Jorge Volpi, Rulfo, Caminante, reseña en el periódico Reforma, Sábado 29 de octubre, 2016.
En uno de los ensayos de El último lector, Ricardo Piglia propone que la verdadera literatura se esconde en los reportes de trabajo de sus escritores. En cómo éstos se ganan la vida -sus empleos, sus negocios, sus becas, sus preocupaciones materiales, sus arreglos económicos- y las maneras en que estas labores se filtran o animan su imaginación y su escritura. A partir de esta premisa, en Había mucha neblina o humo o no sé qué (2016) Cristina Rivera Garza ha querido explorar -y narrar- esos intersticios vitales de Juan Rulfo para ofrecer una nueva luz sobre El llano en llamas y Pedro Páramo, sus obras capitales.
Los años que Juan N. Pérez V. -el nombre que aparecía inscrito en su matrícula profesional- pasó como empleado de la empresa llantera Goodrich Euzkadi, miembro de la Comisión del Papaloapan y editor en el Instituto Nacional Indigenista suelen figurar en sus biografías como meros datos anecdóticos, pero Rivera Garza cree que desempeñaron un papel crucial en su comprensión del mundo, y en particular del México que habría de trazar en sus libros -y fotografías-, y que sólo analizando las sutiles conexiones entre estos trabajos menores o burocráticos y sus libros es posible apreciar las dimensiones de su originalidad y su grandeza.
Si de seguro a numerosos integrantes de nuestro esclerótico establishment literario les incomodarán las intuiciones de Rivera Garza, que no ocultan su deuda con las teorías más irritantes de la academia estadounidense, es porque dibujan un Rulfo, y en realidad todo el medio literario mexicano de mediados del siglo XX, de formas que escapan a los lugares comunes y la solemnidad con que hemos fijado nuestra "edad de oro". Para ella, el Octavio Paz de El laberinto de la soledad no deja de aparecer, ya desde entonces, como un reaccionario que pretendía inmovilizar el siglo XIX, mientras que Rulfo, su "Rulfo suyo de ella", surge como un escritor experimental volcado hacia un futuro que aún no llega. Un Rulfo excéntrico, migrante, urbano, queer y feminista: un retrato que será recibido como una bofetada por nuestros críticos conservadores.
Sin estar de acuerdo con cada una de sus provocaciones -todas ellas razonadas-, sorprende y alivia una propuesta de lectura que se aleja tanto del canon y sus muecas oficiales. Rivera Garza mira a Rulfo y a Paz, su némesis, como hombres de su tiempo: encarnaciones de ese Milagro Mexicano de los cincuenta que, a fuerza de modernizar al país desde el centro, no dudó en trastocar o destruir el orden tradicional de tantas comunidades que hasta entonces se habían mantenido al margen del país.
Rulfo es, desde esta óptica, tanto el empleado de una de las compañías llanteras que imponían el uso del automóvil y la construcción de un sinfín de carreteras -y el abandono de los trenes- como el testigo de los desplazamientos forzosos ordenados por la Comisión del Papaloapan. Pero también es, en aquellos años, el atento observador de la miseria cotidiana, el empático fotógrafo que documenta la vida indígena amenazada por sus empleadores y el editor que ansía comprender -y no solo borrar- esas sombras arcaicas.
Pedro Páramo luce, de este modo, no como una consecuencia de la novela de la Revolución o de la Guerra Cristera, sino como la obra de un escritor urbano, no rural, que vive en carne propia las contradicciones de aspirar a la modernidad y de violentar, en su nombre, el apacible y oscuro mundo indígena. Acaso enfrentado a este dilema, Rulfo descree de todo dogma, se abre a representar mujeres de una sexualidad libre y poderosa (opuestas a la pasividad de la Malinche de Paz), a sexualidades inestables y confusas y a la ambigüedad propia de esa Comala habitada tanto por los vivos como por los muertos. Rivera Garza persigue al Rulfo caminante, al que siguió de cerca la primera Carrera Panamericana tanto como el que viajó a los pueblos perdidos de la sierra de Oaxaca -y en particular a Luvina- y, en un ensayo híbrido donde aquí y allá brota la ficción, nos ofrece un Rulfo redivivo, siempre a medio camino, siempre a punto de.
@jvolpi
Ver link de Rulfo, caminante aquí
--crg
En uno de los ensayos de El último lector, Ricardo Piglia propone que la verdadera literatura se esconde en los reportes de trabajo de sus escritores. En cómo éstos se ganan la vida -sus empleos, sus negocios, sus becas, sus preocupaciones materiales, sus arreglos económicos- y las maneras en que estas labores se filtran o animan su imaginación y su escritura. A partir de esta premisa, en Había mucha neblina o humo o no sé qué (2016) Cristina Rivera Garza ha querido explorar -y narrar- esos intersticios vitales de Juan Rulfo para ofrecer una nueva luz sobre El llano en llamas y Pedro Páramo, sus obras capitales.
Los años que Juan N. Pérez V. -el nombre que aparecía inscrito en su matrícula profesional- pasó como empleado de la empresa llantera Goodrich Euzkadi, miembro de la Comisión del Papaloapan y editor en el Instituto Nacional Indigenista suelen figurar en sus biografías como meros datos anecdóticos, pero Rivera Garza cree que desempeñaron un papel crucial en su comprensión del mundo, y en particular del México que habría de trazar en sus libros -y fotografías-, y que sólo analizando las sutiles conexiones entre estos trabajos menores o burocráticos y sus libros es posible apreciar las dimensiones de su originalidad y su grandeza.
Si de seguro a numerosos integrantes de nuestro esclerótico establishment literario les incomodarán las intuiciones de Rivera Garza, que no ocultan su deuda con las teorías más irritantes de la academia estadounidense, es porque dibujan un Rulfo, y en realidad todo el medio literario mexicano de mediados del siglo XX, de formas que escapan a los lugares comunes y la solemnidad con que hemos fijado nuestra "edad de oro". Para ella, el Octavio Paz de El laberinto de la soledad no deja de aparecer, ya desde entonces, como un reaccionario que pretendía inmovilizar el siglo XIX, mientras que Rulfo, su "Rulfo suyo de ella", surge como un escritor experimental volcado hacia un futuro que aún no llega. Un Rulfo excéntrico, migrante, urbano, queer y feminista: un retrato que será recibido como una bofetada por nuestros críticos conservadores.
Sin estar de acuerdo con cada una de sus provocaciones -todas ellas razonadas-, sorprende y alivia una propuesta de lectura que se aleja tanto del canon y sus muecas oficiales. Rivera Garza mira a Rulfo y a Paz, su némesis, como hombres de su tiempo: encarnaciones de ese Milagro Mexicano de los cincuenta que, a fuerza de modernizar al país desde el centro, no dudó en trastocar o destruir el orden tradicional de tantas comunidades que hasta entonces se habían mantenido al margen del país.
Rulfo es, desde esta óptica, tanto el empleado de una de las compañías llanteras que imponían el uso del automóvil y la construcción de un sinfín de carreteras -y el abandono de los trenes- como el testigo de los desplazamientos forzosos ordenados por la Comisión del Papaloapan. Pero también es, en aquellos años, el atento observador de la miseria cotidiana, el empático fotógrafo que documenta la vida indígena amenazada por sus empleadores y el editor que ansía comprender -y no solo borrar- esas sombras arcaicas.
Pedro Páramo luce, de este modo, no como una consecuencia de la novela de la Revolución o de la Guerra Cristera, sino como la obra de un escritor urbano, no rural, que vive en carne propia las contradicciones de aspirar a la modernidad y de violentar, en su nombre, el apacible y oscuro mundo indígena. Acaso enfrentado a este dilema, Rulfo descree de todo dogma, se abre a representar mujeres de una sexualidad libre y poderosa (opuestas a la pasividad de la Malinche de Paz), a sexualidades inestables y confusas y a la ambigüedad propia de esa Comala habitada tanto por los vivos como por los muertos. Rivera Garza persigue al Rulfo caminante, al que siguió de cerca la primera Carrera Panamericana tanto como el que viajó a los pueblos perdidos de la sierra de Oaxaca -y en particular a Luvina- y, en un ensayo híbrido donde aquí y allá brota la ficción, nos ofrece un Rulfo redivivo, siempre a medio camino, siempre a punto de.
@jvolpi
Ver link de Rulfo, caminante aquí
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