JULIE CARR: LA POESÍA EN EL CONTEXTO DEL HORROR
Revista de la Universidad, Febrero 2016
Revista de la Universidad, Febrero 2016
Nacida en 1966 en Cambridge, Massachusetts, Julie Carr se dedicó a la danza antes de hacer de la poesía su principal interés creativo. Actualmente se desempeña como profesora en la Universidad de Colorado en Boulder. Sus libros 100 Notes on Violence y Rag han recibido un notable aplauso crítico. Cristina Rivera Garza, la autora de Los textos del yo, conversa con ella y presenta en español algunos de sus poemas.
La poeta norteamericana Julie Carr (Massachusetts, 1966) publicó no hace mucho un libro doloroso y contundente: 100 Notes on Violence (Ahsahta, 2009). Más recientemente, su libro Rag (Omnidawn, 2014) ha sido aclamado como ejemplo de una rara lírica cívica en la que caben por igual la diatriba de la política y los refranes de la música pop, episodios enteros de cuentos de hadas o de películas que todos recordamos, y la queja o el insulto de nuestros días. Todos ellos, todos estos pedazos de lenguaje, son levantados o revueltos, según sea el caso, con este Andrajo verbal que mucho tiene de cuerpo y más de duelo. No olvidemos que en inglés, tanto como en español, el andrajo puede ser tanto un objeto —un trapo, un pedazo de tela vieja, gastada y sucia— como una persona, pero en inglés el contenido de género es ineludible: se describe así al periodo menstrual en el lenguaje cotidiano, en efecto. En inglés, aunque no en español, ese rag puede ser también una diatriba sorda, un incesante regaño, una molestia continua. Tal vez no exista mejor momento para presentar los variados y a veces terroríficos componentes de este Andrajo en traducción al español —ahora que a la desaparición forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa y esta acumulación de atrocidad sobre atrocidad contra civiles que ha sido la así llamada guerra contra el narco, se le suma la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos―. ¿Cuál es la relación entre el lenguaje, con mayor precisión: de la poesía, con la violencia? ¿Qué es lo que puede hacer, si es que puede hacer algo, la poesía en el contexto de horrísona violencia que nos circunda? Estas son las respuestas de Julie Carr.
Hay tantas maneras de contestar estas preguntas. Una forma de empezar podría ser diciendo que la poesía cuenta historias que necesitan ser dichas, que puede ser descriptiva de maneras especialmente impactantes, y con frecuencia, así lo veo yo, verdaderas. Pero para mí es mucho más que eso. La poesía es mucho más que una forma condensada del reportaje y es más, también, que un recuento personal o subjetivo de eventos. Porque la poesía lleva al lenguaje hasta sus propios límites de comunicación, y a veces más allá de esos límites, la poesía paradójicamente revela verdades que el lenguaje cotidiano oculta. Lo que hace poesía a la poesía (otra vez desde mi punto de vista) es que desestabiliza el discurso normativo. A través de rupturas gramaticales, utilizando el ritmo y el sonido, por medio del juego sintáctico o el arreglo visual sobre la página, a través del rechazo o la postergación del significado semántico, la poesía dice historias que no pueden ser dichas, historias en las cuales el decir narrativo es, de hecho, una especie de mentira.
Al contrario del discurso cotidiano o la retórica grandilocuente de la política, la poesía se mueve hacia esos lugares donde residen las emociones no dichas y las indecibles también. Yo no creo que los poemas nos consuelen o nos protejan de la violencia, pero sí pienso que nos ofrecen una oportunidad de conectarnos con la rabia, el miedo y el pesar que la violencia produce. Y los poemas hacen esto de una manera categóricamente distinta a cualquier otra forma de discurso: haciéndole señas a lo no dicho y a lo indecible al mismo tiempo.
La gran poeta canadiense M. Nourbese Philip, quien escribió el importantísimo libro Zong! acerca de la masacre de casi doscientos africanos que viajaban en un barco de esclavos, cuyo nombre era Zong, habla de la imposibilidad misma de decir esa historia. Y no puede ser dicha porque la gente a la que pertenece esa historia no puede decirla y porque sus voces y sus nombres nunca fueron registrados de manera alguna. Pero tampoco puede ser dicha porque no hay forma alguna de narrar el mal humano. El mal nos silencia. La poesía es una manera de hacer hablar a ese silencio.
En su ensayo “Violencia, política, y duelo”, Judith Butler escribe: “Propongo tomar en consideración esa dimensión de la vida política que tiene que ver con nuestra exposición y nuestra complicidad con la violencia, con nuestra vulnerabilidad ante la pérdida y la tarea del duelo que la sigue, y con encontrar los fundamentos para construir comunidad en esas condiciones”. Para mí, la poesía nos conecta a esas condiciones —exposición, complicidad, vulnerabilidad y duelo―. Así, si consideramos seriamente la propuesta de Butler, y yo creo que debemos hacerlo, la poesía y las artes en general serían imprescindibles en nuestra vida política.
Después de la masacre de Newtown aquí en Estados Unidos, no pude escribir nada. Pensé que no existía poema alguno que pudiera hacerle justicia al horror de ese día. Todavía creo que eso es verdad. Ningún poema puede hacer justicia ya sea al horror ante los estudiantes masacrados, o de tantos otros que han sido asesinados. Pero la poesía tiene que hablar de estas cosas. No hablar de ellas sería escribir una poesía de mentiras, y luego entonces estaríamos usando al poema para hablar entre nosotros sobre nuestra mutua incapacidad de decir. Yo creo que esto es importante. Nuestra compartida perplejidad, nuestro trauma, nuestro sufrimiento —estas cosas encuentran su expresión en poemas (y en otras formas de arte también)―. No creo que sea suficiente. También creo que la protesta directa y la resistencia son necesarias, como son necesarios cambios radicales en los sistemas políticos en los que vivimos (la masacre de Newtown era política también, no sólo por la ideología política del asesino —ese hombre era un demente— sino por el sistema cultural que le dio acceso a las armas). Pero la poesía es la voz del sentimiento colectivo, y justo eso es lo que necesitamos para unirnos, para luchar contra la indiferencia, para recordar nuestra misión compartida, que es proteger la vida, darnos consuelo los unos a los otros, y ser valientes. Incluso cuando la escritura parece imposible, todavía existe la lectura y la re-escritura de las palabras de los otros. Esta re-escritura me ha parecido, con frecuencia, una tarea necesaria —una especie de autodidactismo―. La re-escritura puede ser una forma de escuchar a otros poetas que, desde otros lugares y en otros tiempos, han enfrentado también terribles pérdidas pero han sobrevivido para escribir el poema.
Julia Kristeva escribió: “No hay nada como la abyección del yo para mostrar que toda abyección es de hecho el reconocimiento de un deseo sobre el cual se funda cualquier ser, significado o lenguaje”. Frente a situaciones tan horrendas, todos somos abyectos. Y nuestra poesía está, como ella lo sugiere, basada en tal abyección. La poesía no dice las cosas de manera más precisa, simplemente se acerca más a las cosas que no tienen lenguaje, recordándonos los deseos y las pérdidas que todos cargamos y que se elevan hacia la superficie, repentinamente, en momentos de crisis extrema.
Traducción de los poemas aquí.
--crg