las quejas de Wittgenstein después de su experiencia como maestro rural, por ejemplo) y, juzgando por la temprana relación de Heidegger con el nazismo, la vida campirana no salvó a nadie de (¿o condujo a?) la estupidez política. Pero queda de esa cabaña a los pies de la selva negra una experiencia vital e intelectual que, desde sus inicios en 1922, volviera visible la estrecha y productiva relación que va del espacio doméstico—de la habitación—al espacio de la página—la habitación.
* Cristina Rivera-Garza, su último libro es El mal de la taiga
@criveragarza (en twitter)
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