Leer Citizen. An American Lyric de Claudia Rankine en un avión, temblando de rabia.
Divisar Santiago, toda entera, desde el cerro San Cristóbal. Una tarde de octubre.
Oir a Angela Davis un 14 de febrero.
Las luciérnagas de Capulalpam de Méndez. La niebla. El bosque.
Cocinar, por primera vez, esa sopa de poro y callo de hacha.
Perder un rebozo de bolita en un viñedo californiano, sólo para recuperarlo dos semanas después.
Una tarde de mucha lluvia en Xalapa.
Ver y no ver a la ballena en el filo del horizonte gris.
Pensar, por mucho rato, en la semiótica asignificante de Maurizio Lazzarato.
Nadar. Nadar siempre. En el mar. En la alberca azul. En el charco gris. En el cielo.
Emocionarse con Barrio Verbo, de Ingrid Solana.
Una roca de millones de años. Multitudes de cactus.Tierra blanca y roja en Joshua Tree.
La cena alrededor de la mesa rectangular en la que los amigos enuncian las palabras alborotadas de la poesía.
Ascender la montaña muy temprano. Y ver las nubes desde allá arriba, Zempoaltepetl.
Escuchar con verdadera atención la primera vez que ese adolescente de pelo largo toca la guitarra en un concierto público.
La manera en que se pronuncia la palabra Tucson en Tucson.
Escudriñar las Mil mesetas de D&G, capítulo por capítulo, todas las tardes de todos los martes.
Poner esa atención incalculable, casi adolescente, a las palabras de Joan Scott y Natalie Z. Davies en una vieja sala de Toronto.
Prender la chimenea. Prender la luz. Prender la radio. Prender el cerillo. La rabia. Las ganas.
Detectar la primavera y el verano y el otoño y el invierno en la taiga de Herzog. Happy People.
Quedarse en casa. Hacer la casa.
--crg
Divisar Santiago, toda entera, desde el cerro San Cristóbal. Una tarde de octubre.
Oir a Angela Davis un 14 de febrero.
Las luciérnagas de Capulalpam de Méndez. La niebla. El bosque.
Cocinar, por primera vez, esa sopa de poro y callo de hacha.
Perder un rebozo de bolita en un viñedo californiano, sólo para recuperarlo dos semanas después.
Una tarde de mucha lluvia en Xalapa.
Ver y no ver a la ballena en el filo del horizonte gris.
Pensar, por mucho rato, en la semiótica asignificante de Maurizio Lazzarato.
Nadar. Nadar siempre. En el mar. En la alberca azul. En el charco gris. En el cielo.
Emocionarse con Barrio Verbo, de Ingrid Solana.
Una roca de millones de años. Multitudes de cactus.Tierra blanca y roja en Joshua Tree.
La cena alrededor de la mesa rectangular en la que los amigos enuncian las palabras alborotadas de la poesía.
Ascender la montaña muy temprano. Y ver las nubes desde allá arriba, Zempoaltepetl.
Escuchar con verdadera atención la primera vez que ese adolescente de pelo largo toca la guitarra en un concierto público.
La manera en que se pronuncia la palabra Tucson en Tucson.
Escudriñar las Mil mesetas de D&G, capítulo por capítulo, todas las tardes de todos los martes.
Poner esa atención incalculable, casi adolescente, a las palabras de Joan Scott y Natalie Z. Davies en una vieja sala de Toronto.
Prender la chimenea. Prender la luz. Prender la radio. Prender el cerillo. La rabia. Las ganas.
Detectar la primavera y el verano y el otoño y el invierno en la taiga de Herzog. Happy People.
Quedarse en casa. Hacer la casa.
--crg