Monday, November 28, 2005
Toda mujer precisa de un Alfred personal.
Alfred, por si no lo recuerdan, es el que, ante las fallas o equivocaciones del pobre Bruno, nunca pero nunca pierde la fe en él (y se lo dice, claro está). Y Alfred es aquel que aparece, a eso de las tres de la tarde (de un domingo, por ejemplo), con el mítico vaso de agua lleno de las bubujitas que produce el alka-seltzer.
I rest my case.
--crg
Saturday, November 26, 2005
I:
Estoy por entrar a la sala de conciertos y, mientras espero, hojeo el libro que me acompana. Cuando leo el párrafo en el que el autor entrevistado (un artista contemporáneo) describe con lujo de detalle y más lujo de afecto la sala en la que entraré en una media hora, pienso que he caminado mucho, que la premonición de Lygeti me hace mal, que estoy muy cansada y, además, que si lo cuento así como está pasando (que es como lo cuento ahora) nadie en este mundo con (como se dice) tres dedos de frente me creerá. Acaso haga bien.
II:
Estoy en otra sala, leyendo en voy alta. Cuando conclyo un párrafo, otra mujer lee lo que yo he leído antes, también en voy alta, pero esta vez en su idioma. Esto se repite dos, siete, ocho veces, hasta que terminamos. Es entonces que ese hombre anciano, aunque lleno de vida o de ansiedad (fácil confundir esas cosas a últimas fechas), se incorpora. Luego: se aproxima.
Dice: Yo estuve ahí. En 1942 yo estuve ahí.
Que hable mi idioma me sorprende. Que no entienda dónde es el ahí en el que dice haber estado me intriga.
Finalmente lo dice: En La Castaneda. Yo estuve ahí. En 1942. Ayudante de ingeniero. Pusimos el sistema de encefalografía en el manicomio. Fui conejillo.
Se ríe y yo pienso que me juega una broma. Conejillo de indias, le digo, conminándolo a continuar.
Hablamos sobre eso todo el camino hacia el restaurante y, dentro del restaurante, todo el tiempo de la cena. Puede ser un personaje. Pudo haber escapado de las páginas del libro. Lo observo con interés y con temor (fácil confundir las dos cosas últimamente) y lo escucho como quien exprime el último gajo de limón. En esos momentos se me olvida el frío. El tiempo. Estoy entrando, de manos de un personaje que pudo haber existido, en las páginas del libro.
Él continúa: Se acercaban a preguntarnos cosas. A hablar con nostoros. A hablar con alguien. A ella la vi. Sí. Llevaba toda la luz del manicomio sobre la cabeza. Sí.
Cuando forma un círculo con sus dedos y los eleva sobre su frente para simular una corona, la veo yo también. La veo una vez más. La veo, de hecho, por primera vez en otra voz. Y pienso, irremediablemente, que si lo cuento justo como está pasando (que es como lo cuento ahora) nadie que tenga cinco sentidos me creerá. Acaso haga bien.
III:
Estoy en una sala. Afuera se ha interrumpido el suave caer de la nieve (que es lo único que me recuerda que estoy lejos). Mientras eso pasa, hablo. Contesto preguntas. Muevo las manos. Un hombre desconocido levanta el brazo derecho. Dice muchas cosas y, al final, o casi al final de las oraciones que hace en un país muy lejano donde sí cae la nieve, dice: !pensé que estabas en Tijuana! Afuera no hay nieve y, por un momento, pienso que estamos dentro de una pantalla. Acaso haga bien.
--crg
Thursday, November 10, 2005
Wednesday, November 09, 2005
Do not imitate me and get weak-kneed
over every lad or lassie with badass vocabulary
Amy Gerstler, Prescription for Living
So, I visited the west shores of Affrensi
(a continent far away where only some have ever seen a tooth brush, size 3 A, extra soft)
walked barefooted under ill-tempered clouds
listened to foreign languages in a battered radio while whistling
caught by a witterysiie
(which means sacred tree of huge white flowers)
taking a pee
a grave offense
an intolerable deed
I was sent off to a remote village (so small it did not have a name)
in the northern most angle of an almost imaginary island
there I married an ostrich reared on mint tea and good manners by chain-smoking godparents from the Near East.
We had a good life—I have no complaints and harbor no regrets.
Sooner than later I gave birth to twins and, even later, to the first baby ostrich girl with blue hair and pierced ears.
We called her eheava, which in the language of the nameless village means "born to be a pop star."
During winter I mastered the difficult art of weaving yellow ribbons and sage
(which we used to make carpets, described by some as magical, later transported by native slaves to the nearest port)
and I improved, though little, my sprint skills during the long Summer days.
I also learnt to smile when called "my two-legged being from Mars."
We could have continued at it for years, but my ostrich husband was too fast
(he never let me reach, for example, the hilltop before him)
and, as sensitive to cold as a widow in Florida,
he liked to rest for hours in our artificially heated nest.
When in trouble he used to hide his head.
The truth is a childless lioness passed by
(it was 7 a.m. in an extremely dusty day)
we ran away at 7:15, reaching an even more remote village
(so remote that the aborigines had neither language nor concept of it)
where no one had ever seen a tooth brush (much less a size 3 A, extra soft)
a fact that, together with kissing, gave us a bad case of gum disease.
We nonetheless roared under moons as round as perfectly structured German sentences
ate honeysuckles, by her side
I knew what humans in far away lands attempted to describe with the word happiness.
By April, I became nostalgic
(thought of you often during those days surrounded by the smell of Madagascar jasmines and Irish beer)
and her husband, an open-minded bear from the Arctic who located her through an intricate network of spies and bi-focal seals
reminded her of her seven children (for it turned out she had lied)
fetching her back to the icebergs she had begun to miss.
I made shoes out of wine leaves and took off
enjoyed the views from the Chinese Wall
sent postcards
spent Christmas consorting with a white fox who could tell the truth in 13 different languages
(all of them with an accent)
sipping vodka over the Mongolian border.
In just a few days I mastered the art of remaining still while in fury
(it is not as difficult as it sounds)
when in motion again, I rode the westward train, which is red, where three extremely well-behaved hippies high on acid and from California told me you now live on the Mexican border
writing, they said, long autographs in minuscule trace on the back covers of books written by others
(I thought they lied but, fearing disdain, they produced the torn back cover of what once had been a book as evidence)
so I crossed the ocean, hiring myself as an aide in a sixteenth-century ship
where caught glance of a shark of magnificent teeth
(he must have used an extra-harsh, size 10 D, neon brush)
who sculpted waves out of waves almost baffling observers (they seemed that real).
We had coffee and conversation in a language unknown to others in the basement
among the grunts of slaves who, I realized just then, carried the carpets I once fabricated
which reminded me of an ostrich in a nameless island who, though easily distracted and prone to hide, used to called me "my two-legged being from Mars"
I smiled, full of melancholy, pondering whether my dearest eheava had honored her destiny
the little blue one
in those days I learnt how to leave silent messages in answering machines
(it is more difficult than it sounds)
how to negotiate with rubi kidnappers while singing
how to wait for the flowering of garlic
how to pick almonds for a thief
how to conjugate three verbs at the same time in three different mother tongues
(all these things are more difficult than they sound)
with the help of an otter, as friendly as blindfolded, traced back the map where we located the house everybody called yours
it's right here on the border
so I wore the old boots, grabbed the water, the blank pages
preparing myself for the longest of journeys
(and it turned out to be as long as expected)
and so I came by
after all these years
knocked on your door (three times as prescribed)
but, oh, well
perhaps the next time
--crg
Tuesday, November 08, 2005
Recordar el teclado. Recordar los dedos sobre el teclado. Recordar ahora, hace un momento, las yemas de los dedos sobre el teclado. No olvidar el teclado. Recordar el teclado miento escribo las palabras escribir en el teclado.
Detenerse en el medio. Resaltar la materialidad del medio. Gozar la imposición del medio. Los límites del medio. Los límites que son la realidad del medio. Recordar que el lenguaje es el medio.
Detenerse otro segundo más en el medio. Y recordar, mientras tanto, el teclado. Nunca jamás olvidar el teclado.
Ver la aparición de la palabra sobre la pantalla. Ver, ahora, hace un momento, la aparición de la segunda palabra. Ver la aparición. Es una frase. Es una línea. Es una oración.
Recordar el teclado. Recordar que el teclado es una forma de la oración. Un halo sobre todo eso.
Sentir las yemas de los dedos sobre el teclado. Recordar la materialidad del lenguaje. Sentir el contacto de la huella dactilar con la superficie lisa de la tecla. Constatar la materialidad inaudita del medio. Gozar. Padecer. Volver a gozar. Sentir el choque. Una huella dactilar. Una letra. La frase. La línea.
Detenerse en el medio. Resaltar el medio. Decir: este es el medio. Esta sólida existencia súbita. El lenguaje. Una forma de corporeidad. Detenerse. Gozar. Una huella dactilar.
Escribir: este es el medio. Que es escribir. Escribir el medio. Abolir la transparencia. Salir de la trampa. El lenguaje no es el fin, no es el receptáculo, es el medio. Resaltar el medio. Escribir.
Tocar, sinuosamente, sensualmente, viscosamente, los límites del medio. Tocar, que es una huella dactilar sobre la superficie lisa de la tecla. Tocar, que es escribir.
Recordar el teclado. Ahora, hace un momento, no olvidar el teclado. Nunca, ni por un momento, olvidar el teclado.
La materialidad de esto. Esta práctica. Escribir.
Olvidar el teclado. Olvidarlo todo. Escribir.
--crg
Monday, November 07, 2005
Thursday, November 03, 2005
Wednesday, November 02, 2005
"La reelectura, en mí, más que derivada del placer que me pudiera proporcionar el libro que releo, es una suerte de primera lectura. La verdad es que los libros desconocidos me atemorizan. Necesito penetrarlos sigilosamente. Y en la primera lectura, mi inhibición es tal que me impide cualquier comunicación profunda con el texto. Estas dificultados son mayores con los poemas."
Alejandra Pizarnik, Diarios, 121.
--crg
Wednesday, October 26, 2005
Noticia escandalosa: el hombre perfecto sí existe.
Confesión rutilante: y sí, lo digo Yo Misma, ahora, en este momento, y aquí.
Rumor anochecido: hay un hombre...
Cosa de boca en boca: calva, mirada, nariz, boca, voz, barba, espalda, pecho, manos, pene, nalgas, pierna.
Encabezado (y encuerpado también, digo yo): muchas mary shellys y, ah, un Frankenstein.
Ubicación temporal: nada menos y nada más que el siglo XXI.
Slogan I: para que no sea usted una dicha (ni mucho menos una des-dicha), sino una total y completa dicho-sa dicharachera.
Slogan II: que no le digan, que no le cuenten.
Secreto a voces: Existe El hombre a la medida
Interjección de claros tintes norteños: ¡i´hiñor!
Sutil bisbiseo: Adriana Gonzáles Mateos, Claudia Guillén, Patricia Laurent, Rosa Beltrán, Cristina Rivera-Garza, Ana Clavel, Adriana Díaz Enciso, Ana Garcpia Bergua, Susana Pagano, Norma Lazo, Gabriela Vallejo Cervantes.
Hablilla del día: ya salió. ya lo crearon. ya anda por ahí.
Esto: Claudia Guillén, ed., Un hombre a la medida, México: Ed. Cal y Arena, 2005.
--crg
Tuesday, October 25, 2005
Aquí la crónica del Joven Pimienta, insigne integrante de la familia más querida del noroeste:
El Tambor no es culpable (o: no me ayudes carnal)
1) Había besos de regalos y una mesa con sushi de la cual me separé muy poco. En las primeras horas mi recorrido fue: refri-mesa-mesa-refri, chela-sushi-sushi-chela y sí, mi cerebro al igual que mi lengua se trabó con la combinación. No recuerdo mucho, pero en un punto de la fiesta recuerdo estar sentado en las escaleras que llevan al puente colgante del cual alguna vez se cayó un gatito. Recuerdo también que una invitada le apretaba una chichi a otra invitada y recuerdo que había una discusión internacional parecida a la guerra de los pasteles en la cual el Pato (a quien siempre le hemos dicho que su verdadero padre es caribeño) intervino bajo el título de Kofi Annan.
2) Yo sabía de una botella perdida pero era de vodka y por poco el Lou, (con nuestro backup) intentaba recuperarla a chingazos. El vodka salió y de ahí ya no recuerdo más.
3) Cuando se iniciaron las investigaciones yo pensaba que el Tumper era culpable nada más por sus antecedentes. Pensé en proponer la inyección letal por el simple hecho de que no se mochó con parte del botín. Pero poco a poco salieron a relucir pequeños detalles, por ejemplo su vestimenta la cual varía de las fotos de la fiesta a otra donde se le vé hasta rosadito de los chapetes, tan contento con el supuesto botín. El Tumper es diva pero a duras penas se cambia de un día a otro, no se pondría dos veces guapos pa’ una sola fiesta y menos con la peda que ya traíamos.
4) Es bien sabido que el Tambor es capaz de eso y de mucho más, no de en balde la procedencia de su apodo. Algunos piensan que es en honor a Tumper el de Bambi pero somos pocos (y ahora muchos) los que sabemos que se le bautizó así en los barrios de Mochis por hacer tambores con la piel de sus víctimas al más puritito estilo del Silencio de los inocentes.
5) Cuando yo conocí al Tambor –en una peda en el legendario bar Ranas– trabajaba en el Samborn’s de cocinero y por unos buenos meses nos nutrimos con extra molletes gracias a la caridad de sus robos en esas noches de borracheras juveniles (aaah qué tiempos aquellos).
6) Alguna vez me regaló un zippo lighter que aún traía manchitas de sangre.
7) Ha confesado tiempo por posesión en Ensenada y en la juvi de Tijuana sin contar lo que lo expulsó de Mochis y después de ocho años no ha confesado. Aconsejo a todos no intentar despertar al Tumper de cerca porque se va derechito al cuello como si trajera un Vietnam eterno en los sueños. Si no lo creen, nada más observen un poco su postura y se darán cuenta que está siempre atento y con la espalda a la pared (en la foto se vé vulnerable pero no se dejen engañar, los destazaría sin pensarlo, solo para alimentar el apodo).
8) Tumper no es culpable. Yo no meto las manos al fuego por él pero sí escribo una crónica con el firme propósito de limpiar su nombre de cualquier mancha que se le quiera, injustamente, adjudicar. Por eso somos carnales para protegernos de calumnias injustas, aunque si se demuestra su culpabilidad: chínguenlo, chínguenlo, chínguenlo, que no se mochó el muy cabrón con las burbujitas.
--crg
Monday, October 24, 2005
Todos los distintos Yos que viven detrás de esta pantalla están, verdaderamente y al unísono, de plácemes. Sucede que los nombres de tres amigos muy queridos por todos los ya mencionados Yos aparecieron en la lista de resultados (positivos, claro) del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales XXI edición. Y, bueno, estos Yos andan bullangeros y de buen humor y aprovechan sus aposentos detrás de esta pantalla para mandar las felicitaciones del caso.
En el área de Letras, trayectoria superior a cinco años:
Mario Alfredo Bellatín Cavigiolo: La Escuela Dinámica de Escritores, A. C., Actividades formativas. Distrito Federal.
Maria de la Cruz (a.k.a. Maricruz) Castro Ricalde: Taller de Teoría y Crítivca Literaria Diana Morán: Desbordar el Cannon. Escritoras mexicanas del siglo XX. Serie de publicaciones. Estado de México y Distrito Federal.
En el área de Letras, trayectoria hasta de cinco años:
Santiago Noel Matías Lázaro: Bonobos editores. Colección Reino de Nadie, publicaciones de poesía. Serie de publicaciones. Distrito Federal, Estado de México, Jalisco, Puebla.
Todos los Yos que mandan sus más sinceras felicitaciones también aclaran que nada tienen que ver con los nombres de los amigos aquí listados. También juran y perjuran que, as fas as they know, todos esos nombres son reales y de la vida verdadera, y no el resultado de la pluralidad un tanto esquizofrénica y en todo caso muy imaginativa que caracteriza a los Yos Mismos.
Ajúa, puesn.
Ah, y por si esto fuera poco, este es el año (erdá de dios) de David Toscana.
Doble ajúa, puesn.
--crg
Desde las orillas más izquierdas del Tercer Mundo, la Lore (oseáse la queridísima Lorena Mancilla) nos manda su (muy ordenada) versión de los hechos:
El ladrón de champañas.
1.Digamos que alguien compra una casa cerca del mar, tan cerca que poco le falta para barco. Nuestro alguien decide que hay que celebrar la inauguración al más puro estilo marino, así que compra en el duty free varias botellas de champaña (una de ellas por supuesto para estrellarla sobre la proa, es decir el frente de la casa y así bautizarla). Para celebrar con derroche no compra cava española, ni sparkling chardonay de California. Compra champaña de verdad, de la francesa, de la del meritito Champagne.
2.Digamos que por muchas y muy diversas razones se pospone el bautizo. Pero como ya se había planeado la fiesta y son pocos los impedimentos que lleven a un mexicano al extremo de cancelar un festejo (además no sólo se celebrabaa la casa, sino tambien el cumpleaños de la muchacha del peinado peculiar), se recurrió al siempre infame plan B: hacer la fiesta bajo Puente Amafáunulos.
3.Se plantea el problema de esta manera: botellas de champaña reservadas para otra ocasión ocultas tras una gruesa capa de cervezas dentro de un refrigerador en una fiesta. Conforme pase el tiempo la capa de cervezas se adelgazará hasta desaparecer, quedarán entonces al descubierto, inermes, solitas, expuestas y antojables las botellas de champaña. Una mano misteriosa destapará dos de ellas y las derrochará entre un grupo de bebedores poco refinados que, acostumbrados a tomar Tecate y coolers, no lograrán apreciar el gusto del champán y éste será desperdiciado con vileza por ellos.
3.1. Planteamiento según el punto de vista de cierta mujer que estuvo en la fiesta.
¿El inicio de la historia?. No sé, no recuerdo muy bien. En realidad cuando llegué la fiesta tenía ya un rato de haber empezado. Yo me fui derechito al baño y estaba ahí viendo los azulejos amarillos, ¿o son verdes? Le digo austed que no sé, que recuerdo poco. Yo estaba en eso cuando escuché que segritaba mi nombre afuera y al salir, con las manos todavía húmedas (porque me las lavé, eh, y luego me las sequé en el suéter que traía en lacintura)... Ah pues, al salir había un grupo de gente a mi derecha que gritaba que beso y que quién sabe qué. Enfrente estaba la muchacha del peinado peculiar, ahí solita. Creo que lucía un poco apenada, o es lo que quise pensar. El grupo de la derecha me indicó, no, me ordenó con gritos dispares que debía besarla. Que su deseo de cumpleaños era recibir 29 besos, uno por cada año de vida. No hice preguntas. Fue un beso sencillo, de labios cerrados, de manos en los cachetes. Duró nada, lo que dura un beso con espectadores. Si lo que usted quiere es saber cómo empezó todo, para mi ese es el principio.
4.Lo que pasó después es difícil de narrar. No por lo que pasó, porque enrealidad pasó poco. Debajo de ese puente (y sobre él) han ocurrido cosas peores. Mucho. Y se podrá decir lo que sea sobre los sucesos que ocurrieron antes (y después), pero en esta ocasión no se trata de rumores, sino de lo que pasó en verdad (recordemos que está en juego la honra del acusado). Siendo la verdad un asunto tan complicado es necesario hacer una pausa y una consulta: verdad
1. f. Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.
2. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa: losniños tienen que decir siempre la verdad.
3. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente y que es aceptado de forma general por una colectividad: verdad de fe.
4. Expresión clara y directa con que se corrige o reprende a alguien.
4.1. La verdad según el punto de vista de cierta mujer que estuvo en la fiesta.
No soy mariposita social, no bailo, yo a una fiesta voy a lo que voy: pistear y quedarme en un rincón. En esta fiesta eso hice: sentarme en la escalera casi toda la noche. Sí, camine, anduve, trataron de hacerme bailar, hablé con unpocholaco, estuve a punto de ser seducida por una chica de gran escote en la espalda. Y casi lo logró, pero no. Me fui a la escalera a tener la mejor idea de la noche: pedir un masaje. Primero fue la espalda, luego el cuello, luego los pies, luego todo era manos. Hubo un momento en que cierta extranjera de acento delicioso recibía un masaje de pies y también recibía uno de manos y uno de espalda. Todo a la vez. Ahí, exactamente ahí, era donde estaba quien se acusa de ser el ladrón de champañas. Él estaba en el cuello o en los pies, no lo sé, pero estuvo por largo rato sobando a la extranjera de acento delicioso. Había voces detrás de él, dos desconocidas que hablaban y que quizá tentadas por el manoseo (quién, díganme quién se resiste a un manoseo) quisieron unirse pero no lo lograron.
4.2. La verdad según el punto de vista de cierto padre de familia a quien sele perdió una botella de vodka.
¿La champaña? ¿Cuál champaña? ¿Había champaña? No, yo no creo que haya sido el Tambor. Fue el puto ese que me robo la botella de vodka, y me lo iba amadrear, yo ya tenía a todos los de la Liber apalabrados. Pero al último apareció la pinche botella, que si no hubiera aparecido lo mato. Me cae quesi. O por lo menos lo atropello.
5.Pasan los días, las semanas, los meses. Hasta que aparece sin más preámbulo una foto en la que un hombre sostiene una copa y a su lado hay una botella de champaña. Nadie lo duda, es el Ladrón de champañas.
Pero cualquiera que sea ligeramente escéptico, sería capaz de ver en semejante prueba los tintes de una conspiración. El verdadero Ladrón de champañas no sería tan tonto como para permitir que se le haga un retrato con la prueba del delito en el paladar.
Si algo nos ha enseñado la historia es que nunca jamás, por minúsculo que sea el crímen cometido, deben quedar pruebas. Mucho menos testigos, ni ebrios ni sobrios.
5.1. El Acusado se defiende.
¡Hey, yo no fui eh! Esa foto esta sacada de contexto. A mí, por si no lorecuerdan, la profe me regaló una botella de champaña después de la fiesta. No me acuerdo por qué, no era mi cumpleaños ¿O si? De hecho me regalo dos (por cierto que me debe una). El día que me tomaron esa foto no fue el mismodía de la fiesta. Soy inocente. Además todos tomamos de la botella que sale en la foto.Todos teníamos copas, todos brindamos, no me acuerdo por qué, pero todosbrindamos, hasta el Héctor, que ahí andaba. De eso sí hubo muchos testigos. No se hagan, yo no fui.
5.2. Cierta mujer que estuvo en la fiesta recuerda.
Sí, me acuerdo que días después hubo taller literario con la crg.Recuerdo que caminé la cuesta esa, mejor conocida como La Mata Crudos. Recuerdo también que sentía los latidos de mi corazón en las venas de lacabeza mientras subía, y recuerdo que al llegar bajo Puente Amafáunulos nopodía respirar. Lo recuerdo bien, ese día se destapó una botella de champán y todos los que fuimos al taller bebimos un poco (yo sólo humedecí los labios pa no quedarme con las ganas), y recuerdo también que hubo fotos.
5.3. El acusado se vuelve a defender.
Si (es) cierto.
5.4. Cierta mujer que estuvo en la fiesta continúa recordando. Acuérdate que eres el acusado, deja termino.
Y recuerdo que se celebraba al acusado por algún motivo. Pero en realidad no sé si la foto que se muestra como prueba se tomó días después el mismo día de la fiesta. No sé. Los únicos testigos confiables son los que no estaban hasta su madre, y hasta hoy sólo se sabe de uno: El refri.
6.Tras una concienzuda reflexión frente a los argumentos y pruebas presentados, se decidió que no es posible señalar culpables. Es decir, hasta hoy se concluye que los resultados de la investigación son inconclusos. Pero si algo hemos aprendido de las películas mexicanas cincuenteras, de las telenovelas y de los thrillers hollywoodenses, es que no hay crimen perfecto. Algún día, en algún lugar se hará justicia.
Tán Tán.
--crg
Thursday, October 20, 2005
LA NOUVELLE REVUE FRANÇAISE. 352 pages - 15,50 €
Pierre Encrevé et Michel Braudeau, Conversations sur la langue française, I
Fernando Arrabal, Entretien avec Benoît Mandelbrot
Jacques Réda, Deux variations
Alain Duault, Où quelque chose a frémi
Stéphane Audeguy, In memoriam, I
Louis Chevaillier, Ecuador
Charles Ferdinand Ramuz, Recherche de la vérité
Renouveau des lettres mexicaines par Christopher Dominguez Michael, Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Cristina Rivera Garza, Pablo Soler Frost, Eduardo Antonio Parra, José Manuel Prieto, Mario Bellatin, Ana Garcia Bergua
Hommage à Augusto Monterroso (1921-2003)
Chroniques par Serge Chauvin, Pierre Descargues, Hédi Kaddour
L'air du temps par Maja Brick, Carlos Herrera
Notes par Gérard Bocholier, S. Rappaport-Jaccottet, Anthony Dufraisse, Yves Leclair, Alain Clerval, Alain Feutry, Stéphane Zékian, Christian Garcin, Thomas Regnier
LA NOUVELLE REVUE FRANÇAISE [2005]. Octobre 2005, 352 pages sous couv. ill., 140 x 225 mm. La Nouvelle Revue Française (No 575), Gallimard -rev. ISBN 2070775909. Parution : 29-09-2005.
--crg
Wednesday, October 19, 2005
Dentro del ciclo "Fronteras Intermitentes: Cruces de Región y de Género en el México Contemporáneo" de la Cátedra de Humanidades del ITESM-Campus Toluca, en conjunto con el Festival Quimera
Marcos Ramírez Erre
Arte contemporáneo e Instalaciones Fronterizas
(Presenta Luis Felipe Ortega)
Auditorio de Usos Múltiples
ITESM-Campus Metepec
18:00 hrs
Una conversación entre el Erre, Luis Felipe O. y su servilleta se transmitirá por el canal 6 de la Universidad Virtual del ITESM hoy mismo a las 16:00 hrs.
Estamos, como se dice (porque sí se dice así, ¿verdad?), de plácemes. No sólo anda por acá Don Erre, recién desempacadito de las Chinas, lleno de esa peculiar energía tijuanense que lo hace discurrir con la misma velocidad (por no mencionar la intensidad) sobre materiales dúctiles, política estadounidense, hijos propios y ajenos, principios de construcción, entre muchos otros temas, sino que también nos acompaña Luis Felipe Ortega, profesor de La Esmeralda y tutor del FONCA en la rama de medios alternativos. Una vez más: la tarde promete ¿qué no? Y la entrada, como siempre, es libre. Osease que acá los esperamos, puesn.
Hay mucho material sobre Don Erre, pero aquí va algo de uno de mis Favoritos de Todos Los Tiempos, el inteligentísimo e independiente y aguerrido Mike Davies, autor, entre muchas otras cosas, de City of Quartz:
Reading (PA.) by Bomb Light By Mike Davis, tomdispatch.com September 22, 2003 Alternet.org (tomdispatch.org)
The billboard proposal,(Road to Perdition) that never was placed in the billboard structure...
The artist Marcos Ramirez (aka ERRE), whose Tijuana studio is a mere fifty yards from the nearest border patrolman, spends a lot of time staring across la linea at the strange culture on the other side. He likes gringos well enough, but sometimes is scared by our sublime ignorance of our own history (not to mention those of our neighbors).
For example, how many of us ever bother to think about the contribution of strategic bombing to the American Way of Life? As Ramirez points out, the air forces of the United States have dropped billions of bombs in the twentieth century and have killed, by the most conservative reckoning, more than two million foreign civilians. Most, of course, were Asians, including over half a million Japanese incinerated by two atomic bombs and in the B-29 firestorms that burned their cities to the ground. Another million were Indochinese killed by B-52 carpet-bombing. There were also one hundred thousand or more Koreans in the Korean War, and probably that many Germans as well as surprising numbers of innocent Italians, Rumanians, and other accidental World War II-era Europeans.
We should add to this black ledger at least ten thousand non-combatant Iraqis in two Gulf Wars, a thousand Afghan villagers and maybe five hundred Serbs as well as a few Libyans and Sudanese. In the Western Hemisphere, Presidents Harding and Coolidge sent biplanes to bomb rebellious Nicaraguans, Dominicans, and Haitians during the golden age of Dollar Diplomacy. Later the CIA bombed Guatemala (1954) and Cuba (1962). We bombed Panama in 1989 and are still bombing rural areas of Colombia today.
There is, in fact, little of the earth's surface that we haven't at some time bombed, or, as the case may be, bombarded. Thus when Ramirez was recently invited to participate in "Mexico illuminated," a multi-venue exhibition (12 September to 23 November) sponsored by a consortium of arts institutions in Reading, Penn., he chose to illuminate yanqui history instead.
He won the approval of his sponsors and the Reading Redevelopment Authority to mount a public-art piece on a billboard next to the busy Bingaman Street Bridge. Imitating the green background and lettering of official highway signs, the proposed billboard simply lists eight cities bombarded or bombed by the United States, their distances from Reading, and the appropriate dates.
Ciudad de Mexico 3202 km 1847 Veracruz 3040km 1914 Hiroshima 11194 km 1945 Dresden 4837 km 1945 Hanoi 13206 km 1972 Ciudad de Panama 3497km 1989 Kabul 10979 km 2001 Baghdad 9897 km 2003
(The Reading Project)is the final image that was blown up to billboard size, and was installed in the interior of the Albright College Gallery Annex
Ramirez's idea was to let commuters puzzle out for themselves the meaning of the dates and the association between cities as disparate as Ciudad de Mexico, Dresden and Baghdad. He saw the piece as a "mirror" to help us analyze our own impact on the world. He hoped that Reading residents would become active participants in the dialogue.
They have - with a vengeance. Even though the billboard has yet to be mounted, the local paper calls it "an eruption of outrage." Letters columns and radio talk shows have been inundated with angry denunciations of Ramirez's supposedly "obscene America-bashing." The city of 82,000 doesn't seem to be talking about much else.
One columnist claimed that Ramirez was trying to show "that the rest of the world hates the United States." A city councilwoman couldn't understand what the billboard had to do with art: "Art is art. But bombing is not Art." Meanwhile, an unnamed "patriotic group" vowed to buy a counter-billboard that would simply boast (vis-ˆ-vis the bombings): "We're Glad!" Others made darker threats.
Then the display company refused to rent the billboard space to the organizers of Mexico Illuminated, issuing a non sequitur press release that "it proudly supports the men and women serving in the military." For a moment it seemed as if Ramirez was about to join that illustrious pantheon of Mexican artists - including Siquieros and Rivera - who have had their work censored or destroyed by panic-stricken gringo patrons.
But the organizers have so far stood their ground, promising to find Ramirez a space for his billboard. And some local politicians have had the guts to point out that the supposed "anti-American" message is entirely in the eye of the beholder. Angel Figueroa, a young Latino voice on the city council, calmly observes that Ramirez's billboard is merely "factual." "Everyone will have their own interpretation." Ramirez, for his part, tells me that he is delighted that the "meaning of art" is being discussed with unprecedented passion in American Legion Halls, bowling alleys and neighborhood saloons. At the same time, he is intrigued by the reaction to his historical Rorschach Test.
"It is amazing that a piece like this is so universally considered offensive. After all, the billboard only itemizes events that in their time were celebrated as victories and praised as just causes. Are people outraged because a Mexican artist has bothered to highlight this history? Or do I perceive an underlying shame?"
But Ramirez may have detonated something more than patriotic ire. Reading, a geriatric industrial city that has bled jobs and population for more than two generations, is in the midst of an extraordinary ethnic make-over. Within the next decade it will become the first Latino-majority city in Pennsylvania. Puerto Ricans and Mexican residents are already 40 percent of the population and have brought new vibrancy to the old red-brick town on the Schuylkill. "Mexico Illuminated" is an admirable recognition of that contribution.
But many conservative Berks county residents, including those who employ Mexican immigrants as service and agricultural workers, want only a captive labor supply, not a dynamic cultural presence or a new electorate. A recent study by the University of Michigan found that Reading was "the most segregated city in America for Hispanics." Likewise a federal judge ruled that Berks County had discriminated against Latino voters and ordered federal observers - like those sent to the Deep South in the 1960s - to oversee last May's local elections.
Ramirez meanwhile is turning the backlash against his piece into yet more art. Using a computer, he has defiantly inserted his bombing chronology onto (a photo of) the Bingaman Street billboard. A wall-sized print of this montage will be mounted in the annex of the main exhibition at Albright College, along with documentation of the controversy. Viewers will be invited to register their own reaction.
Nativist critics of Ramirez should be forewarned that they are dealing with a consummate magical realist. If they're not careful, they may end up being part of the performance. Some years ago Ramirez famously erected a Trojan horse on the border between Tijuana and San Diego. When asked what was inside, he merely laughed. I suppose you either get the joke or you don't.
Marcos Ramirez (ERRE) can be contacted directly at erre38@yahoo.com. He can provide images of the work discussed in the article.
Mike Davis is the author of "City of Quartz," "Ecology of Fear" and most recently, "Dead Cities: and Other Tales" among other works.
--crg
Tuesday, October 18, 2005
Hace unos meses, en un evento que de ahora en adelante se denominará como El Cumpleaños de Abril, se registró la desaparición, por demás misteriosa, de un par de botellas de champán. Algunos de los participantes del mencionado evento se dieron a la tarea de investigar tal desaparición, pero luego de un par de horas (así estaría el evento aquél, digo yo) dejaron el asunto por la paz. Nadie se hizo responsable. Nadie dijo yo. Y todo habría quedado en el olvido (que es otra manera de beber champán) a no ser porque, hace apenas unos cuantos días, la fotógrafa oficial del multimencionado evento tuvo a bien revelar las imágenes propias de su oficio. ¡Cuál no sería su sorpresa al encontrar, en pose por demás galante, al misterioso usurpador de botellas de champán con copa en mano en posición de triunfal brindis! Este hallazgo ha despertado la conciencia amodorrada de los otros participantes del Evento quienes, a su manera, se han dado a la tarea de escribir su propia crónica de los insólitos e inauditos hechos. Por considerar que la misteriosa desaparición de la champaña es un asunto de suyo relevante, aquí va un primer acercamiento cronológico. Ya veremos luego.
De Héctor Villanueva (quien, como pueden ver, desconfía del contenido de verdad atribuido a las imágenes fotográficas) una cronología mínima:
"La botella de champaigne se la llevó un invitado mejor conocido como LA SOMBRA. Por lo menos eso se cuenta entre los comensales. Yvonne sintió una ráfaga de viento helado como a eso de las 23:45. Beatriz Alfaro notó que la Bohemia estaba más fría que de costumbre. 23:50. Sal Vázquez sintió un nudo en la garganta, no se sabe si del susto o por los Nachos que se acababa de tragar. 23:30. Lepiú vió figuras raras e irreconocibles en el flan de leche. 23:41. Amaranta pensó en gritar o pedir auxilio pero siguió zumbándole al queso de cabra. 23:54
Y así….. seguiré investigando".
Y Un asunto muy delicado, de Sylvia Aguilar Zeleny:
"Hay historias que uno no sabe ni cómo comenzar. Este es el caso. Uno le da vueltas y vueltas al asunto y de todos modos no sabe cuál será la palabra precisa, la frase detonante. Porque uno simplemente no tiene ni puta idea de cómo platicar lo que para unos podría ser un asunto cómico y para otros uno muy delicado. Y es que el robo de una botella en plena fiesta podría ser eso: un asunto cómico (o medianamente cómico), pero si uno considera que la botella era de champagne y un regalo de cumpleaños (he ahí el motivo de la fiesta) entonces el asunto se vuelve, en efecto, delicado.
Es importante aclarar que uno no se roba una botella (menos si es de champagne) por alguna razón en específico. Uno no amanece un día diciendo: esta noche me voy a robar una botella de champagne. No. Uno, simplemente, hace una operación aritmética al observar una botella de champagne en el refri, ningún anfitrión alrededor (al menos ninguno completamente consciente) (es decir, sobrio), un sacacorchos (no es sacacorchos, lo sé, pero desconozco el nombre de esa especie de pinza redonda con la que se le da vuelta al corcho mientras uno espera la burbujeante aparición del ya famoso champagne) sobre la mesa (con un moño indicando que ese también era un regalo) y las ganas (las enormes ganas) de disfrutar tan preciada bebida con aquella morenita que viene de quién sabe dónde pero que no dejó de sonreírle a uno toda la noche (to-da-la-no-che). En menos de un minuto la dichosa operación aritmética se resuelve: botella, sacacorchos (o como se llame), ganas, morenita y ni un sólo testigo. El instinto es cabrón y uno lo sabe. La champagne es un tesoro, la morenita otro y eso también uno lo sabe. Uno, actúa. Agarra champagne, sacacorchos y morenita.
Lo malo, es decir, lo delicado viene al otro día, cuando uno se da cuenta de la gravedad de lo ocurrido. Cuando uno escucha el grito de horror de la cumpleañera por la ausencia (oh la triste ausencia) de su botella de champagne en el refri y cuando (peor aún) encuentra los restos de su preciado licor en dos copas con sendos cigarros flotando en ellas. A uno no le queda sino levantarse (del sillón donde al parecer uno se quedó dormido) fingir, hacerse como que no, mostrarse igualmente horrorizado, señalar unos cuantos nombres con su dedo índice. A uno no le queda sino repetir, y repetirse que, sin duda el robo de una botella de champagne es un asunto delicado.
Lo terrible, es decir, lo más delicado viene después... de la nada aparece una foto que lo muestra a uno al lado de la botella, con una copa en las manos. Uno está ahí (no hay duda) bebiéndose la botella de alguien más y así esto se ha vuelto en un asunto muy delicado".
Continuará....
--crg
Monday, October 17, 2005
Uno se dirige a una ciudad creyendo que va hacia allá para presentar algunas ideas sobre un libro, pero luego se da cuenta de que el verdadero motivo del viaje era una humeante sopa de haba con yerbabuena y un risotto que deja en el paladar el sabor de la albahaca y el zacate limón, ese par de cuadros, una chimenea encendida, la mano que pasa sobre el lomo de un gato, una breve caminata bajo la llovizna, la frase "¿me sirves más?".
--crg
Thursday, October 13, 2005
(Escenas mínimas de cuatro partidos históricos entre los equipos más fuertes de la liguilla)
[Publicado en Tierra Adentro, octubre-noviembre 2005, número coordinado por Carlos Oliva].
I.
REALIDAD: 0/ ALCOHOL: 1
Tal vez pocos últimos párrafos han ocasionado tanta inquietud entre historiadores como la frase con la que Charles Gibson decidió dar fin a su monumental estudio The Aztecs Under Spanish Rule. Decía ahí que “si hemos de creer a nuestras fuentes, pocas personas en la historia de la humanidad han sido más propensas a la borrachera que los indios de las colonias españolas”. Explorando esta premisa, William Taylor escribió años después uno de los estudios fundamentales en la historia social del México colonial, Drinking, Homicide, and Rebellion, en el cual no sólo describe con característico rigor los cambios y las continuidades en las costumbres etílicas de la Nueva España, sino que también relaciona la ingerencia de alcohol con actos de resistencia contra la imposición colonial o con actos de estratégica apropiación del discurso legalista de la colonia. De acuerdo a las leyes de la época, por ejemplo, el alcohol era considerado un atenuante en juicios penales, de ahí que muchos nativos adujeran que al cometer tal o cual delito se encontraban bajo el efecto del alcohol, recibiendo, por lo tanto, condenas menos estrictas y ganándose, de paso, una fama bastante incómoda o rutilante, según el punto de vista. Que esta visión benigna del alcohol se conservara más o menos viva a lo largo del tumultuoso siglo XIX no deja de llamar la atención, como tampoco deja de hacerlo el hecho de que, con la instauración del régimen porfiriano, el alcohol y la masculinidad quedaran unidos en una especie de espejo empañado.
II.
REALIDAD: 1/ ALCOHOL: 0
Así como la sexualidad se convirtió en el terreno propicio para vigilar, controlar y, de ser posible, castigar las actividades de las mujeres porfirianas—de ahí la fenomenal preponderancia, por ejemplo, de la figura de la prostituta que Federico Gamboa volviera leyenda en su novela Santa—el alcohol fue el foro que los expertos de la época utilizaron con mayor frecuencia para identificar, categorizar y, eventualmente, sancionar ciertas conductas masculinas que, para aquellos en el poder, constituían cruentas amenazas contra el orden y, por lo tanto, contra el progreso y, por lo tanto (y vaya que nuestras autoridades son y han sido exageradas a lo largo de su historia), contra el bienestar de la nación. Si bien es cierto, luego entonces, que la ingestión de alcohol fue, tanto simbólica como materialmente, cosa de hombres, conforme los magos del progreso propugnaron por una modernidad disciplinada y productiva, esos hombres fueron descritos con mayor frecuencia con adjetivos menos y menos halagüeños: desclasados, antimodernos, carentes de voluntad, inútiles o, francamente, malos. Para muestra basta un botón: un gran porcentaje de los asilados del Manicomio la Castañeda—institución de salud mental que Porfirio Díaz inaugurara el mismo día en que se dieron inicio las festividades por el centenario de la independencia de México—llegaban ahí, en primera instancia, debido a su manera de beber. Y ahí permanecían, la mayoría de las veces en calidad de libres e indigentes, en el pabellón designado exclusivamente para alcohólicos. La Castañeda, que abrió sus puertas en 1910, continuó prestando sus servicios a lo largo del período post-revolucionario. Durante ese tiempo, los psiquiatras, enfermeros y comisarios que ahí trabajaron continuaron anotando escuetas notas descriptivas alrededor de una de las figuras más comunes y más vitupereadas de sus pabellones: los alcohólicos. Esta inquietante continuidad en la visión punitiva del alcohol resulta doblemente llamativa porque se da en el contexto de discontinuidad marcada, según la más rancia historiografía mexicana, por el parteaguas revolucionario. Tal vez la novela que mejor capturó tanto el sospechoso paralelismo entre la visión porfiriana y la revolucionaria de la embriaguez, así como también la ausencia de radical discontinuidad entre el porfiriato y los albores revolucionarios haya sido La vida inútil de Pito Pérez, la novela que José Rubén Romero publicó, he aquí el meollo del asunto, en 1938.
III.
REALIDAD: 0 / ALCOHOL: 0
Quizá no haya ebrias más conocidas en la historia de México que la pareja formada por La Guayaba y la Tostada, el legendario par de borrachitas sucias y de mediana edad que provocaba mucha hilaridad y cierta desconcertada ternura en Nosotros los Pobres (1947) y Ustedes los Ricos (1948). Piezas clave del vecindario, dueñas de una sabiduría poco halagüeña y representantes de quién sabe qué silenciada, y por demás sospechosa, versión de la amistad femenina, la Guayaba (Amelia Wilhelmy) y la Tostada (Delia Magaña) fueron tratadas con una suavidad que casi parecía tolerancia o aceptación tanto por sus vecinos barriobajeros como por Ismael Rodríguez, el director de ambas películas. Algo similar ocurre con aquella Borrachita del inolvidable Tata Nacho que se va “hasta la capital pa servirle al patrón que la mandó llamar anteayer”—una mujer que bebe, ciertamente, pero debido a la pena, razón por la que no recibe la desaprobación pública o no, al menos, abiertamente. Y si algo ha recibido Chavela Vargas, otra de nuestras grandes ebrias, ha sido el aplauso y la admiración de un público para quien su voz rasposa y viril no es nada más asunto de cuerdas vocales. Estas imágenes benignas de las alcohólicas se complementan con un silencio más bien estratégico de la ebriedad femenina en el discurso médico de la primera modernidad mexicana. Si bien los médicos de la post-revolución, justo como los porfirianos, pusieron desmedida atención sobre el cuerpo de la mujer, especialmente sobre su sexualidad, poco o casi nada tuvieron que decir sobre su conducta etílica. En los expedientes de la Castañeda, los médicos a cargo de diagnosticar las diferentes conductas anormales de las mujeres no tenían por costumbre detenerse demasiado en información concerniente a la ingerencia de bebidas alcohólicas, incluyéndolas en los cuestionarios sólo si las pacientes mismas los traían al caso. Esta ceguera médica condujo a una ausencia de asociación entre la ebriedad y la enfermedad mental que, en el caso de las mujeres, también produjo su invisibilidad como alcohólicas—de ahí la tolerancia y, acaso, simpatía con que las borrachitas aparecen de cuando en cuando en películas populares o comedias de moda.
IV.
REALIDAD:0 / ALCOHOL: 856, 795
Cada que el ídolo de ídolos tomaba la botella de tequila y entonaba la canción favorita del respetable el alcohol ganaba, y sigue ganando, el partido. Por goliza, claro está. Por goliza.
Wednesday, October 12, 2005
TERCERA BASE
Rebeca Martínez Jiménez
(Publicado en la revista Tierraltesca Acta Semanal 308, 7)
Me dijo puta, puta mil veces. ¡Qué bien sonó esa palabra en mis oídos, esas dos sílabas, esas cuatro letras p-u-t-a!
Estaba en la barra de un bar que nunca antes había visitado y le había pedido al cantinero un Bloody Mary sólo para entrar en calor. Esperaba algo, estaba a la expectativa. Me entretuve observando al cantinero: un panzón calvo que al servir cualquier trago se chutaba dos o tres sorbos. Supongo que también quería entrar en calor. Ahí estaba yo. Cada vez que sentía que alguien entraba al localucho miraba de reojo y calificaba, 8, 7, 7, 10. Él fue el único 10 de toda la noche.
Se sentó con unos amigos en una mesa no muy alejada. Lo podía ver perfectamente bien gracias al espejo que estaba frente a mí, en la barra. Pasaron varios minutos hasta que notó mi presencia.
Primero se cruzaron las miradas. El primer contacto. Una sonrisa. El acercamiento. La proximidad.
—¿Qué estás tomando?
Risas. Dos que tres palabras. Silencios.
—¿A qué te dedicas?
Más palabras. Más risas. Salud. Más Miradas. Salud.
—¿Te han dicho que eres muy guapa?
Besos. Salud. Caricias. Salud. Risas. Salimos.
Caminamos por las calles cercanas. Yo lo tomé de la mano: iba tras de él esperando que me guiara, dando a entender que lo seguiría a donde fuera. Se detuvo en una calle vacía, una calle apenas alumbrada por el foco de una casa.
Me estrelló contra la pared. Yo podía oler sus ansias. Me besó el cuello, la boca y:
Primera base. Su mano comienza a bajar lentamente por mi espalada, se detiene en la cintura. Sigue bajando hasta mis nalgas. Me siente, no pasa nada, parece que le gusta. Siguen los besos en el cuello, en la boca. Cada vez puedo disimular menos mi excitación, me pierdo.
Segunda base. Sube lentamente. Sube. Sube. Llega. Me toca. Me palma con delicadeza. Siente mi pezón que ha reaccionado a sus manos. Por un momento me detengo esperando una reacción. No pasa nada, no pasa nada. Respiro. Lo sigo besando, lo toco, mis manos por todo su cuerpo.
Tercera base. Baja, su mano. A veces sueño que mi sexo se pudre y se cae solito, algo así como lo que pasa con un cordón umbilical. Su mano llega al objetivo final, termina su travesía. Yo me vengo. Él se va.
Se separa de mí como si una aspiradora lo jalara por la espalda. Se acabó la fiesta. No dice nada, me mira incrédulo. Lo piensa por unos segundos. Sé muy bien lo que pasa.
Son muchos los que sienten deseos de vomitar, vomitar justo frente a mis narices. Yo sólo miro, sintiendo a momentos que merezco ver cómo me desprecian. Esa es mi penitencia. Pero me gritó puta, pinche puta, y corrió. Me dijo puta, p-u-t-a.
Casi nadie pasa de tercera base.
Rebeca Martínez Jiménez (Aguascalientes, 1983) es estudiante de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en el ITESM-Campus Toluca e integrante del taller Escrituras Colindantes.
--crg
Monday, October 10, 2005
Elementos de infraestructura:
Una sola luz decimonónica sobre el escenario. Un Steinway negrísimo que todavía brilla con los fulgores del siglo XIX. El silencio de la reverencia todo alrededor.
El actor princial:
El pianista, apropiadamente húngaro, se aproxima a su instrumento con pasos firmes, luciendo la levita que, hace un par de siglos, significaba elegancia, clase, jerarquía. Ahí está el pelo semi-largo, la barbilla enérgica, la delgada silueta que bien podría ser descrita como sublime (una palabra que, por razones que no entiendo del todo, me parece extraída directamente del siglo XIX).
La acción:
El pianista toma su lugar y aspira y cierra los ojos y, con suma delicadeza, coloca las yemas de los dedos sobre las teclas para tocar (¿a quién más?) a Lizt. Imbuido por El Espíritu, el pianista gestualiza su entrega, su concentración, su genio. La barbilla que apunta hacia arriba, los ojos que continuan cerrados, las sutiles arrugas que marcan los caminos de La Pasión Creadora.
El momento extraño:
El pianista está, definitivamente, en las postrimerías del siglo XIX cuando aparece, de la nada que según Novalis era de color azul, la mosca zumbona, negra como el Steinway pero sin asomo alguno de fulgor, frente a su rostro, dándole vueltas a su cabeza.
Interpretación personal del Momento Extraño:
Se trataba, por supuesto, de La Mosca del Aquí y el Ahora. Se trataba de una venganza (lúdica) (paródica) (hipertextual) (contracrítica) del siglo XXI.
--crg
Wednesday, October 05, 2005
Dentro del ciclo Fronteras Intermitentes: Cruces de Género y de Región en el México Contemporáneo
La Voz Otra:
Patricia Laurent Kullick habla sobre El Camino de Santiago
Miércoles 5 de Octubre, 2005
ITESM-Campus Toluca
18:00 hrs AUD II
Entrada Libre!
Una charla con la escritora puede ser vista en el canal de la Universidad Virtual del ITESM a las 17:00 hrs.
Dueña absoluta de una de las prosas más poderosas de su generación. Frente al lenguaje, aproximándose: escaleplo en mano; una gubia distinta en cada ojo; ironía en todo lo demás. Las palabras como objetos punzo-cortantes. La página como filmina. El libro como un ritual de consumación. La Laurent-Kullick sabe lo que sabía Alejandra Pizarnik cuando hizo referencia (en sus diarios) al proceso de escritura como un acto de desdoblamiento, añadiendo después, crípticamente, "o de destriplamiento". Autora de los libros de cuentos Ésta y otras ciudades, Están por todas partes, El topógrafo y la tarántula. Con El camino de Santiago ganó el Premio Nuevo León de Literatura en 1999.
Pues todo eso (y mucho más) (y lo que se acumule durante el día) andará por estas Santísimas (y bastante frías) Tierras Altas hoy. Quedan todos, faltaba más, cordialmente invitados.
--crg
Thursday, September 29, 2005
Leí Ana Karenina hace mucho tiempo y debido a que un joven recién titulado de la carrera de Letras obtuvo su primer empleo como maestro de literatura universal en mi escuela preparatoria de dos años. Era un joven ambicioso y utópico, ligeramente desaliñado y de voz enérgica. Digo que se había graduado en Letras y que su posición como mi maestro de literatura fue su primer empleo porque de otra manera no me puedo explicar cómo se le ocurrió la peregrina idea de que alumnos de preparatoria con poca afición por la lectura y un desdén muy clasemediero por cualquier cosa que estuviera asociada de la más mínima manera a La Cultura, pudieran leer, completas, novelas rusas del siglo XIX. En todo caso, cuando nos advirtió de sus intenciones (no recuerdo haber tenido en mis manos un Plan de Estudios propiamente dicho y esto refuerza la idea de que su posición como maestro de literatura en mi escuela preparatoria fue su primer empleo) creo que fui la única que contuvo el salto de gusto que, en otro plano, en el plano de la literatura seguramente, estaba dando en ese momento. Yo ya me había declarado a mí misma (que es lo que cuenta) una lectora empedernida (y llevaba ya los anteojos que lo probaban) y hacía gala (con lujo adolescente) de esta elección a diestra y siniestra (más a siniestra que a diestra a decir verdad). Para entonces ya había leído los libros que me hicieron pensar que escribir (¡ay de mí!) no era tan difícil, que escribir era algo evidentemente muy placentero (¡ay de mí!), y que escribir era algo (¡ay de mí!) que yo quería "hacer de grande". Pero Ana Karenina, el libro que me asignó un utopista cuando yo andaba por ahí de los 13 años, fue, en realidad, y en muchos sentidos, mi primer libro.
Aclaro que cada uno de los ¡ay de mí! anteriores tiene que ser pronunicado a velocidades distinatas y con distintos tonos de voz.
Desde el incio, desde aquella famosa primera línea, "Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada", Ana Karenina fue más un lugar que un libro, más una cita que una obligación, más una complicidad que el motivo de una calificación--volver sus hojas, quiero decir, era un acto que me introducía en el espacio, pensaba yo en aquella época, de una catedral. Algo masivo en cualquier caso. Algo vasto. Pronunciaba la palabra Tolstoi, se me acusaba, como si fuera el principio de una oración (y por oración, en aquella preparatoria de dos años, sólo se entendía la oración religiosa, por supuesto). Mis amigas, aburridas por mi conversación, procuraron hablar conmigo sólo de lo estrictamente necesario y creo que fue por esas fechas que el muchacho aquel que insistía en ser mi novio lo entendió todo y se dio por vencido. Yo sólo me di cuenta de todo esto, cual debe, años después, puesto que mientras esto ocurría yo atendía con emoción los intrincados vericuetos del alma de una adúltera, viajaba en trenes del siglo XIX por el mismísimo paisaje ruso, y ponderaba, con adolescente solemnidad, la justificación formal del suicidio.
Los años, como dicen los narradores del siglo XIX o los cineastas de la época de oro del cine mexicano, pasaron. Y Ana Karenina se fue transformando en un recuerdo. Éste: la escena aquella en que dos jóvenes se recargan sobre algo (no recuerdo el algo, pero sí la manera en que los brazos de la mujer, inclinada sobre ese algo, se felxionaban, haciendo que el antebrazo rozara apenas su propio pecho) para leer un mensaje cifrado. Todo esto acontecía, y debo estar tergiversando este recuerdo, estoy segura, en un radiante día de otoño. El mensaje, de cualquier modo, estaba formado por letras, el inicio de palabras completas que, borradas del texto, lo constituían en realidad. Era un mensaje, como todos los mensajes secretos, que requería de complicidad, intimidad, arrojo. Era un juego y un reto. Una provocación. Una sutilísima invitación erótica. Un vínculo textual y un vínculo sexual. Un hombre y una mujer, leyendo; encontrando el sentido específico de la lectura en la lectura misma, construyéndolo en el acto. Todo esto bajo la luminosa bóveda de un día otoñal. Con el paso del tiempo, quiero decir, Ana Karenina se concentró para mí en la escena aquella en que Konstantín Dimitrievitch Levine le hace la segunda propuesta matrimonial a Catalina Alejandrovna.
Con el tiempo, ya un tanto fuera del salvajismo inicial de la adolescencia, dejé de mencionar a Ana Karenina. Nunca enseñé literatura, mucho menos universal, así que nunca tuve la oportunidad de ser un utopista desaliñado que asigna libros descarados en un preparatorio de provincias. Las personas con las que hablo de libros, usualmente jóvenes y más cercanos al salvajismo inicial de la adolescencia de lo que los bienpensantes desearan, por lo regular no cuentan entre sus lecturas fundacionales a Ana Karenina. ¿Y qué lazo siniestro puede existir, de existir, entre alguien con la manía por la experimentación y este gusto, si me lo permites, bastante perverso, por una novela canónica del siglo XIX?, me dijo en alguna ocasión, con el rostro contrito y las manos en alto, debo añadir, alguien a quien le confesé (y confesar aquí es el verbo más exacto) esta predilección (esto en una caminata nocturna por las callejuelas congeladas de un lejano pueblo del noreste, cierto invierno). La respuesta a esta buena pregunta, a esta pregunta del todo productiva, está, digo esto muy tardíamente pero con una extraña felicidad, entre las páginas 187 y 188 de El último lector de Ricardo Piglia.
Suelo leer con gusto los ensayos de Piglia y suelo asingarlos, cual utopista desaliñada, en mis clases (que no son de literatura universal) a la menor provocación. Por eso compré El último lector y, por eso, supongo, lo dejé por ahí, entre otros libros, y olvidé abrirlo. Lo hice apenas ayer y, cuando vi que "La lámpara de Ana Karenina" era el título de uno de los ensayos, no pude sino lamentarme por el tiempo en que ese último lector había estado ahí, arrumbado con otros libros. Leí el ensayo con gusto, eso es cierto, pero con creciente desencanto también. La escena, mi escena, la escena que para mí era la médula de Ana Karenina no estaba ahí. Brillaba, eso sí, por su ausencia. ¿También tú, Ricardo?, parecía estar reclamándole yo mientras daba la vuelta a las hojas con la respiración contenida primero, por la expectación, expulsada después, con el ruido completo de mi decepción. ¿Así que también tú, Ricardo? Y seguí leyendo porque uno sige leyendo, por eso. Ya era de noche cuando, después de las interrupciones propias de la vida cotidiana, pude volver a tomar el libro. Seguía lo del Ulyses. Emprendí la lectura. Y ahí estuvo, en la página 187, ese doble espacio que anunciaba un corte, una vacilación, la calma que antecede a la tormenta. "Paradójicamente" fue el adverbio que lo inició todo.
"Paradójicamente," escribe Piglia, "la representación narrativa de ese modo de leer [se refiere a la estrategia, en este contexto joyceano, a través de la cual un escritor pone al lector en lugar del narrador] se encuentra en una novela de Tolstói ... y quizá con esta escena podemos terminar este viaje en busca del lector." Era de noche, ya lo dije, y estaba cansada, esto no lo dije aunque se sobreentiende, pero nada pudo evitar que pensara, por el espacio más pequeño del más efímero de los segundos, que Pigilia lo iba a decir. Que lo que seguía era la escena aquella en que dos personas leen, y descifran sin resolver, un mensaje que es, en realidad, un mundo. No exagero si digo que el pulso aumentó de ritmo en las muñecas que unían el antebrazo a la mano que sostenía el libro frente a los ojos.
"Se trata de un pasaje de Ana Karenina, un pedido de mano, un segundo pedido de mano digamos mejor ... Levin, a quien Kitty ha rechazado en su primera propuesta de matrimonio, lo vuelve a intentar.
--Hace un tiempo que quiero preguntarle una cosa --añadió [Levin] mirando directamente los ojos acariciantes, aunque asustados, de la joven.
--Pregúntela, por favor.
--Aquí la tiene --dijo: y escribió las inciales c. d. q. n. p. s. q. d. n. o. s. e. Estas letras significaban "Cuando dijo que no podía ser, ¿quiso decir nunca, o sólo entonces?" ... Kitty lo miró seriamente, apoyó en la mano la frente cejijunta y empezó a leer. Le miró un par de veces de soslayo como preguntándole: "¿Es esto lo que me parece que es?"
--He comprendido --dijo, ruborizánose.
--¿Qué significa esto? --preguntó él, señalando la "n" que representaba la palabra nunca.
--Significa nunca --repuso ella-- pero no es verdad."
Ah.
Dice Piglia (y aquí va la respuesta a aquella interrogante tan productiva hecha en una caminata nocturna de invierno): "La escena revela un uso extraordinario de la lectura como clave del desciframiento del secreto. La intimidad de una lectura reconstuye un lenguaje cifrado en este párrafo. El lector avanza a ciegas para reconstuir un sentido perdido y lee siempre en el texto los indicios de su propio destino."
Y aquí, en este apunte, en esta concatenación de palabras, está clarísimo el vínculo que va de Tolstói, creo yo, a Kathy Acker.
--crg
Wednesday, September 28, 2005
Las mujeres brillan por su ausencia, se sabe. Pero si alguien ha verdaderamente brillado debido a su no-estar-ahí, ésa es Felice Bauer--la eterna prometida de Franz Kafka. Berlinesa, empleada, lectora, amiga de los Bloch, no especialmente atractiva, siempre-a-punto-de-casarse. Debe ser mi gusto por Lo Contrario o mi fascinación personal por el Estar abrumador del No-Estar, pero cada vez que me topo con alguna mención de la copiosa Respondencia (que no co-rrespondencia) de Kafka, me surge la pregunta, una pregunta de hecho inacabada, acerca de Felice. No sólo quién era, sino, sobre todo, ¿cómo escribía?
Hacerse una pregunta de este tipo en el contexto de tanto silencio, de tanto no-estar, es algo que, por fuerza, conduce a respuestas imaginarias: a versiones, o aún mejor, a las (per)versiones del enigmático caso.
1.
En mi primera (per)versión, Felice es, como corresponde a una escritora, una lectora atenta de los textos (que son los mundos) que la circundan. Puedo ver sus manos (huesudas) (de dedos largos) leyendo la misiva de Franz aún antes de abrirla. La veo enfocar la mirada y buscar con disciplina y tezón ese lugar cómodo y luminoso, ese lugar privado, donde podrá leerla en concentración total. Registro la manera en que avanza hacia el lugar de siempre: una silla, un pequeño escritorio, una ventana. Ahí están los instrumentos de su trabajo: la plumilla con la que marcará el texto y la atención con la que identificará aquello que merezca tal marca. Así, ligeramente inclinada sobre la superficie del escritorio, Felice lee y, cual corresponde a un verdadero lector, relee la carta. No es sino hasta la cuarta o quinta vez que empieza a marcarla: subrayados, notas al margen, jeroglíficos que sólo ella y Franz entienden o entenderán. Resulta claro que a la escritora Felice no le interesa agradar al autor del texto, sino expresar, por escrito y en el texto mismo, sus ideas acerca del texto. Cuando ya ha reflexionado sobre estas ideas mientras bebe té o mira a través de la ventana, empieza a redactar su carta. Su escritura propia. Se trata de un texto parco y directo, de frases inusualmente cortas y trazos firmes. Es el texto de un lector crítico y puntilloso e inmisericorde. Es el texto de alguien que, en realidad, no desea casarse. Cuando Franz recibe su respuesta la lee, como corresponde a un escritor, con atención y rigurosidad. Hay una leve y efímera expresión en su rostro que casi parece sonrisa pero que es, en verdad, algo inclasificable, cuando, con movimientos lentos y metódicos, empieza a romperla. Apenas si termina da inicio, por supuesto, a su nueva misiva.
2.
En la segunda (per)versión, Felice es una muchacha más frívola de lo que deja entrever su rostro. Al inicio las cartas de Franz la divierten, pero pronto otras cosas la distraen. Berlín es, después de todo, una ciudad donde hay acontecimientos y esto es el inicio del siglo XX. Pronto, pues, sus respuestas son parcas y directas e inmisericordes. Dicen: ¡Qué lindo! (en alemán, el original). Franz casi alcanza a sonreír cuando, con metódicos movimientos de planta, empieza a romper el papel. La idea de jugar un juego tan siniestro lo entusiasma y, seguramente debido a eso, enciende la lámapara que le permitirá escribir la siguiente carta.
3.
En la tercera (per)versión, Felice tiene muchas amigas--mujeres jóvenes como ella a quienes les intriga eso de tener un pretendiente por escrito. Cada que recibe una carta, Felice y sus amigas la leen con pequeñas expresiones de júbilo que, para un observador poco atento, podrían hasta pasar por gimoteos de vago contenido sexual. La lectura colectiva precede, por supuesto, a la escritura colectiva de la carta que pronto recibirá Franz. Franz, por supuesto, casi-ríe antes de romperla.
4.
Felice, que siempre está ocupada con (per)versiones que no alcanzo a imaginar, deja las cartas de Franz sobre su nochero. De ahí las toma otra mujer, más joven aún y más pobre, cuyo nombre es Traurig. Y es ella quien, después de leerlas con el cuidado que sólo tendría alquien que, sabiendo leer, tiene muy pocas oportunidades de hacerlo, le responde al joven de Praga. Conoce, aunque no mucho, a Felice, para quien trabaja, y no conoce nada al dueño de esa letra pequeña y más bien regular que la entretiene por las mañanas. Seguramente por eso, por no conocerlos bien o en realidad nada, es que toma su tarea de escritora secreta con verdadero gusto, con la pasión que uno sólo pone en las cosas o prohibidas o inverosímiles. Así pasa el tiempo. Franz duda al ver a Felice por segunda vez (la primera había ocurrido meses atrás, en 1912, en la casa de los Bloch), pero continua el juego. El gusto por la escritura, como siempre, lo vence. Cuando se compromete con Felice, Franz busca con el rabillo del ojo algo más. La ve entonces. O cree verla. Y sigue adelante. Así pasan cinco años. Mientras tanto, por si las dudas, se deshace de las misivas. Dicen los que lo vieron, que no fueron muchos, que fue, de hecho, sólo una, que había en su rostro una leve y efímera expresión, una casi sonrisa, mientras lo hacía.
--crg
En el ensayo que Piglia le dedica a Kafka en El último lector, se señala una y otra vez el gusto (¿o la manía?) kafkiana por la interrupción. Ciertos finales que son en realidad una suspensión brutal. Descripciones que se convierten, de súbito, en una distracción blanca. Libros que no terminan, en el sentido tradicional del término. Al mismo tiempo, Piglia cita varias entradas del diario de Kafka en que éste se queja de las interrupciones que amenazan continuamente el acto de la escritura que, para él, habitante de una cueva ideal y subterránea, tendría que ser un acto ininterrumpido. Un acto incesante. Un acto eterno.
¡Ah, el siglo XIX!
Y yo, que leo a Piglia en la silla que está justo frente al escritorio donde se encuentra la pantalla que, anti-cueva como la que más, me conecta al mundo, no puedo evitar ver de reojo (porque para mirarlo todo no hay como ver oblicuamente varias cosas a la vez) el manuscrito de la-novela-in-progress que aparece-desaparece (cual vela tarkosvkiana) de la unknown zone; la barra donde se esconden, momentánemanete, las cuentas abiertas de tres direcciones electrónicas distintas; el link donde investigo, cuando me acuerdo, la posición exacta de Wyoming; y las dos ventanas por donde me llegan "voces" de otras latitudes a lo largo del día. Todo esto, mientras escucho el murmullo de los estudiantes por los pasillos; el comentario que, dicho con la entonación adecuada, hace reír a más de uno en la oficina de enfrente, y la penútlima discusión entre un alumno y una alumna a los que unen, todo parece sugerirlo, lazos de suyo complicado.
¡Ah, la idea misma de lo incesante, lo eterno, lo ininterrumpido!
¡Ah, ese trayecto (de preferencia lineal) al que no lo detiene obstáculo alguno!
Me doy cuenta, quiero decir, que escribo en la interrupción continua. Para la interrupción, tal vez. Con ella en mente y con ella en cuerpo. La interrupción, esa amenaza ciertamente, que acelera el trazo o concentra la atención de maneras a veces escandalosas, en todo caso urgentes. La interrupción beatífica. La divina interrupción que me lleva a encontrar lo que no sabía que buscaba (que es, si me lo preguntan, la única manera en que algo puede "ser encontrado"). La interrupción que me desdice (y, luego entonces, me hace ser "des-dicha"). La interrupción como principio narrativo, como estructura textual, como eje semántico. El lector, siempre interrumpido. La interrupción: una manera relacional del sujeto en la era de la muerte de la muerte del sujeto.
¡Ah, la pureza del Espacio, el Tiempo, el Ser!
[¡Ah, las Mayúsculas!]
La interrupción: una amenaza que se busca. La interrupción y su consecuente adrenalina, ese fix. Interrumpir el discurso: vacilar. El que interrumpe tergiversa (o estaba a punto de cuando...). Interrumpir como quien seduce a la otra opción (que siempre existe). Interrumpir para cambiar de rumbo (o para no tener rumbo). El paréntesis de la interrupción. El chasco de la interrupción. La manía de la interrupción.
¡Ah, Kafka!
--crg
Friday, September 23, 2005
Dentro del ciclo Fronteras Intermitentes: Cruces de Género y Región en el México Contemporáneo
SEMINARIO:
Gloalización, Interculturalidad, Estudios Culturales Latinoamericanos
Dr. Robert McKee Irwin (University of California, Davis)
Viernes 23 de septiembre 2005
10:00-14:00 hrs
AUD II
ITESM-Campus Toluca
Incansable. Brillante. Gran Conversador. Robert es el editor de Famous 41: Sexuality and Social Control in Mexico, 1901 (Palgrave, 2003), y editor, junto con Sylvia Molloy, de Hispanisms and Homosexualties. De éste último dijo Michael Bronski en su tiempo: "The late 20th century has produced a great deal of writing on homosexuality, mostly centered on the lives of those in mainstream American (primarily white) culture. Sylvia Molloy and Robert McKee Irwin's Hispanisms and Homosexualities is a stunning reminder that the complexities and intricacies of gay and lesbian life and desire permeate all cultures. This collection of 13 essays covers a wide range of topics, from spirited debates about the nature of masculinity in late-19th-century Mexican literature to the Inquisition's response to transgendered people, from an examination of lesbianism in the golden age of Spanish fiction to the politics of the closet in contemporary Spanish culture. The anthology is at its best when discussing the works of individual artists and writers: Emilie Bergmann's essay on the lesbian subtext of Maria Louise Bemberg's films and Brad Epps's analysis of Juan Goytisolo's novels are two insightful and illuminating examples. The politics of culture are also examined at length, particularly the effects of Cuba's antigay policies on art and culture (discussed in Paul Julian Smith's essay on the novels of Reinaldo Arenas and Nestor Almendros) and the ways AIDS has changed images of Latino men (in José Esteban Muñoz's piece on Pedro Zamora, the late star of MTV's The Real World)".
De su libro Mexican Masculinities (Cultural Studies of the Americas, number 11) (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2003), Matthew Gutmann de Brown University ha dicho: "This study seeks to engender in a decidedly male homosocial fashion los hijos de la chingada, Mexico's infamous "sons of the screwed," through a literary history covering the period from the early nineteenth century through the middle of the twentieth century. Robert McKee Irwin has selected novels, newspapers, popular literature and other writings from this span of 150 years—covering independence from Spain, liberal reforms, the Revolution of the 1910s, and the ideological consolidation of national identity in the form of Mexicanness—to demonstrate the significance of reading history through a lens focused on homosocial and homosexual desires and homophobic dread. Too often the bonds of men as men have been ignored in previous literary histories of Mexico as well as in the historiography of the region.
Irwin shows in his study of literary protagonists how homophobia in one form or another has been a major guiding principle in Mexican cultural history. From nineteenth-century novels like José Joaquín Fernández de Lizardi's Periquillo Sarniento of 1816 through Luis Inclán's Astucia (1865), the fluidity of Mexican masculinity in this period is highlighted. Irwin thus challenges the archetype of Mexican machismo as having existed at least since the Spanish conquest. Interestingly, women may have featured more significantly in some of the novels of this period than in those appearing in the next century.
Notions and practices associated with criminality in the early twentieth century characterize the literature discussed next, notably the case of the Famous 41, a group of transvestites arrested in 1901 when their private ball was raided by Mexico City police. This event, Irwin shows, was significant as an illustration of the sex scandals of the time and also reveals the links between masculinity (and male effeminacy) and masculine sexuality. He offers an exegesis of Ignacio Altamirano's El Zarco (1901) and Mariano Azuela's Los de Abajo (1916), the latter originally published in Texas and evidence of the significant impact of images of masculinity along the U.S.-Mexico border. In these books, passionate men were labeled as problematic and in need of control by one means or another. Upper and lower-class versions of men and masculinities became more fully developed, anticipating the emerging national identity literature of writers like Samuel Ramos and Octavio Paz.
A bit too dismissive of the Mexican Revolution of the 1910s as having no more than symbolic significance, Irwin takes the reader through the "great virility debates" in literature in the 1920s and 1930s, exploring the role of homoeroticism, a theme that gives shape to the male camaraderie and ethos of that period. Examined here is the poetry of Xavier Villaurrutia and the manifesto of modern homosexuality in Mexico, Salvador Novo's La Estatua de Sal, written in the 1940s. By focusing on national identity and demonstrating that Mexican novels could hold their own in world literature, such writers paved for the ensuing equation of the ideas and practices associated with Mexicanness, Mexican maleness, and Mexican male sexuality".
¡ENTRADA LIBRE!
--crg
Wednesday, September 21, 2005
Dice: Que no podía dormir anoche, insomnio, ya sabes, lo de siempre, el stress y, bueno, esto de no llevarse bien con la incertidumbre, falta de espíritu posmoderno, dirás, te lo apuesto, aunque cualquiera que haya sido la razón, filosófica, existencial o física, el hecho sigue siendo que no podía dormir y, en el insomnio, que es horrible, por cierto, me puse a ver por la ventana. Agradable a veces esto de ver por la ventana, ¿no crees? Algo de otro siglo. Y en eso estaba cuando, apenas unos minutos después de que cesara la lluvia, vi la cosa más extraña: dos personas caminaban en la calle de lo más tranquilas, despacito, como bamboleándose incluso, quitadas completamente de la pena, y ni qué decir de la angustia y el stress que a mí me estaba matando de sueño, de ganas de dormir, quiero decir, iban, pues, muy campantes las dos, charlando en voz baja de cosas que, por estar dichas en voz baja, naturalmente no alcanzaba a oír, no soy tísico, claro, y nunca lo he sido, líbreme el señor, no que yo sea religioso, no me vayas a malinterpretar, es sólo una expresión. Ellas, porque pronto me di cuenta de que eran dos mujeres, y eso volvía la cosa todavía más extraña, la calle, por ejemplo, y el hecho de que acababa de llover, así, tan repentinamente, la noche misma incluso, una noche asombrosamente despejada, por cierto, caminaban como si anduvieran caminando en otro lugar, como si a cada paso estuvieran, de hecho, fundando su ciudad privada, un sitio, en todo caso, donde no existía el peligro, ni la violencia, ni el robo, ni el secuestro, ni la violación, es más, y esto ya es el verdadero colmo, un lugar donde ni siquiera existían los accidentes. Así de campantes caminaban y, por eso, las miraba yo con sumo estupor y con suma envidia porque, y en esto debes estar de acuerdo, estoy casi seguro de eso, nada puede causar más estupor ni más envidia que eso que, a falta de otra palabra, a falta de otro sustantivo, sólo atino a denominar como lo campante--una cierta manera de obliterar el peligro nada más porque no se piensa en él, nada más porque alguien, ésas dos en todo caso, habían decidido premeditada o impremeditadamente, a saber, sacar de sus cabezas la idea misma del peligro, cualquier cosa que sonara o imitara o pudiera sugerir la idea del peligro, algo que se trasminaba después, de forma por demás natural, a las piernas y, después, a los pies, al ritmo con que los pies caían, ah con tal desmesura, con tal aplomo, con tal bienaventuranza, sobre el pavimento lleno de charcos y, por lo tanto, lleno de espejos, porque me imagino que te has fijado que los charcos en la calle, de noche, especialmente en noches asombrosamente despejadas como la de anoche, parecen espejos, ¿no es así? Dos mujeres que caminan campantemente de noche, qué cosa más extraña, y más si se toma en cuenta que una llevaba zapatillas y vestido azul celeste y guantes blancos y otra iba de mezclilla y mocasines y con el cabello despeinado, muy distintas, cierto, pero muy iguales a decir verdad, muy parecidas en eso de haber desterrado el peligro, y cualquier otra cosa que pudiera oler o saber o verse por el más mínimo de todos los segundos como el peligro, y de ir caminando como si, en el acto mismo, estuvieran fundando un lugar, para mí, por otra parte, inaccesible o, en todo caso, muy extraño porque ¿cómo imaginarse un lugar donde dos tipas solas puedan caminar así, tan campantemente, tan quitadas de la preocupación y de la angustia y, claro, de mi insomnio? No sé, la verdad que no lo sé, honestamente no alcanzo a imaginarlo. Un sitio así. Ah. Digo, ni que fueran heroínas o turulatas o monstruos o, el colmo, las mujeres vampiro, ¿no?
Entonces se detiene (la cosa más extraña), me ve con ojos alucinados y no dice. No dice nada.
--crg
Tuesday, September 20, 2005
Dentro del ciclo Fronteras Intermitentes: Cruces de región y género en el México contemporáneo
Dra. Debra Castillo (Emerson Hinchliff Professor, Cornell University)
Inmigración, Identidad, Nación
Martes 20 de septiembre 2005
13:30 hrs AUD II
ITESM-Campus Toluca
Entrada Libre
Una charla con la Dra. Castillo puede verse en la transmisión del ITESM-Universidad Virtual a las 12:30 hrs.
Debra no sólo ha realizado estudios fundamentales en el delicado terreno de las mujeres trasgresoras (Easy Women: Sex and Gender in Modern Mexican Fiction), sino que también le ha dedicado tiempo a las realidades transgenéricas fronterizas, especialmente al caso de Tijuana, como es notorio en los artículos "Violence and Transvestite/Trasgender Workers in Tijuana", con Maria Gudelia Rangel Gómez y Armando Rosas Solís, y con Maria Gudelia Rangel Gómez y Bonnie Delgado "Border Lives: Prostitute Women in Tijuana", publicado originalmente en la revista Signs.
Como queda clarísimo, la tarde promete. El fresquecito tierraltesco incita a la buena conversación. Y, vaya puesn, se les espera por acá.
--crg